viernes, 21 de septiembre de 2012

El silencio monástico


 

El silencio monástico no es sólo silencio exterior. No es “insonorización de un espacio”, control de ruidos molestos; no es tampoco técnica terapéutica, vida tranquila, contacto sereno con la naturaleza. Es antes que nada silencio a solas ante Dios. Es ponernos en contacto con lo profundo de nuestro ser, callarnos ante la inmensidad de Dios, adentrarnos confiadamente en su Amor insondable, quedar sumergidos en ese Misterio que no puede ser explicado ni hablado, sólo venerado y adorado. Silencio es entonces acallar los ruidos y solicitaciones que nos llegan desde fuera, acallar sobre todo el ruido de nuestro propio yo con su cortejo de ambiciones, miedos, orgullos y autocomplacencias, para no perdernos la presencia oscura y a la vez luminosa, tremenda y fascinante, pero siempre inconfundible, amorosa y tierna de quien existe sosteniendo y envolviendo nuestro ser.

El silencio monástico no es un silencio ateo. Es silencio lleno de Dios. Es acallar mi ser ante él para reconocer humildemente mi propia finitud : “Yo no soy todo, no lo puedo todo, no soy la fuente ni el dueño de mi ser”. Callarse ante Dios es entonces aceptar ser desde esa realidad misteriosa; acoger con confianza ese misterio que fundamenta mi ser; descubrir con gozo que hay “algo más”, más allá de todo, algo que me transciende pero que está ahí, fundando y sosteniendo la realidad; saber que puedo vivir de esa “Presencia fundante”. Este enraizamiento en Dios, ¿no debería ser el rasgo nuclear del silencio monástico en medio de una sociedad superficial que va separando a tantas personas de esa Realidad suprema que fundamenta su ser?

Pero el silencio monástico ha de ser además hoy “fascinación” por Dios. El silencio de quien se siente fascinado, seducido, atraído por el misterio de Dios. El silencio de quien ha descubierto que en Dios se encierra lo que de verdad anhela el corazón humano. El es el único que puede curar ese vacío último del hombre, que nada ni nadie puede llenar. El monje lo sabe. Ha encontrado aquello de lo que se puede vivir. Ya no lo abandonará por nada ni nadie. Permanecerá en el que es fuente de toda vida. Esta fascinación por Dios es decisiva en esta época de hipersolicitación y seducción de los sentidos.

De ahí se derivan otros rasgos que, a mi juicio, han de configurar hoy el silencio monástico. En esta sociedad de consumo de cosas y profusión de ofertas, el monje no busca “algo” en su silencio, busca la presencia del amado. No quiere nada de él. No quiere cosas. Le quiere a él. Estar junto a él. Vivir con él. Por decirlo de alguna manera y en términos tal vez más seductores en nuestros días, se trata de tocarle a él, sentir su vida caliente en nosotros, disfrutar y padecer su presencia amada, sentirlo latiendo en lo más hondo de nuestro ser. En esta época de “moda plena” y de cambio permanente, parece que al monje se le ha de hacer duro y costoso salir de ese silencio. Es cierto que también el monje sentirá su fragilidad y su impotencia para permanecer en silencio ante Dios. Pero aún entonces la fascinación se convertirá en añoranza, deseo y anhelo de Dios, sin diluirse en una vida de dispersión en lo efímero.

En el centro de este silencio y como impregnándolo todo está el amor. Se le ha llamado de diversas formas: “llama de amor viva”, “excitación ciega del amor”, “desnudo impulso del deseo”, descubrimiento de “la música callada”[14]. Cuanto más fuerte es el amor más profundo es el silencio y más honda la fascinación. Con este silencio, vivido muchas veces de manera pobre y vacilante, la vida monástica introduce en la cultura actual una “ruptura de nivel”, que permite vivir una experiencia diferente que está más allá de otras vivencias centradas en la utilidad, el pragmatismo, la seducción, la modas, o el consumismo[15]. Viviendo en silencio ante Dios, las comunidades monásticas apuntan hacia lo eterno en un mundo que vive en el cambio y la moda permanente; son signo de lo profundo en medio de una sociedad sumergida en lo efímero y superficial; son testigos de lo único absoluto en una cultura volcada sobre lo múltiple e intranscendente. Estas comunidades calladas, vueltas hacia Dios, cuestionan, interrogan, inquietan y evangelizan el mundo contemporáneo.

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