lunes, 17 de septiembre de 2012

Padre Pío de Pietrelcina (Francisco Forgione), Santo


Presbítero Capuchino, Septiembre 23
 
Padre Pío de Pietrelcina (Francisco Forgione), Santo
Padre Pío de Pietrelcina (Francisco Forgione), Santo

Un hombre de oración y sufrimiento

Martirologio Romano: San Pío de Pietrelcina (Francisco) Forgione, presbítero de la Orden de Hermanos Menores Capuchinos, que en el convento de San Giovanni Rotondo, en Apulia, se dedicó a la dirección espiritual de los fieles y a la reconciliación de los penitentes, mostrando una atención particular hacia los pobres y necesitados, terminando en este día su peregrinación terrena y configurándose con Cristo crucificado (1968)

"Siempre humíllense amorosamente ante Dios y ante los hombres. Porque Dios le habla a aquellos que son verdaderamente humildes de corazón, y los enriquece con grandes dones."

San Giovanni Rotondo, Italia.

En un convento de la Hermandad de los Capuchinos, en la ladera del monte Gargano, vivió por muchísimos años el que probablemente fuera el Sacerdote Místico más destacado del siglo XX, a punto actualmente de ser declarado Santo por el Vaticano. El Padre Pío, nacido en Pietrelcina en 1887, fue un hombre rico en manifestaciones de su santidad. Enorme cantidad de milagros rodearon su vida, testimoniados por miles de personas que durante décadas concurrieron allí a confesarse. Sus Misas, a decir de los concurrentes, recordaban en forma vívida el Sacrificio y Muerte del Señor a través de la entrega con que el Padre Pío celebraba cada Eucaristía.

Es notable su carisma de bilocación: la capacidad de estar presente en dos lugares al mismo tiempo, a miles de kilómetros de distancia muchas veces. El Padre Pío raramente abandonó San Giovanni Rotondo; sin embargo se lo ha visto y testimoniado curando almas y cuerpos en diversos lugares del mundo en distintas épocas. También tenía el don de ver las almas: confesarse con el Padre Pío era desnudarse ante Dios, ya que él decía los pecados y relataba las conciencias a sus sorprendidos feligreses (a veces con gran dureza y enojo, ya que tenía un fuerte carácter, especialmente cuando se ofendía seriamente a Dios). Tenía también el don de la sanación (a través de sus manos Jesús curó a muchísima gente, tanto física como espiritualmente) y el don de la profecía (anticipó hechos que luego se cumplieron al pie de la letra).

Vivió rodeado de la Presencia de Jesús y María, pero también de Santos y Angeles, y de almas que buscaban su oración, para subir desde el Purgatorio al Cielo. Pero su gracia más grande radicó, sin duda alguna, en sus estigmas: en 1918 recibe las cinco Llagas de Cristo en sus manos, en sus pies y en su costado izquierdo. Estas llagas sangraron toda su vida, aproximadamente una taza de té por día, hasta su muerte ocurrida en 1968. Múltiples estudios médicos y científicos se realizaron sobre sus Estigmas, no encontrándose nunca explicación alguna a su presencia u origen.

Su sangre y cuerpo emanaban un aroma celestial, a flores diversas, que acariciaba no solo a los asistentes a sus Misas, sino también a quienes se encontraban con él en otras ciudades del mundo, a través de sus dones de bilocación. Vivió sufriendo ataques del demonio, tanto físicos como espirituales, que se multiplicaron a medida que las conversiones y la fe crecían a su alrededor.

En diciembre de 2001 el Vaticano emite el decreto que aprueba los milagros necesarios para canonizar a nuestro héroe, San Pío de Pietrelcina y fué canonizado el 16 de julio de 2002.

Vivimos en un mundo que niega lo sobrenatural, se aferra a lo material y a todo lo que pueda ser explicado a través de la razón, o percibido por los sentidos. Sin embargo, Dios prescinde de nuestra razón y de nuestros sentidos, a la hora de someternos a las pruebas de nuestra fe. De cuando en cuando nos prodiga con regalos del mundo sobrenatural, a través del testimonio y el acceso a la divinidad de los seres Celestiales. El Padre Pío es una puerta abierta a Cristo, a María, a los ángeles y los santos. Es también un testimonio de la pequeñez del ser humano y una invitación a creer y dejar de buscar explicación a los hechos de la Divina Providencia (la voluntad de Dios), sino simplemente a unir nuestra voluntad a la de Dios, y ser lisa y llanamente su instrumento, como el Padre Pío lo fue.

La vida entera del Padre Pío no puede ser explicada a través de la razón o la lógica humana. La fe y fuerza del Santo del Gargano dan por tierra con todas las escuelas filosóficas terrenales, dejando una sola salida a todo intento de crecimiento del hombre: el encuentro con el Dios eterno, el que nos mira desde lo alto y nos pide, por medio de Su infinita Misericordia, que nos entreguemos simplemente a Su Voluntad. La negación de nuestro yo (la muerte de nuestro ego), se constituye en la principal meta de nuestra evolución, porque SÓLO DIOS ES !

Debemos negarnos
Padre Pío de Pietrelcina (Francisco Forgione), Santo
Padre Pío de Pietrelcina (Francisco Forgione), Santo
a nosotros mismos y vivir para y por Él. El Padre Pío vivió en la más absoluta humildad y negación de sí mismo, y miren los prodigios que Jesús hizo a través suyo !

Padre Pio parte 1
Padre Pio parte 2
 
 
 
 
 
 


1887-1968


"Solo quiero ser un fraile que reza..." San Padre Pio
 

CRONOLOGÍA DEL P. PÍO
1887 - 25 mayo:              Nace en Pietrelcina, Italia
1903 - 6 enero:               Edad 15 años. Entra al noviciado franciscano OFM cap en Morcone.
1904 - 22 enero:             Profesa como franciscano
1910 - 10 agosto:           Ordenación sacerdotal en Benevento
1918 - 20 septiembre:     Recibe las estigmas, (llagas de Jesucristo)
1923 - 1933                    Le fue prohibido celebrar misa en público y comunicación con sus hijos espirituales; víctima de calumnias.
1947                              Comienzan los grupos de oración del Padre Pío.
1956 - 5 mayo              Inauguración de la Casa Sollievo della Sofferenza (alivio del sufrimiento)
1968 - 23 septiembre:     Fallece en San Giovanni Rotondo
1998 - 21 de diciembre: Reconocimiento de milagro
1999 - 2 de mayo:          Beatificación
2001 - 20 de diciembre: Reconocimiento de 2º milagro
2002 - 16 junio:             Canonización en el Vaticano

San Pio de Pietrelcina, entró en los Capuchinos con 15 años de edad.Ordenado el 10 de agosto de 1910.Asignado a San Giovanni Rotondo en 1916, vivió allí hasta su muerte.Recibió los estigmas: 20 de septiembre, 1918. Los llevó por 50 años.Entró en la Vida Eterna: 23 de septiembre, 1968.Beatificado por el Papa Juan Pablo II el 2 de mayo de 1999. Canonizado por el Papa Juan Pablo II el 16 de junio del 2002.

"Solo quiero ser un fraile que reza...”
“Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración... La oración es la mejor arma que tenemos; es la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús, no solo con tus labios sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes hablarle solo con el corazón...” -Padre Pío

El Padre Pío es uno de los más grandes místicos de nuestro tiempo, amado en todo el mundo. Nos enseñó a vivir un amor radical al corazón de Jesús y a su Iglesia. Su vida era oración, sacrificio y pobreza. Alcanzó una profunda unión con Dios.

Famoso confesor. El Padre Pío pasaba hasta 16 horas diarias en el confesionario. Algunos debían esperar dos semanas para lograr confesarse con él, porque el Señor les hacía ver por medio de este sencillo sacerdote la verdad del evangelio. Su vida se centraba en torno a la Eucaristía. Sus misas conmovían a los fieles por su profunda devoción. Poseía una ferviente devoción por la Virgen María.

DONES EXTRAORDINARIOS:Discernimiento extraordinario: la capacidad de leer los corazones y las conciencias. Profecía: pudo anunciar eventos del futuro. Curación: curas milagrosas por el poder de la oración. Bilocación: estar en dos lugares al mismo tiempo. Perfume: la sangre de sus estigmas tenía fragancia de flores.

Llegaban a verle multitud de peregrinos y además recibía muchas cartas pidiendo oración y consejo. Los médicos que observaron los estigmas del Padre Pío no pudieron hacer cicatrizar sus llagas ni dar explicación de ellas. Calcularon que perdía una copa de sangre diaria, pero sus llagas nunca se infectaron. El Padre Pío decía que eran un regalo de Dios y una oportunidad para luchar por ser más y más como Jesucristo Crucificado. Su beatificación fue la de mayor asistencia en la historia. La plaza de San Pedro y sus alrededores no pudieron contener la multitud que asistió a su beatificación. El Padre Pío es un poderoso intercesor. Los milagros se siguen multiplicando.
 

BIOGRAFÍA

Infancia
Francisco Forgione (San Padre Pío) nació en el seno de una humilde y religiosa familia, el Miércoles 25 de mayo de 1887 a las 5 de la tarde, hora en que las campanas de la Iglesia sonaban para llamar a todos los fieles a honrar a la Virgen Santísima en su mes. El Beato Padre Pío nació en una pequeña aldea del Sur de Italia, llamada Pietrelcina, una pequeña villa en la provincia de Benevento, Italia. Sus padres, Horacio Forgione y María Giuseppa de Nunzio Forgione, ambos agricultores, encomendaron la protección de su recién nacido a San Francisco de Asís, por esta razón le bautizaron con el nombre de Francisco al día siguiente de su nacimiento.

El Padre Pío, cuando era aún un bebé, lloraba desconsoladamente al grado que su padre no lograba descansar por la noche de lo fuerte y constante de su llanto, su padre decía que “al bebé nunca se le acababa el aire”. Una vez que se encontraba con su papá a solas en casa, este no pudo consolarle para que parara de llorar y lo arrojó en la cama exclamando: “Parece que el diablo hubiese nacido en mi casa”.

Relata el Padre Pío que desde ese preciso momento, nunca más volvió a llorar así. La familia Forgione vivía en el sector más pobre de Pietrelcina. Francisco fue pobre, pero como él mismo diría más adelante, nunca careció de nada... Los valores eran diferentes en aquella época; un niño se consideraba dichoso si tenía lo básico para vivir. Fue un niño muy sensible y espiritual.

Inicio de sus experiencias extraordinarias
Su vida transcurrió en los alrededores de la Iglesia Santa María de los Ángeles, que podríamos decir fue como su "hogar". Aquí fue bautizado, hizo su Primera Comunión, su Confirmación, y precisamente aquí, a los cinco años de edad, tuvo una aparición del Sagrado Corazón de Jesús. El Señor posó Su mano sobre la cabeza de Francisco y este prometió a San Francisco que sería un fiel seguidor suyo. El curso de su vida y su vocación quedaría desde ese momento sellado. Padre Pío se ofrece a tan corta edad como víctima. Este año marcaría la vida de Francisco para siempre; empieza a tener apariciones de la Santísima Virgen, que continuarían por el resto de su vida.

También tenía trato familiar con su ángel guardián, con el que tuvo la gracia de comunicarse toda su vida y el cual sirvió grandemente en la misión que él recibiría de Dios. Es también a esta edad que los demonios comenzaron a torturarlo. El niño acostumbraba a cobijarse bajo la sombra de un árbol particular durante los cálidos y soleados días de verano. Amigos y vecinos testificaron que fueron en más de una ocasión las veces que le vieron pelear con lo que parecía su propia sombra. Estas luchas continuarían por el resto de su vida.

Fue un niño callado, diferente y tímido, muchos dicen que a tan corta edad ya mostraba signos de una profunda espiritualidad. Era piadoso, permanecía largas horas en la iglesia después de Misa. Hizo hasta arreglos con el sacristán para que le permitiera visitar al Señor en la Eucaristía, en los momentos en los cuales la iglesia permaneciera cerrada.

Curado por los chilesEn tiempos en que el Padre era aún pequeño, la tifoidea era una enfermedad mortal y el pequeño Francisco se vio al borde de la muerte a consecuencia de ella. La fiebre le llego tan alta, que el mismo doctor le informó a su madre que al pequeño Francisco le quedaban unas cuantas horas de vida. La madre, aun con el dolor que experimentaba su corazón, debió continuar sus labores domésticas y preparó, como de costumbre, alimentos para los trabajadores que les ayudaban con sus tierras. La comida que Guiseppa preparó fueron chiles fritos y los trabajadores no se los terminaron por ser tan picosos. Al pequeño enfermo, el olor de los chiles le resultó muy apetecible y en cuanto se encontró a solas, no pudiendo caminar, se arrastró hasta el lugar en el que se encontraban los chiles que tanto le apetecían y se los comió todos.

Cuando terminó de comer, se regresó a su cama y sintió una gran sed. Llamó a su hermano Miguel para que le trajera algo de tomar. Su hermano le llevó una botella de leche y le sirvió un poco en una cuchara, como lo habían estado haciendo. Francisco, tomó la botella y se la tomó toda para la sorpresa de su hermano. Cuando su madre regresó más tarde a buscar los chiles, encontró el plato vacío y no se imaginó que hubiese sido Francisco el que se los hubiese comido. Aunque esta comida podría haber sido fatal para su salud, produjo cambios radicales. Desde ese momento, Francisco se curó de la tifoidea y su salud se restauró por completo.

Un milagro en su presenciaUn día, siendo aún pequeño, acompañó a su padre, Horacio, en una peregrinación al Santuario de San Peregrino. La iglesia estaba llena de fieles de todas partes. Francisco se arrodilló para orar al frente del Santuario y observaba la angustia de una madre que se acercó al altar con un niño deforme en sus brazos e imploraba al Santo que intercediera por la sanación de su hijo.

Mientras su padre se preparaba para salir de la Iglesia, Francisco no se movía en profunda oración de intercesión por el niño. La madre de este, en un arrebato de desesperación dijo en voz alta frente a la imagen del Santo: “Cura a mi hijo, si no lo quieres curar, tómalo, yo no lo quiero” y diciendo esto, arrojó al niño en el altar. En el preciso momento en que el niño tocó el altar, éste sanó por completo. Esta experiencia del poder de la oración, afianzó grandemente la confianza de Francisco en el poder de la intercesión de los Santos.


Primeros estudiosFrancisco tenía gran sed de aprender. Por no haber escuelas en la villa, unos granjeros se voluntarizaron para enseñar a los niños del área. Su mayor ambición era que los niños pudieran aprender a leer y los más brillantes a escribir. La enseñanza se llevaba a cabo durante la noche por la necesidad existente de trabajar, tanto adultos como niños durante el día. Francisco estudiaba durante este tiempo. Otros niños preferían jugar, pero esto no era una de sus prioridades. Su preferencia era siempre pasar la mayor parte del tiempo en oración y estudiar en el tiempo destinado para el aprendizaje. Padre Pío fue un niño disciplinado, que entendía el sacrificio que era para sus padres patrocinar su tiempo de aprendizaje.


Estudios para prepararlo a la Vida ReligiosaLlegó el momento en el cual Francisco manifestará su deseo de ser religioso. Su padre, al ver la limitación existente de educación en la villa, emigró a los Estados Unidos y a Jamaica buscando mejor solvencia económica que le permitiera sufragar los gastos de educación para Francisco. Sus padres, aunque humildes, recibieron gran sabiduría del Señor para ver el camino que su hijo habría de seguir. Hicieron grandes sacrificios para que se hiciera posible.

Fue durante este tiempo en que su madre, Giuseppa, hizo arreglos para que su hijo recibiera la formación necesaria para poder ingresar en el seminario. La única posibilidad en ese momento era recibir clases con Don Domenico Tizzani, un exsacerdote que habiendo abandonado el ministerio, había contraído matrimonio. Don Domenico tenía la reputación de ser muy buen maestro, pero algo pasaba con el joven Francisco que parecía tener un bloqueo mental en su presencia. Doña Giuseppa buscó otro maestro para Francisco y lo encontró en el maestro Angelo Cavacco. Con él, el joven Francisco avanzó con gran rapidez y mostró tener gran capacidad.


Preparación para el NoviciadoLos días antes de entrar al seminario fueron días de visiones del Señor, que le prepararían para grandes luchas. Jesús le permitió ver a Francisco el campo de batalla, los obstáculos y enemigos. A un lado habían hombres radiantes, con vestiduras blancas, al otro lado, inmensas bestias espantosas de color oscuro. Era una escena aterradora y las rodillas del joven Francisco comenzaron a temblar. Jesús le dice que se tiene que enfrentar con la horrenda criatura, a lo que Francisco responde temeroso, rogándole al Señor que no le pidiera cosa semejante de la cual no podría salir victorioso. Jesús vuelve a repetir su petición dejándole saber que estaría a su lado. Francisco entonces entra en un feroz combate, los dolores infligidos en su cuerpo eran intolerables, pero salió triunfante. Jesús alertó a Francisco de que entraría en combate nuevamente con este demonio a lo largo de toda su vida, que no temiera: “Yo estaré protegiéndote, ayudándote, siempre a tu lado hasta el fin del mundo”. Esta visión particular petrificó a Padre Pío por 20 años.

El día antes de entrar al Seminario, Francisco tuvo una visión de Jesús con su Santísima Madre. En esta visión, Jesús posa Su mano en el hombro de Francisco, dándole valor y fortaleza para seguir adelante. La Virgen María, por su parte, le habla suavemente, sutil y maternalmente penetrando en lo más profundo de su alma.


Ingreso en el Noviciado de MorconePadre Pío siempre caminó el sendero estrecho, no permitiéndose lujos ni nada que le pudiera desviar de su relación con Jesús. A los 15 años de edad, Francisco había adelantado lo suficiente como para entrar al Seminario; sería Fraile Capuchino. Ingresó con la Orden Franciscana de Morcone el 3 de enero de 1902. Quince días después de su entrada, el día 22 de enero de 1902, Francisco recibió el hábito franciscano que está hecho en forma de una cruz y percibió que desde ese momento su vida estaría “crucificada en Cristo”, tomó además, por nombre religioso, Fray Pío de Pietrelcina en honor a San Pío V.

La Fraternidad Capuchina en la cual ingresó era una de las más austeras de la Orden Franciscana y una de las más fieles a la regla original de San Francisco de Asís. El ayuno y la penitencia eran prácticas habituales. El Fraile Pío abrazó todas las formas de autoprivación, comiendo siempre muy poco, en una ocasión se alimentó únicamente de la Eucaristía por 20 días y aunque débil físicamente se presentaba a clases con preclara alegría. Fue una de las mejores épocas de su vida: "Soy inmensamente feliz cuando sufro, y si consintiera los impulsos de mi corazón, le pediría a que Jesús me diera todo el sufrimiento de los hombres".


Primera bilocaciónEn 1905, solo dos años después de haber entrado al Seminario, el Fraile Pío experimenta por primera vez la bilocación. Rezando acompañado de otro fraile en el coro, una noche fría de enero, alrededor de las 11:00 de la noche, se encontró a sí mismo muy lejos, en una casa muy elegante en la cual un padre de familia agonizaba en el mismo momento que su hija nacía. Nuestra Santísima Madre se le apareció al Fraile Pío diciéndole: “Encomiendo esta criatura a tus cuidados; es una piedra preciosa sin pulir. Trabaja en ella, lústrala, hazla brillar lo más posible, porque un día me quiero adornar con ella”. A lo que él contestó: “¿Cómo puede ser esto posible si soy un pobre estudiante, y todavía ni siquiera sé si tendré la fortuna de llegar a ser sacerdote? Y si no llegara a ser sacerdote, ¿cómo podría ocuparme de esta niña estando tan lejos?”. La Virgen le contestó: “No dudes. Será ella quien venga a ti, pero la conocerás de antemano en la Basílica de San Pedro”. Inmediatamente se encontró de nuevo en el coro donde había estado rezando minutos antes.

Dieciocho años más tarde esta niña se presentó en la Basílica de San Pedro, agobiada y buscando a un sacerdote con quien pudiera confesarse y recibir dirección espiritual. Ya era tarde y la Basílica iba a cerrar, miró a su alrededor y vio a un fraile entrar en el confesionario y cerrar la puerta. La joven se le acercó y comenzó a compartirle sus problemas. El sacerdote absolvió sus pecados y le dio la bendición. La joven en agradecimiento quiso besarle la mano, pero al abrir el confesionario solo encontró una silla vacía.

Un año después, la joven fue en peregrinación a San Giovanni Rotondo. Padre Pío caminaba por los pasillos de las celdas repletos de peregrinos y al ver a la joven entre ellos, la señaló diciendo: “Yo te conozco, tu naciste el día que tu padre murió”, la joven, sorprendida, esperó largo rato para poderse confesar con el Padre y aclarar sus inquietudes. Padre Pío le recibe en el confesionario con estas palabras: "Mi hija, has venido finalmente; he esperando tantos años por ti!". La joven aún más sorprendida le manifestó que él estaba equivocado, siendo ésta la primera vez que ella visitaba San Giovanni. A lo que Padre Pío contestó: "Ya tú me conoces, viniste a mí el año pasado en la Basílica de San Pedro". La joven se convirtió en su hija espiritual, obedeciendo siempre a sus consejos. Se casó y formó una sólida y ejemplar familia cristiana.


Ordenación Sacerdotal
El 10 de agosto de 1910, Padre Pío es ordenado sacerdote en la Catedral de Benevento, Italia. La tarde de aquel día, escribe esta oración: “Oh Jesús, mi suspiro y mi vida, te pido que hagas de mí un sacerdote santo y una víctima perfecta”. El día de su ordenación, su padre se encontraba en América, pero su madre, su hermano Miguel y su esposa, y sus tres hermanas le acompañaron en ese día tan especial. Al finalizar la Santa Misa, su madre y sus hermanos se acercaron a la baranda para recibir su primera bendición. Su madre no podía contener sus lágrimas, tanto de la emoción como del dolor de pensar en la ausencia de su esposo, cuyo sacrificio había hecho posible la ordenación de su hijo.

Como era la costumbre, el nuevo Padre celebraría su primera Misa en la iglesia de su pueblo, en Santa María de los Ángeles. En la misma iglesia en la que 23 años antes había sido bautizado, en donde había recibido la Primera Comunión y el Sacramento de la Confirmación. El padre solía decirles a sus hijos espirituales “Si ustedes desean asistir a la Sagrada Misa con devoción y obtener frutos, piensen en la Madre Dolorosa al pie del Calvario”.


De regreso en PietrelcinaMientras más alto escalaba el joven sacerdote hacia la perfección, más era asechado por el demonio. Y mientras más atormentado era por Satanás, más crecía en fe y en amor al Señor. Poco después de su ordenación, le volvieron las fiebres y los males que siempre le aquejaron durante sus estudios, y fue enviado a su pueblo, Pietrelcina, para que se restableciera de salud.

Cada vez que se hacía el intento para restaurarlo a la vida religiosa dentro del monasterio, este fracasaba, pues su salud empeoraba. Su vida sacerdotal en Pietrelcina incluía mucha oración acompañada de muchas funciones religiosas, así como estudios teológicos, catecismo para los niños del pueblo y reuniones con individuos y familias. Durante este período en Pietrelcina, su antiguo profesor, el ex sacerdote Tizzani, agonizaba. Su hija, viéndolo cerca a la muerte, llamó al Padre Pío para que asistiera a su padre, quien providencialmente pasaba por su casa en ese momento. El moribundo recibió del Padre la gracia de Dios y la salvación eterna de su alma, hizo su confesión con lágrimas de arrepentimiento y murió en paz.


Primera aparición de los estigmasDurante su primer año de ministerio sacerdotal, en 1910, el Padre Pío manifiesta los primeros síntomas de los estigmas. En una carta que escribe a su director espiritual los describe así: “En medio de las manos apareció una mancha roja, del tamaño de un centavo, acompañada de un intenso dolor. También debajo de los pies siento dolor”. Estos dolores en la manos y los pies del Padre Pío, son los primeros recuentos de las estigmas que fueron invisibles hasta el año 1918.

Una vez el dolor que el Padre Pío experimentó fue tan agudo, que se sacudió las manos, las cuales sentía que se le quemaban, a lo que su madre le preguntó: “Que es eso?, es que ahora también tocas la guitarra?”. El Padre se limitó a no responder. Este tiempo en su pueblo natal fue un período de grandes combates espirituales con el demonio, pero también de grandes consuelos a través de éxtasis y fenómenos místicos, tanto interiores como exteriores, espirituales y físicos. El demonio solía aparecérsele de distintas maneras. Algunas veces lo hacía en la apariencia de animales, de mujeres bailando danzas impuras, de carceleros que lo azotaban e incluso bajo la apariencia de Cristo Crucificado, de su Ángel de la Guarda, San Francisco de Asís, la Virgen María, también bajo la apariencia de su director espiritual, su provincial, etc. pero después de estos asaltos del demonio, era consolado con éxtasis y apariciones de Jesús, la Santísima Virgen María, su Ángel Guardián, San Francisco y otros santos.

El día 12 de agosto de 1912 experimentó por primera vez la “llaga del amor”. El Padre Pío le escribió a su director espiritual explicándole lo sucedido: “Estaba en la Iglesia haciendo mi acción de gracias después de la Santa Misa, cuando de repente sentí mi corazón herido por un dardo de fuego hirviendo en llamas y yo pensé que me iba a morir”.

Por siete años, Padre Pío permanece fuera del Convento, en Pietrelcina. Naturalmente, esta vida estaba en contraste con la regla franciscana y algunos hermanos frailes se quejaron de esto. Fue entonces cuando el Superior General de la Orden pidió a la Sagrada Congregación de los Religiosos la exclaustración del P. Pío. Fue un golpe muy duro para él y en un éxtasis se quejó con San Francisco de Asís. La Congregación de los Religiosos no escuchó la solicitud del Superior General y concedió que el Padre Pío siguiera viviendo fuera del convento, hasta que estuviera completamente restablecida su salud.


De regreso a la vida monásticaEl día 17 de febrero de 1916, el Padre Pío salió de Pietrelcina rumbo a Foggia, donde los superiores lo llamaron para dar un servicio espiritual. Gracias a las oraciones de Rafaelina Cerase, una señora muy enferma y cercana a la muerte, el Padre Pío puede regresar definitivamente a la vida comunitaria. Esta buena señora se ofreció a Dios como víctima para que el Padre pudiese oír confesiones y con ello traer gran beneficio a las almas.

Aunque el Padre nunca más pudo regresar a Pietrelcina, su amor por ella nunca disminuyó. Durante la Segunda Guerra Mundial, el Padre, refiriéndose a su pueblo dijo: “Pietrelcina será preservada como la niña de mis ojos”. Y antes de morir, hablando proféticamente dijo: “Durante mi vida he favorecido a San Giovanni Rotondo. Después de mi muerte, favoreceré a Pietrelcina”.


Primera visita a San Giovanni RotondoEl día 28 de julio de 1916, el Padre Pío llega a San Giovanni Rotondo por primera vez. San Giovanni Rotondo era en ese entonces una pequeña villa en la península del Gargano, rodeada por casas muy pobres, sin luz, sin agua potable ni cañería, sin caminos pavimentados y sin formas de comunicación modernos, muy parecido a la forma de vida en las villas pequeñas de aquel entonces.

El monasterio se encontraba a unos dos kilómetros del pueblo y para llegar a este, era necesario ir en mula. El monasterio contaba con una pequeña y rústica Iglesia de Nuestra Señora de la Gracia del siglo XIV.


Regreso permanente a San Giovanni RotondoPadre Pío fue invitado a San Giovanni por el Padre Guardián y su breve visita fue del 28 de julio al 5 de agosto. Durante esta visita, la salud del Padre parece haber mejorado un poco lo cual agradó al Padre Provincial y este lo mandó bajo obediencia a regresar a San Giovanni por un tiempo, hasta que mejorase más su salud. El Padre regresó al Monasterio del Gargano el día 4 de septiembre de 1916. En los designios del Señor, lo que en un inicio se pensó sería temporal, duró 52 años, hasta la muerte del Padre.


Experiencia MilitarEl Padre Pío fue llamado a las filas militares tres veces durante la Primera Guerra Mundial y las tres veces fue regresado luego de un corto período por motivos de salud. La última vez que fue llamado, su salud desmejoró tanto, que los mismos médicos le dieron de baja para “permitirle morir en paz en su hogar”. Las cortas permanencias en las filas militares causaron en él grandes dolores en su alma, a causa de la dureza de los soldados, las blasfemias que escuchó y el verse alejado de la vida monástica. Otro gran dolor era el no poder ofrecer la Santa Misa todos los días.

El Padre fue dado de baja de las filas militares con papeles que atestiguaban su buena conducta, su honor y fidelidad a la patria, aunque se salvó de haber confrontado cargos de deserción por no presentarse a una cita, a causa de un error del cartero de San Giovanni Rotondo. Este no sabía que Francisco Forgione y el Padre Pío eran la misma persona y por ello no supo a quién darle la cita.


El seminario menorEl Padre Pío sirvió como padre espiritual de los jóvenes que formaban parte del seminario seráfico menor, que en ese momento estaba en San Giovanni Rotondo. Él se encargaba de proveerles meditaciones, de confesarlos y de tener conversaciones espirituales con ellos. Oraba mucho y vigilaba su avance espiritual y hasta llegó a pedir permiso para ofrecerse como víctima al Señor por la perfección de este grupo a quienes como él mismo decía “amaba con ternura”.

Un día en que daba un paseo con los jóvenes les dijo: “Uno de ustedes me traspasó el corazón”. Los jóvenes quedaron perplejos ante este comentario, pero no se atrevían a preguntar quién había sido el culpable. “Uno de ustedes esta mañana hizo una Comunión sacrílega. Y saber que fui yo el que se la dio hoy durante la Misa”. El joven culpable se arrojó a sus pies y confesó ser él el culpable. El Padre hizo seña a los demás para que se retiraran un poco y ahí mismo en la calle escuchó su confesión y lo restauró a la gracia de Dios.


Transverberación del corazónLa transverberación es una gracia extraordinaria que algunos santos como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz han recibido. El corazón de la persona escogida por Dios es traspasado por una flecha misteriosa o experimentado como un dardo que al penetrar deja tras de sí una herida de amor que quema mientras el alma es elevada a los niveles más altos de la contemplación del amor y del dolor.

El Padre Pío recibió esta gracia extraordinaria el 5 de agosto de 1918. En gran simplicidad, el Padre le narró a su director espiritual lo sucedido: “Yo estaba escuchando las confesiones de los jóvenes la noche del 5 de agosto cuando, de repente, me asusté grandemente al ver con los ojos de mi mente a un visitante celestial que se apareció frente a mí. En su mano llevaba algo que parecía como una lanza larga de hierro, con una punta muy aguda. Parecía que salía fuego de la punta.

Vi a la persona hundir la lanza violentamente en mi alma. Apenas pude quejarme y sentí como que me moría. Le dije al muchacho que saliera del confesionario, porque me sentía muy enfermo y no tenía fuerzas para continuar. Este martirio duró sin interrupción hasta la mañana del 7 de agosto. Desde ese día siento una gran aflicción y una herida en mi alma que está siempre abierta y me causa agonía.”


Las estigmas de CristoSin duda alguna lo que ha hecho famoso al Padre Pío es el fenómeno de los estigmas: las cinco llagas de Cristo crucificado que llevó en su cuerpo visiblemente durante 50 años. Un poco más de un mes después de haber recibido el traspaso del corazón, el Padre Pío recibe las señas, ahora visibles, de la Pasión de Cristo.

El Padre describe este fenómeno y gracia espiritual a su director por obediencia: “Era la mañana del 20 de septiembre de 1918. Yo estaba en el coro haciendo la oración de acción de gracias de la Misa y sentí poco a poco que me elevaba a una oración siempre más suave, de pronto una gran luz me deslumbró y se me apareció Cristo que sangraba por todas partes. De su cuerpo llagado salían rayos de luz que más bien parecían flechas que me herían los pies, las manos y el costado.Cuando volví en mí, me encontré en el suelo y llagado. Las manos, los pies y el costado me sangraban y me dolían hasta hacerme perder todas las fuerzas para levantarme. Me sentía morir, y hubiera muerto si el Señor no hubiera venido a sostenerme el corazón que sentía palpitar fuertemente en mi pecho. A gatas me arrastré hasta la celda. Me recosté y recé, miré otra vez mis llagas y lloré, elevando himnos de agradecimiento a Dios”.

Los estigmas del Padre Pío eran heridas profundas en el centro de las manos, de los pies y el costado izquierdo. Tenía manos y pies literalmente traspasados y le salía sangre viva de ambos lados, haciendo del Padre Pío el primer sacerdote estigmatizado en la historia de la Iglesia (San Francisco Asís no era sacerdote).

El provincial de los Capuchinos de Foggia invitó al Profesor Romanelli, médico y director de un prestigioso hospital, para que estudiara el caso y diera su parecer. El Doctor Romanelli no tuvo la menor duda del carácter sobrenatural del fenómeno. Poco después la Curia Generalicia de los Capuchinos en Roma envió a San Gionanni Rotondo a otro especialista, el profesor Jorge Festa. Sus conclusiones fueron que “los estigmas del Padre Pío tenían un origen que los conocimientos científicos estaban muy lejos de explicar. La razón de su existencia está mas allá de la ciencia humana”.

La noticia de que el Padre Pío tenía los estigmas se extendió rápidamente. Muy pronto miles de personas acudían a San Giovanni Rotondo para verle, besarle sus manos, confesarse con él y asistir a sus Misas.

La palabra ESTIGMA viene del griego y significa “marca” o “señal en el cuerpo”, y era el resultado del sello de un hierro candente con el cual marcaban a los esclavos. En sentido médico, estigma quiere decir una mancha enrojecida sobre la piel, que es causada porque la sangre sale de los vasos por una fuerte influencia nerviosa, pero nunca llega a ser perforación. En cambio los estigmas que han tenido los místicos son lesiones reales de la piel y de los tejidos, llagas verdaderas como, en este caso, las han descrito los doctores Romanelli y Festa.


La Santa Sede interviene en las investigacionesDespués de minuciosas investigaciones, la Santa Sede quiso intervenir directamente. En aquel entonces era una gran celebridad en materia de psicología experimental, el Padre Agustín Gimelli, franciscano, doctor en medicina, fundador de la Universidad Católica de Milán y gran amigo del Papa Pío XI.

El Padre Gimelli fue a visitar al Padre Pío, pero como no llevaba permiso escrito para examinar sus llagas, este rehúso a mostrárselas. El Padre Gimelli se fue de San Giovanni con la idea de que los estigmas eran falsos, de naturaleza neurótica y publicó su pensamiento en un artículo publicado en una revista muy popular. El Santo Oficio se valió de la opinión de este gran psicólogo e hizo público un decreto el cual declaraba la poca constancia en la sobrenaturalidad de los hechos.


Primera gran prueba. Diez años de aislamientoEn los años siguientes hubo otros tres decretos y el último fue condenatorio, prohibiendo las visitas al Padre Pío o mantener alguna relación con él, incluso epistolar. Como consecuencia, el Padre Pío pasó 10 años -de 1923 a 1933- aislado completamente del mundo exterior, entre la paredes de su celda. Durante estos años no solo sufría los dolores de la Pasión del Señor en su cuerpo, también sentía en su alma el dolor del aislamiento y el peso de la sospecha. Su humildad, obediencia y caridad no se desmintieron nunca.


El Sacrificio de la MisaEl Padre Pío se levantaba todas la mañanas a las tres y media y rezaba el oficio de las lecturas. Fue un sacerdote orante y amante de la oración. Solía repetir: “La oración es el pan y la vida del alma; es el respiro del corazón, no quiero ser más que esto, un fraile que ama”. Celebraba la Santa Misa en las mañanas acompañado de dos religiosos. Todos querían verlo y hasta tocarlo, pero su presencia inspiraba tanto respeto que nadie se atrevía a moverse en lo más mínimo. La Misa duraba casi dos horas y todos los presentes se sumergían de forma particular en el misterio del sacrificio de Cristo, multitudes se volcaban apretadas alrededor del altar deteniendo la respiración.

Aunque no existe diferencia esencial en la celebración de la Santa Misa de cualquier otro sacerdote, porque el sacerdote y la víctima es siempre Cristo, con el Padre Pío la imagen del Salvador -traspasado en sus manos, pies y costado- era más transparente.

El Padre Pío vive la Santa Misa, sufriendo los dolores del Crucificado y dando profundo sentido a las oraciones litúrgicas de la Iglesia. En los anales de la Iglesia, Padre Pío es el primer sacerdote estigmatizado; el fue esencialmente sacerdote, y su santidad fue esencialmente sacerdotal.

Toda su vida giraba alrededor de esta realidad en la cual prestaba su boca a Cristo, sus manos y sus ojos. Cuando decía: "Esto es mi Cuerpo...Esta es mi Sangre", su rostro se transfiguraba. Olas de emoción lo sacudían, todo su cuerpo se proyectaba en una muda imploración. “La Misa”, dijo una vez a un hijo espiritual, “es Cristo en al Cruz, con María y Juan a los pies de la misma y los ángeles en adoración. Lloremos de amor y adoración en esta contemplación”. Mientras el Padre celebraba el Santo Sacrificio, el tiempo parecía detenerse.

Una vez se le preguntó al Padre cómo podía pasar tanto tiempo de pie en sus llagas durante toda la Santa Misa, a lo que él respondió: “Hija mía, durante la Misa no estoy de pie: estoy suspendido con Jesús en la cruz”.

El Padre amaba a Jesús con tanta fuerza, que experimentaba en su propio cuerpo una verdadera hambre y sed de Él. “Tengo tal hambre y sed antes de recibir a Jesús, que falta poco para que muera de la angustia. Y precisamente, porque no puedo estar sin unirme a Jesús, muchas veces, aun con fiebre, me veo obligado a ir a alimentarme de su cuerpo”... “El mundo, solía decir el Padre Pío, puede subsistir sin el sol, pero nunca sin la Misa”.

En una ocasión se le preguntó si la Santísima Virgen María estaba presente durante la Santa Misa, a lo cual él respondió: “Sí, ella se pone a un lado, pero yo la puedo ver, qué alegría. Ella está siempre presente. ¿Como podría ser que la Madre de Jesús, presente en el Calvario al pie de la cruz, que ofreció a su Hijo como víctima por la salvación de nuestras almas, no esté presente en el calvario místico del altar?”.


Mártir del Sacramento de la MisericordiaQuien participara en la celebración Eucarística del Padre Pío no podía quedar tranquilo en su pecado. Después de la Santa Misa, el Padre Pío se sentaba en el confesionario por largas horas, dándole preferencia a los hombres, pues él decía que eran los que más necesitaban de la confesión. Al ser tantos los que acudían a la confesión, fue necesario establecer un orden, y confesarse con el Padre Pío podía tomarse fácilmente tres o cuatro días de espera.

Son muchos los impresionantes testimonios y las emotivas conversiones generadas a través de las Confesiones con el Padre Pío. Severo con los curiosos, hipócritas y mentirosos, y amoroso y compasivo con los verdaderamente arrepentidos. Uno de los dones que más impresionaba a la gente era que podía leer los corazones. Una vez se le preguntó al Padre por qué echaba a los penitentes del confesionario sin darles la absolución, a lo que él respondió: “Los echo, pero los acompaño con la oración y el sufrimiento, y regresarán”. El enojo era solamente superficial.

A un hermano le explicó una vez: “Hijo mío, sólo en lo exterior he asumido una forma distinta. Lo interior no se ha movido para nada. Si no lo hago así, no se convierten a Dios. Es mejor ser reprochado por un hombre en este mundo, que ser reprochado por Dios en el otro”. Un ejemplo de ello sucedió un día en que el Padre se encontró con un joven que lloraba sin importarle el gentío que lo rodeaba.

El Padre se le acercó y le preguntó el porqué de su llanto. El muchacho respondió que “lloraba, porque no le había dado la absolución”. Padre Pío lo consoló con ternura diciendo: “Hijo, ves, la absolución no es que te la he negado para mandarte al infierno sino al Paraíso”.


El apostolado de la alegríaEl Padre Pío era un hombre muy duro contra todo tipo de pecado, pero tierno, jovial y amante de la vida. Era un conversador brillante, con la astucia para mantener en suspenso a sus oyentes. Le gustaban mucho los chistes, y en su repertorio, no faltaban los que se referían a los soldados, políticos y religiosos. De la boca del Padre Pío, el chiste y la anécdota no eran solo sano humorismo y simple distracción, sino también una especie de apostolado: el apostolado de la alegría y el buen humor.

Una tarde calurosa, en que paseaba, como frecuentaba hacer con sus hermanos e hijos espirituales, les contó esta anécdota: “Una vez entró de monje un joven juglar que no conseguía cantar los salmos ni rezar las oraciones con los hermanos, pero en cuanto el coro quedaba vacío, se acercaba a la estatua de la Santísima Virgen y le hacía piruetas para congraciarse con ella y con el Niño Jesús. Una vez lo vio el fraile sacristán y avisó al Abad. Este después de haberlo observado un rato, se maravilló de ver que la estatua de la Virgen tomó vida. María sonreía y el Niño Jesús aplaudía con sus manitas. Cada uno de nosotros, decía el Padre, hace de bufón en el puesto que Dios le ha asignado. El fraile más ignorante, ofrecía a la Reina del Cielo lo único que sabía hacer, y Ella lo aceptaba con gusto”.


Auxilio seguroA muchos que acudían a él para pedir su intercesión en momentos de necesidad, el Padre no faltaba en darles una mano con su oración. En una ocasión contaba un monseñor que a un campesino conocido de él, al cual le vino un fuerte y repentino dolor de muelas una noche, en su desesperación por sentirse que el Padre no había escuchado su súplica de intercesión, tomó un zapato y lo arrojó contra el cuadrito en el que estaba la foto del Padre. Pasado el tiempo y habiendo olvidado el gesto irreverente, fue a confesarse con el Padre, el cual le replicó en el confesionario: “Y todavía tienes el coraje, después del zapatazo que me distes en la cara...”.
Sanación milagrosa

Una de las sanaciones más conocidas del Padre Pío fue la de una niña llamada Gema, que había nacido sin pupilas en los ojos. La abuelita de ésta la llevó a San Giovanni Rotondo con la esperanza de que el Señor obrara un milagro a través de la intercesión del Padre. El Padre la bendijo e hizo la señal de la cruz sobre sus ojos. La niña recuperó la vista, aunque el milagro no terminó allí. Gema vio desde ese momento, sin nunca tener pupilas. Ya de adulta, Gema entró en la Vida Religiosa.


El Padre y los niñosEl Padre tenía también un gran amor por los niños. Cuando se le pedía la intercesión por el nacimiento de algún bebé que viniese con problemas, o por algún niño que estuviese enfermo, intercedía hasta conseguir la gracia. Un canciller a cuya esposa se le aproximaba el parto que se presentaba lleno de dificultades, fue a consultar con el Padre y a pedir sus oraciones. “Vete tranquilo, le dijo el Padre, y nada de operaciones”. En el momento del parto la situación se complicó y los médicos le dijeron que si no operaban enseguida temían por la vida, tanto de la madre como del bebé. El canciller desesperado se fue al cuarto que estaba al lado donde había una fotografía del Padre Pío en la pared y delante de ella comenzó a insultarlo y a decirle palabrotas. No había terminado de desahogarse cuando escuchó el llanto de un bebé. Salió corriendo hacia el cuarto de su esposa y encontró un hermoso varoncito nacido “sin operaciones”, para sorpresa de los médicos.

Después de algunos días, el canciller fue a San Giovanni a confesarse y a darle las gracias al Padre, el cual le respondió: “Está bien, pero todas las palabrotas y los insultos que dijiste delante de mi fotografía, no tienes que decirlos más”. En otra ocasión, un niño de San Giovanni Rotondo que estaba gravemente enfermo y el cual se esperaba que podía morir en cualquier momento, se echó a reír y recuperó la salud de forma casi instantánea. La madre le preguntó que qué sentía y el niño le respondió: “Mamá, Padre Pío me hizo cosquillas en el pie”. El Padre le había hecho cosquillas en el pie y se sanó.


Hijos espiritualesEl Padre Pío tenía entre aquellos que se lo solicitaban, un grupo de hijos espirituales a quienes prometía asistir con sus oraciones y cuidados a cambio de llevar una vida fervorosa de oración, virtud y obras de caridad. Entre este grupo de devotos hay un sinnúmero de anécdotas en las que el cuidado real y oportuno del Padre se manifestó de forma extraordinaria. Entre estas anécdotas está la de un joven cuya madre lo llevaba a donde el Padre desde que este era muy pequeño y un día, saliendo del convento para tomar el autobús de regreso a casa, un coche lo atropelló por la espalda haciendolo volar por los aires. Mientras este volaba sobre el coche, viendo la imagen de la Virgencita del convento al revés, se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Solo logró gritar: “Virgencita mía, ayúdame”. Lo llevaron de inmediato al hospital y todos los exámenes mostraban que todo estaba en orden, aunque no se explicaban de dónde provenía la sangre que había en su camisa. En cuanto este pudo salió corriendo hacia el convento para darle las gracias al Padre que estaba rezando en el coro. “No me des las gracias a mí, le respondió el Padre, dáselas a la Virgen, fue Ella”. Después de mirarlo con los ojos llenos de amor y con una gran sonrisa en los labios, le dijo: “Hijo mío, no te puedo dejar solo ni un minuto...”


Llamado a la Co-redenciónLa vida del Padre Pío está tan llena de acontecimientos extraordinarios que es necesario buscar las causas de ellos en su vida íntima. Quien es llamado a servir en la misión redentora de Jesucristo tiene que sufrir mucho moral y físicamente. Estos sufrimientos lo purifican y encienden cada vez más del amor de Dios. En una carta escrita por el Padre en 1913 decía: “El Señor me hace ver como en un espejo, que toda mi vida será un martirio”. Desde que ingresó a la vida religiosa hasta que recibió los estigmas, la vida del Padre Pío fue un vía crucis. En 1912 escribe: “Sufro, sufro mucho pero no deseo para nada que mi cruz sea aliviada, porque sufrir con Jesús es muy agradable”. A una hija espiritual le dijo un día: “El sufrimiento es mi pan de cada día. Sufro cuando no sufro. Las cruces son las joyas del Esposo, y de ellas soy celoso. ¡Ay de aquel que quiera meterse entre las cruces y yo!”.


Su proyecto más grande en la tierraLa tarde del 9 de enero de 1940, el Padre Pío reunió a tres de sus grandes amigos espirituales y les propuso un proyecto al cual él mismo se refirió como “su obra más grande aquí en la tierra”: la fundación de un hospital que habría de llamarse “Casa Alivio del Sufrimiento”. El Padre sacó una moneda de oro de su bolsillo que había recibido en una ocasión como regalo y dijo: “Esta es la primera piedra”. El 5 de mayo de 1956 se inauguró el hospital con la bendición del cardenal Lercaro y un inspirado discurso del Papa Pío XII. La finalidad del hospital es curar al enfermo tanto espiritual como físicamente: la fe y la ciencia, la mística y la medicina, todos de acuerdo para auxiliar la persona entera del enfermo: cuerpo y alma.


Grupos de Oración“Lo que le falta a la humanidad, repetía con frecuencia, es la oración”. A raíz de la Segunda Guerra Mundial, el mismo Padre funda los “Grupos de Oración del Padre Pío”. Los Grupos se multiplicaron por toda Italia y el mundo. A la muerte del Padre los Grupos eran 726 y contaban con 68.000 miembros, y en marzo de 1976 pasaban de 1.400 grupos con más de 150.000 miembros. “Yo invito a las almas a orar y esto ciertamente fastidia a Satanás. Siempre recomiendo a los Grupos la vida cristiana, las buenas obras y, especialmente, la obediencia a la Santa Iglesia”.


Segunda prueba y persecuciónLa envidia humana se echó encima de la obra del Padre Pío. Desde 1959, periódicos y semanarios empezaron a publicar artículos y reportajes mezquinos y calumniosos contra la “Casa Alivio del Sufrimiento”. Para quitar al Padre los donativos que le llegaban de todas partes del mundo para el sostenimiento de la Casa, sus enemigos planearon una serie de documentaciones falsas y hasta llegaron, sacrílegamente, a colocar micrófonos en su confesionario para sorprenderlo en error.

Algunas oficinas de la Curia Romana condujeron investigaciones, le quitaron la administración de la Casa Alivio del Sufrimiento y sus Grupos de Oración fueron dejados en el abandono. A los fieles se les recomendó no asistir a sus Misas ni confesarse con él. El Padre Pío sufrió mucho a causa de esta última persecución que duró hasta su muerte, pero su fidelidad y amor intenso hacia la Santa Madre Iglesia fue firme y constante. En medio del dolor que este sufrimiento le causaba, solía decir: “Dulce es la mano de la Iglesia también cuando golpea, porque es la mano de una madre”.


50 años de dolor y sangreEl viernes 20 de septiembre de 1968, el Padre Pío cumplía 50 años de haber recibido los estigmas del Señor. Fue grande la celebración en San Giovanni. El Padre Pío celebró la Misa a la hora acostumbrada. Alrededor del altar había 50 grandes macetas con rosas rojas para sus 50 años de sangre... De la misma manera milagrosa como los estigmas habían aparecido en su cuerpo 50 años antes, ahora, 50 años más tarde y unos días antes de su muerte, habían desaparecido sin dejar rastro alguno de cinco décadas de dolor y sangre, con lo cual el Señor ha confirmado su origen místico y sobrenatural.


El paso a la vida eternaTres días después, murmurando por largas horas “¡Jesús, María!”, muere el Padre Pío, el 23 de septiembre de 1968. Los que estaban presentes quedaron largo tiempo en silencio y en oración. Después estalló un largo e irrefrenable llanto. Los funerales del Padre Pío fueron impresionantes. Se tuvo que esperar cuatro días para que las multitudes pasaran a despedirlo. Se calcula que más de 100 mil personas participaron del entierro.


Una promesa de amorUn día se le preguntó al Padre: “¿Jesús le mostró los lugares de sus hijos espirituales en el paraíso?”. “Claro, un lugar para todos los hijos que Dios me confiará hasta el fin del mundo, si son constantes en el camino que lleva al cielo. Es la promesa que Dios hizo a este miserable”. “Y en el paraíso, ¿estaremos cerca de usted?”. “Ah tontita, ¿y qué paraíso sería para mí si no tuviera cerca de mí a todos mis hijos?”. “Pero yo le tengo miedo a la muerte”. “El amor excluye el temor. La llamamos muerte, pero en realidad es el inicio de la verdadera vida. Y luego, si yo les asisto durante la vida, ¡cuánto más los ayudaré en la batalla decisiva!”.


Proceso de la Causa del Padre PíoMuchas han sido las sanaciones y conversiones concedidas por la intercesión del Padre Pío e innumerables milagros han sido reportados a la Santa Sede.
Los preliminares de su Causa se iniciaron en noviembre de 1969. El 18 de diciembre de 1997, Su Santidad Juan Pablo II lo pronunció venerable. Este paso, aunque no tan ceremonioso como la beatificación, es ciertamente la parte más importante del proceso. El venerable Padre Pío fue beatificado el 2 de mayo de 1999. Tan grande fue la multitud en la Misa de beatificación, que desbordaron la Plaza de San Pedro y toda la Avenida de la Conciliación hasta el río Tiber sin ser estos lugares suficiente. Millones además lo contemplaron por la televisión en el mundo entero.


Un gran Santo para la Iglesia de hoyEl día 16 de junio del 2002, su Santidad Juan Pablo II canonizará al Beato Padre Pío, quien desde ese momento pasará a ser el primer sacerdote canonizado que ha recibido los estigmas de nuestro Señor Jesucristo.

Imagen de Cristo Doliente y Resucitado
1. "¡Cantad al Señor un cántico nuevo!" La invitación de la antífona de entrada expresa la alegría de tantos fieles que esperan desde hace tiempo la elevación a la gloria de los altares del Padre Pío de Pietrelcina. Este humilde fraile capuchino ha asombrado al mundo con su vida dedicada totalmente a la oración y a la escucha de sus hermanos.
Innumerables personas fueron a visitarlo al convento de San Giovanni Rotondo, y esas peregrinaciones no han cesado, incluso después de su muerte. Cuando yo era estudiante, aquí en Roma, tuve ocasión de conocerlo personalmente, y doy gracias a Dios que me concede hoy la posibilidad de incluírlo en el catálogo de los beatos.
Recorramos esta mañana los rasgos principales de su experiencia espiritual, guiados por la liturgia de este V domingo de Pascua, en el cual tiene lugar el rito de su beatificación.
2. "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mi" (Jn 14, 1). En la página evangélico que acabamos de proclamar hemos escuchado estas palabras de Jesús a sus discípulos, que tenían necesidad de aliento. En efecto, la mención de su próxima partida los había desalentado. Temían ser abandonados y quedarse solos, pero el Señor los consuela con una promesa concreta: "Me voy a preparaos sitio" y después "volveré y os llevare conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros" (Jn 14, 2-3).
En nombre de los Apóstoles replica a ésta afirmación Tomás: "Señor, no sabemos a donde vas. ¿Cómo podremos saber el camino?" (Jn 14, 5). La observación es oportuna y Jesús capta la petición que lleva implícita. La respuesta que da permanecerá a lo largo de los siglos como luz límpida para las generaciones futuras. "Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mi." (Jn 14, 6).
El "sitio" que Jesús va a preparar esta en "la casa del Padre"; el discípulo podrá estar allí eternamente con el Maestro y participar de su misma alegría. Sin embargo, para alcanzar esa meta solo hay un camino: Cristo, al cual el discípulo ha de ir conformándose progresivamente. La santidad consiste precisamente en esto: ya no es el cristiano el que vive, sino que Cristo mismo vive en él (Cf. Gal. 2, 20) horizonte atractivo, que va acompañado de una promesa igualmente consoladora: "El que cree en mi, también hará las obras que yo hago, e incluso mayores. Porque yo me voy al Padre" (Jn 14, 12).
3. Escuchamos estas palabras de Cristo y nuestro pensamiento se dirige al humilde fraile capuchino del Gargano. ¡Con cuanta claridad se han cumplido en el Beato Pío de Pietrelcina!
"No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios...". La vida de este humilde hijo de San Francisco fue un constante ejercicio de fe, corroborado por la esperanza del cielo, donde podía estar con Cristo. "Me voy a prepararos un sitio (...) Para que donde estoy yo estéis también vosotros". ¿Qué otro objetivo tuvo la durísima ascesis a la que se sometió el Padre Pío desde su juventud, sino la progresiva identificación con el divino Maestro, para estar "donde esta él"?
Quien acudía a San Giovanni Rotondo para participar en su misa, para pedirle consejo o confesarse, descubría en el una imágen viva de Cristo doliente y resucitado. En el rostro del Padre Pío resplandecía la luz de la resurrección. Su cuerpo, marcado por las "estigmas" mostraba la íntima conexión entre la muerte y la resurrección que caracteriza el misterio pascual. Para el Beato de Pietrelcina la participación en la Pasión tuvo notas de especial intensidad: los dones singulares que le fueron concedidos y los consiguientes sufrimientos interiores y místicos le permitieron vivir una experiencia plena y constante de los padecimientos del Señor, convencido firmemente de que "el Calvario es el monte de los santos."
4. No menos dolorosas, y humanamente tal vez aún más duras, fueron las pruebas que tuvo que soportar, por decirlo así, como consecuencia de sus singulares carismas. Como testimonia la historia de la santidad, Dios permite que el elegido sea a veces objeto de incomprensiones. Cuando esto acontece, la obediencia es para el un crisol de purificación, un camino de progresiva identificación con Cristo y un fortalecimiento de la auténtica santidad. A este respecto, el nuevo beato escribía a uno de sus superiores: "Actúo solamente para obedecerle, pues Dios me ha hecho entender lo que más le agrada a El, que para mi es el único medio de esperar la salvación y cantar victoria." (Epist. I. p. 807).
Cuando sobre el se abatió la "tempestad", tomo como regla de su existencia la exhortación de la primera carta de San Pedro, que acabamos de escuchar: Acercaos a Cristo, la piedra viva (Cf. 1 P 2, 4).  De este modo, también el se hizo "piedra viva" para la construcción del edificio espiritual que es la Iglesia. Y por esto hoy damos gracias al Señor.
5. "También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu. (1 P 2, 5). ¡Qué oportunas resultan estas palabras si las aplicamos a la extraordinaria experiencia eclesial surgida en torno al nuevo beato! Muchos, encontrándose directa o indirectamente con el, han recuperado la fe; siguiendo su ejemplo, se han multiplicado en todas las partes del mundo los "grupos de oración". A quienes acudían a el les proponía la santidad, diciéndoles: "Parece que Jesús no tiene otra preocupación que santificar vuestra alma." (Epist. II, p. 153).
Si la providencia divina quiso que realizase su apostolado sin salir nunca de su convento, casi "plantado" al pie de la cruz, esto tiene un significado. Un día, en un momento de gran prueba, el Maestro Divino lo consoló, diciéndole que "junto a la cruz se aprende a amar." (Epist. I, p. 339).
Sí, la cruz de Cristo es la insigne escuela del amor; mas aún, el "manantial" mismo del amor. El amor de este fiel discípulo, purificado por el dolor, atraía los corazones a Cristo y a su exigente evangelio de salvación.
6. Al mismo tiempo, su caridad se derramaba como bálsamo sobre las debilidades y sufrimientos de sus hermanos. El padre Pío, además de su celo por las almas, se intereso por el dolor humano, promoviendo en San Giovanni Rotondo un hospital, al que llamo "Casa de alivio del sufrimiento". Trato de que fuera un hospital de primer rango, pero sobre todo se preocupo de que en el se practicara una medicina verdaderamente "humanizada", en la que la relación con el enfermo estuviera marcada por la más solicita atención y la acogida mas cordial. Sabía bien que quien está enfermo y sufre no sólo necesita una correcta aplicación de los medios terapéuticos, sino también y sobre todo un clima humano y espiritual que le permita encontrarse a si mismo en la experiencia del amor de Dios y de la ternura de sus hermanos.
Con la "Casa del alivio del sufrimiento" quiso mostrar que los "milagros ordinarios" de Dios pasan a través de nuestra caridad. Es necesario estar disponibles para compartir y para servir generosamente a nuestros hermanos, sirviéndonos de todos los recursos de la ciencia medica y de la técnica.
7. El eco que esta beatificación ha suscitado en Italia y en el mundo es un signo de que la fama del Padre Pío, hijo de Italia y de San Francisco de Asís, ha alcanzado un horizonte que abarca todos los continentes. A todos los que han venido, de cerca o de lejos, y en especial a los padres capuchinos, les dirijo un afectuoso saludo. A todos, gracias de corazón.
8. Quisiera concluir con las palabras del Evangelio proclamado en esta misa: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios". Esa exhortación de Cristo la recogió el nuevo beato, que solía repetir: "Abandonaos plenamente en el Corazón Divino de Cristo, como un niño en los brazos de su madre". Que esta invitación penetre también en nuestro espíritu como fuente de paz, de serenidad y de alegría. ¿Por qué tener miedo, si Cristo es para nosotros el camino, la verdad, y la vida? ¿Por qué no fiarse de Dios que es Padre, nuestro Padre?
"Santa María de las gracias", a la que el humilde capuchino de Pietrelcina invocó con constante y tierna devoción, nos ayude a tener los ojos fijos en Dios. Que ella nos lleve de la mano y nos impulse a buscar con tesón la caridad sobrenatural que brota del Costado Abierto del Crucificado.
Y tú, Beato Padre Pío, dirige desde el cielo tu mirada hacia nosotros, reunidos en esta plaza, y a cuantos están congregados en la plaza de San Juan de Letrán y en San Giovanni Rotondo. Intercede por aquellos que, en todo el mundo, se unen espiritualmente a esta celebración, elevando a ti sus súplicas. Ven en ayuda de cada uno y concede la paz y el consuelo a todos los corazones. Amén.
L´Osservatore Romano, 7 de mayo de 1999.
Para mas información: Convento PP. Capuchinos; "N. Sra. de las Gracias" 71013 - S. Giovanni Rotondo (Foggia) Italia.

Oración y caridad: síntesis de su testimonio
Homilía de Juan Pablo II en la canonización del Padre Pío
CIUDAD DEL VATICANO, 16 junio 2002
 
1. «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mateo 11, 30).

Las palabras de Jesús a los discípulos, que acabamos de escuchar, nos ayudan a comprender el mensaje más importante de esta celebración. Podemos, de hecho, considerarlas en un cierto sentido como una magnífica síntesis de toda la existencia del padre Pío de Pietrelcina, hoy proclamado santo.

La imagen evangélica del «yugo» evoca las muchas pruebas que el humilde capuchino de San Giovanni Rotondo tuvo que afrontar. Hoy contemplamos en él cuán dulce es el «yugo» de Cristo y cuán ligera es su carga, cuando se lleva con amor fiel. La vida y la misión del padre Pío testimonian que las dificultades y los dolores, si se aceptan por amor, se transforman en un camino privilegiado de santidad, que se adentra en perspectivas de un bien más grande, solamente conocido por el Señor.

2. «En cuanto a mí... ¡Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gálatas 6, 14).

¿No es quizá precisamente la «gloria de la Cruz» la que más resplandece en el padre Pío? ¡Qué actual es la espiritualidad de la Cruz vivida por el humilde capuchino de Pietrelcina! Nuestro tiempo necesita redescubrir su valor para abrir el corazón a la esperanza. En toda su existencia, buscó siempre una mayor conformidad con el Crucificado, teniendo una conciencia muy clara de haber sido llamado a colaborar de manera peculiar con la obra de la redención. Sin esta referencia constante a la Cruz, no se puede comprender su santidad.

En el plan de Dios, la Cruz constituye el auténtico instrumento de salvación para toda la humanidad y el camino explícitamente propuesto por el Señor a cuantos quieren seguirle (Cf. Marcos 16, 24). Lo comprendió bien el santo fraile de Gargano, quien, en la fiesta de la Asunción de 1914, escribía: «Para alcanzar nuestro último fin hay que seguir al divino Jefe, quien quiere llevar al alma elegida por un solo camino, el camino que él siguió, el de la abnegación y la Cruz» («Epistolario» II, p. 155).

3. «Yo soy el Señor que actúa con misericordia» (Jeremías 9, 23).

El padre Pío ha sido generoso dispensador de la misericordia divina, ofreciendo su disponibilidad a todos, a través de la acogida, la dirección espiritual, y especialmente a través de la administración del sacramento de la Penitencia. El ministerio del confesionario, que constituye uno de los rasgos característicos de su apostolado, atraía innumerables muchedumbres de fieles al Convento de San Giovanni Rotondo. Incluso cuando el singular confesor trataba a los peregrinos con aparente dureza, éstos, una vez tomada conciencia de la gravedad del pecado, y sinceramente arrepentidos, casi siempre regresaban para recibir el abrazo pacificador del perdón sacramental.

Que su ejemplo anime a los sacerdotes a cumplir con alegría y asiduidad este ministerio, tan importante hoy, como he querido confirmar en la Carta a los Sacerdotes con motivo del pasado Jueves Santo.

4. «Tú eres, Señor, mi único bien».

Es lo que hemos cantado en el Salmo Responsorial. Con estas palabras, el nuevo santo nos invita a poner a Dios por encima de todo, a considerarlo como nuestro sumo y único bien.

En efecto, la razón última de la eficacia apostólica del padre Pío, la raíz profunda de tanta fecundidad espiritual, se encuentra en esa íntima y constante unión con Dios que testimoniaban elocuentemente las largas horas transcurridas en oración. Le gustaba repetir: «Soy un pobre fraile que reza», convencido de que «la oración es la mejor arma que tenemos, una llave que abre el Corazón de Dios». Esta característica fundamental de su espiritualidad continua en los «Grupos de Oración» que él fundo, y que ofrecen a la Iglesia y a la sociedad la formidable contribución de una oración incesante y confiada. El padre Pío unía a la oración una intensa actividad caritativa de la que es expresión extraordinaria la «Casa de Alivio del Sufrimiento». Oración y caridad, esta es una síntesis sumamente concreta de la enseñanza del padre Pío, que hoy vuelve a proponerse a todos.

5. «Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque... estas cosas... las has revelado a los pequeños» (Mateo 11, 25).

Qué apropiadas parecen estas palabras de Jesús, cuando se te aplican a ti, humilde y amado, padre Pío.

Enséñanos también a nosotros, te pedimos, la humildad del corazón para formar parte de los pequeños del Evangelio, a quienes el Padre les ha prometido revelar los misterios de su Reino.

Ayúdanos a rezar sin cansarnos nunca, seguros de que Dios conoce lo que necesitamos, antes de que se lo pidamos.

Danos una mirada de fe capaz de capaz de reconocer con prontitud en los pobres y en los que sufren el rostro mismo de Jesús.

Apóyanos en la hora del combate y de la prueba y, si caemos, haz que experimentemos la alegría del sacramento del perdón.

Transmítenos tu tierna devoción a María, Madre de Jesús y nuestra.

Acompáñanos en la peregrinación terrena hacia la patria bienaventurada, donde esperamos llegar también nosotros para contemplar para siempre la Gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Amén!
 



Según algunas fuentes que no hemos podido confirmar, cuando Karol Wojtyla era un sacerdote en su nativa Polonia, cada vez que visitaba a Italia viajaba a San Giovanni Rotondo para confesarse con el Padre Pío. En una de esas ocasiones, el Padre Pío pareció entrar en un breve trance y le dijo: "Vas a ser Papa".. y continuó: "También veo sangre... Vas a ser Papa y veo sangre".
El 13 de mayo de 1981, ocurrió el atentado contra aquel mismo sacerdote polaco, ahora S.S. Juan Pablo II.  La sangre fue derramada.  El mismo Papa canoniza al Padre Pío.
El mensaje del Padre Pío coincide con el mensaje de la tercera parte del secreto de Fátima aunque este era aun secreto cuando ocurrió la profecía.
 




 
 

SANTO PADRE PÍO DE PIETRELCINA

 (FRANCISCO FORGIONE)     

       - 23 DE SEPTIEMBRE


Presbítero Capuchino. Un hombre de oración y sufrimiento.

Martirologio Romano: San Pío de Pietrelcina (Francisco) Forgione, presbítero de la Orden de Hermanos Menores Capuchinos, que en el convento de San Giovanni Rotondo, en Apulia, se dedicó a la dirección espiritual de los fieles y a la reconciliación de los penitentes, mostrando una atención particular hacia los pobres y necesitados, terminando en este día su peregrinación terrena y configurándose con Cristo crucificado (1968)

"Siempre humíllense amorosamente ante Dios y ante los hombres. Porque Dios le habla a aquellos que son verdaderamente humildes de corazón, y los enriquece con grandes dones".

San Giovanni Rotondo, Italia.
En un convento de la Hermandad de los Capuchinos, en la ladera del monte Gargano, vivió por muchísimos años el que probablemente fuera el Sacerdote Místico más destacado del siglo XX, a punto actualmente de ser declarado Santo por el Vaticano. El Padre Pío, nacido en Pietrelcina en 1887, fue un hombre rico en manifestaciones de su santidad. Enorme cantidad de milagros rodearon su vida, testimoniados por miles de personas que durante décadas concurrieron allí a confesarse. Sus Misas, a decir de los concurrentes, recordaban en forma vívida el Sacrificio y Muerte del Señor a través de la entrega con que el Padre Pío celebraba cada Eucaristía.

Es notable su carisma de bilocación: la capacidad de estar presente en dos lugares al mismo tiempo, a miles de kilómetros de distancia muchas veces. El Padre Pío raramente abandonó San Giovanni Rotondo; sin embargo se lo ha visto y testimoniado curando almas y cuerpos en diversos lugares del mundo en distintas épocas. También tenía el don de ver las almas: confesarse con el Padre Pío era desnudarse ante Dios, ya que él decía los pecados y relataba las conciencias a sus sorprendidos feligreses (a veces con gran dureza y enojo, ya que tenía un fuerte carácter, especialmente cuando se ofendía seriamente a Dios). Tenía también el don de la sanación (a través de sus manos Jesús curó a muchísima gente, tanto física como espiritualmente) y el don de la profecía (anticipó hechos que luego se cumplieron al pie de la letra).Vivió rodeado de la Presencia de Jesús y María, pero también de Santos y Angeles, y de almas que buscaban su oración, para subir desde el Purgatorio al Cielo. Pero su gracia más grande radicó, sin duda alguna, en sus estigmas: en 1918 recibe las cinco Llagas de Cristo en sus manos, en sus pies y en su costado izquierdo. Estas llagas sangraron toda su vida, aproximadamente una taza de té por día, hasta su muerte ocurrida en 1968. Múltiples estudios médicos y científicos se realizaron sobre sus Estigmas, no encontrándose nunca explicación alguna a su presencia u origen.Su sangre y cuerpo emanaban un aroma celestial, a flores diversas, que acariciaba no solo a los asistentes a sus Misas, sino también a quienes se encontraban con él en otras ciudades del mundo, a través de sus dones de bilocación. Vivió sufriendo ataques del demonio, tanto físicos como espirituales, que se multiplicaron a medida que las conversiones y la fe crecían a su alrededor.

En diciembre de 2001 el Vaticano emite el decreto que aprueba los milagros necesarios para canonizar a nuestro héroe, San Pío de Pietrelcina y fue canonizado el 16 de julio de 2002.

Vivimos en un mundo que niega lo sobrenatural, se aferra a lo material y a todo lo que pueda ser explicado a través de la razón, o percibido por los sentidos. Sin embargo, Dios prescinde de nuestra razón y de nuestros sentidos, a la hora de someternos a las pruebas de nuestra fe. De cuando en cuando nos prodiga con regalos del mundo sobrenatural, a través del testimonio y el acceso a la divinidad de los seres Celestiales. El Padre Pío es una puerta abierta a Cristo, a María, a los ángeles y los santos. Es también un testimonio de la pequeñez del ser humano y una invitación a creer y dejar de buscar explicación a los hechos de la Divina Providencia (la voluntad de Dios), sino simplemente a unir nuestra voluntad a la de Dios, y ser lisa y llanamente su instrumento, como el Padre Pío lo fue.

La vida entera del Padre Pío no puede ser explicada a través de la razón o la lógica humana. La fe y fuerza del Santo del Gargano dan por tierra con todas las escuelas filosóficas terrenales, dejando una sola salida a todo intento de crecimiento del hombre: el encuentro con el Dios eterno, el que nos mira desde lo alto y nos pide, por medio de Su infinita Misericordia, que nos entreguemos simplemente a Su Voluntad. La negación de nuestro yo (la muerte de nuestro ego), se constituye en la principal meta de nuestra evolución, porque ¡SÓLO DIOS ES!

Debemos negarnos a nosotros mismos y vivir para y por Él. El Padre Pío vivió en la más absoluta humildad y negación de sí mismo, y miren los prodigios que Jesús hizo a través suyo

Parte 1

El momento.La vida mística del Padre Pío cubrió desde los inicios del siglo, hasta fines de los años sesenta, con su muerte. El siglo XX fue marcado, entonces, por su presencia silenciosa pero poderosa. Sus estigmas aparecieron en 1918, inmediatamente después del fin de la primera guerra mundial, de la revolución bolchevique y de la aparición de Fátima, todo ello acontecido en 1917. Pasó a través de la segunda guerra mundial, en una Italia comprometida, invadida primero por sus ex aliados (los alemanes) y luego liberada fundamentalmente por los soldados americanos. Y tuvo sus últimos años en medio de la bonanza económica de la posguerra, que condujeron a la década del sesenta con su contradictorio grito de paz, mezclado con una pérdida total de los valores morales y religiosos.

Nuestro santo no alteraba su vida por la influencia del mundo. Él vivió en su convento, dedicando su vida a la oración, la meditación, el encuentro con Jesús en la Eucaristía y en su trabajo predilecto: la confesión. Sólo Dios importaba, apartar al hombre de la atracción de un mundo que poco tiene que ver con Cristo, y llevar a la mayor cantidad de gente posible a la Verdadera Vida en Dios.

El lugar.
El sur de Italia es un lugar pobre en esencia, a pesar de su integración a Europa. Y es en el convento de la Madonna delle Grazie (la Virgen de la Gracia), en San Giovanni Rotondo, pequeño pueblo situado en la ladera del monte Gargano, en la región de Foggia, donde se desarrolla la vida de Pío. El convento de los Hermanos Capuchinos pronto se convierte en el lugar de cita de quienes quieren ver en vida a un santo, tal la fama que acompañó al Padre Pío durante décadas. La gente viaja allí desde los lugares más recónditos, desde toda Italia, Europa, América. A medida que su fama se extiende, San Giovanni Rotondo empieza a tener un significado especial para mucha gente. Y su influencia y fama crece a partir de su muerte, como un viento lleno del Espíritu que grita nuestra necesidad de volver a Dios.

El Santo.
Nacido como Francisco Borgione en Pietrelcina, provincia del Benevento, el 25 de mayo de 1887. Rebautizado Padre Pío cuando recibe los votos de Hermano Capuchino el 22 de enero de 1903, se ordena sacerdote el 10 de agosto de 1910. Desde niño el Padre Pío se manifiesta distinto a los demás: oraba en lugar de jugar. No fue buen alumno, alternaba palotes en su cuaderno con Cruces que dibujaba. Sus amigos a veces se atemorizaban por el ensimismamiento en que entraba al orar, por largas horas. Para Francisco esto era normal, él solo meditaba y compartía con Jesús todo su dolor y sufrimiento en la Cruz. Su familia era extremadamente pobre, tan así que su padre debió emigrar a América por un tiempo para poder mantener a los seis hijos y la esposa, María Josefa.

La salud del Padre Pío fue frágil desde temprana edad, y así fue por toda su vida, agravada al recibir los estigmas de Jesús. Siempre supo Pío que su destino era ser un monje capuchino. Solo una temporada en la milicia, cumpliendo el servicio obligatorio, lo apartó de su misión en la vida. Pero fue su salud y la Divina Providencia (a la que Pío siempre siguió con fe), la que lo liberó del servicio obligatorio luego de un tiempo, para poder volver a la vida de convento en alabanza permanente a Dios.

Su vida era muy simple: vivía en su celda de monje, se levantaba de madrugada para preparar la Misa en oración, confesaba durante todo el día, y trabajaba de noche en su celda. Comía muy poco, lo que sumado a la cantidad de sangre que perdía diariamente, intrigaba a los médicos respecto de algo que escapaba a la lógica terrenal. El Padre Pío lo explicaba con simples palabras: su alimento era el Cuerpo de Jesús en la Eucaristía.

Era humilde en extremo: no aceptaba fotografías, ni notas periodísticas, ni que se hable de él. Su carácter alegre y sencillo, se tornaba hosco cuando alguien trataba de poner demasiado acento en su figura o ensalzarlo. Para el Padre Pío la humildad era más que una virtud, era la única forma de vivir la vida, ya que para él sólo Jesús ES, sólo la Santísima Trinidad. Los demás, empezando por la Virgen María, somos seres al servicio permanente de Dios. Nada lo podía apartar de una negación absoluta de sí mismo, ya que él nunca hizo nada por si, siempre actuó en nombre de Jesús, por intercesión de su Madre la Santísima Virgen, o de los ángeles y los santos. Pero nunca el protagonista fue el Padre Pío. Y así, nunca entendió al mundo, que se esfuerza en revalorizar el ego y el propio yo, difundiendo filosofías y disciplinas que lo único que hacen es resaltar el egocentrismo, alejando al hombre más y más de su única fuente: Dios.

El Padre Pío es un faro poderoso, una luz potente que alumbra el mundo y deja al mal expuesto en toda su vileza. Estudiar la virtud sin igual del Santo del Gargano nos permite entender cuán falsa es la forma de vida que nos propone este mundo actual, apóstata y alejado de Dios. La idea de que todo debe y puede ser explicado racionalmente, lleva al mundo a dar las espaldas a la Voluntad de Dios, su Divina Voluntad. El gran misterio es que los misterios del Cielo no pueden ser develados por los hombres. Y cuando se acepta el amor del Padre sin límites, sin dudas ni planteamientos, es que surge una chispa que incendia al mundo: ¡el fuego que el Padre Pío encendió inflama nuestros corazones y nos deja librados a nuestra propia opción, sin excusa alguna!

Los testigos.
Sencillamente miles y miles de personas testimonian la avasalladora cantidad de hechos místicos que rodearon al Santo del Gargano. Desde las confesiones donde el monje capuchino desnudaba el alma, el pasado, los miedos y los anhelos de las personas, hasta curaciones que los médicos no pudieron explicar desde el punto de vista médico, pasando por testimonios de personas que lo veían en más de un lugar en el mismo momento. Muchísimos estudios científicos se realizaron sobre sus estigmas, tratando de descubrir su origen, siendo que finalmente muchos médicos resultaron conversos al tomar contacto con el Santo de Foggia. Los medios de comunicación difundieron noticias sobre los prodigios que rodearon al Padre Pío durante décadas, hasta su muerte. Enorme cantidad de gente viajó a San Giovanni Rotondo para tomar contacto con el Cielo hecho presente allí, y volvieron a sus países dando fe de su propia experiencia.

El Padre Pío nunca buscó notoriedad, nunca quiso ser protagonista. Sólo quería que lo dejen orar en paz y ser un fiel confesor, para que las almas que se acerquen a él encuentren el camino de regreso a Cristo. Sin embargo, su fama recorrió el mundo y lo transformó a lo largo de las décadas en un santo viviente, una leyenda de santidad y entrega a Dios. Su obra es la obra de Jesús, que da testimonio desde la humildad y la caridad, sin dejarse atrapar por las trampas que tiende el mundo moderno, que trata de pintar de colores extraños lo que es una simple y pura entrega de amor.

Los estigmas del Padre Pío.Mientras era un joven, la madre de Pío lo encontró agitando las manos como si las tuviera quemadas. Ella le preguntó, bromeando, si estaba tocando la guitarra, y el joven repuso sonriendo que las palmas de las manos le dolían mucho. Era un viernes, y ese día se conmemoraban en la parroquia los estigmas de San Francisco de Asís. Era un anticipo de lo que ocurriría luego.

Sobre el Monte Alvernia, en el siglo XIII, Cristo dijo a San Francisco de Asís: "¿Sabes lo que acabo de hacerte?. Te he dado los estigmas, que son los signos de mi Pasión, para que seas mi abanderado". El 17 de septiembre de 1918, como todos los años, los Padres Capuchinos celebraron piadosamente la fiesta de los estigmas de San Francisco. El viernes 20 de septiembre, dos días después, poco antes del mediodía, un grito penetrante hizo estremecer a todos los monjes en el convento. ¿Que había ocurrido?

Encontraron al Padre Pío tirado sobre el piso de baldosas, y al levantarlo con cuidado para llevarlo a su celda, percibieron que estaba herido: flechas invisibles habían traspasado sus manos, sus pies y su costado, y esas heridas sangraban.

Según palabras del Padre Pío:
Después de celebrar Misa, fuí sorprendido por un descanso parecido a un dulce sueño. Mis sentidos internos y externos se encontraban en una quietud indescriptible. Entonces vi frente a mi a un misterioso personaje, cuyas manos, pies y costado manaban sangre. Su vista me aterrorizó, pensé que me moría, y habría muerto si el Señor no hubiese intervenido para sostener mi corazón que parecía salírseme del pecho. La visión del personaje se retiró, y yo me dí cuenta que mis manos, pies y costado estaban perforados y manaban sangre.

Los fieles, que se encontraban en ese momento en la iglesia, comprendieron lo que había ocurrido. La noticia se propagó bien pronto, los caminos se llenaron de peregrinos y todo el mundo repetía que el Padre Pío era un santo. La policía tuvo que intervenir para poner orden en el tránsito de las multitudes que llegaban de todas las provincias. El Padre Provincial de los Capuchinos del Monasterio de Santa Ana de Foggia, luego de haber hecho fotografiar las manos, los pies y costado del Padre Pío, envió todos esos documentos al Vaticano para su estudio. Pidió al Dr. Luis Romanelli que practicara un examen médico detallado al nuevo estigmatizado, examen que repitió cinco veces en dos años.

He aquí los puntos más importantes de su estudio:
"Las lesiones del Padre Pío están recubiertas por una fina membrana de color rojizo. No hay en ellas ni grietas ni hinchazón, como tampoco reacciones inflamatorias en los tejidos. La herida del costado es un tajo limpio, paralelo en sus bordes, de siete u ocho centímetros de longitud, cuya profundidad no se puede medir y que sangra en abundancia. La sangre tiene las características de la sangre arterial, y los bordes de la llaga prueban que ésta no es superficial. He examinado al Padre Pío en el espacio de quince meses, y aunque alguna vez he comprobado ciertas modificaciones en las lesiones, jamás he podido clasificarlas en ningún orden clínico conocido".

Otro informe de un serio catedrático luego concluyó:
"Toda lesión bien cuidada debe curar, y mal cuidada se agrava. ¿Es posible explicar científicamente como estas lesiones que no son tratadas como corresponde, sobre todo las de las manos, que se lavan con agua común y están siempre en contacto con guantes de lana y con pañuelos y fregadas con jabón de la peor clase, no se infectan ni tienen complicaciones y tampoco se curan?".

Las heridas de las manos sangran ligeramente y casi de contínuo. Durante el día, el Padre Pío lleva guantes de lana marrón, de tal modo que las manchas de sangre no se ven, y la lana absorbe la humedad. También la herida del costado sangra continuamente. Él coloca sobre ésta un lienzo que sostiene por medio de una banda ancha enrollada en su torso. Los vecinos del monasterio le proporcionan la tela necesaria Las manos del Padre Pío, que los fieles pueden ver cuando dice misa, están ensangrentadas. Lavadas con agua, los estigmas aparecen como llagas circulares de unos dos centímetros de diámetro, en el centro de la palma. Por otra parte, se ven exactamente igual en el dorso de las manos, de tal modo que se diría que están traspasadas de parte a parte y son transparentes en su centro. En consecuencia, el Padre no puede nunca cerrar las manos por completo, y escribe con dificultad. No es posible comprobar la profundidad de las heridas a causa de la película que las recubre. Esta película se desprende con frecuencia y se le forma otra. El Padre Pío trata de disimular sus estigmas, mientras que sus superiores le tienen prohibido mostrar sus manos a nadie. Hasta cuando dice misa se empeña en cubrirlas con largas mangas. El estigma de su costado izquierdo es el más extraño de todos, pues sangra en abundancia por más que la llaga parezca más superficial que las otras. De ella brota una taza de sangre por día.

La duración de los estigmas del Padre Pío fue la más prolongada que se conoce en la larga lista de los santos estigmatizados. Se extendió desde el 20 de septiembre de 1918 hasta su muerte acontecida en 1968.

Muchos son los santos que recibieron los estigmas de Jesús, en el pasado y en la actualidad. La gente suele no comprender por qué Dios obra de este modo. Pero es muy simple: si nuestro rol en la vida es imitar a Cristo, en la mayor medida posible, ¿cómo no entender que el mayor acto de amor de Jesús fue entregarse en la Cruz? De este modo, sufrir aunque sea un poco los estigmas del Señor en la Cruz, es el regalo más grande que el Cielo nos puede dar aquí en la tierra. Y así es que este don único lo reciben las almas elegidas por Dios para dar testimonio del deseo de santidad.

¿Sufrió el Padre Pío ataques del Demonio?
Repetidas veces, al entrar en su celda, Pío encontraba sus cosas en desorden, las mantas de su lecho y sus libros desparramados, y la pared llena de manchas de tintas. Espíritus extraños se le aparecían bajo distintos aspectos, a menudo vestidos de frailes. Una noche se dio cuenta de que su cama estaba rodeada de monstruos horribles que lo recibieron con estas palabras: "mirad, el santo va a acostarse!". "Si, con vuestro desprecio", fue la respuesta de Pío. Entonces los monstruos lo empujaron, lo zarandearon, lo arrojaron al suelo y contra las paredes, como tantas veces lo hicieron al Cura de Ars, San Juan Bautista Vianney. Cierta noche vio entrar en su celda a un monje que le recordó por su aspecto a Fray Agustín, su antiguo confesor. El falso monje le dio consejos y lo exhortó a dejar esa vida de ascetismo y de privaciones, afirmando que Dios no podía aprobar tal sistema de vida. Pío, estupefacto de que el Padre Agustín le dijera tales cosas, le ordenó que gritase junto con él: Viva Jesús!". El extraño personaje desapareció de inmediato, dejando tras de sí un olor pestilente, sulfuroso.

Don Salvador Panullo cuenta un incidente ocurrido en los primeros años de sacerdocio del Padre Pío, cuando aún no estaba estigmatizado. Don Salvador relata lo siguiente: "Un día, le entregué al Padre Pío una carta del Padre Agustín, su superior. Sólo encontré una hoja en blanco dentro del sobre. Pensando que se trataba de una distracción del Padre Agustín, pedí al Padre Pío que escribiese a su superior para preguntarle qué había querido decirle. El joven Pío me contestó: "Oh, esta es una de las bromas favoritas del diablo. No hay por qué preguntarle al Padre Agustín lo que escribió. Yo lo sé, porque me lo dijo mi ángel de la guarda". Y a renglón seguido, reveló a Don Salvador el contenido de la carta. Éste, previas averiguaciones hechas al Padre Agustín, tuvo que reconocer la exactitud de las palabras de Pío.

Don Salvador, abriendo otro día una carta del Padre Agustín, sólo encontró en ella una enorme mancha de tinta. Creyendo estar alucinando, llamó a su sobrina y ésta comprobó la misma cosa. Entonces roció el papel con agua bendita. Lentamente fue desvaneciéndose la mancha y de a poco apareció la escritura en rasgos muy firmes. El Padre Pío raramente se dormía sólo de noche. Deseaba que otro monje se quedara con él, hasta conciliar el sueño. No le agradaba la oscuridad, ni los desagradables juegos que el demonio solía hacer con él, molesto por la obra que se realizaba desde allí. Pero no temía el Monje del Gargano a Satán, ya que sabía que frente a Dios él nada podía hacer. Temía a su cansancio, a su cuerpo débil y exhausto. En septiembre de 1947, una pobre italiana poseída por el demonio, fue llevada a la fuerza por sus hijos a la misa del Padre Pío. Apenas llegada a la iglesia, la desdichada se puso a dar alaridos como cada vez que veía un templo o una Cruz. Sus gritos y blasfemias rompieron el silencio en el preciso momento en que el Padre Pío daba la comunión a los fieles. Hacedla salir, ordenó el sacerdote. ¡Antes me matarían!, vociferó la posesa. Entonces, elevando la Hostia consagrada por sobre el copón, el Padre dijo solemnemente: "Ya es tiempo de que esto termine". La mujer cayó con violencia en tierra. ¿Muerta?. No. El vencido era el demonio. Pocos segundos después la mujer se levantó perfectamente serena y fue a sentarse en un banco, liberada de las cadenas del Maligno.

No nos sorprenda el poder sobrehumano concedido por Dios al humilde monje del Gargano. Más debe sorprendernos que no lo posean todos los sacerdotes exorcistas.

El demonio se hace presente cuando hay avances de la obra de Dios. Cuando no se presenta satán en casos de apariciones o presencia de santos, es recomendable sospechar de la veracidad del hecho, y así lo considera la iglesia en sus investigaciones. No se puede creer en Dios sin creer en el demonio, es cuestión de fe en ambos casos. Muchas veces el mundo moderno busca negar a satán, dando una versión de Dios totalmente de manera superficial o edulcorada, donde todos nos salvaremos por obra de la Misericordia Divina. De este modo se niega el juicio de Dios, el pecado y a satán mismo. Esta es una de las obras del príncipe del mundo (lucifer) en nuestros tiempos. No nos dejemos engañar, satán existe tanto como Dios, y es Dios mismo que le permite actuar para, de este modo, someternos a las pruebas que nos permitan ganarnos el Cielo, o condenarnos para siempre.

BILOCACION DE MARÍA EN LA VIRGEN DEL PILAR EN EL AÑO 40
En la noche del 2 de enero del año 40 el apóstol Santiago se encontraba con sus discípulos junto al río Ebro, en la península ibérica, cuando "oyó voces de ángeles que cantaban Ave María, gratia plena y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol". La Santísima Virgen, que aún vivía en carne mortal, le pidió al Apóstol que se le construyese allí una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que "permanecerá este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio". Se trata entonces de la más antigua advocación de María, y un caso de bilocación de la Madre de Dios, ya que ella estaba en ese entonces aún en la tierra.

El don de bilocación.
Bilocación significa: facultad de estar en dos lugares al mismo tiempo. San Antonio De Padua, por ejemplo, se encontró simultáneamente en Lisboa y en Padua. A San Alfonso María de Ligorio se le vio en los funerales de Clemente XIV cuando no había dejado la Parroquia de Santa Ágata de los Godos. En el caso del Padre Pío, se cuentan por cientos los testimonios de diversa índole, de los que aquí sólo relatamos algunos como ejemplo.

Es conocido el caso de una muchacha que insistía en confesar el mismo pecado una y otra vez. El Padre Pío, luego de advertirle en repetidas ocasiones que Dios ya había perdonado esa falta, y que no debía confesarla más, y ante la desobediencia de la joven, le dijo claramente que si volvía a confesar el mismo pecado iba a recibir un cachetazo. La muchacha, conociendo el temperamento del Santo del Gargano, pero no pudiendo resistir la tentación, confesó su pecado a otro sacerdote en Roma. De inmediato, y ante su sorpresa, recibió un cachetazo en pleno rostro.

Un día, el Ingeniero Todini, de Roma, se quedó hasta muy tarde en San Giovanni Rotondo. En el momento de partir, se dio cuenta de que llovía a torrentes. Pidió entonces al Padre Pío permiso para pasar la noche en el monasterio, pero este se negó.

Padre, dijo entonces el Ingeniero, ¿cómo voy a hacer para volver al pueblo sin paraguas?. ¡Me voy a mojar hasta los huesos!. Yo lo acompañaré, repuso el Padre.
El señor Todini se despidió. Antes de abrir la puerta que da sobre la plaza, oyó la lluvia azotar la calle. Se subió el cuello del sobretodo, se encasquetó el sombrero para que el viento no se lo llevara, y salió. Una ráfaga violenta lo embistió, pero por sorpresa suya, solo le cayeron unas pocas gotas de lluvia. ¡Qué fastidio, vendrá empapado!, le gritaron sus huéspedes no bien entró. ¡Pero si apenas llueve!. ¡Vamos!, ¿cómo que apenas?. ¡Si parece el diluvio universal!. Toldini entonces les mostró que traía la ropa completamente seca, quedando todos estupefactos.

La "bilocación de la voz" es un fenómeno frecuente en él. Sus hijos espirituales, y hasta personas extrañas a él, le han oído a grandes distancias dar noticias o consejos, y hasta amonestaciones, especialmente en medio del sueño, y han oído esa voz suya en forma clara y comprensible, pero sin ver al Padre Pío.

El 8 de mayo de 1926 una docena de fieles venidos de Bolonia esperaban al Padre en el vestíbulo del monasterio. Recordemos que en 1926 no existía la puerta que comunica directamente la sacristía con el monasterio, de modo que el Padre estaba obligado a pasar por la iglesia si quería ir a la sacristía donde él confiesa.

Pasaron horas de vana espera. Luego se acercó al grupo un capuchino: "¿Buscan al Padre Pío?, hace ya rato que está confesando". ¿Cómo era posible, si ellos habían vigilado la entrada durante tres horas largas?. Hay que pensar que se había hecho invisible, y no era esa la primera vez.

Se recuerda la aventura de un actor venido en auto desde Foggia con otros miembros de su compañía. Su actitud era insultante. A ver, ¿dónde está ese Padre Pío?, preguntó con un tono arrogante. Quiero que me convierta, quiero confesarme. Y dejando a sus compañeros a las carcajadas entró a la iglesia. Le dijeron que el Padre debía estar en la sacristía. Pero no se le encontró ni en ésta ni en su celda, ni en el locutorio ni en el jardín. Imposible hallarlo. A fin de cuentas, el hombre gruñó, cansado de esperar: está bien, me voy. ¡Lástima!, me hubiera gustado ver si este fraile era capaz de convertirme.

No bien partió el automóvil, los fieles se encontraron de frente con el sacerdote. Padre, ¿dónde estaba?, hemos registrado por todas partes. Yo estaba aquí, hijos míos, he pasado tres o cuatro veces delante de ustedes, pero no me vieron. Los fieles de San Giovanni comprendieron y se abstuvieron de hacer comentarios.

En San Martino de Pensilis, los miembros de la Tercera Orden tenían costumbre de reunirse en casa de uno de ellos por turno. Una noche, la reunión tuvo lugar en el lugar del Comisario Trombetta. Su hijito Juan corrió de pronto a refugiarse en las faldas de su madre, diciendo: ¡Mama, tengo miedo, el Padre Pío está allí!. ¿Dónde, dónde?, preguntó la madre. Allí, allí, respondió el niño, señalando a un punto. ¡Ah!, ya se ha ido!. "La historia de Juanito" llegó a oídos de quien era su protagonista. Veamos Padre, ¿era realmente usted?. ¿Y quien querían que fuera?, contestó él con tono de fastidio. Siempre se muestra disgustado e intimidado cuando hace alusión a sus dotes sobrenaturales. Pero con la falta de tacto que caracteriza a los paisanos, los buenos vecinos de San Martino, vuelven a la carga. Padre, ¿entonces usted estaba "realmente" en nuestra reunión?. Y la respuesta fue: ¡Cómo!, ¿lo dudan todavía?.

La señora de Devoto, de Génova, estaba seriamente enferma y con la amenaza de que le amputaran una pierna. Una de sus hijas rezaba en un cuarto vecino, pidiendo que se evitara esa operación e invocando la ayuda del Padre Pío. De pronto éste apareció en el umbral de la puerta. El deseo de obtener una gracia para su madre obnubilaba a tal punto la mente de la joven, que ella ni se preguntó cómo podía estar el Padre en Génova estando en San Giovanni, a varios cientos de kilómetros, ni se le ocurrió dudar de lo real de su presencia. Arrojándose a sus pies, le suplicó: Oh, Padre, salve a mamá!". El santo la miró y le dijo simplemente: "Espere nueve días". Ella iba a pedir una explicación, pero al levantar la vista de nuevo sólo vio la puerta cerrada.

A la mañana siguiente pidió a los médicos que aplazaran la intervención quirúrgica, y ni las advertencias ni los consejos ni las súplicas de sus parientes, ni el mismo estado de la paciente que se agravaba por momentos lograron disuadirla. Al décimo día, cuando los cirujanos examinaron a la enferma, cuál no sería su estupefacción al comprobar que la herida de la pierna estaba completamente cicatrizada y la señora estaba en vías de restablecimiento. Unas semanas más tarde la familia toda se dirigió a San Giovanni para agradecer al Padre la merced que les había alcanzado. Pero nuestro hombre no quiere que se agradezca nada:Id a la Iglesia a dar gracias a Dios y a la Virgen!", es su abrupta manera de rechazar todo agradecimiento.

Telegramas, mensajes telefónicos, cartas de todas las especies, y numerosos testigos oculares atestiguan sus bilocaciones en Italia, Austria, Uruguay, Estados Unidos.

Para la inauguración de su capilla privada, en la Vía Tritone 56, en Roma, la Condesa Virginia Sili había mandado muchas invitaciones, entre otras a su primo, el Cardenal Gasparri y al Cardenal Sili, su cuñado. La condesa y sus invitados estaban discutiendo el nombre que le darían al oratorio, cuando un novicio entró en la habitación trayendo un relicario que contenía un fragmento de la Cruz de Cristo. Anoche, explicó el joven, el Padre Pío se me apareció en carne y hueso y me ordenó que trajese a la condesa ésta reliquia por la mañana, antes de la consagración de la capilla. Días más tarde, la Condesa se presentó en San Giovanni Rotondo, y escuchó de labios del capuchino la confirmación de ese relato.

Se sabe que San Martín de Porres fue visto en Manila, en África, en Francia y en otras cincos partes al mismo tiempo. Y la explicación que dio cuando se la pidieron, fue ésta: "Si Jesús multiplicó los panes y los peces, ¿acaso no podría multiplicarme también a mi?".

La señora Concepción Bellarmini, de San Vito Luciano, sufrió de pronto un envenenamiento de sangre seguido de una bronconeumonía. La infección le provocó una ictericia terrible, y los médicos la desahuciaron. Una pariente le aconsejó que confiase su situación al Padre Pío, a quien ella no conocía. Así lo hizo, y de pronto se le apareció a plena luz un fraile estigmatizado que le sonrió y la bendijo sin tocarla. La enferma le preguntó entonces si su venida era señal de que había logrado la conversión de sus hijos o su próxima curación. El capuchino afirmó: "El domingo por la mañana usted estará curada" y luego se desvaneció dejando una estela de perfume.

Ya al día siguiente la piel de la enferma fue tomando un color normal, cedía la fiebre y pocos días después la señora pudo levantarse. Acompañada de su hermano, fue a San Giovanni para verificar la identidad de "su" fraile. Cuando divisó al Padre Pío en la iglesia, se dirigió a su hermano y le dijo al oído: "Es él, no hay duda de que es él".

El Sr. Arturo Bugarini, de Ancona, cuenta que estando junto a su hijo muy grave, golpeaban en la espalda tres veces mientras una voz le murmuraba: "Soy el Padre Pío, soy el Padre Pío, soy el Padre Pío". En el mismo momento lo invadió una ola de intenso calor, luego nada más. El niño se salvó.

El 21 de julio de 1921, Monseñor d’Indico de Florencia, estando sólo un su escritorio, tuvo la sensación de que había alguien detrás de él. Se dio vuelta y vio desaparecer un religioso. Interrumpiendo su trabajo, fue en busca de un sacerdote y le contó lo que acababa de ocurrirle. Este le habló de alucinaciones: Monseñor estaba mortalmente angustiado por la salud de su hermana que estaba agonizando. Cuando la fue a visitar, ésta (que estaba casi en coma), había visto al mismo tiempo que su hermano, entrar un fraile a su cuarto, acercarse y decirle: Nada tema. Mañana su fiebre habrá desaparecido y dentro de pocos días ya no quedarán ni rastros de su enfermedad. Pero, Padre, ¿quién es usted entonces?, ¿un santo?. No, repuso el religioso, soy una criatura que sirve al Señor y soy dispersor de sus auxilios. Padre, permítame besar su hábito. Bese mas bien el signo de la Pasión, replicó mostrándole las manos. Y después de bendecirla, desapareció. Inmediatamente la enferma se sintió mejor, y ocho días después estaba sana.

Durante el éxtasis, el Padre Pío se nos aparece como inhibido. Cuando vuelve en sí, diríamos que sale de un síncope. Su cuerpo no reacciona ante ninguna excitación externa, luz enceguecedora, luces de magnesio, etc. Por eso resulta tan fácil sacarle cuantas fotografías se quiera mientras está oficiando: un estruendo de platillos lo deja impasible. Se le creería sordomudo. Santa Teresa escribe: "En la cúspide del éxtasis no se ve ni se oye nada".

Monseñor Damiani, Vicario General De la Diócesis de Salto en el Uruguay, mantenía este diálogo en 1930 con su amigo el Padre Pío: Me gustaría morir aquí para que usted me asistiera en mis últimos momentos. Le contestó el Padre Pío: No, usted morirá en Uruguay. ¿Y usted irá a ayudarme a morir bien?. Naturalmente. Durante ese mismo viaje, una mañana, Monseñor Damiani tuvo un ligero ataque cardíaco y al punto envió en busca de su amigo. Pero como estaba confesando, el capuchino no acudió al llamado. Cuando éste subió hacia mediodía, el prelado lo retó suavemente: Capuchino, ¿porqué no vino cuando lo mandé a llamar?, podía haber muerto. Hombre de poca fe, ¿no le dije que usted morirá en el Uruguay?. Y veamos ahora el fin de la historia, contada en 1942 por el R. P. Antonio M. Barbieri, Arzobispo de Montevideo: En 1942, en la víspera de las bodas de plata sacerdotales del Obispo de Salto, Monseñor Alfredo Viola, que reunía en el Obispado al Delegado Apostólico y a cinco prelados, fui despertado a medianoche por un golpe dado en la puerta de mi cuarto. Al entreabrirla, vi pasar un capuchino y oí una voz que me susurraba: "Vaya al cuarto de Monseñor Damiani, está muriéndose". Me puse la sotana, desperté a algunos sacerdotes y fuimos al cuarto de Monseñor. Sobre la mesa de noche había una hoja de papel con unas palabras escritas de puño y letra: "El Padre Pío ha venido" (el Arzobispo conserva este testimonio). Cuando fui a Italia y vi al Padre Pío, le pregunté: "Padre, ¿era usted el Capuchino que yo vi la noche en que murió Monseñor Damiani?. El Padre pareció confuso, cuando le hubiera sido tan fácil negarlo. Como no insistí él sigue guardando silencio. Yo me eché a reír diciendo: "Ya comprendo". Entonces movió la cabeza y dijo: "Si, usted ha comprendido".

Un día, durante la guerra, el General Cardona, sólo en su despacho, la cabeza entre las manos, pensaba con espanto en todos los jóvenes que iban a dar su vida por su patria, cuando de pronto sintió un violento perfume de rosas que invadía toda la oficina. Levantando la cabeza, quedó estupefacto al ver ante sí a un monje de sonrisa amplia que pasó diciendo: "No tema, nadie le hará mal". Cuando la visión se desvaneció, también se disipó el perfume. El General confió ese episodio a un franciscano, y éste le dijo: "Excelencia, usted ha visto al Padre Pío", y le contó a grandes rasgos la biografía de este hombre extraordinario. Después de oírla, Cardona no tuvo más que un deseo, el de ir a San Giovanni. Fue vestido de civil para no ser reconocido, pero no bien penetró en el monasterio, dos Capuchinos se le acercaron: "Excelencia, el Padre Pío lo espera. Nos mandó para recibirlo".

Ema Meneghetto, jovencita de catorce años, era epiléptica y sufría crisis varias veces por semana. Un día que oraba con fervor, se le apareció el Padre Pío, posó su mano sobre la colcha de la cama, le sonrió y desapareció. La epiléptica se sintió curada, se levantó para besar el lugar donde posara su mano el Padre Pío, y vio impresa una pequeña Cruz de sangre. Cortó el trocito de género y lo colocó bajo un farol de vidrio. La joven curada milagrosamente escribe que desde entonces ella ha obtenido numerosas gracias, especialmente la curación de bebitos a punto de morir.
La Señora Ercilia Magurno, mujer de mucha fe, había velado durante meses junto al lecho de su marido, sumamente grave de angina de pecho. Cierta noche invadió la habitación un penetrante perfume a flores, pero el enfermo seguía empeorando por momentos. Con dos días de intervalo, la señora envió dos telegramas al Padre Pío para implorar su intercesión, pues su marido estaba ya en coma. El 27 de febrero, el enfermo pareció dormirse con sueño profundo y sereno. A la mañana siguiente, al despertar, dijo a su mujer: Estoy curado. Me siento perfectamente. El Padre Pío acaba de dejarme. Por favor, abre los postigos y tómame la temperatura. No tenía ya ni rastros de fiebre. El Padre Pío vino acompañado por otro fraile, explicó el hombre, me examinó el corazón y me dijo: "Mañana se le habrá ido la fiebre y dentro de cuatro días podrá levantarse". Luego miró los remedios que le daban, leyó las recetas y se quedó largo rato junto a mí. Como para confirmar este milagro, una fuerte fragancia de violetas flotaba todavía en la habitación. Cinco meses después, ambos esposos se dirigían a San Giovanni, y el ex-enfermo reconocía a su salvador. El Padre Pío se le acercó, le puso la mano en el hombro y con tono amistoso le dijo: Como le ha hecho sufrir ese corazón!".

Se cuenta que una joven inválida, curada providencialmente, quiso experimentar el don milagroso del Padre Pío y volvió a visitarle simulando su enfermedad pasada. Vuelve a tu casa, le dijo el sacerdote dándole un golpecito en la espalda, vete sin perder tiempo, pues ya sabes que estás perfectamente sana y no se debe tentar a la divina misericordia.

Durante la segunda guerra mundial los norteamericanos instalaron una base aérea a algunos kilómetros de San Giovanni, cuando todavía había alemanes en la región. Llegó a la base la noticia de que allí había un depósito de municiones enemigas, y de inmediato se despachó un bombardeo con el pueblo del Gargano como objetivo. El piloto a cargo de la misión estaba preparándose para lanzar las bombas, cuando ve junto a su avión en pleno vuelo a un monje con hábito capuchino, que con ambas manos le decía: NO. El piloto, aterrado, soltó las bombas en el campo y volvió a su base. Cuando narró la historia al oficial a cargo de la base, un italiano del lugar que escuchaba le dijo que allí había un famoso cura milagrero. Juntos fueron a San Giovanni, y grande fue la sorpresa de todos cuando el piloto, viendo al Santo del Gargano, exclamó: ¡es él!.

Podríamos seguir por horas relatando historias de bilocación del Padre Pío, y los libros sobre su vida están llenos de ellas. Pero lo que cuenta aquí es el mensaje Celestial: Para Dios no hay nada imposible, nada. Nuestro pobre entendimiento juzga a las cosas de Dios con la débil perspectiva del hombre, y allí es donde nos alejamos de Dios, atándonos a las reglas y cosas del mundo, que es el reino de satán.

Parte 2

La confesión del Padre Pío.
El Padre Pío, dice uno de sus superiores, es un sacerdote que cumple asiduamente con sus deberes de estado. Se levanta a las tres y media y se prepara para la misa en su celda para no molestar a nadie, y luego va directamente a la sacristía.

Al principio, las mujeres formaban fila para confesarse desde las dos de la mañana, y a veces la policía debía dirigir a la multitud que se apiñaba junto al confesionario. Desde enero de 1950, todas las penitentes debieron conseguir un número de orden para evitar confusiones. En 1952 hubo que adoptar el mismo sistema también para los hombres.

Confesar es su principal vocación, la que le permite apaciguar su insaciable sed de almas. Desea ser considerado exclusivamente como confesor. No predica, y el Santo Oficio le ha prohibido escribir desde 1924. Empero, el Padre Pío no tiene en cuenta los límites de la resistencia física. Él examina, juzga, condena y absuelve según lo que Dios le inspira. Su confesionario es más que una cátedra, más que un tribunal, es una clínica para las almas. Acoge a los penitentes de diversas maneras, según las necesidades de cada uno y sin plan preconcebido. Abre los brazos a éste en una exuberancia de alegría, diciéndole de dónde viene aún antes de que haya abierto la boca. Y a otros los llena de reproches, los amonesta y hasta los trata con rudeza. A algunos se niega a recibirlos y les dice que vuelvan más adelante, cuando estén mejor preparados. La misma afabilidad, la misma sonrisa de bienvenida, la misma severidad se prodiga al sabio, al personaje, al paisano humilde e ignorante.

La condición social del penitente nada cuenta, sólo ve su alma, su alma al desnudo. Suele suceder que tenga más indulgencia con un gran pecador que lo conmueve por su ignorancia de las leyes divinas, que un creyente que no cumple con sus deberes religiosos, una de esas personas que se dicen católicas pero que por pereza no dedican a Dios ni una hora por semana. En donde no encuentra hipocresía sino sinceridad, se muestra bondadoso, con una benevolencia que dilata el corazón del penitente cuando le dice: "Ve en paz, Jesús te ha puesto a prueba y te bendice". Pero a veces sorprende por su brusquedad, cuando con palabras duras y cortantes denuncia el escándalo, sobre todo los chismes y mentiras de las mujeres. Se mostraba inflexible con los penitentes que consideran la murmuración como una falta leve. Con mayor severidad aún, condena el Padre Pío los pecados contra la pureza y la maternidad, y no perdona sin estar seguro de un firme y categórico propósito de enmienda. Los malhechores que van contra la generación y el matrimonio, deberán pasar varios meses de prueba antes de ser absueltos.

A menudo cierra la mirilla del confesionario en la cara de un penitente sin interrogarlo. Esto ha ocurrido hasta con personas que se confesaban periódicamente en otro lugar. ¿Por qué?. Porque posee el don divino de ver como en un relámpago lo que se le escapa a los confesores ordinarios.

El Padre Pío, a no dudarlo, sufre una verdadera agonía cuando el Señor le ordena tratar con dureza a un alma, pero lo hace así para que su penitente tome conciencia y comprenda que los Sacramentos y la Comunión no son cosa de juego. Que es algo grave lavar su alma y recibir a Cristo, a ese Cristo Jesús a quien ama el Padre Pío, mientras el pecador y la multitud lo desconocen.

A una de sus hijas espirituales que le confesó que le era insoportable la vista de sus enemigos, le contestó: "Si tú no amas como el Señor quiere que los ames, firmarás tu propia condenación. Haz el bien a tus enemigos por amor a Jesús". Así comenta el texto evangélico que dice: "Amad a vuestros enemigos, haced bien a quienes aborrecen, rogad por los que os persiguen y calumnian, y así seréis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?".

¿En qué forma confiesa?.
A menudo sabe de antemano lo que el penitente le va a decir. Si éste se olvida de mencionar un detalle cualquiera de un pasado lejano, el Padre Pío se lo recuerda. A veces hace breves preguntas que sirven para abreviar las confesiones y que resultan impresionantes prueba de su doble vista.

¿Cómo puede saber?.
El Padre conoce a cada penitente mejor de lo que él mismo se conoce, y al arrodillarse ante él, el pecador ve con más claridad sus pecados. Sin embargo, el Padre no dice todo lo que descubre. A veces se queda silencioso, a la espera. El penitente siente su conciencia removida hasta lo más hondo, y no puede mantener en secreto el pecado que ocultaba. Lo confiesa, y el confesor dice simplemente: "Eso es lo que esperaba".

Un joven complotaba matar a su mujer y simular que se trataba de un suicidio, para poder así continuar sin tropiezos una unión ilícita. A fin de apartar toda sospecha de culpabilidad, consintió en escoltar a su compañera a San Giovanni. No bien puso los pies en la Iglesia, ella se sintió atraída por una fuerza magnética hacia la sacristía, que se encuentra en el otro extremo de la Iglesia, detrás del altar mayor. El Padre Pío, desocupado en ese momento, se acercó para interrogarle. El hombre no había pronunciado una sola palabra, cuando sintió que lo tomaban del brazo y lo empujaban con violencia: Sal, sal de aquí!, le gritaba el fraile. ¡Miserable!, ¿ignoras que no tienes el derecho de manchar tus manos con la sangre de tu esposa?".

El hombre huyó como empujado por la tormenta. Durante dos días vagó sin rumbo. En la imposibilidad de recuperar la calma, volvió al monasterio, y el Padre Pío lo acogió como acogía Jesús a los grandes pecadores. Cuando el hombre hubo terminado su tremenda confesión, le dijo: "No teníais hijos y ambos deseabais uno. Vuelve a tu hogar, y vuestro deseo se cumplirá". Cuando su mujer, a quien nunca había visto el Padre Pío, vino un día a confesarse, a las primeras palabras que pronunció, oyó que el Padre le decía: "No temas nada ya, tu marido no te hará ningún mal". Después de años de esterilidad, ella dio a luz una criatura.

Un sacerdote había ido a San Giovanni para confesarse con el Padre Pío, y tuvo que cambiar tren en Bolonia. Cuando hubo terminado su confesión, el Padre le preguntó si no haba omitido nada. El sacerdote contestó con sinceridad que no recordaba nada más; entonces replicó el Padre Pío: "No lo hizo usted con malicia, pero se trata de una negligencia grave que ha ofendido al Señor. Usted llegó a Bolonia a las cinco de la mañana. Como las iglesias estaban cerradas, usted se fue al hotel para descansar un poco antes de decir misa y se quedó dormido hasta las tres de la tarde. Ya no era hora de la misa, y su negligencia ofendió a Dios".

Antes de que se pronuncie palabra alguna, el Padre Pío sabe si el que se acerca a él es sincero o no, si es un convencido o un simple curioso. Un médico entró cierta vez en la sacristía, pareció cambiar de idea y volvió a salir. ¿Quien es ése?, ya volverá, afirmó rotundamente el Padre. En efecto, el médico volvió bien pronto. Al instante le dijo el Padre: ¡Usted es un delincuente, y quiere eludir el Tribunal. Lea de una vez esa carta!. Se trataba de la recomendación de un amigo. El médico la leyó, palideció, cayó de rodillas a los pies del Padre, imploró perdón y lo obtuvo.

Nuestro capuchino lee también el pensamiento a la distancia, como lo prueba un número incalculable de hechos.
He aquí uno como muestra:
Dos hermanas habían logrado a duras penas que su padre les permitiera ir a ver al Padre Pío, pero le habían prometido formalmente no besarle el guante, ese guante besado por tantos labios, por temor al contagio. Las jóvenes lo prometieron, pero cuando vieron entrar al capuchino a la iglesia, y a la gente apiñarse en torno suyo, no pudieron resistir la tentación. Entonces él las miró sonriendo: "¿Han olvidado su promesa?".

Cuenta un conocido médico italiano que una noche de enero de 1936, estaba en la celda del Padre Pío con éste y otros dos laicos. De pronto el Capuchino se arrodilla y les pide que recen "por un alma que está a punto de compadecer ante el tribunal de Dios". Todos se arrodillaron, y luego el Padre les preguntó: ¿saben ustedes por quién han rezado? - No - fue la respuesta. Pues por el Rey de Inglaterra.

Entonces intervino el doctor: pero Padre, leí en los diarios de hoy que el Rey tiene un ligero resfrío sin ninguna novedad. El Padre Pío se contentó con responder: "Créanme". Cuando llegaron los diarios a mediodía, se vio que el Rey de Inglaterra había fallecido en el momento preciso en que el Padre Pío pidió simultáneamente a sus amigos oración.

Una joven de Benevento, cuyo marido había perdido la vista, recibió esta explicación del Padre Pío: "Su ceguera garantiza su salvación, tiene que permanecer ciego, es un castigo que Dios le envío por haber golpeado a su padre". La pobre mujer no podía creer a sus oídos. En cuanto al lisiado, empezó por negar, pero acabó por reconocer que a la edad de dieciséis años había golpeado brutalmente a su padre con una barra de hierro.

El Padre Pío era un gran trabajador del confesionario. Pero su carisma de visión de almas le daba una herramienta muy especial, en su tarea de convertir a muchos de sus visitantes. Durante décadas las personas peregrinaron de a miles a San Giovanni, buscando la sanación de los pecados a través de un instrumento como el Santo del Gargano. Qué bueno sería encontrar en estos tiempos muchos fieles deseosos de lavar sus almas con el agua de la misericordia, como aquellos que acudían a ver a Pío. Qué bueno sería también encontrar sacerdotes dispuestos a sacrificarse en el confesionario, como lo hacía el Padre Pío.

La Misa del Padre Pío.Desde que el Padre Pió hace la señal de la Cruz al pie del altar de San Francisco, su rostro se transfigura. Ya no es sólo el sacerdote que celebra el Santo Sacrificio, es también el hombre de Dios, el elegido para dar testimonio de su existencia, elegido para colaborar con Dios en el martirio de las cinco llagas, el oficiante que es crucificado con Él y que muere místicamente con Él en cada una de las misas.

Cristo habita en el Padre Pío y el Padre Pío hace suya la encarnación de Cristo. Si el Padre Pío no estuviese modelado en Cristo, ¿cómo explicar los sufrimientos que se reflejan en su rostro, las contracciones de su cuerpo, sus esfuerzos para levantarse después de sus genuflexiones, como si el peso de la cruz lo abrumara?. ¿Y qué decir de sus estados de éxtasis prolongados, que lo transportan lejos de este mundo caótico?. Se lo ve inclinar la cabeza, sonreír con esa sonrisa luminosa con que acepta los pedidos de sus fieles, y de pronto estalla, y sus lágrimas caen abundantes. Los testigos siguen mudos e inmóviles esta misa cuya celebración dura dos horas. ¿Dos horas?. ¡No!, parecen dos minutos!. Los fieles de ayer, los de todos los momentos y aún los que nunca fueron creyentes, todos de rodillas, parecen clavados al suelo, fijos sus ojos en esas manos diáfanas. Extática persuasión que transforma a los incrédulos, a los masones, a los protestantes, a los ateos, en fervientes católicos. Por pedido de Pío XII, después de la liberación de Roma, miles de soldados americanos recibieron autorización para asistir a la misa del Padre Pío, lo que tuvo como resultado la conversión de muchos muchachos protestantes.

El momento de la Consagración siempre es el punto cúlmine de la Misa de Pío. Eleva la Hostia, el Cuerpo de Cristo, y se queda inmóvil por largos minutos, interminables. Sus oraciones llegan al Cielo, mientras admira a Nuestro Señor Presente en la Eucaristía. Cuando se le pregunta porque toma tanto tiempo en la Consagración, él se limita a responder: ¿acaso existe un tiempo para rezarle al Señor?. Pío es el testimonio de la importancia de la Eucaristía como centro de nuestras vidas. Cristo Vivo se hace presente en todos los altares, alrededor del mundo, todas las horas de todos los días del año. Ese es el misterio del Sacrificio Perpetuo. Y es el Padre Pío quien mejor nos muestra cómo un alma consagrada debe vivir la entrega de Nuestro Señor. Todos los sacerdotes del mundo debieran tomar su ejemplo de piedad frente a la Celebración de la entrega que Dios hace por nuestra salvación. Este profundo misterio parece ser olvidado por el mundo actual, que tiende a cometer el enorme error de considerar la Misa como una recordación, y no como lo que realmente es: ¡Cristo vivo presente en los Altares!

La Presencia Celestial en la vida de Pío.
El Padre Pío vivió rodeado del Cielo desde temprana edad. El contacto con Jesús, María, los ángeles custodios, santos y almas del purgatorio, era habitual para él. Pero raramente daba testimonio, debido a su humildad. Sin embargo, era imposible ocultar sus contactos. En cierta oportunidad se escucharon aplausos y gritos en la iglesia, sin que nadie fuera visible. Ante la pregunta a Pío, él dijo: he estado orando por muchos soldados muertos en la guerra, y un grupo de ellos ha venido a agradecer mi oración, ya que iban camino del purgatorio hacia el Cielo.

A un niño enfermo, Pío se le presentó en bilocación y le anunció la futura visita de la Virgen. Cuando el niño hubo recibido la Presencia de la Madre del Cielo, Pío se volvió a presentar y le dijo: es hermosa, ¿no?. Yo la he visto muchas veces pero aún no dejo de admirarme de su belleza. Tú la recordarás por el resto de tu vida.

Daba especial importancia a los ángeles custodios. Nuestros ángeles nos siguen durante toda la vida, y aún después, y sin embargo no los consideramos. Debemos orarles, pedirles ayuda, reconocer su presencia como siervos de Dios, puestos allí para nuestra asistencia. La oración de los ángeles custodios debe ser dicha diariamente, así como deben ser invocados para nuestro consuelo y ayuda. Pío tuvo muchas oportunidades para manifestar la presencia de los ángeles a sus circunstanciales visitantes.

Por supuesto que la Presencia de Cristo en la vida de Pío era resaltable, su oración era un diálogo permanente con el Señor, y su testimonio de imitación se manifestaba a través de sus Estigmas.

No puede entenderse al Padre Pío en su acabada magnitud espiritual, sin aceptar abiertamente lo sobrenatural en nuestro mundo. La Presencia Celestial se manifiesta en el mundo de diversas formas, y el Santo del Gargano era como una puerta abierta al Cielo, para dar testimonio de esperanza a quienes tenemos débil nuestra fe.

El perfume a santidad del Padre Pío.
El olor de santidad, no solo en sentido figurado, es cosa familiar en los Siervos de Dios. Es inútil decir que los incrédulos se ríen a carcajadas de él, como también de sus estigmas. Pero también contra eso tropieza la ciencia. Ningún desinfectante, ni la tintura de yodo, ni el fenol, pueden engendrar ese olor agradable, muy peculiar, que emana de la sangre de las llagas del Padre Pío, como lo han confirmado los diversos estudios médicos que se le realizaron. Además estos han observado que la sangre no se corrompe, como ocurriría normalmente, de no tratarse de un fenómeno sobrenatural.

El olor es fugaz. Los visitantes a la celda de Pío sugieren que cuando un individuo lo percibe es señal de que Dios derrama sobre él una gracia por intercesión del Padre Pío. Perfumes de violetas, lirios, rosas, incienso y tabaco fresco, a veces de gran persistencia, como lo atestigua el Dr. Festa ( fallecido en 1940 ). Éste ha escrito: "Cuando examiné por primera vez el costado del Padre Pío, guardé un trocito de género manchado de sangre, pensando examinarlo en el microscopio. Como carezco de olfato, no observé nada extraño. Pero un personaje de importancia y otros señores que volvían conmigo de San Giovanni a Roma, y que nada sabían del género guardado en mi caja de instrumentos, percibieron - pese al viento que entraba por la ventanilla del auto - un olor muy marcado, igual al que según ellos emanaba del Padre Pío. En Roma, durante largo tiempo, ese género fue conservado en un armario de mi consultorio, y a tal punto llenaba de efluvios la habitación que muchos de mis pacientes me preguntaban espontáneamente de dónde venia ese perfume".

Don Carlos Predriale, escribano genovés esperaba en la sacristía la llegada del Padre Pío, acompañado de su hijito de tres años. No bien entró aquel, el niño tiró de la manga a su padre, preguntando: "¿Papá, qué es lo que tiene tan rico olor?".

Una noche de verano, en el quinto piso de un edificio situado en el centro de Génova, un grupo de señoras hablaban del Padre Pío. De pronto dos de ellas sintieron un efluvio con un característico perfume a violetas, mientras las otras no sintieron nada. Pero un poco más tarde, una tercera señora -un ser de excepción, por otra parte- entrando en la sala tuvo la impresión de entrar en un campo de violetas. Esto no quiere decir que haya que estar en estado de gracia para percibir "el olor de santidad". Por el contrario, hay incrédulos y grandes pecadores que han sido sensibles a él, como primera señal de su conversión. No es, pues, un premio al mérito ni a la fe.

La señora Vera Berlotto Bianco, de Veglio Mosso, escribió: "Siempre tengo muchísimo gusto de hablar de nuestro querido Padre Pío. El sábado pasado recibí la visita de un profesor que goza de gran renombre en Biella: deseaba que le diera unos datos sobre el Padre. Para asombro nuestro, nos inundó de pronto una deliciosa fragancia que persistió desde las nueve hasta las once. ¡Qué alegría para mi marido y para mí!. El profesor se sintió tan conmovido, que decidió ir a San Giovanni. ¡Dichoso de él!".

Otro testimonio de julio de 1949. "Discúlpeme que vuelva a insistir sobre las gracias que ha realizado para mí el Padre Pío. El 11 de febrero mi madre estaba grave. Yo oí una voz - la del Padre Pío - que me urgía a que fuese a verla, porque se moría. Partí sin demora, y después de un viaje de 50 km. llegué justo a tiempo para recoger su último suspiro". "La segunda gracia la obtuve el Jueves Santo. De pronto me inundó un fuerte olor a incienso, luego a rosas, y comprendí que el Padre se me había manifestado en esa forma". "Finalmente, la tercera gracia, la más importante para mí, la recibí el 27 de julio. Esa mañana fui despertado por un violento aroma de violetas, cuya intención comprendí cuando el cartero me trajo una carta de un hermano al que no veía desde treinta y dos años atrás, y al que creía muerto".

Es habitual el caso de perfumes celestiales, rosas, incienso, violetas, en eventos de Presencia Celestial. En muchas apariciones de María se produce este fenómeno, yo da un testimonio de fe y conversión poderoso. Sólo aquellos que lo vivieron saben lo majestuoso que es sentir que el Cielo todo se manifiesta detrás de un hecho tan simple como percibir con los sentidos, algo que físicamente no está allí. Además, es habitual que el Cielo deje testigos que no sienten los perfumes, como forma de corroborar que se trata de un hecho místico o. No son más que señales de Presencia, regalos. La cuestión es qué hacemos con ellos, una vez recibidos. ¿Podemos seguir viviendo como antes?. ¿Nos lo permite nuestra conciencia?.

La reacción de la Iglesia a la existencia del Padre Pío.
Podemos decir sin dudarlo que el santo del Gargano sufrió la incomprensión de muchos sacerdotes durante buena parte de su vida. De hecho tuvo prohibición de escribir desde 1924 hasta su muerte. También estuvo confinado en su celda durante casi una década, sin poder celebrar misa, confesar, tener contacto con el mundo exterior. Muchísimos investigadores de la iglesia fueron enviados desde el vaticano a San Giovanni, con la aparente intención de demostrar que lo que allí ocurría no era cierto ni posible. Sin embargo, Pío siempre amó a la iglesia, cuerpo Místico de Jesús. Con absoluta obediencia y entrega, cumplió todo lo que se le pidió, con la asistencia de Jesús y María. Finalmente, durante la década de 1930 fueron liberándose las limitaciones, y volvió a su vida monacal más abierta. Con el paso de los años, hubo varios intentos de reunirlo con el Santo Padre, que nunca llegaron a realizarse.

Sin embargo fue el pueblo quien dio la nota, más allá del intento oficial de ocultar o acallar sus estigmas y manifestaciones: la gente.

El pueblo siempre creyó, y se volcó de a miles, durante décadas, a visitarlo. Y cuando más se lo limitaba desde la iglesia, más fuerte era el grito pacífico de resistencia. Todo indicó que no podía silenciarse el llamado de Dios a San Giovanni Rotondo. Y es el haber pasado por estas pruebas lo que da más validez y crédito a su santidad.

El Padre Pío fue beatificado, pero ahora estamos frente al hecho tan deseado, reclamado por décadas por cientos de miles de personas alrededor del mundo.

En diciembre de 2001 el Vaticano emitió el decreto de reconocimiento de milagros y virtudes heróicas que allanan el camino para la canonización del Padre Pío. Las puertas están abiertas para que recibamos a San Pío, para nosotros el Padre Pío.

Él ya es santo, vaya si lo es. El Cielo entero canta alabanzas a esta joya tan especial del alhajero de Jesús y María: el Santo del Gargano está más que nunca indicándonos el camino de la gloria eterna, el camino de llegada a la Patria Celestial. El mensaje del Padre Pío.

A diferencia de otros casos de hechos místicos, Pío no fue instrumento de mensajes específicos sobre el futuro de la humanidad, pese a que existen mensajes falsos atribuidos a él. El mismo Padre Pío fue el mensaje, su vida, su actitud, su deseo de santidad. Sin embargo, es posible recoger escritos previos a la prohibición que le estableció la iglesia en 1924, y referencias sobre su mensaje espiritual, revelados por quienes lo escucharon.

Tomemos estos verdaderos principios de vida como una balsa de salvación para nuestras almas.

Dijo el Padre Pío: A Dios se le busca en los libros, se le encuentra en la meditación.

La vida del cristiano no es más que un perpetuo esfuerzo contra sí mismo. El alma no florece sino merced al dolor.

A alguien que temía haberse equivocado, el Padre le dijo: "Mientras tema, usted pecará". La persona replicó: Tal vez, Padre, pero se sufre tanto!". Dijo Pío: "Es indudable que se sufre, pero es menester distinguir entre el temor de Dios y el miedo de Judas. El demasiado miedo nos hace obrar sin amor, mientras que la demasiada confianza nos impide observar con inteligente atención aquel peligro que debemos vencer. Ambos deben ayudarse uno a otro como dos hermanos".

Si logras vencer la tentación, es como si lavaras tu ropa sucia.

Quien no medita, decía cierta vez, me recuerda al hombre que no hecha una mirada al espejo antes de salir, y poco cuidadoso de su aspecto, aparece en público desaliñado sin darse cuenta.

La persona que medita y vuelve su espíritu a Dios, que es el espejo de su alma, despista a sus faltas, las corrige lo mejor que puede y pone en orden su conciencia.
Alguien preguntó un día al Padre: "¿Cómo podemos distinguir la tentación del pecado?". Sonrió el Padre, y contestó con otra pregunta: "¿Cómo distinguir a un asno de un ser razonable?. En que el asno se deja guiar, mientras que el ser razonable tiene las riendas". Él se refería al control de la voluntad, ya que el pecado se materializa cuando el mal toma control de nuestros actos o pensamientos. La tentación es obra de satán, y siempre existirá como amenaza en nuestro interior, tratando de apoderarse de nuestra voluntad.

Por nuestra calma y nuestra perseverancia, no sólo nos encontramos a nosotros mismos, sino también a nuestras almas y al mismo Dios.

Un hombre pidió al Padre Pío que curase a su madre. Le mostró su retrato y le dijo: "Padre, si yo lo merezco, bendígala". "Ma che mérito. En este mundo, ninguno de nosotros merecemos nada. Es el Señor, en su infinita bondad quien es tan amable como para colmarnos de sus dones, porque todo lo perdona".

El Padre Pío detesta la máxima: "Cada uno para sí mismo, Dios para todos". La encuentra egoísta, demasiado de este mundo que sólo piensa en sí mismo. Él propone esta otra de su cosecha: "Dios para todos, pero nadie para sí mismo".

Un día, reporteado sobre la penitencia y la mortificación, el Padre se expresó en estos términos: "Nuestro cuerpo es como un asno al que hay que azotar, pero no demasiado, porque si cae, ¿quien nos llevará a cuestas?".

El demonio no tiene más que una puerta para entrar en nuestra alma: la voluntad. No existen entradas secretas. Ningún pecado es pecado sin nuestro consentimiento. Cuando falta la participación del libre albedrío, no hay pecado sino debilidad humana.

Alguien se lamentaba diciendo que lo torturaba el recuerdo de sus faltas. "Eso es orgullo, le interrumpió el Padre. Es el demonio el que le inspira ese sentimiento, no es una verdadera tristeza". "Pero, ¿cómo podré discernir entre lo que viene del corazón, lo que es inspirado por Nuestro Señor y lo que, por el contrario, proviene del diablo?". "Por este signo inconfundible: el espíritu del demonio excita, exaspera, nos inyecta una especie de angustia, cuando la caridad nos lleva en primer lugar a buscar el bien de nuestra alma. Luego, si ciertos pensamientos lo agitan, tengan por cierto que vienen del diablo".

A una persona que tenía vocación de curar almas y le preguntaba cómo debía proceder con los que son sordos a los llamados de la caridad, el Padre contestó: "Procura atraerlos por el amor y la caridad, dando sin esperar algo a cambio. Y si con esto fracasas, entonces repréndelos. Cristo hizo el Cielo, pero también el infierno". En algunas ocasiones el Padre Pío dice a sus hijos espirituales: "Pan y azotes ayudan muchas veces a criar espléndidos muchachos".

Un joven le confesó que temía amarlo más que a Dios. A lo que el Padre replicó: "Usted debe amar a Dios con un amor infinito a través de mí. Usted me quiere porque lo dirijo hacia Dios que es el Ser Supremo. Yo no soy más que un medio. Si lo guiara hacia el mal, dejaría de amarme".

Un día una penitente le confió que le parecía imposible vivir lejos de San Giovanni, tanta era la felicidad que sentía en su presencia. El Padre le hizo la siguiente observación: "Para los hijos de Dios no existe la distancia, hija". Como la joven no parecía convencida, sacó su reloj: "Dígame, ¿que ve en el centro?. El eje, Padre. Exacto. El eje, como Dios, está inamovible, y las agujas corren ligadas al centro, y las agujas miden el tiempo. En resumidas cuentas, el espacio que separa los números del centro, carece de importancia: Dios es el centro, los números son las almas, pero hay también un Padre Pío que sirve de puente".

La prudencia tiene ojos. El amor piernas. El amor, que tiene piernas, querría correr hacia Dios, pero su impulso es ciego, y uno tropezaría, de no estar dirigido por los ojos de la prudencia.

Una mujer joven y bella, viuda de un miembro del Parlamento que murió en la flor de la edad, estaba abrumada por la pena. Quería retirarse del mundo y fundar una Orden religiosa. Consultó al Padre Pío: "Señora, antes de santificar a los demás, piense en santificarse usted misma".

A un masón convertido, el Padre le dijo: "Todos los sentimientos, cualquiera sea su fuente, tienen algo de bueno y algo de malo. A usted corresponde asimilar sólo lo bueno y ofrecérselo a Dios".

Como una señora admitiera que tenía cierta inclinación a la vanidad, el Padre comentó: "¿Ha observado usted un campo de trigo maduro?. Unas espigas se mantienen erguidas, mientras otras se inclinan hacia la tierra. Pongamos a prueba a los más altivos, descubriremos que están vacíos, en tanto los que se inclinan, los humildes, están cargados de granos".

Una señora le preguntó qué oración era más apreciada por Dios. Él contestó: "Toda oración es buena cuando es sincera y continua".

Es tal el orgullo del hombre, dice el Padre, que cuando es feliz y poderoso se cree igual a Dios. Pero en la desgracia, librado a sus solas fuerzas, se acuerda del Ser Supremo. Dios enriquece al hombre que ha hecho el vacío en sí mismo.

En la vida espiritual siempre hay que ir adelante, jamás retroceder. De otro modo, le ocurre a uno lo que al barco que ha perdido el timón: es rechazado por los vientos.

No es faltar a la paciencia el implorar a Jesús el fin de nuestros sufrimientos, cuando exceden nuestras fuerzas. Siempre nos quedará el mérito de haber ofrecido nuestros dolores.

La mentira es el engendro de Satanás.

La manía de los ¿Por qué?, ha sido calamitosa para el mundo.

La humildad es verdad. La verdad es humildad.

Una buena acción, cualquiera sea su causa, tiene por madre a la Divina Providencia.La oración es la llave que abre el corazón.

No lo olvidéis: el eje de la perfección es el amor. Quien está centrado en el amor, vive en Dios. Porque Dios es Amor, como lo dice el Apóstol.

En marzo de 1923, una penitente preguntaba al Padre qué debía hacer para santificarse. "Desate sus lazos con el mundo". Una amiga, sabiendo que ella llevaba una vida muy retirada, hizo un gesto de sorpresa. El santo se volvió hacia ella y le dijo, con bastante sequedad: "Señora, uno puede ahogarse en alta mar, y también puede sofocarse hasta el ahogo con un simple vaso de agua. ¿Dónde está la diferencia?. ¿Acaso no es la muerte, en cualquiera de esas formas?".

Recuerde, dijo el padre a uno de sus hijos espirituales, que la madre empieza a hacer caminar al niño sosteniéndolo. Pero luego, éste debe caminar sólo. También usted debe aprender a razonar sin ayuda.

A una señora excesivamente servicial, que se quejaba de no poder hacer nada por él: "El general es el único en saber cómo y cuándo ha de emplear al soldado. Espere su turno, señora".

Pecar contra la caridad es como destrozar la pupila de Dios. ¿Qué hay más delicado que la pupila del ojo?. El pecado contra la caridad equivale a un crimen contra natura.

El amor y el temor deben estar unidos: el temor sin amor se vuelve cobardía. El amor sin temor, se transforma en presunción. Entonces uno pierde el rumbo.

Sin obediencia no hay virtud. Sin virtud no hay bien. Sin bien no hay amor. Sin amor no hay Dios. Y sin Dios no hay Paraíso.

En una estampa representando la Cruz, el Padre escribió estas palabras: "El madero no os aplastará. Si alguna vez vaciláis bajo su peso, su poder os volverá a enderezar". Para Andrés Lo Guercio, que viniera de América a visitarlo, escribió en una imagen del Sagrado Corazón: La humildad y la pureza son las alas que nos llevan hacia Dios y casi nos divinizan. No se olviden que un malhechor que se sonroja de sus actos está más cerca de Dios que un hombre de bien que se sonroja de tener que trabajar.

Al señor Natal Selvatici, de Bolonia: No olvide que el hombre tiene un espíritu, que tiene un cerebro para razonar y un corazón para sentir, que tiene un alma. El corazón puede estar regido por la cabeza, pero el alma no. Por lo tanto, debe existir un Ser Supremo que la dirija.

A un penitente que había vivido en el vicio, y que le preguntaba si, cambiando de vida, alcanzaría el perdón y moriría en la fe, le contestó: Las puertas del Paraíso están abiertas a toda criatura. Acuérdate de María Magdalena.

El tiempo que se pierde en ganar almas a Dios, no es tiempo tontamente perdido.

Guardad en lo más hondo del espíritu las palabras de Nuestro Señor: "A fuerza de paciencia, poseeréis vuestra alma".

Jesús os guía hacia el Cielo por campos o por desiertos. ¿Qué importancia tiene?. Acomodaos a las pruebas que Él quiera enviaros, como si debieran ser vuestras compañeras para toda la vida. Cuando menos lo esperéis, quizás queden resueltas.

Los grandes corazones ignoran los agravios mezquinos.

El anhelo de la paz eterna es legítimo y santo, pero debe ser moderado para una total resignación a los designios del Altísimo: más vale cumplir la Voluntad Divina en este mundo que gozar en el Paraíso. Sufrir y no morir, era el leit-motivde Santa Teresa. El Purgatorio es un lugar de delicias, cuando se lo soporta por voluntaria elección de amor.

El demonio es como un perro encadenado: si uno se mantiene a distancia de él, no será mordido.

Las tentaciones, el bullicio, las preocupaciones, son las armas de nuestro enemigo. No lo olvidéis: si hace tanto ruido, es señal de que está afuera y no dentro. Lo que debiera espantarnos sería que reinase la paz y la armonía entre nuestra alma y el demonio. Las tentaciones emanan de lo innoble y de las tinieblas. Los sufrimientos, del seno de Dios: Las madres vienen de Babilonia, las hijas de Jerusalén. Despreciad las tentaciones, recibid las vicisitudes con los brazos abiertos.

Gólgota: Una cima cuya ascensión nos reserva una visión beatifica de nuestro amado salvador.

Si Jesús se manifiesta a vosotros, dadle gracias. Si se os oculta, dadle gracias. Todo esto es un juego de amor para atraernos dulcemente hacia el Padre. Perseverad hasta la muerte, hasta la muerte con Cristo en la Cruz.

El don sagrado de la oración está a la derecha del Verbo, nuestro Salvador, en la medida en que vaciéis vuestro Yo de sí mismo, es decir, del apego a los sentidos y a vuestra propia voluntad. Echando raíces en la santa humildad, el Señor hablará a vuestro corazón.

Practicad con perseverancia la meditación a pequeños pasos, hasta que tengáis piernas fuertes, o más bien alas. Tal como el huevo puesto en la colmena se transforma (a su debido tiempo) en una abeja, industriosa obrera de la miel.

El corazón de nuestro Divino Maestro no conoce más que la ley del amor, la dulzura y la humildad. Poned vuestra confianza en la divina bondad de Dios, y estad seguros de que la tierra y el cielo fallarán antes que la protección de vuestro Salvador. Caminad sencillamente por la senda del Señor, no os torturéis el espíritu. Debéis detestar vuestros pecados, pero con una serena seguridad, no con una punzante inquietud. Permaneced como la Virgen, al pie de la Cruz, y seréis consolados. Ni siquiera allí María se sentía abandonada. Por el contrario, su Hijo la amó aún más por sus sufrimientos.Por los golpes reiterados de su martillo, el Artista divino talla las piedras que servirán para construir el Edificio Eterno. Puede decirse con toda justicia que cada alma destinada a la gloria eterna es una de esas piedras indispensables. Esos golpes de cincel son las sombras, los miedos, las tentaciones, las penas, los temores espirituales y también las enfermedades corporales. Dad pues, gracias al Padre celestial por todo lo que impone a vuestra alma. Abandonaos a Él totalmente. Os trata como trató a Jesús en el Calvario.

El Padre Pío es nuestro sendero claro y bien señalizado hacia el amor del Padre Eterno, a través de Jesús y María. Tenemos que tenerlo presente, conocerlo, familiarizarnos con él. Quien sienta un profundo amor por el Santo del Gargano, y llegue a sentir como él sintió, habrá encontrado la forma de vivir esta vida con la alegría y entrega necesarias como para esperar la vida eterna con paz verdadera.

El perder el temor a la muerte, el desapegarse de las cosas de este mundo, es la primer gran puerta al crecimiento espiritual y a la conversión de nuestra alma. Él es un salvavidas tendido a nuestras manos, para que podamos aferrarnos y enfrentar con confianza el oleaje que el demonio nos propone a lo largo de una vida rodeada de miserias, egoísmo, vanidad, cobardía, envidia, odio, tristeza, arrogancia y falta de esperanza y fe.

¡Busquemos a Dios donde Él se encuentra, Pío es una fuente que no podemos desperdiciar!
 
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