Monje Eremita
Martirologio Romano: En Roma, san Simón, monje, antes conde
de Crespy, en Francia, que, renunciando a la patria, al
matrimonio y a todo, eligió la vida monástica y después
la eremítica en las montañas del Jura, y reclamado muchas
veces como legado de paz para conciliación entre príncipes, murió
finalmente en Roma, siendo sepultado en la Urbe, en la
basílica de San Pedro (1082).
Simón, conde de Crépy, en la región de Valois, estaba
emparentado con Matilde, la esposa de Guillermo el Conquistador, y
se educó en la corte de ese rey. Gozaba de
la confianza y los favores de Guillermo, quien le llevó
consigo a las campañas contra Felipe I de Francia para
arrojarlo de las tierras de Normandía. Se dice que al
término de aquella guerra, el padre de Simón murió en
la localidad de Montdidier y éste se propuso transportar el
cadáver hasta las tierras de Crépy para sepultarlo; y sucedió
que en el largo trayecto el cuerpo del conde entró
en descomposición y su hijo, después de velarlo toda la
noche en solitaria meditación sobre lo transitorio de esta vida,
sepultó los restos en el campo y regresó a la
corte decidido a hacerse monje. Asimismo se afirma que acabó
por convencer a su prometida, la hija de Hildeberto, conde
de Auvernia, para que ingresara a un convento y así,
un buen día, los dos novios huyeron juntos de la
corte, pero no para casarse, como lo pensaban todos los
cortesanos, sino para entregarse a la vida del claustro. La
joven quedó a buen resguardo con las monjas, pero cuando
Simón se dirigía a otro monasterio para hacer lo propio,
fue alcanzado por los enviados del rey, quienes le llevaron
de nuevo a la corte. Ahí Guillermo el Conquistador le
reveló al noble joven que deseaba casarlo con su propia
hija Adela. Simón no se atrevió a rechazar directamente los
ofrecimientos de su real benefactor, pero trató de demorar la
boda y partió en viaje a Roma con el pretexto
de averiguar en la Santa Sede si su proyectado matrimonio
era legal en vista de que la hija del rey
era su pariente. Pero ni siquiera llegó a la mitad
del camino, porque a su arribo a la ciudad de
Condal, en el Jura, se hospedó en la abadía de
Saint-Claud, ahí tomó el hábito y no lo abandonó jamás.
Lo mismo que a muchos otros monjes pertenecientes
a la nobleza, los superiores y los familiares de Simón
insistieron para que emplease su influencia en arreglar discordias y
restablecer los derechos. San Hugo de Cluny le envió ante
el rey de Francia para que recuperase unas tierras que
habían sido quitadas al monasterio y, asimismo, intervino activamente para
obtener la reconciliación entre Guillermo el Conquistador y sus hijos.
Cuando el Papa San Gregorio VII, en conflicto con el
emperador, decidió concertar un acuerdo con Roberto Guiscard y sus
normandos que ocupaban parte del territorio de Italia, mandó llamar
a San Simón para que le ayudase en las negociaciones.
Estas concluyeron felizmente en la ciudad de Aquino, en 1080
y, desde entonces, el Papa conservó a su lado a
Simón. Este murió en Roma y recibió los últimos sacramentos
de manos del propio San Gregorio. ¡Felicidades a quienes lleven este
nombre!
30 de septiembre
SAN SIMÓN CONDE de CRÉPY,
Monje(1082 d.C.)
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Simón, conde de Crépy, en la región de Valois, estaba
emparentado con Matilde, la esposa de Guillermo el Conquistador, y se educó en
la corte de ese rey. Gozaba de la confianza y los favores de Guillermo, quien le
llevó consigo a las campañas contra Felipe I de Francia para arrojarlo de las
tierras de Normandía. Se dice que al término de aquella guerra, el padre de
Simón murió en la localidad de Montdidier y éste se propuso transportar
el cadáver hasta las tierras de Crépy para sepultarlo; y sucedió que en el
largo trayecto el cuerpo del conde entró en descomposición y su hijo, después
de velarlo toda la noche en solitaria meditación sobre lo transitorio de esta
vida, sepultó los restos en el campo y regresó a la corte decidido a hacerse
monje. Asimismo se afirma que acabó por convencer a su prometida, la hija de
Hildeberto, conde de Auvernia, para que ingresara a un convento y así, un buen
día, los dos novios huyeron juntos de la
corte, pero no para casarse, como lo pensaban todos los cortesanos, sino para
entregarse a la vida del claustro. La joven quedó a buen resguardo con las
monjas, pero cuando Simón se dirigía a otro monasterio para hacer lo propio,
fue alcanzado por los enviados del rey,
quienes le llevaron de nuevo a la corte. Ahí Guillermo el Conquistador le reveló
al noble joven que deseaba casarlo con su propia hija Adela. Simón no se atrevió
a rechazar directamente los ofrecimientos de su real benefactor, pero trató de
demorar la boda y partió en viaje a Roma con el pretexto de averiguar en la
Santa Sede si su proyectado matrimonio era legal en vista de que la hija del rey
era su pariente. Pero ni siquiera llegó a la mitad del camino, porque a su
arribo a la ciudad de Condal, en el Jura, se
hospedó en la abadía de Saint-Claud, ahí tomó el hábito y no lo abandonó
jamás.
Lo mismo que a muchos otros monjes pertenecientes a la
nobleza, los superiores y los familiares de Simón insistieron para que emplease
su influencia en arreglar discordias y restablecer los derechos. San Hugo de
Cluny le envió ante el rey de Francia para que recuperase unas tierras que habían
sido quitadas al monasterio y, asimismo, intervino activamente para obtener la
reconciliación entre Guillermo el Conquistador y sus hijos. Cuando el
Papa San Gregorio VII, en conflicto con el
emperador, decidió concertar un acuerdo con Roberto Guiscard y sus
normandos
que ocupaban parte del territorio de Italia, mandó llamar a San Simón
para que
le ayudase en las negociaciones. Estas concluyeron felizmente en la
ciudad de Aquino, en 1080 y, desde entonces, el Papa conservó a su lado a
Simón. Este
murió en Roma y recibió los últimos sacramentos de manos del propio San
Gregorio.
Varios contemporáneos de Simón escribieron
sobre él en tono laudatorio. El Papa Urbano II compuso un elogioso epitafio
para su tumba y Guibert de Nogent, quien tan acerbamente denunció las
corrupciones de su época, escribió entusiasmado sobre el buen ejemplo que dio
Simón. Este y muchos otros testimonios fueron coleccionados en Acta
Sanctorum, sept. vol. VIII, junto con una biografía anónima, pero que
seguramente fue escrita poco tiempo después de la muerte del personaje. Ver
también a G. Corblet, en Hagiographie d´Amiens, vol. III, pp. 491-519.
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