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Lioba o Leoba, Santa |
Abadesa
Martirologio Romano: En Maguncia, de la Renania, en Austrasia (hoy
Alemania), santa Leoba, virgen, la cual, pariente de san Bonifacio,
fue llamada por él desde Inglaterra a Germania y presidió
el monasterio, a orillas de Tauber, donde con la palabra
y el testimonio condujo a las siervas de Dios por
el camino de la perfección (c. 782).
La participación activa de las monjas y hermanas
religiosas en las misiones extranjeras se ha extendido y desarrollado
tanto en nuestros tiempos, que hemos llegado a considerarlas como
una moderna innovación. Por cierto que no hay tal y,
aparte de ciertas diferencias de métodos, debidas al desarrollo de
las "congregaciones activas sin clausura", nos encontramos con que el
mismo sistema de misiones se practicaba ya en las edades
sombrías, cuando se iniciaba la evangelización de los bárbaros en
Europa. Como ejemplo, basta citar la solicitud de misioneras que
hizo San Bonifacio y a la que respondieron Santa Lioba,
Santa Tecla, Santa Walburga y otras muchas, desde su tranquila
abadía de Wimborne, para trasladarse a las tierras salvajes de
los herejes germanos. Lioba pertenecía a una buena familia del
Wessex y su madre, Ebba, estaba emparentada con San Bonifacio.
Desde niña, Lioba quedó internada en el monasterio de Wimborne,
en el Dorsetshire, al cuidado de la abadesa, Santa Tetta.
A la muchacha se la había bautizado con el nombre
de Thruthgeba, que fue transformado por las gentes que la
trataban en Liobgetha (Leofgyth) y abreviado luego a Lioba, que
significa "la bien amada", un nombre que cuadraba a maravilla
a un ser tan precioso a los ojos de Dios
y de los hombres y que su dueña no dejó
de usar nunca. Cuando llegó a la mayoría de edad,
Lioba decidió permanecer en el monasterio, hizo su profesión y
progresó rápidamente en virtud y saber. Su inocencia y su
buen sentido servían de ejemplo aun a las monjas de
mayor edad y experiencia. Su deleite lo encontraba en la
lectura y las devociones.
En el año de
722, San Bonifacio fue consagrado obispo por el Papa San
Gregorio II y al momento se le envió a predicar
el Evangelio en Sajonia, Turingia y el Hesse. Bonifacio era
natural de Crediton, localidad cercana a Wimborne y, cuando las
noticias de sus trabajos y sus éxitos entre los germanos
llegaron a oídos de las monjas de aquel monasterio, su
joven pariente, Lioba, se atrevió a escribirle en estos términos:
"Al muy reverendo Bonifacio, portador de la más
alta dignidad y bienamado de Cristo, yo, Liobgetha, a quién
él está vinculado por la sangre, la menor de las
siervas de Cristo, manda saludos por la salvación eterna.
"Ruego a vuestra bondad que recordéis la amistad que
os unía a mi padre, Dynne, cuando morabais los dos
en la comarca del oeste. Mi padre murió hace ocho
años, y os suplico que no retengáis vuestras oraciones por
la salvación de su alma. También recomiendo a vuestra memoria
a mi madre, Ebba, que aún vive, pero entre los
sufrimientos; ella está emparentada con vos, como bien lo sabéis.
Yo soy la hija única de mis padres y, aunque
no lo merezco, me gustaría miraros como a mi hermano,
puesto que ya confío en vos más que en cualquier
otro de mis parientes. Os envío este pequeño regalo [¿Tal
vez la misma carta?], no porque sea digno de vuestra
consideración, sino sencillamente para que tengáis algo que os recuerde
a la pobre de mí y así no me olvidéis
aunque estéis tan lejos que mi presente acorte el lazo
de verdadero amor entre nosotros para siempre. Os pido, amado
hermano, que me ayudéis con vuestras plegarias contra los ataques
del enemigo oculto. Os pediré también que, si vuestra bondad
os lo dicta, atendáis mi inculta carta y no rehuséis
a enviarme a cambio unas cuantas amables palabras vuestras, que
ya desde ahora espero ansiosamente como una muestra de vuestra
buena voluntad. He tratado de componer las líneas que siguen,
de acuerdo con las reglas del verso, como un ejercicio
para mi mínima destreza en la poesía, en lo cual
también tengo necesidad de vuestra guía. He aprendido estas artes
de mi maestra Edburga, que siempre tiene presente la santa
ley divina. ¡Adiós! ¡Qué viváis muchos años muy feliz y
que roguéis siempre por mi!
Arbiter omnipotens, solus qui cuncta creavit in
regno Patris semper qui lumine fulget qua iugiter flagrana, sic regnat
gloria Christi, illaesum servet semper te iure perenni. (El
Supremo Hacedor omnipotente quiera, desde el esplendor de su reino eterno do
mora Cristo, gloria del divino Verbo, conservaros en salud imperecedera.)
No dejó
Bonifacio de sentirse conmovido por una misiva tan tierna y
mantuvo una larga correspondencia con las monjas de Wimborne, hasta
el año de 748, cuando escribió a la abadesa Santa
Tetta para rogarle que le enviase a Lioba, junto con
otras compañeras, para establecer algunos monasterios y centros de religión
para mujeres en la naciente Iglesia de Alemania. En seguida
respondió la abadesa a la solicitud y envió a las
tierras de herejes unas treinta monjas, entre las que figuraban
Santa Lioba, Santa Tecla y Santa Walburga. Todas se reunieron
con San Bonifacio en Mainz y éste puso a Lioba
al frente de la comunidad y la instaló en un
monasterio que fue llamado Bischofsheim, es decir, "Casa del Obispo",
por lo que puede suponerse que Bonifacio cedió su residencia
a las monjas. Bajo la dirección de Lioba, el convento
se pobló rápidamente y de él salieron las monjas para
ocupar otras casas que la propia Lioba fundó en Alemania.
Un monje de Fulda, llamado Rodolfo, quien escribió
un relato sobre la vida de la santa antes de
que hubiesen transcurrido sesenta años desde su muerte, según los
testimonios de cuatro de las monjas de su convento, afirma
que todas las casas de religiosas en aquella parte de
Alemania, solicitaban una monja de Bischofsheim para que las guiase.
La propia Lioba, entregada totalmente a su trabajo, parecía haberse
olvidado de Wessex y de sus gentes. Su belleza era
notable: tenía el rostro "como el de un ángel", siempre
plácido y sonriente, aunque rara vez se la oía reír.
Nadie la vio jamás de mal humor, ni la oyó
decir una palabra dura; su paciencia y su inteligencia eran
tan amplias como su bondad. Se dice que la copa
en que bebía era la más pequeña de todas y
ese dato nos da la pauta para afirmar que se
entregaba a ayunos y austeridades, en una comunidad sujeta a
las reglas de San Benito, donde no se comía más
que dos veces diarias. Todas las monjas practicaban los trabajos
manuales, ya fuera en la cocina, el comedor, el huerto
o los quehaceres domésticos y, al mismo tiempo, recibían lo
que ahora se llamaría una "educación superior"; todas aprendían latín,
y el salón destinado a la escritura estaba siempre ocupado.
Lioba no toleraba las penitencias excesivas, como privarse del sueño,
e insistía en que todas descansasen al medio día, como
lo mandaba la regla. Ella misma se recostaba durante aquel
período, mientras alguna de las novicias le leía un pasaje
de la Biblia y, si acaso parecía que la madre
abadesa se había dormido y la lectora descuidaba un tanto
su tarea, no pasaba un instante sin que Lioba abriese
los ojos y la boca para corregirla. Tras el descanso,
Lioba dedicaba dos horas para charlas con cualquiera de las
hermanas que quisiese hablar con ella. Todas estas actividades estaban
al margen del deber principal de la oración pública, la
adoración a Dios y la asistencia a los sacerdotes que
trabajaban en la misión junto con ellas. Existe todavía una
carta de San Bonifacio dirigida a "las muy reverendas y
muy amadas hermanas Lioba, Tecla, Cienhilda y las que moran
con ellas", para pedirles que continúen la práctica de orar
constantemente. La fama de Santa Lioba se había extendido por
todas partes; los vecinos acudían a ella cuando les amenazaba
el peligro de incendio, la tempestad o la enfermedad, y
los hombres responsables en los asuntos de la Iglesia y
del Estado le pedían consejo.
En el año
de 754, antes de que San Bonifacio emprendiese su viaje
misionero a Frieslandia, recibió una conmovedora despedida por parte de
Lioba, a quien recomendó encarecidamente a San Lull, el monje
de Malmesbury que fue su sucesor en la sede episcopal,
lo mismo que a todos sus monjes de Fulda, mandándoles
que cuidaran de ella con todo respeto y honor. En
aquella ocasión, San Bonifacio manifestó su deseo de que, cuando
Lioba muriese, fuera enterrada en su tumba, de manera que
sus cuerpos aguardasen juntos la resurrección y se levantasen juntos
para ir al encuentro del Señor y estar así eternamente
unidos en el reino de Su amor. Después del martirio
de San Bonifacio, Lioba visitaba con mucha frecuencia su tumba
en la abadía de Fulda y, por dispensa especial, se
le permitió algunas veces entrar en la abadía para asistir
a ceremonias y conferencias en honor de su santo pariente.
Cuando Lioba era ya muy anciana, después de haber gobernado
a Bischofsheim durante veintiocho años, hizo visitas de inspección a
todos los conventos que estaban a su cuidado renunció a
su cargo de abadesa y fue a residir al monasterio
de Schónersheim a seis kilómetros de Mainz. Su amiga, la
Beata Hildegarda, esposa de Cario-magno, la invitó con tanta insistencia
a la corte de Aachen, que no pudo negarse a
ir, pero su estadía fue breve, porque insistió, a su
vez, en regresar a su soledad. Al despedirse de la
reina con muchos abrazos y besos, le dijo: "¡Adiós parte
preciosa de mi alma! Cristo, nuestro Creador y Redentor, quiera
otorgarnos la gracia de volver a vernos, sin peligro de
confundir los rostros, en el claro día del juicio final,
porque en esta vida no volveremos a mirarnos". Así fue,
porque Santa Lioba murió pocos días después de haber regresado
de la corte y fue sepultada en la iglesia de
la abadía de Fulda, no en la misma tumba de
San Bonifacio, porque los monjes temían perturbar sus reliquias, pero
junto a ella, en el lado norte del altar mayor.
A Santa Lioba se la menciona en el Martirologio Romano
y su fiesta se celebra en varias partes de Alemania.
28 de septiembre
a |
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SANTA LIOBA,(*)
Virgen(780
d. C)
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La participación activa
de las monjas y hermanas religiosas en las misiones extranjeras se ha extendido
y desarrollado tanto en nuestros tiempos, que hemos llegado a considerarlas como
una moderna innovación. Por cierto que no hay tal
y, aparte de ciertas diferencias de métodos, debidas al desarrollo de las
"congregaciones activas sin clausura", nos encontramos con que el
mismo sistema de misiones se practicaba ya en las edades sombrías, cuando se
iniciaba la evangelización de los bárbaros en Europa. Como ejemplo, basta
citar la solicitud de misioneras que hizo San Bonifacio y a la que respondieron
Santa Lioba, Santa Tecla, Santa Walburga y otras muchas, desde su tranquila abadía
de Wimborne, para trasladarse a las tierras
salvajes de los herejes germanos. Lioba pertenecía a una buena familia del
Wessex y su madre, Ebba, estaba emparentada con San Bonifacio. Desde niña,
Lioba quedó internada en el monasterio de Wimborne, en el Dorsetshire, al cuidado
de la abadesa, Santa Tetta. A la muchacha se la había bautizado con el nombre
de Thruthgeba, que fue transformado por las gentes que la trataban en Liobgetha
(Leofgyth) y abreviado luego a Lioba, que significa "la bien amada",
un nombre que cuadraba a maravilla a un ser
tan precioso a los ojos de Dios y de los hombres y que su dueña no dejó de
usar nunca. Cuando llegó a la mayoría de edad, Lioba decidió permanecer en el
monasterio, hizo su profesión y progresó rápidamente en virtud y saber. Su
inocencia y su buen
sentido servían de ejemplo aun a las monjas de mayor edad y experiencia. Su
deleite lo encontraba en la lectura y las devociones.
En el año de 722, San Bonifacio
fue consagrado obispo por el Papa San Gregorio II y
al momento se le envió a predicar el Evangelio en Sajonia, Turingia y el Hesse.
Bonifacio era natural de Crediton, localidad cercana a Wimborne y, cuando las
noticias de sus trabajos y sus éxitos entre los germanos llegaron a oídos de
las monjas de aquel monasterio, su joven pariente, Lioba,
se atrevió a escribirle en estos términos:
"Al muy reverendo Bonifacio,
portador de la más alta dignidad y bienamado de Cristo, yo, Liobgetha, a quién
él está vinculado por la sangre, la menor de las siervas de Cristo, manda
saludos por la salvación eterna.
"Ruego a vuestra bondad que
recordéis la amistad que os unía a mi padre, Dynne, cuando morabais los dos en
la comarca del oeste. Mi padre murió hace ocho años, y os suplico que no
retengáis vuestras oraciones por la salvación de su alma. También recomiendo
a vuestra memoria a mi madre, Ebba, que aún vive, pero entre los sufrimientos;
ella está emparentada con vos, como bien lo sabéis. Yo soy la hija única de
mis padres y, aunque no lo merezco, me gustaría miraros como a mi hermano,
puesto que ya confío
en vos más que en cualquier otro de mis parientes. Os envío este pequeño
regalo [¿Tal vez la misma carta?], no porque sea digno de vuestra consideración,
sino sencillamente para que tengáis algo que os recuerde a la pobre de mí y así
no me olvidéis aunque estéis tan lejos que
mi presente acorte el lazo de verdadero amor entre nosotros para siempre. Os
pido, amado hermano, que me ayudéis con vuestras plegarias contra los ataques
del enemigo oculto. Os pediré también que, si vuestra bondad os lo dicta, atendáis
mi inculta carta y no rehuséis a enviarme a cambio unas cuantas amables
palabras vuestras, que ya desde ahora espero ansiosamente como una muestra de
vuestra buena voluntad. He tratado de componer las líneas que siguen, de
acuerdo con las reglas del verso, como un
ejercicio para mi mínima destreza en la poesía, en lo cual también tengo
necesidad de vuestra guía. He aprendido estas artes de mi maestra Edburga, que
siempre tiene presente la santa ley divina. ¡Adiós! ¡Qué viváis muchos años
muy feliz y que roguéis
siempre por mi!
Arbiter omnipotens, solus
qui cuncta creavit
in regno Patris semper qui lumine fulget
qua iugiter flagrana, sic regnat gloria Christi,
illaesum servet semper te iure perenni.
(El Supremo Hacedor omnipotente quiera,
desde el esplendor de su reino eterno
do mora Cristo, gloria del divino Verbo,
conservaros en salud imperecedera.)
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No dejó Bonifacio de sentirse
conmovido por una misiva tan tierna y mantuvo una larga correspondencia con las
monjas de Wimborne, hasta el año de 748, cuando escribió a la abadesa Santa
Tetta para rogarle que le enviase a Lioba, junto con otras compañeras, para
establecer algunos monasterios y centros de religión para mujeres en la
naciente Iglesia de Alemania. En seguida respondió la abadesa a la solicitud
y envió a las tierras de herejes unas treinta monjas, entre las que figuraban
Santa Lioba, Santa Tecla y Santa Walburga. Todas se reunieron con San Bonifacio
en Mainz y éste puso a Lioba al frente de la comunidad y la instaló en un
monasterio que fue llamado Bischofsheim, es decir, "Casa del Obispo",
por lo que puede suponerse que Bonifacio cedió su residencia a las monjas. Bajo
la dirección de Lioba, el convento se pobló rápidamente y de él salieron las
monjas para ocupar otras casas que la propia Lioba fundó
en Alemania.
Un monje de Fulda, llamado
Rodolfo, quien escribió un relato sobre la vida de la santa antes de que
hubiesen transcurrido sesenta años desde su muerte, según los testimonios de
cuatro de las monjas de su convento, afirma que todas las casas de religiosas en
aquella parte de Alemania, solicitaban una monja de Bischofsheim para que las
guiase. La propia Lioba, entregada totalmente a su trabajo, parecía haberse
olvidado de Wessex y de sus gentes. Su belleza era notable: tenía el rostro
"como el de un ángel",
siempre plácido y sonriente, aunque rara vez se la oía reír. Nadie la vio jamás
de mal humor, ni la oyó decir una palabra dura; su paciencia y su inteligencia
eran tan amplias como su bondad. Se dice que la copa en que bebía era la más pequeña
de todas y ese dato nos da la pauta para afirmar que se entregaba a ayunos y
austeridades, en una comunidad sujeta a las reglas de San Benito, donde no se
comía más que dos veces diarias. Todas las monjas practicaban los trabajos
manuales, ya fuera en la cocina, el comedor,
el huerto o los quehaceres domésticos y, al mismo tiempo, recibían lo que
ahora se llamaría una "educación superior"; todas aprendían latín,
y el salón destinado a la escritura estaba siempre ocupado. Lioba no toleraba
las penitencias excesivas, como privarse del
sueño, e insistía en que todas descansasen al medio día, como lo mandaba la
regla. Ella misma se recostaba durante aquel período, mientras alguna de las
novicias le leía un pasaje de la Biblia y, si acaso parecía que la madre
abadesa se había dormido y la lectora descuidaba un tanto su tarea, no pasaba
un instante sin que Lioba abriese los ojos y la boca para corregirla. Tras el
descanso, Lioba dedicaba dos horas para charlas con cualquiera de las hermanas
que quisiese hablar con ella. Todas estas
actividades estaban al margen del deber principal de la oración pública, la
adoración a Dios y la asistencia a los sacerdotes que trabajaban en la misión
junto con ellas. Existe todavía una carta de San Bonifacio dirigida a "las
muy reverendas y muy amadas hermanas Lioba,
Tecla, Cienhilda y las que moran con ellas", para pedirles que continúen
la práctica de orar constantemente. La fama de Santa Lioba se había extendido
por todas partes; los vecinos acudían a ella cuando les amenazaba
el peligro de incendio, la tempestad o la enfermedad, y los hombres responsables
en los asuntos de la Iglesia y del Estado le pedían consejo.
En el año de 754, antes de que
San Bonifacio emprendiese su viaje misionero a Frieslandia, recibió una
conmovedora despedida por parte de Lioba, a quien recomendó encarecidamente a
San Lull, el monje de Malmesbury que fue su sucesor en la sede episcopal, lo
mismo que a todos sus monjes de Fulda, mandándoles que cuidaran de ella con
todo respeto y honor. En aquella ocasión,
San Bonifacio manifestó su deseo de que, cuando Lioba muriese, fuera enterrada
en su tumba, de manera que sus cuerpos aguardasen juntos la resurrección y se
levantasen juntos para ir al encuentro del Señor y estar así eternamente
unidos en el reino de Su amor. Después del
martirio de San Bonifacio, Lioba visitaba con mucha frecuencia su tumba en la
abadía de Fulda y, por dispensa especial, se le permitió algunas veces entrar
en la abadía para asistir a ceremonias y conferencias en honor de su santo
pariente. Cuando Lioba era ya muy anciana, después
de haber gobernado a Bischofsheim durante veintiocho años, hizo visitas de
inspección a todos los conventos que estaban a su cuidado renunció a su cargo
de abadesa y fue a residir al monasterio de Schónersheim
a seis kilómetros de Mainz. Su amiga, la Beata Hildegarda, esposa de
Cario-magno, la invitó con tanta insistencia a la corte de Aachen, que no pudo
negarse a ir, pero su estadía fue breve, porque insistió, a su vez, en
regresar a su soledad. Al despedirse de la
reina con muchos abrazos y besos, le dijo: "¡Adiós parte preciosa de mi
alma! Cristo, nuestro Creador y Redentor, quiera otorgarnos la gracia de volver
a vernos, sin peligro de confundir los rostros, en el claro día del juicio
final, porque en esta vida no volveremos a
mirarnos". Así fue, porque Santa Lioba murió pocos días después de
haber regresado de la corte y fue sepultada en la iglesia de la abadía de Fulda,
no en la misma tumba de San Bonifacio, porque los monjes temían perturbar sus
reliquias, pero junto a ella, en el lado norte del altar mayor. A Santa
Lioba se la menciona en el Martirologio Romano y su fiesta se celebra en varias
partes de Alemania.
Hay una biografía que parece haber sido escrita
por Rodolfo, el monje de Fulda, antes del año 838. Mabillon y los bolandistas
la publicaron (sept. vol. VII); de esa biografía y de las cartas de de San
Bonifacio y de San Lull, hemos extraído nuestros datos. Las cartas fueron
editadas en fechas recientes por Jaffé y en el MGH., primero por Dümmler y
después por Tangl. Ver también, Die christliche Frühzeit Deutschlands,
vol. II, de H. Timerding, el Die angelsachsische Mission (1920), del
mismo autor; la obra Woman under Monasticism, cap. IV, de L. Eckenstein,
y England and the Continent in the Eighth Century (1946), de W. Levison.
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