Entre santos rusos, el más conocido e importante es sin
lugar a dudas, el monje San Sergio de Radonezh. En los primeros tiempos, los
grandes centros del monasticismo ruso se encontraban en las ciudades o cerca de
ellas, pero las invasiones de los tártaros en el siglo trece, que acabaron con
la civilización urbana en la región sur
del país, desquiciaron también, naturalmente, a los monasterios y su
funcionamiento. Muchos de ellos se mantuvieron en existencia, pero su actividad
se debilitó y degeneró, y los monjes que verdaderamente buscaban una vida más
perfecta, comenzaron a emigrar de los monasterios a la campiña,
sobre todo a las vastas soledades de los bosques del norte. A aquellos ermitaños
rurales se les llamó pustiniky, es decir, hombres de los bosques.
A San Sergio de Radonezh se le considera como el iniciador de aquel movimiento.
En realidad, la emigración de los monjes del sur, no fue más que la primera
etapa de un movimiento general que se realizó simultáneamente en varios lugares
y dio origen a gran número de nuevos centros de vida monástica. Pero como
quiera que haya sido, San Sergio descolló como el
personaje más distinguido de aquel período,
y muchos le consideran como la figura más brillante en el santoral
ruso. Y no sólo fue un buen monje, sino también un magnífico civilizador. La
imposición de la soberanía de los tártaros y las continuas oleadas de
invasiones, matanzas y saqueos (que se prolongaron durante un siglo, a partir de
1237) hundieron al pueblo ruso en las profundidades de la miseria y la
desmoralización. En aquel caos, un solo hombre, San Sergio, con las únicas
armas de su influencia y su ejemplo, logró algo magnífico: unificar al pueblo
ante el opresor, restablecer su respeto propio y su confianza en Dios. El
historiador Kluchevsky admite decididamente que los rusos deben su liberación a
la educación moral y a la influencia espiritual de Sergio de Radonezh.
Alrededor del año de 1315 vino al mundo este santo en el
seno de una noble familia que residía cerca de Rostov, y en la pila bautismal
recibió el nombre de Bartolomé. Entre los tres hijos varones del matrimonio,
Bartolomé parecía el menos inteligente y continuamente se le echaba en cara su
lentitud para aprender, lo cual le hacía sufrir mucho de manera que, cierto día
en que paseaba por el campo y se encontró con un monje que mantuvo una larga
charla con él, le propuso que le enseñara
a leer y escribir, con el propósito especial de estudiar la Biblia. Según nos
dicen los cronistas y los biógrafos, el monje le dio al niño a comer un trozo
de pan con sabor dulzón y, desde aquel momento, Bartolomé pudo leer y
escribir como una persona adulta y mucho mejor que sus hermanos.
Por aquel entonces, comenzaba a formarse y crecer el
principado de Moscú. Una de las primeras consecuencias de aquel crecimiento fue
la destrucción del poder y la influencia de Rostov; entre las víctimas de esa
política estuvieron los padres de Bartolomé, Cirilo y María. Aún no salía
de la infancia, cuando el resto de la familia tuvo que huir hasta encontrar
refugio en la pequeña aldea de Radonezh, ciento ochenta kilómetros al noroeste
de Moscú, donde los arruinados aristócratas
de Rostov, tuvieron que vivir de su trabajo, como campesinos. Así entró
Bartolomé en su juventud y, al ver que sus obligaciones se limitaban a cuidar
de sí mismo, puesto que sus hermanos se bastaban solos y ya no tenía
padres, decidió realizar el proyecto, largamente acariciado, de vivir en la
soledad. En 1335, abandonó su casa en compañía de su hermano Esteban, que
acababa de quedar viudo.
El lugar que eligieron para construir sus ermitas, era un
prado llamado Makovka, en un claro del bosque, a
varios kilómetros de distancia de cualquier sitio habitado. Ahí edificaron una
cabaña y una capilla con troncos de árboles y, a solicitud de los hermanos, el
metropolitano de Kiev envió un sacerdote para que bendijera la pequeña iglesia
y la dedicara a la Santísima Trinidad, una advocación que era muy rara en la
Rusia de aquel entonces. Poco tiempo después, Esteban se fue a vivir en un
monasterio de Moscú y, durante años, el solitario Bartolomé desapareció de
la vista de los hombres.
Sus biógrafos se refieren a aquel período desconocido y nos
hablan de terribles asaltos del demonio victoriosamente rechazados, de ataques
de fieras salvajes y hambrientas que fueron domesticadas con un signo, de
privaciones sin cuento y trabajo agotador, de noches enteras de plegaria y de un
constante progreso en el camino de la santidad. Todo lo que se cuenta de aquella
época, recuerda demasiado las experiencias de los primeros padres del desierto.
Sólo que hay una diferencia muy importante: nosotros,
en el occidente, asociamos las penurias de la vida eremítica con San Antonio y
otros santos de Egipto y Siria y, pensamos en seguida en las extensiones de
arena, en las rocas desnudas, el calor
sofocante y la falta de agua. Para Bartolomé o Sergio, como le llamaremos de
ahora en adelante, ya que cierto abad que le visitó en su ermita, le impuso la
tonsura y ese nombre, las penalidades eran de un tipo muy distinto: el hielo,
la nieve, las tempestades, las lluvias torrenciales y las manadas de lobos
hambrientos. La actitud de todos estos ermitaños
ante la naturaleza salvaje se ha vinculado con la de San Francisco de Asís. Así
como Pablo de Obnorsk se hizo amigo de las aves, Sergio domesticó a los osos y
llamaba "hermanos" al fuego y a la luz. Pero en lo físico,
había una enorme diferencia entre la figura de San Francisco y la de San Sergio
que, según se advierte en sus representaciones más antiguas, era un hombrazo
alto y fornido, de luenga barba y gesto rudo, como cualquier campesino ruso.
Como ha sucedido con muchos
otros personajes similares, llegó el momento en que la reputación de santidad
del ermitaño de Makovka se extendió por todas partes y comenzaron a reunirse
los discípulos en torno suyo. Cada uno construyó su propia choza, y así nació
el monasterio de la Santísima Trinidad.
Cuando fueron doce, y tras muchos ruegos, incluso los del obispo de la ciudad más
próxima, Sergio accedió a ser el abad que gobernase a aquella comunidad.
Recibió las órdenes sacerdotales en Pereyaslav Zalesky y ahí mismo ofició su
primera misa. "Hermanos," dijo durante su sermón, resumiendo un capítulo
entero de las reglas de San Benito, "orad por mí. Soy un hombre ignorante
y, si he recibido de lo alto el talento para ser sacerdote y abad, debo rendir
cuenta cabal de él y del rebaño que me ha
sido confiado."
El monasterio floreció rápidamente, no tanto en bienes
temporales como en los espirituales. Entre sus primeros reclutas figuró el
archimandrita de un monasterio de Smolensk. El claro del bosque fue ampliado; en
torno a las cabañas y la iglesia se construyeron otras casas; surgió una aldea
y, no obstante las protestas de Sergio, se abrió un camino real por donde
comenzaron a llegar los visitantes. En el curso de todas aquellas tareas, el
abad tenía siempre presente que él era el
primero entre sus iguales y, en todo momento, ya fuera en el trabajo o en la
iglesia, imponía el ejemplo de su asiduidad.
No tardó en presentarse el problema de elegir entre las dos
formas de vida monástica que se observaban en el oriente, para seguirlo en la
Santísima Trinidad. Hasta entonces, los monjes habían observado una norma
individual de "ermitaños en comunidad," donde cada uno tenía su
propia cabaña y labraba su propia porción de tierra. Sin embargo, San Sergio
estaba en favor de la vida en común cenobítica
y, en 1354, impuso la deseada reforma, debido en parte a una recomendación en
este sentido, por parte de Fileteas, el patriarca ecuménico de Constantinopla.
Por desgracia, aquella reforma ocasionó trastornos. Algunos de los monjes
descontentos con el cambio, manifestaron sus
protestas y, en su movimiento de rebelión, encontraron un jefe en la persona de
Esteban, el hermano de San Sergio, quien había dejado su monasterio de Moscú
para ingresar al de la Santísima Trinidad. El asunto llegó a mayores:
hubo incidentes penosos y discusiones desagradables hasta que, cierto sábado
después de las vísperas, para evitar mayores pendencias con su hermano, San
Sergio partió calladamente de su monasterio, con la intención de no volver
nunca, y fue a instalarse como ermitaño en
las riberas del Kerzhach, no lejos del monasterio de Makrish. No tardaron
en seguirle numerosos monjes de la Trinidad y, así
la casa original comenzó a degenerar hasta el extremo de que el metropolitano
Alexis de Moscú, envió a dos archimandritas con apremiantes mensajes a
San Sergio para que
retornara a hacerse cargo de su puesto de abad. Al cabo de muchos ruegos, Sergio
accedió y, luego de nombrar un abad para su nuevo establecimiento de Kerzhach,
reanudó sus funciones. Su ausencia había durado cuatro años, y los monjes
salieron a recibirle y le tributaron toda suerte de homenajes, "con tan
sincero regocijo, que todos le besaron las manos, muchos se postraron en tierra
para besarle los pies y otros besaron sus vestiduras."
Como había ocurrido con San Bernardo de Claraval dos siglos
antes y con muchos otros santos monjes de oriente y de occidente, antes y después,
acudieron a consultar a San Sergio los más encumbrados personajes de la Iglesia
y del Estado. Con frecuencia se le confiaron misiones
para gestionar la paz o para que fungiera como árbitro y, en más de una ocasión,
se hicieron vanos intentos a fin de convencerle a que aceptara el cargo de
primado de la Iglesia de Rusia. Fue por aquel entonces, entre los años 1367 y
1380, cuando se produjo el gran rompimiento
entre Dimitri Donskoi, príncipe de Moscú, y el khan Mamaí, jefe absoluto de
los tártaros. Dimitri se vio obligado a lanzar un desafío que, si fracasaba,
habría de acarrear a Rusia mayores catástrofes de cuantas había conocido a lo
largo de su historia. Antes de tomar cualquier decisión, el príncipe fue a
pedir consejo a San Sergio. Este bendijo a Dimitri y le advirtió: "Es
vuestro deber, señor, cuidar del rebaño que Dios ha confiado en vuestras
manos. ¡Adelante entonces contra los
herejes y conquistadlos en nombre del poder divino! ¡Dios permita que tornéis
con bien para dar a El toda la gloria de vuestra hazaña!"
De manera que el príncipe Dimitri partió a la guerra y se
llevó consigo a dos monjes de la Santísima Trinidad que habían sido soldados.
Cuando se enteró del enorme poder de su enemigo, volvió a titubear y se
hallaba a punto de devolverse y abandonar la empresa, cuando llegó un mensaje
de San Sergio con estas palabras: "No temáis, señor. Marchad armado de
confianza en vencer la ferocidad del
adversario. Dios estará a vuestro lado." Así, el 8 de septiembre de 1380,
se libró la batalla de Kulikovo que, para
Rusia, tuvo el mismo significado que tuvieron para Europa occidental, las
batallas de Tours o de Poitiers. Los tártaros fueron vencidos y huyeron en
desorden. "Y en aquel preciso instante," dicen las biografías, el
bendito Sergio, al frente de sus hermanos, oraba a Dios para pedirle la
victoria. Y, una hora después de que los herejes habían sido expulsados del
suelo de Rusia, a muchas leguas de
distancia, el abad anunció a los monjes la derrota del enemigo, porque San
Sergio era vidente."
De esta manera, San Sergio de Radonezh desempeñó un papel
decisivo al iniciarse el derrumbe del poder de los tártaros en Rusia. Desde
entonces, no se le dejó permanecer en paz en su monasterio y continuamente se
requerían sus servicios para misiones políticas o eclesiásticas; las
primeras, sobre todo para restablecer la paz y la concordia en las rivalidades
entre los príncipes rusos; las segundas,
particularmente en relación con la fundación de nuevos monasterios. Se afirma
que sus frecuentes viajes a través de enormes distancias los realizaba a pie.
Uno de los biógrafos habla en términos generales de los
"muchos milagros incomprensibles" que obró Sergio y sólo se detiene
en algunas de las maravillas, no sin advertir que el propio santo recomendaba
que se guardase silencio respecto a sus poderes sobrenaturales. Sin embargo,
hace un relato muy detallado, claro y convincente sobre una visión de la
Madre de Dios (una de las primeras apariciones de la Santísima Virgen de las
que se registran en la hagiografía rusa) que
se presentó ante Sergio y otro monje, acompañada por los apóstoles Pedro y
Juan, para asegurarle que su monasterio
florecería extraordinariamente en un futuro no muy lejano. La objetividad de
aquella visión, es característica de la hagiografía de Rusia, donde rara vez
ocurren los raptos o los éxtasis, pero en cambio, el Espíritu Santo desciende
sobre los elegidos y les permite ver auténticas apariciones, terrenales
o celestiales, ocultas a los ojos de los menos santos.
Seis meses antes de su muerte, San Sergio supo que el fin se
acercaba. Renunció a su cargo, nombró a un sucesor y, enfermo por primera vez
en su vida, permaneció recluido en su celda. "Cuando su alma estaba a
punto de abandonar el cuerpo, recibió el Cuerpo y la Sangre de Cristo,
sostenido en el lecho por los brazos de sus discípulos. Alzó sus manos al
cielo, se movieron sus labios para musitar una plegaria y entregó su espíritu
puro y santo en manos de su Señor, el 25 de septiembre de 1392, posiblemente a
la edad de setenta y ocho años."
De acuerdo con lo que dice el Dr. Zernov, es difícil definir
exactamente la razón por la cual se agrupó la gente en torno a San Sergio. No
era un predicador elocuente ni un hombre de gran saber y, a pesar de que se
registraron varias ocasiones en que algunas personas quedaron curadas por las
oraciones del santo, no se le puede describir como un curandero popular. Era, en
primer lugar, su personalidad lo que atraía a la
gente. Era el calor de su afectuosa atención, lo que le hacía indispensable
para los demás. Poseía esos dones que tan rara vez se encuentran en las
personas: una confianza ilimitada en Dios y en la bondad de los hombres, a quienes
nunca dejó de consolar y alentar." Lo mismo que otros muchos monjes, San
Sergio consideraba como parte de su vocación monástica el servicio activo y
directo para bien del prójimo. Por eso, el prójimo, tanto el noble como el
plebeyo, lo consideró siempre como un
maravilloso y poderoso médico del alma y del cuerpo, como un amigo de los que
sufren, como el que da de comer al hambriento, defiende al desamparado y da buen
consejo al que lo ha menester. Una de las características de aquellos monjes
del norte, era su amor por la pobreza
personal y común y por la soledad, en cuanto lo permitieran sus deberes
comunales y sus atenciones a los necesitados. Sergio instaba a sus hermanos a
"tener siempre presente el luminoso ejemplo de aquellos grandes monjes de
la antigüedad, verdaderos portadores de la
antorcha del cristianismo, que vivieron en este mundo como ángeles: Antonio,
Eutimio, Sabas... Los monarcas y las gentes del pueblo acudían a ellos; curaban
las enfermedades y ayudaban al necesitado; alimentaban al hambriento
y eran como el arcón de las viudas y los huérfanos."
El cuerpo de San Sergio fue sepultado en la iglesia mayor de
su monasterio, donde permaneció hasta la revolución de 1917. Los bolcheviques
clausuraron el monasterio, y las reliquias del santo fueron exhibidas en el
"museo antirreligioso" que se estableció ahí. En 1945 se autorizó a
los jefes de la Iglesia ortodoxa rusa a reabrir el monasterio, y los restos de
San Sergio volvieron a su sepultura. Los rusos mencionan a San Sergio de
Radonezh en los preparativos para la
consagración, en la liturgia eucarística.
Hay abundantísima literatura manuscrita sobre la vida de los
santos rusos. Los santos de la edad Media pertenecieron a tres escuelas
distintas: los de Kiev y Ucrania fueron los más antiguos y son, en su mayoría, "santos príncipes" y
"santos monjes." El monasterio de las Cuevas, en Kiev, pertenece a
este período, y fue ahí donde se produjo el primer paterik, o sea la
colección de vidas de santos en el distrito o la región que comprendía el
monasterio. Sin embargo, existen dos biografías sobre santos anteriores a la época
de los mongoles y que son de fecha mucho más antigua: la vida de San Teodoro y
la de San Abraham de Smolensk. Después de la conquista de los tártaros, surgió
una nueva "escuela"
hagiográfica en el norte, con su centro en Novgorod. Sus relatos se distinguen
por su brevedad y severidad de estilo. A menudo, no contienen más de lo que se
dice en el "himno" del oficio. A esta "escuela" se la conoce
como la del Norte. La tercera
escuela es la Central,que surgió en la comarca de Moscú, cuando la gran ciudad tuvo poder y, con un
estilo tan común en el occidente de la Edad Media, reviste con fantasías
algunos hechos concretos e inventa rasgos y anécdotas para edificación del
lector. En esta forma fueron coleccionadas las biografías en el siglo dieciséis,
en lo que se llamaCety Miney ("Menología
para leerse"). A pesar de que esos relatos fueron escritos a menudo por
contemporáneos y amigos de los personajes que tratan, los datos son, en general
convencionales y carentes de verdadera información personal e histórica (la
hagiografía rusa se ha comparado, con toda razón, a la iconografía de Rusia).
La mayoría de estos antiguos documentos fueron cuidadosamente estudiados,
impresos y editados durante el siglo diecinueve, pero como el trabajo fue hecho
en lengua rusa, es virtualmente desconocido fuera de las regiones donde se
hablan idiomas eslavos. Debe tenerse en cuenta que las contribuciones de
occidente a la hagiología rusa han sido mínimas. Es
lamentable que los padres bolandistas no hayan ampliado sus trabajos en la
hagiografía bizantina, un poco más al noreste. Las noticias sobre los santos
rusos en su Acta Sanctorum, vol.
XI de octubre, su Annus Ecclesiasticus greco-slavicus, fueron obra de
un sacerdote ruso, llamado Iván Martynov (muerto en 1894), y esos mismos han
sido sujetos a críticas desfavorables. Se tiene por mejor trabajo el del
anciano sacerdote L. Gotz, en su obra tituladaDas
kiewer Hohlenkloster ais Kulturcentrum des vormongolischen Russlands (1904).
Hasta ahora, en lo que a Sergio de Radonezh se refiere, tenemos su biografía,
escrita con detalles y sobriamente, aunque con cierto convencionalismo, por uno
de sus propios monjes, llamado Epifanio el Sabio. El escrito fue abreviado en el
siglo quince por un monje serbio, Pacomio, cuya versión circula todavía. En
inglés está escrita la obra de un autor ortodoxo, el Dr. Nicholas Zernov, Saint
Sergius, Builder of Russia (1939).
En ese libro se encuentra la traducción al inglés de la biografía de Pacomio
hecha por la señorita Adeline Delafeld. Todavía hay otra versión más
abreviada la de Helen Iswolsky, en Treasury of Russian
Spirituality de G. P. Fedotov.
Sobre los santos rusos en general, hay una serie de excelentes artículos de la
señora E. Behr-Siegel en Irenikon,vol.
XII, números 3 y 6, vol. XIII, números 1 y 3, vol. XIV, número 4 y vol. XV, número
6 (1935 a 1938). Las notas de este libro fueron tomadas de esos artículos. Además,
fueron publicados en un volumen de las Ediciones du Cerf en 1950, con el título
de Priere et Sainteté dans l´Église ruse. Ver también los artículos
de Arseniev en Der Christliche Oslen (1939),
los de Danzas en Rusie et Chrétienité, número 3 de 1937 y el Menologium
der Ortodox-Katholischen Kirche des Morgenlandes (1900),
de Alexis Maltsev. En La Russie et Uempire des Tsars, vol. III de
Leroy-Beaulieu, se encuentran algunos datos superficiales y confusos. Ver Aux,
Sources de la Píete Ruse, colección
Irenikon, vol. I, no. 2, 1927, para datos sobre los santos de Kiev.
La llamada Crónica de Néstor, a
la que se refiere a menudo la antigua historia eclesiástica rusa y que ahora se
conoce como Antigua Crónica Rusa (editada por H.
Cross en 1930) contiene el paterik de Kiev. En 1942 se publicó El Espíritu Religioso Ruso de
G. P. Fedotov, al mismo tiempo que su otra obra El Cristianismo en Kiev. Estas
obras sirven para consultas sobre San Abraham de Smolensk, Antonio y Teodosio
Pechersky, Boris y Gleb, Cirilo de Turov y Vladimiro; para los santos de la época anterior a los mongoles, se
pueden consultar las mismas obras. Al conocer los pormenores de hombres tan
espirituales y virtuosos como San Sergio y San Teodosio, se piensa en las
delicias que hubiese podido encontrar ahí Alban Butler, tan afecto a la "única
cosa necesaria: el amor;" pero evidentemente, Butler no había oído siquiera los nombres
de ninguno de ellos. A los únicos santos rusos a que se refiere, son Santos
Romano y David (Boris y Gleb), el 24 de julio. En sus escritos sobre ellos
menciona a Santa Olga, San Vl a dimir, San Antonio Pechersky, San Sergio y el venerado príncipe Alejandro Nevsky; pero
naturalmente las informaciones de Butler sobre los santos rusos eran muy
escasas. En 1953, se publicaron Essai sur la Sainteté en Russie de Fr.
Iván Kologrilov y Russische Heiligen-legenden, de
E. Benz.
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