El domingo Benedicto
XVI se asomó al balcón del patio interno del Palacio Apostólico de
Castel Gandolfo y recitó el Ángelus junto a los fieles y a los
peregrinos presentes. Les ofrezco las palabras que dijo al introducir la
oración mariana:
¡Queridos
hermanos y hermanas! En el domingo pasado, hemos meditado el discurso
sobre el "pan de vida" que Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm
después de alimentar a miles de personas con cinco panes y dos peces.
Hoy, el evangelio nos presenta la reacción de los discípulos a ese
discurso, una reacción que fue el mismo Cristo, de manera consciente,
quien lo provocó. En primer lugar, el evangelista Juan --que estaba
presente junto con los demás apóstoles--, refiere que "desde entonces
muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él" (Jn
6,66). ¿Por qué? Debido a que no creyeron en las palabras de Jesús
cuando dijo: Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que come mi carne y
bebe mi sangre vivirá para siempre (cf. Jn 6,51.54); ciertamente que
eran palabras difíciles de aceptar en ese momento. Esta revelación fue
incomprensible para ellos, porque la entendían en sentido material,
cuando en esas palabras se preanunciaba el misterio pascual de Jesús,
mediante el cual Él se entregaría por la salvación del mundo: la nueva
presencia en la Sagrada Eucaristía.
Al
ver que muchos de sus discípulos se iban, Jesús le dijo a los
Apóstoles: "¿También ustedes quieren marcharse?" (Jn. 6,67). Como en
otros casos, es Pedro quien responde en nombre de los Doce: "Señor, ¿a
quién vamos a ir? --También nosotros podemos reflexionar: ¿a quién
iremos?-- Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y
sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn. 6,68-69).
Sobre
este pasaje tenemos un bellísimo comentario de san Agustín, que dice:
"¿Ven cómo Pedro, por la gracia de Dios, por inspiración del Espíritu
Santo, entendió? ¿Por qué sucedió? Debido a que ha creído. Tú tienes
palabras de vida eterna. Tú, que nos das la vida eterna, ofreciéndonos
tu cuerpo (resucitado) y tu sangre (a Tí mismo). Y nosotros hemos creído
y conocido. Él no dice: hemos conocido y después creído, sino, hemos
creído y después conocido.
Hemos
creído para poder conocer; Si, en efecto, hubiéramos querido conocer
antes de creer, no hubiéramos sido capaces ni de conocer ni de creer.
¿Qué cosa hemos creído y qué cosa hemos conocido? Que tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios, por tanto, tú eres la misma vida eterna, y en la carne
y en la la sangre nos das de lo que tú mismo eres" (Comentario al
Evangelio de Juan, 27, 9). Así lo dijo san Agustín en esta prédica a sus
fieles.
Por
último, Jesús sabía que incluso entre los doce apóstoles había uno que
no creía: Judas. También Judas pudo haberse ido, como lo hicieron muchos
discípulos; es más, tendría que haberse ido si hubiese sido honesto. En
cambio, se quedó con Jesús. Permaneció no por fe, no por amor, sino con
la secreta intención de vengarse del Maestro. ¿Por qué? Debido a que
Judas se sintió traicionado por Jesús, y decidió que a su vez lo iba a
traicionar. Judas era un zelote, y quería un Mesías triunfante, que
guiase una revuelta contra los romanos. Jesús había decepcionado las
expectativas. El problema es que Judas no se fue, y su fallo más grave
fue la mentira, que es la marca del diablo. Por eso Jesús dijo a los
Doce: "Uno de ustedes es un diablo" (Jn. 6,70).
Pidamos a la Virgen María, que nos ayude a creer en Jesús, como san Pedro, y a ser siempre honestos con Él y con todos.
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