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Gedeon, Santo |
Juez de Israel
Martirologio Romano: Conmemoración de san Gedeón, de la
tribu de Manasés, juez en Israel (Jc, 6, 37), que
recibió del Señor el signo del rocío, que descendía a
un vellón de lana, como fortaleza de Dios, librando al
pueblo de Israel de sus enemigos, después de destruir el
altar de Baal.
Etimología: Gedeón = valentón. Viene de la lengua
hebrea.
Los episodios de sagrado libro de los
Jueces, "cuando no había rey en Israel y cada cual
obraba conforme a su albedrío", parecen todos calcados sobre este
sencillo esquema: Pecaba Israel y le castigaba Dios; Israel se
arrepentía y Dios le perdonaba, levantando el castigo. El pecado
era la idolatría, y el castigo, la opresión de Israel
por las gentes de Canaán y sus alrededores. Movido, al
fin, el Señor por la penitencia de su pueblo elegido,
"le proporcionaba libertadores -llamados jueces- que le sacasen de las
manos de sus opresores y le librasen de tan dura
servidumbre". Uno de tales jueces o libertadores,
a continuación de Barac y Débora la profetisa, allá por
los años de 1240 antes de la era cristiana -sin
que la fecha pueda tenerse por rigurosamente exacta-, fue Gedeón,
hijo de Joás, de la familia (clan, dicen los modernos)
o tronco de Abiezer, de la tribu de Manasés. Acomodada
primero esta familia en la región de Galaad (hoy el
reino hachemita de Jordania) al otro lado del Jordán, emigró
después, y pasando el río, vino a residir en Efra
u Ofra (hoy Et-Taiyibe), a unos doce kilómetros de Beisán,
muy cerca de Naím y Endor, al lado del monte
llamado Pequeño Hermón.
En Efra, donde su solar
paterno era uno de los principales, si no el principal,
nació Gedeón, que significa "cortador". Llamósele también Yerubbaal, Yerubbescheth y
Yerubboscheth, como destructor del ídolo ignominioso de Baal y cortador
de su bosque. San Agustín y Procopio de Gaza insinúan
que fue jiliarjos = capitán o jefe de mil soldados,
fundándose en la palabra hebrea "elef" que, sin embargo, en
este caso no significa millar sino familia, o estirpe.
Vimos al principio la situación tan lamentable social, política
y religiosa del pueblo hebreo en tiempo de Gedeón. No
era mejor la exterior, muy semejante a la que hoy
atraviesa el nuevo Estado de Israel cercado por todas partes
de naciones árabes que le odian a muerte y, si
posible les fuera, le borrarían del mapa. "Pecaron nuevamente —dice
el sagrado texto— los hijos de Israel delante del Señor,
el cual los entregó en manos de los madianitas por
siete años; quienes de tal manera los oprimieron, que los
israelitas se vieron obligados a poner su morada en las
grutas naturales de los montes, en cuevas artificiales y hasta
en ruinas de antiguos castillos."
El hecho central
y culminante de la historia de Gedeón es precisamente la
victoria conseguida contra estos madianitas por un medio del todo
inadecuado para tan resonante y decisivo triunfo militar. Sabido es
cómo en la Edad Media había entre nuestras villas y
ciudades comunidad de pastos, que permitían apacentar los rebaños mucho
más lejos del propio territorio o jurisdicción municipal; cosa parecida
ocurre hoy entre las tribus beduinas, a ratos nómadas, del
Oriente; el terreno de cada clan es inviolable y se
guardarán muy bien de penetrar los demás en él en
plan de dominio; otra cosa es, sin embargo, tratándose del
pastoreo, pues se mezclan unas tribus con otras, aunque a
veces se sirvan de este derecho para invadir en son
de guerra el ajeno territorio.
Las tribus nómadas
contemporáneas y vecinas de Gedeón, so pretexto de apacentar los
rebaños, pasaron el río Jordán y en plan de conquista
acamparon en la planicie de Jezrael (hoy Zerajin) en la
extremidad oriental de la extensa y rica llanura de Esdrelón.
Planeóse el ataque colocándose Madián al norte, Amalec al sur
y los "Beni Qedem" = Hijos del Oriente, agrupación de
diversas tribus nómadas, al este. Del número e importancia de
esta invasión nos persuaden estos datos bíblicos: "Cuando venía la
sementera, se presentaban los madianitas, los amalecitas y otros pueblos
orientales... y no dejaban a los israelitas nada de lo
necesario para la vida, ni ovejas, ni bueyes, ni asnos,
desolándolo todo por donde pasaban... Es de advertir que las
tiendas de campaña henchían el valle de Jezrael como espesa
plaga de langostas y sus camellos eran innumerables como las
arenas de las orillas del mar". Dos reyes, Zebee y
Salmana, y dos príncipes, Orez y Zeb, capitaneaban aquel ejército
que, a juzgar por las cifras bíblicas, se componía de
135.000 hombres. Era ya el séptimo año de invasión.
Obediente Gedeón a la voz de Dios convocó a
toda la cognación de Abiezer y a las tribus de
Israel que tenía más cerca. Resonó en los montes el
clarín de guerra y los emisarios esparcidos por todas partes
intimaron órdenes de concentración. Reuniéronse 32.000 hombres de Manasés, Aser,
Zabulón y Neftalí. Hubo Gedeón, indudablemente, de justificar su jefatura
recordando primero la reprensión general hecha en nombre de Dios
por aquel "varón profeta", que aparece sin saber dónde, ni
cuándo; refiriendo después la visita del "ángel del Señor" que
le ordenó ponerse al frente del ejército y probó su
misión quemando con su báculo (presentóse como caminante) la oblación
preparada; participando, finalmente, la íntima y continua comunicación con la
que Dios le favorecía, mandándole destruir el altar de Baal,
accediendo a la prueba del rocío y el vellocino, y
revelándole la victoria por el diálogo de los centinelas madianitas
escuchado por Gedeón y su criado Fara.
Nuevamente
habló Dios a Gedeón para decirle que no quería que
Israel le disputase la gloria del triunfo a causa del
número, y así, hecha la primera prueba, abandonaron las filas
12.000 soldados, practicada la segunda, consistente en el modo de
beber (en pie o arrodillados) en la fuente de Harad
(hoy Ain-Djalud, en la montaña de Gelboé), quedaron sólo 300,
quienes en tres grupos y armados de bocinas en la
diestra y de ollas con teas encendidas dentro en la
izquierda, irrumpieron de noche por tres sitios diferentes en el
campamento y rompiendo las vasijas, sonando las trompetas y gritando:
"Espada del Señor y de Gedeón", sembraron la confusión entre
los orientales, haciendo que se matasen unos a otros y
huyendo los demás. Cortando a éstos los de Efraím el
paso del Jordán, completaron la gesta.
Disfrutó Israel
de paz cuarenta años y sirvió a Dios toda la
vida de Gedeón, quien murió y fue puesto en el
sepulcro de su padre Joás en Efra, a donde se
había retirado. Con el oro cogido al enemigo había fabricado
un efod, o monumento conmemorativo, causa ocasional de prevaricación de
Israel, después de su muerte, por lo que va Gedeón
envuelto en la acusación bíblica como causa remota, aunque involuntaria.
Respecto a la poligamia (tuvo 70 hijos de varias mujeres),
ni es caso único en los santos del Antiguo Testamento,
ni la ley evangélica estaba en vigor.
Completamos
esta biografía, proclamando la santidad de Gedeón. "Loados sean también
los Jueces, cada uno por su nombre -exclama el Eclesiástico-,
cuyo corazón no fue pervertido, porque no se apartaron del
Señor; a fin de que sea bendita su memoria y
reverdezcan sus huesos allí donde reposan y dure para siempre
su nombre y pase a sus hijos con la gloria
de aquellos santos varones".
"¿Y qué más diré
todavía? -añade San Pablo a los Hebreos-: El tiempo me
faltará, si me pongo a contar de Gedeón, de Barac,
de Sansón, de Jefté, de David, de Samuel y de
los Profetas; los cuales por la fe conquistaron reinos, ejercitaron
la justicia y alcanzaron las promesas."
La Iglesia,
en una epístola del Común de muchos Mártires, llama Santos
a los citados por el Apóstol en dicho texto y
ha colocado a Gedeón en el martirologio Romano al día
1 de septiembre, figurando su nombre en casi todos los
demás martirológios, dándosele en algunos el título de profeta.
Califícanle varios Santos Padres de varón justo, amado de
Dios, santo, santísimo y le presentan como figura o tipo
de Jesucristo.
Finalmente, aunque la frase que usa
la Sagrada Escritura para referirnos su muerte -"murió en buena
vejez"- signifique de suyo una edad avanzada, fundándose los exégetas
en que también se aplica a otros varones conspicuos (Abrahán,
David), la entienden asimismo de la salud, de la tranquilidad,
de la fama, de la autoridad, de los méritos y
virtudes, de la buena conciencia, de la amistad con Dios,
en una palabra, de la santidad.
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