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Víctor III, Beato |
CLVIII Papa
Martirologio Romano: En Montecasino, tránsito del beato Víctor III,
papa, quien, después de regir sabiamente durante treinta años el
célebre monasterio y enriquecerlo magníficamente, fue elegido para gobernar la
Iglesia romana (1087).
Fecha de beatificación: El culto al Beato
Víctor III fue aprobado por el Papa León XIII, quien
agregó su nombre al Martirologio Romano.
El joven que habría de llegar a Papa con el
nombre de Víctor III, era conocido en la vida secular
como Daufar y pertenecía a la familia lombarda de los
duques de Benevento.
Como era el hijo único, su padre
se mostraba ansioso para que contrajera matrimonio y le diera
nietos, pero Daufar, cuya "nobleza de alma era mayor que
la de su nacimiento", sentía en su fuero interno la
certeza de que estaba llamado para servir a Dios como
monje.
En el año de 1047, su padre perdió la
vida en el campo de batalla y Daufar, que por
entonces tendría unos veinte años, aprovechó la oportunidad para desligarse
de la familia e irse a vivir con un ermitaño.
Pero sus parientes le encontraron, forcejearon con él hasta el
extremo de desgarrarle el hábito que vestía y, a fin
de cuentas, le obligaron a volver con ellos a su
casa de Benevento. Ahí se le mantuvo bajo estrecha vigilancia,
pero al cabo de doce meses de encierro, consiguió escapar
y huyó para refugiarse en el monasterio de La Cava.
Por fin, su familia aceptó el hecho irrefutable de su
vocación y le permitió que realizara sus deseos, con la
única condición de abandonar el monasterio de La Cava para
ingresar en la abadía de Santa Sofía, en Benevento.
Daufar
accedió y, al entrar en el convento, su nuevo abad
le dio el nombre de Desiderio. Transcurrieron algunos años sin
que el joven monje encontrara el camino que buscaba: estuvo
en un monasterio de una isla en el Adriático, estudió
medicina en Salerno y fue ermitaño en los Abruzos.
Sin
embargo, ya para entonces había atraído la atención favorable del
Papa San León IX y, alrededor del año 1054, lo
hizo ir a Roma. Ahí se quedó durante el reinado
del papa Víctor II y ahí conoció a los monjes
de Monte Cassino que le impresionaron de tal manera, que
no tardó en hacer una peregrinación a la cuna de
la orden de los benedictinos y acabó por unirse a
la comunidad. En el año de 1057, el Papa Esteban
llamó a Daufar a Roma, con la intención de enviarle
como delegado a Constantinopla.
El Papa Esteban había sido abad
en Monte Cassino y había retenido el cargo al ser
elegido como Pontífice; pero, por aquel entonces estaba enfermo y,
como creía que no iba a tardar mucho en llegar
su muerte, decidió que se realizara sin tardanza la elección
de su sucesor. La votación favoreció por unanimidad a Daufar,
es decir al monje Desiderio. Este partió de todas maneras
hacia el oriente para ocupar su puesto de delegado pontificio
en Constantinopla, pero apenas había llegado a la ciudad de
Bari, cuando le notificaron la muerte del Papa Esteban y
tuvo que regresar. En Roma surgió una disputa en cuanto
a la sucesión al trono de San Pedro y, durante
la misma, Desiderio apoyó la elección de Nicolás II, que
asumió el cargo, pero antes de autorizar a Desiderio para
que se reintegrara a su monasterio de Monte Cassino, le
consagró cardenal.
Desiderio fue uno de los grandes abades de Monte
Cassino y, durante su gobierno, el famoso monasterio alcanzó el
pináculo de su gloria. Primero, hizo reconstruir la iglesia y,
después, todo el conjunto de edificios que dispuso en una
escala más amplia y conveniente de la que había adoptado
San Petronax y el abad Aligerno al restaurar la abadía
después de los saqueos y destrucciones de los lombardos y
los sarracenos. Embelleció de manera muy especial la basílica; "recurrió
a las influencias y al dinero" y, no sólo hizo
traer los mejores materiales de Roma, sino que contrató a
los más diestros trabajadores de Lombardía, Amalfi y la misma
Constantinopla. Gracias a esa combinación de las escuelas arquitectónicas de
Lombardía y de Bizancio, surgieron en Monte Cassino nuevas formas
y motivos de decoración, en la construcción, los mosaicos, los
ornamentos, las pinturas y la iluminación; los mismos monjes de
la abadía pusieron sus conocimientos y sus habilidades al servicio
de la magna obra. Toda aquella magnificencia no era un
vano exhibicionismo ni se había hecho para hospedar a "devotos
hipócritas de fervor externo." La virtud entre los monjes de
Monte Cassino se arraigó todavía más, y su número aumentó
a doscientos y el abad Desiderio insistió y cuidó de
que todos se sometieran a la más estricta observancia de
la regla. Entre los que se sintieron atraídos hacia el
monasterio figuraba Constantino Africano, el más notable de los médicos
de la antigua escuela de Salerno y amigo personal de
Desiderio.
Por otra parte, las construcciones y decoraciones dieron un
trabajo material continuo y bien remunerado a numerosos trabajadores, artistas
y artesanos. Desde entonces, el scriptorium de Cassino fue famoso
por los libros que ahí se copiaban y por las
iluminaciones e ilustraciones. Además de abad y cardenal, Desiderio era
vicario papal para Campania, Apulia, Calabria y Capua, y la
Santa Sede tenía tanta consideración y confianza hacia él, que
le autorizó a nombrar prelados para los obispados vacantes y
las abadías sin superior.
El Papa San Gregorio VII utilizó con
mucha frecuencia a Desiderio corno su intermediario ante los normandos
en Italia. No obstante que era de un tipo opuesto
al de Gregorio, por la dulzura de su carácter, se
mostró siempre corno un decidido y aun enérgico defensor del
papado contra las ambiciones del emperador; es muy posible que
su nombre haya sido uno de los que pronunció San
Gregorio en su lecho de muerte, como posible sucesor. Cuando
el Pontífice murió, Desiderio huyó de prisa de Roma y
se refugió en Monte Cassino para evitar su elección, pero,
en el mes de mayo de 1086, fue elegido por
aclamación y se le impuso la roja capa pluvial pontificia
en la iglesia de Santa Lucía para que reinara con
el nombre de Víctor. Cuatro días más tarde, surgió una
oposición que le brindó la oportunidad para huir de nuevo
a Monte Cassino, donde dejó de lado las insignias pontificias
y no se dejó convencer para ocupar el cargo hasta
la Pascua del año siguiente. La sede de Roma se
hallaba ocupada por entonces por el antipapa impuesto por el
emperador, Guiberto de Ravena ("Clemente III"). Pero las fuerzas normandas
consiguieron sacarlo de San Pedro durante el tiempo suficiente para
que Víctor fuese consagrado ahí. Inmediatamente después de su consagración,
partió al monasterio.
Pocas semanas más tarde, volvió a Roma,
por última vez, cuando la condesa Matilde de Toscana se
esforzaba por desalojar a Guiberto. Aquel Papa, tan amante de
la paz y tan enfermo que rara vez podía celebrar
la misa, no estaba capacitado para ver a su ciudad
apostólica convertida en un campo de batalla y, hacia fines
del verano, la abandonó para siempre. Después de un sínodo
que él presidió en Benevento, fue llevado agonizante a su
monasterio. Tendido en un camastro en la casa capitular, dio
las últimas instrucciones a sus monjes y recomendó a Eudes,
el cardenal obispo de Ostia, para que ocupase la sede
apostólica. Murió dos días después, el 16 de septiembre de
1087. Había sido Papa durante cuatro meses.
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El joven que habría de llegar a
Papa con el nombre de Víctor III, era
conocido en la vida secular como Daufar y pertenecía a la familia lombarda de
los duques de Benevento. Como era el hijo único, su padre se mostraba ansioso
para que contrajera matrimonio y le diera nietos, pero Daufar, cuya
"nobleza de alma era mayor que la de su nacimiento", sentía en su
fuero interno la certeza de que estaba llamado para servir a Dios como monje. En
el año de 1047, su padre perdió la vida en el campo
de batalla y Daufar, que por entonces tendría unos veinte años, aprovechó la
oportunidad para desligarse de la
familia e irse a vivir con un ermitaño. Pero sus parientes le encontraron,
forcejearon con él hasta el extremo de desgarrarle el hábito que vestía y, a
fin de cuentas, le obligaron a volver con ellos a su casa de Benevento. Ahí se
le mantuvo bajo estrecha vigilancia, pero al cabo de doce meses de encierro,
consiguió escapar y huyó para refugiarse en el monasterio de La Cava. Por fin,
su familia aceptó el hecho irrefutable de
su vocación y le permitió que realizara
sus deseos, con la única condición de abandonar el monasterio de La Cava para
ingresar en la abadía de Santa Sofía, en Benevento. Daufar accedió y, al
entrar en el convento, su nuevo abad le dio el nombre de Desiderio.
Transcurrieron algunos años sin que el joven monje encontrara el camino que
buscaba: estuvo en un monasterio de una isla en el Adriático, estudió medicina
en Salerno y fue ermitaño en los Abruzos. Sin embargo, ya para entonces
había atraído la atención favorable del Papa San León IX y, alrededor del año
1054, lo hizo ir a Roma. Ahí se quedó durante el reinado del papa Víctor II
y ahí conoció a los monjes de Monte Cassino que
le impresionaron de tal manera, que no tardó en hacer una peregrinación a la
cuna de la orden de los benedictinos y acabó por unirse a la comunidad. En el año
de 1057, el Papa Esteban llamó a Daufar a Roma, con la intención de enviarle
como delegado a Constantinopla. El Papa Esteban había sido abad en Monte
Cassino y había retenido el cargo al ser elegido como Pontífice; pero, por
aquel entonces estaba enfermo y, como creía que no iba a tardar mucho en llegar
su muerte, decidió que se realizara sin tardanza la elección de su sucesor. La
votación favoreció por unanimidad a
Daufar, es decir al monje Desiderio. Este partió de todas maneras hacia el
oriente para ocupar su puesto de delegado pontificio en Constantinopla, pero
apenas había llegado a la ciudad de Bari, cuando le notificaron la muerte del
Papa Esteban y tuvo que regresar. En Roma
surgió una disputa en cuanto a la sucesión al trono de San Pedro y, durante la
misma, Desiderio apoyó la elección de Nicolás II, que
asumió el cargo, pero antes de autorizar a Desiderio para que se reintegrara a
su monasterio de Monte Cassino, le consagró cardenal.
Desiderio fue uno de los grandes abades de Monte Cassino y,
durante su gobierno, el famoso monasterio alcanzó el pináculo de su gloria.
Primero, hizo reconstruir la iglesia y, después, todo el conjunto de edificios
que dispuso en una escala más amplia y conveniente de la que había adoptado
San Petronax y el abad Aligerno al restaurar la abadía después de los saqueos
y destrucciones de los lombardos y los sarracenos. Embelleció de manera muy
especial la basílica; "recurrió a las
influencias y al dinero" y, no sólo hizo traer los mejores materiales de
Roma, sino que contrató a los más diestros trabajadores de Lombardía, Amalfi
y la misma Constantinopla. Gracias a esa combinación de las escuelas arquitectónicas
de Lombardía y de Bizancio, surgieron en
Monte Cassino nuevas formas y motivos de decoración, en la construcción, los
mosaicos, los ornamentos, las pinturas y la iluminación; los mismos monjes de
la abadía pusieron sus conocimientos y sus habilidades al servicio de
la magna obra. Toda aquella magnificencia no era un vano exhibicionismo ni se
había hecho para hospedar a "devotos hipócritas de fervor externo."
La virtud entre los monjes de Monte Cassino se arraigó todavía más, y su número
aumentó a doscientos y el abad Desiderio
insistió y cuidó de que todos se sometieran a la más estricta observancia de
la regla. Entre los que se sintieron atraídos hacia el monasterio figuraba
Constantino Africano, el más notable de los médicos de la antigua escuela de
Salerno y amigo personal de Desiderio. Por otra parte, las construcciones
y decoraciones dieron un trabajo material continuo y bien remunerado a numerosos
trabajadores, artistas y artesanos. Desde entonces, el scriptorium de
Cassino fue famoso por los libros que ahí se copiaban y por las iluminaciones e
ilustraciones. Además de abad y cardenal, Desiderio era vicario papal para
Campania, Apulia, Calabria y Capua, y la Santa Sede tenía tanta consideración
y confianza hacia él, que le autorizó a nombrar prelados para los obispados
vacantes y las abadías sin superior.
El Papa San Gregorio VII utilizó
con mucha frecuencia a Desiderio corno su intermediario ante los normandos en
Italia. No obstante que era de un tipo opuesto al de Gregorio, por la dulzura de
su carácter, se mostró siempre corno un decidido y aun enérgico defensor del
papado contra las ambiciones del emperador; es muy posible que su nombre haya
sido uno de los que pronunció San Gregorio en su lecho de muerte, como posible
sucesor. Cuando el Pontífice murió, Desiderio
huyó de prisa de Roma y se refugió en Monte Cassino para evitar su elección,
pero, en el mes de mayo de 1086, fue elegido por aclamación y se le impuso la
roja capa pluvial pontificia en la iglesia de Santa Lucía para que reinara con
el nombre de Víctor. Cuatro días más
tarde, surgió una oposición que le brindó la oportunidad para huir de nuevo a
Monte Cassino, donde dejó de lado las insignias pontificias y no se dejó
convencer para ocupar el cargo hasta la Pascua del año siguiente. La sede de
Roma se hallaba ocupada por entonces por el antipapa impuesto por el
emperador, Guiberto de Ravena ("Clemente III"). Pero
las fuerzas normandas consiguieron sacarlo de San Pedro durante el tiempo
suficiente para que Víctor fuese consagrado ahí. Inmediatamente después de su
consagración, partió al monasterio. Pocas semanas más tarde, volvió a Roma,
por última vez, cuando la condesa Matilde de Toscana se esforzaba por desalojar
a Guiberto. Aquel Papa, tan amante de la paz y tan enfermo que rara vez podía
celebrar la misa, no estaba capacitado para
ver a su ciudad apostólica convertida en un campo de batalla y, hacia fines del
verano, la abandonó para siempre. Después de un sínodo que él presidió en
Benevento, fue llevado agonizante a su monasterio. Tendido en un camastro
en la casa capitular, dio las últimas instrucciones a sus monjes y recomendó a
Eudes, el cardenal obispo de Ostia, para que ocupase la sede apostólica. Murió
dos días después, el 16 de septiembre de 1087. Había sido Papa durante cuatro
meses. El culto al Beato Víctor III fue
aprobado por el Papa León XIII, quien agregó
su nombre al Martirologio Romano.
Un detallado relato sobre el Beato Víctor III,
ocupa considerable espacio en la Chronica Monasterii Casinensis, lib.
III. El texto ha sido publicado en MGH., Scriptores, vol.
VII, pp. 698-754; también en el Acta Sanctorum, sept.
vol. V. Ver además a Mons. H. K.
Mann, en Lives of the Popes, vol.
VII, pp. 218-244.
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