“Las fuentes de la espiritualidad monástica (Capadocia
INTRODUCCIÓN
Son mujeres
que fueron al desierto para buscar mejor a Dios, descubrirle y amarle
más, para dedicarse a la ascesis y a la contemplación de los Misterios
divinos, por eso y merecen la misma atención que reciben los Padres del
Desierto.
Sus vidas, sus experiencias donde encontramos su doctrina espiritual son de gran valor y en nada son menores a la de los Padres.
Mujeres
fuertes que ya desde antiguo, complementan la visión “masculina” de la
teología con una rica experiencia “femenina” tan llena de valores y
matices nuevos. No pueden
ignorarse ni dejar encerradas sus palabras y vivencias que tanto pueden
decir hoy a nuestro mundo ardiendo de sed de Dios pero sin referentes y
perdido en un mundo secularizado que no le permite vislumbrar la Luz que le conduce a la Verdad a la felicidad, en definitiva, a Dios.
Las Madres,
vivían en el desierto, una vida ascética y dura, hace muchos siglos,
pero que una vida que nunca pierde su frescura y actualidad. Ellas nos
muestran el Rostro de Dios y su amor que les hace dejarlo todo por él es
un gran ejemplo para nuestras vidas tan inundadas de egoísmos y de
ruidos ensordecedores que nos impiden escuchar la Voz de Dios.
Deseo
mostrar el papel de las mujeres a lo largo de la historia, que ha sido
muy importante y muy valioso si se tiene en cuenta las dificultades que
han tenido las mujeres para hacerse valer en un medio donde los hombres
no nos han dejado sobresalir. Sin embargo, han luchado y han demostrado
que la contemplación y la vida espiritual y ascética, no es sólo
patrimonio de los hombres y que nosotras, las mujeres, tenemos una
especial y fina sensibilidad para captar las resonancias del Amor.
Hacer este
trabajo para mi, significa conocer mejor este campo todavía muy
desconocido, adentrarme y profundizar en esta riqueza que nos tiene
mucho que enseñar, y también es mi pequeña contribución y mi humilde
homenaje a aquellas que, superando todas las barreras y obstáculos,
saltaron sin miedo al mundo desconocido del desierto para mejor buscar a
Dios sin que nada las pudiese hacer volver atrás en su firme resolución
y como S. Pablo decían: "¿Quién me separar del amor de Cristo? ¿La
espada, el hambre, la desnudez?...Pero en todas estas cosas salimos
triunfadores por medio de aquel que nos amó. Porque estoy persuadido que
ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles ni los principados ni las
potestades, ni altura ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá
separarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, nuestro
Señor"[1].
Es
en este espacio donde estas valerosas y enamoradas mujeres encuentran
al Dios que se les revela; el desierto es lugar de la revelación de Dios
pues es ahí donde se escucha a Dios que habla al corazón: “la llevaré
al desierto y le hablaré al corazón”[2];
aunque se necesita alcanzar la pureza de corazón para que se dé el
Encuentro: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios”[3].
Estas
mujeres que viven en el desierto, son un don de Dios, una gracia
personal en la mujer para enseñar, y en los que la escuchan o la ven
actuar. El que enseña es dios fundamentalmente; por tanto, es a Él a
quien hay que orar para recibir este don inmerecido de Su gracia. Ella
que practican la ascesis, llegan a la experiencia de la suavidad de
Dios. El libro del Cantar de los Cantares es la expresión de un deseo y
de una posesión; es un canto de amor que se escucha poniendo en ello
todo el ser, cantándolo uno mismo. Sostiene y acompaña los progresos de
la fe de gracia en gracia, de la vocación, hasta la entrada en la vida
feliz de la bienaventuranza celeste. Existen las luchas cotidianas, la
misma ascesis, más también la alegría de esperar los bienes prometidos,
las recompensas futuras, otras tantas palabras que dicen: Dios. Porque
el Señor está en el punto de partida, en todas las etapas del camino y
en el final porque Él mismo es el Fin.
Enseñanza
que nos proporcionan más vivida que escrita (aunque también escrita en
muchas ocasiones, pero que son avaladas por la vida), tendente a la
unión con Dios aquí abajo, en el Cielo más tarde
Vamos a adentrarnos en estas soledades tan llenas de la Presencia de Dios y que las vidas de estas solitarias ascetas sean un aldabonazo en nuestras, muchas veces dormidas, conciencias.
El
alma de la mujer posee una intuición y una ternura que hace descubrir
el Rostro más verdadero de Dios, los latidos más profundos de Su
Corazón; ella, como nadie, se acerca Las
fuentes del monacato son un estímulo para redescubrir el papel de la
maternidad espiritual y sus posibilidades actuales. Es necesario hacerlo
pues se trata de prestar un servicio al monacato y también a la Iglesia, y como no, a la mujer[4].
MADRES DEL DESIERTO
Tanto la Patrología como la Matrología,
contienen idéntica apreciación en lo esencial: santidad de vida de sus
protagonistas, irradiación benéfica de su pedagogía espiritual en su
entorno, testimonio martirial o confesional de la fe, que incluye la
fidelidad heroica al Magisterio de la Iglesia, a la Revelación divina en definitiva, que se expresa en el apasionado amor a la persona de Jesucristo, Dios-Hombre.
La raíz del
término “patrología”, viene de “padre”, y este apelativo ha forjado el
término “patrología” y más tarde el de “patrística”. Así, la Patrología es la parte
de la historia de la literatura cristiana que trata de los autores de
la antigüedad que escribieron sobre temas de teología. Comprende tanto a
los escritores ortodoxos como a los heterodoxos, aun cuando se ocupe
preferentemente de los que representan la doctrina eclesiástica
tradicional, es decir, de los Padres y Doctores de la Iglesia. Incluyen
a todos los autores cristianos hasta Gregorio Magno (+ 604) o Isidoro
de Sevilla (+ 636) en Occidente, mientras que en Oriente llega
generalmente hasta Juan Damasceno (+ 749). Resumiendo, podemos aclarar
que “el estudio de los padres viene hoy contemplado por tres ciencias
que, con las debidas interferencias, lo hacen objeto de su
investigación: Patrología (vida-obras-doctrina), Patrística (teología) y
Literatura cristiana antigua (aspectos estilísticos y filológicos)”[5].
San
Clemente de Alejandría nos dice que el “Padre” es el maestro en la fe.
Esto mismo también corresponde a las Madres, maestras según el Espíritu
que roturaron caminos de virtud y santidad en la vida cristiana, primero
con el ejemplo de su vida santa y doctrina ortodoxa. Las diferencias
existentes entre Patrología y Matrología, son de tipo cultural: ellas,
en general, no escribieron nada (aunque tenemos algunas mujeres, no
obstante poquísimas, que escribieron: Perpetua; Faltonia; Egeria), pero
vivieron hasta las últimas consecuencias su fe; la tradición oral
recogió su valioso legado, que transmitieron los hombres por escrito.
Más tarde, las Madres benedictina y cistercienses plasmaron por escrito
sus experiencias y vivencias espirituales y hoy constituyen verdaderos
tratados místicos.
Las vidas y
sentencias de muchas Madres, fueron célebres en su tiempo debido a la
tradición oral. Más tarde, sus apotegmas fueron recogidos en
manuscritos. Estadísticamente, son más las Madres que los Padres, pero
son pocas aquellas de las que nos han llegado datos biográficos y
doctrina, debido a razones socio-culturales de la época[6].
Si la
palabra Abba significa “padre espiritual”, es decir: el que está lleno
del Espíritu Santo; la palabra Amma, expresa Madre espiritual, llena del
Espíritu Santo. Nos lo dice Paladio en su “Historia Lusiaca”[7].
Desde los
inicios de las migraciones al desierto, ellas están presentes. Las
diásporas espirituales comenzaron hacia el 250 d.C.; fue un
movimiento renovador, inspirado sin duda alguna, por el Espíritu. Estos
grupos de solitarios y solitarias, se caracterizaron, por su
radicalidad de vida a través de la oración y la ascesis[8].
Estos
grupos se incrementaron a partir del Edicto de Milán en el 313 cuando el
Emperador Constantino convirtió al cristianismo en religión oficial del
imperio romano. Muchos cristianos, ante la desaparición del martirio y
queriendo vivir una vida cristiana auténtica y añorando el martirio, se
decidieron vivir un martirio incruento y marcharon al desierto[9].
Existen
sentencias atribuidas a los espirituales de los desiertos que dicen que
el ser monje (monja), no es cuestión de cambiar de vestido, de abrazar
un especial estilo de vida, sino llevar a cabo esta empresa ardua y
sublime que solo se puede llegar a través de caídas y tropiezos para
siempre levantarse de nuevo confiando en la misericordia infinita de
Dios y en Su perdón.
La
espiritualidad monástica es la misma de todo cristiano, pero desde la
radicalidad evangélica, siguiendo los Consejos Evangélicos y
perseverando en el desierto. Todo esto lo podemos ver en autores como
Evagrio Póntico (De ieunio, 13).
I.1- ESPIRITUALIDAD DE LAS AMMAS
Son mujeres
que siguiendo la llamada escuchada en su interior, se dirigen al
Desierto buscando a Jesús para experimentarlo en la soledad desde su
condición de mujeres. Eran teófobas, es decir, portadoras de su cultura
femenina injertada en Cristo, y es que la verdadera cultura, crea vida y
la desarrolla.
Su espiritualidad nace de la experiencia de la Vida,
bajo la inspiración del Espíritu. La escucha a la llamada de Dios es lo
principal y ante esta invitación al seguimiento de Jesús según los
Consejos Evangélicos, lo dejan todo (Mt 16, 24; 19, 21), renuncian a
todo y lo siguen. El concepto de renuncia (apótaxis) era fundamental en la vida monástica y así, a los primeros monjes, se les llamo renunciantes (apótacticoi)[10].
El Abad Alonio decía: “Si no hubiera destruido todo, no podría edificarme a mí mismo”[11]. Es la clásica renuncia monástica:
1. Renuncia corporal, celibato. Desprecio de todo bien terreno.
2. Llamada a
la conversión, renuncia al género de vida anterior con sus vicios,
desórdenes, pecados, inclinación al mal espíritu y a la carne.
3.
Renuncia a cuanto endurezca el corazón: es necesaria la pureza de
corazón, no gustando nada sensible, sino fijando la mirada en los bienes
eternos.
El
desierto favorece una oración continua, afectiva, enamorada (como el
camino a través del desierto del pueblo de Israel, y en efecto, los
profetas lo llaman “noviazgo” del pueblo con su Dios), que es algo común
en las Ammas y así, leemos en un apotegma anónimo de una de ellas:
“Quien ama, recuerda siempre lo que ama”. Es el recuerdo amoroso de Dios
alimentado con la meditación de Su Palabra. Este estado orante
determina la huida del mundo, vivir en soledad y silencio que permanezca
siempre atento a la escucha.
Otra
característica, e la conciencia del estado de desemejanza con el
Creador desde el pecado original, entonces, se busca el Paraíso y el
recobrar la semejanza perdida por medio de la obediencia, ya que el que
es obediente y mantiene a raya su voluntad, recobra la belleza y la
semejanza divina en su alma, porque la obediencia es expresión de
humildad. Las Ammas y Padres del desierto, tenían grabado en lo más
hondo de sí mismos: “Tomó la condición de esclavo”[12].
Esta espiritualidad lleva a la hesychia,
es decir, a la paz, al silencio, a la dulzura de la unión con Dios; y
esto es así cuando se ora con el corazón. Este movimiento de la hesychia,
tiene su origen según la tradición primitiva, en la escena del
evangelio donde Juan reposa su cabeza en el pecho del Señor en la Última
Cena, escuchando los latidos del Corazón de Cristo. Los monjes y monjas
de Egipto y Gaza del siglo IV, solían recitar: “A los débiles solo nos
queda refugiarnos en el Nombre de Jesús”. Se creían los pobres (anawim)
del Reino[13].
Y es que para ellos, el nombre tiene la misma importancia que en la Biblia
donde el nombre está unido al momento de la invocación de este nombre
-desde el corazón- y a la comunicación con él. Por ello, el nombre de
Dios y Dios mismo, no puede ser manipulado. Con la venida de Cristo,
Dios revela Su Nombre propio.
Sin
embargo, el desierto es también el lugar de los grandes combates
espirituales, son los que San Antonio llamaba: “los combates de los
oídos, de la lengua, de los ojos”. Es aquí donde estas tentaciones y
luchas se sienten en toda su agudeza y atacan con fuerza: son los
pensamientos impuros, la soberbia y vanagloria, la tristeza, la
rebelión, melancolía, la crítica… (La lista varía según los padres. El
elenco clásico es el que da Evagrio Póntico: gula, lujuria, avaricia,
tristeza, acedia, ira, vanagloria y orgullo). Pero estos ascetas tienen
soluciones como la oración, la lectio
divina, la ascesis y la apertura del corazón a la madre espiritual (en
nuestro caso), y una confianza ilimitada en la misericordia del Señor. Y
también el relativizar, no dramatizar, saber reírse de uno mismo.
Martyrius,
autor monástico del siglo VII, recoge la tradición espiritual del
Desierto desde el siglo I, en su obra más conocida “Libro de la
perfección”, en su Tratado tercero, se explaya en la vida solitaria y
dice que la verdadera Regla monástica, es la renuncia absoluta a todo y
una caridad perfecta; un desapego total y una caridad perfecta, un amor
sin reserva. La humildad, la confianza en Dios sin límites y la mente y
el corazón humilde son las armas siempre victorias contra el demonio.
Termina así: “El monje (la monja) debe estar como embriagado de la
caridad de Cristo… unirse únicamente al Dios único y supremo… Única y
muy sublime es la regla de vida del retiro solitario, a saber: el
angélico estar ante Dios y el recogimiento de espíritu”[14].
Los
teólogos cristianos afirmaban la igualdad de los dos sexos en relación
con la virtud, e incluso en algunos casos reconocen la superioridad de
la mujer en este campo; aunque no todos pensaban así, siempre hubo
hombres y padres que opinaban (equivocadamente) que la mujer era más
débil que el hombre y que sólo podía llegar a la altura del hombre,
“volviéndose varón”. Los Padres de la Iglesia
creen que la verdadera diferencia entre los seres humanos no es
cuestión de sexo sino de alma, y así Gregorio de Nisa afirma: “Que la
mujer no diga: ¡Soy débil! Porque la debilidad es cosa de la carne, y en
cambio es en el alma donde está el vigor”[15].
Y Gregorio de Nacianceno exclama: “La naturaleza femenina ha ido más
allá que la masculina en el común combate por la salvación, probando con
ello que entre los dos hay una diferencia de cuerpo, pero no de alma”[16]. En la misma línea también vemos a Basilio y a Juan Crisóstomo.
Es cierto
que los Padres del desierto querían una separación efectiva entre monjes
y monjas, y de forma más global, entre hombres y mujeres. Cosa que
también deseaban las monjas con respecto a los monjes y los hombres en
general. Pero nunca los Padres infravaloraron la vida ascética y
espiritual de estas mujeres. Y la razón no era de orden físico porque
experimentaban que el vigor masculino no bastaba para ello. La razón
estaba en la caridad, el amor a Dios y a Cristo. Y sabían que de este
amor son tan capaces las mujeres como los hombres. En la tradición
monástica descubrimos que se consideraba a las monjas capaces de dar
dirección espiritual en las mismas condiciones que los hombres.
Que las
monjas puedan ser guías de otros, deriva del hecho que ellas también
pueden ser “espirituales”, portadoras del Espíritu. Y, en cuanto tales,
pueden recibir el Título de “Madre” o “Amma”.
Las monjas (aquellas que sabían leer) se servían como los monjes de la Sagrada Escritura
y de las vidas y dichos de los Padres, y las adaptaciones de las normas
monásticas a la naturaleza femenina eran hechas por una “Amma”. Las
mujeres no querían que se edulcorasen para ellas los principios de la
vida monástica. La adaptación a la condición femenina no era rebajar el
ideal de perfección cristiana, sino vivirlo según otras características.
Y nadie mejor para traducir en la práctica las normas de vida monástica para uso de mujeres que una mujer.
En este
contexto, no es de extrañar que la colección de Apotegmas nos ofrezca
las sentencias de las “ammas” del desierto intercaladas entre la de los
“abbas” más famosos. Y es que según los Padres, las mujeres también
podían propagar la buena doctrina y dar una enseñanza espiritual. Los
Padres del desierto, y los que inmediatamente compilaron sus sentencias,
no solamente dejaron bien sentada la igualdad entre los dos sexos en
las cosas del espíritu, sino que consideraron que las mujeres pueden
ejercer una maternidad espiritual y transmitir una doctrina espiritual
con el mismo derecho que cualquier Padre.
Podemos
encontrarnos en las sentencias de las ammas, la espiritualidad de éstas;
sus sentencias se caracterizan por su discreción, por su penetración
psicológica, por su delicadeza, y por no tener extravagancias como vemos
en las sentencias de algunos padres del desierto. En ellas, sus
palabras están llenas de una gran madurez, fruto de un don de Dios pero
también fruto de una lucha, de una fidelidad y de una oración
personales. Sus mismas sentencias no narran de
cómo tuvieron que luchar incluso contra ellas mismas y contra la
tentación de abandonar el camino emprendido. Es significativo, además,
que el centro de sus apotegmas sea siempre Dios, Jesucristo y las
palabras de la Escritura[17].
Tomemos como ejemplo este texto de Santa Sintétlica: “Los que se
entregan a Dios tienen que luchar y sufrir mucho al principio, pero
después gozan de una alegría inefable. Es lo mismo que los que quieren
encender un fuego que empiezan a ahumarse y a lagrimear, pero que al fin
consiguen su objeto. La Escritura dice: “Nuestro Dios es fuego devorador” (Hb 12, 28). Debemos encender en nosotros el fuego divino con lágrimas y sufrimiento”[18].
También veamos como muestra, este apotegma de Amma Teodora: “Uno de los ancianos interrogó a Amma Teodora diciendo: ¿Cómo resucitaremos en la resurrección de los muertos? Le respondió: Tenemos como prenda, ejemplo y primicias al que resucitó por nosotros, Cristo nuestro Dios”[19]
II- SANTA MACRINA LA JOVEN
La
hagiografía de Santa Macrina es, cronológicamente la primera que
conservamos sobre una Amma. Se cree que fue escrita por su hermano San
Gregorio de Nisa hacia el año 380.
Macrina la Joven es nieta de Santa Macrina la Antigua;
ésta fue discípula de San Gregorio Taumaturgo (siglo III). Cuando el
emperador Maximino Galerio decretó una persecución contra la Iglesia,
Macrina la antigua y su esposo huyeron al desierto abandonando todas
sus riquezas. Hacia el 313, regresaron a la ciudad pero el marido murió
en la persecución de Maximino Daia.
II.1- PERÍODO HISTÓRICO
El período
en que Santa Macrina vivió (325-380), fue marcado por una fuerte
controversia entre varias corrientes de pensamiento dentro del
cristianismo. De ser una religión perseguida por los emperadores romanos
fue la religión oficial del imperio a partir del Edicto de Milán del
emperador Constantino (313). Lo que entonces se trataba era sobre “la Creación,
la naturaleza de Cristo y su relación con el Padre y el Espíritu Santo;
es decir: el cimiento del cristianismo, la Santísima Trinidad”[20].
En el año
325, el Concilio de Nicea que fue convocado por Constantino, condenó las
ideas de Arrio (260-336), obispo de Alejandría, ya que afirmaba que
Dios y Cristo no poseían la misma substancia (ousía), es decir, el Hijo
sería inferior al Padre, diferente en substancia, aunque hubiese sido
creado antes del tiempo y fuese superior al resto de la Creación. En Nicea se adoptó el concepto de homousios (de substancia idéntica) para establecer la relación entre Padre e Hijo, y así se describió en el Credo de Nicea.
Mas no hubo
unanimidad en Nicea, y después del Concilio, el arrianismo siguió su
andadura durante sesenta años más, prácticamente durante toda la vida de
Macrina, que junto a las persecuciones imperiales a los cristianos de
Oriente van a ser el telón de fondo en la redacción de la vida de
Macrina escrita por su hermano Gregorio entre los años 380-383. San
Gregorio fue un fuerte opositor al arrianismo y participó activamente en
el Concilio de Constantinopla (381), convocado por el emperador
Teodosio I (379-395), donde se reafirmó la consubstancialidad entre el
Padre y el Hijo. Confirmada en el Credo de Nicea[21].
II. 2- LA FAMILIA DE ANNESI
Fallecida Macrina la Antigua,
hacia el año 350, quizás un poco más tarde, encontramos a miembros de
su familia viviendo en Annesi, una posesión que se alzaba a la orilla
del río Iris, en el Ponto -riberas del Mar Negro-. Annesi quedaba
cercana a la ciudad de Neocesárea.
Aquí nos
encontramos con una familia compuesta por la madre, Emelia, su hija
Macrina y sus dos hermanos Naucracio y Pedro y compartían una vida
ascética bajo la dirección de Eustacio de Sebaste.
y
su marido tuvieron diez hijos; la mayor, Macrina, nació sobre el 327y
fue prometida con doce años a un joven capadocio que murió. Y ante tal
desgracia, Macrina decidió permanecer fiel al recuerdo de su prometido y
consagrar su virginidad al Esposo inmortal manteniendo una piedad
profunda y una gran ascesis. Macrina fue de gran ayuda a su madre en la
educación de sus hermanos; tres de ellos, Basilio de Cesarea, Gregorio
de Nisa y Pedro de Sebaste, fueron santos y obispos. Naucracio, destacó
por su piedad y su vida de gran ascesis y murió siendo joven todavía.
Pedro, el
menor, fue educado íntegramente por Macrina. Dirigió algunos años un
monasterio en el Ponto antes de ser nombrado obispo de Sebaste. Este
hermano hizo una inteligente defensa del Espíritu Santo en el primer
Concilio ecuménico de Constantinopla.
Gregorio,
debido a sus triunfos, había entibiado su fervor religioso y a los
veinte años, siendo lector, abandonó el ministerio y quizás, contrajo
matrimonio. Pero debido a la educación de sus padres y a la influencia
ejercida por sus hermanos Macrina y Basilio, tomó la resolución de
consagrarse a Dios. El joven volvió a Annesi para ejercitarse como monje
antes de ser obispo de Nisa. Es elocuente el influjo de su hermana en
la vida y escritos de Gregorio y también escribió una Vida de su hermana
Neucracio,
gracias a la educación recibida por Macrina, dio abundante frutos de
virtudes cristianas en su joven existencia. Era considerado por un ángel
por quienes le conocían y murió debido a un accidente de caza. Poseía
una profunda vida interior y un fuerte espíritu de renuncia a favor de
los pobres ancianos que recogía en un edificio construido en el bosque.
De él, Gregorio escribe: “…era superior a los demás por la bondad de su
carácter y belleza física, por su complexión atlética, capacidad de
trabajo y por sus muchas habilidades… Atraído por Dios, despreció un
porvenir halagüeño, y siguiendo los impulsos de su corazón se retiró a
una vida solitaria e indigente sin llevar consigo más que así mismo…;
cuidaba a unos ancianos enfermos y pobres en extremo… Era solícito y
obediente a cuanto su madre pudiera mandarle”.
Es posible
que Basilio, ante el ejemplo de la vida de su hermano Naucracio, se
inspirara para en el 366 construir una ciudad que él llamo Basilíades,
en donde hallaban cobijo y caridad cristiana los
peregrinos, enfermos e incluso leprosos, a quienes besaba el santo;
también había alojamiento para miembros del clero y obispos de Cesarea[22].
II.3- VIDA DE SANTA MACRINA
La vida de
esta piadosa mujer fue escrita por su hermano Gregorio recordando
también a su abuela Macrina. Basilio la recuerda con ternura a su abuela
y dice que fue debido a esta ilustre mujer por la que su hermana
recibió este nombre de Macrina.
Su madre
Emelia la dio desde los seis años, una educación no profana en aquella
niña de grandes dotes naturales y clara inteligencia y sembró en ella
todo lo que la Escritura da y son asequibles para las primeras edades. Ya recitaba el Salterio a lo largo de su jornada.
A- Macrina, la hija
Para
salvaguardar su virginidad, Macrina pensó que el mejor modo era
permanecer junto a su madre. Existía una gran compenetración entre ambas
además de una íntima comunión espiritual.
Macrina
ayudaba a su madre en los asuntos temporales y compartía con ella la
educación de sus hermanos. A cambio, la madre se encargó de educar a
Macrina para que llevase una vida intachable y así, Macrina acabó
atrayendo a su madre a una vida pura y de total desprendimiento.
Macrina
absorta en Dios, daba mucha importancia al trabajo manual; no ignoraba
la sentencia de los Padres antiguos: “Ora el labora”, que más tarde
recogería San Benito. Y fue ella quien interesó a la madre por la vida
monástica.
La fue
convenciendo para que se despojase del lujo y la preocupación por el
servicio, rechazando todos los privilegios que esto conllevaba.
También fue
la fortaleza de su madre ante la muerte de su hermano a pesar del dolor
que le producía la pérdida de este hermano tan querido.
Y así, consiguió que Emelia entrase de lleno en la observancia monástica de Annesi, alejándose de todas las ataduras mundanas.
B- Muerte de Emelia
Cuando
renunció su hermano Pedro a los honores del mundo, vivió con ellas su
hermano Pedro y quizás en la hambruna que asoló Capadocia en los años
368-369, gracias a las dotes administrativas de Pedro se consiguió
incluso dar alimentos a los pobres.
En este tiempo Emelia era una anciana que abandonó este mundo en los brazos de sus hijos Macrina y Pedro.
C - Legado espiritual de Amma Macrina
El legado monástico femenino de Santa Macrina, fue modelo de las
generaciones sucesivas. Ella marcó con su propio ejemplo, unas pautas
de vida que constituían un eco fiel de lo practicado en los desiertos de
Egipto: desprendimiento de todo lo mundano; carencia de lo superfluo;
pobreza en el vestir; austeridad en la comida; canto ininterrumpido de
salmos, bien el Oficio coral o como rumia a lo largo de la jornada;
trabajo manual moderado.
Mas en
Annesi también hubo notas distintivas y originales dotadas de más
sensibilidad: espíritus más instruidos; sentimientos más delicados;
formación ascética más íntima; y apariencias externas menos
espectaculares. Hasta el mismo paisaje era encantador pues estaba
constituido por las bellas riberas del Iris.
Macrina
debió legar a su hermano Basilio la simiente de su monacato muy
diferente a las extravagancias del monaquismo de Eustacio de Sebaste.
Basilio llegó a Annesi en el 356 y quedando asombrado del cenobio de
vírgenes y de su pujanza e influenciado por su hermana, renunció al
mundo y sus seducciones y abrazó la vida monástica.
Basilio
muere en el 379 y Macrina, libre ya de compromisos familiares, vende lo
que le queda del patrimonio familiar repartiéndolo seguidamente a los
pobres, y se entregó de lleno a la vida espiritual.
D- Su tránsito
La
muerte de Santa Macrina nos es narrada por su hermano San Gregorio de
Nisa, para éste, Macrina era su hermana preferida, se sentía muy querido
por ella. “Pocas descripciones habrá en su género que dejen un
sedimento más emocionante de lo divino. Por otra parte, el espíritu que
en toda la narración se respira da una idea más precisa que largos
comentarios acerca de aquel momento de la virginidad cristiana en sus
comienzos claustrales”[23].
Al llegar a
Annesi, Gregorio es recibido por los monjes del monasterio fundado por
su hermano Basilio, y Gregorio recuerda: “Entré en el monasterio donde
ella habitaba. Tenía Camuy avanzado el mal, y la vi tendida sobre un
lecho, ni siquiera sobre un triste camastro, sino sobre el suelo mismo,
sin más intermedio entre y su cuerpo y la tabla que el saco, y a modo de
almohada, otro trozo de madera, que sostenía algo elevada su cabeza, no
sin grave dignidad”[24].
Siguiendo
el relato de Gregorio, vamos “viviendo” paso a paso la muerte de esta
santa mujer: “…alzando las manos al cielo exclamó:´Gracias a Ti, mi Dios
y Señor, que me has concedido esto y has satisfecho lo que tanto
ansiaba en mi corazón, moviendo a tu siervo para que hiciese esta visita
a tu esclava`… Hacía por sembra alegría en su alrededor, introduciendo
ella misma conversaciones gustosas y haciéndome mil preguntas para dar
materia de conversación.
“Pero cuando en el curso de
esta llegamos a hablar de Basilio -había muerto a los 49 años. El 1 de
enero del 378 ó 379- ya no pude contener más la emoción: una honda
tristeza cubrió mi rostro, y las lágrimas comenzaron a correr por mis
mejillas. Ella, serena, tomando precisamente ocasión de la muerte de
nuestro hermano para remontarse a la más subida filosofía cristiana,
explayó en magnífica exposición las causas de los acontecimientos
humanos y las ocultas leyes de la Providencia,
aun lo que se tiene por desgracia entre los hombres. Como inspirada por
luz celestial, disertó largamente sobre los bienes de la vida futura; e
hizo esto de modo que al influjo de sus palabras, mi misma alma,
sobrecogida de lo que oía de sus labios, transportada a regiones más
altas, quedó como fuera de todo lo humano…
“Recordó
muy al vivo la vida de nuestros padres y todo cuanto sucedió antes y
después de mi nacimiento. Todo ello venía para terminar en una acción de
gracias a Dios. Respecto a sus padres, no insistía en su nobleza o en
su posición social, sino en el gran beneficio que Dios les había
otorgado de sufrir, siendo perseguidos y vejados por confesar a Cristo.
“Como en el
curso de la conversación le indicase lo mucho que hube yo que padecer,
primero por parte del emperador Valente, que ordenó mi destierro, y
después por la agitación y luchas internas de tantas Iglesias entre sí,
que me obligaron a salir en defensa de la verdad con tanto peligro,
díjome ella:´¿Y dejarás de agradecer esos divinos beneficios al Señor?
¿Serás capaz de tener el vicio de la ingratitud? Pórtate como aquellos
de quienes somos hijos. Dichoso de ti, de cuya fama se sirven ciudades,
pueblos y naciones, pudiendo con tus idas y venidas proporcionarles
alguna ayuda espiritual y restablecer las cosas de la Iglesia. ¡Gran don y merced es ese de Dios! ¡No desconozcas su fuente!”[25]
Después,
Gregorio sigue recordando el curso de esa noche en que él se fue a rezar
Vísperas y dejó a su hermana sumergida en Dios. Y entonces, sigue
recordando el ya último día de Macrina:
“Agonía
admirable. Nada de zozobra; nada de turbación… Al oírla filosofar, creía
verme no ante un ser humano, sino ante un ángel que por providencia de
Dios hubiera tomado forma humana.
“Para mí
era evidente: lo único que allí actuaba era el amor purísimo hacia su
Esposo Jesús, siempre escondido en el más secreto sagrario de su ser,
pero que en esta coyuntura salía fuera de sí y rompiendo el velo del
corazón, se manifestaba al exterior en ansias de volar hacia el que era
las delicias de su alma. Su cuerpo le estorbaba; su único anhelo era
llegar cuanto antes a su amor. Completa en toda virtud, ¿Cómo podría
interesarle ya ni atraer sus ojos cosa alguna que no fuera Él?
“A todo
esto, el día estaba muy avanzado y el sol desaparecía pronto del
horizonte. Ella conservaba aún vivacísima la actividad de su alma.
Cuanto más se acercaba a su fin, tanto más se despertaban sus ansias de
volar a Dios. Parecía contemplar cada momento con mayor claridad la
belleza de su Amado, con lo cual, su corazón pujaba por ir a sus brazos,
y así, sin hablar ya con los presentes tenía sus ojos clavado en Aquél a
quien dirigía sus anhelosas súplicas… Su oración era tal, que
evidentemente subía hasta el mismo Dios y el Señor la escuchaba”[26].
Ahora
Gregorio nos transcribe la oración que su hermana lanzó al corazón de Su
Amado Señor y sin darse cuenta ya de lo que le rodeaba:
“Tú, Señor, nos quitaste el miedo a la muerte.
Tú has hecho que el remate de esta vida sea comienzo de la vida verdadera.
Tú, que has
mandado que entreguemos nuestros cuerpos al sueño del sepulcro, harás
que a la voz de la trompeta salgan de él resucitados.
Arcilla
somos plasmada por tus manos. Ahora la confías en depósito a la tierra,
pero volverás a reclamarla, haciendo lo que en nosotros es actualmente
mortal y deforme sea hermoseado con la inmortalidad y con tu gracia…
Tú, Dios
eterno, diste a quienes te temen, para destrucción del enemigo y
seguridad de nuestra verdadera vida, la señal de la cruz; esa cruz a la
que pertenezco desde las entrañas de mi madre, a la que he amado con
todas las fuerzas de mi corazón y a la que desde mi niñez tengo
consagrados mi alma y mi cuerpo…
Si en algo te he ofendido por debilidad, de palabra, obra o deseo, Señor, apiádate de mí.
Tú, que
tienes en la tierra el poder de perdonar los pecados, haz que mi alma
halle alivio y no se encuentre indigna de presentarse ante Ti, sino que
sin mancha ni culpa sea recibida en tus brazos como incienso de
holocausto”[27].
Hermosa
plegaria de esta mujer ya pronta a unirse eternamente con el Amor de su
alma. Pero no acabó aquí su súplica sino que la continuó, pero debido a
la fiebre y a su debilidad, sólo se la oía balbucir palabras y emitir
voces inconexas.
“A todo
esto, la noche se echaba encima, y cuando ya la oscuridad iba dominando
todo, ella abriendo por completo los párpados, como si quisiera absorber
las últimas luces, se disponía a recitar las preces de acción de
gracias vespertinas. La falta de voz suplíala con el corazón y con el
movimiento de las manos, mientras un movimiento casi imperceptible de
sus labios mostraba el afecto del corazón. Terminadas las preces, se
santiguó con la mano, dando señales de que sus deseos estaban ya
cumplidos; luego exhalando un suspiro profundo, dio fin justamente a su
vida y a su oración”[28].
En discurso
piadoso hermano y hermana dialogaban de la vida del más allá y de su
encuentro en el cielo. Habiendo muerto ya su hermana, Gregorio escribió
"Diálogo sobre el alma y la Resurrección", basada en la última conversación mantenida con su moribunda hermana. En dicho escrito, Macrina aparece como profesora, y trata temas como el alma, la muerte, la resurrección, y la restauración de todas las cosas.
Muerta Macrina, su hermano continúa el relato:
“Mi alma se
hallaba bajo dos fuertes impresiones diversas: por una parte, lo que
veían mis ojos; por otra, los gemidos de las vírgenes, que rompieron a
sollozar a mi lado con un llanto que taladraba el corazón. Hasta
entonces se habían conservado valientes y silenciosas, cohibiendo su
dolor y la expresión de sus lágrimas, por el respeto que profesaban a su
gran maestra y por temor que aun sin palabras las reprendiese. NO
querían en modo alguno darle ocasión de disgusto. Pero ahora ya sin
fuerza posible que cohibiese el ímpetu de sus lágrimas, prorrumpieron en
sollozos y gemidos tan hondos y amargos como si el fuego abrasase sus
corazones, fatigados de tanto reprimirse. Yo mismo sentía que mi
espíritu perdía fuerzas de contención, como si un golpe irresistible
arrastrase violentamente en pos de sí toda mi alma entre gemidos. ¿No
era obvio y justo que aquellas vírgenes dieran expansión tan natural a
su dolor?”[29].
Estas
vírgenes de las que nos habla Gregorio, llamaban a Macrina “Madre” y
“Nodriza”, y era debido a que a muchas de ellas las había recogido
estando en la indigencia, quizás en aquel período de hambre ya citado. A
otras las recogió cuando erraban sin rumbo y sometidas a miles de
peligros. Las nobles, recordaban que Macrina las había salvado de la
esclavitud del cuerpo y las había devuelto a la libertad de los hijos de
Dios.
Gregorio,
con acento cálido, sigue con esta narración, pero tomando las riendas de
la situación y diciéndoles a las vírgenes llorosas:
“Ved a
vuestra madre, miradla y recordad sus consejos, sus exhortaciones que en
cada momento de vuestra vida monástica os ha dado a conocer lo que es
propio y correcto. Esta alma pura y divina, al prescribiros que
solamente dejarais correr vuestras lágrimas durante la oración, ya os
fijó el tiempo para este desahogo. Ahora podéis convertir las
lamentaciones en salmodia”[30].
Aquella muerte habría de cubrir con sus semillas, naciones enteras. En efecto, los monasterios llamados basilianos[31], tanto masculinos como los femeninos, fueron gota de aceite que se corrió por el mapa del imperio oriental.
E- Mortaja y sepelio
Habiendo expirado Macrina, y retirándose las vírgenes, en la celda permanecen sólo Gregorio y las
vírgenes que más habían compartido la vida con Santa Macrina, en
especial Veciana, que siendo noble y de gran belleza, quedando viuda muy
joven, se fue a Anneci con
Macrina. San Gregorio le comunica a esta virgen su deseo de vestir a su
hermana para la sepultura adornada con ricos y hermosos vestidos y
velos; pero Veciana que conocía bien a Macrina no le parece que ese
fuera el deseo de Macrina, y así es la diaconisa Lampadión, maestra de
coro, la que informa de la voluntad de Macrina y preguntada, responde a
San Gregorio: “El aderezo por el que se esforzó la santa es una vida
pura. Ese fue su ornamento durante su vida y la mortaja durante su
muerte. En lo que concierne al ornato del cuerpo, no poseyó nada durante
su vida, ni preparó nada para la presente situación, de forma que, ni
queriéndolo nosotros, se encontrará algo más que lo que hay aquí”. Sin
embargo, Gregorio entonces pregunta si no hay nada para adornar el
féretro, y la respuesta de Lampadión es la misma: “¿Qué reservas? Tienes
en tus manos todas sus reservas. He aquí su manto, he aquí el manto con
el que se cubría, las sandalias usadas, esta era su riqueza, esta es su
fortuna. Fuera de lo que está a la vista, no hay nada de cofres
escondidos o puestos a seguro en aposentos interiores. Ella solo conocía
un lugar seguro para su tesoro: el Reino de los Cielos, y ha colocado
allí todas las cosas; nada ha dejado en la tierra”.
Gregorio
desde su cariño a su hermana no se da por vencido y vuelve a la carga y
esta vez pidiéndole a Lampadión que le acepten algo de lo que él tenía
para su propia sepultura y ésta acepta declarándole: “Incluso viva
habría aceptado semejante honor de ti por dos razones: por tu sacerdocio
al que siempre reverenció y por el parentesco. Ella, en efecto, no
habría tenido por extraño lo que le viniese de su hermano. Por esta
razón pidió que la amortajaras con tus manos”.
Entonces,
Gregorio cubre el cuerpo de su hermana con lino y Veciana, pasando la
mano por el cuello de Macrina le dijo a Gregorio: “He aquí el adorno que
pende en torno al cuelo de la santa”; y así, le mostró a Gregorio una
cruz de hierro y un anillo de la misma materia que colgaban de un fino
cordón y que siempre habían permanecido junto al corazón de la santa
mujer. Gregorio le dio a Veciana la cruz y él quedó con el anillo, el
cual tenía grabado una cruz. Veciana entonces, dijo a Gregorio: “Has
hecho la elección de este bien con buen sentido. El anillo está hueco en
su engarce, y dentro está escondido un trozo del árbol de la vida. Lo
que está grabado en el exterior, con la propia figura, manifiesta lo que
hay en su interior”[32].
Macrina llevaba el anillo con la reliquia del lignum crucis, con seguridad, uno de las primeras manifestaciones de la devoción a la Cruz
de Cristo. Lampadión le cuenta a su hermano otro secreto de la santo
donde se pone de manifiesto la ternura, la delicadeza y la fe en el
Señor de Macrina. Ésta tenía una pequeña cicatriz muy cerca del cuello.
Se debía a que hacía muchos años se lo formó en el cuello un pequeño
tumor que iba creciendo y que amenazaba con paralizarle el corazón. Su
madre Emelia le dijo que fuera al médico, pero a causa de su pudor, no
quería ir a que le extirpasen el mal, aunque sabía que era grave. Así
que una noche, en el oratorio postrada hasta la aurora le rogó al Señor
la curación de su enfermedad. Al día siguiente su madre siguió
pidiéndole que fuera al médico y Macrina rebosando de confianza divina y
de ternura filial, le dijo a su madre que el mejor remedio era que ella
misma trazara con su mano la
señal de la cruz en su pecho enfermo. Emelia lo hizo como señalaba su
hija y quedó curada en ese mismo instante, quedando sólo una
insignificante cicatriz como recuerdo del milagro obrado en ella[33].
Es
San Gregorio el que relata cómo es vestida su hermana, conforme a sus
deseos, y así es ataviada con un manto oscuro, e incluso así, Macrina
resplandecía “porque el poder de Dios -pienso yo- otorgaba esta gracia
al cuerpo, de forma que su belleza parecía irradiar algunos resplandores
exactamente como en la visión que yo tuve en sueños”[34].
Después,
Gregorio nos relata como al entierro de Macrina acudió el obispo
Araxios, de Ibora, con todo el presbiterio. El féretro fue transportado
por sacerdotes -en lo que Gregorio llama como “una procesión mística”-
que la llevaron a la Capilla
de los Cuarenta Mártires donde fue enterrada. Allí también habían sido
enterrados sus padres, y Macrina fue colocada al lado de su madre, dando
cumplimiento al deseo de ambas que habían orado para que después de la
muerte, sus cuerpos estuviesen enterrados juntos, para que la muerte no
separase la unión de la que habían gozado en esta vida mortal[35].
Macrina
murió en julio del año 379 ó 380, un año después de su hermano Basilio, y
Gregorio nos cuenta que recibió el don de profecía, de realizar
milagros, curar enfermedades y expulsar demonios. La iglesia griega
celebra su fiesta el 19 de julio[36].
III- INFLUENCIA DE MACRINA EN SUS HERMANOS BASILIO DE CESAREA, GREGORIO DE NISA Y PEDRO DE SEBASTE
Gregorio,
al escribir la vida de su hermana, recuerda su papel de guía en toda la
familia y como fue relata que de Pedro fue esencial en su educación
cuando murió su padre, ya que según él, su hermana fue a la vez madre,
padre, profesora, maestra, consejera de tal manera que antes de salir de
su niñez, Pedro, deseara adquirir la “alta marca” de la filosofía.
De adulto,
Pedro se fue a vivir retirado como Macrina. En cada una de las márgenes
del río Iris se localizaba una comunidad: la de mujeres, gobernada por
Macrina desde la muerte de su madre, y la de hombres que primero fue
dirigida por Basilio y al morir éste, por su hermano Pedro.
Sobre
Gregorio, sabemos por su propio testimonio que su hermana le dio fuerzas
para preservar sus creencias. Gregorio sufrió mucho al luchar contra la
herejía arriana y fue depuesto de su cargo de obispo y expulsado de
Nisa en 376, aunque reasumió sus funciones cuando murió el emperador
Valenciano. Gregorio se quejó a su hermana de sus penas y ésta le animó a
ser fuerte y dar gracias a Dios por la persecución recibida como un don
de Él.
Sobre
Basilio - seguimos con lo que dice Gregorio en su Vida - habiendo
estudiado retórica en Atenas y lleno de orgullo por sus conocimientos
considerándose superior a todos por su posición y liderazgo, fue
conducido por su hermana a despreciar todo orgullo y las glorias de este
mundo y lo condujo por los caminos de la humildad, de tal manera que su
renuncia a la propiedad fue completa para poder llevar una vida
virtuosa.
Este Basilio, el mayor de los hermano, es llamado Basilio el Grande y ha sido nombrado como Doctor de la Iglesia.Visitó
a ascetas de Egipto, Siria y Palestina. Considerado como Padre del
monacato oriental, su Regla se inspira en la escrita por su hermana
Macrina para su retiro en Annesi. Fundó hospitales y cuidó a los pobres,
y su principal proyecto fue la formación de fraternidades que se
fundaban en la ayuda mutua y en el voto de pobreza.
Basilio, escribió en contra del arrianismo y a él se debe la fórmula de Dios como única esencia (hypostasis) con tres Personas (hypostases). Murió nueve meses antes que Macrina, en el año 379[37].
CONCLUSIÓN
Macrina
influyó notablemente en la historia del cristianismo del siglo IV.
Gracias a su influencia sobre su hermano Basilio, éste se hizo eremita,
fundó monasterios y trazó las reglas que regirían la vida monástica en la Iglesia Ortodoxa.
Debido a su
fuerte e importante influencia sobre sus hermanos Macrina también ha
influido mucho en la construcción del monacato cristiano: San Benito se
inspiró en Basilio de Cesarea para redactar su Regla. De Macrina a San
Benito, la historia del monacato cristiano, fue modelado basándose en un
fuerte ascetismo, el la lectura de las Sagradas Escrituras y en el
papel de las vírgenes como metáforas vivas del Paraíso Perdido.
A través de
su vida, vemos que es una mujer la conductora intelectual de la
familia. Como guía y protectora espiritual era ella la “maestra”, mi
“señora”. Y esto representa un cambio en la mirada masculina en relación
a la mujer. Nació dentro de una familia cristiana y se creía que el
principal beneficiario con la devoción de la virgen, era el dueño de la
casa, y por eso, la asceta era un ejemplo de comportamiento, de pureza.
Según nos relata Gregorio en su obra “De la Virginidad”,
las vírgenes se mantenían siempre unidas y a tiempo completo con Dios, y
por eso Macrina se encontraba en la frontera entre el mundo visible y
el invisible.
El modelo
de Macrina, fortaleció la idea vigente de aquel entonces, donde la mujer
consagrada era un depósito de valores para las comunidades cristianas.
Estas mujeres consagradas, eran las kanonikai,
es decir, mujeres comprometidas con un canon, una vida regular y
ascética cotidiana en un pequeño grupo espiritual y orgánico que las
destacaba de las otras fieles. Nacía así, el ideal ascético cristiano
femenino. Macrina también influyó en la actitud ambivalente de la
sociedad patriarcal de Bizancio en relación a la mujer: entre Eva y
María, entre el ideal ascético cristiano de la virginidad y el del
celibato, y la “promoción” del matrimonio. Por tanto, Macrina es modelo
de mujer santa y de abadesa medieval.
A largo
plazo, Macrina y su modelo ascético fortaleció el discurso del polo
positivo femenino cristiano: la exaltación de la virgen, con su pode e
donación, intrínseco a su sexo, su influencia cristiana dentro de la
familia (2 Tim), y su papel de ayuda y auxilio en la conversión de los
pueblos al cristianismo.
Y este
papel dentro de la conversión, es un atributo plenamente femenino y se
ve en una carta de Basilio de Cesarea a los habitantes de Neocesarea,
que muestra la fuerza de la imagen de Macrina, la fuerza cristiana
femenina en la difusión del cristianismo en el siglo IV, y como ella les
transmitió a todos los hermanos la doctrina de Gregorio (Taumaturgo)
que había conservado de la tradición oral y así, los formó en los dogmas
de la piedad.
La
virgen, además de ser un espejo de la pureza de Dios, el principal
papel femenino que los hombres veían en las mujeres, era la transmisión
de la fe en las familias. Propagar la fe por medio de su amor infinito
resguardado en su virginidad eterna[38].
Realizando
este estudio por la vida de Santa Macrina, sólo me cabe exclamar: ¡QUÉ
MUJER! Sí, realmente, una gran mujer que sabía lo que quería y a ello se
dedicó con todas las fuerzas de su corazón sin dejar que ningún
obstáculo se interpusiera en su camino. No fue una decisión que acabara
en el olvido, la llevó a cabo hasta sus últimas consecuencias, día a
día, sin cansarse pues en Dios encontraba su fuerza, su gozo y su
descanso. Con la mirada dirigida hacia las realidades celestiales
desestimó los bienes de este mundo caduco en nada comparables a los
eternos. El inmenso amor hacia el Señor, permitió a Macrina vivir una
vida de total consagración a Él a través de la austeridad y la ascesis
vividas en el amor. Por ella, muchas otras mujeres abrazaron el mismo
estado de vida y aprendieron de ella la vida de renuncia por Dios.
También
resulta admirable el influjo que causó en los miembros de su familia, ya
que sin ella, la historia no sería la misma. A ella le debemos un San
Basilio como hoy día es conocido y lo mismo podemos decir de San
Gregorio de Nisa. Y ni decir tiene, que la Regla de San Basilio le debe mucho a su hermana y su vida de virginidad junto con otras vírgenes.
De Santa
Macrina se puede hablar, escribir y aprender mucho más de lo que estas
pobres páginas pueden decir. Sólo baste leer lo que de ella se sabe y
gustarlo con la inspiración del Espíritu para sacar provecho espiritual
de esta virgen que supo dedicar su vida a Dios sin otra ocupación que el
servirle y amarle.
S. Marina Medina
Monasterio cisterciense de la Sta. Cruz
BIBLIOGRAFÍA
Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6 (2001), Mejico.
Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949.
García M. Colombás, El monacato primitivo I, B.A.C., Madrid 1974.
Gregorio De Nisa, Vitae Sanctae Macrinae. Rutas de luz, Madrid 1943.
Gregorio De Nisa, Vitae Sanctae Macrinae. Rutas de luz, Madrid 1943.
Gregorio Nacianceno, In Gorgorian, Oratio VIII, 14.
Institutum Patristicum Agustinianum, a cargo de Angelo Di Berardino, Diccionario Patrístico y de la Antigüedad Cristiana. T. II, Ediciones Sígueme, Salamanca 1992.
Jean Leclercq, Cultura y vida cristiana, Ediciones Sígueme, Salamanca 1965.
Josep M. Soler, Las Madres del Desierto y la Maternidad Espiritual. Mujeres del Absoluto, XX semana de estudios monásticos, Abadía de Silos, Burgos 1986.
L.F. Mateo-Seco, Vida de Macrina. Elogio de Basilio, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995.
Manuel Diego Sánchez, Historia de la espiritualidad patrística, Editorial de espiritualidad, Madrid 1992.
M. De elizalde, Cuadernos Monásticos 17 (1982), abadía de Santa Escolástica, Buenos Aires.
Sagrada Biblia, Ediciones B.A.C., Madrid 1966.
Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003.
Sira Carrasquer Pedrós y Araceli De La Red Vega, Madres del Desierto, Matrología, T. 1, Col. Espiritualidad Monástica, Monasterio de las Huelgas, Burgos 1999.
[1] Rm 8,35-39.
2 Os 2, 14.
3 Mt 5, 8.
[4] Cf. Jean Leclercq, Cultura y vida cristiana, Ediciones Sígueme, Salamanca 1965.
[5] Manuel Diego Sánchez, Historia de la espiritualidad patrística, Editorial de espiritualidad, Madrid 1992, p. 14.
[6]
La mujer, durante siglos, ha sido considerada, podríamos decir, como un
ser de segunda categoría con respecto a los hombres. Las mujeres vivían
siempre sometidas al varón, primero permanecían bajo la tutela de su
padre, para seguidamente encontrarse ante el dominio del marido. Lo que
ellas pensaban no tenía ningún interés, la historia ha sido escrita por
hombres y poco sabemos de la mirada femenina de las mujeres sobre ella y
de su contribución callada y silenciosa pero no menos importante. Lo
que ellas pensaban, sentían o vivían, no tenía relevancia social ninguna
en un mundo de hombres, sólo se podían dedicar a la casa y alcuidado de
los hijos y el marido. Pero no debemos olvidar que en nuestro caso, hoy
no se hablaría de un San Basilio ni de su obra, ni de un San Gregorio
de Nisa, sin la influencia de su hermana Santa Macrina.
[7] Alrededor de los años 419, 420, Paladio escribió la Historia Lausiaca,
dedicada a Lauso, chambelán de Teodosio II. Está formada por una
colección de apuntes sobre varios ascetas, hombres y mujeres, sobre todo
del ambiente egipcio y, en menor medida de Palestina. Paladio se
refiere a ascetas conocidos por él o de los que había oído a hablar.
Quiere escribir sobre todo una obra de edificación; para ello pone de
relieve el valor espiritual de la vida del desierto que conocía bastante
bien. Existen, desde el punto de vista textual, tres recensiones: una
breve que parece ser la original; otra larga que según E. Honigmann
habría sido compuesta por Heráclides de Nisa; y otra que es una
combinación de las dos anteriores, unida a la Historia monachorum in Aegypto. (Cf. Institutum Patristicum Agustinianum, a cargo de Angelo Di Berardino, Diccionario Patrístico y de la Antigüedad Cristiana. T. II, Ediciones Sígueme, Salamanca 1992, p. 1648-1649).
[8]
En los primeros siglos del cristianismo, a los cristianos que llevaban
una vida más austera y sacrificada, más desprendida de las cosas del
mundo y más dedicada a la imitación del Señor, se les dieron varios
nombres, como el de vírgenes para las mujeres y el de continentes para los hombres. Estos térmisnos señalan lo esencial de su estilo de vida: el celibato. Acabó prevaleciendo, sobre todo en la Iglesia de Oriente, el nombre de asceta.
Los solitarios de Egipto se reclutaban en su inmensa mayoría entre las
clases bajas de la sociedad copta; también procedían en menor medida, de
las clases sociales media y alta; lo importante para ellos era vivir,
mejor que especular sobre la vida, avanzar por el camino de la
perfección, mejor que analizar sus etapas. La Sagrada Escritura
no debía ser ovjeto de especulación teológica, sino norma de vida y de
arma en la lucha contra el demonio. El sacerdocio entre los anacoretas
coptos era algo excepcional, ern en general, laicos. Lo normal era que
los solitarios vivieran cercanos los unos a los otros, pues la vida en
el desierto era duray difícil y muchos empezaron a congregarse y
organizarse, y muchos buscaban un maestro que fuera su guía espiritual.
También hubo muchas mujeres que hicieron vida solitaria en los desiertos
de Egipto. Los Padres de la Iglesia
las consideraron aptas para transmitir doctrina epiritual y así,
tuvieron una maternidad espiritual en nada envidiable a la paternidad
espiritual de los Padres. . vemos que los apotegmas de las Madres, han sido admitidos entre los apotegmans de los padres. (Cf. García M. Colombás, El monacato primitivo I, B.A.C., Madrid 1974, p.31-89).
[9]
Orígenes, gran asceta y maestro de ascetas, nos recuerda que el
apartamiento del mundo, no se trataba de marchar al desierto, sino que
era más bien, una separción moral. Marchar al desierto era dejar Egipto,
es decir, el mundo, pero dejarlo no como lugar, sino como modo de
pensar.
[10] Cf. Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003, p. 185-186.
[11] Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003, p. 186.
[12] Fl 2, 5ss
[13] Cf. Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003, p. 187.
[14] Cf. Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003, p. 188.
[15] Esta sentencia pertenece a un discurso que se atribuye a San Gregorio de Nisa, In Faciamus hominem…, Oratio II; p. 44, 276.
[16] Gregorio Nacianceno, In Gorgorian, Oratio VIII, 14, p. 35, 805.
[17] Josep M. Soler, Las Madres del Desierto y la Maternidad Espiritual. Mujeres del Absoluto, XX semana de estudios monásticos, Abadía de Silos, Burgos 1986, p. 61.
[18] M. De elizalde, Cuadernos Monásticos 17 (1982) 445-448.
[19] M. De elizalde, Cuadernos Monásticos 17 (1982) 118-119.
[20] Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6 (2001), Mejico.
[21] Cf. Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6 (2001), Mejico.
[22] Sira Carrasquer Pedrós y Araceli De La Red Vega, Madres del Desierto, Matrología, T. 1, Col. Espiritualidad Monástica, Monasterio de las Huelgas, Burgos 1999. p. 150.
[23] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 509.
[24] Gregorio De Nisa, Vitae Sanctae Macrinae. Rutas de luz, Madrid 1943, p. 358.
[25] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 509.
[25] Gregorio De Nisa, Vitae Sanctae Macrinae. Rutas de luz, Madrid 1943, p. 123-124.
[26] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 125.
[27] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 512.
[28] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p.126.
[29] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 512-513.
[30] L.F. Mateo-Seco, Vida de Macrina. Elogio de Basilio, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995, p. 74.
[31]
No se puede decir que San Basilio fundase una Orden en sentido estricto
de la palabra, ni se puede afirmar que todos aquellos monasterios
tuviesen un código legislativo inexorable salido de las manos de
Basilio. Fue más bien el conjunto de normas ascéticas, como núcleo
substancial de los diversos estatutos particulares de cada casa
religiosa, el que sirvió de ocasión para el nombre de basilianos.
Tal vez el comienzo de una tal nomenclatura haya que buscarlo en la
contraposición con San Benito, patriarca de los monjes de Occidente, y
en una fórmula de este último, en que alude a la “Regla de nuestro Padre
San Basilio (Regla de San Benito, c. 73, 6). El Papa Gregorio XIII
reunió todos los monasterios italianos y españoles inspirados en la Regla de San Basilio en una verdadera Orden basiliana.
[32] L.F. Mateo-Seco, Vida de Macrina. Elogio de Basilio, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995, p. 75.
[33]Cf. Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003, p. 130.
[34] L.F. Mateo-Seco, Vida de Macrina. Elogio de Basilio, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995, p. 130.
[35] Cf. Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 501-502.
[36]
Hay autores que creen que murió en diciembre, pero J. R. Ponchet, en
“Fecha de la elección episcopal de San Basilio”, cree que murió el 19 de
julio, fecha en que coincide su celebración en el Santoral.
[37] Cf. Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6 (2001), Mejico.
[38] Cf. Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6 (2001), Mejico.
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