4.1 Koinonía (comunidad)
Como
personas adultas que somos, no vamos a sentar cátedra sobre este tema, ni vamos
a asegurar cual es el mejor modo de oración.
Esto no es posible, pues maneras
de orar hay tantas, como vidas humanas contiene el mundo. Sin lugar a dudas,
encontramos en el misticismo –o en el camino hacia él (Dios)- un claro ejemplo
de contemplación de la realidad de Dios en cada elemento de la vida.
Aun así y
admirando todos los posibles ejemplos de oración en soledad o desierto, aquí
veremos la oración comunitaria como esencia de la iglesia de Jesús. Esta misma
comunidad es encontrada por el orante en el propio camino de la vida.
No es
posible caminar sin encontrar a alguien por el camino y compartir o departir
con él. Por ello desde las perspectivas anteriores –llamada, disposición, camino-,
la oración se vuelve, por sí misma, comunitaria en cuanto a ejercicio de
encuentro sagrado con los otros, por lo menos con los miembros de la propia
iglesia.
La
misma oración compartida, funda y delimita un grupo de personas que descubren
juntas a Dios y cultivan en plegaria su presencia.
De esa forma se vinculan con
Dios, que es el misterio y presencia creadora; estableciendo con él un
compromiso de acción en el mundo en el que vivimos, por medio de la vinculación
comunitaria y la filiación divina que nos cohesiona.
Los orantes descubren que
no viven simplemente en el mundo, ya que degustan una realidad espiritual y
activa, que les hace secundar lo mundano.
Por ello tampoco habitan sin más en
el misterio escondido de Dios, sino que son sabedores de que como eslabones de
una cadena, forman parte de una historia que les llevará al más allá de la
libertad final. Habitando en la comunidad de una manera consciente, en
dimensión de gracia compartida –don de Dios- y en diálogo de pan y de la
palabra.
Se
ha dicho a veces que la verdadera patria de los seres humanos es su idioma y la
capacidad de vincularse con él, con otras personas compartiendo una cultura.
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