16 de septiembre
(984 d. C.)
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Edita era la hija del rey Edgardo y de Wulfrida (a veces,
llamada santa), venida al mundo en circunstancias oscuras y, de acuerdo con
ciertos informes, extremadamente escandalosas [También
al rey Edgardo se le veneraba en Glastonbury. Fue un notable soberano, Pero su
elevación a la santidad se debió, sin duda a lo que el generalmente sobrio Dr.
Plummer describe como "el vasto sistema de mentiras monásticas en las que
descollaba Glastonbury." (Plummer, "Beda", vol. II,
p. 167)]. Poco después de haber nacido en
la localidad de Kemsing, en Kent, en el año de 962, según refiere la tradición,
fue llevada por su madre a la abadía de Wilton, donde se quedó hasta su
muerte, de manera que las palabras del Martirologio Romano son literalmente
ciertas: "Estuvo dedicada a Dios desde sus primeros años en un monasterio
y apenas conoció el mundo exterior, cuando lo abandonó para siempre."
Aún no cumplía quince años, cuando su real padre la visitó
en Wilton para asistir a su profesión. En aquella ocasión, el rey hizo que se
pusiera ante el altar una carpeta con oro, plata, ornamentos y joyas, para
mostrar lo que perdía su hija, mientras Wulfrida se hallaba de pie al lado de
la carpeta con un velo de monja, un salterio, un cáliz y una patena.
"Todos rogaban a Dios, que conoce todas las cosas, un signo claro para
demostrar a una joven doncella de tan poca edad y experiencia, la clase de vida
que debía escoger." Es posible que Edgardo orase para que su hija eligiera
el mundo y las riquezas, puesto que trató
de adelantarse a su decisión y, antes de que Edita tomara uno u otro partido,
le ofreció el puesto de abadesa en tres casas distintas (Winchester, Barking y
otra), aunque evidentemente no tenía edad suficiente para gobernarlas más que de
nombre. Pero de todas maneras, Edita declinó aceptar los bienes, las dignidades
y los superioratos para quedarse en la comunidad de Wilton, sujeta a su madre,
Wulfrida, que era la abadesa. Al poco tiempo, las monjas insistieron para que
Edita aceptara el título honorario de
abadesa, y así lo hizo la joven, "aunque continuó como antes al servicio de
sus hermanas en los oficios más arduos, como una
verdadera Marta." Al poco tiempo murió el rey Edgardo y le sucedió su
hijo, Eduardo el Mártir. A raíz de la trágica muerte de éste último, la
nobleza, adicta al monarca asesinado pidió que Edita, su media-hermana, dejara
el monasterio para ocupar el trono; pero ella se negó rotundamente y, a las
perspectivas de la corona, prefirió el estado de humildad y obediencia
en el servicio de Dios. Edita construyó la iglesia de San Dionisio, en Wilton
y, a la ceremonia de dedicación de la misma, invitó a San Dunstano, el
arzobispo de Canterbury. Los fieles observaron que, al oficiar la misa, el
prelado derramó abundantes lágrimas y, al preguntársele
las razones de su llanto, dijo que se le había revelado que Edita iba a ser
arrebatada pronto de este mundo, "mientras nosotros", agregó,
"tendremos que continuar aquí abajo, en la oscuridad y a la sombra de la
muerte." De acuerdo con la predicción de San Dunstano, cuarenta y tres días
después de la solemne ceremonia, el 16 de septiembre de 984, Edita se fue a
descansar en el Señor, cuando no tenía más de veintidós años de edad. Hay
una tierna fábula donde se relata que Santa Edita
se apareció poco después de su muerte, cuando se bautizaba a un recién nacido
del que ella se había comprometido a ser la madrina; la aparición de Edita
sostuvo a la criatura sobre la pila bautismal. También se apareció, aunque
esta segunda vez llena de santa indignación,
ante el rey Canuto que había tenido la temeridad de poner en tela de juicio
algunas de las maravillas que se relataban sobre la bienaventurada Edita. A
Santa Edita se la conmemora en el día de hoy en la Diócesis de Clifton.
Las autoridades
en la materia son Guillermo de Malmesbury, Simeón de Durham y Capgrave; pero
conviene consultar también la Analecta Bollandiana, vol.
LVI (1938), pp. 5-101 y 265-309, dónde
Dom A. Wilmart incluye y comenta la leyenda en prosa y verso, escrita por
Goscelin (y dedicada a Lanfranco de Canterbury), que fue tomada del MS. de
Rawlinson, en la Bodleiana, leyenda ésta que resulta muy distinta a la versión
abreviada que se imprimió en el Acta Sanctorum, sept.
vol. V, p. 369.
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