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Cipriano, Santo |
Obispo y Mártir
Martirologio Romano: En Cartago, de la África romana,
pasión de san Cipriano, obispo muy esclarecido en santidad y
doctrina, que gobernó sabiamente la Iglesia en tiempos difíciles, consolidando
la fe de los cristianos en medio de tribulaciones, e
imperando Galieno, después de sufrir un penoso exilio, consumó su
fe en el martirio, decapitado por orden del procónsul, ante
gran concurrencia de pueblo.
Memoria de los santos Cornelio, papa, y
Cipriano, obispo, mártires, acerca de los cuales el catorce de
septiembre se relata la sepultura del primero y la pasión
del segundo. Juntos son celebrados en esta memoria por el
orbe cristiano, porque ambos testimoniaron, en días de persecución, su
amor por la verdad indefectible ante Dios y el mundo
(252, 258).
A San Cipriano yo
no llegué a conocerle y estimarle profundamente hasta que fui
a Roma. En mi primera visita a la basílica de
San Pedro, después de orar ante la tumba del Príncipe
de los Apóstoles, levanté mis ojos hacia la cúpula majestuosa
de Miguel Angel Buonarroti y mi mirada se cruzó en
seguida con un slogan que me conmovió profundamente. Hinc una
fides mundo refulget, hinc sacerdotii unitas exhoritur. Estas palabras están
incrustadas con caracteres inmensos y con mosaicos de oro en
la banda circular interior de la cúpula de San Pedro:
"Desde aquí se esparce por el mundo la única y
verdadera fe, aquí nace la unidad del sacerdocio". El texto
es de San Cipriano y me parece lo suficientemente indicativo
para que a este Padre de la Iglesia podamos apellidarle
"Santo de la Romanidad". Mi segundo gran encuentro con San
Cipriano lo tuve luego, al comienzo de mis estudios teológicos,
profundizando en el tratado De Ecclesia Christi, que me explicó
el famoso teólogo padre Zapelena en la universidad Gregoriana. Fue
entonces cuando mejor comprendí la magnitud de esta figura egregia,
que aparece con tanto relieve en el horizonte de la
cristiandad hacia la mitad del siglo III. San Cipriano me
enseñó a amar más a la Iglesia y al Romano
Pontífice y a mejor comprender la grandeza del Papado. Esta
misma lección quiero yo que aprenda el lector de estas
líneas dedicadas al santo de hoy.
"Cipriano, nacido en Africa,
primero enseñó la retórica con grande gloria; luego se hizo
cristiano por consejo del presbítero Cecilio, de quien tomó el
nombre, y empleó todos sus bienes en socorrer a los
pobres. Poco tiempo después recibió la ordenación de presbítero y
luego fue constituido obispo de Cartago. Sería por demás superfluo
ponerme a dar una muestra de su ingenio, siendo así
que sus escritos resplandecen más que el sol. Padeció martirio
bajo los emperadores Valeriano y Galieno, en la octava persecución,
el mismo día, bien que no el mismo año, que
Cornelio en Roma."
Esta es la estupenda fotografía que nos
ha dejado de Cipriano el maestro Jerónimo en su catálogo
de varones ilustres. La he copiado íntegra del breviario romano
porque su sencillez y su enjundia son más expresivas que
todas las páginas que yo pueda escribir. Para erudición y
explicación no haré ahora más que apilar sobre las palabras
de San Jerónimo algunos otros datos históricos.
Cipriano, además de
Cecilio, se llamaba Tascio. Su lugar de nacimiento hay que
colocarlo en el norte de Africa, quizá en la misma
Cartago, y su fecha en los primeros años del siglo
III. Eran sus padres paganos adinerados y le procuraron una
buena formación literaria. En su juventud y mientras enseñaba retórica,
los vicios del paganismo ensuciaron su vida. Pero un día
la luz de la fe y de la gracia que
Cecilio le llevó transformó totalmente el rumbo de su existencia,
Convertido al cristianismo, empezó una nueva vida, siendo ya de
catecúmeno ejemplarísimo en la práctica de la austeridad, la continencia
y la caridad. Poco después del bautismo entró en las
filas del clero, entregando a la Iglesia el propio patrimonio.
Su elección episcopal a la distinguida sede cartaginense hay que
ponerla en el año 248 ó 249. Para tan alto
cargo jerárquico fue designado (no constituido) por aclamación popular, o
sea "democráticamente", según la costumbre de entonces. Y como en
todo buen acto democrático, también en éste hubo su oposición
organizada. A la elección episcopal de Cipriano se oponía el
partido "lapsista" del clero, encabezado por el sacerdote Novato y
por un seglar rico cuyo nombre era Felicísimo. Después, durante
su gobierno episcopal, el pastor cartaginés tuvo que enfrentarse fuertemente
contra este partido en la cuestión de los "lapsi" y
"libeláticos".
Se llamaban libeláticos a los cristianos que para librarse
de la persecución se procuraban un libellus de apostasía, es
decir, un certificado de haber sacrificado a los dioses, sin
haberlo hecho en realidad. Pasada la persecución, éstos, lo mismo
que los apóstatas, pedían de nuevo ser admitidos en la
comunidad cristiana, Para ello se procuraban también de los confesores
que habían padecido cárceles y sufrimientos por la fe billetes
de paz (libelli pacis), con los cuales debían ser dispensados
de la penitencia pública. Esto representaba un verdadero abuso, fomentado
por Novato y Felicísimo. Cipriano mantuvo firme su autoridad episcopal
frente a los confesores e hizo prevalecer su opinión. Para
ello reunió en el año 252 un sínodo en Cartago
y tomó medidas rigurosas, que consistían en distinguir entre los
que habían sacrificado a los ídolos —a los que se
impuso penitencia perpetua, admitiéndoles a la reconciliación sólo a la
hora de la muerte— y los libeláticos, a los cuales
podía admitirse a la comunión después de un período de
prueba. Novato y Felicísimo se declararon en rebeldía frente a
estas decisiones e iniciaron un cisma local. Luego, los cismáticos
o laxistas de Cartago encontraron apoyo precisamente en la fracción
contraria, es decir, en los extremadamente rigoristas del clero romano,
partido encabezado por Novaciano, el cual defendía que en ningún
caso había que perdonar a los lapsos. Novaciano logró en
Roma hacerse elegir antipapa contra Cornelio, produciendo un cisma que
tuvo cierta difusión y duración. En Africa, el obispo cartaginés
combatió enérgicamente este movimiento, sosteniendo la elección de Cornelio.
Cipriano
rigió la iglesia de Cartago hasta el año 257. Su
período pastoral se vio agitado por las persecuciones contra los
cristianos, que tuvieron lugar en aquella mitad del siglo. Así,
desde el año 250 hasta la primavera del 51, con
motivo de la persecución de Decio, el intrépido obispo cartaginés
tuvo que estar escondido para no privar a su grey
de un guía entonces necesario más que nunca. De esa
manera, desde su oculto retiro, no lejano de la sede,
gobernó a sus fieles por medio de una intensa actividad
epistolar. Pasado el huracán, pudo regresar a su ciudad y
allí derrochó su vitalidad y sus energías apostólicas hasta que
vino la famosa persecución de Valeriano.
El 30 de agosto
de 257 el obispo es llevado al pretorio de Cartago
ante el procónsul Aspasio Paterno. Este le hizo la pregunta
de ritual: "Los sacratísimos emperadores se han servido escribirme con
orden de que a quienes no profesan la religión de
los romanos se les obligue a guardar sus ceremonias. Quiero
saber si eres de ese número. ¿Qué me respondes?" Cipriano
confiesa entonces abiertamente su fe: "Soy cristiano y obispo; no
conozco más dioses que uno solo, el verdadero Dios, que
crió los cielos, la tierra, el mar y cuanto en
ellos hay. A este Dios adoramos los cristianos y noche
y día rogamos por nosotros mismos, por todos los hombres
y también por la "salud" de los emperadores". A este
valiente testimonio responde el procónsul con la orden de destierro.
Cipriano se ve obligado a salir para Curubi. Allí permanece
una temporada hasta que un nuevo procónsul sucede a Paterno.
Es Galerio Máximo. Este ordena a Cipriano que se presente
en Utica, residencia del magistrado romano; pero el obispo se
niega a esto porque quiere morir en medio de su
pueblo. Regresa a Cartago y el procónsul, después de oír
nuevamente la solemne confesión de fe hecha por el imperturbable
obispo el 13 de septiembre, le condena a muerte. A
la sentencia proconsular el futuro mártir da por toda respuesta
un cordialísimo Deo gratias. Luego, antes de su ejecución, dando
muestras de la generosidad en la que tanto se había
distinguido toda su vida, ordenó que se diesen 25 monedas
de oro a su verdugo. El día 14 Cipriano fue
decapitado delante de una inmensa multitud de fieles, que pudieron
admirar el ejemplo del santo mártir y que luego lloraron
su muerte y esclarecieron su memoria. Fue Cipriano, según afirma
Poncio, el primer obispo que, después de los apóstoles, tiñó
el Africa con su sangre. Buen patrón podría encontrar en
este insigne santo africano ese continente que ahora se abre
cada vez más a la luz del Evangelio.
Bonitamente anota
San Jerónimo que Cipriano fue martirizado el mismo día, aunque
no el mismo año, que el papa Cornelio. Este murió
en el 252, después de haber sido desterrado a Centocelle,
donde precisamente recibió de Cipriano cartas de consolación. Ahora la
Iglesia nos presenta a los dos santos mártires unidos por
la misma fiesta en la liturgia del día 16 de
septiembre. Buena compañía para el obispo Cipriano la de este
Papa, a quien él conoció. Otro detalle que me gusta,
cuando considero a San Cipriano entre los santos que se
han distinguido por su romanidad.
Quizá alguien proteste porque insisto
en poner a Cipriano la etiqueta de "Santo de la
romanidad". Es cierto que son muchos los santos a quienes
se les puede catalogar dentro de esta línea, pero quizá
—dirá el arguyente— a Cipriano no, porque en realidad la
historia duda de si fue o no algún tiempo cismático
o poco menos. No podemos soslayar este aspecto o este
punto obscuro de la vida de Cipriano. Es una cuestión
controvertida por historiadores y teólogos y no voy a resolverla
aquí, ni siquiera a tratarla con una amplitud que no
es propia de este lugar.
El llamado "problema cipriánico", que
aparece en el tratado de teología fundamental, se puede resumir
en estos términos: Después de la persecución de Decio, en
los años que siguieron al 251, la iglesia de Cartago
llegó a adquirir un extraordinario esplendor. Cada año Cipriano convocaba
un sínodo en su sede residencial y su influencia sobre
otros obispos se notaba cada vez más, hasta el punto
de que, como dice el padre Hertling, Cipriano no siempre
se daba cuenta de que Dios le había consagrado obispo
de Cartago y no obispo de toda la Iglesia.
Esta
preponderancia manifiesta llevó al fogoso y ardiente obispo de Cartago
a tener algunos conflictos con el Papa. Cipriano tuvo ya
algún roce con el pontífice Cornelio en ocasión de la
elección de éste a la Sede de Roma.
Sin embargo,
el problema está en las relaciones del obispo cartaginés con
el papa Esteban —año 254-257—. Ya estas relaciones aparecen enturbiadas
en el episodio de los obispos españoles Basílides de Astorga
y Marcial de Mérida. Estos dos obispos, depuestos como libeláticos,
apelaron a Roma y el papa Esteban, creyendo en su
inocencia, ordenó que fueran restablecidos en sus diócesis, cuando ya
éstas habían sido ocupadas por los nuevos obispos Félix y
Sabino. Entonces las comunidades españolas, no satisfechas de la solución
de Esteban, recurrieron a San Cipriano, que gozaba de grandísima
autoridad. Este reunió un sínodo en Cartago, que confirmó la
deposición de Basílides y Marcial, poniéndose así en abierta contradicción
con el Papa.
No sabemos hasta qué punto tuvo relación
este hecho con la gran controversia que desunió a Cipriano
del papa Esteban. La controversia versaba sobre si había que
rebautizar o no a los herejes que se convertían. El
obispo cartaginés defendía que era inválido el bautismo conferido fuera
de la Iglesia católica y que, por lo tanto, los
conversos debían ser rebautizados. Para estudiar este asunto Cipriano celebró
en Cartago diversos sínodos, al último de los cuales asistieron
87 obispos. Los Padres conciliares proclamaron repetidas veces el principio
defendido por Cipriano, aprobando la práctica que se seguía en
Africa sobre el particular y enviando emisarios a Roma para
dar cuenta a Esteban de las decisiones sinodales. Pero el
Papa estaba por la sentencia contraria, que es la que
hoy se defiende en la Iglesia, dado que la gracia
del sacramento viene directamente de Cristo, no del ministro, y
por lo tanto el bautismo, como todo sacramento, produce su
efecto por sí mismo, independientemente del estado del que lo
confiere.
Esteban acogió mal a los emisarios de Cipriano y
mandó decir a éste que siguiese la tradición romana, prohibiendo
la repetición del bautismo administrado por los herejes y amenazando
con romper la comunión eclesiástica con Cartago. Cipriano, en contra
de la decisión del Papa, siguió defendiendo y practicando su
doctrina y el resultado fue que de hecho quedó interrumpida
la comunicación entre Roma y Cartago. Parece bastante claro que
Cipriano quedó objetivamente en situación de cismático. ¿Lo fue subjetivamente?
Tal vez —anota el padre Hertling, mi profesor de historia
eclesiástica en la universidad Gregoriana—, Cipriano no consideraba como definitiva
la difícil situación que se había creado con la decisión
de Esteban. Con todo, dado el fogoso e irreductible carácter
del obispo cartaginés, no sabemos qué sesgo hubiesen tomado las
cosas si la Providencia no hubiera intervenido zanjando de hecho
la cuestión. Por fortuna para Cipriano —dice el padre Hertling—,
el papa Esteban murió —año 257— y el sucesor de
éste, Sixto II, de carácter conciliador, entabló de nuevo la
comunión con el obispo Cipriano y la iglesia cartaginense. Poco
después el intrépido obispo se encontró con la palma del
martirio.
Como se ve por esta semblanza, Cipriano era una
"figura potente" y de una personalidad arrolladora. Resultó un gran
pastor de almas, generoso en extremo y lleno de incontenible
celo, hasta el punto de que su ansia más ardiente
era mostrar a todos los hombres el camino de la
salud eterna. Sus afanes apostólicos eran tan grandes que no
podían contenerse en los límites de su cristiandad cartaginense, ni
siquiera en las fronteras africanas. Manejó la pluma con la
destreza periodística de un San Pablo, y con su palabra
escrita predicó en todas las iglesias de su tiempo y
ha seguido predicando a través de la historia hasta nuestros
días. Por sus ideas supo luchar intrépidamente, como debe lucharse
cuando se está convencido de la verdad. Fue un gran
maestro, un intelectual o, como se dice técnicamente, un Padre
de la Iglesia y su fe fue tan profunda, tan
viva y tan sólida, que por querer ser consecuente con
sus ideas lo fue hasta el extremo desdichado —y aquí
está el lado desfavorable de su personalidad episcopal y apostólica—
de poner en serio peligro su comunión con Roma. Sin
embargo, no se puede negar que esto fue extremadamente paradójico
en su vida, porque Cipriano, pese a los errores que
haya podido tener en la práctica, ha defendido, como el
que más, el amor a la Iglesia Romana y el
Primado de Pedro y sus sucesores. Por eso, los teólogos
le consideran como uno de los principales doctores antiguos que
hay que citar en defensa del Primado Romano. Yo considero
y llamo a San Cipriano apóstol y maestro de la
romanidad, porque su doctrina contiene un mensaje nítido y entusiasta
en esta línea estupenda de amor a la Iglesia y
al Vicario de Cristo.
En las magníficas obras de este
insigne doctor africano —cartas y tratados—, que son espejo purísimo
de su pensamiento, de sus preocupaciones y de su incansable
acción pastoral, podríamos espigar multitud de frases que nos darían
el ideario del Santo. Contentémonos con reproducir, para terminar, algunas
ideas del más hermoso de los opúsculos escritos por San
Cipriano, el De Catholicae Ecclesiae unitate: No puede tener a
Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por
Madre. Hemos de temer más las insidias contra la unidad
de la Iglesia que la misma persecución. La Iglesia permaneciendo
unida se extiende hasta abrazar la multitud de los hombres,
como una única luz de muchos rayos, un único árbol
de innumerables ramas, una única fuente con multitud de chorros.
Atenta contra la unidad quien no guarda la concordia. La
Iglesia está constituida sobre los obispos puestos por Dios para
gobernarla. El episcopado tiene el centro de su unión en
la cátedra de Pedro y de sus sucesores. Roma es
la Iglesia príncipe, donde está la fuente de la unidad
sacerdotal.
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SAN CIPRIANO,
Obispo y Mártir
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San Cipriano desempeñó un papel importante
en la historia de la Iglesia y en el desarrollo del pensamiento cristiano en África.
Convertido al cristianismo en edad adulta, el santo dedicó todos sus esfuerzos
a mantener viva la fe de la Iglesia tras ser decretada un violenta persecución
contra los cristianos.
Fue desterrado a Curubis por varios años,
hasta que el pro-cónsul Máximo ordenó su regreso para quecompareciera
ante él. Trató de obligarlo a desistir de su fe, pero el Obispo
se mantuvo firme, por lo que fue decapitado
en Cartago el 14 de
septiembre del año 258. Cuando se le avisó que había sido condenado a muerte,
respondió: "¡Alabado sea Dios!" y dio 25 monedas de oro al verdugo que debía cortarle la cabeza.
MEDITACIÓN SOBRE
TRES PENSAMIENTOS DE SAN CIPRIANO
I. ¿No es acaso gran locura, dice este gran
santo, amar esta vida en la que tanto se sufre, y huir de
la muerte que debe libramos de todos nuestros males? Cristiano, tú crees
en el paraíso; ¿Por qué, pues,
te adhieres a esta vida que te mantiene alejado de él? ¿Por qué temes la
muerte que pone fin a tus penas y da comienzo a tu felicidad? ¿Si
tuvieses fe viva, tendrías acaso estos sentimientos?
¡Qué locura es amar las aflicciones, las penas y las lágrimas del mundo, y no tender hacia una felicidad que no puede
sernos arrebatada! (San Cipriano).
II. ¿Por qué amas el mundo con sus placeres y honores?
Si tú no escuchas sus máximas, si no sigues sus ejemplos, él te
desprecia y maltrata; si haces su voluntad, se convierte en tu amigo, te
halaga, te
acaricia, pero no lo hace sino para perderte con más seguridad. ¿Por
qué, pues, amar a tu enemigo? ¿Por qué amarlo, cuando sabes que tu
complacencia jamás lo satisfará, y sus placeres jamás te harán feliz?
III. ¿Por qué no amas a Jesucristo? Él te amó cuando aún eras su enemigo;
murió por ti en una cruz; te promete el cielo en recompensa de tu amor. y sin embargo, en vez de amarlo, lo ofendes
todos los días; te pones de parte del demonio su adversario. ¿Qué te ha hecho Jesucristo para que lo trates tan cruelmente? Puesto que el mundo te detesta, ¿por qué amas al que te odia? ¿Por qué más bien no amas a quien te redimi6? (San Cipriano).
El desprecio del mundo - Orad
por los que están en pecado mortal.
ORACIÓN
Haced, os lo rogamos, Señor, que la solemnidad de los
bienaventurados mártires y pontífices santos Cornelio y Cipriano nos
haga experimentar los efectos de su protecci6n, y que su gloriosa
intercesi6n nos haga agradables ante vuestra divina Majestad. Por
J. C. N. S. Amén.
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