Para vivir hay que respirar, respirar aire puro, oxigenado. Si no, te ahogas, te asfixias.
Una orquesta sinfónica, aún cuando tenga en programa una función
todos los días, comienza siempre por afinar los instrumentos. Uno podría
preguntarse: pero ¿para qué? Si son instrumentos pulidos, valiosos y
cuidados con esmero, ¿realmente es necesario afinarlos todos los días,
cada vez que se van a tocar? Es así. Si queremos vivir bien nuestra vida
espiritual, necesitamos afinar el amor y respirar aire nuevo, el aire
puro del Espíritu, todos los días.
Jesucristo no podía vivir sin orar, como nosotros no podemos vivir sin respirar.
Para Jesucristo la oración era una necesidad. Buscaba
la soledad para encontrar a su Padre (Lc 9,18 y Mt 14,23), se iba al
desierto o a la montaña para hablar con su Él (Mt 4,1 y Mc 6,46 ), oraba
de noche cuando nadie pudiera interrumpirle y cuando todo favorecía el
clima de intimidad (Mc 1, 35).
Para Jesucristo la oración era una prioridad. Oró en
los momentos más difíciles de su vida, en Getsemaní y en el Calvario.
Oró antes de tomar decisiones importantes, como antes de elegir a los
doce apóstoles (cf Lc 6,12). Oró agradeciendo al Padre la revelación
bondadosa de su Rostro a los más pequeños (Mt 11,25). Elevó al cielo su
espíritu y sus palabras seguro de ser siempre escuchado antes de
resucitar a Lázaro y de realizar otros muchos milagros. (Jn 11,42)
Oró en momentos de especial trascendencia en su vida, como al
transfigurarse en el Monte Tabor (Lc 9, 29), antes de manifestarse como
Hijo de Dios (Lc 9,18), antes de enseñar el Padre nuestro (Lc 11,1) y en
la Última Cena (Jn 17). Aunque todos le buscaran (Mc 1,37), él oraba.
Lo dijo y lo cumplió el primero: es preciso orar en todo tiempo y no
desfallecer (Lc 18,1). Al final de su corta vida se dedicó
particularmente a la oración: "Ya no andaba en público entre los judíos"
(Jn 11)
Verle orar despertaba en sus discípulos el deseo de hacer lo mismo.
(Lc 11,1) Quienes convivieron con él aprendieron bien la lección: la
primera comunidad cristiana fue una comunidad orante (Hechos 2,42). Este
hecho deja ver cuánto les habrá insistido Jesucristo sobre la
importancia y la necesidad de la oración. "Sabemos bien que la
oración no se debe dar por descontada: hace falta aprender a orar, casi
adquiriendo siempre de nuevo este arte; incluso quienes van muy
adelantados en la vida espiritual sienten siempre la necesidad de entrar
en la escuela de Jesús para aprender a orar con autenticidad." (Benedicto XVI, 4 de mayo de 2011)
¿Por qué oraba Jesús? Porque tenía una profunda conciencia de su condición de hijo.
Jesús nos enseña que la oración, el trato con el Padre, es el acto más
propio de nuestra condición de hijos de Dios. No es por conveniencia que
reza, ni por cumplir un compromiso, ni porque algo le falta, reza
porque es hijo y un hijo trata con su padre, lo necesita. Ni Jesucristo, siendo Dios, dio la oración por descontada. Mucho menos nosotros:
"El Hijo de Dios hecho Hijo de la Virgen aprendió a orar conforme
a su corazón de hombre. Y lo hizo de su madre que conservaba todas las
"maravillas" del Todopoderoso y las meditaba en su corazón (cf Lc 1,
49;2, 19; 2, 51). Lo aprende en las palabras y en los ritmos de la
oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero su
oración brota de una fuente secreta distinta, como lo deja presentir a
la edad de los doce años: "Yo debo estar en las cosas de mi Padre" (Lc
2, 49). Aquí comienza a revelarse la novedad de la oración en la
plenitud de los tiempos: la oración filial, que el Padre esperaba de sus
hijos va a ser vivida por fin en el propio Hijo único en su Humanidad,
con los hombres y en favor de ellos". (Catecismo de la Iglesia Católica, 2599)
La vida de oración es cuestión de identidad, proviene de nuestra
condición de hijos de Dios. Va mucho más allá que la necesidad o el
problema del momento.
Si Dios nos dijera: Pídeme lo que quieras y te lo concederé. Aquí hay
algo de mucho valor que podemos pedirle. Además, es algo que a Él le
gustará que le pidamos: aviva en mí el espíritu filial, como el de tu Hijo Jesucristo.
Si rezas, ¿por qué rezas?
Si no rezas, ¿por qué no rezas?
Es misterioso ver cómo teniendo el Padre más maravilloso, tantas veces nos empeñamos en vivir como huérfanos....
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