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Fausto, Santo |
Abad y Obispo
Martirologio Romano: En Riez, de la Provenza, en
la Galia, san Fausto, obispo y antes abad de Lérins,
que, contra los arrianos, escribió sobre el Verbo Encarnado y
el Espíritu Santo consubstancial al Padre y al Hijo y
coeterno con ellos, siendo exiliado por el rey Eurico (post
485).
A menudo, se hacen
referencias a Fausto de Riez como al principal exponente y
el defensor de lo que ahora se conoce como el
semi-pelagianismo, pero con mayor frecuencia se olvida que fue un
hombre justo y santo, cuyo nombre aparece en varios martirologios
y cuya fiesta se observa en diversas iglesias del sur
de Francia. Nació en los primeros años del siglo quinto,
en las Islas Británicas, según afirman sus contemporáneos, San Avitio
y San Sidonio Apolinar, aunque más probablemente vino al mundo
en Bretaña. Se dice que inició su vida pública como
abogado, pero, si así fue, no duró mucho en el
ejercicio de la profesión, puesto que fue monje en Lérins,
antes de que San Honorato, el fundador de aquel monasterio,
lo abandonase, en el año de 426. Después de haber
sido ordenado sacerdote, pasó unos ocho años tranquilos y desprovistos
de acontecimientos en el monasterio y entonces fue elegido abad,
cuando San Máximo dejó vacante el puesto para hacerse cargo
de la sede episcopal de Riez. San Honorato y San
Sidonio no se quedan cortos cuando se trata de alabar
las virtudes y los méritos de Fausto, y San Sidonio
dice que su observancia de las reglas y su regularidad
eran semejantes a las de los padres del desierto y
que, además, tenía el don de la elocuencia y de
la improvisación. El mismo santo relata en una de sus
cartas cómo él mismo gritó entusiasmado durante uno de los
sermones de Fausto. En aquellos tiempos, los aplausos y aun
las aclamaciones en las iglesias, eran cosa corriente.
Así como había sucedido a San Máximo en el cargo
de abad del monasterio, le siguió en la sede episcopal
de Riez, después de haber gobernado a los monjes de
Lérins durante veinticinco años. En el panegírico que pronunció durante
los funerales de su predecesor, Fausto exclamó: "¡Lérins ha mandado
dos obispos a Riez sucesivamente! Del primero, se enorgullece; del
segundo se avergonzará." Por cierto que Lérins no tuvo de
qué avergonzarse. Fausto fue un obispo tan bueno y eficaz,
como antes había sido abad. Se esforzó por fundar nuevos
monasterios en toda la extensión de su diócesis; mantuvo siempre
las prácticas de mortificaciones y penitencias que acostumbraba en el
claustro, sin dejar por ello de cumplir escrupulosamente todos sus
deberes episcopales y sin cesar en su lucha por conservar
la pureza de la fe, por lo que siempre se
opuso vigorosamente al arrianismo y a los errores de Pelagio,
a quien llamaba "el pestilente maestro."
Cierto sacerdote
llamado Lúcido predicaba la doctrina herética que negaba a Dios
la voluntad de salvar a todos los hombres y afirmaba
que la salvación o la condenación dependen exclusivamente del juicio
de Dios, sin que cuenten para nada las acciones del
libre albedrío del hombre y sus méritos o perjuicios consecuentes.
Para tratar de las herejías del sacerdote Lucido, el obispo
convocó en 475, a dos sínodos en Arles, y en
el curso de los mismos el propio San Fausto convenció
a Lúcido para que se retractase de sus errores y
le indujo a que escribiese un tratado contra sus enseñanzas
para demostrar que eran "erróneas, blasfemas, heréticas, fatalistas y conducentes
a la inmoralidad." El obispo Fausto colaboró por su parte
con dos tratados sobre el libre albedrío y la gracia
para refutar tanto al pelagianismo como al predestinarianismo. Al escribir
estas obras, tuvo que abordar algunos puntos de vista de
San Agustín y, al hacerlo, se plegó al error semi-pelagiano
de que, si bien la gracia es necesaria para el
cumplimiento de las buenas obras, no lo es para emprenderlas.
San Fausto erró de buena fe y lo propio hizo
San Juan Casiano, pero, si bien fue violentamente atacado en
cuanto aparecieron sus libros, no se le condenó definitivamente sino
hasta la celebración del Concilio de Orange, en 529. Pero
sus actividades teológicas le crearon un enemigo más brutal en
otro terreno. Eurico, el rey de los visigodos arríanos, quien
tal vez recibió cierto respaldo político por parte de Fausto,
dominaba una buena parte del sur de las Galias. Ese
monarca se sintió ofendido por los ataques de Fausto contra
el arrianismo y, en consecuencia, el obispo fue expulsado de
su sede, alrededor del año 478, y tuvo que vivir
por fuerza en el exilio hasta la muerte de Eurico,
pocos años más tarde. Entonces regresó para continuar en el
gobierno de su grey hasta el día de su muerte,
que ocurrió cuando ya había cumplido los noventa años. Su
memoria fue muy venerada por parte del pueblo, y entre
los fieles de su grey costearon la construcción de una
basílica en su honor. San Fausto figura de manera prominente
entre el grupo de escritores que dio fama a Lérins,
y algunos de sus escritos, cartas y discursos, existen y
se leen todavía.
28 de septiembre SAN FAUSTO,
Obispo de Riez(493
d. C)
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A menudo, se hacen referencias a
Fausto de Riez como al principal exponente y el defensor
de lo que ahora se conoce como el semi-pelagianismo, pero con mayor frecuencia
se olvida que fue un hombre justo y santo, cuyo nombre aparece en varios
martirologios y cuya fiesta se observa en diversas iglesias del sur de Francia.
Nació en los primeros años del siglo
quinto, en las Islas Británicas, según afirman sus contemporáneos, San Avitio
y San Sidonio Apolinar, aunque más probablemente vino al mundo en Bretaña. Se
dice que inició su vida pública como abogado, pero, si así fue, no duró
mucho en el ejercicio de la profesión,
puesto que fue monje en Lérins, antes de que San Honorato, el fundador de aquel
monasterio, lo abandonase, en el año de 426. Después de haber sido ordenado
sacerdote, pasó unos ocho años tranquilos y desprovistos de acontecimientos
en el monasterio y entonces fue elegido abad, cuando San Máximo dejó vacante
el puesto para hacerse cargo de la sede episcopal de Riez. San Honorato y San
Sidonio no se quedan cortos cuando se trata de alabar las virtudes y los méritos
de Fausto, y San Sidonio dice que su
observancia de las reglas y su regularidad eran semejantes a las de los padres
del desierto y que, además, tenía el don de la elocuencia y de la improvisación.
El mismo santo relata en una de sus cartas cómo él mismo gritó entusiasmado
durante uno de los sermones de Fausto. En aquellos tiempos, los aplausos y aun
las aclamaciones en las iglesias, eran cosa corriente.
Así como había sucedido a San Máximo
en el cargo de abad del monasterio, le siguió en la sede episcopal de Riez,
después de haber gobernado a los monjes de Lérins durante veinticinco años.
En el panegírico que pronunció durante los funerales de su predecesor, Fausto
exclamó: "¡Lérins ha mandado dos obispos a Riez sucesivamente! Del
primero, se enorgullece; del segundo se avergonzará." Por cierto que Lérins
no tuvo de qué avergonzarse. Fausto fue un obispo tan bueno y eficaz, como
antes había sido abad. Se esforzó por fundar nuevos monasterios en toda la
extensión de su diócesis; mantuvo siempre las prácticas de mortificaciones
y penitencias que acostumbraba en el claustro, sin dejar por ello de cumplir
escrupulosamente todos sus deberes episcopales y sin cesar en su lucha por
conservar la pureza de la fe, por lo que siempre se opuso vigorosamente al
arrianismo y a los errores de Pelagio, a quien llamaba "el pestilente
maestro."
Cierto sacerdote llamado Lúcido
predicaba la doctrina herética que negaba a Dios la voluntad de salvar a todos
los hombres y afirmaba que la salvación o la condenación dependen
exclusivamente del juicio de Dios, sin que cuenten para nada las acciones del
libre albedrío del hombre y sus méritos o perjuicios consecuentes. Para tratar
de las herejías del sacerdote Lucido, el obispo convocó en 475, a dos sínodos
en Arles, y en el curso de los mismos el propio San
Fausto convenció a Lúcido para que se retractase de sus errores y le indujo a
que escribiese un tratado contra sus enseñanzas para demostrar que eran
"erróneas, blasfemas, heréticas, fatalistas y conducentes a la
inmoralidad." El obispo Fausto colaboró por su parte con dos tratados
sobre el libre albedrío y la gracia para refutar tanto al pelagianismo como al
predestinarianismo. Al escribir estas obras, tuvo que abordar algunos puntos de
vista de San Agustín y, al hacerlo, se plegó al error semi-pelagiano
de que, si bien la gracia es necesaria para el cumplimiento de las buenas obras,
no lo es para emprenderlas. San Fausto erró de buena fe y lo propio hizo San
Juan Casiano, pero, si bien fue violentamente atacado en cuanto aparecieron sus
libros, no se le condenó definitivamente
sino hasta la celebración del Concilio de Orange, en 529. Pero sus actividades
teológicas le crearon un enemigo más brutal en otro terreno. Eurico, el rey de
los visigodos arríanos, quien tal vez recibió cierto respaldo político por
parte de Fausto, dominaba una buena parte del sur de las Galias. Ese monarca se
sintió ofendido por los ataques de Fausto contra el arrianismo y, en
consecuencia, el obispo fue expulsado de su sede, alrededor del año 478, y tuvo
que vivir por fuerza en el exilio hasta la
muerte de Eurico, pocos años más tarde. Entonces regresó para continuar en el
gobierno de su grey hasta el día de su muerte, que ocurrió cuando ya había
cumplido los noventa años. Su memoria fue muy venerada por parte del pueblo, y
entre los fieles de su
grey costearon la construcción de una basílica en su honor. San Fausto figura
de manera prominente entre el grupo de escritores que dio fama a Lérins, y
algunos de sus escritos, cartas y discursos, existen y se leen todavía.
La vida y actividades de Fausto de Riez ocupan sesenta páginas
del Acta Sanctorum, sept. vol. VII. También hay una monografía de A.
Koch, Der hl.Faustas von Riez (1895). La edición de las obras de Fausto,
hecha por A. Engelbrecht para la Corpus Scriptorum de Viena, recibió críticas
adversas por parte de Dom G. Morin en la Revue Bénédictine, vol. IX (1892),
pp. 49-61, y vol. X (1893), pp. 62-78. Véase
además Zur Dogmengeschichte des Semipelagianismus (1899), pp. 47
y ss., de F. Worter, así como el DTC., vol. V, cc. 2101-2105.
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¡Felicidades a quien lleve este nombre!
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