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Cornelio, Santo |
XXI Papa y Mártir
Martirologio Romano: En Roma, en la vía
Apia, en la cripta de Lucina del cementerio de Calixto,
sepultura de san Cornelio, papa y mártir, que se opuso
seriamente a la escisión de Novaciano y, con gran espíritu
de caridad, recuperó a la plena comunión con la Iglesia
a muchos cristianos caídos en la herejía. Padeció al final
el destierro a Civitavecchia, en la Toscana, por parte del
emperador Galo, sufriendo lo indecible en palabras de san Cipriano.
Su memoria se celebra pasado mañana (252).
Memoria de los santos
Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires, acerca de los cuales
el catorce de septiembre se relata la sepultura del primero
y la pasión del segundo. Juntos son celebrados en esta
memoria por el orbe cristiano, porque ambos testimoniaron, en días
de persecución, su amor por la verdad indefectible ante Dios
y el mundo (252, 258).
El
catolicismo no es laxitud, pero tampoco es rigidez inhumana. Cuenta
con las debilidades de los hombres, como contó con ellas
su Divino Fundador, Jesús, que no quebraba la caña cascada,
ni apagaba el leño todavía humeante. Es curioso observar cómo
la Iglesia condenó con idéntico celo la depravación de las
costumbres que el rigorismo moral: las ideas desorbitantes como las
demasiado alicortas. Ya desde los primeros siglos de la era
cristiana fueron fulminadas con el anatema todas las doctrinas que
suponían al hombre fuera del quicio de su debilidad. Estúdiense
las condenaciones de encratitas, novacianos, jansenistas, etc., y se verá
que los rostros ceñudos y demasiado alargados por la rigidez
no caben en la Iglesia. Y es que ésta se
sitúa siempre en el fiel de la balanza: entre el
ángel y la bestia: entre los hombres. Yerran, por tanto,
quienes intentan deshumanizar al hombre con el pretexto de elevarlo
hacia las altas cimas de Dios, ¿Condescendencia de la Iglesia?
En cuanto que aprueba el mal, no; pero sí en
cuanto que lo supone. Bien considerado todo esto, queda bien
claro que no hay por qué rasgarse las vestiduras cuando
la Iglesia —Esposa purísima de Cristo— rechaza palabras como reforma,
puritano, cátaro (= puro), pietista, etc. (todas ellas con un
evidente significado de pureza), por estar marcadas de herejía. El
refrán latino dice que in medio, consistit virtas (en el
medio está la virtud), y la Iglesia se mantiene en
ese medio humano evitando los extremos de rigorismo o laxitud.
Y todo esto, a propósito de San Cornelio. Porque este
Santo fue uno de los que —desde el timón de
la nave de San Pedro— supieron sortear los escollos del
más y del menos, quedando en el justo medio.
En
efecto, el nombre del papa Cornelio va asociado en la
historia eclesiástica al del cisma o herejía de los novacianos.
Frente a la intransigencia de éstos, San Cornelio vio que
el leño todavía humeaba... ¿Por qué, pues, apagarlo? En la
célebre cuestión de los lapsi (o caídos en la apostasía)
veremos que San Cornelio representa la auténtica mentalidad de la
Iglesia.
No es demasiado lo que se sabe sobre este
Papa, pero es suficiente e históricamente válido.
A la muerte.
del papa Fabián, martirizado en el comienzo de la persecución
de Decio (20 de enero del 250), la sede romana
quedó vacante durante dieciséis meses. En este largo período gobernaron
la Iglesia romana los sacerdotes de la ciudad, entre los
cuales se significó en todo momento un tal Novaciano, autor
de diversas obras y hombre rigorista, Y éste, parecía ser
el candidato para ocupar la cátedra de San Pedro, cuando,
al amainar la persecución, se trató de elegir nuevo Papa.
Sin embargo, la mayoría de los votos designó al sacerdote
Cornelio (abril del 251), que fue reconocido como Romano Pontífice,
frente a un grupo de presbíteros que apoyaban a Novaciano.
La ambición de éste hizo que pronto surgiera un cisma
en Roma. De hecho, Novaciano se hizo consagrar como obispo
de Roma y envió cartas a las demás iglesias para
que le reconocieran como Papa. Pero prevaleció pronto el buen
sentido, y Cornelio vio que su designación era aceptada como
válida, no sólo por la mejor parte del clero y
del pueblo de Roma, sino también por las grandes lumbreras
de la época, Dionisio de Alejandría, Cipriano de Cartago, así
como por el resto de la cristiandad.
La actividad de
este Pontífice se centró principalmente en la condenación del rigorismo
de Novaciano en la cuestión de los lapsi. Ya desde
muchos años atrás se venía discutiendo si los cristianos que
habían apostatado de la fe (=lapsi) podían ser admitidos en
el seno de la Iglesia, previa una sincera conversión. Esto,
en definitiva, no era sino un caso particular de la
gran cuestión que había agitado a los pontificados de Ceferino
(198-217) y de Calixto (217-222) sobre la admisión en la
Iglesia o la exclusión perpetua de la misma de los
grandes pecadores. Los obispos de Oriente se inclinaban más bien
por el rigorismo; aunque no fue esto general, pues ya
hemos dicho que por lo menos San Dionisio de Alejandría
se inclinó hacia San Cornelio. El problema, como se ve,
adquirió dimensiones extraordinarias y turbó durante años a algunas cristiandades.
Concretamente, San Cipriano hubo de maniobrar entre el rigorismo desesperante
y la indulgencia excesiva, inclinándose al fin y abiertamente hacia
la doctrina del papa Cornelio, como lo testimonia la correspondencia
sostenida con el Pontífice Romano por el gran obispo de
Cartago. Esta correspondencia tiene, por otra parte, una importancia nada
despreciable para demostrar la primacía de la Iglesia romana.
El
hecho es que en pocos meses la verdad se impuso
sobre el error. San Cornelio, espíritu recto aunque flexible, supo
demostrar que hay momentos en que no es posible ceder.
Así le ocurrió a él, cuando supo sellar su fe
con el martirio en Centumcellae (actual Civitavecchia) en el año
252.
La muerte de San Cornelio tuvo lugar en el
mes de junio; pero la traslación de sus restos a
Roma, desde la cercana ciudad, a donde había sido desterrado
y donde sufrió el martirio, se verificó probablemente el 14
de septiembre, fecha de la muerte de San Cipriano, cuya
memoria va asociada a la de nuestro Santo en una
fiesta común. Fue enterrado en una cripta próxima al cementerio
de San Calixto. Su epitafio no está escrito en griego,
como el de los papas del siglo III; dice simplemente
Cornelius martyr, E. P., ¿no es más que suficiente título
de gloria este del martirio? Su sucesor fue el papa
Lucio.
De la carta de San Cornelio a Fabián de
Antioquía se desprenden unos datos interesantes para conocer el estado
de la Iglesia de Roma, todavía no desarrollada por completo:
los presbíteros eran, en aquella sazón, cuarenta y seis, siete
diáconos, siete los subdiáconos, cuarenta y dos los acólitos y
cincuenta y dos los exorcistas, lectores y ostiarios. Cifras, en
verdad, muy modestas para las que había de alcanzar con
el correr del tiempo la Urbe, pero que revelan ya
la pujanza del cristianismo en medio de la persecución.
De
la vida de San Cornelio podemos sacar una enseñanza, a
saber, que hay que estar dispuestos a sellar la fe
con el testimonio de la sangre, pero, a la vez,
hay que tener comprensión con los débiles, con los que
reniegan con su conducta de la fe o con los
que no han recibido de Dios todavía esa "luz que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (San
Juan).
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SAN CORNELIO,
Papa y Mártir
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A |
Es preciso pasar por muchas tribulaciones
para entrar en el reino de Dios.
(Hechos de los Apóstoles, 14, 21).
San Cornelio, presbítero de Roma, después de haber administrado los asuntos de la Santa Sede
durante la vacancia que siguió a la muerte de San Fabiano, fue elegido para sucederle.
Luchó contra el hereje Novaciano. Desterrado, recibió el consuelo de las cartas que le
dirigió San Cipriano, rico patricio convertido y obispo de Cartago. El gobierno
del perseguidor Decio lo desterró de Roma y a causa de los sufrimientos y malos
tratos que recibió, murió en el destierro, como un mártir murió en junio del año 253
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