28 de septiembre
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(419 d. C) |
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Eustoquio Julia, cuyo recuerdo
se perpetuó gracias a la docta pluma de San Jerónimo, fue hija de Santa Paula,
cuya vida se relata en el día de su fiesta, el 26 de enero. Los acontecimientos
y circunstancias en la existencia de Santa Paula dispusieron la vida de
Eustoquio, que fue la tercera de sus cuatro
hijas y la única que permaneció siempre junto a su madre. Santa Paula, al
morir su esposo Toxosio, se dedicó por entero al servicio de Dios, en la
sencillez, la pobreza, la mortificación y la plegaria. Eustoquio, que tenía más
o menos doce años cuando murió su padre,
compartía todos los gustos de su madre, y era motivo de gran alegría para ella
consagrar las horas que tantas otras jóvenes de su edad dedicaban a vanas
diversiones, a las obras de caridad y las devociones de su religión.
Cuando San Jerónimo llegó a Roma, procedente del oriente, en el año de 382,
Eustoquio y su madre se pusieron bajo su dirección espiritual y, al ponerse de
manifiesto las fuertes inclinaciones de la joven hacia la vida religiosa, muchos
de sus amigos y parientes se mostraron
alarmados. Un tío suyo, llamado Himetio, y su esposa Pretéxtala, trataron de
convencerla para que se apartase de aquella vida austera e hicieron intentos
para interesarla en los placeres del mundo. Pero todos los esfuerzos fueron
vanos y la joven venció toda oposición
para tomar el velo y hacer los votos de virginidad. Ella fue la primera doncella
de la nobleza romana que tomó tal resolución. Con el fin de guiarla y
sostenerla en ella, San Jerónimo le escribió en aquella ocasión su famosa
carta, conocida como "Para Conservar la Virginidad",
alrededor del año 384. El venerable autor de la epístola, sin embargo, no se
limita a dar enseñanzas y normas ascéticas, sino que se recrea en algunos
pasajes satíricos, lo que sugiere que, al escribir la carta, no tenía la
intención de destinarla tan sólo a la joven Eustoquio, sino a un público muy
amplio. En dicha carta, el santo critica sin misericordia el comportamiento de
ciertas vírgenes, viudas y de ciertos sacerdotes.
Eustoquio debió buena parte de
su formación religiosa a Santa Marcela, "la gloria de las damas
romanas", pero cuando Santa Paula decidió seguir a San Jerónimo a
Palestina, Eustoquio lo dejó todo para irse con ella. Al grupo se unieron otras
doncellas que aspiraban a seguirla vida religiosa;
la comitiva se entrevistó con San Jerónimo en Antioquía, hizo una visita a
los Santos Lugares, pasó a Egipto para conocer a los monjes del desierto de
Nitria y, por fin, se instaló en la ciudad de Belén. Ahí quedaron
establecidas tres comunidades de mujeres, en
cuya dirección Eustoquio colaboró activamente con Santa Paula. San Jerónimo
nos ha dejado un relato sobre la vida sencilla y devota que llevaban. Las dos
mujeres, que habían aprendido el griego y el hebreo, ayudaron a San Jerónimo
en la traducción de la Biblia, conocida
como la Vulgata y, a su solicitud, el santo escribió algunos comentarios sobre
las Epístolas a Filemón, a los Calatas, los Efesios y a Tito y también dedicó
a madre e hija algunos de sus trabajos, puesto que, como él mismo comentó:
"esas dos mujeres son más capaces de conformar un buen juicio sobre esos
libros que muchos hombres." Aparte de sus tareas intelectuales, Santa
Eustoquio se ocupaba en mantener limpia la casa, en dar brillo y conservar
llenas de aceite las lámparas y en cocinar.
En el año de 403, Santa Paula
cayó enferma, y Eustoquio consagró su tiempo a cuidarla, sin apartarse de ella
más que para ir a la gruta de la Natividad para orar por su salud. El 26 de
enero de 404, murió Santa Paula, y Eustoquio, "como una niña a quien se
trata de arrancar de los brazos que la amparan, a duras penas pudo ser apartada
del cuerpo de su madre." Besaba una y otra vez sus párpados cerrados, le
acariciaba el rostro, los brazos, el pecho y seguramente hubiese deseado que la
sepultaran con ella.
La sucesora de Santa Paula como
superiora de las comunidades de Belén fue su hija, quien se encontró con las
finanzas al borde de la ruina y con innumerables deudas. Pero con la ayuda de
San Jerónimo y su propia energía, hizo frente a la situación y logró
solucionarla, gracias sobre todo a los socorros económicos aportados por su
sobrina, otra Paula, que había ingresado a la comunidad de Belén. En el año
de 417, los bandoleros cayeron sobre el monasterio, lo incendiaron y cometieron
innumerables ultrajes,
sobre todo lo cual informaron al Papa, San Jerónimo, Santa Eustoquio y la joven
Paula. El Pontífice Inocencio I, al recibir las cartas, escribió a cada uno de
los informantes y envió otra carta, en términos por demás enérgicos a Juan,
el obispo de Jerusalén. Santa Eustoquio no
sobrevivió por mucho tiempo a aquellos terribles acontecimientos. San Jerónimo
no nos dejó ningún relato sobre su muerte, como lo hizo en el caso de su
madre, pero sí es un hecho que en aquella ocasión escribió a San Agustín
y a San Alipio en estos términos: "la gran pena que me ha embargado, me
hizo relegar a un lado los ultrajantes escritos de Aniano, el pelagiano."
Sabemos que Eustoquio murió pacíficamente alrededor del año 419, y fue
sepultada en la misma tumba que Santa Paula,
en una gruta vecina al lugar donde nació Jesucristo. Ahí se encuentra hasta
hoy la tumba, pero está vacía, y nunca se ha sabido el destino que tuvieron
sus reliquias.
Las
cartas de San Jerónimo y algunos otros de sus escritos proporcionan casi todos
los datos que se puedan obtener sobre Santa Eustoquio. Ese material se encuentra
reunido en el Acta Sanctorum, sept.
vol. VII. En todas las biografías de San Jerónimo se habla bastante de
Eustoquio (ver, por ejemplo, St. Jérome
(1922), de F. Cavallera) y también figura de manera prominente en la deliciosa obra de F. Lagrange, Histoire
de Ste. Paule (1868).
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