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Jerónimo, Santo |
Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de san Jerónimo, presbítero
y doctor de la Iglesia, que, nacido en Dalmacia, estudió
en Roma, cultivando con esmero todos los saberes, y allí
recibió el bautismo cristiano. Después, captado por el valor de
la vida contemplativa, se entregó a la existencia ascética yendo
a Oriente, donde se ordenó de presbítero. Vuelto a Roma,
fue secretario del papa Dámaso, hasta que, fijando su residencia
en Belén de Judea vivió una vida monástica dedicado a
traducir y explicar las Sagradas Escrituras, revelándose como insigne doctor.
De modo admirable fue partícipe de muchas necesidades de la
Iglesia y, finalmente, llegando a una edad provecta, descansó en
la paz del Señor (420).
Etimología: Jerónimo = Aquel que lleva
nombre santo, viene del griego
El
IV siglo después de Cristo, que tuvo su momento importante
en el 380 con el edicto del emperador Teodosio que
ordenaba que la fe cristiana tenía que ser adoptada por
todos los pueblos del imperio, está repleto de grandes figures
de santos: Atanasio, Hilario, Ambrosio, Agustín, Crisóstomo, Basilio y Jerónimo.
Este
último nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año 340; estudió
en Roma y allí fue bautizado. Su espíritu es enciclopédico:
su obra literaria nos revela al filósofo, al retórico, al
gramático, al dialéctico, capaz de pensar y escribir en latín,
en griego, en hebreo; escritor rico, puro y robusto al
mismo tiempo. A él se debe la traducción al latín
del Antiguo y del Nuevo Testamento, que llegó a ser,
con el titulo de Vulgata, la Biblia oficial del cristianismo.
Jerónimo
es de una personalidad fortísima: en cualquier parte a donde
va suscita entusiasmos o polémicas. En Roma fustiga los vicios
y las hipocresías y también preconiza nuevas formas de vida
religiosa, atrayendo a ellas a algunas mujeres influyentes patricias de
Roma, que después lo siguen en la vida eremítica de
Belén.
La huída de la sociedad de este desterrado voluntario
se debió a su deseo de paz interior, no siempre
duradero, porque de vez en cuando reaparecía con algún nuevo
libro. Los rugidos de este “león del desierto” se hacían
oír en Oriente y en Occidente. Sus violencias verbales iban
para todos. Tuvo palabras duras para Ambrosio, para Basilio y
hasta para su amigo Agustín que tuvo que pasar varios
tragos amargos. Lo prueba la correspondencia entre los dos grandes
doctores de la Iglesia, que se conservan casi en su
totalidad. Pero sabía suavizar sus intemperancias de carácter cuando el
polemista pasaba a ser director de almas.
Cuando terminaba un libro,
iba a visitar a las monjas que llevaban vida ascética
en un monasterio no lejos del suyo. El las escuchaba,
contestando sus preguntas. Estas mujeres inteligentes y vivas fueron un
filtro para sus explosiones menos oportunas y él les pagaba
con el apoyo y el alimento de una cultura espiritual
y biblica. Este hombre extraordinario era consciente de sus limitaciones
y de sus propias faltas. Las remediaba dándose golpes de
pecho con una piedra. Pero también se daba cuenta de
sus méritos, tan es así que la large lista de
los hombres ilustres, de los que hizo un breve pero
precioso resumen (el De viris illustribus) termina con un capítulo
dedicado a él mismo. Murió a los 72 años, en
el 420, en Belén.
SAN JERÓNIMOFiesta 30 Septiembre Uno de los cuatro Doctores originales
de la Iglesia Latina. Padre de las ciencias bíblicas y traductor de la
Biblia al latín. Presbítero, hombre de vida ascética, eminente literato. (347-420)
Ver de sus escritos: Convertíos a mí -de su comentario sobre el profeta Joel Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo
En breve: Nació
en Estridón (Dalmacia) hacia el año 340; estudió en Roma y allí fue
bautizado. Abrazó la vida ascética, marchó al Oriente y fue ordenado
presbítero. Volvió a Roma y fue secretario del papa Dámaso. Fue en esta
época cuando empezó su traducción latina de la Biblia. También promovió
la vida monástica. Más tarde, se estableció en Belén, donde trabajó
mucho por el bien de la Iglesia. Escribió gran cantidad de obras,
principalmente comentarios de la sagrada Escritura. Murió en Belén el
año 420.
San JerónimoAudiencias de Benedicto XVI: 7 de noviembre y 14 de noviembre, 2007
Síntesis de las audiencias sobre S. Jerónimo:
San Jeronimo:-"Ignorar la Escritura es ignorar a Cristo" -"¿Cómo
es posible vivir sin la ciencia de las Escrituras, a través de las
cuales se aprende a conocer al mismo Cristo, que es la vida de los
creyentes?" -"Estoy con quien esté unido a la Cátedra de san Pedro" "yo sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia".
La Biblia, instrumento «con el que cada día Dios habla a los fieles, se convierte de este modo en estímulo y manantial de la vida cristiana para todas las situaciones y para toda persona».
Leer
la Escritura es conversar con Dios: «Si rezas --escribe a una joven
noble de Roma--hablas con el Esposo; si lees, es Él quien te habla».
Como interpretar la Biblia«un criterio metodológico fundamental en la interpretación de las Escrituras era la sintonía con el magisterio de la Iglesia».
«Por
nosotros mismos nunca podemos leer la Escritura. Encontramos demasiadas
puertas cerradas y caemos en errores. La Biblia fue escrita por el
Pueblo de Dios y para el Pueblo de Dios, bajo la inspiración del
Espíritu Santo»
«Sólo en esta comunión con el Pueblo de Dios
podemos entrar realmente con el “nosotros” en el núcleo de la verdad que
Dios mismo nos quiere decir».
«Para él una auténtica interpretación de la Biblia tenía que estar siempre en armonía con la fe de la Iglesia católica».
La lectura de la Escritura lleva al santo a entregarse a los demás:
es necesario «vestir a Cristo en los pobres, visitarle en los que
sufren, darle de comer en los hambrientos, cobijarle en los que no
tienen un techo».
La Palabra de Dios «indica al hombre las sendas de la vida, y le revela los secretos de la santidad».
Vida de San JERÓNIMO
(Eusebius Hieronymus Sophronius), el Padre de la Iglesia que más
estudió las Sagradas Escrituras, nació alrededor del año 342, en
Stridon, una población pequeña situada en los confines de la región
dálmata de Panonia y el territorio de Italia, cerca de la ciudad de
Aquilea. Su padre tuvo buen cuidado de que se instruyese en todos los
aspectos de la religión y en los elementos de las letras y las ciencias,
primero en el propio hogar y, más tarde, en las escuelas de Roma. En la
gran ciudad, Jerónimo tuvo como tutor a Donato, el famoso gramático
pagano. En poco tiempo, llegó a dominar perfectamente el latín y el
griego (su lengua natal era el ilirio), leyó a los mejores autores en
ambos idiomas con gran aplicación e hizo grandes progresos en la
oratoria; pero como había quedado falto de la guía paterna y bajo la
tutela de un maestro pagano, olvidó algunas de las enseñanzas y de las
devociones que se le habían inculcado desde pequeño. A decir verdad,
Jerónimo terminó sus años de estudio, sin haber adquirido los grandes
vicios de la juventud romana, pero desgraciadamente ya era ajeno al
espíritu cristiano y adicto a las vanidades, lujos y otras debilidades,
como admitió y lamentó amargamente años más tarde. Por otra parte, en
Roma recibió el bautismo (no fue catecúmeno hasta que cumplió más o
menos los dieciocho años )y, como él mismo nos lo ha dejado dicho,
"teníamos la costumbre, mis amigos y yo de la misma edad y gustos, de
visitar, los domingos, las tumbas de los mártires y de los apóstoles y
nos metíamos a las galerías subterráneas, en cuyos muros se conservan
las reliquias de los muertos". Después de haber pasado tres años en
Roma, sintió el deseo de viajar para ampliar sus conocimientos y, en
compañía de su amigo Bonoso, se fue hacia Tréveris. Ahí fue donde
renació impetuosamente el espíritu religioso que siempre había estado
arraigado en el fondo de su alma y, desde entonces, su corazón se
entregó enteramente a Dios.
En
el año de 370, Jerónimo se estableció temporalmente en Aquilea donde el
obispo, San Valeriano, se había atraído a tantos elementos valiosos,
que su clero era famoso en toda la Iglesia de occidente. Jerónimo tuvo
amistad con varios de aquellos clérigos, cuyos nombres aparecen en sus
escritos. Entre ellos se encontraba San Cromacio, el sacerdote que
sucedió a Valeriano en la sede episcopal, sus dos hermanos, los diáconos
Joviniano y Eusebio, San Heliodoro y su sobrino Nepotiano y, sobre
todo, se hallaba ahí Rufino, el que fue, primero, amigo del alma de
Jerónimo y, luego, su encarnizado opositor. Ya para entonces, Rufino
provocaba contradicciones y violentas discusiones, con lo cual comenzaba
a crearse enemigos. Al cabo de dos años, algún conflicto, sin duda más
grave que los otros, disolvió al grupo de amigos, y Jerónimo decidió
retirarse a alguna comarca lejana ya que Bonoso, el que había sido
compañero suyo de estudios y de viajes desde la infancia, se fue a vivir
en una isla desierta del Adriático. Jerónimo, por su parte, había
conocido en Aquilea a Evagrio, un sacerdote de Antioquía con merecida
fama de ciencia y virtud, quien despertó el interés del joven por el
oriente, y hacia allá partió con sus amigos Inocencio, Heliodoro e
Hylas, éste último había sido esclavo de Santa Melania.
Jerónimo
llegó a Antioquía en 374 y ahí permaneció durante cierto tiempo.
Inocencio e Hylas fueron atacados por una grave enfermedad y los dos
murieron; Jerónimo también estuvo enfermo, pero sanó. En una de sus
cartas a Santa Eustoquio le cuenta que en el delirio de su fiebre tuvo
un sueño en el que se vio ante el trono de Jesucristo para ser juzgado.
Al preguntársele quién era, repuso que un cristiano. "¡Mientes!", le
replicaron. "Tú eres un ciceroniano, puesto que donde tienes tu tesoro
está también tu corazón". Aquella experiencia produjo un profundo efecto
en su espíritu y su encuentro con San Maleo, cuya extraña historia se
relata en esta obra en la fecha del 21 de octubre, ahondó todavía más el
sentimiento. Corno consecuencia de aquellas emociones, Jerónimo se
retiró a las salvajes soledades de Calquis, un yermo inhóspito al
sureste de Antioquía, donde pasó cuatro años en diálogo con su alma. Ahí
soportó grandes sufrimientos a causa de los quebrantos de su salud,
pero sobre todo, por las terribles tentaciones carnales.
"En
el rincón remoto de un árido y salvaje desierto", escribió años más
tarde a Santa Eustoquio, "quemado por el calor de un sol tan despiadado
que asusta hasta a los monjes que allá viven, a mi me parecía
encontrarme en medio de los deleites y las muchedumbres de Roma ... En
aquel exilio y prisión a los que, por temor al infierno, yo me condené
voluntariamente, sin más compañía que la de los escorpiones y las
bestias salvajes, muchas veces me imaginé que contemplaba las danzas de
las bailarinas romanas, como si hubiese estado frente a ellas. Tenía el
rostro escuálido por el ayuno y, sin embargo, mi voluntad sentía los
ataques del deseo; en mi cuerpo frío y en mi carne enjuta, que parecía
muerta antes de morir, la pasión tenía aún vida. A solas con aquel
enemigo, me arrojé en espíritu a los pies de Jesús, los bañé con mis
lágrimas y, al fin, pude domar mi carne con los ayunos durante semanas
enteras. No me avergüenzo al revelar mis tentaciones, pero sí lamento
que ya no sea yo ahora lo que entonces fui. Con mucha frecuencia velaba
del ocaso al alba entre llantos y golpes en el pecho, hasta que volvía
la calma". De esta manera pone Dios a prueba a sus siervos, de vez en
cuando; pero sin duda que la existencia diaria de San Jerónimo en el
desierto, era regular, rnonótona y tranquila. Con el fin de contener y
prevenir las rebeliones de la carne, agregó a sus mortificaciones
corporales el trabajo del estudio constante y absorbente, con el que
esperaba frenar su imaginación desatada. Se propuso aprender el hebreo.
"Cuando mi alma ardía con los malos pensamientos", dijo en una carta
fechada en el año 411 y dirigida al monje Rústico, "como último recurso,
me hice alumno de un monje que había sido judío, a fin de que me
enseñara el alfabeto hebreo. Así, de las juiciosas reglas de
Quintiliano, la florida elocuencia de Cicerón, el grave estilo de Fronto
y la dulce suavidad de Plinio, pasé a esta lengua de tono siseante y
palabras entrecortadas. ¡Cuánto trabajo me costó aprenderla y cuántas
dificultades tuve que vencer! ¡Cuántas veces dejé el estudio,
desesperado y cuántas lo reanudé! Sólo yo que soporté la carga puedo ser
testigo, yo y también los que vivían junto a mí. Y ahora doy gracias al
Señor que me permite recoger los dulces frutos de la semilla que sembré
durante aquellos amargos estudios". No obstante su tenaz aprendizaje
del hebreo, de tanto en tanto se daba tiempo para releer a los clásicos
paganos.
Por aquel entonces,
la Iglesia de Antioquía sufría perturbaciones a causa de las disputas
doctrinales y disciplinarias. Los monjes del desierto de Calquis también
tomaron partido en aquellas disensiones e insistían en que Jerónimo
hiciese lo propio y se pronunciase sobre los asuntos en discusión. El
habría preferido mantenerse al margen de las disputas, pero de todas
maneras, escribió dos cartas a San Dámaso, que ocupaba la sede
pontificia desde el año 366, a fin de consultarle sobre el particular y
preguntarle hacia cuáles tendencias se inclinaba. En la primera de sus
cartas dice: "Estoy unido en comunión con vuestra santidad, o sea con la
silla de Pedro; yo sé que, sobre esa piedra, está construida la Iglesia
y quien coma al Cordero fuera de esa santa casa, es un profano. El que
no esté dentro del arca, perecerá en el diluvio. No conozco a Vitalis;
ignoro a Melesio; Paulino es extraño para mí. Todo aquel que no recoge
con vos, derrama, y el que no está con Cristo, pertenece al
anticristo... Ordenadme, si tenéis a bien, lo que yo debo hacer". Como
Jerónimo no recibiese pronto una respuesta, envió una segunda carta
sobre el mismo asunto. No conocemos la contestación de San Dámaso, pero
es cosa cierta que el Papa y todo el occidente reconocieron a Paulino
como obispo de Antioquía y que Jerónimo recibió la ordenación sacerdotal
de manos del Pontífice, cuando al fin se decidió a abandonar el
desierto de Calquis. El no deseaba la ordenación (nunca celebró el santo
sacrificio) y, si consintió en recibirla, fue bajo la condición de que
no estaba obligado a servir a tal o cual iglesia con el ejercicio de su
ministerio; sus inclinaciones le llamaban a la vida monástica de
reclusión. Poco después de recibir las órdenes, se trasladó a
Constantinopla a fin de estudiar las Sagradas Escrituras bajo la
dirección de san Gregorio Nazianceno. En muchas partes de sus escritos
Jerónimo se refiere con evidente satisfacción y gratitud a aquel período
en que tuvo el honor de que tan gran maestro le explicase la divina
palabra. En el año de 382, San Gregorio abandonó Constantinopla, y
Jerónimo regresó a Roma, junto con Paulino de Antioquía y San Epifanio,
para tomar parte en el concilio convocado por San Dámaso a fin de
discutir el cisma de Antioquía. Al término de la asamblea, el Papa lo
detuvo en Roma y lo empleó como a su secretario. A solicitud del
Pontífice y de acuerdo con los textos griegos, revisó la versión latina
de los Evangelios que "había sido desfigurada con transcripciones
falsas, correcciones mal hechas y añadiduras descuidadas". Al mismo
tiempo, hizo la primera revisión al salterio en latín.
Al
mismo tiempo que desarrollaba aquellas actividades oficiales, alentaba y
dirigía el extraordinario florecimiento del ascetismo que tenía lugar
entre las más nobles damas romanas. Entre ellas se encuentran muchos
nombres famosos en la antigua cristiandad, corno el de Santa Marcela, a
quien nos referimos en esta obra el 31 de enero, junto con su hermana
Santa Asela y la madre de ambas, Santa Albina; Santa Léa, Santa Melania
la Mayor, la primera de aquellas damas que hizo una peregrinación a
Tierra Santa; Santa Fabiola (27 de diciembre), Santa Paula
(26 de enero) y sus hijas, Santa Blesila y Santa Eustoquio (28 de
septiembre). Pero al morir San Dámaso, en el año de 384, el secretario
quedó sin protección y se encontró, de buenas a primeras, en una
situación difícil. En sus dos años de actuación pública, había causado
profunda impresión en Roma por su santidad personal, su ciencia y su
honradez, pero precisamente por eso, se había creado antipatías entre
los envidiosos, entre los paganos y gentes de mal vivir, a quienes había
condenado vigorosamente y también entre las gentes sencillas y de buena
voluntad, que se ofendían por las palabras duras, claras y directas del
santo y por sus ingeniosos sarcasmos. Cuando hizo un escrito en defensa
de la decisión de Blesila, la viuda joven, rica y hermosa que
súbitamente renunció al mundo para consagrarse al servicio de Dios,
Jerónimo satirizó y criticó despiadadamente a la sociedad pagana y a la
vida mundana y, en contraste con la modestia y recato de que Blesila
hacía ostentación, atacó a aquellas damas "que se pintan las mejillas
con púrpura y los párpados con antimonio; las que se echan tanta
cantidad de polvos en la cara, que el rostro, demasiado blanco, deja de
ser humano para convertirse en el de un ídolo y, si en un momento de
descuido o de debilidad, derraman una lágrima, fabrican con ella y sus
afeites, una piedrecilla que rueda sobre sus mejillas pintadas. Son esas
mujeres a las que el paso de los años no da la conveniente gravedad del
porte, las que cargan en sus cabezas el pelo de otras gentes, las que
esmaltan y barnizan su perdida juventud sobre las arrugas de la edad y
fingen timideces de doncella en medio del tropel de sus nietos". No se
mostró menos áspero en sus críticas a la sociedad cristiana, como puede
verse en la carta sobre la virginidad que escribió a Santa Eustoquio,
donde ataca con particular fiereza a ciertos elementos del clero. "Todas
sus ansiedades se hallan concentradas en sus ropas ... Se les tomaría
por novios y no por clérigos; no piensan en otra cosa más que en los
nombres de las damas ricas, en el lujo de sus casas y en lo que hacen
dentro de ellas". Después de semejante proemio, describe a cierto
clérigo en particular, que detesta ayunar, gusta de oler los manjares
que va a engullir y usa su lengua en forma bárbara y despiadada.
Jerónimo escribió a Santa Marcela en relación con cierto caballero que
se suponía, erróneamente, blanco de sus ataques. "Yo me divierto en
grande y me río de la fealdad de los gusanos, las lechuzas y los
cocodrilos, pero él lo toma todo para sí mismo ... Es necesario darle un
consejo: si por lo menos procurase esconder su nariz y mantener quieta
su lengua, podría pasar por un hombre bien parecido y sabio".
A
nadie le puede extrañar que, por justificadas que fuesen sus críticas,
causasen resentimientos tan sólo por la manera de expresarlas. En
consecuencia, su propia reputación fue atacada con violencia y su
modestia, su sencillez, su manera de caminar y de sonreír fueron, a su
vez, blanco de los ataques de los demás. Ni la reconocida virtud de las
nobles damas que marchaban por el camino del bien bajo su dirección, ni
la forma absolutamente discreta de su comportamiento, le salvaron de las
calumnias. Por toda Roma circularon las murmuraciones escandalosas
respecto a las relaciones de San Jerónimo con Santa Paula. Las cosas
llegaron a tal extremo, que el santo, en el colmo de la indignación,
decidió abandonar Roma y buscar algún retiro tranquilo en el oriente.
Antes de partir, escribió una hermosa apología en forma de carta
dirigida a Santa Asela. "Saluda a Paula y a Eustoquio, mías en Cristo,
lo quiera el mundo o no lo quiera", concluye aquella epístola. "Diles
que todos compareceremos ante el trono de Jesucristo para ser juzgados, y
entonces se verá en qué espíritu vivió cada uno de nosotros". En el mes
de agosto del año 385, se embarcó en Porto y, nueve meses más tarde, se
reunieron con él en Antioquía, Paula, Eustoquio y las otras damas
romanas que habían resuelto compartir con él su exilio voluntario y
vivir como religiosas en Tierra Santa. Por indicaciones de Jerónimo,
aquellas mujeres se establecieron en Belén y Jerusalén, pero antes de
enclaustrarse, viajaron por Egipto para recibir consejo de los monjes de
Nitria y del famoso Dídimo, el maestro ciego de la escuela de
Alejandría.
Gracias a la
generosidad de Paula, se construyó un monasterio para hombres, próximo a
la basílica de la Natividad, en Belén, lo mismo que otros edificios
para tres comunidades de mujeres. El propio Jerónimo moraba en una
amplia caverna, vecina al sitio donde nació el Salvador. En aquel mismo
lugar estableció una escuela gratuita para niños y una hostería, "de
manera que", como dijo Santa Paula, "si José y María visitaran de nuevo
Belén, habría donde hospedarlos". Ahí, por lo menos, transcurrieron
algunos años en completa paz. "Aquí se congregan los ilustres galos y
tan pronto como los británicos, tan alejados de nuestro mundo, hacen
algunos progresos en la religión, dejan las tierras donde viven y acuden
a éstas, a las que sólo conocen por relaciones y por la lectura de las
Sagradas Escrituras. Lo mismo sucede con los armenios, los persas, los
pueblos de la India y de Etiopía, de Egipto, del Ponto, Capadocia, Siria
y Mesopotamia. Llegan en tropel hasta aquí y nos ponen ejemplo en todas
las virtudes. Las lenguas difieren, pero la religión es la misma. Hay
tantos grupos corales para cantar los salmos como hay naciones ... Aquí
tenemos pan y las hortalizas que cultivamos con nuestras manos; tenemos
leche y los animales nos dan alimento sencillo y saludable. En el
verano, los árboles proporcionan sombra y frescura. En el otoño, el
viento frío que arrastra las hojas, nos da la sensación de quietud. En
primavera, nuestras salmodias son más dulces, porque las acompañan los
trinos de las aves. No nos falta leña cuando la nieve y el frío del
invierno, nos caen encima. Dejémosle a Roma sus multitudes; le dejaremos
sus arenas ensangrentadas, sus circos enloquecidos, sus teatros
empapados en sensualidad y, para no olvidar a nuestros amigos, le
dejaremos también el cortejo de damas que, reciben sus diarias visita.
Pero
no por gozar de aquella paz, podía Jerónimo quedarse callado y con los
brazos cruzados cuando la verdad cristiana estaba amenazada. En Roma
había escrito un libro contra Helvidio sobre la perpetua virginidad de
la Santísima Virgen María, ya que aquél sostenía que, después del
nacimiento de Cristo, Su Madre había tenido otros hijos con José. Este y
otros errores semejantes fueron de nuevo puestos en boga por las
doctrinas de un tal Joviniano. San Pamaquio, yerno de Santa Paula, lo
mismo que otros hombres piadosos de Antioquía, se escandalizaron con
aquellas ideas y enviaron los escritos de Joviniano a San Jerónimo y
éste, como respuesta, escribió dos libros contra aquél en el año de 393.
En el primero, demostraba las excelencias de la virginidad cuando se
practicaba por amor a la virtud, lo que había sido negado por Joviniano,
y en el segundo atacó los otros errores. Los tratados fueron escritos
con el estilo recio, característico de Jerónimo, y algunas de sus
expresiones les parecieron a las gentes de Roma demasiado duras y
denigrantes para la dignidad del matrimonio. San Pamaquio y otros con
él, se sintieron ofendidos y así se lo notificaron a Jerónimo; entonces,
éste escribió la Apología a Pamaquio, conocida también corno el tercer
libro contra Joviniano, en un tono que, seguramente, no dio ninguna
satisfacción a sus críticos. Pocos años más tarde, Jerónimo tuvo que
dedicar su atención a Vigilancio -a quien sarcásticamente llama
Dormancio-, un sacerdote galo romano que desacreditaba el celibato y
condenaba la veneración de las reliquias hasta el grado de llamar a los
que la practicaban, idólatras y adoradores de cenizas. En su respuesta,
Jerónimo le dijo: "Nosotros no adoramos las reliquias de los mártires,
pero sí honramos a aquellos que fueron mártires de Cristo para poder
adorarlo a El. Honramos a los siervos para que el respeto que les
tributamos se refleje en su Señor". Protestó contra las acusaciones de
que la adoración a los mártires era idolatría, al demostrar que los
cristianos jamás adoraron a los mártires como a dioses y, a fin de
probar que los santos interceden por nosotros, escribió: "Si es cierto
que cuando los apóstoles y los mártires vivían aún sobre la tierra,
podían pedir por otros hombres, y con cuánta mayor eficacia podrán rogar
por ellos después de sus victorias! ¿Tienen acaso menos poder ahora que
están con Jesucristo?" Defendió el estado monástico y dijo que, al huir
de las ocasiones y los peligros, un monje busca su seguridad porque
desconfía de su propia debilidad y porque sabe que un hombre no puede
estar a salvo, si se acuesta junto a una serpiente. Con frecuencia se
refiere Jerónimo a los santos que interceden por nosotros en el cielo. A
Heliodoro lo comprometió a rezar por él cuando estuviese en la gloria y
a Santa Paula le dijo, en ocasión de la muerte de su hija Blesila:
"Ahora eleva preces ante el Señor por ti y obtiene para mí el perdón de
mis culpas".
Del año 395 al
400, San Jerónimo hizo la guerra a la doctrina de Orígenes y,
desgraciadamente, en el curso de la lucha, se rompió su amistad de
veinticinco años con Rufino. Tiempo atrás le había escrito a éste la
declaración de que "una amistad que puede morir nunca ha sido
verdadera", lo mismo que, mil doscientos años más tarde, diría
Shakespeare de esta manera:
... Love is not love which alters when its alteration finds or bends with the remover to remove.
(No es amor el amor que se altera ante un tropiezo o se dobla ante el peligro)
Sin
embargo, el afecto de Jerónimo por Rufino debió ceder ante el celo del
santo por defender la verdad. Jerónimo, corno escritor, recurría
continuamente a Orígenes y era un gran admirador de su erudición y de su
estilo, pero tan pronto como descubrió que en el oriente algunos se
habían dejado seducir por el prestigio de su nombre y habían caído en
gravísimos errores, se unió a San Epifanio para combatir con vehemencia
el mal que amenazaba con extenderse. Rufino, que vivía por entonces en
un monasterio de Jerusalén, había traducido muchas de las obras de
Orígenes al latín y era un entusiasta admirador suyo, aunque no por eso
debe creerse que estuviese dispuesto a sostener las herejías que, por lo
menos materialmente, se hallan en los escritos de Orígenes. San Agustín
fue uno de los hombres buenos que resultaron afectados por las
querellas entre Orígenes y Jerónimo, a pesar de que nadie mejor que él
estaba en posición de comprender suyas eran, necesariamente, enemigos de
la Iglesia. Al tratarse de defender el bien y combatir el mal, no tenía
el sentido de la moderación. Era fácil que se dejase arrastrar por la
cólera o por la indignación, pero también se arrepentía con
extraordinaria rapidez de sus exabruptos. Hay una anécdota referente a
cierta ocasión en la que el Papa Sixto V contemplaba una pintura donde
aparecía el santo cuando se golpeaba el pecho con una piedra. "Haces
bien en utilizar esa piedra", dijo el Pontífice a la imagen, "porque sin
ella, la Iglesia nunca te hubiese canonizado".
Pero
sus denuncias, alegatos y controversias, por muy necesarios y
brillantes que hayan sido, no constituyen la parte más importante de sus
actividades. Nada dio tanta fama a San Jerónimo como sus obras críticas
sobre las Sagradas Escrituras. Por eso, la Iglesia le reconoce como a
un hombre especialmente elegido por Dios y le tiene por el mayor de sus
grandes doctores en la exposición, la explicación y el comentario de la
divina palabra. El Papa Clemente VIII no tuvo escrúpulos en afirmar que
Jerónimo tuvo la asistencia divina al traducir la Biblia. Por otra
parte, nadie mejor dotado que él para semejante trabajo: durante muchos
años había vivido en el escenario mismo de las Sagradas Escrituras,
donde los nombres de las localidades y las costumbres de las gentes eran
todavía los mismos. Sin duda que muchas veces obtuvo en Tierra Santa
una clara representación de diversos acontecimientos registrados en las
Escrituras. Conocía el griego y el arameo, lenguas vivas por aquel
entonces y, también sabía el hebreo que, si bien había dejado de ser un
idioma de uso corriente desde el cautiverio de los judíos, aún se
hablaba entre los doctores de la ley. A ellos recurrió Jerónimo para una
mejor comprensión de los libros santos e incluso tuvo por maestro a un
doctor y famoso judío llamado Bar Ananías, el cual acudía a instruirle
por las noches y con toda clase de precauciones para no provocar la
indignación de los otros doctores de la ley. Pero no hay duda de que,
además de todo eso, Jerónimo recibió la ayuda del cielo para obtener el
espíritu, el temperamento y la gracia indispensables para ser admitido
en el santuario de la divina sabiduría y comprenderla. Además, la pureza
de corazón y toda una vida de penitencia y contemplación, habían
preparado a Jerónimo para recibir aquella gracia. Ya vimos que, bajo el
patrocinio del Papa San Dámaso, revisó en Roma la antigua versión latina
de los Evangelios y los salmos, así como el resto del Nuevo Testamento.
La traducción de la mayoría de los libros del Antiguo Testamento
escritos en hebreo, fue la obra que realizó durante sus años de retiro
en Belén, a solicitud de todos sus amigos y discípulos más fieles e
ilustres y por voluntad propia, ya que le interesaba hacer la traducción
del original y no de otra versión cualquiera. No comenzó a traducir los
libros por orden, sino que se ocupó primero del Libro de los Reyes y
siguió con los demás, sin elegirlos. Las únicas partes de la Biblia en
latín conocida como la Vulgata que no fueron traducidas por San
Jerónimo, son los libros de la Sabiduría, el Eclesiástico, el de Baruch y
los dos libros de los Macabeos. Hizo una segunda revisión de los
salmos, con la ayuda del Hexapla de Orígenes y los textos hebreos, y esa
segunda versión es la que está incluida en la Vulgata y la que se usa
en los oficios divinos. La primera versión, conocida como el Salterio
Romano, se usa todavía en el salmo de invitación de los maitines y en
todo el misal, así como para los oficios divinos en San Pedro de Roma,
San Marcos de Venecia y los ritos milaneses. El Concilio de Trento
designó a la Vulgata de San Jerónimo, como el texto bíblico latino
auténtico o autorizado por la Iglesia católica, sin implicar por ello
alguna preferencia por esta versión sobre el texto original u otras
versiones en otras lenguas. En 1907, el Papa Pío X confió a los monjes
benedictinos la tarea de restaurar en lo posible los textos de San
Jerónimo en la Vulgata ya que, al cabo de quince siglos de uso, habían
sido considerablemente modificados y corregidos.
En
el año de 404, San Jerónimo tuvo la gran pena de ver morir a su
inseparable amiga Santa Paula y, pocos años después, cuando Roma fue
saqueada por las huestes de Alarico, gran número de romanos huyeron y se
refugiaron en el oriente. En aquella ocasión, San Jerónimo les escribió
de esta manera: ¿Quién hubiese pensado que las hijas de esa poderosa
ciudad tendrían que vagar un día, como siervas o como esclavas, por las
costas de Egipto y del Africa? ¿Quién se imaginaba que Belén iba a
recibir a diario a nobles romanas, damas distinguidas criadas en la
abundancia y reducidas a la miseria? No a todas puedo ayudarlas, pero
con todas me lamento y lloro y, completamente entregado a los deberes
que la caridad me impone para con ellas, he dejado a un lado mis
comentarios sobre Ezequiel y casi todos mis estudios. Porque ahora es
necesario traducir las palabras de la Escritura en hechos y, en vez de
pronunciar frases santas, debemos actuarlas".
De
nuevo, cuando su vida estaba a punto de terminar, tuvo que interrumpir
sus estudios por una incursión de los bárbaros y, algún tiempo después,
por las violencias y persecuciones de los pelagianos, quienes enviaron a
Belén a una horda de rufianes para atacar a los monjes y las monjas que
ahí moraban bajo la dirección y la protección de San Jerónimo, el cual
había atacado a Pelagio en sus escritos. Durante aquella incursión,
algunos religiosos y religiosas fueron maltratados, un diácono resultó
muerto y casi todos los monasterios fueron incendiados. Al año
siguiente, murió Santa Eustoquio y, pocos días más tarde, San Jerónimo
la siguió a la tumba. El 30 de septiembre del año 420, cuando su cuerpo
extenuado por el trabajo y la penitencia, agotadas la vista y la voz,
parecía una sombra, pasó a mejor vida. Fue sepultado en la iglesia de la
Natividad, cerca de la tumba de Paula y Eustoquio, pero mucho tiempo
después, sus restos fueron trasladados al sitio donde reposan hasta
ahora, en la basílica de Santa María la Mayor, en Roma. Los artistas
representan con frecuencia a San Jerónimo con los ropajes de un
cardenal, debido a los servicios que prestó al Papa San Dámaso, aunque a
veces también lo pintan junto a un león, porque se dice que domesticó a
una de esas fieras a la que sacó una espina que se había clavado en la
pata. La leyenda pertenece más bien a San Gerásimo, pero el león podría
ser el emblema ideal de aquel noble, indomable y valiente defensor de la
fe.
En los últimos años se
hicieron muchos progresos en el estudio y la investigación de la vida de
San Jerónimo. Es particularmente valioso el volumen Miscellanea Geronimiana, publicado
en Roma en 1920, en ocasión de celebrarse el décimo quinto centenario
de su muerte. Gran número de ilustres investigadores, corno Duchesne,
Batifol, Lanzoni, Zeiller y Bulic, colaboraron en la formación de ese
libro con diversos estudios sobre puntos de particular interés en
relación con el santo. En 1922, hizo su aparición la mejor de sus
modernas biografías, la de F. Cavallara, Saint Jéróme, sa vie et son
ceuvre (1922, 2 vols). También se deben consultar las notas críticas M
padre Peeters en Analecia Bollandiana, Vol. XLIII, PP. 180-184. En
fechas anteriores, tenemos el descubrimiento hecho por G. Morin de los
Comentarioli et Tractatus de San Jerónimo sobre los salmos, así como
otros hallazgos (ver a Morin en Études, textes, découverts, pp. 17-25).
Un artículo muy completo sobre San Jerónimo, escrito por H. Leclercq,
aparece en el DAC., vol. vii, ec. 2235-3304, así como otro de J. Forget,
en DTC., vol. viii (1924), ce. 894-983. En el siglo dieciocho Vallarsi y
los bolandistas (septiembre, vol. viii) escribieron sendas obras
minuciosas sobre el santo. Los escritos más antiguos sobre San Jerónimo,
a excepción de la crónica de Marcelino (editado por Mominsen en MGH.,
Auctores Antiquissimi, vol. ii, pp. 47 y ss.), carecen de valor. La
correspondencia y las obras de San Jerónimo fueron, son y serán siempre
la fuente principal para el estudio de su vida. Ver también a P.
Monceaux, en St. Jerome: the early years (1935) ; a J. Duff, en
Letters of St. Jerome (1942) ; A. Penna, en S. Girolamo (1949) ; a P.
Antin, en Essai sur S. Jeróme (1951) y el Monument to St. Jerome (1952),
un ensayo de F. X. Murphy.
30 de septiembre
SAN JERÓNIMO,
Presbítero y Doctor
Del mismo modo que fuimos aprobados de Dios
para que se nos confiase su Evangelio,
así hablamos, no para agradar a los hombres,
sino a Dios, que sondea nuestros corazones.
(1 Tesalonicenses, 2, 4).
La vida de San Jerónimo, hombre rico de Panonia que se hizo bautizar en Roma y fue ordenado sacerdote en
Antioquía, no es sino una serie ininterrumpida de trabajos emprendidos por la gloria de Dios. Secretario del Papa San Dámaso,
enseñó Sagrada Escritura y dio de ella, en latín, su famosa traducción conocida con el nombre de Vulgata, que
aprobó el Concilio de Trento. Fue también el azote de las herejías. Su austeridad, sus continuos ayunos y su celo por la
conversión de las almas, nos enseñan la virtud y el Evangelio más elocuentemente aun que sus palabras.
Murió en el año 420, cerca de los 80 años de edad.
MEDITACIÓN
SOBRE SAN JERÓNIMO
I. Este santo Doctor
abandonó la lectura de los autores profanos, por quienes tenia una
especie de
pasión, a fin de entregarse de lleno al estudio de los Libros santos.
¿Hasta cuándo perseguirás en tus
estudios sólo tu agrado y tu interés? Mira hacia dónde tienden tus
vigilias y tus trabajos, y trata de
santificarlos mediante la rectitud de tus intenciones. Acuérdate siempre
que hay que atribuir a la virtud más valor que a la ciencia.
Ama la ciencia, pero prefiere a ella la caridad. (San Agustín)
II. San Jerónimo dejó la Ciudad eterna, en la
que era colmado de honores, y fue a buscar, en la soledad de Belén, un
refugio contra los peligros del mundo. Examina las ocasiones que tienes
de ofender a Dios, y
abandónalas. En el desierto es donde Jesucristo y un gran número de
santos
después de Él triunfaron de sus ataques. La gloria del desierto es triunfar del demonio que
venció a nuestros primeros padres en el paraíso terrenal. (San Euquerio).
III. El pensamiento del juicio fue lo que movió a este
gran santo a retirarse a la soledad
y a imponerse las más rudas mortificaciones. Es menester que el sonido
de aquélla trompeta terrible que deberá citarte ante el tribunal de Dios
resuene continuamente en tus oídos. ¿Estás pronto a dar cuenta de tu
vida? Piensa en ello a toda hora durante el día, tiembla, como lo hacía
este santo; abandona los placeres y abraza la cruz. Cuando el sonido de la trompeta haga temblar la tierra
y a los que la habitan, tú estarás gozoso. (San Jerónimo).
El pensamiento del juicio
Orad por la educación
cristiana de la juventud.
ORACIÓN
Oh Dios, que os dignasteis conceder a la Iglesia un admirable
intérprete de las Sagradas Escrituras en la persona de vuestro confesor
San
Jerónimo, ayudadnos, en consideración de sus méritos, a llevar a la
práctica la que
enseñó con su palabra y sus actos. Por J. C. N. S. Amén.
|
Eusebio Hierónimo de Estridón1 o Jerónimo de Estridón ( Estridón, Dalmacia, c. 340 – Belén, 30 de septiembre de 420), San Jerónimo para los cristianos (en latín: Eusebius Sophronius Hieronymus; en griego: Εὐσέβιος Σωφρόνιος Ἱερώνυμος), tradujo la Biblia del griego y el hebreo al latín. Es considerado Padre de la Iglesia, uno de los cuatro grandes Padres Latinos. La traducción al latín de la Biblia hecha por San Jerónimo, llamada la Vulgata (de vulgata editio, 'edición para el pueblo'), ha sido, hasta la promulgación de la Neovulgata, en 1979, el texto bíblico oficial de la Iglesia católica romana.
San Jerónimo fue un célebre estudioso del latín en una época en la que eso implicaba dominar el griego. Sabía algo de hebreo cuando comenzó su proyecto de traducción, pero se mudó a Belén para perfeccionar sus conocimientos del idioma. Comenzó la traducción en el año 382 corrigiendo la versión latina existente del Nuevo Testamento. Aproximadamente en el año 390 pasó al Antiguo Testamento en hebreo. Completó su obra en el año 405. Si Agustín de Hipona merece ser llamado el padre de la teología latina, Jerónimo de Estridón lo es de la exégesis bíblica.
Con sus obras, resultantes de su notable erudición, ejerció un influjo
duradero en la forma de traducción e interpretación de las Sagradas Escrituras y en el uso del latín como medio de comunicación en la historia de la Iglesia.
Biografía
Nació en Estridón ( oppidum, ya destruido por los godos en 392, situado en la frontera de Dalmacia y Panonia) entre el año 331 y el 347,
según distintos autores. San Jerónimo, cuyo nombre significa 'el que
tiene un nombre sagrado', consagró toda su vida al estudio de las
Sagradas Escrituras y es considerado uno de los mejores, si no el mejor,
en este oficio.
Busto que representa a Marco Tulio Cicerón, quien ejerciera influencia sobre Jerónimo de Estridón.
En Roma estudió latín bajo la dirección del más grande gramático en lengua latina de su tiempo, Elio Donato,
que era pagano. El santo llegó a ser un gran latinista y muy buen
conocedor del griego y de otros idiomas, pero era por entonces muy poco
conocedor de los libros espirituales y religiosos. Pasaba horas y días
leyendo y aprendiendo de memoria a los grandes autores latinos, Cicerón (quien fue su principal modelo cuyo estilo imitó), Virgilio, Horacio, Tácito y Quintiliano, y a los autores griegos Homero, y Platón, pero casi nunca dedicaba tiempo a la lectura espiritual.
Jerónimo dispuso irse al desierto a hacer penitencia por sus pecados
(especialmente por su sensualidad que era muy fuerte, por su terrible
mal genio y su gran orgullo). Aunque allí rezaba mucho, ayunaba, y
pasaba noches sin dormir, no consiguió la paz, descubriendo que su
misión no era vivir en la soledad.
De regreso a la ciudad, los obispos de Italia junto con el Papa nombraron secretario a San Ambrosio,
pero este cayó enfermo, y decidieron nombrar a Jerónimo, cargo que
desempeñó con mucha eficiencia. Viendo sus dotes y conocimientos, el papa Dámaso I
lo nombró su secretario, y le encargó redactar las cartas que el
Pontífice enviaba. Más tarde lo designó para hacer la recopilación de la
Biblia y traducirla. Las traducciones de la Biblia que existían en ese
tiempo (llamadas actualmente Vetus Latina) tenían muchas
imperfecciones de lenguaje y varias imprecisiones o traducciones no muy
exactas. Jerónimo, que escribía con gran elegancia el latín, tradujo a
este idioma toda la Biblia, en la traducción llamada Vulgata (lit. "la divulgada" traducción hecha para el pueblo).
Representación de santa Fabiola de Roma, una de las seguidoras de Jerónimo de Estridón.
Durante su estancia en Roma, Jerónimo ofició de guía espiritual de un
grupo de mujeres pertenecientes a la aristocracia romana, entre quienes
se contaban las viudas Marcela y Paula de Roma (ésta última, madre de la joven Eustoquio
a quien Jerónimo dirigió una de sus más famosas epístolas, sobre el
tema de la virginidad). Las inició en el estudio y meditación de la
Sagrada Escritura y en el camino de la perfección evangélica que incluía
el abandono de las vanidades del mundo y el desarrollo de obras de
caridad. Ese centro de espiritualidad se ubicó en un palacio del monte Aventino,
en donde residía Marcela con su hija Asella. La dirección espiritual de
mujeres le valió a Jerónimo críticas de parte del clero romano
llegando, incluso, a la difamación y a la calumnia. Sin embargo, Paladio
afirma que el vínculo con Paula de Roma le fue a Jerónimo de utilidad
en sus trabajos bíblicos, pues su padre le había enseñado el griego y
había aprendido suficiente hebreo en Palestina como para cantar los
salmos en la lengua original. Es un hecho que buena parte del
epistolario de Jerónimo se dirigió a distintos miembros de ese grupo, 2 al cual se uniría más tarde Fabiola de Roma,
una joven divorciada y vuelta a casar que se convertiría en una de las
grandes seguidoras de Jerónimo. Varios miembros de este grupo, incluidas
Paula y Fabiola, también acompañaron a Jerónimo en diferentes momentos
durante su estancia en Belén.
En el Concilio de Roma de 382,
el papa san Dámaso I expidió un decreto conocido como «Decreto de
Dámaso», que contenía un listado de los libros canónicos del Antiguo y
del Nuevo Testamento. Le pidió a San Jerónimo utilizar este canon y
escribir una nueva traducción de la Biblia que incluyera un Antiguo
Testamento de 46 libros, los cuales estaban todos en la Septuaginta, y
el Nuevo Testamento con sus 27 libros.
Alrededor de los 40 años, Jerónimo fue ordenado sacerdote. Pero sus
altos cargos en Roma y la dureza con la cual corregía ciertos defectos
de la alta clase social le trajeron envidias y sintiéndose incomprendido
y hasta calumniado en Roma, donde no aceptaban su modo enérgico de
corrección, dispuso alejarse de ahí para siempre y se fue a Tierra Santa.
Sus últimos 35 años los pasó en una gruta, junto a la cueva de Belén.
Dicha cueva se encuentra actualmente en el foso de la Iglesia de Santa
Catalina en Belén. Varias de las ricas matronas romanas que él había
convertido con sus predicaciones y consejos, vendieron sus bienes y se
fueron también a Belén a seguir bajo su dirección espiritual. Con el
dinero de esas señoras construyó en aquella ciudad un convento para
hombres y tres para mujeres, y una casa para atender a los que llegaban
de todas partes del mundo a visitar el sitio donde nació Jesús.
Con tremenda energía escribía contra las diferentes herejías.
La Iglesia Católica ha reconocido siempre a San Jerónimo como un hombre
elegido por Dios para explicar y hacer entender mejor la Biblia, por lo
que fue nombrado patrono de todos los que en el mundo se dedican a
hacer entender la Biblia; por extensión, se lo considera el santo
patrono de los traductores.
Murió el 30 de septiembre del año 420, a los 80 años. En su recuerdo se celebra el Día internacional de la Traducción.
Escritos de San Jerónimo
Entre sus obras más conocidas encontramos sus cartas y sus famosos comentarios bíblicos.
Entre sus obras de origen apologético se pueden mencionar:
La Perpetua Virginidad de María, su Carta para Pamachio en contra de Juan de Jerusalem, el Diálogo contra los Luciferianos, Contra Joviniano, Contra Vigilantio, Contra Pelagiano y otras.
En la carta a Joveniano, Jerónimo escribe:
El placer por la carne era desconocido hasta el diluvio universal;
pero desde el diluvio se nos han embutido las fibras y los jugos
pestilentes de la carne animal… Jesucristo que apareció cuando se
cumplió el tiempo, volvió a unir el final con el principio, de manera
que ya no nos está permitido comer más carne (...) Y por eso os digo, si
queréis ser perfectos, entonces es conveniente no comer carne. (Adversus Jovinanum 1,30)
Iconografía
Los atributos con los que suele representarse a este santo son: Sombrero y ropa de cardenal, un León y, en menor medida, una cruz, una calavera, libros
y materiales para escribir. El motivo por el cual se le representa con
un león es porque, según se dice, se encontraba San Jerónimo meditando a
las orillas del río Jordán,
cuando vio un león que se arrastraba hacia él con una pata atravesada
por una enorme espina. San Jerónimo socorrió a la fiera y le curó la
pata por completo. El animal, agradecido, no quiso separarse jamás de su
bienhechor. Cuando murió San Jerónimo, el león se acostó sobre su tumba
y se dejó morir de hambre. Pero es una leyenda atribuida por error, en
realidad le pertenece a San Gerásimo, eremita. El parecido en los nombres indujo al error. 3
La iconografía clásica es la de san Jerónimo en su gabinete, como aparece en el cuadro de Domenico Ghirlandaio para la iglesia de Ognissanti en Florencia. Pero también ha sido representado como un eremita en la gruta del desierto, generalmente acompañado por un león, como puede verse en el cuadro de Leonardo y en el San Jerónimo en oración de Hieronymus Bosch.
Bibliografía
- Jerónimo de Estridón (1993). Epistolario de San Jerónimo. I: Cartas 1-85. Edición bilingüe preparada por Juan Bautista Valero. (1a. edición). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 936 páginas. ISBN 978-84-7914-080-9.
- Jerónimo de Estridón (1995). Epistolario de San Jerónimo. II: Cartas 84-154. Edición bilingüe preparada por Juan Bautista Valero. (1a. edición). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 654 páginas. ISBN 978-84-7914-168-4.
- Manuel de Tuya, José Salguero. Introducción a la Biblia, Tomo I, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1967.
- Bob Stanley. El Canon de la Escritura, Jl 12, 1999.
Véase también
Referencias
Enlaces externos
San Jerónimo
Doctor de la Iglesia
Año 420
Jerónimo bendito: pídele a Dios que
a nosotros se nos prenda o
contagie ese amor tuyo tan inmenso por la Sagrada Biblia,
por estudiar, amar y practicar la Palabra de Dios.
Bendice a todos los que en el mundo entero se
dedican a dar a conocer y amar el Libro Santo.
Jerónimo
quiere decir: el que tiene un nombre sagrado.
(Jero = sagrado. Nomos =
nombre).
Dicen
que este santo ha sido el hombre que en la antigüedad estudió más y mejor
la S. Biblia.
Nació
San Jerónimo en Dalmacia (Yugoslavia) en el año 342. Sus padres tenían
buena posición económica, y así pudieron enviarlo a estudiar a Roma.
En
Roma estudió latín bajo la dirección del más famoso profesor de su
tiempo, Donato, el cual hablaba el latín a la perfección, pero era pagano.
Esta instrucción recibida de un hombre muy instruido pero no creyente,
llevó a Jerónimo a llegar a ser un gran latinista y muy buen conocedor del
griego y de otros idiomas, pero muy poco conocedor de los libros
espirituales y religiosos. Pasaba horas y días leyendo y aprendiendo de
memoria a los grandes autores latinos, Cicerón, Virgilio, Horacio y
Tácito, y a los autores griegos: Homero, y Platón, pero no dedicaba tiempo
a leer libros religiosos que lo pudieran volver más espiritual.
En
una carta que escribió a Santa Eustoquia, San Jerónimo le cuenta el
diálogo aterrador que sostuvo en un sueño o visión. Sintió que se
presentaba ante el trono de Jesucristo para ser juzgado, Nuestro Señor le
preguntaba: "¿A qué religión pertenece? Él le respondió: "Soy
cristiano – católico", y Jesús le dijo: "No es verdad".
Que borren su nombre de la lista de los cristianos católicos. No es
cristiano sino pagano, porque sus lecturas son todas paganas. Tiene tiempo
para leer a Virgilio, Cicerón y Homero, pero no encuentra tiempo para leer
las Sagradas Escrituras". Se despertó llorando, y en adelante su
tiempo será siempre para leer y meditar libros sagrados, y exclamará
emocionado: "Nunca más me volveré a trasnochar por leer libros
paganos". A veces dan ganas de que a ciertos católicos les sucediera
una aparición como la que tuvo Jerónimo, para ver si dejan de dedicar
tanto tiempo a lecturas paganas e inútiles (revistas, novelas) y dedican
unos minutos más a leer el libro que los va a salvar, la Sagrada Biblia.
Jerónimo
dispuso irse al desierto a hacer penitencia por sus pecados (especialmente
por su sensualidad que era muy fuerte, y por su terrible mal genio y su gran
orgullo). Pero allá aunque rezaba mucho y ayunaba, y pasaba noches sin
dormir, no consiguió la paz. Se dio cuenta de que su temperamento no era
para vivir en la soledad de un desierto deshabitado, sin tratar con nadie.
El mismo en una carta cuenta cómo fueron las tentaciones que sufrió en el
desierto (y esta experiencia puede servirnos de consuelo a nosotros cuando
nos vengan horas de violentos ataques de los enemigos del alma).
San
Francisco de Sales recomendaba leer esta página de nuestro santo porque
es bellísima y provechosa: Dice así: "En el desierto salvaje y
árido, quemado por un sol tan despiadado y abrasador que asusta hasta a los
que han vivido allá toda la vida, mi imaginación hacía que me pareciera
estar en medio de las fiestas mundanas de Roma. En aquel destierro al que
por temor al infierno yo me condené voluntariamente, sin más compañía
que los escorpiones y las bestias salvajes, muchas veces me imaginaba estar
en los bailes de Roma contemplando a las bailarinas. Mi rostro estaba
pálido por tanto ayunar, y sin embargo los malos deseos me atormentaban
noche y día. Mi alimentación era miserable y desabrida, y cualquier
alimento cocinado me habría parecido un manjar exquisito, y no obstante las
tentaciones de la carne me seguían atormentando. Tenía el cuerpo frío por
tanto aguantar hambre y sed, mi carne estaba seca y la piel casi se me
pegaba a los huesos, pasaba las noches orando y haciendo penitencia y muchas
veces estuve orando desde el anochecer hasta el amanecer, y aunque todo esto
hacía, las pasiones seguían atacándome sin cesar. Hasta que al fin,
sintiéndome impotente ante tan grandes enemigos, me arrodillé llorando
ante Jesús crucificado, bañé con mis lágrimas sus pies clavados, y le
supliqué que tuviera compasión de mí, y ayudándome el Señor con su
poder y misericordia, pude resultar vencedor de tan espantosos ataques de
los enemigos del alma. Y yo me pregunto: si esto sucedió a uno que estaba
totalmente dedicado a la oración y a la penitencia, ¿qué no les sucederá
a quienes viven dedicados a comer, beber, bailar y darle a su carne todos
los gustos sensuales que pide?".
Vuelto
a la ciudad, sucedió que los obispos de Italia tenían una gran reunión o
Concilio con el Papa, y habían nombrado como secretario a San Ambrosio.
Pero este se enfermó, y entonces se les ocurrió nombrar a Jerónimo. Y
allí se dieron cuenta de que era un gran sabio que hablaba perfectamente el
latín, el griego y varios idiomas más. El Papa San Dámaso, que era poeta
y literato, lo nombró entonces como su secretario, encargado de redactar
las cartas que el Pontífice enviaba, y algo más tarde le encomendó un
oficio importantísimo: hacer la traducción de la S. Biblia.
Las
traducciones de la Biblia que existían en ese tiempo tenían muchas
imperfecciones de lenguaje y varias imprecisiones o traducciones no muy
exactas.
Jerónimo,
que escribía con gran elegancia el latín, tradujo a este idioma toda la S.
Biblia, y esa traducción llamada "Vulgata" (o traducción hecha
para el pueblo o vulgo) fue la Biblia oficial para la Iglesia Católica
durante 15 siglos. Unicamente en los últimos años ha sido reemplazada por
traducciones más modernas y más exactas, como por ej. La Biblia de
Jerusalén y otras.
Casi
de 40 años Jerónimo fue ordenado de sacerdote. Pero sus altos cargos en
Roma y la dureza con la cual corregía ciertos defectos de la alta clase
social le trajeron envidias y rencores (Él decía que las señoras ricas
tenían tres manos: la derecha, la izquierda y una mano de pintura... y que
a las familias adineradas sólo les interesaba que sus hijas fueran hermosas
como terneras, y sus hijos fuertes como potros salvajes y los papás
brillantes y mantecosos, como marranos gordos...). Toda la vida tuvo un modo
duro de corregir, lo cual le consiguió muchos enemigos. Con razón el Papa
Sixto V cuando vio un cuadro donde pintan a San Jerónimo dándose golpes de
pecho con una piedra, exclamó: "¡Menos mal que te golpeaste duramente
y bien arrepentido, porque si no hubiera sido por esos golpes y por ese
arrepentimiento, la Iglesia nunca te habría declarado santo, porque eras
muy duro en tu modo de corregir!".
Sintiéndose
incomprendido y hasta calumniado en Roma, donde no aceptaban el modo fuerte
que él tenía de conducir hacia la santidad a muchas mujeres que antes
habían sido fiesteras y vanidosas y que ahora por sus consejos se volvían
penitentes y dedicadas a la oración, dispuso alejarse de allí para siempre
y se fue a la Tierra Santa donde nació Jesús.
Sus
últimos 35 años los pasó San Jerónimo en una gruta, junto a la Cueva de
Belén. Varias de las ricas matronas romanas que él había convertido con
sus predicaciones y consejos, vendieron sus bienes y se fueron también a
Belén a seguir bajo su dirección espiritual. Con el dinero de esas
señoras construyó en aquella ciudad un convento para hombres y tres para
mujeres, y una casa para atender a los peregrinos que llegaban de todas
partes del mundo a visitar el sitio donde nació Jesús.
Allí,
haciendo penitencia, dedicando muchas horas a la oración y días y semanas
y años al estudio de la S. Biblia, Jerónimo fue redactando escritos llenos
de sabiduría, que le dieron fama en todo el mundo.
Con
tremenda energía escribía contra los herejes que se atrevían a negar las
verdades de nuestra santa religión. Muchas veces se extralimitaba en sus
ataques a los enemigos de la verdadera fe, pero después se arrepentía
humildemente.
La
Santa Iglesia Católica ha reconocido siempre a San Jerónimo como un hombre
elegido por Dios para explicar y hacer entender mejor la S. Biblia. Por eso
ha sido nombrado Patrono de todos los que en el mundo se dedican a hacer
entender y amar más las Sagradas Escrituras. El Papa Clemente VIII decía
que el Espíritu Santo le dio a este gran sabio unas luces muy especiales
para poder comprender mejor el Libro Santo. Y el vivir durante 35 años en
el país donde Jesús y los grandes personajes de la S. Biblia vivieron,
enseñaron y murieron, le dio mayores luces para poder explicar mejor las
palabras del Libro Santo.
Se
cuenta que una noche de Navidad, después de que los fieles se fueron de la
gruta de Belén, el santo se quedó allí solo rezando y le pareció que el
Niño Jesús le decía: "Jerónimo ¿qué me vas a regalar en mi
cumpleaños?". Él respondió: "Señor te regalo mi salud, mi
fama, mi honor, para que dispongas de todo como mejor te parezca". El
Niño Jesús añadió: "¿Y ya no me regalas nada más?". Oh mi
amado Salvador, exclamó el anciano, por Ti repartí ya mis bienes entre los
pobres. Por Ti he dedicado mi tiempo a estudiar las Sagradas Escrituras...
¿qué más te puedo regalar? Si quisieras, te daría mi cuerpo para que lo
quemaras en una hoguera y así poder desgastarme todo por Ti". El
Divino Niño le dijo: "Jerónimo: regálame tus pecados para
perdonártelos". El santo al oír esto se echó a llorar de emoción y
exclamaba: "¡Loco tienes que estar de amor, cuando me pides
esto!". Y se dio cuenta de que lo que más deseaba Dios que le
ofrezcamos los pecadores es un corazón humillado y arrepentido, que le pide
perdón por las faltas cometidas.
El
30 de septiembre del año 420, cuando ya su cuerpo estaba debilitado por
tantos trabajos y penitencias, y la vista y la voz agotadas, y Jerónimo
parecía más una sombra que un ser viviente, entregó su alma a Dios para
ir a recibir el premio de sus fatigas. Se acercaba ya a los 80 años. Más
de la mitad los había dedicado a la santidad.
San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia
Jerónimo quiere decir: el que tiene un nombre sagrado. (Jero = sagrado. Nomos = nombre).
Oficio de Lectura, 3 de Octubre
Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo
Del prólogo al comentario de san Jerónimo sobre el libro del profeta Isaías
Nums. 1.2
Cumplo con mi deber, obedeciendo los preceptos de Cristo, que dice: Estudiad las Escrituras, y también: Buscad, y encontraréis, para que no tenga que decirme, como a los judíos: Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios. Pues,
si, como dice el apóstol Pablo, Cristo es el poder de Dios y la
sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no conoce el poder
de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es
ignorar a Cristo.
Por esto, quiero imitar al padre de
familia que del arca va sacando lo nuevo y lo antiguo, y a la esposa que
dice en el Cantar de los cantares: He guardado para ti, mi amado, lo nuevo y lo antiguo;y,
así, expondré el libro de Isaías, haciendo ver en él no sólo al
profeta, sino también al evangelista y apóstol. Él, en efecto,
refiriéndose a sí mismo y a los demás evangelistas, dice: ¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva! Y Dios le habla como a un apóstol, cuando dice: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá a ese pueblo? Y él responde: Aquí estoy, mándame.
Nadie piense que yo quiero resumir en
pocas palabras el contenido de este libro, ya que él abarca todos los
misterios del Señor: predice, en efecto, al Emmanuel que nacerá de la
Virgen, que realizará obras y signos admirables, que morirá, será
sepultado y resucitará del país de los muertos, y será el Salvador de
todos los hombres.
¿Para qué voy a hablar de física, de
ética, de lógica? Este libro es como un compendio de todas las
Escrituras y encierra en sí cuanto es capaz de pronunciar la lengua
humana y sentir el hombre mortal. El mismo libro contiene unas palabras
que atestiguan su carácter misterioso y profundo:Cualquier visión se os volverá –dice– como
el texto de un libro sellado: se lo dan a uno que sabe leer,
diciéndole: «Por favor, lee esto». Y él responde: «No puedo, porque está
sellado». Y se lo dan a uno que no sabe leer, diciéndole: «Por favor,
lee esto». Y el responde: «No sé leer».
Y, si a alguno le parece débil esta argumentación, que oiga lo que dice el Apóstol: De
los profetas, que prediquen dos o tres, los demás den su opinión. Pero
en caso que otro, mientras está sentado, recibiera una revelación, que
se calle el de antes. ¿Qué razón tienen los profetas para
silenciar su boca, para callar o hablar, si el Espíritu es quien habla
por boca de ellos? Por consiguiente, si recibían del Espíritu lo que
decían, las cosas que comunicaban estaban llenas de sabiduría y de
sentido. Lo que llegaba a oídos de los profetas no era el sonido de una
voz material, sino que era Dios quien hablaba en su interior como dice
uno de ellos: El ángel que hablaba en mí, y también: Que clama en nuestros corazones: «¡Abbá! (Padre)», y asimismo: Voy a escuchar lo que dice el Señor.
El
Concilio de Trento designó a la Vulgata de San Jerónimo, como el texto
bíblico latino auténtico o autorizado por la Iglesia católica, sin
implicar por ello alguna preferencia por esta versión sobre el texto
original u otras versiones en otras lenguas.
Oración
Oh Dios, tú que concediste a san
Jerónimo una estima tierna y viva por la sagrada Escritura, haz que tu
pueblo se alimente de tu palabra con mayor abundancia y encuentre en
ella la fuente de la verdadera vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es
Dios, por los siglos de los siglos, Amén.
«La
“Vulgata”, es el texto “oficial” de la Iglesia latina, que fue
reconocido como tal en el concilio de Trento y que, después de la
reciente revisión, sigue siendo el texto latino “oficial” de la
Iglesia». Benedicto XVI, 7 de noviembre de 2007.
Su Santidad Benedicto XVI
BENEDICTO XVI, Audiencia General (7 de noviembre de 2007)
Teniendo en cuenta el original hebreo, el griego de los Setenta —la
clásica versión griega del Antiguo Testamento que se remonta a tiempos
precedentes al cristianismo— y las precedentes versiones latinas, san
Jerónimo, apoyado después por otros colaboradores, pudo ofrecer una
traducción mejor: constituye la así llamada “Vulgata”, el texto
“oficial” de la Iglesia latina, que fue reconocido como tal en el
concilio de Trento y que, después de la reciente revisión, sigue siendo
el texto latino “oficial” de la Iglesia.
Concilio de Trento
I. CONCILIO DE TRENTO, Decreto De libris sacris et de traditionibus recipendis (8 de abril de 1546)
DS 1504 Dz 784 [1]
Si quis autem libros ipsos integros
cum omnibus suis partibus, prout in Ecclesia catholica legi consueverunt
et in veteri vulgata latina editione habentur, pro sacris et canonicis
non susceperit, et traditiones praedictas sciens et prudens
contempserit: anathema sit.
Y si alguno no recibiera como sagrados y
canónicos los libros mismos íntegros con todas sus partes, tal como se
han acostumbrado leer en la Iglesia Católica y se contienen en la
antigua edición vulgata latina, y despreciara a ciencia y conciencia las
tradiciones predichas, sea anatema.
DS 1506 Dz 785 [2]
Insuper eadem sacrosancta Synodus
considerans, non parum utilitatis accedere posse Ecclesiae Dei, si ex
omnibus latinis editionibus, quae circumferuntur sacrorum librorum,
quaenam pro authentica habenda sit, innotescat: statuit et declarat, ut
haec ipsa vetus et vulgata editio, quae longo tot saeculorum usu in ipsa
Ecclesia probata est, in publicis lectionibus, disputationibus
praedicationibus et expositionibus pro authentica habeatur et quod nemo
illam reicere quovis praetextu audeat vel praesumat.
Además, el mismo sacrosanto Concilio,
considerando que podía venir no poca utilidad a la Iglesia de Dios, si
de todas las ediciones latinas que corren de los sagrados libros, diera a
conocer cuál haya de ser tenida por auténtica; establece y declara que
esta misma antigua y vulgata edición que está aprobada por el largo uso
de tantos siglos en la Iglesia misma, sea tenida por auténtica en las
públicas lecciones, disputaciones, predicaciones y exposiciones, y que
nadie, por cualquier pretexto, sea osado o presuma rechazarla.
DS 1507 Dz 786
Praeterea ad coercenda petulantia
ingenia decernit, ut nemo, suae prudentiae innixus, in rebus fidei et
morum, ad aedificationem doctrinae christianae pertinentium, sacram
Scripturam ad suos sensus contorquens, contra eum sensum, quem tenuit et
tenet sancta mater Ecclesia, cujus est judicare de vero sensu et
interpretatione Scripturarum sanctarum, aut etiam contra unanimem
consensum Patrum ipsam Scripturam sacram interpretari audeat, etiamsi
hujusmodi interpretationes nullo umquam tempore in lucem edendae forent…
Además, para reprimir los ingenios
petulantes, decreta que nadie, apoyado en su prudencia, sea osado a
interpretar la Escritura Sagrada, en materias de fe y costumbres, que
pertenecen a la edificación de la doctrina cristiana, retorciendo la
misma Sagrada Escritura conforme al propio sentir, contra aquel sentido
que sostuvo y sostiene la santa madre Iglesia, a quien atañe juzgar del
verdadero sentido e interpretación de las Escrituras Santas, o también
contra el unánime sentir de los Padres, aun cuando tales
interpretaciones no hubieren de salir a luz en tiempo alguno.
DS 1508 Dz 786
Sed et impressoribus modum in hac
parte, ut par est, imponere volens… statuit, ut posthac sacra Scriptura,
potissimum vero haec ipsa vetus et Vulgata editio quam emendatissime
imprimatur, nullique liceat imprimere vel imprimi facere quosvis libros
de rebus sacris sine nomine auctoris, neque illos in futurum vendere aut
etiam apud se retinere, nisi primum examinati probatique fuerint ab
Ordinario…
Los que contravinieron, sean declarados
por medio de los ordinarios y castigados con las penas establecidas por
el derecho… [siguen preceptos sobre la impresión y aprobación de los
libros, en que, entre otras cosas, se estatuye] que en adelante la
Sagrada Escritura, y principalmente esta antigua y vulgata edición, se
imprima de la manera más correcta posible, y a nadie sea lícito imprimir
o hacer imprimir cualesquiera libros sobre materias sagradas sin el
nombre del autor, ni venderlos en lo futuro ni tampoco retenerlos
consigo, si primero no hubieren sido examinados y aprobados por el
ordinario…
Su Santidad León XIII
II. LEÓN XIII, Carta Encíclica Providentissimus Deus (18 de noviembre de 1893), sobre los estudios bíblicos
17. Pero desde que
nuestro predecesor Clemente V mandó instituir en el Ateneo de Roma y en
las más célebres universidades cátedras de literatura orientales,
nuestros hombres empezaron a estudiar con más vigor sobre el texto
original de la Biblia y sobre la versión latina. Renacida más tarde la
cultura griega, y más aún por la invención de la imprenta, el cultivo de
la Sagrada Escritura se extendió de un modo extraordinario. Es
realmente asombroso en cuán breve espacio de tiempo los ejemplares de
los sagrados libros, sobre todo de la Vulgata, multiplicados por la
imprenta, llenaron el mundo; de tal modo eran venerados y estimados los
divinos libros en la Iglesia.
18. Ni debe omitirse el
recuerdo de aquel gran número de hombres doctos, pertenecientes sobre
todo a las órdenes religiosas, que desde el concilio de Viena hasta el
de Trento trabajaron por la prosperidad de los estudios bíblicos;
empleando nuevos métodos y aportando la cosecha de su vasta erudición y
de su talento, no sólo acrecentaron las riquezas acumuladas por sus
predecesores, sino que prepararon en cierto modo el camino para la
gloria del siguiente siglo, en el que, a partir del concilio de Trento,
pareció hasta cierto punto haber renacido la época gloriosa de los
Padres de la Iglesia. Nadie, en efecto, ignora, y nos agrada recordar,
que nuestros predecesores, desde Pío IV a Clemente VIII, prepararon las
notables ediciones de las versiones antiguas Vulgata y Alejandrina; que,
publicadas después por orden y bajo la autoridad de Sixto V y del mismo
Clemente, son hoy día de uso general. Sabido es que en esta época
fueron editadas, al mismo tiempo que otras versiones de la Biblia, las
poliglotas de Amberes y de París, aptísimas para la investigación del
sentido exacto, y que no hay un solo libro de los dos Testamentos que no
encontrara entonces más de un intérprete; ni existe cuestión alguna
relacionada con este asunto que no ejercitara con fruto el talento de
muchos sabios, entre los que cierto número, sobre todo los que
estudiaron más a los Santos Padres, adquirieron notable renombre. Ni a
partir de esta época ha faltado el celo a nuestros exegetas, ya que
hombres distinguidos han merecido bien de estos estudios, y contra los
ataques del racionalismo, sacados de la filología y de las ciencias
afines, han defendido la Sagrada Escritura sirviéndose de argumentos del
mismo género.
27. El profesor, fiel a
las prescripciones de aquellos que nos precedieron, deberá emplear para
esto la versión Vulgata, la cual el concilio Tridentino decretó que
había de ser tenida «como auténtica en las lecturas públicas, en las
discusiones, en las predicaciones y en las explicaciones» [1], y la
recomienda también la práctica cotidiana de la Iglesia. No queremos
decir, sin embargo, que no se hayan de tener en cuenta las demás
versiones que alabó y empleó la antigüedad cristiana, y sobre todo los
textos primitivos. Pues si en lo que se refiere a los principales puntos
el pensamiento del hebreo y del griego está suficientemente claro en
estas palabras de la Vulgata, no obstante, si algún pasaje resulta
ambiguo o menos claro en ella, «el recurso a la lengua precedente» será,
siguiendo el consejo de San Agustín, utilísimo [2]. Claro es que será
preciso proceder con mucha circunspección en esta tarea; pues el oficio
«del comentador es exponer, no lo que él mismo piensa, sino lo que
pensaba el autor cuyo texto explica» [3].
46. Tal es la antigua y
constante creencia de la Iglesia definida solemnemente por los concilios
de Florencia y de Trento, confirmada por fin y más expresamente
declarada en el concilio Vaticano, que dio este decreto absoluto: «Los
libros del Antigo y del Nuevo Testamento, íntegros, con todas sus
partes, como se describen en el decreto del mismo concilio (Tridentino) y
se contienen en la antigua versión latina Vulgata, deben ser recibidos
por sagrados y canónicos. La Iglesia los tiene por sagrados y canónicos,
no porque, habiendo sido escritos por la sola industria humana, hayan
sido después aprobados por su autoridad, ni sólo porque contengan la
revelación sin error, sino porque, habiendo sido escritos por
inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor» [4]. Por lo
cual nada importa que el Espíritu Santo se haya servido de hombres como
de instrumentos para escribir, como si a estos escritores inspirados, ya
que no al autor principal, se les pudiera haber deslizado algún error.
Porque El de tal manera los excitó y movió con su influjo sobrenatural
para que escribieran, de tal manera los asistió mientras escribían, que
ellos concibieran rectamente todo y sólo lo que El quería, y lo
quisieran fielmente escribir, y lo expresaran aptamente con verdad
infalible; de otra manera, El no sería el autor de toda la Sagrada
Escritura.
Su Santidad Benedicto XV, en el momento de su Coronación.
Su Santidad Benedicto XV
III. BENEDICTO XV, Carta Encíclica Spiritus Paraclitus (15 de septiembre de 1920), sobre la interpretación de la Sagrada Escritura
33. La continua lección
de la Escritura y la cuidadosa investigación de cada libro, más aún, de
cada frase y de cada palabra, le hizo tener tal familiaridad con el
sagrado texto como ningún otro escritor de la antigüedad eclesiástica. A
este conocimiento de la Biblia, unido a la agudeza de su ingenio, se
debe atribuir que la versión Vulgata, obra de nuestro Doctor, supere en
mucho, según el parecer unánime de todos los doctos, a las demás
versiones antiguas, por reflejar el arquetipo original con mayor
exactitud y elegancia.
34. Dicha Vulgata, que,
«recomendada por el largo uso de tantos siglos en la Iglesia», el
concilio Tridentino declaró había de ser tenida por auténtica y usada en
la enseñanza y en la oración, esperamos ver pronto, si el Señor
benignísimo nos concediere la gracia de esta luz, enmendada y restituida
a la fe de sus mejores códices; y no dudamos que de este arduo y
laborioso esfuerzo, providentemente encomendado a los Padres
Benedictinos por nuestro predecesor Pío X, de feliz memoria, se han de
seguir nuevas ventajas para la inteligencia de las Escrituras.
Su Santidad Pío XII
1. Por inspiración del
divino Espíritu escribieron los sagrados escritores aquellos libros que
Dios, conforme a su paterna caridad con el género humano, quiso
liberalmente dar para enseñar, para convencer, para corregir, para
dirigir en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y
esté apercibido para toda obra buena (2Tim 3,16ss). No es, pues, de
admirar que la santa Iglesia, tratándose de este tesoro dado del cielo,
que ella posee como preciosísima fuente y divina norma de la doctrina
sobre la fe y las costumbres, así como lo recibió incontaminado de manos
de los apóstoles, así lo haya custodiado con todo esmero, defendido de
toda falsa y perversa interpretación y empleado solícitamente en el
ministerio de comunicar a las almas la salud sobrenatural, como lo
atestiguan a toda luz casi innumerables documentos de todas las edades.
Por lo que hace a los tiempos modernos, cuando de un modo especial
corrían peligro las divinas Letras en cuanto a su origen y su recta
exposición, la Iglesia tomó a su cuenta defenderlas y protegerlas
todavía con mayor diligencia y empeño. De ahí que ya el sacrosanto
Sínodo Tridentino pronunció con decreto solemne que «deben ser tenidos
por sagrados y canónicos los libros enteros con todas sus partes, tal
como se han solido leer en la Iglesia católica y se hallan en la antigua
edición Vulgata latina» .
Y en nuestro tiempo, el concilio Vaticano, a fin de reprobar las falsas
doctrinas acerca de la inspiración, declaró que estos mismos libros han
de ser tenidos por la Iglesia como sagrados y canónicos, «no ya porque,
compuestos con la sola industria humana, hayan sido después aprobados
con su autoridad, ni solamente porque contengan la revelación sin error,
sino porque, escritos con la inspiración del Espíritu Santo, tienen a
Dios por autor y como tales fueron entregados a la misma Iglesia» .
Más adelante, cuando contra esta solemne definición de la doctrina
católica, en la que a los libros «enteros, con todas sus partes», se
atribuye esta divina autoridad inmune de todo error, algunos escritores
católicos osaron limitar la verdad de la Sagrada Escritura tan sólo a
las cosas de fe y costumbres, y, en cambio, lo demás que perteneciera al
orden físico o histórico reputarlo como «dicho de paso» y en ninguna
manera —como ellos pretendían— enlazado con la fe, nuestro antecesor de
inmortal memoria León XIII, en su carta encíclica Providentissimus Deus,
dada el 18 de noviembre de 1893, reprobó justísimamente aquellos
errores y afianzó con preceptos y normas sapientísimas los estudios de
los divinos libros.
8. El mismo Pontífice,
después de que con el favor y aprobación de Pío X, de feliz memoria, el
año 1907 «se encomendó a los monjes benedictinos el cargo de investigar y
preparar los estudios en que haya de basarse la edición de la versión
latina de las Escrituras que recibió el nombre de Vulgata» ,
queriendo afianzar con mayor firmeza y seguridad esta misma «trabajosa y
ardua empresa», que exige largo tiempo y subidos gastos, cuya
grandísima utilidad habían evidenciado los egregios volúmenes ya dados a
la pública luz, levantó desde sus cimientos el monasterio urbano de San
Jerónimo, que exclusivamente se dedicase a esta obra, y lo enriqueció
abundantísimamente con biblioteca y todos los demás recursos de
investigación .
12. Ya los Padres de la
Iglesia, y en primer término San Agustín, al intérprete católico que
emprendiese la tarea de entender y exponer las Sagradas Escrituras, le
recomendaban encarecidamente el estudio de las lenguas antiguas y el
volver a los textos primitivos .
Con todo, llevaba consigo la condición de aquellos tiempos que
conocieran pocos la lengua hebrea, y éstos imperfectamente. Por otra
parte, en la Edad Media, cuando la teología escolástica florecía más que
nunca, aun el conocimiento de la lengua griega desde mucho tiempo antes
se había disminuido de tal manera entre los occidentales, que hasta los
mismos supremos doctores de aquellos tiempos, al explicar los divinos
libros, solamente se apoyaban en la versión latina llamada Vulgata. Por
el contrario, en estos nuestros tiempos no solamente la lengua griega,
que desde el Renacimiento literario en cierto sentido ha sido resucitada
a su nueva vida, es ya laminar a casi todos los cultivadores de la
antigüedad, sino que aun el conocimiento de la lengua hebrea y de otras
lenguas orientales se ha prolongado grandemente entre los hombres doctos
Es tanta, además, ahora la abundancia de medios para aprender estas
lenguas, que el intérprete de la Biblia que, descuidándolas, se cierre
la puerta para los textos originales, no puede en modo alguno evitar la
nota de ligereza y desidia. Porque al exegeta pertenece andar como a
caza, con sumo cuidado y veneración, aun de las cosas mínimas que, bajo
la inspiración del divino Espíritu, brotaron de la pluma del hagiógrafo,
a fin de penetrar su mente con más profundidad y plenitud. Procure, por
lo tanto, con diligencia adquirir cada día mayor pericia en las lenguas
bíblicas y aun en las demás orientales, y corrobore su interpretación
con todos aquellos recursos que provienen de toda clase de filología. Lo
cual, en verdad, lo procuró seguir solícitamente San Jerónimo, según
los conocimientos de su época; y asimismo no pocos de los grandes
intérpretes de los siglos XVI y XVII, aunque entonces el conocimiento de
las lenguas fuese mucho menor que el de hoy, lo intentaron con
infatigable esfuerzo y no mediocre fruto. De la misma manera conviene
que se explique aquel mismo texto original que, escrito por el sagrado
autor, tiene mayor autoridad y mayor peso que cualquiera versión, por
buena que sea, ya antigua, ya moderna; lo cual puede, sin duda, hacerse
con mayor facilidad y provecho si, respecto del mismo texto, se junta al
mismo tiempo con el conocimiento de las lenguas una sólida pericia en
el manejo de la crítica.
14. Ni piense nadie qua
este uso de los textos primitivos, conforme a la razón de la crítica,
sea en modo alguno contrario a aquellas prescripciones que sabiamente
estableció el concilio Tridentino acerca de la Vulgata latina .
Documentalmente consta qua a los presidentes del concilio se dio el
encargo de rugar al Sumo Pontífice, en nombre del mismo santo sínodo
—como, en efecto, lo hicieron—, mandase corregir primero la edición
latina, y luego, en cuanto se pudiese, la griega y la hebrea ,
con el designio de divulgarla, al fin, para utilidad de la santa
Iglesia de Dios. Y si bien, a la verdad, a este deseo no pudo entonces,
por las dificultades de los tiempos y otros impedimentos, responderse
plenamente, confiamos que al presente, aunadas las fuerzas de los
doctores católicos, se pueda satisfacer con más perfección y amplitud.
Mas por lo que hace a la voluntad del sínodo Tridentino de que la
Vulgata fuese la versión latina «que todos usasen como auténtica», esto
en verdad, como todos lo saben, solamente se refiere a la Iglesia latina
y al uso público de la misma Escritura, y no disminuye, sin género de
duda, en modo alguno, la autoridad y valor de los textos originales.
Porque no se trataba de los textos originales en aquella ocasión, sino
de las versiones latinas que en aquella época corrían de una parte a
otra, entre las cuales el mismo concilio, con justo motivo, decretó que
debía ser preferida la que «había sido aprobada en la misma Iglesia con
el largo uso de tantos siglos». Así pues, esta privilegiada autoridad o,
como dicen, autenticidad de la Vulgata no fue establecida por el
concilio principalmente por razones criticas, sino más bien por su
legítimo uso en las iglesias durante el decurso de tantos siglos; con el
cual uso ciertamente se demuestra que la misma está en absoluto inmune
de todo error en materia de fe y costumbres; de modo que, conforme al
testimonio y confirmación de la misma Iglesia, se puede presentar con
seguridad y sin peligro de errar en las disputas, lecciones y
predicaciones; y, por tanto, este género de autenticidad no se llama con
nombre primario crítica, sino más bien jurídica. Por lo cual, asta
autoridad de la Vulgata en cosas doctrinales de ninguna manera prohíbe
—antes por el contrario, hoy más bien exige— que esta misma doctrina se
compruebe y confirme por los textos primitivos y que también sean a cada
momento, invocados como auxiliares estos mismos textos, por los cuales
dondequiera y cada día más se patentice y exponga el recto sentido de
las Sagradas Letras. Y ni aun siquiera prohíbe el decreto del concilio
Tridentino que, para uso y provecho de los fieles de Cristo y para más
fácil inteligencia de la divina palabra, se hagan versiones en las
lenguas vulgares, y eso aun tomándolas de los textos originales, como ya
en muchas regiones vemos que loablemente se ha hecho, aprobándolo la
autoridad de la Iglesia.
NOTAS
CONCILIO DE TRENTO, Decreto «De libris sacris et de traditionibus recipendis»
[1] CTr V 91; Rcht 11 1; Msi XXXIII 22 A; Hrd X 22 C s; Bar(Th) ad 1546, 48 ss (33, 136 b ss); EB, 42 ss
[2] CTr v 91 s; Rcht 12; Msi XXXIII 22 E s; Hrd X 23 B s; Bar(Th) ad 1546, 48 ss (33, 136 b ss); EB, 46 ss.
LEÓN XIII, Encíclica «Providentissimus Deus»
[1] Ses. 4 decr. De edit. et usu Libr. Sacr.
[2] S. Aug., De doct. christ. 3,4.
[3] S. Hier., Epist. 48 (al. 50) ad Pammachium 17.
[4] Conc. Vat. I, ses. 3 c. 2: De revel.
PÍO XII, Encíclica «Divino Afflante Spiritu»
[1] Ses. 4 decr. l, en Ench. Bibl. n.45.
[2] Ses. 3 c. 2, en Ench. Bibl. n.62.
[3] Epistula ad Revmum. D. Aidanum Gasquet, d. ti. 3 dec. 1907; Pii X Acta IV p. 117.119; Ench. Bibl. n. 285 s.
[4] Const. apost. Inter praecipuas, d. 15 iun. 1933: AAS 26 (1934) 85-87.
[5] Cf. ex. gr. S. Hieron., Praef. in IV Evang. ad Damasum: PL 29,526-527; S. August., De doctr. christ. II 16: PL 34,42-43.
[6] Decr. de editione et usu Sacrorum Librorum; Conc. Trid. ed. Soc Goerres, t.5 p. 91s.
[7] Ib., t. 10 p. 471; cf. t. 5 p. 29.59.65; t. 10 p. 446s.
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