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La felicidad. Séneca y San Agustín |
Dice Séneca que vivir feliz todo el mundo lo desea,
pero descubrir en qué consiste lo que hace la vida
feliz nadie lo ve claro, pues cuanto más la buscamos
más nos alejamos de ella. Para estudiar en qué consiste
el objeto de nuestras aspiraciones escribe su pequeño tratado De
la vida feliz.
En una de sus primeras consideraciones advierte que
debemos cuidarnos de no seguir como borregos el parecer de
la mayoría, pues no suele ser nunca un criterio fiable
de verdad, sino todo lo contrario. Piensa Séneca que hay
una mejor luz para discernir lo verdadero de lo falso,
en la propia alma, donde se puede revisar la vida
y descubrir que muchos deseos y trabajos no nos dan
ninguna felicidad. De acuerdo con los estoicos, una vida
feliz es la que está de acuerdo con su naturaleza
y se llega a ella si el alma está sana
y ocupada, sin inquietud, en la búsqueda del soberano bien
del alma. El fundamento inmutable de una vida feliz es,
para Séneca, la rectitud y firmeza de juicio y advierte
que todo fallará si se busca como lo mejor aquello
que no nos hará mejores. Hay en Séneca un alto
concepto de la capacidad del hombre para elevarse por encima
de sus pasiones utilizando el juicio, la razón, la voluntad
que configuran su naturaleza, de acuerdo con la cual debe
vivir, pero no es fácil y los hombres se desvían
buscando la felicidad en el poseer, en el saber, en
el poder, en el placer y cosechando dolor e infelicidad.
San Agustín también buscó la felicidad por diversos caminos. Aplicó
su formidable inteligencia a indagar sobre ella y llegó a
la conclusión de que la vida feliz consiste en gozar
de la Verdad (con mayúscula) Aunque todos confiesen preferir la
verdad a la mentira, no buscan la verdad absoluta que
sirva de fundamento a todas las demás. Antes y ahora
solemos aceptar las verdades que nos benefician y nos son
cómodas y rechazamos las que pueden imponernos deberes o cuestionar
nuestra conducta.
El relativismo que nos corroe proclama, sin rebozo,
que todas las verdades son equivalentes e invocando la tolerancia,
nos disuade buscar la verdad absoluta sobre la que edificar
nuestra vida. Naturalmente, cada día somos menos felices y hemos
llegado hasta confundir la felicidad con el estado de bienestar,
cada día más deteriorado. Hay que reconocer el esfuerzo de
Séneca y los estoicos para encontrar la felicidad en la
virtud y no en los placeres y enfrentarse a la
muerte con entereza, pero San Agustín va más allá pues,
al interrogarse sobre sí mismo, concluye que todos somos criaturas
de Alguien que nos hizo para Sí. Por eso exclama
¡nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta
que no descanse en Ti! Descansar en Dios es la
bienaventuranza eterna. La muerte no es el final de nada.
Pero empeñados en borrar a Dios de nuestro mundo, para
ser nuestros propios dioses, hemos inventado fábulas inverosímiles que no
dan razón alguna sobre el hecho maravilloso de existir. El
universo no es por puro azar, ni el hombre el
producto ciego de la evolución de la materia. Dios está
cerca de cada uno de nosotros, dentro de nosotros. Solo
hace falta que nos abramos a su acción repitiendo con
San Agustín: ¡tarde os amé, hermosura tan antigua y tan
nueva, tarde os amé! La vida, alegrías y sufrimientos, es
distinta si ponemos en Dios nuestra esperanza.
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