miércoles, 30 de octubre de 2013

Oración: Adora y Confía

 

En el medio de las tormentas de nuestra vida, de las caídas, de las humillaciones, Dios nos pide un gesto de confianza y de Fe hacia su infinita misericordia.
                
Oración: Adora y Confía

No te inquietes por las dificultades de la vida, por sus altibajos, por sus decepciones, por su futuro más o menos sombrío. Desea aquello que Dios desea.

Ofrécele en medio de inquietudes y dificultados el sacrificio de tu alma sencilla que, a pesar de los pesares, acepta los designios de su providencia. Poco importa que te consideres un frustrado, si Dios te considera plenamente realizado; como le place.

Déjate con confianza ciega en este Dios que te quiere para él. Y que llegará hasta ti, pese a que no lo veas nunca. Piensa que te encuentras en sus manos, tanto más fuertemente cogido, cuanto más decaído y triste te encuentres.

Vive feliz. Te lo suplico. Vive en paz. Que nada te turbe. Que nada sea capaz de sacarte la paz. Ni el cansancio psíquico. Ni tus equivocaciones morales.

Haz que brote, y conserva siempre sobre tu rostro, una dulce sonrisa, reflejo de aquella que el Señor continuamente te dirige. Y en el fondo de tu alma coloca, antes que nada, como fuente de energía y criterio de verdad, todo aquello que te llene de la paz de Dios.

Recuerda: Todo aquello que te reprima y inquiete es falso. Te lo aseguro en aras de las leyes de la vida y de las promesas de Dios.

Por esto, cuando te sientas afligido y triste, adora y confía.

Los dos pulmones de toda relación con Dios

 

Una sabia recomendación de San Isidoro de Sevilla. Cómo estar "en forma" espiritualmente.
 
               
Los dos pulmones de toda relación con Dios
«La oración nos purifica, la lectura nos instruye. Usemos una y otra, si es posible, porque las dos son cosas buenas. Pero, si no fuera posible, es mejor rezar que leer.

Quien desee estar siempre con Dios, ha de rezar y leer constantemente. Cuando rezamos, hablamos con el mismo Dios; en cambio, cuando leemos, es Dios el que nos habla a nosotros.

Todo progreso procede de la lectura y de la meditación. Con la lectura aprendemos lo que no sabemos, con la meditación conservamos en la memoria lo que hemos aprendido».  (San Isidoro de Sevilla) 

Lo he decidido: voy a empezar a hacer una dieta. La idea me rondaba desde hace tiempo en la cabeza, pero mi poca voluntad se resistía. Ni los números que aumentaban en la balanza, ni cierta apuesta hecha con uno de mis hermanos parecía alentarme. Pero, por fin, hace unos días he decidido dar el paso. ¿Cuál fue la causa? Unas escaleras. Sí, han leído bien: unas escaleras. Tenía que visitar a una persona que estaba en el tercer piso de un edificio y, cuál fue mi sorpresa, que al llegar arriba ya me faltaba el aliento. ¡Con sólo tres pisos! No, no puede ser, había que tomar cartas en el asunto. 

Fui a ver a una persona para que me ayudara y me aconsejara, de manera que la dieta fuera realmente efectiva y que, después de terminarla, no suba de nuevo todos los kilos en la primera comilona de turno. Tras resumirle mi situación, me aconsejó dos cosas: una moderada y sana alimentación, acompañada de ejercicio físico. Con la unión de estos dos elementos conseguiría, naturalmente, el tan anhelado “estar en forma”.

¡Cuántas veces deseamos que nuestra alma también esté en buena condición! Porque son muchas las veces que intentamos tener una buena relación con Dios y, al poco tiempo de un rato de oración, nos cansamos enseguida. Pero si acudimos a un buen “nutriólogo espiritual” como San Isidoro de Sevilla, nos dará una buena receta para ponernos en forma. El texto de arriba es, justamente, una de las mejores dietas espirituales que he leído hasta el momento: buena alimentación (la lectura de la Biblia y de libros espirituales) junto con el ejercicio (que es la contemplación y meditación con Dios).

Una no puede existir sin la otra. Si nos quedásemos sólo con la lectura espiritual, tomaríamos todo de una forma meramente académica o de curiosidad, como quien lee un libro de historia y se admira de las hazañas de personajes como Julio César, María Antonieta, Cristóbal Colón, etc. Mi lectura no tocaría mi alma profundamente. 

Y si  nos limitásemos a sólo la meditación, puede pasar que no llegamos a conocer a Aquel con el que hablamos, pues no le tocamos a través de aquel lugar que Él nos dejó con su Palabra. O también es probable que agotemos todos los temas de conversación con Dios, convirtiéndose la meditación en algo rutinario y repetitivo.

En cambio, al leer la Sagrada Escritura vamos conociendo más a Dios, qué quiere, cómo actúa. Y al meditar y contemplar todo ello, podemos dialogar mucho más con Él, poniendo todo nuestro afecto y cariño hacia ese Dios que se me revela.

Lectura y meditación se convierten así en los dos pulmones que nos permiten respirar y caminar con más soltura en nuestra relación con el Señor. Transforman nuestro trato con Él en algo siempre nuevo. Ah, y también hay que decirlo, a través de estos dos cauces será ya muy difícil que se cansen en su oración… y así, no tendrán que hacer una dieta como la que yo estoy empezando ahora mismo para poder subir, con tranquilidad, las escaleras de cualquier edificio.

El cristiano debe construir puentes y no muros

 

El papa Francisco invitó a la valentía del testimonio.
 
               
El cristiano debe construir puentes y no muros

El papa Francisco habló ayer de la figura de Jesús como constructor de puentes y no de muros en la homilía de la mañana en Santa Marta. Se detuvo sobre la figura del buen evangelizador, abierto a todos, listo para escuchar a todos, sin exclusiones. Señaló que afortunadamente "ahora es un buen tiempo en la vida de la Iglesia: estos últimos cincuenta años, sesenta años, es un buen tiempo. Porque yo recuerdo que cuando era niño se oía en las familias católicas, también en la mía: 'no, a su casa no podemos ir, porque no están casados por la Iglesia, eh'. Era como una exclusión. No, ¡no podía ir! o porque son socialistas o ateos, no podemos ir. Ahora, gracias a Dios, no, no se dice".

Sobre la figura del apóstol Pablo señaló que es importante el modo en el que anuncia a Jesucristo entre los adoradores de ídolos (Hch 17, 15. 22-18,1): "Él no dice: ¡idólatras, iréis al infierno! sino que busca llegar a su corazón; no condena desde el inicio, busca el diálogo: Pablo es un pontífice, constructor de puentes. Él no quiere convertirse en un constructor de muros". Del apóstol añadió que es valiente y que "esto nos hace pensar sobre la actitud de un cristiano. Un cristiano debe anunciar a Jesucristo de forma que Jesucristo sea aceptado, recibido, no rechazado", además "el anuncio de la verdad depende del Espíritu Santo".



Pero Pablo es también "consciente que debe evangelizar, no hacer prosélitos". La Iglesia "no crece en el proselitismo, Benedicto XVI nos lo ha dicho; sino que crece por atracción, por el testimonio, por la predicación". Por tanto, continuó el santo padre, "Pablo actúa así porque estaba seguro, seguro de Jesucristo. No dudaba de su Señor. Los cristianos que tienen miedo de hacer puentes y prefieren construir muros, son cristianos no seguros de su propia fe, seguros de Jesucristo. Y se defienden alzando muros".



Pablo enseña, concluyó Francisco, cuál debe ser el camino de la evangelización, a seguir con valentía. Y "cuando la Iglesia pierde esta valentía apostólica, se convierte en una Iglesia parada. Ordenada, bonita, todo bonito, pero sin fecundidad, porque ha perdido la valentía de ir a las periferias, ahí donde hay tantas personas víctimas de la idolatría, de lo mundano, del pensamiento débil". Y si se trata de frenar por el miedo de equivocarse es necesario pensar que uno puede levantarse y continuar hacia delante. "Los que no caminan por no equivocarse cometen un error más grave".

Decálogo de la disponibilidad

 

Las vacaciones de invierno no sólo han de proporcionarnos tiempo para nuestra disposición personal, sino que deberían ser un tiempo en el que nos dedicásemos más a los demás.
 
 
Decálogo de la disponibilidad

Estemos en colonias, convivencias, campamentos, en el monte, en la playa,... seguro que podemos disponer de algo de nuestro tiempo para dedicarlo a los demás. Les ofrecemos con un decálogo de la disponibilidad del psicólogo Bernabé Tierno.

1.- La alegría es para el hombre lo que la luz del sol para las plantas. Haz el favor de sonreír, aunque no tengas ganas. Sonríe siempre y estimula tu propia alegría.

2.- Si tienes que mandar, hazlo con tanto respeto y delicadeza como si te mandaras a ti mismo. Manda de tal forma que puedas ser obedecido con gusto.

3.- Que la antipatía, el desprecio o las actitudes de rechazo de los demás no te hagan cambiar tus modales amables. Es más, te sugiero que trates con simpatía a todas las personas.

4.- Sé amable y respetuoso siempre con todos, pero entrénate cada día en ser especialmente agradable con los tuyos y con quienes convives a diario.

5.- Evítales a los demás todos los disgustos que puedas.

6.- Si te equivocas, trátate con cariño mientras reconoces tu error y recuerda que eres capaz de hacer muchas cosas bien. Obrando así, no tendrás problemas en disculpar o comprender a los demás cuando se equivocan.

7.- Si tienes que reprender, corregir, ejercer autoridad, exigir disciplina, hazlo siempre partiendo de una actitud serena y equilibrada, interior y exteriormente. Ante ti tienes a una persona y como tal merece todo tu respeto, consideración y trato afectuoso.

8.- Que tus mayores debilidades sean la generosidad y el perdón.

9.- Una forma infalible de hacer el bien es fijarse en cuanto de bueno y positivo tiene cada se humano con quien te topes cada día. Entrena la pupila de tu mente y de tu corazón en ver siempre lo positivo en los demás.

10.- No estés disponible jamás para el odio. Deja al iracundo, al violento y al rencoroso masticando su odio. Hazlo por el bien de ellos y por el tuyo propio.

Somos una chispa del amor de Dios

 

Lo esencial no se ve, ni se escucha, ni se toca. Lo esencial se esconde en cada persona, en lo más íntimo del corazón.
 
               
Somos una chispa del amor de Dios
A veces vivimos como las plantas o los animales. Aseguramos nuestra comida y procuramos lograr una buena digestión. Evitamos el sol cuando nos quema y lo buscamos cuando hace frío. Nos apartamos de las espinas y acariciamos con gusto a un gato. Guardamos cosas y cosas en el armario y tiramos lo que no nos gusta a la basura. Nos levantamos con la pena de dejar la cama y nos acostamos con la inquietud de no haber hecho todo lo que hubiéramos querido. Hacemos planes para el verano, y en el verano pensamos en lo que haremos al reiniciar el trabajo o el estudio. 

Entre las prisas y las angustias de todos los días, entre los olores de la cocina y los gritos de los niños, entre los ruidos de la radio y las imágenes de la computadora, nos olvidamos de lo esencial: en cada uno brilla algo divino, algo eterno. 

No nacimos simplemente para envejecer en un despacho, ni para levantar muros con filas interminables de ladrillos. No nacimos sólo para planchar las sábanas ni vaciar platos de ensalada. Somos, aunque nos duelan las muelas y nos asuste la oscuridad, una chispa del amor de Dios: somos espirituales, tenemos vocación de eternidad

Lo esencial no se ve, ni se escucha, ni se toca. Lo esencial se esconde en cada persona, en lo más íntimo de nuestro corazón, y nos permite pensar y amar por encima de lo cotidiano, de lo banal, de lo superfluo. 

Podemos vivir mucho o poco. Podemos estar en una silla de ruedas o conducir un avión. Podemos vivir con hijos y nietos o estar solos, en un barrio pobre de una ciudad miserable. Pero lo esencial sigue allí, escondido, cierto, indestructible. 

A veces lo esencial -eso que nos hace verdaderamente humanos- se asoma cuando un hombre pide perdón, quizá sin palabras, a su esposa o a algún hijo. O cuando un niño comparte su comida con un compañero o le presta su último juego electrónico. O cuando unos padres deciden no abortar al hijo no esperado, pero que pide -con su silencio y su pequeñez- un lugarcito en casa. O cuando un hijo invierte los mejores años de su vida para cuidar a su madre que sufre por culpa del Alzheimer. O cuando una chica, con todo el futuro por delante, decide consagrarse a Dios para trabajar con los pobres o para levantar todos los días una oración invisible al Dios que sí ve lo esencial. 

Lo esencial sigue en pie, todos los días, fuera de las pantallas de la televisión o de las crónicas de la prensa. No aparece en internet, pero está en los corazones. No se cotiza en la bolsa, pero permite que vivan y mueran los que venden y los que compran. No gana guerras, pero vence en los hospitales en donde son cuidados los heridos, sean amigos o enemigos. 

El mundo sigue su camino. La luna crece y decrece con regularidad perfecta. El sol nos calienta todas las mañanas, y las nubes se pasean por el cielo con sus formas caprichosas y sus colores de tristeza o de esperanza. Lo esencial vive, más allá de las estrellas y más escondido que los tuétanos, con su libertad misteriosa, profunda, enamorada. 

No se puede comprar el amor, nos dice la Palabra de Dios. Lo esencial tampoco está en venta. Cada uno lo ha recibido del Creador y lo guarda en su corazón. Y puede hacerlo crecer para el bien del universo, para tu bien y para el mío. 

El buen ladrón es conquistado por el corazón de Cristo

 

La oración del buen ladrón es el culmen de una conversión personal vivida y sostenida desde la cruz.
 
               
El buen ladrón es conquistado por el corazón de Cristo

Es fruto de la contemplación de Cristo manso y humilde de corazón. Desde el silencio sufriente logra escuchar en su interior el mensaje de amor de Cristo: "no esperes que te olvide y no olvides que te espero".

El buen ladrón es conquistado por el corazón de Cristo. Se vuelve su tesoro más precioso, la perla por la que merece la pena vender todo.



Jesús lo mira, lo ama, lo perdona. Podemos casi escuchar como Jesús interiormente le dice al buen ladrón: "cuando me abra el costado me acordaré de ti, me robarás el corazón; la puerta de mi corazón quedará siempre abierta, y quedarás purificado con mi sangre. Recibirás tanta misericordia como pecados tengas pues mi amor se expresa así, siendo "robado", acordándome de ti, tú estando conmigo"



Un diálogo desde la cruz



Desde esta contemplación les propongo un diálogo íntimo del buen ladrón con Cristo. Es un diálogo desde lo más profundo del corazón. Es una conversación que más allá de un examen de conciencia es un llenar el alma del agua que apaga la sed.

No se trata de descargar mis pecados en Cristo, sino más bien de entrar en lo profundo de mi alma, ver lo que he robado a Dios, a su gloria (los pecados); las consecuencias que esto ha tenido en mi vida y por último, el querer entregarlas a Cristo para que Él las transforme con su amor misericordioso.

Este diálogo del buen ladrón con Cristo nos puede ayudar en nuestra oración para hacer una experiencia sanadora de nuestra conciencia, de nuestro pecado, abriéndonos al amor y al perdón de Dios. Se trata de confiar de tal modo que supliquemos con el buen ladrón un cambio de vida, una entrada a la eternidad del amor de Dios.



Iniciamos con una invocación a Cristo: "Acuérdate Señor". Esta petición como hemos dicho, no es otra cosa que decirle a Jesús: "méteme" en tu corazón. Desde ese lugar privilegiado le presentamos nuestra miseria, con sencillez, con humildad y confianza.



A continuación, comenzamos una especie de "letanía" de nuestros pecados, faltas, miserias, anhelos, heridas, miedos... No es una lista que presento insensiblemente, sino es un abrir el libro de mi corazón e ir pasando las páginas del libro de vida, leyéndolas junto a Cristo, desde la altura sanadora de la cruz. Estas letanías son precedidas por "de mí"... como diciendo, de mi corazón al tuyo... "Acuérdate de mí, acordándote de mi miseria, temores, soberbia... etc...



Por cada hoja de mi vida que presento, tengo que escuchar también cómo la lee Cristo desde la cruz. Yo la leo según mi experiencia, buscando apertura y dolor. Cristo la escucha y la vuelve a leer tomándome de su mano, con su amor infinito y la purifica y la mete en su corazón. Jesús me responderá: "Hoy estarás conmigo"



Acuérdate Señor - Hoy estarás conmigo

"de mi" soberbia

"Conmigo" encontrarás perdón y te abrirás a la humildad. Crearé en ti un corazón manso y humilde.



 

"de mi" indiferencia

"Conmigo" serás sostenido y nada te será indiferente porque todo te hablará de mi amor.

 

"de mi" pereza

"Conmigo" trabajarás desde el amanecer hasta el anochecer porque la mies es abundante.

 

"de mi" rencor

"Conmigo" perdonarás porque experimentarás mi amor y perdón incondicional.

 

"de mi" miedo

"Conmigo" encontrarás la seguridad que tu alma busca, soy el Buen Pastor y te llevaré siempre en mis hombros.

 

"de mi" lujuria

"Conmigo" te levantarás y serás libre para amar según mi corazón, tendrás un corazón puro, limpio, transparente.

 

"de mi" falta de fe

"Conmigo" moverás montañas y caminarás sobre el agua, tu fe iluminará el mundo.

 

"de mi" desconfianza

"Conmigo" te lanzarás a la aventura con total confianza en la Providencia que te cuida y sostiene.

 

"de mi" falta de amor

"Conmigo" tendrás el cielo dentro de ti porque todo te hablará de mí y del amor de mi Padre, un amor incondicional.

 

Y María contemplaba todo en su corazón



Para finalizar este diálogo repasando el libro de nuestras vidas con Cristo y acabar escondidos en el corazón misericordioso de Jesús tenemos que mirar a María.

Presenta nuevamente a la Madre lo que hay en tu corazón, deja que Ella te acompañe y cargue el libro de tu vida. Ella es buena lectora, sabe cómo "darle vueltas en el corazón" a cada página. Te enseñará lo que le enseñó a Jesús, te cuidará como cuidó a Jesús y te amará como amó a Jesús.

Desde la cruz ella escuchó maravillada esa confesión de fe del buen ladrón que hoy es la tuya y la mía. ¡Cómo se habrá sentido el corazón de María al escuchar la frase del buen ladrón y la respuesta de su Hijo! La primera alma llevada al cielo, allí mismo, delante de su corazón de Madre. A partir de aquel momento repetirá a cada uno de sus hijos, a cada uno de nosotros la historia del buen ladrón y sobre todo nos enseñará a rezar con la sencillez y profundidad del buen ladrón.



 

Madre te abro mi corazón

"Acuérdate María de mi corazón y enséñame a dirigirme a tu Hijo con esta oración tan poderosa. No permitas que me separe de tu protección y permanece siempre a los pies de mi cruz. Madre mía, no permitas más tibieza ni mediocridad en mi vida".