29 de septiembre
(¿318? d.C.)
(¿318? d.C.)
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Se supone que Teódota
sufrió el martirio en Filípolis, ciudad de la Tracia, durante la persecución
desatada por el augusto Licinio cuando profesaba el paganismo y estaba en guerra
con Constantino el Grande. Las "actas", en las que no se puede tener
confianza, están llenas de exageraciones y adornos. De acuerdo con ellas,
en el curso de una fiesta en honor de Apolo, el prefecto Agripa mandó que todos
los habitantes de la ciudad ofrecieran sacrificios al dios. Teódota rehusó y
fue acusada de desobediencia. El prefecto la interrogó, y ella repuso que
ciertamente era una gran pecadora, pero no
quería agregar una nueva culpa a las muchas que había cometido contra Dios, si
accedía a tomar parte en una ceremonia sacrílega. Teódota fue encerrada en la
prisión, donde permaneció veinte días. Cuando fue llevada de nuevo ante los
jueces, rompió a llorar y, en voz muy alta,
rogó a Cristo que le perdonase sus pasados crímenes y le diese fortaleza para
soportar con paciencia los tormentos que iba a padecer. Sometida a los
interrogatorios, confesó que había sido hasta entonces una mujer pública,
pero que era cristiana, aunque se consideraba indigna de llevar ese nombre, y no
estaba dispuesta a renegar de sus creencias. Agripa mandó que fuera azotada.
Los que permanecieron junto a ella durante la flagelación, la exhortaban a que
obedeciera las órdenes
del prefecto para que se librase de los tormentos, pero Teódota mantuvo su
constancia.
Después de los azotes, fue
colgada de los postes y se desgarró su cuerpo con garfios de acero. Durante la
tortura, oraba con estas palabras: "Sólo a Ti te adoro, oh Cristo y te doy
las gracias porque me has considerado digna de sufrir en tu nombre." El
prefecto, enardecido por la tenacidad de aquella mujer, mandó al verdugo que
echase vinagre y sal en sus heridas. Al oír la sentencia repuso la infortunada:
"Tan poco temo a
tus tormentos, que te pido que los aumentes, los prolongues y los hagas más
crueles, a fin de que yo pueda obtener mayor misericordia y mi corona sea más
rica." El siguiente tormento ordenado por Agripa fue que le arrancaran los
dientes, uno por uno, con las tenazas de
hierro. A fin de cuentas, se condenó a Teódota a morir lapidada. Su cuerpo exánime,
bañado en sangre y destrozado, pero aún con vida, fue transportado por los
verdugos a las afueras de la ciudad y ahí comenzaron a lanzarle piedras,
mientras ella levantaba la voz para orar: "¡Oh Cristo! ¡Tú que te
mostraste benigno con Rahab, la mujer pública; Tú que acogiste en el cielo al
buen ladrón, dispénsame tu misericordia!" Murió de esta manera, y su
alma voló triunfante al cielo.
Los bolandistas no incluyeron esta leyenda en el
Acta Sanctorum. El texto sirio de la misma fue publicado por primera vez
por Assemani en su Acta Sanctorum Orientalium et Occidentalium, vol. II,
pp. 210-226. La señora de A. Smith-Lewis, en su obra Studia Sinaitica, vol.
X, reprodujo esos textos en forma más fácil para leerse.
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