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Jesús y las mujeres. |
¿Cómo se comportaba Jesús ante la mujer? ¿Huyó de ellas?
¿Las esquivaba?
Jesús vino a salvar a todos. Nadie quedaba excluido
de su redención. Mucho menos, la mujer, en quien Jesús
puso tanta confianza, como guardiana de los valores humanos y
religiosos del hogar. Indaguemos en los Santos Evangelios para ver
cómo fue el trato que Jesús dispensó a las mujeres.
Jesús supo tratar a la mujer con gran respeto y
dignidad, valorando toda la riqueza espiritual que ella trae consigo,
en orden a la educación humana y moral de los
hijos y a la formación de un hogar donde reine
la comprensión, el cariño y la paz, y donde Dios
sea el centro.
La mujer en tiempos de Jesús.
Hoy difícilmente nos
imaginamos hasta qué extremos llegó en el mundo antiguo la
discriminación de la mujer.
Las religiones orientales llegaban a negarle
la naturaleza humana, atribuyéndole la animal. El culto de Mithra,
que señoreó en todo el imperio romano en los comienzos
de la difusión del cristianismo, excluía radicalmente a las mujeres.
Sócrates las ignoraba completamente. Platón no encuentra sitio para ellas
en su organización social.
¿Y el mundo hebreo en tiempos
de Jesús? El hebraísmo se nos muestra como una religión
de varones. Filón -contemporáneo de Cristo- nos cuenta que toda
la vida pública, con sus discusiones y negocios, en paz
y en guerra, son cosa de hombres. Conviene, dice, que
la mujer quede en casa y viva en retiro. Este
separatismo estaba reflejado en las leyes imperantes: la mujer era
indigna de participar en la mayoría de las fiestas religiosas,
no podía estudiar la torá ni participar en modo alguno
en el servicio del santuario. No se aceptaba en juicio
alguno el testimonio de una mujer, salvo en problemas estrictamente
familiares. Estaba obligada a un ritual permanente de purificación, especialmente
en las fechas que tenían algo que ver con lo
sexual (la regla o el parto). De ahí que el
nacimiento de una niña se considerase una desgracia. Rabbi Simeón
ben Jochai escribe en el año 150: "Todos se alegran
con el nacimiento de un varón. Todos se entristecen por
el de una niña".
En fin, la mujer se consideraba
como posesión del marido. Estaba obligada a las faenas domésticas,
no podía salir de casa sino a lo necesario y
convenientemente velada, no podía conversar a solas con ningún hombre
so pena de ser considerada como indigna y hasta adúltera.
Ante cualquier sospecha de infidelidad, debía someterse a la prueba
de los celos (cf. Num 5, 12-18). En caso de
poligamia101 que siempre era poliginia102estaba obligada
a tolerar otras mujeres y podía recibir el libelo por
las razones más fútiles. Siempre se atribuía a ella la
esterilidad de la pareja. La discriminación en caso de adulterio
era radical. Esta humillación llegaba en algunos campos, sobre todo,
en el campo religioso, a situaciones increíbles. Tres veces al
día todo judío varón rezaba así: "Bendito seas tú, Señor,
porque no me has hecho gentil, mujer o esclavo". A
lo que la mujer debía responder, agachada la cabeza: "Bendito
sea el Señor que me ha creado según su voluntad".
Y el rabinismo de la época de Jesús repetía tercamente
que "mucho mejor sería que la Ley desapareciera entre las
llamas, antes que ser entregada a las mujeres".
Este era
el mundo en que se movió Jesús. Estas, las costumbres
en las que fue educado. ¿Compartió Jesús estas discriminaciones?
Jesús y
la mujer
Partiendo de los Evangelios, ¿qué características tienen las mujeres?
Trabajadora:
Compara el Reino de Dios a una mujer que trabaja
en la casa, que pone levadura en la masa y
prepara el pan para la familia (cf. Lc 13, 20-21).
Por tanto, nada más lejos de la mujer que el
espíritu de comodidad, la pereza y la vida fácil y
regalada. En el alma de toda mujer campea la capacidad
de sacrificio y de servicio.
Cuidadosa, atenta y solícita: así como
una mujer barre la casa, busca por todas partes para
encontrar esa moneda perdida, así es Dios Padre con nosotros,
hasta encontrarnos (cf. Lc 15, 8-10). Son características propias de
la delicadeza femenina.
Afectiva y comunicativa: así como esa mujer se
alegra al encontrar la moneda perdida y hace partícipe a
sus vecinos de su gozo, así Dios Padre nos hace
partícipes de su alegría, cuando recobra un hijo perdido (cf.
Lc 15, 8-10). No olvidemos que la mujer necesita mucho
más el afecto que las razones y las cosas materiales.
A través de la afectividad podemos entrar en el mundo
intelectivo de la mujer.
Esposa previsora: con el aceite de su
amor y fe sale al encuentro del esposo. Así debemos
nosotros ser con Dios (cf. Mt 25, 1-13). Toda mujer
debe tener previsión de cuanto se necesita en casa.
Insistente: la
mujer es presentada aquí como modelo de fe insistente, hasta
conseguir lo que quiere (cf. Lc 18, 1-8). De esta
característica son testigos los esposos, pues saben que sus esposas
consiguen todo a base de insistencia.
Servicial y generosa: Marta y
las buenas mujeres, que le seguían, sirven a Jesús con
delicadeza y amor, poniendo sus bienes al servicio de Cristo
(cf. Lc 10, 38-42; Lc 8, 1-3). Es propio de
la mujer la generosidad; ella nunca mide su entrega; simplemente
se da.
Feliz en el sacrificio: como la madre al
dar a luz a su hijo (cf. Jn 16, 21).
El sacrificio lo tienen incorporado en su vida; nacen con
una cuota de aguante mayor que la del hombre.
Humilde y
oculta: como esa viuda que pone en la colecta del
templo lo que tenía para vivir (cf. Mc 12, 41-44;
Lc 21, 1-4). ¡Cuántas cosas, cuántos detalles ocultos hace la
mujer en la casa, y nadie los ve! Sólo Dios
les recompensará.
De fina sensibilidad: derrama el mejor perfume a Cristo
(cf. Jn 12, 1-8). La sensibilidad es una de las
facetas femeninas. Sin las mujeres nuestro mundo sería cruel; le
faltaría esa nota de finura. Ellas van derramando su mejor
perfume en el hogar.
Fiel en los momentos difíciles: allí estaban
las mujeres en el Calvario, cuando Jesús moría (cf. Jn
19, 25). ¿Dónde estaban los valientes hombres, los apóstoles decididos,
los que habían sido curados? Allí estaban las mujeres, pues
cuando una mujer ama de verdad, ama hasta el sacrificio.
¿Cómo las trató Jesús?
Habla con ellas con naturalidad, espontaneidad, sin
afectación; pero siempre con sumo respeto, discreción, dignidad y sobriedad,
evitando el comportamiento chabacano, atrevido, peligroso. Nadie pudo echarle en
cara ninguna sombra de sospecha en este aspecto delicado.
Les permite
que le sigan de cerca, que le sirvan con sus
bienes (cf. Lc 8, 1-3). Esto era inaudito en ese
tiempo. Rompe con los esquemas socioculturales de su tiempo. ¿Por
qué iba Él a despreciar el servicio amoroso y solícito
de las mujeres? Ahora uno entiende mejor cómo en las
iglesias siempre la mujer es la más dispuesta para todos
los servicios necesarios,.103 pues desde el tiempo de
Jesús ellas estaban con las manos dispuestas a servir de
corazón.
Busca sólo el bien espiritual de sus almas, su conversión.
No tiene intenciones torcidas o dobles.
Les corrige con amor y
respeto, cuando es necesario, para enseñarles la lección. A su
Madre la fue elevando a un plano superior, a una
nueva maternidad, que está por encima de los lazos de
la sangre (cf. Lc 2, 49; Jn 2, 4; Mt
12, 48). A la madre de los Zebedeo le echó
en cara la ambición al pedir privilegios a sus hijos
(cf. Mt 20, 22). A las mujeres que lloraban en
el camino al Calvario les pidió que sus lágrimas las
reservasen para quienes estaban lejos de Dios, a fin de
atraerles a la conversión (cf. Lc 23, 28).
Les premia su
fe, confianza y amor con milagros: a la hemorroísa y
a la hija de Jairo (cf. Mt 9, 18-26). A
la suegra de Simón Pedro (cf. Mc 1, 29-39). Al
hijo de la viuda de Naín (cf. Lc 7, 11-17).
A la hija de la cananea (cf. Mc 7, 24-30).
A la mujer encorvada (cf. Lc 13, 18-22). Jesús es
sumamente agradecido con estas mujeres y sabe consolarles en sus
sufrimientos.
Jesús acepta la amistad de las hermanas de Lázaro, Marta
y María, que lo acogen en su casa con solicitud
y escuchan con atención sus palabras (cf. Lc 10, 38-42).
La amistad es un valor humano, y Jesús era verdadero
hombre. ¿Cómo iba él a despreciar un valor humano?
Las perdona,
cuando están arrepentidas (cf. Jn 8, 1-11; Lc 7, 36-50;
Jn 4, 7-42). A María Magdalena la libró del poder
del demonio (cf. Mc 16, 9; Lc 8, 2).
La llama
a ser apóstol de su resurrección (Jn 20, 17). Las
mujeres se convierten en las primeras enviadas a llevar la
buena nueva de la victoria de Cristo.
Visión de la
mujer en el Cristianismo
La mujer es ante todo una persona
humana, creada por Dios, espiritual y destinada a la vida
inmortal. Va en contra de su dignidad y destino convertirla
en objeto de placer, esclava del capricho, de su vanidad,
de la moda o figura meramente decorativa de la casa.
¡Mujeres, no se dejen manipular! ¡Mujeres, sepan respetarse! ¡Mujeres, son
personas humanas con una dignidad grandísima! Reconozcan su dignidad.
La mujer
es persona en cuanto mujer y sólo se realiza como
persona en la medida en que se realiza como mujer.
La cultura moderna demuestra que la disociación de ambos elementos
genera en la persona una represión que termina por desequilibrarla
y que es fuente de desestabilización familiar. ¡Mujeres, sean mujeres,
conserven sus aspectos femeninos! El mundo y la sociedad les
necesitan como perfectas mujeres. Lo que ustedes no hagan no
lo hará nadie. El hombre tiene otro rol.
Dios ha capacitado
a la mujer a través de su naturaleza femenina para
su pleno desarrollo y realización como ser humano. El cuerpo
y el alma femeninos están hechos naturalmente para la misión
sagrada y específica de transmitir la vida. Nulificar o negar
esta dimensión produce una especie de muerte psicológica de su
esencia femenina. ¡Mujeres, no se avergüencen de tener hijos, muchos
hijos....es ésta su principal misión!
Cristo ha redimido la imagen de
Dios en el hombre que había quedado rota desde el
principio, y ha curado con su amor absoluto las heridas
dejadas por el pecado, de manera que ahora la mujer
es capaz de expresarse y realizarse por el camino de
un amor oblativo y sacrificial, verdadera fuente de vida y
fecundidad. La Iglesia, con el Evangelio, cree que el amor
oblativo, lejos de extinguir a la mujer, la dilata en
su existencia. ¡Mujeres, queremos ver en ustedes ese amor hecho
oblación y entrega! María, la madre de Jesús les da
ejemplo de la hondura de este amor.
A través de la
condición femenina se percibe un especial reflejo del Espíritu de
Dios y su virtud como fuerza de amor, como centro
de comunión, como regazo de vida, como aliento de esperanza,
como certeza de que la vida triunfa sobre la muerte,
así como el espíritu prevalece sobre la materia. ¡Sin ustedes,
mujeres, el mundo se materializaría, y nos quedaríamos sin alma,
sin espíritu! ¡No permitan que nos ahoguemos en lo material!
La
mujer forma parte esencial del Cuerpo Místico de Cristo en
virtud de su feminidad, la cual refleja la naturaleza esponsal
de dicho Cuerpo con respecto a su Cabeza, Cristo. La
Iglesia es la esposa de Cristo. Al querer retratar a
la Iglesia debemos mirar a la mujer de donde sacaremos
la fuente de ternura femenina para aplicarla analógicamente a la
Iglesia de Cristo.
En la historia de la Salvación la
mujer ocupa un lugar irremplazable. En el tiempo que le
toca vivir, ella es un anillo nuevo e irrepetible en
esa larga cadena de mujeres que la han precedido como
cooperadoras de la evangelización, desde aquel pequeño grupo que acompañaba
y servía a Jesús. La primera de todas fue su
Madre Santísima. Por tanto, el "Vayan y anuncien" de Jesús,
también va dirigido a las mujeres, a todo cristiano, hombre
o mujer.
En el tiempo de la Iglesia que le
toca vivir, a la mujer cristiana le compete velar porque
la Iglesia persevere en la fidelidad a su Esposo Divino,
a través del mantenimiento no adulterado de su fe, y
de un constante rejuvenecimiento y acrecentamiento de su maternidad espiritual
sobre la humanidad redimida. Lo cual quiere decir que en
la génesis y expansión del evangelio en cada tiempo y
en cada cultura, la mujer debe marchar a la cabeza
de los evangelizadores, a ejemplo de la Santísima Virgen y
de María Magdalena. ¡Qué predilección y qué confianza la del
Señor!
CONCLUSIÓN
Jesús comprende la vocación peculiar de la mujer a la
vida y al amor, capaz de suscitar en ella los
más nobles sentimientos e ideales. Por eso siempre apela a
lo mejor que hay en la mujer: su anhelo de
un amor que le permita realiza su vocación sobrenatural y
eterna. Jesús no echa en cara a la mujer su
vida ni su pecado, sino que la conduce de la
mano misericordiosamente, para que ella reconozca su situación y su
error, y vuelva a la vida nueva.
Jesús da a
entender que sólo el amor de la madre, la pureza
del alma virgen y la capacidad de sufrimiento del corazón
femenino fueron capaces de compartir la inmensidad del sufrimiento del
Hijo de Dios. Serán las mujeres quienes aprovecharán los pocos
minutos de luz que quedan para embalsamar su cuerpo y
perfumarlo, según la costumbre judía. Luego velarán con amor intrépido,
ante la mirada insidiosa de los guardias, el cuerpo de
su Maestro amado (cf. Mt 27, 61), Después de haber
guardado el reposo sabático, irán muy de mañana el primer
día de la semana a la tumba de Jesús con
la ilusión de poder concluir ese piadoso acto de amor.
Como recompensa, Jesús resucitado se les aparecerá a ellas antes
que a ningún otro discípulo (cf. Mt 28, 9) y
a ellas, antes que a los mismos apóstoles. Jesús les
confiará la tarea de anunciar a los demás la buena
noticia de su resurrección (cf. Mt 28, 10; Jn 21,
17), a pesar de la mentalidad judía, que no concedía
ningún valor al testimonio de una mujer.
Por su apertura al
amor y su fina sensibilidad la mujer está especialmente capacitada
para comprender el mensaje de Jesús. Por ello, el Maestro
no duda en revelarles verdades profundísimas sobre el misterio del
Padre y su propio misterio: a la mujer samaritana le
declara sin ambages que Dios es Espíritu y que no
debemos adorarlo en Jerusalén o en un monte sino "en
espíritu y en verdad". Él mismo se presenta a ella
como el Mesías prometido (cfr. Jn 4, 24.26). A Marta,
la hermana de Lázaro, le dice que Él es la
resurrección y la vida (Jn 11, 26). A María Magdalena
le da a entender que su Padre Celestial es también
Padre de todos los hombres (cf. Jn 20, 17). Las
mujeres comprenden el lenguaje del amor, que es el núcleo
del mensaje de Cristo.
Jesús no desconoce la realidad del
pecado en la adúltera, en la samaritana, en María Magdalena.
Pero sabe que ellas pueden alcanzar la redención de sus
faltas, porque pueden amar mucho. Jesús trata a la mujer
como mujer. Ni privilegia su trato ni lo rechaza. Ve
en ella un reflejo espléndido del amor del Padre, una
creatura llamada a la alta vocación de madre, de esposa,
de hija. Cristo lega a todos los hombres un magnífico
ejemplo del trato que merece la mujer; su finura, su
respeto, su delicadeza, su miramiento, su amor puro y desinteresado
son un modelo perfecto del comportamiento que el hombre debe
adoptar con la mujer.
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