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Elzeario o Elzearo, Santo |
Laico
Martirologio Romano: En París, en Francia, san Elzearo de Sabran,
conde de Arian, que viviendo la virginidad y todas las
virtudes con su esposa, la beata Delfina, murió en la
flor de la edad (1323).
Fecha de canonización: Fue canonizado solemnemente
en la basílica de San Pedro de Roma por el
papa Urbano V el 1 de abril de 1369.
Elzeario de Sabrán y Delfina de Provenza,
esposos, vivieron virginalmente el matrimonio. Vistieron el hábito de la
Tercera Orden Franciscana, cuyo espíritu orientó y conformó sus vidas.
De condición noble y rica, distribuían abundantes limosnas a los
pobres, y se dedicaban de continuo a la oración y
a las obras buenas. La Beata Delfina vivió 35 años
en santa viudez.
Tengamos en cuenta, antes de entrar en la
vida de este matrimonio santo, que también la santidad, como
todas las cosas, sufre las influencias del ambiente. Muchas cosas
hay en los santos enteramente acordes con las ideas del
tiempo en que vivieron, y que hoy, o no resultarían
imitables, o en algunos casos podrían llegar a ser perjudiciales.
Esto no quita para que podamos leer con fruto su
vida, porque aunque no podamos imitar detalladamente los ejemplos concretos
que nos dieron, podemos y debemos, en cambio, sentir el
estímulo que supone la contemplación de la generosidad con que
ellos respondieron al llamamiento divino. Así, aunque en la vida
de este santo matrimonio haya cosas que choquen con nuestra
mentalidad actual, no podemos menos de reconocer que constituye un
magnífico ejemplo de dócil entrega a los impulsos del Espíritu
Santo y que en lo sustancial puede servir como actualísima
lección de lo que ha de ser un hogar cristiano.
Catorce
años tenía Delfina, nacida en Puimichel (Provenza) en 1282, cuando
le propusieron el matrimonio con Elzear, quien había nacido en
Aussouis (Provenza) el año 1285, y era dos años más
joven que ella. Y a sus catorce años, rechazó con
energía aquella unión que le proponían. Sin embargo, y cediendo
a los consejos de un franciscano, terminó por consentir, y
dos años después se celebró el matrimonio. Los dos jovencitos
así unidos, quedaron solos después de cuatro días de fiesta,
y entonces tuvo lugar en realidad, históricamente demostrado, lo que
tantas veces ha sido un elemento claramente legendario en la
vida de los santos. Solos en su cámara nupcial, Delfina
mostró a su esposo el gran deseo que tenía de
quedar siempre virgen. Él consintió en ello, pero sin querer
en manera alguna obligarse con voto, como ella se lo
pedía. Entonces ella insistió una y otra vez en los
ejemplos de San Alejo y de Santa Cecilia, en consideraciones
sobre la brevedad de esta vida, lo despreciable del mundo,
lo hermoso de la gloria eterna. Con todo, Elzear no
consentía en el voto, aunque continuaba respetando la virginidad de
su esposa. Un día cayó ésta gravemente enferma y declaró
de manera rotunda a su esposo que estaba persuadida de
que sólo el doble voto de castidad la curaría. Entonces
Elzear prometió satisfacerle. Ambos hicieron su voto ante un franciscano,
que era su confesor, y entraron en la Tercera Orden.
Su
santidad se inserta de lleno en la maravillosa corriente de
espiritualidad franciscana que recorre toda la Edad Media. Ambos pertenecían
a familias de la primera nobleza, y gozaban, por consiguiente,
de gran abundancia de bienes de fortuna. Pero, como San
Luis de Francia, San Fernando de Castilla, Santa Isabel de
Portugal y su homónima la de Hungría, supieron en medio
de las riquezas conservar enteramente libre su corazón, y aplicar,
a su vida de seglares, el admirable contenido evangélico de
la regla de los terciarios franciscanos.
Marido y mujer llevaban la
estameña bajo sus nobles vestidos. Por la noche se reunían
para pasarla en oración y disciplinarse. Delfina no tocó nunca
a su marido más que para hacerle pequeños servicios. Elzear
había hecho un reglamento muy preciso y detallado para la
buena marcha de la casa, que le exigía, entre otras
cosas, la misa diaria y una especie de círculo de
estudios familiar.
Pero todo esto se hacía sin abandonar la vida
propia de un matrimonio seglar. Así vemos a Elzear abandonar
a su esposa para marchar al reino de Nápoles, en
el que había heredado el condado de Ariano Irpino (Benevento).
Allí brillaba, de una parte, la bondad, y, de otra
parte, la firmeza del joven señor provenzal. Encantador en el
trato con los pobres, sabía, sin embargo, hacer frente con
valentía a la turbulencia de sus vasallos italianos. Y al
terminar el ejercicio de las armas, retirarse, después del combate,
para disciplinarse. Su destreza en el manejo de las armas
brillaba en la corte napolitana. Un día, Delfina se encontraba
entonces con él, hubo una gran fiesta en Nápoles. Ambos
cónyuges supieron hacer un magnífico papel. Elzear arrebató un anillo
con su lanza, desde el caballo lanzado a todo galope,
en pleno torneo. Horas después, en el baile, Delfina se
mostraba encantadora, evolucionando con una gracia enteramente singular.
Su existencia venía
repartiéndose entre la Provenza natal y aquellas tierras de Italia.
Hacia 1317, Elzear ve aumentarse sus responsabilidades, porque el rey
Roberto I le encarga administrar justicia en el Abruzo citerior.
Poco después el matrimonio tiene que marchar a París, nombrado
Elzear embajador extraordinario por el mismo rey Roberto para negociar
un matrimonio de príncipes. Pero sólo Elzear pudo hacer el
viaje. Delfina se vio obligada a quedarse en la corte
del rey Roberto, en Aviñón, lejos de pensar que aquella
separación iba a ser definitiva.
En París, el 27 de septiembre
de 1323, cuando solo tenía treinta y ocho años, moría
Elzear. El rey de Francia Carlos IV enviaba rápidamente un
correo que diera la noticia a su esposa. Pero ya
ella la había conocido misteriosamente. Sin vacilar un momento, abandonó
la corte del rey y se volvió a sus tierras.
Elzear
dejaba en pos de sí el recuerdo de una vida
verdaderamente santa. Como el rey San Luis, se le había
visto visitar los hospitales, atender a los leprosos, cuidarles con
sus propias manos y besarles. Verdadero asceta en el mundo,
había sido un constante abogado de los pobres, un mentor
ejemplar del joven príncipe Carlos de Calabria, hijo de Roberto
I, y un esposo modelo para su mujer, que confesaba
que junto a él sentía una constante invitación a crecer
en la gracia divina, y veía a su esposo como
a su ángel guardián.
Un año después de su muerte, Elzear
se apareció a su esposa y le reprochó con dulzura
la pena que mostraba por su muerte. «El lazo se
ha roto, y ahora estamos libres», le dijo recordando las
palabras del salmo 123 y la liturgia de los Santos
Inocentes. Delfina sonrió en medio de sus lágrimas, volvió a
su antigua alegría, y se dedicó de lleno a la
tarea de santificarse más y más.
Fiel a la espiritualidad franciscana,
quiso abrazarse con la pobreza. Pero eso no era fácil.
Poco a poco fue despojándose de sus bienes. Abandonó sus
tierras de Provenza y se fue a Nápoles. Aunque le
ofrecieron alojamiento en la corte, ella prefirió vivir miserablemente y
mendigando. Los chiquillos la injuriaban por la calle, y ella
se gozaba en aquella humillación.
Pero he aquí que sobreviene algo
imprevisto: la reina doña Sancha había quedado viuda del rey
Roberto en 1343 y quería tener junto a sí alguien
que le apoyara en su vida espiritual. Llamó a Delfina
y la hizo su consejera. Por indicación de ella entró
la reina en las franciscanas de Santa Cruz de Nápoles,
donde murió el año 1345.
Delfina volvió a la ciudad francesa
de Apt, donde ya había vivido buena parte de la
última fase de su vida, y allí pasó sus quince
últimos años. Humilde y pobre, no desatendió, sin embargo, a
sus conciudadanos. Cuando una guerra local amenaza arruinar el país,
Delfina, aunque enferma, se interpone y consigue un apaciguamiento. Es
hermoso también verla organizando una caja rural, en la que
ella actuaba de secretaria y de fiadora. Prestando sin interés,
conseguía resolver dificilísimas situaciones de los pobres labradores. La santidad,
bien conocida por todos, de Delfina, era la garantía que
permitía que aquella interesante empresa funcionara.
Por fin, el 26 de
noviembre de 1360, a sus setenta y ocho años, murió
en Apt, donde se la enterró, juntamente con su marido,
en la iglesia de los franciscanos.
El pueblo rodeó aquella tumba
bien pronto de una espontánea y cariñosa veneración. Tres años
después de la muerte de Delfina, los comisarios apostólicos enviaban
al Papa un informe sumamente favorable a su causa. Pero
el resultado no fue decisivo por el momento. Había temor
de que Delfina, en su trato con la reina doña
Sancha y los franciscanos «espirituales», rebeldes a la Santa Sede,
se hubiera contaminado de algunos de sus errores. Sólo años
después su nombre empieza a aparecer en los martirologios franciscanos,
y el Papa Inocencio XII aprobó su culto el 24
de julio de 1694.
Por lo que hace a Elzear, fue
canonizado solemnemente en la basílica de San Pedro de Roma
por el papa Urbano V el 1 de abril de
1369. Se conserva su proceso de canonización, en el que,
desgraciadamente, falta la declaración, que tan interesante hubiese sido, de
su esposa Delfina. La fiesta de San Elzear se celebraba
el 27, y se celebra juntamente con la de su
esposa el 26 de septiembre.
A propósito del caso de estos
santos esposos escribió Blondel unas palabras con las que terminamos
esta semblanza: «Asociarse (en el matrimonio) para ayudarse mutuamente en
la caridad humana y divina o para realizar una especie
de respetuosa inmolación doblemente meritoria, no es incompatible con la
confianza en gracias excepcionales o en circunstancias impuestas por estados
físicos y morales. Por eso ha sido posible canonizar vocaciones
paradójicas y de una virtud singular, como la de San
Elzear y la Beata Delfina de Provenza, verdaderos esposos, pero
unidos en una emulación virginal».
27 de septiembreSAN
ELZEAR y BEATA DELFINA,(*) Esposos
Tengamos en cuenta, antes de entrar en la vida de
este matrimonio santo, que también la santidad, como todas las cosas, sufre las
influencias del ambiente. Muchas cosas hay en los santos enteramente acordes con
las ideas del tiempo en que vivieron, y que hoy, o no resultarían imitables, o
en algunos casos podrían llegar a ser perjudiciales. Esto no quita para que
podamos leer con fruto su vida, porque aunque no podamos imitar detalladamente
los ejemplos concretos que nos dieron, podemos y debemos, en cambio, sentir el
estímulo que supone la contemplación de la generosidad con que ellos
respondieron al llamamiento divino. Así, aunque en la vida de este santo
matrimonio haya cosas que choquen con nuestra mentalidad actual, no podemos
menos de reconocer que constituye un magnífico ejemplo de dócil entrega a los
impulsos del Espíritu Santo y que en lo sustancial puede servir como actualísima
lección de lo que ha de ser un hogar cristiano.
Catorce años tenía Delfina cuando le
propusieron el matrimonio con Elzear, dos años más joven que ella. Y a sus
catorce años, rechazó con energía aquella unión que le proponían. Sin
embargo, y cediendo a los consejos de un franciscano, terminó por consentir, y
dos años después se celebró el matrimonio. Los dos jovencitos así unidos,
quedaron solos después de cuatro días de fiesta, y entonces tuvo lugar en
realidad, históricamente demostrado, lo que tantas veces ha sido un elemento
claramente legendario en la vida de los santos. Solos en su cámara nupcial,
Delfina mostró a su esposo el gran deseo que tenía de quedar siempre virgen.
El consintió en ello, pero sin querer en manera alguna obligarse con voto, como
ella se lo pedía. Entonces ella insistió una y otra vez en los ejemplos de San
Alejo y de Santa Cecilia, en consideraciones sobre la brevedad de esta vida, lo
despreciable del mundo, lo hermoso de la gloria eterna. Con todo, Elzear no
consentía en el voto, aunque continuaba respetando la virginidad de su esposa.
Un día cayó ésta gravemente enferma y declaró de manera rotunda a su esposo
que estaba persuadida de que sólo el doble voto de castidad la curaría.
Entonces Elzear prometió satisfacerle. Ambos hicieron su voto ante un
franciscano, que era su confesor, y entraron en la Tercera Orden.
Su santidad se inserta de lleno en la maravillosa
corriente de espiritualidad franciscana que recorre toda la Edad Media. Ambos
pertenecían a familias de la primera nobleza, y gozaban, por consiguiente, de
gran abundancia de bienes de fortuna. Pero como San Luis de Francia, San
Fernando de Castilla, Santa Isabel de Portugal y su homónima la de Hungría,
supieron en medio de las riquezas conservar enteramente libre su corazón, y
aplicar, a su vida de seglares, el admirable contenido evangélico de la regla
de los terciarios franciscanos.
Marido y mujer llevaban la estameña bajo sus
nobles vestidos. Por la noche se reunían para pasarla en oración y
disciplinarse. Delfina no tocó nunca a su marido más que para hacerle pequeños
servicios. Elzear había hecho un reglamento muy preciso y detallado para la
buena marcha de la casa, que le exigía, entre otras cosas, la misa diaria y una
especie de círculo de estudios familiar.
Pero todo esto se hacía sin abandonar la vida
propia de un matrimonio seglar. Así vemos a Elzear abandonar a su esposa para
marchar al reino de Nápoles, en el que había heredado el condado de Pariano.
Allí brillaba, de una parte, la bondad, y de otra parte, la firmeza del joven
señor provenzal. Encantador en el trato con los pobres, sabía, sin embargo,
hacer frente con valentía a la turbulencia de sus vasallos italianos. Y al
terminar el ejercicio de las armas, retirarse, después del combate, para
disciplinarse. Su destreza en el manejo de las armas brillaba en la corte
napolitana. Un día, Delfina se encontraba entonces con él, hubo una gran
fiesta en Nápoles. Ambos cónyuges supieron hacer un magnífico papel. Elzear
arrebató un anillo con su lanza, desde el caballo lanzado a todo galope, en
pleno torneo. Horas después, en el baile, Delfina se mostraba encantadora,
evolucionando con una gracia enteramente singular.
Su existencia venía repartiéndose entre la
Provenza natal y aquellas tierras de Italia. Hacia 1317, Elzear ve aumentarse
sus responsabilidades, porque el rey Roberto I le encarga administrar justicia
en el Abruzo citerior. Poco después el matrimonio tiene que marchar a París,
nombrado Elzear embajador extraordinario por el mismo rey Roberto para negociar
un matrimonio de príncipes. Pero sólo Elzear pudo hacer el viaje. Delfina se
vio obligada a quedarse en la corte del rey Roberto, en Aviñón, lejos de
pensar que aquella separación iba a ser definitiva.
En París, el 27 de septiembre de 1323, cuando
solo tenía treinta y ocho años, moría Elzear. El rey de Francia Carlos IV
enviaba rápidamente un correo que diera la noticia a su esposa. Pero ya ella la
había conocido misteriosamente. Sin vacilar un momento, abandonó la corte del
rey y se volvió a sus tierras.
Elzear dejaba en pos de sí el recuerdo de una
vida verdaderamente santa. Como el rey San Luis, se le había visto visitar los
hospitales, atender a los leprosos, cuidarles con sus propias manos y besarles.
Verdadero asceta en el mundo, había sido un constante abogado de los pobres, un
mentor ejemplar del joven príncipe Carlos de Calabria, hijo de Roberto I, y un
esposo modelo para su mujer, que confesaba que junto a él "sentía una
constante invitación a crecer en la gracia divina, y veía a su esposo como a
su ángel guardián".
Un año después de su muerte, Elzear se apareció
a su esposa y le reprochó con dulzura la pena que mostraba por su muerte.
"El lazo se ha roto, y ahora estamos libres", le dijo recordando las
palabras del salmo 123 y la liturgia de los Santos Inocentes. Delfina sonrió en
medio de sus lágrimas, volvió a su antigua alegría, y se dedicó de lleno a
la tarea de santificarse más y más.
Fiel a la espiritualidad franciscana, quiso
abrazarse con la pobreza. Pero eso no era fácil. Poco a poco fue despojándose
de sus bienes. Abandonó sus tierras de Provenza y se fue a Nápoles. Aunque le
ofrecieron alojamiento en la corte, ella prefirió vivir miserablemente y
mendigando. Los chiquillos la injuriaban por la calle, y ella se gozaba en
aquella humillación.
Pero he aquí que sobreviene algo imprevisto: la
reina doña Sancha había quedado viuda del rey Roberto en 1343 y quería tener
junto a sí alguien que le apoyara en su vida espiritual. Llamó a Delfina y la
hizo su consejera. Por indicación de ella entró la reina en las franciscanas
de Santa Cruz de Nápoles, donde murió el año 1345.
Delfina volvió a Apt, donde ya había vivido
buena parte de la última fase de su vida, y allí pasó sus quince últimos años.
Humilde y pobre, no desatendió, sin embargo, a sus conciudadanos. Cuando una
guerra local amenaza arruinar el país, Delfina, aunque enferma, se interpone y
consigue un apaciguamiento. Es hermoso también verla organizando una caja
rural, en la que ella actuaba de secretaria y de fiadora. Prestando sin interés,
conseguía resolver dificilísimas situaciones de los pobres labradores. La
santidad, bien conocida por todos, de Delfina, era la garantía que permitía
que aquella interesante empresa funcionara.
Por fin, el 26 de noviembre de 1360, a sus
setenta y ocho años, murió en Apt, donde se la enterró, juntamente con su
marido, en la iglesia de los franciscanos.
El pueblo rodeó aquella tumba bien pronto de una
espontánea y cariñosa veneración, Tres años después de la muerte de
Delfina, los comisarios apostólicos enviaban a Papa un informe sumamente
favorable a su causa. Pero el resultado no fue decisivo por el momento. Había
temor de que Delfina, en su trato con la reina doña Sancha y los franciscanos
"espirituales", rebeldes a la Santa Sede, se hubiera contaminado de
algunos de sus errores. Sólo años después su nombre empieza a aparecer en los
martirológios franciscanos, y su fiesta a ser celebrada el 9 de diciembre.
Por lo que hace a Elzear, fue canonizado
solemnemente en la basílica de San Pedro de Roma por el papa Urbano V el 1 de
abril de 1369. Se conserva su proceso de canonización, en el que,
desgraciadamente, falta la declaración, que tan interesante hubiese sido, de su
esposa Delfina. La fiesta de San EIzear se celebra en este día 27 de
septiembre.
A propósito del caso de estos santos esposos
escribió Blondel unas palabras, con las que terminamos esta semblanza:
"Asociarse (en el matrimonio) para ayudarse mutuamente en la caridad humana
y divina o para realizar una especie de respetuosa inmolación doblemente
meritoria, no es incompatible con la confianza en gracias excepcionales o en
circunstancias impuestas por estados físicos y morales. Por eso ha sido posible
canonizar vocaciones paradójicas y de una virtud singular, como la de San
Elzear y la Beata Delfina de Provenza, verdaderos esposos, pero unidos en una
emulación virginal".
¡Felicidades a quien lleve este
nombre!
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