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Sofía (o Sonia), Santa |
Mártir
Santa tradicional, no incluida en el Martirologio Romano actual
Martirologio Romano
(1956): En Roma, santa Sofía, Viuda, madre de las santas
Vírgenes y Mártires Pistis (Fe), Elpis (Esperanza) y Agape (Caridad).
(† c.s.II)
Etimológicamente: Sofía = aquella que posee sabiduría, viene del
griego. Sonia = variante rusa de Sofía.
Sofía se veneraba juntamente con sus tres hijas:
Pistis, Elpis y Agape, nombres que significan Sabiduría, Fe, Esperanza
y Caridad.
Santa Sofía, sabiamente, enseñó a sus tres hijas
en el temor de Dios. Cuando ella tenían
ocho, diez y once años respectivamente, su madre se mudó
a Roma y las llevó con ella. Todos los domingos,
las cuatro visitaban juntas las diversas iglesias de la ciudad.
Santa
Sofía hizo amistad con muchas matronas romanas y logró convertir
a varias de ellas. Alguien denunció este hecho ante el
emperador Adriano, quien al conocer a las tres niñas quedó
tan prendado de ellas y de su hermosura que intentó
adoptarlas como hijas, pero como a este proyecto se enfrentaran
firmemente tanto las niñas como su madre, el emperador las
condenó a diferentes tormentos.
De torturar a Fe, la mayor, se
encargaron treinta y seis soldados, quienes primero la azotaron, y
luego, delante de una enorme multitud, le arrancaron de cuajo
los pechos. Cuantos presenciaron tan terribles escenas fueron testigos de
que mientras las heridas que los azotes produjeron en el
cuerpo de la jovencita brotaba leche en vez de sangre,
de las de sus senos manaba sangre en lugar de
leche. En vista de este milagro, el público empezó a
protestar y a insultar al césar, calificando su proceder de
injusto. Fe, a pesar de que estaba contenta de padecer
aquellos suplicios por Cristo, unió sus voces a las de
la multitud e despreció también al emperador. Entonces éste ordenó
que colocaran a la doncella sobre una parrilla de hierro
incandescente. Ilesa salió la niña de tan terrible tormento, tercero
de la serie de ellos a que fue sometida, e
ilesa salió del cuarto que a continuación le aplicaron, que
consistió en ser arrojada a una sartén llena de aceite
y de cera hirviendo, visto lo cual Adriano mandó a
sus verdugos a que la degollaran, y a través de
esta quinta tortura la santa niña murió.
Inmediatamente el emperador hizo
comparecer a Esperanza, y como no logró doblegar su voluntad
para que sacrificara ante los ídolos, ordenó que la metieran
en una caldera en la que hervía a borbotones un
líquido compuesto de grasas, cera y resina derretidas. Al introducir
a la muchachita en el recipiente, las gotas que de
él saltaron produjeron quemaduras en los infieles que presenciaban el
espectáculo; pero, como a Esperanza aquel baño no le producía
ni la más mínima lesión, Adriano mandó que la sacaran
de la caldera y que le cortaran la cabeza con
una espada.
Mientras duraron los martirios de sus dos hijas mayores,
Sofía permaneció al lado de Caridad dándole ánimos, y ésta,
a pesar de ser tan pequeñita, ni trató de congraciarse
con el emperador, ni cuando le llegó el turno hizo
caso alguno de los halagos ni de sus amenazas, por
lo cual el impío Adriano mandó que la tendieran en
el suelo y que le descoyuntaran todos sus miembros; después,
la apalearon, luego la azotaron con varas, seguidamente la arrojaron
a un horno encendido del que salían aparatosas y prolongadas
llamas que alcanzaron y abrasaron a muchos idólatras que se
encontraban cerca, presenciando el macabro espectáculo. La niña, sin embargo,
totalmente ilesa, y radiante como el oro, risueña y feliz,
iba de un lugar a otro, paseando contenta, entre el
fuego de la hoguera. Desde el exterior los verdugos atravesáronle
el cuerpo con barras de hierro al rojo vivo; mas
como tampoco esto hiciera mella en el ánimo de la
pequeña, Adriano mandó que la degollaran, como a sus hermanas.
De este modo, Caridad, que había sufrido alegremente las pruebas
a las que fue sometida, conquistó también la corona del
martirio.
La santa madre, ayudada por alguno de los presentes, enterró
los cuerpos de sus santas hijas, y postrada ante la
tumba común, exclamaba:
- ¡Hijas mías queridísimas! ¡Yo quiero reunirme con
vosotras!
Algún tiempo después Sofía murió en la paz del Señor.
Su cuerpo fue enterrado por los cristianos en la misma
sepultura de sus hijas. También ella fue mártir, puesto que
padeció en sus entrañas maternales cada uno de los tormentos
que padecieron sus tres hijas.
Adriano acabó su vida roído de
podredumbre y de remordimientos, reconociendo que se había comportado inicuamente
con aquellas santas y cruelmente con los adoradores de Cristo.
Esta
historia se encuentra recopilada en la Leyenda Dorada.
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