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Nuestra Señora de los Dolores |
Memoria
Memoria de Nuestra Señora de los Dolores, que de pie
junto a la cruz de Jesús, su Hijo, estuvo íntima
y fielmente asociada a su pasión salvadora. Fue la nueva
Eva, que por su admirable obediencia contribuyó a la vida,
al contrario de lo que hizo la primera mujer, que
por su desobediencia trajo la muerte.
Los Evangelios muestran a la
Virgen Santísima presente, con inmenso amor y dolor de Madre,
junto a la cruz en el momento de la muerte
redentora de su Hijo, uniéndose a sus padecimientos y mereciendo
por ello el título de Corredentora.
La representación pictórica e iconográfica
de la Virgen Dolorosa mueve el corazón de los creyentes
a justipreciar el valor de la redención y a descubrir
mejor la malicia del pecado.
Bajo el título de la Virgen
de la Soledad o de los Dolores se venera a
María en muchos lugares.
Un
poco de historia
Bajo el título de la Virgen de
la Soledad o de los Dolores se venera a María
en muchos lugares. La fiesta de nuestra Señora de los
Dolores se celebra el 15 de septiembre y recordamos en
ella los sufrimientos por los que pasó María a lo
largo de su vida, por haber aceptado ser la Madre
del Salvador. Este día se acompaña a María en su
experiencia de un muy profundo dolor, el dolor de una
madre que ve a su amado Hijo incomprendido, acusado, abandonado
por los temerosos apóstoles, flagelado por los soldados romanos, coronado
con espinas, escupido, abofeteado, caminando descalzo debajo de un madero
astilloso y muy pesado hacia el monte Calvario, donde finalmente
presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado
de pies y manos.
María saca su fortaleza de la
oración y de la confianza en que la Voluntad de
Dios es lo mejor para nosotros, aunque nosotros no la
comprendamos.
Es Ella quien, con su compañía, su fortaleza y
su fe, nos da fuerza en los momentos de dolor,
en los sufrimientos diarios. Pidámosle la gracia de sufrir unidos
a Jesucristo, en nuestro corazón, para así unir los sacrificios
de nuestra vida a los de Ella y comprender que,
en el dolor, somos más parecidos a Cristo y somos
capaces de amarlo con mayor intensidad.
¿Que nos enseña la
Virgen de los Dolores?
La imagen de la Virgen Dolorosa
nos enseña a tener fortaleza ante los sufrimientos de la
vida. Encontremos en Ella una compañía y una fuerza para
dar sentido a los propios sufri-mientos.
Cuida tu fe:
Algunos
te dirán que Dios no es bueno porque permite el
dolor y el sufrimiento en las personas. El sufrimiento humano
es parte de la naturaleza del hombre, es algo inevitable
en la vida, y Jesús nos ha enseñado, con su
propio sufrimiento, que el dolor tiene valor de salvación. Lo
importante es el sentido que nosotros le demos.
Debemos ser
fuertes ante el dolor y ofrecerlo a Dios por la
salvación de las almas. De este modo podremos convertir el
sufrimiento en sacrificio (sacrum-facere = hacer algo sagrado). Esto nos
ayudará a amar más a Dios y, además, llevaremos a
muchas almas al Cielo, uniendo nuestro sacrificio al de Cristo.
Oración:
María, tú que has pasado por un dolor tan
grande y un sufrimiento tan profundo, ayúdanos a seguir tu
ejemplo ante las dificultades de nuestra propia vida.
Los
siete dolores de la Santísima Virgen que han suscitado mayor devoción
son: la profecía de Simeón, la huida a Egipto, los tres días que
Jesús estuvo perdido, el encuentro con Jesús llevando la Cruz, su
Muerte en el Calvario, el Descendimiento, la colocación en el sepulcro.
Simeón
había anunciado previamente a la Madre la oposición que iba a suscitar
su Hijo, el Redentor. Cuando ella, a los cuarenta días de nacido
ofreció a su Hijo a Dios en el Templo, dijo Simeón: "Este niño
debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente de
Israel. Será puesto como una señal que muchos rechazarán y a ti misma
una espada te atravesará el alma" (Lc 2,34).
El
dolor de María en el Calvario fue más agudo que ningún otro en el
mundo, pues no ha habido madre que haya tenido un corazón an tierno
como el de la Madre de Dios. Cómo no ha habido amor igual al suyo. Ella
lo sufrió todo por nosotros para que disfrutemos de la gracia de la
Redención. Sufrió voluntariamente para demostrarnos su amor, pues el
amor se prueba con el sacrificio.
No
por ser la Madre de Dios pudo María sobrellevar sus dolores sino por
ver las cosas desde el plan de Dios y no del de sí misma, o mejor
dicho, hizo suyo el plan de Dios. Nosotros debemos hacer lo mismo. La
Madre Dolorosa nos echará una mano para ayudarnos.
La
devoción a los Dolores de María es fuente de gracias sin número
porque llega a lo profundo del Corazón de Cristo. Si pensamos con
frecuencia en los falsos placeres de este mundo abrazaríamos con
paciencia los dolores y sufrimientos de la vida. Nos traspasaría el
dolor de los pecados.
La
Iglesia nos exhorta a entregarnos sin reservas al amor de María y
llevar con paciencia nuestra cruz acompañados de la Madre Dolorosa.
Ella quiere de verdad ayudarnos a llevar nuestras cruces diarias, porque
fue en le calvario que el Hijo moribundo nos confió el cuidado de su
Madre. Fue su última voluntad que amemos a su Madre como la amó Él.
La Palabra de
Dios
"Simeón
les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y
elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a
ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al
descubierto las intenciones de muchos corazones.»
Había
también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad
avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y
permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del
Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones.
Como
se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a
todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Así
que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a
Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía,
llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él. Sus
padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua.
Cuando
tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al
volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin
saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un
día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no
encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca." Lc 2, 34-45
"Cuando
le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué
nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos
buscando." Lc 2, 48
"Vosotros,
todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al
dolor que me atormenta," Lam 1, 12
Oraciones
Oración propia
de la Novena
¡Santísima
y muy afligida Madre, Virgen de los Dolores y Reina de los Mártires!
Estuviste de pie, inmóvil, bajo la Cruz, mientras moría tu Hijo.
Por
la espada de dolor que te traspasó entonces, por el incesante sufrimiento
de tu vida dolorosa y el gozo con que ahora eres recompensada de tus
pruebas y aflicción, mírame con ternura Madre, ten compasión de mí que
vengo a tu presencia para venerar tus dolores. Deposito mi petición con
infantil confianza en el santuario de tu Corazón herido.
Te
suplico que presentes a Jesucristo, en unión con los méritos infinitos
de su Pasión y Muerte, lo que sufriste junto a la Cruz, y por vuestros
méritos me sea concedida esta petición (Mencione el favor que desea).
¿A
quién acudiré yo en mis necesidades y sufrimientos sino a ti, Madre de
misericordia? Tan hondo bebiste del cáliz de tu Hijo que puedes
compadecerte de los sufrimientos de quienes están todavía en este valle
de lágrimas.
Ofrece
a nuestro divino Salvador lo que Él sufrió en la Cruz para que su
recuerdo le mueva a compadecerse de mí, pecador. Refugio de pecadores y
esperanza de la humanidad, acepta mi petición y escúchala
favorablemente, si es conforme a la voluntad de Dios.
Señor
Jesucristo, te ofrezco los méritos de María, Madre tuya y nuestra, que
ganó bajo la Cruz. Por su amable intercesión pueda yo obtener los
deliciosos frutos de tu Pasión y Muerte.
Ofrecimiento
María,
Virgen Santísima y Reina de los Mártires, acepta el sincero homenaje de
mi amor infantil. Recibe mi pobre alma dentro de tu corazón, traspasado
por tantas espadas. Tómala por compañera de tus dolores al pie de la
Cruz, donde Jesús murió para redimir al mundo.
Contigo,
Virgen de los Dolores, quiero sufrir gustosamente todas las pruebas,
sufrimientos y aflicciones que Dios se complazca en mandarme. Los ofrezco
en memoria de tus dolores. Haz que todos mis pensamientos y latidos del
corazón sean un acto de compasión y amor por ti.
Madre
amadísima ten compasión de mí, reconcíliame con Jesús, tu divino
Hijo, manténme en su gracia y asísteme en mi última agonía, para que
pueda yo encontrarte en el Cielo juntamente con el Hijo.
Himno – Stabat
Mater
Ante
el hórrido Madero
Del Calvario lastimero,
Junto al Hijo de tu amor,
¡Pobre Madre entristecida!
Traspasó tu alma abatida
Una espada de dolor.
¡Cuan
penoso, cuán doliente
Ver en tosca Cruz pendiente
Al Amado de tu ser!
Viendo a Cristo en el tormento,
Tú sentías el sufrimiento
De su amargo padecer.
¿Quien
hay que no lloraría
Contemplando la agonía
De María ante la Pasión?
¿Habrá un corazón humano
Que no compartiese hermano
Tan profunda transfixión?
Golpeado, escarnecido,
Vio a su Cristo tan querido
Sufrir tortura tan cruel,
Por el peso del pecado
De su pueblo desalmado
Rindió su espíritu El.
Dulce
Madre, amante fuente,
Haz mi espíritu ferviente
Y haz mi corazón igual
Al tuyo tan fervoroso
Que al buen Jesús piadoso
Rinda su amor fraternal.
Oh
Madre Santa, en mi vida
Haz renacer cada herida
De mi amado Salvador,
Contigo sentir su pena,
Sufrir su mortal condena
Y su morir redentor.
A
tu llanto unir el mío,
Llorar por mi Rey tan pío
Cada día de mi existir:
Contigo honrar su Calvario,
Hacer mi alma su santuario,
Madre, te quiero pedir.
Virgen
Bienaventurada,
De todas predestinada,
Partícipe en tu pesar
Quiero ser mi vida entera,
De Jesús la muerte austera
Quiero en mi pecho llevar.
Sus
llagas en mi imprimidas,
Con Sangre de sus heridas
Satura mi corazón
Y líbrame del suplicio,
Oh Madre en el día del juicio
No halle yo condenación.
Jesús,
que al llegar mi hora,
Sea María mi defensora,
Tu Cruz mi palma triunfal,
Y mientras mi cuerpo acabe
Mi alma tu bondad alabe
En tu reino celestial.
Amén, Aleluya.
Oración
Padre,
Tu quisiste que la madre de tu Hijo, llena de compasión, estuviese junto
a la Cruz donde Él fue glorificado. Concede a tu Iglesia, que comparte la
Pasión de Cristo, participar de su Resurrección. Te lo pedimos por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad
del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Indice: I. El dolor de la Virgen en la infancia y en la pasión de su Hijo II. Situación actual en la doctrina y en la liturgia: 1. La doctrina 2. La liturgia: a) 15 de septiembre: Virgen de los Dolores, memoria b) Triduo pascual, c) Ejercicios piadosos, d) Religiosidad popular. III. Nota histórica. IV. Conclusión.
I. El dolor de la Virgen en la infancia y en la pasión de su Hijo:El
misterio de la participación de la Virgen madre dolorosa en la pasión y
muerte de su Hijo es probablemente el acontecimiento evangélico que ha
encontrado un eco más amplio y más intenso en la religiosidad popular,
en determinados ejercicios de piedad (Vía crucis, Vía Matris...) Y, en
proporción con los demás misterios, también en la liturgia cristiana de
oriente y de occidente. Es curioso cómo estas tres dimensiones de la
piedad están idealmente unidas en la liturgia de rito romano en el Stábat Mater,
atribuido a Jacopone de Todi, secuencia nacida en un contexto de
intensa religiosidad popular, utilizada de varias maneras en los
ejercicios piadosos y, aunque de forma facultativa, presente en la
liturgia de las horas y en la liturgia de la palabra de la misa del 15
de septiembre de la Virgen de los Dolores. Esta singularidad revela que
las tres áreas de piedad que hemos señalado, dejando aparte ciertas
intemperancias ocasionales, reflejan agudamente lo esencial del misterio
evangélico.
Pero
el dolor de la Virgen, aunque encuentra en el misterio de la cruz su
primera y última significación, fue captado por la piedad mariana
también en otros acontecimientos de la vida de su Hijo en los que la
madre participó personalmente. En general, se suele considerar el dolor
de la Virgen en la infancia de Jesús y no sólo en su pasión. La
meditación cristiana captó y en cierto modo fue codificando
progresivamente a lo largo de los siglos siente sucesos dolorosos, siete
episodios bíblicos en los que está atestiguada expresamente o intuida
por la tradición la participación de María. Se recuerda la subida al
templo de José y de María para presentar allí a Jesús a los cuarenta
días de su nacimiento, con la relativa profecía del anciano Simeón: “Una
espada atravesará tu alma” (Lc. 2, 34-35). Espada que es, “según
parece, la progresiva revelación que Dios le hace de la suerte de su
Hijo”; espada que penetrando en María le hará sufrir; espada que
penetrando en María le hará sufrir; espada símbolo del camino doloroso
de la Virgen, que en la tradición posterior será asumida como signo
plástico de los dolores sufridos por la madre del redentor y
representada luego en número de siete puñales clavados en el corazón de
la Virgen. El camino de fe de la Virgen se vio muy pronto marcado por un
nuevo suceso doloroso: la huida a Egipto con Jesús y José (Mt. 2,
13-14). Y una vez más, durante la infancia de Jesús, el suceso de la
pérdida en Jerusalén y la búsqueda ansiosa y dolorida de María y de José
(Lc 2, 43ss), que se concluirá con el hallazgo del Hijo en el templo,
nuevo motivo de meditación y de interpretación sobre la voluntad de Dios
en el corazón de la madre. La contemplación de la tradición ha querido
descubrir en la subida de Jesús con la cruz al Calvario la experiencia
síntesis del camino de fe de la madre, y aunque los evangelios no
mencionan nada de eso, la piedad tradicional ve también la presencia de
María en el encuentro de Cristo con las mujeres (Lc 23, 26-27). Como ya
se ha dicho, es en el acontecimiento de la crucifixión donde encontramos
el significado primero y último de la Dolorosa: “Estaban en pie junto a
la cruz de Jesús su madre, María de Cleofás, hermana de su madre, y
María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo
que él amaba, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al
discípulo: He ahí a tu madre” (Jn. 19. 25-27a). Y una vez más la
devoción de los fieles quiso prolongar la participación amorosa de la
madre en la muerte redentora del Hijo recordando, como en un díptico, la
acogida en el regazo de María de Jesús bajado de la cruza (Mc 15, 42),
acontecimiento objeto de atención particular por parte de pintores y
escultores, y la entrega al sepulcro del cuerpo exánime de su Hijo (Jn
19, 40-42a).
II. Situación actual en la doctrina y en la liturgia.1. La doctrina:La
distribución antigua y contemporánea de los aspectos del dolor de María
de Nazaret, más allá del reparto de los misterios que tuvo lugar en
otros siglos que los veneraron por separado, en la sensibilidad
teológica de nuestros días y también, al parecer, en la piedad de los
fieles, no se percibe como una división puntual de compartimientos
estancos, sino que, incluso en la especificación de los diversos
episodios, los dolores se relacionan armónicamente con el camino de un
misterio de fe que conoció el sufrimiento, en comunión total con el
hombre de dolores y abierto a la voluntad de Dios Padre. Tenemos una
síntesis autorizada de esta nueva mentalidad en el magisterio del Vat
II: “También la Virgen bienaventurada avanzó en esta peregrinación de la
fe y mantuvo fielmente su comunión con el Hijo hasta la cruz, ante la
cual resistió en pie (Jn 19,25), no sin cierto designio divino,
sufriendo profundamente con su unigénito y asociándose a su sacrificio
con ánimo maternal, consintiendo amorosamente en la inmolación de la
víctima que ella había engendrado” (LG 58). En realidad es la comunión
profunda, que en cierto modo se hace consciente, entre la madre y el
Hijo, comunión ligada no solamente a la generación, sino también a la
fe, lo que llevó a María a cooperar en la obra de Jesús hasta el
Calvario: “Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo,
presentándolo al Padre en el templo, sufriendo con su Hijo moribundo en
la cruz, cooperó de un modo muy especial a la obra del Salvador, con la
obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad para restaurar la
vida sobrenatural de las almas” (LG 61)
Debido
a esta participación amorosa y total, María se convierte “para nosotros
en madre en el orden de la gracia” (KG 61). La enseñanza conciliar ha
abandonado de hecho los problemas sutiles y las objetivaciones
ontológicas, explicitando la doctrina mariológica de las encíclicas
papales que se habían ocupado de estos temas con datos bíblicos y
existenciales. Por esta línea ha seguido la investigación, sirviéndose
especialmente de la profundización exegética que subraya como María
junto a la cruz, como hija de Sión, es figura de la iglesia madre a cuyo
seno están convocados en la unidad los hijos dispersos de Dios, con sus
relativas consecuencias, y cómo “en la pasión según Juan -de tan altos
vuelos teológicos- Jesús es el hombre de dolores, que conoce bien lo que es sufrir (Is 53,3), aquel a quien traspasaron (Jn 19,37; Zac 12,1).
Y paralelamente su madre es la mujer de dolores... Ella expresa también
el modelo de perfecta unión con Jesús hasta la cruz. Precisamente el
estar junto a la cruz, la propia y la de los demás, es una de las tareas
más arduas del amor cristiano, que exige alegrarse con los que se
alegran (Rom 12,15; Jn 2,1: bodas de Caná) y llorar con los que lloran
(Rom 12,15; Jn 19,25: la cruz de Jesús)”.
Esta
ejemplaridad de María adquiere nuevos matices de profundización en las
reflexiones de un episcopado como el de Sudamérica: “En María se
manifiesta preclaramente que Cristo no anula la creatividad de quienes
le siguen. Ella, asociada a Cristo, desarrolla todas sus capacidades y
responsabilidades humanas, hasta llegar a ser la nueva Eva junto al
nuevo Adán. María, por su cooperación libre en la nueva alianza de
Cristo, es junto a él protagonista de la historia”. El misterio de la mater dolorosa,
leído en relación con Cristo y con la iglesia, se convierte en
experiencia vital para el cristiano no sólo respecto al conocimiento de
la historia salvífica, sino también como fuente singular de consuelo y
de esperanza para su vida cotidiana.
2. La liturgia: a) 15 de septiembre: Virgen de los Dolores, memoria. En
la exhortación apostólica Marianis cultus, Pablo VI, después de
destacar la presencia de la madre en el ciclo anual de los misterios del
Hijo y las grandes fiestas marianas, presenta de este modo la memoria
del 15 de septiembre: “Después de estas solemnidades se han de
considerar, sobre todo, las celebraciones que conmemoran acontecimientos
salvíficos, en los que la Virgen estuvo estrechamente vinculada al
Hijo, como... la memoria de la Virgen Dolorosa (15 de septiembre),
ocasión propicia para revivir un momento decisivo de la historia de la
salvación y para venerar junto con el Hijo exaltado en la cruz a la
madre que comparte su dolor”.
El día después de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la ecclesia
celebra la compasión de aquella que se mantuvo fiel junto a la cruz.
Esta memoria tiene un formulario propio (trozos bíblicos y textos
eucológicos) para la celebración eucarística y partes propias para la
liturgia de las horas. El contenido de la colecta nos puede ayudar a
captar el significado de esta celebración: el carácter cristológico de
la primer parte (la actio gratiarum) y el eclesilógico de la segunda (la petitio)
colocan inmediatamente la memoria del 15 de septiembre en un horizonte
de solidez teológica y de amplia visión conciliar. “Señor, tú has
querido que la madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la
cruz”. El comienzo de la oración alaba al Padre y le da gracias, porque
en la hora de la redención quiso que estuviera presente la madre de su
Hijo y que participara de su obra. La referencia tan clara al evangelio
de Juan (19, 25; 3,14-15; 8,28; 12,32) da a las breves frases iniciales
aquella luz de resurrección que el evangelista quiso derramar en el
relato de la pasión y muerte de Cristo: la cruz, además de ser
instrumento de dolor, es sobre todo un trono de gloria. La madre
participa de esta luz. En efecto, la liturgia del 15 de septiembre
imprime un carácter de glorificación al misterio del dolor de María
(aclamación al evangelio; antífona de la comunión; antífona al Ben.;
antífona de vísperas y lectura breve). De esta forma se sintetizan
líricamente dos grandes temas de Juan: la exaltación (3,14-15;
8,28; 12,32) y la hora de Jesús (7,30; 8,20; 12,20-28; 13,1; 16,13-14).
La presencia de María encuentra para los dos temas su lugar debido, el
lugar querido por Dios. En la colecta esta presencia se subraya por el
sustantivo mater en relación con el Filius: la hora de la
exaltación en la cruz de Cristo es el punto focal del tríptico
“Caná-Calvario-Apocalipsis 12", en donde aparece con toda claridad el
“ser madre” de la Virgen . En Caná (Jn 2,1-11) anticipó como madre la
inauguración del misterio del Hijo, invitándole a realizar el primero de
los “signos”: origen de la fe en los discípulos, a quienes hace
reunirse junto con ella y con los hermanos en torno a Cristo (Jn 2,12).
Al mismo tiempo, María hizo anticipar también con este signo,
proféticamente, aquella hora que se mostró en toda su luz cuando el Hijo
del hombre reinó desde el madero y derramó la salvación sobre toda la
humanidad. Además, aquella hora, en la que el Hijo prescindió de su
madre (Jn 2,4), la Virgen se reveló como madre de todos, como madre de
la iglesia (en este sentido hay que leer la oración sobre las ofrendas).
Y una vez más la madre está junto a Cristo en la fe, representados
simbólicamente en Juan los discípulos y los hermanos. En esta fe contra
toda esperanza experimenta profundamente la Virgen la coparticipación en
los sufrimientos del Hijo (“compatientem”, de “pati-cum”, es el término
latino de la “editio typica “ del Misal romano, traducido a
veces impropiamente con “dolorosa”; lo mismo puede decirse para la
oración después de la comunión, en donde “compassionem B. M.V.
recolentes” se ha traducido: “al recordar los dolores de la virgen
María”. No sólo como madre está íntimamente unida al dolor de Cristo,
sino que, como ya hemos observado, lo está como creyente bienaventurada
que ve vacilar los fundamentos de su fe con la pasión y la muerte. Al
mismo tiempo lucha sufriendo, esperando sólo en aquel que muere. Surge
espontáneamente el recuerdo de Simeón, que había profetizado ya en este
sentido: “Una espada atravesará tu alma” (Lc 2,35, del que encontramos
un eco en la antífona inicial de la misa en el segundo pasaje evangélico
ad líbitum, o sea Lc 2,33-35, y en la segunda liturgia de las horas sacada del Sermones
de san Bernardo), y el recuerdo de su vida de fe que la había ido
preparando para esta realidad: admirable expresión de los futuros fieles
auténticos, que aun en medio del sufrimiento esperan únicamente en
aquel que murió y resucitó. En Apocalipsis 12 parece estar clara la
referencia a Jn 19,25-27. Por lo que se refiere a la “mujer”, se sabe
que los exegetas andan divididos. Sin embargo, creemos que no está lejos
la interpretación que ve en esta “mujer” tanto a la iglesia como a
María : en efecto, “la iglesia y María son entre sí realidades
complementarias, lo mismo que son las dos complementos insustituibles
del mismo Cristo”. La madre del Hijo de Dios participa con él, en la
hora de la historia, en la generación dolorosa de todos los vivientes,
derrotando al enemigo del Hijo del hombre y participando en su
glorificación por esta victoria. En este sentido el bíblico “viventium
mater” (Gén 3,20) es el título perfecto de la nueva Eva. Madre
espiritual y carnal de Cristo cabeza, madre espiritual de todos los
miembros, de todos los hombres. Esta madre es la primera que ofrece su
colaboración personal para completar la pasión de Cristo en favor de la
iglesia, tal como se expresaba la Mystici Córporis refiriéndose a
Col 1,24. Deseo que la liturgia, en la oración después de la comunión,
sugiere que se actúe también parta la asamblea que ha celebrado la
memoria de la Dolorosa como fruto final. De esta forma la madre se
convierte para la ecclesia, que sigue luchando aún contra el
dragón, esperando la glorificación final, en signo de una esperanza
cierta y en motivo de estímulo.
La petición de la ecclesia
es esencial: participar en la pasión de Cristo con aquella que es su
madre y su imagen, anhelando ardientemente llegar como llegó ella a la
glorificación final: “Haz que la iglesia, asociándose con María a la
pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección”. Estamos en el
corazón de la liturgia del 15 de septiembre, la auténtica dimensión
cristiana y el sentido último y denso de la celebración, los mismos
motivos que aparecen en el Stábat Mater. Lo que se vislumbra al
comienzo de la colecta encuentra su petición consecuente en su segunda
parte: pasión del Hijo y de la madre (petición de conglorificación).
Estas dos peticiones piden lo esencial para la vida de la iglesia.
Respetan su ya y su todavía no. San Pablo nos ayuda a profundizar en el
sentido de estas súplicas. La comunión total con Cristo Señor nos da la
garantía de participar en su vida divina (también la antífonas de laúdes
y vísperas). El espíritu que él nos ha obtenido “da testimonio
juntamente con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si hijos,
también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo” (Rom 8,
1-17). Cristo quiso libremente señalar el camino del hombre participando
en todo y para todo de la vida humana, viviendo un período concreto de
acontecimientos, alegrías y sufrimientos, viviendo hasta el fondo la
muerte por la vida. La comunión con él, ser coherederos con su persona,
como la vivió también la virgen María, supone asumir, iluminados
conscientemente por la fe, la vida de cada día, en donde el límite
propio del hombre, el sufrimiento, es un elemento no accesorio:
“Coherederos de Cristo, si es que padecemos juntamente con él (Rom
8,17). La participación en la pasión tiene dos perspectivas: personal y
comunitaria. Es anhelo por la continua liberación de toda forma de
pecado, de mal, individual y social. El volver a tomar día tras día la
propia cruz (Lc 9,39) y aliviar com-pasivamente la cruz de cualquier
hombre que esté en nuestro Camino y la de la humanidad de que formamos
parte (Lc 10,25-37; Jn 13,34). Pero esta pasión no es fin de sí misma,
sino que es para la vida: “Si el grano de trigo que cae en la tierra no
muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto” (Jn 12,24); y es
para la vida sin fin: “Padecemos juntamente con él, para ser también
juntamente con él, para ser también juntamente glorificados” (Rom 8,17);
“si sufrimos con él, también con él reinaremos” (2 Tim 2, 11). Se trata
de la tensión escatológica hacia la vida de toda la existencia
cristiana. Se trata de la esperanza, que sostiene el ya de la iglesia,
mientras camina hacia el todavía no. Esperanza que se centra
esencialmente en la resurrección de Cristo, el primero de los vivientes
(Rom 8, 18-30)
b) Triduo pascual. Una
serena meditación y lectura de la presencia de la Virgen a lo largo del
año litúrgico ha llevado a la constatación de que en el triduo pascual
de la liturgia romana la participación de la madre en la pasión del
Hijo, a pesar de ser un elemento intrínseco del misterio que se celebra,
no ha sido explicitada de ninguna forma. Sin embargo, la tradición
litúrgica de rito bizantino y de otros ritos orientales se muestra
sensible a esta dimensión celebrativa. En la liturgia propia de la Orden
de los Siervos de María, oficialmente aprobada, se ha encontrado una
formo específica que se sitúa ritualmente después de la adoración de la
Cruz el viernes santo. La sobria secuencia ritual que señala cómo la
virgen María está indisolublemente unida a la obra de salvación
realizado por su Hijo, fiel y fuerte hasta la cruz, madre de todos los
hombres, modelo de la iglesia, está compuesta de una admonición a la que
siguen unos momentos de oración en silencio y el canto de algunas
estrofas del Stábat Mater u otro canto debidamente escogido. En
el corazón de la celebración del misterio pascual se pone de relieve
discretamente la primera participación de la humanidad en la pasión
redentora: como para la encarnación, también para la redención, en el
sentido de Col 11,24.
c) Ejercicios piadosos.1) Inspirándose probablemente en el uso de rezar el rosario, se difundió en el s. XVII la Corona de la Dolorosa, mejor llamada inicialmente de los Siete Dolores. En una de las primeras ediciones impresas, dicha Corona
se compone de elementos rituales que se mantendrán esencialmente en
vigor incluso en nuestros días: introducción; enunciación de un dolor,
un Padrenuestro-siete Avemarías “en veneración de las lágrimas que derramó la Virgen de los dolores”, finalmente una parte del Stábat Mater (más tarde se recitó completo) con una oración para terminar.
2) La Via Matris dolorosae.
Para facilitar el modo de meditar los dolores de María, de forma
análoga al Vía Crucis, este piados ejercicio recuerda a la mater
dolorosa pasando de una estación a otra, en la que se representa cada
uno de los siete dolores principales. Su origen parece remontarse al s.
XVIII y se practicó inicialmente y en particular en las iglesias de los
Siervos de María de España. Uno de los primeros testimonios escritos,
conservados hasta hoy, donde se refiere el método para celebrar la Via
Matris, se remonta a 1842. Normalmente este piadoso ejercicio se
practica los viernes de cuaresma. Desde 1937 hasta los años sesenta,
bajo la forma de novena perpetua, adquirió una importancia muy amplia en
Chicago y en las dos Américas.
3) La Desolada.
También este piadoso ejercicio se desarrolló en el s. XVIII. Nació de
la consideración, en cierto modo pietista, de que María vivió el colmo
de su dolor durante la sepultura de su Hijo; en este período ella se vio
realmente “desolada”; por eso, para “com-padecer-la” algunos estaban en
oración desde el atardecer del viernes santo hasta las dieciséis del
sábado santo, así como todos los viernes del año.
d) Religiosidad popular. La
imagen de la madre vestida de negro manto es una presencia casi
constante en las tradiciones populares que veneran a la Dolora, desde el
comienzo de la devoción hasta nuestros días. Sin embargo, no es fácil
encontrar una documentación exhaustiva que permita recoger las diversas
formas con que la religiosidad popular, entendida en el sentido más
amplio del término, ha expresado y sigue expresando su devoción a la
mater dolorosa. No cabe duda de que en occidente la devoción a la
Dolorosa, antes de encontrar su codificación litúrgica o en los oficios
“de compassione” (desde el s. XV) o en las misas (desde comienzos del s.
XV), encuentra un favor especial en las expresiones populares. La
figura de madre enlutada sigue estando esencialmente ligada a otra
imagen pedagógicamente hegemónica, a su stare recogido, inmóvil y
mudo del evangelio de Juan o al contemplar velado en lágrimas de
Stábat. Lo mismo podemos decir de las formas religiosas que se
desarrollaron después del concilio de Trento, especialmente de las
procesiones dramáticas y escenificaciones presentes sobre todo, aunque
no sólo, en el sur de la península italiana y en España. Probablemente
hoy estas formas, no siempre administradas directamente por la comunidad
cristiana, son las únicas expresiones periódicas que nos quedan de la
religiosidad popular en que directa o indirectamente se expresa la
devoción a la Dolorosa.
III. Nota histórica. Muy
recientemente todavía el editor de la Bibliografía mariana, G. Besutti,
señalaba: “La historia de la piedad cristiana con la virgen María, que
padece con su Hijo al pie de la cruz, no ha sido escrita aún por
completo de forma que comprenda no sólo al oriente, sino a todas las
regiones de occidente. Hay muchos aspectos, incluso importantes, que
están más o menos diseminados por todas partes y que, si no se han
ignorado, al menos no han sido valorados debidamente”. Y en este
contexto refiere cómo en Herford (Paderborn) se fundó en 1011 un
oratorio dedicado a “S. Mariae ad Crucem”. Esta cita revela cierto
interés, en cuanto que de alguna manera confirma las observaciones de
Wilmart: hay que poner antes del s. XII el nacimiento de esa corriente
piadosa que se inspira en la meditación compasión de María al pie de la
cruz. Sin embargo, todavía queda por precisar los tiempos y los lugares
en que maduraron las reflexiones de los primeros padres de oriente y de
occidente, las intuiciones poéticas y homiléticas, en concreto bizantina
(por ej., Romanos Melodas, , que fueron poniendo progresivamente en
relación la espada profetizada de Simeón con la compasión de la Virgen y
su participación en la pasión redentora del Hijo.
A
lo largo del s. XIII se elabora la devoción a la Dolorosa, precisándose
a comienzos del s. XIV como devoción a los Siete dolores. Pero “el
primer documento cierto sobre la aparición de la fiesta litúrgica del
dolor de María proviene de una iglesia local”; en efecto, el 22 de abril
de 1423 un decreto del concilio provincial de Colonia introducía en
aquella región la fiesta de la Dolorosa en reparación por los sacrílegos
ultrajes que los husitas habían cometido contra las imágenes del
crucificado y de la Virgen al pie de la cruz. La fiesta llevaba por
título “Commemmoratio angustiae et doloribus Betae Mariae Virginis”,
según el tenor del decreto conciliar, que decía: “... Ordenamos y
establecemos que la conmemoración de la angustia y del dolor de la
bienaventurada Virgen María se celebre todos los años el viernes después
de la domínica Jubilate (tercer domingo después de pascua), a no
ser que ese día se celebre otra fiesta, en cuyo caso se transferirá al
viernes próximo siguiente”.
En 1482 Sixto IV compuso e hizo insertar en el Misal romano, con el título de Nuestra Señora de la Piedad,
un misa centrada en el acontecimiento salvífico de María al pie de la
cruz. Posteriormente esa fiesta se difundió por occidente con diversas
denominaciones y fechas distintas. Además de la denominación establecida
por el concilio de Colonia y la que se fijaba en la misa de Sixto IV,
era llamada también: “De transfixione seu martyrio cordis Beatae
Mariae”, “De compassione Beatae Mariae Virginis”, “De lamentatione
Mariae”, “De planctu Beatae Mariae”, “De spasmo atque dolorigus Mariae”,
“De septem doloribus Beatae Mariae Virginis”, etc.
Mientras
tanto, el 9 de junio de 1668 se les concedián a los Siervos de María la
facultad de celebrar el tercer domingo de septiembre la “Missa de
septem doloribus B.M.V.” con un formulario que se deduce que es muy
parecido al de 1482. Esta misma es la que, con algunas ligeras
modificaciones, se recoge en el Misal de Pío V el viernes de pasión. En
realidad, la fiesta del viernes de pasión, concedida el 18 de agosto de
1714 a la Orden de los Siervos, se extendió, por petición de la misma
orden, a toda la iglesia latina bajo el pontificado de Benedicto XIII
(22 de abril de 1727). Además, Pío VII, el 18 de septiembre de 1814
extendió al tercer domingo de septiembre la fiesta de los Siete dolores
con los formularios para el oficio divino y para la misa que ya estaban
en uso entre los Siervos de María. Finalmente, con la reforma de Pío X,
ante el deseo de realzar el valor de los domingos, esta fiesta quedó
fijada el 15 de septiembre, fecha que estaba ya en uso en el rito
ambrosiano, que por no tener la octava de la Natividad de la Virgen,
celebró siempre ese día los dolores de María.
La
fiesta del viernes de pasión quedó reducida por la reforma de las
rúbricas de 1960 a una simple conmemoración. El nuevo calendario
promulgado en 1969 suprimió la conmemoración del tiempo de pasión y
redujo a la categoría de “memoria” la fiesta de los siete Dolores de
septiembre bajo el nuevo título de “Nuestra Señora la Virgen de los
Dolores”.
IV. Conclusión.La
historia de esta devoción, como ya se ha observado y como se deduce
igualmente de estas notas, parece trazar una línea curva que alcanza su
apogeo en los períodos de codificación litúrgica. La ósmosis entre lo
popular y lo oficial, aun en medio de los reflujos pietistas que es
posible constatar, conduce a una intensidad difusa del sentimiento de
devoción hacia la mater dolorosa. Precisamente cuando la ósmosis
es mayor es cuando la intensidad aparece más profunda. Pero es preciso
subrayar que el progresivo replanteamiento litúrgico a lo largo del s.
XX, ayudado en este punto por la reflexión bíblico-patrística, coincide
con la “cualidad” de la meditación sobre el misterio del dolor de santa
María, insertándolo en un contexto más amplio de historia de la
salvación; no se contempla ni se venera a la mater dolorosa
solamente para participar conscientemente, en cuanto personas
particulares, en la pasión de Cristo a fin de vivir su resurrección,
sino que además se hace esto para que María, como imagen de la iglesia,
inspire a los creyentes el deseo de estar al lado de las infinitas
cruces de los hombres para poner allí aliento, presencia liberadora y
cooperación redentora. Además, la Dolorosa puede recordad a los hombres
de nuestro tiempo, inquietos y preocupados por la esencialidad de las
cosas, que la confrontación con la palabra de la verdad y su
manifestación pasa ciertamente por la experiencia de la espada (Lc 2,35;
14, 17; 33,36; Sab 18,15; Ef 6,17; Heb 4,12; Ap 1,16), que traspasa el
alma, pero que abre también a una nueva conciencia y a una misión
renovada (Jn 19, 25-27), que va más allá de la carne y de la sangre y de
la voluntad del hombre, puesto que brota de Dios (Jn 1, 13).
Nuestra Señora de los Dolores
La Dolorosa, obra de José Díes López. Año 1942. Catedral de Albacete
Virgen de las Angustias, patrona de Granada.
La Virgen de los Dolores es una advocación de la Virgen María. También es conocida como Virgen de la Amargura, Virgen de la Piedad, Virgen de las Angustias, Virgen de la Caridad, Virgen de la Soledad o La Dolorosa. Su fiesta es el Viernes de Dolores o el 15 de septiembre.
Descripción
La Virgen de los Dolores frecuentemente aparece representada en el momento de La Piedad con su hijo Jesús muerto sobre su regazo, tras el descendimiento, y otras veces con expresión de desconsuelo al pie de la Cruz, sosteniendo sedente la corona de espinas de su hijo.
En ocasiones, se la representa con siete espadas que le traspasan el corazón.
Su imagen es procesionada durante la Semana Santa en numerosas localidades españolas, destacando los iconográficos establecidos por los pasos de la denominada Esperanza Macarena de Sevilla, imagen de vestir bajo palio, y el de la Virgen de las Angustias de Juan de Juni, en Valladolid, que presenta la figura de María abatida de dolor a los pies de la cruz.
En Cartagena (España),
ciudad de la que es Patrona bajo la advocación de Nuestra Señora de la
Caridad, se procesiona igualmente el Viernes Santo la Santísima Virgen
de la Piedad (Capuz). Ambas imágenes devocionales recogen el momento de
la Santísima Virgen tomando en su regazo el cuerpo de Cristo descendido
de la Cruz. No obstante, mientras la primera se encuentra inmersa en su
séptimo dolor (iconográficamente), la Virgen de la Piedad de los
marrajos se halla en su sexto.
En Cuenca, desfila el día de Viernes Santo una Virgen de las Angustias de Luis Marco Pérez. Probablemente, la representación más conocida de esta advocación es La Piedad de Miguel Ángel.
Esta gran devoción a La Dolorosa fue llevada a Latinoamérica, destacándose en Panamá, el paso del Viernes Dolores en Natá de los Caballeros,
donde se procesiona a nuestra Señora. Luego el Gran Viernes Santo en
una procesión que dura alrededor de 6 horas terminando a las 3 de la
madrugada, la virgen Dolorosa llega a la Basílica, en medio del famoso " Salve Regina". Antiguamente se acostumbraba a cantar al final del Santo entierro la mítica "Dolorosa de Pie Junto a la Cruz".
El 20 de marzo de 2010, fue entronizada a basílica la imagen traída
desde España, (en conmemoración de ser la iglesia más antigua del
litoral) Nuestra Señora de Amargura y de la Esperanza, María que
se muestra adolorida cargando a Jesús entre sus brazos una vez bajado de
la misma. Dato curioso que la imagen al ser entronizada 24 hombres no
podían con la misma. Tallada, imponente y adolorida se muestra la imagen
dando compasión e invitando a la reflexión de los pecados.
Los 7 Dolores
Nuestra Señora de Los Dolores, La Dolorosa. Catedral de Albacete
- 1º. La profecía de Simeón (Lc. 2, 22-35) ¡Dulce Madre mía! Al
presentar a Jesús en el templo, la profecía del anciano Simeón te
sumergió en profundo dolor al oírle decir: “Este Niño está puesto para
ruina y resurrección de muchos de Israel, y una espada traspasará tu
alma”. De este modo quiso el Señor mezclar tu gozo con tan triste
recuerdo. Rezar Avemaría y Gloria.
- 2º. La persecución de Herodes y la huida a Egipto (Mt. 2,
13-15) ¡Oh Virgen querida!, quiero acompañarte en las fatigas, trabajos y
sobresaltos que sufriste al huir a Egipto en compañía de San José para
poner a salvo la vida del Niño Dios. Rezar Avemaría y Gloria.
- 3º. Jesús perdido en el Templo, por tres días (Lc. 2, 41-50)
¡Virgen Inmaculada! ¿Quién podrá pasar y calcular el tormento que
ocasionó la pérdida de Jesús y las lágrimas derramadas en aquellos tres
largos días? Déjame, Virgen mía, que yo las recoja, las guarde en mi
corazón y me sirva de holocausto y agradecimiento para contigo. Rezar
Avemaría y Gloria.
- 4º. María encuentra a Jesús, cargado con la Cruz (Vía Crucis,
4ª estación) Verdaderamente, calle de la amargura fue aquella en que
encontraste a Jesús tan sucio, afeado y desgarrado, cargado con la cruz
que se hizo responsable de todos los pecados de los hombres, cometidos y
por cometer. ¡Pobre Madre! Quiero consolarte enjugando tus lágrimas con
mi amor. Rezar Avemaría y Gloria.
- 5º. La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor (Jn. 19, 17-30)
María, Reina de los mártires, el dolor y el amor son la fuerza que los
lleva tras Jesús, ¡qué horrible tormento al contemplar la crueldad de
aquellos esbirros del infierno traspasando con duros clavos los pies y
manos del salvador! Todo lo sufriste por mi amor. Gracias, Madre mía,
gracias. Rezar Avemaría y Gloria.
- 6º. María recibe a Jesús bajado de la Cruz (Mc. 15, 42-46)
Jesús muerto en brazos de María. ¿Qué sentías Madre? ¿Recordabas cuando
Él era pequeño y lo acurrucabas en tus brazos?. Por este dolor te pido,
Madre mía, morir entre tus brazos. Rezar Avemaría y Gloria.
- 7º. La sepultura de Jesús (Jn. 19, 38-42) Acompañas a tu Hijo
al sepulcro y debes dejarlo allí, solo. Ahora tu dolor aumenta, tienes
que volver entre los hombres, los que te hemos matado al Hijo, porque Él
murió por todos nuestros pecados. Y Tú nos perdonas y nos amas. Madre
mía perdón, misericordia. Rezar Avemaría y Gloria.
Devoción
La Virgen de las Angustias o Virgen de los Dolores es una advocación que cuenta con gran número de devotos en países como España, Colombia, Argentina, Panamá, México, Italia y Portugal. Es la patrona de Eslovaquia.
Devoción en México
En México se practican numerosas versiones de esta devoción. Con
motivo del sexto viernes de cuaresma, se exhibe un altar a la Virgen de
Dolores. Algunas prácticas devocionales requieren solo una Ave María por cada uno de los Siete Dolores, en vez de siete, o incrementan el número de siete a diez; otros agregan una Gloria después de cada serie de Ave Marías. Casi todos los autores agregan sus propias oraciones de inicio y apertura. Parece que no hay una versión mexicana estandarizada de la coronilla de los Siete Dolores, aunque es frecuente que los devotos recen un "Padre Nuestro" y siete "Ave Marías" por cada uno de los Siete Dolores. Las oraciones de clausura son tres Ave Marías más, en honor de las lágrimas de la Virgen Dolorosa; un "Padre Nuestro", una "Ave María", y una "Gloria" por las intenciones del Santo Papa; una jaculatoria dedicada a la Virgen Dolorosa (opcional); y un ofertorio final (opcional).
- 1.- La primera fiesta religiosa, se realiza el viernes anterior al Viernes Santo, día llamado Viernes de Dolores.
En el altar se colocan líquidos en cristal de colores en representación
de sus lágrimas, también se le representa con una daga dorada en el
pecho en representación de su dolor.
- 2.- La segunda fiesta religiosa, que se observa internacionalmente el 15 de septiembre, es de la Virgen de Dolores. Los mexicanos asocian esta Virgen con el Día de la Independencia. La llamada que comenzó la Guerra de Independencia, el Grito de Dolores, sucedió en la noche del 15 de septiembre de 1810, en Dolores, Hidalgo, durante la misa dedicada a su Santa Patrona, la Virgen de los Dolores.
Devoción en Colombia
Nuestra Señora la Virgen de los Dolores ( Popayán, Colombia), imagen española del Siglo XVIII. En la Iglesia y Convento de San Agustín
Popayán
En Colombia es muy común esta devoción, una de las mas importantes se da en la ciudad de Popayán un viernes antes de semana santa en Popayán conocido como el viernes de dolores,
donde sale un desfile procesional con la imagen de la virgen acompañada
de otras dos imágenes que son San Juan evangelista y el Crucifijo
(Cristo crucificado), todas las imágenes de origen español y del siglo XVIII. Parten de la iglesia de San Agustín. Nuestra Señora de los Dolores también desfila en la procesión del martes santo de la Semana Santa de Popayán con flores Blancas.
Resto del país
En el municipio de Sonsón, Antioquia, esta devoción se lleva a cabo el Sábado Santo, en el cual se hace un homenaje a los Siete Dolores de la Virgen, se canta el Stabat Mater
y se realiza una procesión denominada Procesión de Soledad con la
imagen de la Virgen, en el que desfilan las mujeres del municipio con
velas encendidas, en señal de dolor.
Localidades que tienen como patrona esta advocación de la Virgen María
Nuestra Señora de los Dolores, Patrona y Alcaldesa de La Rinconada (Sevilla). Autor anónimo.
En España
- Águilas (Murcia)
- Alanís (Sevilla)
- Albuñuelas (Granada)
- Aledo (Murcia)
- Alhama de Granada (Granada)
- Aljucer, Murcia (Murcia)
- Alomartes (Granada)
- Arauzo de Salce (Burgos)
- Aznalcázar (Sevilla)
- Barranco Hondo (Candelaria), se celebra en la segunda semana de octubre. [1]
- Arjona (Jaén)
- Arévalo (Ávila)
- Atienza (Guadalajara), con procesión alrededor de la villa, en la que un rosario de faroles de colores abren el paso a la imagen de la Virgen.
- Ayamonte (Huelva), fiesta local el 8 de septiembre, bajo la advocación de Nuestra Señora de las Angustias de Ayamonte
- Baza (Granada), con procesión alrededor del centro histórico de la ciudad.
- Blanca (Murcia)
- Cabezo de Torres, Murcia (Murcia), bajo la advocación de Nuestra Señora de las Lágrimas.
- Cacabelos (León)
- Camas (Sevilla)
- Cartagena (Murcia), Nuestra Señora de la Caridad, se celebra el Viernes de Dolores
- Cobisa (Toledo)
- Cuenca (Cuenca)
- Cúllar (Granada)
- Dolores (Alicante),
Nuestra Señora de los Dolores, se celebra el Viernes de Dolores y el 15
de septiembre las fiestas patronales, aunque esta se celebra el fin de
semana siguiente.
- Dolores de Pacheco, Torre Pacheco (Murcia)
- Escairón (Lugo)
- El Real de San Vicente (Toledo)
- Freila (Granada)
- Fuentelisendo (Burgos)
- Garcillán (Segovia)
se celebra el fin de semana siguiente al 14 de septiembre (fietas de la
Exaltación de la Santa Cruz, la otra patrona de la villa).
- Garrucha (Almería)
- Ciudad de Granada (Granada) y Archidiócesis de Granada, el día 15 de septiembre se celebra su festividad con la popular ofrenda floral en la puerta de su basílica, pero procesiona el último domingo de septiembre por las principales calles del centro de la ciudad.
- Guadix (Granada)
- Güevéjar (Granada)
- Distrito de Hortaleza, Madrid (Madrid)
- Icod de los Vinos (Santa Cruz de Tenerife)
- Lalín (Pontevedra)
- Isla de Lanzarote (Las Palmas), la tiene como patrona y es conocida también como Nuestra Señora de Los Volcanes.
- La Codosera (Badajoz), onde se apareció la Santísima Virgen María bajo esta advocación.
- La Rinconada (Sevilla), fiestas patronales del 6 al 15 de septiembre
- La Viñuela (Málaga)
- Los Dolores de Beniaján, Murcia (Murcia)
- Lodosa (Navarra)
- Loeches (Comunidad de Madrid)
- Luzaga (Guadalajara)
- Llano de Brujas, Murcia (Murcia), bajo la advocación de Nuestra Señora de las Lágrimas
- Medina del Campo (Valladolid)
- Montán (Castellón)
- Navalmoral de la Mata (Cáceres)
- Nerja (Provincia de Málaga), bajo la advocación de Nuestra Señora de las Angustias, fiesta local el 10 de octubre
- Nigüelas (Granada)
- Purchil (Granada)
- Pozo Alcón ((Jaén)
- Quintanar de la Orden ((Toledo))
- Requena (Valencia)
- San Martín de Couto, Taboada (Lugo)
- Tinajo (Las Palmas)
- Toledo (Toledo)
En la Ciudad Imperial, son los caballeros y las damas de la "Venerable,
Real e Ilustre Hermandad de María Inmaculada en Su Mayor Angustia y
Piedad y Cristo Rey en su Entrada Triunfal en Jerusalén" quienes rinden
honores a la Virgen y sacan su imagen en procesión a mediados del mes de
septiembre y el Viernes Santo.
- Uclés (Cuenca)
- Umbe (Vizcaya), onde se apareció la Santísima Virgen María bajo esta advocación.
- Valenzuela (Córdoba) se celebra el 15 de septiembre y el viernes de Pasión
- Valle de Abdalajís (Málaga)
- Ventas de Zafarraya (Granada). Se celebra el Viernes de Dolores (anterior al Domingo de Ramos).
- Villanueva del Trabuco (Málaga)
- Villarramiel (Palencia)
- Villatuelda (Burgos), se celebra el 7 de diciembre
- Villel de Mesa (Guadalajara)
En Argentina
Nuestra Señora de los Dolores Mendoza (capital) 15 de Septiembre
En México
En Venezuela
- En la ciudad de Valencia
se tiene como patrona a la imágen mariana correspondiente a la Vírgen
Dolorosa, pero muy curiosamente se le atribuye el nombre de Nuestra Señora del Socorro;
un hecho cuyo trasfondo se encuentra en una leyenda que relata un error
de destinatario al momento de la entrega de la imágen de devoción en la
ciudad, conservandose finalmente el nombre de la vírgen que se tenía
previsto recibir (Virgen del Socorro) pero manteniendo la imágen mariana
recibida (Virgen Dolorosa).
Véase también
Enlaces externos
|
LOS SIETE DOLORES
DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
|
Era menester que el Cristo padeciese
y así entrase en la gloria.
(Lucas, 24, 26).
Esta fiesta la celebraban con gran pompa los
Servitas ya en el siglo XVII y fue extendida por el Papa Pío VII en 1817
a toda
la Iglesia, en memoria de los sufrimientos infligidos a la Iglesia
y a su jefe visible por Napoleón I, y en acción de gracias a la Madre de
Dios, cuya intercesión les había dado fin. El
Evangelio de la misa nos recuerda el momento más doloroso de la vida de
María, así como su inquebrantable firmeza: junto a la cruz de Jesús está
de pie María, su Madre.
MEDITACIÓN - LA VISTA DE LA CRUZ
ES EL CONSUELO DEL CRISTIANO
I. Nada hay más consolador para un cristiano que poner sus ojos en
la cruz; ella es quien le enseña a sufrir todo, a ejemplo de Jesucristo.
Esta cruz anima su fe, fortifica su esperanza y abrasa su corazón de
amor divino. Los sufrimientos, las calumnias, la pobreza, las
humillaciones parecen agradables a quien contempla a Jesucristo en la
cruz. La vista de la serpiente de bronce sanaba a los israelitas en el
desierto, y la vista de vuestra cruz, oh mi divino Maestro, calrna
nuestros dolores.
No pienses en tus aflicciones ni en lo que sufres, sino en lo que ha sufrido
Jesús. (San Bernardo)
II.
¡Qué dulce debe ser para un cristiano, en el trance de la muerte, tomar entre sus manos el crucifijo y morir contemplándolo!
¡Qué gozo no tendré, entonces, si he imitado a mi Salvador crucificado, viendo que todos mis sufrimientos han pasado!
¡Qué confianza no tendré en la cruz y en la sangre que Jesucristo ha derramado por mi amor!
¡Qué dulce es morir besando la cruz! El que contempla a Jesús inmolado en la cruz, debe despreciar la muerte. (San
Cipriano)
III. Qué consuelo
para los justos, cuando vean
la señal de la cruz en el cielo, en el día del juicio y qué dolor, en
cambio, para los impíos que habrán sido sus
enemigos. Penetra los sentimientos de unos y otros. Que pesar para los
malos por no haber querido, durante los breves instantes que han pasado
en la tiera, llevar una cruz ligera que les hubiera procurado
una gloria inmortal, y estar ahora obligados, en el infierno, a llevar
una cruz agobiadora, sin esperanza
de ver alguna vez el fin de sus sufrimientos.
El
amor a la cruz - Orad
por la conversión de los infieles.
ORACIÓN
Oh Dios, durante cuya Pasión, según la profecía
de Simeón, una espada de dolor atravesó el alma dulcísima de la gloriosa Virgen y Madre, concédenos,
al venerar sus dolores, que consigamos los bienaventurados efectos de vuestra
Pasión. Vos que con el Padre y el Espíritu Santo vivís y reináis por los siglos le los siglos. Amén.
Video:
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