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Agustín, Santo |
Obispo de Hipona y Doctor de la Iglesia.
Martirologio Romano: Memoria
de san Agustín, obispo y doctor eximio de la Iglesia,
el cual, después de una adolescencia inquieta por cuestiones doctrinales
y libres costumbres, se convirtió a la fe católica y
fue bautizado por san Ambrosio de Milán. Vuelto a su
patria, llevó con algunos amigos una vida ascética y entregada
al estudio de las Sagradas Escrituras. Elegido después obispo de
Hipona, en África, siendo modelo de su grey, la instruyó
con abundantes sermones y escritos, con los que también combatió
valientemente contra los errores de su tiempo e iluminó con
sabiduría la recta fe (430).
Etimológicamente: Agustín = Aquel que es
venerado, es de origen latino.
Fecha de canonización: Información no disponible,
la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas
para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones
del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta
información el día de hoy. Si sabemos que fue
canonizado antes de la creación de la Congregación para la
causa de los Santos, y que su culto fue aprobado
por el Obispo de Roma, el Papa.
San Agustín es doctor de la Iglesia, y el
más grande de los Padres de la Iglesia, escribió muchos
libros de gran valor para la Iglesia y el mundo.
Nació el 13 de noviembre del año 354, en el
norte de África. Su madre fue Santa Mónica. Su padre
era un hombre pagano de carácter violento.
Santa Mónica
había enseñado a su hijo a orar y lo había
instruido en la fe. San Agustín cayó gravemente enfermo y
pidió que le dieran el Bautismo, pero luego se curó
y no se llegó a bautizar. A los estudios se
entregó apasionadamente pero, poco a poco, se dejó arrastrar
por una vida desordenada.
A los 17 años se unió
a una mujer y con ella tuvo un hijo, al
que llamaron Adeodato. Estudió retórica y filosofía. Compartió la corriente del
Maniqueísmo, la cual sostiene que el espíritu es el
principio de todo bien y la materia, el principio de
todo mal.
Diez años después, abandonó este pensamiento. En Milán, obtuvo
la Cátedra de Retórica y fue muy bien recibido por
San Ambrosio, el Obispo de la ciudad. Agustín, al comenzar
a escuchar sus sermones, cambió la opinión que tenía acerca
de la Iglesia, de la fe, y de la imagen
de Dios. Santa Mónica trataba de convertirle a través de
la oración. Lo había seguido a Milán y quería que
se casara con la madre de Adeodato, pero ella decidió
regresar a África y dejar al niño con su padre. Agustín
estaba convencido de que la verdad estaba en la Iglesia,
pero se resistía a convertirse.
Comprendía el valor de la
castidad, pero se le hacía difícil practicarla, lo cual le
dificultaba la total conversión al cristianismo. Él decía: “Lo haré
pronto, poco a poco; dame más tiempo”. Pero ese “pronto”
no llegaba nunca.
Un amigo de Agustín fue a visitarlo y
le contó la vida de San Antonio, la cual le
impresionó mucho. Él comprendía que era tiempo de avanzar por
el camino correcto. Se decía “¿Hasta cuándo? ¿Hasta mañana? ¿Por
qué no hoy?”. Mientras repetía esto, oyó la voz de
un niño de la casa vecina que cantaba: “toma y
lee, toma y lee”. En ese momento, le vino a
la memoria que San Antonio se había convertido al escuchar
la lectura de un pasaje del Evangelio. San Agustín interpretó
las palabras del niño como una señal del Cielo. Dejó
de llorar y se dirigió a donde estaba su amigo
que tenía en sus manos el Evangelio. Decidieron convertirse y
ambos fueron a contar a Santa Mónica lo sucedido, quien
dio gracias a Dios. San Agustín tenía 33 años.
San
Agustín se dedicó al estudio y a la oración. Hizo
penitencia y se preparó para su Bautismo. Lo recibió junto
con su amigo Alipio y con su hijo, Adeodato. Decía
a Dios: “Demasiado tarde, demasiado tarde empecé a amarte”. Y,
también: “Me llamaste a gritos y acabaste por vencer mi
sordera”. Su hijo tenía quince años cuando recibió el Bautismo
y murió un tiempo después. Él, por su parte, se
hizo monje, buscando alcanzar el ideal de la perfección cristiana.
Deseoso
de ser útil a la Iglesia, regresó a África. Ahí
vivió casi tres años sirviendo a Dios con el ayuno,
la oración y las buenas obras. Instruía a sus prójimos
con sus discursos y escritos. En el año 391, fue
ordenado sacerdote y comenzó a predicar. Cinco años más tarde,
se le consagró Obispo de Hipona. Organizó la casa en
la que vivía con una serie de reglas convirtiéndola en
un monasterio en el que sólo se admitía en la
Orden a los que aceptaban vivir bajo la Regla escrita
por San Agustín. Esta Regla estaba basada en la sencillez
de vida. Fundó también una rama femenina. Fue muy caritativo,
ayudó mucho a los pobres. Llegó a fundir los vasos
sagrados para rescatar a los cautivos. Decía que había que
vestir a los necesitados de cada parroquia. Durante los 34
años que fue Obispo defendió con celo y eficacia la
fe católica contra las herejías. Escribió más de 60 obras
muy importantes para la Iglesia como “Confesiones” y “Sobre la
Ciudad de Dios”.
Los últimos años de la vida de
San Agustín se vieron turbados por la guerra. El norte
de África atravesó momentos difíciles, ya que los vándalos la
invadieron destruyéndolo todo a su paso.
A los tres meses,
San Agustín cayó enfermo de fiebre y comprendió que ya
era el final de su vida. En esta época escribió:
“Quien ama a Cristo, no puede tener miedo de encontrarse
con Él”.
Murió a los 76 años, 40 de los
cuales vivió consagrado al servicio de Dios.
Con él se lega
a la posteridad el pensamiento filosófico-teológico más influyente de la
historia. Murió el año 430. ¿Qué nos enseña su vida?
A pesar
de ser pecadores, Dios nos quiere y busca nuestra conversión.
Aunque tengamos pecados muy graves, Dios nos perdona si nos
arrepentimos de corazón.
El ejemplo y la oración de una
madre dejan fruto en la vida de un hijo.
Ante
su conflicto entre los intereses mundanos y los de Dios,
prefirió finalmente los de Dios.
Vivir en comunidad, hacer oración
y penitencia, nos acerca siempre a Dios.
A lograr una conversión
profunda en nuestras vidas.
A morir en la paz de
Dios, con la alegría de encontrarnos pronto con Él.
Si
quieres conocer más de la vida de San Agustín consulta
corazones.org Conoce el nuevo sitio Augustinus.it
tiene el objetivo de difundir no sólo algunos aspectos de
la figura poliédrica del santo sino toda su personalidad.
Algunos motivos para leer una de las obras cumbre
de San Agustín
Escucha el Podscat de Semillas para la Vida:
El Más Grande Teólogo: San Agustín
Lee sus
Obras en español
Agustín de Hipona
Agustín de Hipona o San Agustín (en latín Aurelius Augustinus Hipponensis; Tagaste, 13 de noviembre de 354 – Hippo Regius, 28 de agosto de 430) es, junto con Jerónimo de Estridón, Gregorio Magno y Ambrosio de Milán, uno de los cuatro más importantes Padres de la Iglesia latina.
Biografía
Infancia y juventud
Nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste, pequeña ciudad de Numidia en el África romana. Su padre, llamado Patricio, era un pequeño propietario pagano cuando nació su hijo. Su madre, Santa Mónica,
es puesta por la Iglesia como ejemplo de "mujer cristiana", de piedad y
bondad probadas, madre abnegada y preocupada siempre por el bienestar
de su familia, aún bajo las circunstancias más adversas. Mónica le
enseñó a su hijo los principios básicos de la religión cristiana
y al ver cómo el joven Agustín se separaba del camino del cristianismo
se entregó a la oración constante en medio de un gran sufrimiento. Años
más tarde Agustín se llamará a sí mismo "el hijo de las lágrimas de su
madre". 1
San Agustín estaba dotado de una gran imaginación y de una
extraordinaria inteligencia. Se destacó en el estudio de las letras.
Mostró un gran interés hacia la literatura, especialmente la griega clásica y poseía gran elocuencia. Sus primeros triunfos tuvieron como escenario Madaura y Cartago, donde se especializó en gramática y retórica. Durante sus años de estudiante en Cartago desarrolló una irresistible atracción hacia el teatro.
Al mismo tiempo, gustaba en gran medida de recibir halagos y la fama,
que encontró fácilmente en aquellos primeros años de su juventud. Allí
mismo en Cartago se destacó por su genio retórico
y sobresalió en concursos poéticos y certámenes públicos. Aunque se
dejaba llevar ciegamente por las pasiones humanas y mundanas, y seguía
abiertamente los impulsos de su espíritu sensual, no abandonó sus
estudios, especialmente los de filosofía. El propio Agustín hace una crítica muy dura y amarga de esta etapa de su juventud en sus Confesiones.
A los diecinueve años, la lectura de Hortensius de Cicerón despertó en la mente de Agustín el espíritu de especulación y así se dedica de lleno al estudio de la filosofía.
Además, será en esta época cuando el joven Agustín conocerá a una mujer
con la que mantendrá una relación estable de catorce años y con la cual
tendrá un hijo: Adeodato.
En su búsqueda incansable de respuesta al problema de la verdad,
Agustín pasa de una escuela filosófica a otra sin que encuentre en
ninguna una verdadera respuesta a sus inquietudes. Finalmente abraza el maniqueísmo
creyendo que en este sistema encontraría un modelo según el cual podría
orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y finalmente la
abandonó después de hablar con el obispo maniqueo Fausto. Ante tal
decepción, se convenció de la imposibilidad de llegar a alcanzar la
plena verdad, y por ello se hizo escéptico.
Sumido en una gran frustración personal, decide en 383 partir para Roma, la capital del Imperio. Su madre quiso acompañarle, pero Agustín la engañó y la dejó en tierra (cf. Confesiones 5,8,15). En Roma enferma de gravedad. Tras restablecerse, y gracias a su amigo y protector Símaco, prefecto de Roma, fue nombrado "magister rhetoricae" en Mediolanum (la actual Milán).
Conversión al cristianismo
Fue en Milán donde se produjo la última etapa antes de su conversión:
empezó a asistir como catecúmeno a las celebraciones litúrgicas del
obispo Ambrosio, quedando admirado de sus prédicas y su corazón. Entonces decidió romper definitivamente con el maniqueísmo.
Esta noticia llenó de gozo a su madre, que había viajado a Italia para
estar con su hijo, y que se encargó de buscarle un matrimonio acorde con
su estado social y dirigirle hacia el bautismo. Se despidió de su
compañera sentimental con gran dolor y en vez de optar por casarse con
la mujer que Mónica le había buscado, decidió vivir en ascesis; decisión a la que llegó después de haber conocido los escritos neoplatónicos gracias al sacerdote Simpliciano. Los platónicos le ayudaron a resolver el problema del materialismo y el del mal. San Ambrosio le ofreció la clave para interpretar el Antiguo Testamento y encontrar en la escritura la fuente de la fe. Por último, la lectura de los textos de san Pablo
le ayudó a solucionar el problema de la mediación y de la gracia. Según
cuenta el mismo Agustín, la crisis decisiva previa a la conversión, se
dio estando en el jardín con su amigo Alipio, reflexionando sobre el
ejemplo de Antonio, oyó la voz de un niño de una casa vecina que decía: toma y lee, 2 y entendiéndolo como una invitación divina, cogió la Biblia, la abrió por las cartas de Pablo y leyó el pasaje Rom 13, 13ss. Al llegar al final de esta frase se desvanecieron todas las sombras de duda. 3
En 386 se
consagra al estudio formal y metódico de las ideas del cristianismo.
Renuncia a su cátedra y se retira con su madre y unos compañeros a Casiciaco, cerca de Milán, para dedicarse por completo al estudio y a la meditación. El 23 de abril de 387, a los treinta y tres años de edad, es bautizado en Milán por el santo obispo Ambrosio. Ya bautizado, regresa a África, pero antes de embarcarse, su madre Mónica muere en Ostia, el puerto cerca de Roma.
Monacato y episcopado
Cuando llegó a Tagaste vendió todos sus bienes y el producto de la
venta lo repartió entre los pobres. Se retiró con unos compañeros a
vivir en una pequeña propiedad para hacer allí vida monacal. Años
después esta experiencia será la inspiración para su famosa Regla. A pesar de su búsqueda de la soledad y el aislamiento, la fama de Agustín se extiende por toda la comarca.
En 391 viajó a Hipona
para buscar a un posible candidato a la vida monástica, pero durante
una celebración litúrgica fue elegido por la comunidad para que fuese
ordenado sacerdote, a causa de las necesidades del obispo de Hipona, Valerio.
Aceptó, tras resistir, esta elección, si bien con lágrimas en sus ojos.
Algo parecido sucedió cuando se le consagró como obispo en el 395. Entonces abandonó el monasterio de laicos y se instaló en la casa episcopal, que transformó en un monasterio de clérigos.
La actividad episcopal de Agustín es enorme y variada. Predica y
escribe incansablemente, polemiza con aquellos que van en contra de la ortodoxia de la doctrina cristiana de aquel entonces, preside concilios y resuelve los problemas más diversos que le presentan sus fieles. Se enfrentó a maniqueos, donatistas, arrianos, pelagianos, priscilianistas,
académicos, etc. Participa en los Concilios regionales III de Hipona
del 393, III de Cartago del 397 y IV de Cartago del 419, en los dos
últimos como presidente y en los cuales se sancionó definitivamente el Canon bíblico que había sido hecho por el Papa Dámaso I en Roma en el Sínodo del 382.
Agustín murió en Hipona el 28 de agosto de 430 durante el sitio al que los vándalos
de Genserico sometieron la ciudad durante la invasión de la provincia
romana de África. Su cuerpo, en fecha incierta, fue trasladado a Cerdeña y, hacia el 725, a Pavía, a la basílica de San Pietro in Ciel d'Oro, donde reposa hoy.
La historia del encuentro con un niño junto al mar
Una tradición medieval, que recoge la historia inicialmente narrada
sobre un teólogo que más tarde fue identificado como San Agustín, cuenta
la siguiente anécdota: 4
Cierto día, San Agustín paseaba por la orilla del mar, dando vueltas en
su cabeza a muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios, una de
ellas la doctrina de la Trinidad. De pronto, al alzar la vista ve a un
hermoso niño, que está jugando en la arena, a la orilla del mar. Le
observa más de cerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena el cubo
de agua del mar, y vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un hoyo.
El niño hace esto una y otra vez, hasta que Agustín, sumido en una gran
curiosidad, se acerca al niño y le pregunta: "¿Qué haces?" Y el niño le
responde: "Estoy sacando toda el agua del mar y la voy a poner en este
hoyo". Y San Agustín dice: "¡Pero, eso es imposible!". A lo que el niño
le respondió: "Más difícil es que tu trates de entender el misterio de
la Santísima Trinidad".
La historia es usada en muchos lugares como verdadera; sin embargo,
se trataría de una invención sin fundamento real, pero que se inspira al
menos en la actitud de Agustín como estudioso del misterio de Dios.
Obras
Libros
Autobiográficos
Confesiones
La obra capital de Agustín de Hipona está constituida por trece
libros en los que nos narra su vida, formación y su evolución interior;
también habla de la psicología, de la filosofía, de su concepto de Dios y
de su visión del mundo. Constituye, asimismo, un reconocimiento de la
grandeza y bondad de Dios.
Está dividida en dos grandes partes:
- Libros 1-9: contienen la confesión de los errores de Agustín hasta
su conversión. Terminan con la muerte de su madre Mónica en Ostia.
- Libros 10-13: alaba a Dios y a su creación.
Comenzó la obra tras la muerte de san Ambrosio, el 4 de abril del 397, y la terminó en el año 400.
Su estilo es uniforme, y los acontecimientos son analizados con la
perspectiva de haber transcurrido doce o catorce años desde que
sucedieran. Por ello, si se comparan con los diálogos escritos en Casiciaco,
se constatan algunas discrepancias, debidas a una valoración distinta
de muchas aspectos; son las reflexiones del obispo, que ve la vida de un
modo distinto.
Retractaciones
Se trata de un escrito en el que Agustín pasa revista a sus obras (no
a todas) para indicar cómo fueron elaboradas, y para señalar algunos
puntos que, con el pasar de los años, consideraría no adecuados o
necesitados de corrección (es decir, que deberían ser tratados de nuevo,
con cambios en los contenidos).
Filosóficos
Los Diálogos
Escritos en Casiciaco, Milán, Roma
y en su etapa joven. En ellos trata de la certeza, la felicidad, el
orden, la inmortalidad, la grandeza del alma, la existencia de Dios, la libertad del hombre, la razón del mal y el maestro interior.
Contra académicos
Combate el escepticismo.
Disciplinarum libri
Es una vasta enciclopedia con el fin de mostrar cómo se puede y se
debe ascender a Dios a partir de las cosas materiales. No está acabada.
Otros: De beata vita liber I, De ordine libri II, Soliloquiorum libri II, De immortalitate animae liber I, De quantitatae animae liber I, De libero arbitrio libri III, De musica libri VI, De magistro liber I...
Apologéticos
En estos defiende la fe contra los paganos o contra los racionalistas:
De vera religione liber I. Escrito en el 390.
La verdadera religión es la que posee la Iglesia católica, el verdadero
Dios es la Trinidad. En esta obra se encuentran muchas de las ideas de
la Ciudad de Dios.
La ciudad de Dios (De civitate Dei libri XXII)
Es una de las obras maestras de Agustín; en ella nos ofrece una
síntesis de su pensamiento filosófico, teológico y político. Fue escrita
desde el 413 al 426 y la publicó en varias partes, aunque trabaja con
un plan unitario.
El motivo por el cual escribió esta obra fue las críticas que los
paganos hacían contra el cristianismo: Roma había caído bajo los visigodos
(410), la Ciudad Eterna se había hecho añicos... De este cataclismo
mundial fue culpado el cristianismo, sobre todo por los romanos cultos y
ricos que huyeron al norte de África debido a la caída de Roma.
Está dividida en dos partes: en la primera combate al paganismo (l. 1-10) y en la segunda defiende la doctrina cristiana (l. 11-22).
De la primera parte:
Los cinco primeros libros refutan a aquellos que piensan que el
servicio de los muchos dioses venerados por los paganos es necesario
para que la situación humana sea próspera, y a los que afirman que la
actual desgracia terrible es la consecuencia de haber impedido ese
servicio. Los cinco libros siguientes van contra aquellos que admiten
que desgracias similares han golpeado desde siempre a los mortales y los
azotarán en el futuro, pero aseguran que el culto sacrificial a los
muchos dioses es recomendable debido a la vida futura después de la
muerte.
De la segunda parte:
Los cuatro primeros libros tratan del origen de ambos Estados, el
Estado de Dios y el Estado de este mundo; los cuatro siguientes se
ocupan del curso favorable o desfavorable de ellos; y los cuatro
últimos, de su resultado debido.
La tesis central de la obra es la divina providencia,
que guía la humanidad, dividida en dos ciudades, nacidas de dos amores,
el amor de sí y el amor de Dios. En ella afronta el problema de los
orígenes de la historia, de la presencia del mal, de la lucha entre el
bien y el mal, de la victoria del bien y de su eterno destino. Fue una
obra muy leída y ejerció una gran influencia en los siglos siguientes.
Otras
De fide rerum quae non videntur liber I, De utilitate credendi liber I, De divinatione daemonum liber I, Quaestiones expositae contra paganos VI...
Dogmáticos
Enchiridion, ad Laurentium o De fide, spe et caritate liber I
Escrito hacia 421,
es un manual de teología según el esquema de las tres virtudes
teologales. Contiene una explicación del Símbolo de la Fe, de la Oración
del Padre nuestro y de los Preceptos Morales de la Santa Iglesia.
La Trinidad (De Trinitate libri XV)
Es una de sus obras maestras y su principal obra dogmática. Desde el 399 al 412
escribió doce libros, pero no estando satisfecho con los resultados
aplazó su publicación. Algunos de sus amigos, ansiosos por el impasse,
hicieron unas copias del manuscrito sin su autorización y lo pusieron
en circulación, lo cual causó gran enojo en San Agustín. En el año 420 añadió los otros tres que faltaban y revisó toda la obra.
Esta obra está dividida en cinco grandes partes: Teología bíblica de la Trinidad
(I-IV), Teología especulativa y defensa del dogma (V-VII), Introducción
al conocimiento místico de Dios (VIII), Búsqueda de la imagen de la
Trinidad en el hombre (IX-XIV), Compendio y complemento del tratado
(XV).
En La Trinidad Agustín desarrolla la doctrina de las
relaciones: las tres personas divinas son El Ser mismo, eterno,
inmutable, consustancial, pero se distinguen por sus relaciones; la
explicación psicológica; la doctrina sobre las propiedades personales de
El Espíritu Santo, que procede como amor; la vida de la gracia; y sobre
cómo el hombre siendo imagen de Dios es imagen de La Santísima
Trinidad.
Otros
De fide et símbolo liber I, De diversis quaestionibus octoginta tribus liber I, De diversis quaestionibus ad Simplicianum libri II, Ad inquisitionem lanuarii libri II, De fide et operibus liber I, De videndo Deo liber I, De praesentia Dei liber I, De cura pro mortuis gerenda liber I, De octo Dulcitii quaestionibus liber I...
Morales y pastorales
De agone christiano liber I
Es un manual de vida cristiana para instruir en la fe al pueblo sencillo.
De coniugiis adulterinis libri II
Escrito hacia el 420 demuestra la indisolubilidad del matrimonio.
Otros
Contra mendacium, De catechizandis rudibus liber I, De continentia liber I, De patientia liber I...
Monásticos
Regula ad servos Dei
La más antigua de las reglas monásticas de occidente.
Exegéticos
La Sagrada Escritura tuvo un papel decisivo para Agustín. Se puede destacar:
De doctrina christiana libri IV
Es una síntesis dogmática que servirá de modelo a las Sententiae.
De Genesi ad litteram libri XII
Su composición es del 401 al 415. Contiene de antropología, la doctrina de la creación simultánea y de las razones seminales.
De consensu Evangelistarum libri IV
Fueron escritos hacia el año 400 en respuesta a los que acusaban a
los evangelistas de contradecirse y de haber atribuido falsamente a Cristo la divinidad.
Polémicos
Escribe contra los maniqueos, los donatistas, los pelagianos, el arrianismo y contra herejías en general.
Algunas de sus obras son: De natura boni liber I, Psalmus contra partem Donati, De peccatorum meritis et remissione et de baptismo parvolorum ad Marcellium libri III (de 412, primera teología bíblica de la redención, del pecado original y de la necesidad del bautismo), De gratia et libero arbitrio liber I (de 426, en el que demuestra la necesidad de la gracia de la existencia del libre albedrío), De haeresibus...
Tratados
Están distribuidos en tres secciones: comentarios en San Juan, exposiciones sobre los salmos y sermones.
In Evangelium Ioannis tractatus
Ciento veinticuatro discursos sobre el evangelio de San Juan.
Enarrationes in Psalmos
Su obra más extensa es Enarrationes in Psalmos. Se trata de la
única exposición completa del salterio que nos ha llegado de la
literatura patrística. Compuesta desde el 392 al 416.
Los sermones son el fruto de la predicación por casi 40 años. En la
biblioteca de Hipona se debían conservar unos tres o cuatro mil. Trata
todos los temas de la Biblia y de la liturgia.
Cartas
El extenso epistolario agustiniano prueba su celo apostólico. Sus
cartas son muy numerosas y a veces extensas. Fueron escritas desde el
386 al 430. Se pueden haber conservado unas 800.
Doctrina
Razón y fe
San Agustín comienza la búsqueda de la verdad de una manera casi desesperada. Ya a los diecinueve años se pasó al racionalismo
y rechazó la fe en nombre de la razón. Sin embargo, poco a poco va
descubriendo que razón y fe no están necesariamente en oposición, sino
que su relación es de complementariedad. Según él la fe es un modo de
pensar asintiendo, y si no existiese el pensamiento, no existiría la fe.
Por eso la inteligencia es la recompensa de la fe. La fe y la razón son
dos campos que necesitan ser equilibrados y complementados.
Esta postura se sitúa entre el fideísmo y el racionalismo. A los racionalistas le responde: Crede ut intelligas ("cree para comprender") y a los fideístas: Intellige ut credas
("comprende para creer"). San Agustín quiere comprender el contenido de
la fe, demostrar la credibilidad de la fe y profundizar en sus
enseñanzas.
Filosofía
Leyó y conoció de memoria muchas obras de filósofos, entre ellas estaban las de Cicerón, Varrón, Séneca, Plotino y Porfirio. Sintió preferencia por los neoplatónicos
que ejercieron una gran influencia en él, pero a los que corrigió. Esta
predilección se basó en considerarles los filósofos clásicos más
cercanos al cristianismo y por haber dado vida a una enseñanza común de
la verdadera filosofía. Los principios que componen y en los que se
inspira la filosofía de San Agustín son la interioridad, participación e
inmutabilidad del ser de Dios.
Con el primero hace una invitación al sujeto para que se vuelva a sí
mismo, pero no para pararse en el sujeto, sino para que se dé cuenta de
que en él hay algo más que lo trasciende. La mente humana está en
relación con las realidades inteligibles e inmutables. Con este
principio demuestra la existencia de Dios, prueba la espiritualidad del
alma y su inmortalidad y además da una explicación psicológica de la
Trinidad.
El segundo principio podemos enunciarlo así: todo bien o es bien por
su misma naturaleza y esencia, o es bien por participación; en el primer
caso es el Bien sumo, en el segundo caso es un bien limitado. Esta
participación puede ser: la participación del ser, de la verdad y del
amor.
En cuanto a la inmutabilidad, el ser verdadero, genuino y auténtico es sólo el ser inmutable.
No existe de alguna forma o en cierta medida, sino que es el Ser. Este
principio vale para distinguir al ser por esencia del ser por
participación.
Dios y el hombre
La filosofía agustiniana se centra en dos temas esenciales: Dios y el hombre.
- Dios. Para llegar de la mente a Dios primero tenemos que
preguntar al mundo, después volverse hacia uno mismo y por último
trascenderse. El mundo responde que él ha sido creado y el itinerario
continua; se procede a la ascensión interior, y el hombre se reconoce a
sí mismo intuyéndose como ser existente, pensante y amante. Puede por
ello ascender a Dios por tres vías: la vía del ser, de la verdad y del
amor. Se trata de trascenderse a uno mismo, de poner nuestros pasos
"allí donde la luz de la razón se enciende". Ahora bien, llegaremos a un
Dios incomprensible, inefable. Este Dios es el ser sumo, la primera
verdad y el eterno amor.
- El hombre. Agustín explora su misterio, su naturaleza, su espiritualidad y su libertad. Es un grande profundum mysterium y una magna quaestio.
El compuesto humano está formado por el cuerpo y el espíritu. A pesar
de lo que se dice de él, superó el espiritualismo helénico. La cárcel
del alma no es el cuerpo humano, sino el cuerpo corruptible; el alma no
puede ser sin él dichosa. Ésta fue creada de la nada.
La tesis fundamental que ayuda a entender el misterio del hombre es
su creación a imagen de Dios, que es propia del hombre interior, de la
mente. Pero ha sido deformada por el pecado y será la gracia la
encargada de restaurarla.
El hombre sólo adhiriéndose al ser inmutable puede alcanzar su
felicidad. En este encuentro de Dios y el hombre, Agustín examina la
delicada cuestión de la gracia y la libertad.
Agustín defendió la libertad contra los maniqueos y la existencia de una sola alma y una sola voluntad: era yo mismo quien quería, yo quien no quería; yo era yo.
Por último, también exploró el tema de las pasiones, reduciéndolas a la
raíz común del amor. En las pasiones advierte tres posibilidades:
ausencia de pasiones, orden en las pasiones y desorden o concupiscencia,
la cual le hace llegar a una guerra civil.
Ser, conocer, amar
A los grandes problemas del ser, conocer y amar, le da tres
soluciones, que son la creación, la iluminación y la sabiduría o
felicidad.
- Creación. Explica el problema del origen de las cosas,
diciendo que Dios creó todas las cosas de la nada. Existen tres maneras
de proceder una cosa de otra: por generación, por fabricación o por
creación. Esta última sólo es capaz de hacerla Dios.
La creación ha tenido lugar en el tiempo. Dios crea de la nada y crea
según razones eternas (ideas ejemplares existentes en la mente Divina).
Pero no todo es creado de la misma manera, Dios ha creado todo
simultáneamente, pero unas cosas las ha creado en sí mismas y otras
virtualmente, en sus gérmenes invisibles. Esta es la teoría de las
rationes seminales.
Todas las cosas son buenas porque las ha creado Dios, y las ha creado
porque ha querido. Por ello el mal no puede ser una sustancia sino que
es defecto, privación. Hay dos especies de mal: el mal que el hombre
sufre contra su voluntad y el mal que comete voluntariamente. El primero
es el mal físico y el segundo es el mal moral. Los dos provienen de la
deficiencia de la criatura. Sin embargo Dios no es la causa de ningún
mal, solamente lo permite, ya que Él puede sacar bien del mal.
Otro tema es el del tiempo, éste es un “enigma intrincadísimo”. Podemos
decir que es una distensión del alma que recuerda, intuye y aguarda.
- Iluminación. Nuestra iluminación es una participación del Verbo, es decir, de la vida que es luz de los hombres.
Dios, causa del ser, es también luz del conocer. Los hombres percibimos
la verdad de nuestras afirmaciones en la verdad inmutable. El alma
intelectiva es capaz de contemplar las cosas inteligibles en una luz
incorpórea especial, la verdad inmutable. Así pues, la mente humana es
iluminada divinamente y esto es el fundamento de la certeza de nuestros
juicios.
Por último, podemos tener tres especies de conocimiento: el corporal, espiritual y el intelectual.
- La felicidad. El hombre obtiene la felicidad de Dios y esta
felicidad es Dios mismo. Para él la felicidad es el gozo de la verdad y
no puede ser dichoso quien no posee lo que ama, pero dichoso es sólo
quien posee todo lo que quiere y no quiere nada malo. Otro paso más, no
hay felicidad verdadera si no es eterna. Por eso sólo Dios, y no los
bienes temporales, puede hacernos felices. Sin embargo aquí sólo
poseemos la felicidad en esperanza.
San Agustín diferencia las cosas que deben ser amadas por sí mismas,
como un fin al que llegar y del que gozar y las cosas que son medios
para el fin y de las que solamente debemos servirnos. Si nos quedamos en
los medios nunca llegaremos a poseer la verdadera felicidad. La
historia será así el contraste dramático entre dos amores: de sí y de
Dios. Dependiendo del amor que elijamos llegaremos a ser felices o no.
El tiempo y la eternidad
El tiempo es creación de Dios, antes de crear el cielo y la tierra no
había tiempo. Este implica un pasado, un futuro y un presente. Pero el
pasado ya no existe y el futuro aún no es. En cuanto al presente es un
continuado dejar de ser, un continuo tender hacia el no ser.
Agustín acabará concluyendo que el tiempo existe en el espíritu del
hombre, porque es donde se mantienen presentes el pasado, el presente y
el futuro. Por ello los tiempos son tres: El presente del pasado (al
cual Agustín llama recuerdo), el presente del futuro (al cual él llama
expectativa) y el presente del presente. No reside en el movimiento sino
en el alma.
Teología
Estos son los principios en que san Agustín se ha inspirado para
hacer progresar la ciencia teológica: adhesión plena a la autoridad de
la fe, deseo ardiente de alcanzar la inteligencia de la fe, firme
persuasión de la originalidad de la doctrina cristiana, sentido profundo
del misterio, subordinación constante de la teología a la caridad y
atención a la precisión del lenguaje.
Doctrina trinitaria
Comienza con la profesión de fe, expone las dificultades e interroga a
las Escrituras para responder a aquellas. Estudia la unidad y
propiedades de las tres personas divinas, las procesiones y misiones,
las operaciones hacia fuera de la Trinidad (que son comunes a las tres
personas divinas), propone la doctrina de las relaciones y recurriendo a
la imagen de la Trinidad en el hombre, encaminando a éste al amor y a
la contemplación de la Trinidad.
Nos explica la igualdad (misma naturaleza) y distinción (distintas
relaciones) de las personas divinas y la simplicidad de Dios, por la
cual las personas se identifican con la naturaleza divina.
También son suyas la teología del Espíritu Santo y la explicación psicológica de la Trinidad:
- El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, pero principalmente
del Padre, pues el Padre, que es el principio de la deidad, concede al
Hijo el expirar el Espíritu Santo, éste procede como Amor y, por tanto,
no es engendrado.
- La explicación psicológica de la Trinidad permite, ilustrar, a la
vez, el misterio del hombre, creado a imagen de Dios. Esta imagen sólo
la encuentra en el hombre interior y la expresa con esta fórmula:
memoria, inteligencia y voluntad.
Doctrina cristológica
Gran claridad en la formulación: una persona en dos naturalezas.
Defiende la doctrina contra todas las herejías y presenta a Cristo como
ejemplo diáfano de la gratuidad de la gracia.
Expresa la unidad de la persona y dualidad de las naturalezas en Cristo de la siguiente manera: Aquel
que es Dios es también hombre, y aquel que es hombre es también Dios;
no por la confusión de las naturalezas, sino por la unidad de la persona.
Esta unión es admirable y la mejor analogía es la unión que se produce
en el hombre, la del cuerpo y del alma en la unidad de la persona.
En virtud de la comunicación de idiomas Agustín defiende que Dios ha nacido, que Dios ha sido crucificado, que Dios ha muerto.
Por último Agustín aclara que la naturaleza humana fue asumida a la
unión personal con el Verbo en el mismo instante en que fue creada.
Mariología
Cuatro puntos:
- Por la comunicación de idiomas defiende la maternidad divina: "Dios ha nacido de una mujer".
- La virginidad perpetua: "Virgen concibió, Virgen dio a luz y Virgen permaneció".
- A María "le fue concedida una gracia mayor para vencer en todo momento al pecado".
- La relaciones entre María y la Iglesia. María es modelo de la
Iglesia por el esplendor de sus virtudes y por la gracia de ser
corporalmente lo que la Iglesia debe ser espiritualmente.
Soteriología
Para defender la Iglesia contra los pelagianos y paganos profundizó
en la soteriología y la gracia desarrollando los siguientes puntos:
- Cristo es el único mediador y en cuanto hombre Dios.
- Cristo es el mediador en cuanto redentor. Cristo se encarnó para
redimir a los hombres del pecado. La redención es necesaria pues nadie
puede salvarse sin Cristo; es objetiva (la redención), porque no
consiste sólo en el ejemplo, sino que la reconciliación con Dios es
universal ya que Cristo murió por todos los hombres. De esta teología de
la redención, San Agustín, deduce la teología del pecado original:
consiste en un alejamiento de Dios, precisamente porque Cristo nos ha
reconciliado a todos los hombres con Dios.
- Cristo como sacerdote y sacrificio. Cristo quiso ser no sólo sacerdote, sino además sacrificio.
Antropología sobrenatural
La doctrina católica discurre entre los opuestos errores de los
maniqueos y de los pelagianos. Defendió la existencia del pecado
original, la bondad de las cosas, la remisión total y perfecta de los
pecados en el bautismo, se opuso a la tesis pelagiana de impecancia,
enseñó la necesidad de la gracia y la libre cooperación del hombre.
A continuación se tratarán las doctrinas del pecado original, la justificación, la gracia y la predestinación.
- En el pecado original distingue entre existencia y naturaleza.
Defendió su existencia con todos los argumentos de la teología,
bíblicos, litúrgicos, artísticos y de razón: la finalidad soteriológica
de la encarnación, Rm 5,12-19, el bautismo de los niños, la tradición y
el problema del mal. En cuanto a su naturaleza, reconoce su carácter
misterioso. Afirma que se trasmite por propagación y lo define de la
siguiente manera: el pecado original es la concupiscencia unidad al
reato. Por último, es falso que san Agustín identificara pecado original y concupiscencia.
- Para comprender la justificación, hay que distinguir entre remisión
de los pecados y renovación interior: la remisión de los pecados es
plena y total y la renovación interior es progresiva y alcanza su
perfección sólo en la resurrección. La justificación cristiana comporta
ya en esta vida la restauración de la imagen de Dios, aunque plenamente
sólo se alcanza en el más allá. Antes del pecado, el hombre gozaba de la
libertad menor, consistía en poder no pecar y poder no morir; después
de la resurrección gozará de libertad mayor, que consiste en no poder
pecar y no poder morir. Esta idea de justificación es escatológica.
- La gracia adyuvante. La gracia no es la creación, ni la ley, ni la
sola justificación. Su función es alejar los obstáculos que nos impiden
hacer el bien. Es el Don gracioso de Dios, la inspiración de la caridad,
es un don gratuito de la benevolencia divina. El doctor de la gracia,
afirma la absoluta necesidad de esta gracia para poder evitar el pecado y
para alcanzar la salvación. Esta gracia es eficaz, pero para explicarlo
entramos en el tema delicadísimo de la libertad y el don divino. El
libre albedrío no es aniquilado por la gracia, sino que es fortalecido.
"Aquel no sucumbe porque es ayudado, sino que es ayudado para que no
sucumba". Hay una armonía entre la gracia y la libertad.
- La predestinación es la presciencia de Dios y la preparación de sus beneficios, por los cuales certísimamente se salva todo el que se salva.
Agustín ha enseñado dos verdades contrarias en apariencia: la gratuita
predilección de Dios por los elegidos y el amor de Dios por todos los
hombres. Dios tiene siempre en su haber una gracia que ningún corazón,
por puro que sea, podrá jamás rechazar, entonces ¿por qué no la usa con
todos y permite que algunos perezcan? Agustín responde que no sabe. Esta
doctrina también tiene un significado pastoral, pretende ayudar al
cristiano a evitar la presunción y la desesperación.
Matrimonio y sexualidad
Respecto a sus ideas sobre la sexualidad humana, se acusa a Agustín
frecuentemente de pesimismo. Un ensayo de Burke, publicado en 2010 5 señala más bien que Agustín sería realista, por seguir una via media,
entre dos extremos. Por una parte, estarían los maniqueos, con su
pesimismo radical en cuanto al matrimonio. Agustín rebatió sus ideas en
los primeros años de su vida cristiana, sobre todo en el De bono coniugali
donde formuló su famosa doctrina de los tres bona matrimoniales. Para
San Agustín el matrimonio estaría justificado por tres funciones: proles, fides y sacramentum, que él llama «los tres bienes».
Proles: para traer hijos al mundo.
Fides: por la fidelidad que debe unir a los esposos entre sí y apartarlos de concupiscencias externas.
Sacramentum: por el sacramento divino que hace el matrimonio indisoluble.
Por otra parte (en un periodo más tardío de su vida), los pelagianos,
que pregonaban lo que Agustín consideraba un excesivo optimismo, al
negar en la práctica los efectos que provienen de la concupiscencia
carnal. En el contexto de sus respuestas a los pelagianos Agustín
escribió su De nuptiis et concupiscentia. Su doctrina legitimará,
en el cristianismo, el matrimonio y las relaciones sexuales en la
pareja. Sostenía que el matrimonio era una «medicina para la
inmoralidad». El acto sexual seguirá siendo un pecado, pero tolerable,
mientras se mantenga dentro de los límites del matrimonio y con el
objeto de engendrar. El coito estaría autorizado exclusivamente para la
creación de un ser nuevo. En De genesi ad litteram escribe que
para vivir y dialogar es más armoniosa la convivencia entre varones que
con una mujer. Por eso no ve con qué objeto la mujer habría sido
concebida para servir de ayuda al hombre si no fuera para parir. El
sexo, fuera de la unión matrimonial era para él una falta capital. La
justificación de San Agustín del matrimonio y del acto amoroso solamente
por y para la procreación es la que adoptará, de ahí en más, la
Iglesia.
La Iglesia
La Iglesia
es uno de los temas centrales de San Agustín. La estudió como hecho
histórico, los motivos de su credibilidad y como comunión y cuerpo
místico de Cristo. Cuando habla de ella se puede referir a la comunidad
de fieles, a la comunidad de los justos, o a la comunidad de los
predestinados.
Defiende su unidad, catolicidad, apostolicidad y santidad. Asegura
que el bautismo es válido también fuera de la Iglesia aunque aproveche
sólo en ella. La Iglesia se extiende más allá de sus confines
institucionales y tiende hacia la eternidad. Es, aunque no
exclusivamente, escatológica, pues sólo entonces los pecadores serán
separados de los justos.
Soluciona el problema de la presencia de los pecadores en la Iglesia
diciendo que es un cuerpo mixto y que los pecadores no contaminan las
virtudes de los buenos, por eso sigue santa aún a pesar de aquellos. Los
pecadores forman parte de la Iglesia sólo en apariencia, los justos
poseen realmente la justicia, son hijos de Dios.
El núcleo central de la eclesiología es Cristo, que está siempre
presente obrando en la Iglesia, el Espíritu Santo es el alma del cuerpo
místico y por ello el principio de comunión. La Iglesia es también ahora
reino de Cristo.
Escatología
Se opuso a la concepción platónica de la historia, defendió la
resurrección de los cuerpos, cuerpos de verdad pero incorruptibles.
Esclareció la eternidad de las penas. No admitió la apocatástasis de Orígenes.
Insistió en la dimensión social y cristológica para explicar la
felicidad del cielo. El cielo es la "insaciable saciedad". Antes de la
resurrección no poseemos y esta felicidad plenamente, sino sólo una
"consolación de la tardanza".
Por último, admitió la existencia del purgatorio.
Doctrina espiritual
La espiritualidad agustiniana se orienta al culto y amor de la
Trinidad, tiene por centro a Cristo, se da dentro de la vida de la
Iglesia, su tarea es la restauración de la imagen de Dios en el hombre y
se nutre de la sabiduría de las Escrituras.
Sus líneas esenciales son:
- La vocación universal a la santidad. Todos los cristianos pueden alcanzar la salvación.
- La Caridad, centro, alma y medida de la perfección cristiana. Esta
es el contenido de las escrituras, el fin de la teología, la síntesis de
la filosofía y la esencia y medida de la perfección cristiana. Pone en
un juego el dinamismo cristiano y el único deseo que tiene es a Dios.
- La humildad, condición indispensable para el crecimiento de la
caridad. Tenemos que reconocer lo que somos: criaturas, hemos de
reconocer la gratuidad de la gracia.
- La purificación, ley de las ascensiones interiores. Necesitamos de la ascesis para crecer en la caridad.
- La necesidad de elaboración. El hombre ha de ser maestro o de
oración y preparar su corazón para recibir lo que Dios quiera dar. Esta
oración debe llevarnos a los demás, que es de índole social.
- La ascensión por los grados del alma hacia Dios. Describe cuatro grados: virtud, serenidad, entrada y morada o contemplación.
- Todos estos medios y todos estos grados no son eficaces sin la ayuda de la gracia de Dios, que hay que pedir en la oración.
Recepción
San Agustín tiene gran importancia en la historia de la cultura europea. Sus Confesiones
suponen un modelo de biografía interior para muchos autores, que van a
considerar la introspección como elemento importante en la literatura.
Concretamente, Petrarca
va a ser un gran lector de San Agustín: su descripción de los estados
amorosos enlaza con ese interés por el mundo interior que encuentra en
San Agustín. Descartes descubre la autoconciencia, que señala el inicio
de la filosofía moderna, copiando su principio fundamental (cogito ergo
sum/pienso luego existo) no literalmente pero sí en cuanto al sentido,
de san Agustín (si enim fallor, sum/si me equivoco, existo: De civ. Dei
11, 26). Por otro lado, San Agustín va a ser un puente importante entre
la Antigüedad y la cultura cristiana. El especial aprecio que tiene por Virgilio y Platón
va a marcar fuertemente los siglos posteriores. Así, se puede decir que
la Edad Media, hasta el siglo XIII y el redescubrimiento de Aristóteles, va a ser platónica. El especial aprecio por Virgilio se va a manifestar, por ejemplo, en la Divina Comedia de Dante Alighieri.
Agustín y la Ciencia
Agustín y la Teoría de la Relatividad
Según el científico Roger Penrose, San Agustín tuvo una «intuición genial» acerca de la relación espacio-tiempo, adelantándose 1500 años a Albert Einstein y a la Teoría de la Relatividad cuando Agustín afirma que el universo no nació en el tiempo sino con el tiempo, que el tiempo y el universo surgieron a la vez. 6 Esta afirmación de Agustín también es rescatada por el colega de Penrose, Paul Davies.
Agustín y el Evolucionismo
Agustín, quien tuvo contacto con las ideas del evolucionismo de Anaximandro, sugirió en su obra La Ciudad de Dios
que Dios pudo servirse de seres inferiores para crear al hombre al
infundirle el alma, defendía la idea de que a pesar de la existencia de
un Dios no todos los organismos y lo inerte salían de Él, sino que
algunos sufrían variaciones evolutivas en tiempos históricos a partir de
creaciones de Dios. 7
Agustín y la Biblia con respecto a la ciencia
Un mérito de san Agustín es haber visto correctamente la inerrancia y
la autoridad de la Escritura. Ésta se refiere únicamente a los temas de
fe y de moral y no a los temas científicos. Ya en los siglos IV-V san
Agustín vio con claridad que la Biblia no tiene ninguna autoridad en
temas científicos: ”El Espíritu de Dios que hablaba por medio de los
autores sagrados, no quiso enseñar a los hombres estas cosas (de
astronomía) que no reportan utilidad alguna para la vida eterna” (De g.
ad lit. 2, 9, 20; cf. también De act. c. Fel.1. 10; De g. ad lit. 1, 19,
39).
Otras informaciones
Es patrón de las localidades en España de Avilés ( Principado de Asturias), Erandio ( Vizcaya), Fernán Caballero ( Ciudad Real), Ojos ( Murcia), Linares ( Jaén) Tordómar ( Burgos) y Cúllar ( Granada).
San Agustín era de ascendencia bereber8 y el santo más grande de la Iglesia bereber de Argelia.
Véase también
Notas y referencias
- ↑ Confesiones III, 12, 21. «Vete en paz, mujer; ¡así Dios te dé vida! que no es posible que perezca el hijo de tantas lágrimas.»
- ↑ Conf. VIII 12.
- ↑ Conf. VIII 12,29
- ↑ Cf. Artículo en Historiarte.net.
- ↑ Cf. Cormac Burke: “San Agustín, Matrimonio y Sexualidad”, en El pensamiento de San Agustín para el hombre de hoy, Valencia, 2010 (Tomo III, 601-649), en http://www.cormacburke.or.ke/node/967
- ↑ El universo según Penrose
- ↑ Evolucionismo y cristianismo
- ↑ (a)
"Bereberes: ...Los más conocidos de ellos fueron el autor romano
Apuleyo, el emperador romano Septimio Severo, y San Agustín, cuya madre
fue una bereber", Encyclopedia Americana,
Scholastic Library Publishing, 2005, v. 3, p. 569 (b) "Agustín era un
nativo del norte de África cuya familia no era romana sino bereber", Norman Cantor, The Civilization of the Middle Ages, Harper Perennial, 1994, p.74 (c) Étienne Gilson, Le philosophe et la théologie (1960), Vrin, 2005, p.175 (d) Henri-Irénée Marrou, Crise de notre temps et réflexion chrétienne de 1930 à 1975, Beauchesne, 1978, p.177 (e) Claude Lepelley, Saint Augustin et le rayonnement de sa pensée dans Histoire du Christianisme, Seuil, 2007. p.122 (f) Serge Lancel, Saint-Augustin, Fayard, 1999, p.20 (g) Gilbert Meynier, L'Algérie des origines, La Découverte, 2007, p.73 (h) Grand Larousse encyclopédique, Librairie Larousse, 1960, t.1, p.144 (i) François Mauriac, Bloc-notes, 1952-1957, Flammarion, 1958, p. 320 etc.
Bibliografía
- Sobre Agustín de Hipona
Enlaces externos
Obispo de Hipona y
Doctor de la iglesia (354-430) Uno de los cuatro doctores mas reconocidos de la Iglesia Latina. Llamado "Doctor de la Gracia".
Fiesta: 28 de Agosto
"Nos has hecho para
ti, Señor, y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en
ti" -San
Agustín
Una de las autobiografías más
famosas del mundo, las Confesiones de San Agustín, comienza de
esta manera: “Grande eres Tu, Oh Señor, digno de alabanza … Tu nos has
creado para Ti, Oh Señor, y nuestros corazones estarán errantes hasta
que descansen en Ti” (Confesiones, Capítulo 1). Durante mil años,
antes de la publicación de la Imitación de Cristo, Confesiones
fue el manual más común de la vida espiritual. Dicho libro ha tenido más
lectores que cualquiera de las otras obras de San Agustín. El mismo
escribió sus Confesiones diez años después de su conversión, y
luego de ser sacerdote durante ocho años. En el libro, San Agustín se
confiesa con Dios, narrando el escrito dirigido al Señor. San Agustín le
admite a Dios: “Tarde te amé, Oh Belleza siempre antigua, siempre nueva.
Tarde te amé” (Confesiones, Capítulo 10). Muchos aprenden a
través de su autobiografía a acercar sus corazones al corazón de Dios,
el único lugar en donde encontrar la verdadera felicidad … ¿Quién fue
este ‘pecador que llegó a ser un santo’ en la Iglesia?
Los primeros años
San Agustin nació en Africa
del Norte en 354, hijo de Patricio y Santa Mónica. El tuvo un hermano y
una hermana, y todos ellos recibieron una educación cristiana. Su
hermana llegó a ser abadesa de un convento y poco después de su muerte
San Agustín escribió una carta dirigida a su sucesora incluyendo
consejos acerca de la futura dirección de la congregación. Esta carta
llego a ser posteriormente la base para la “Regla de San Agustín”, en la
cual San Agustín es uno de los grandes fundadores de la vida religiosa.
Patricio, el padre de San
Agustín fue pagano hasta poco antes de su muerte, lo cual fue una
respuesta a las fervientes oraciones de su esposa, Santa Mónica, por su
conversión. Ella también oró mucho por la conversión de su entonces
caprichoso hijo, San Agustín. San Agustín dejó la escuela cuando tenía
diez y seis años, y mientras se encontraba en esta situación se sumergió
en ideas paganas, en el teatro, en su propio orgullo y en varios pecados
de impureza. Cuando tenía diez y siete años inició una relación con una
joven con quien vivió fuera del matrimonio durante aproximadamente
catorce años. Aunque no estaban casados, ellos se guardaban mutua
fidelidad. Un niño llamado Adeodatus nació de su unión, quien falleció
cuando estaba próximo a los veinte años. San Agustín enseñaba gramática
y retórica en ese entonces, y era muy admirado y exitoso. Desde los 19
hasta los 28 años, para el profundo pesar de su madre, San Agustín
perteneció a la secta herética de los Maniqueos. Entre otras cosas,
ellos creían en un Dios del bien y en un Dios del mal, y que solo el
espíritu del hombre era bueno, no el cuerpo, ni nada proveniente del
mundo material.
La conversión de
San Agustín
A través de la poderosa
intercesión de su madre Santa Mónica, la gracia triunfó en la vida de
San Agustín. El mismo comenzó a asistir y a ser profundamente impactado
por los sermones de San Ambrosio en el Cristianismo. Asimismo, leyó la
historia de la conversión de un gran orador pagano, además de leer las
epístolas de San Pablo, lo cual tuvo un gran efecto en el para orientar
su corazón hacia la verdad de la fe Católica. Durante un largo tiempo,
San Agustín deseó ser puro, pero el mismo le manifestó a Dios, “Hazme
puro … pero aún no” (Confesiones, Capítulo 8). Un día cuando San
Agustín estaba en el jardín orando a Dios para que lo ayudara con la
pureza, escuchó la voz de un niño cantándole: “Toma y lee; toma y lee” (Confesiones,
Capítulo 8). Con ello, el se sintió inspirado a abrir su Biblia al
azar, y leyó lo primero que llego a su vista. San Agustín leyó las
palabras de la carta de San Pablo a los Romanos capítulo 13:13-14:
“nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos …
revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne
para satisfacer sus concupiscencias.” Este acontecimiento marcó su vida,
y a partir de ese momento en adelante el estuvo firme en su resolución y
pudo permanecer casto por el resto de su vida. Esto sucedió en el año
386. Al año siguiente, 387, San Agustín fue bautizado en la fe Católica.
Poco después de su bautismo, su madre cayó muy enferma y falleció poco
después de cumplir 56 años, cuando San Agustín tenía 33. Ella le
manifestó a su hijo que no se preocupara acerca del lugar en donde sería
enterrada, sino que solo la recordara siempre que acudiera al altar de
Dios. Estas fueron unas palabras preciosas evocadas desde el corazón de
una madre que tenía una profunda fe y convicción.
Obispo de Hipona
Luego de la muerte de su
madre, San Agustín regresó al Africa. El no deseaba otra cosa sino la
vida de un monje – vivir un estilo de vida silencioso y monástico. Sin
embargo, el Señor tenía otros planes para el. Un día San Agustín fue a
la ciudad de Hipona en Africa, y asistió a una misa. El Obispo, Valerio,
quien vio a San Agustín allí y tuvo conocimiento de su reputación por su
santidad, habló fervientemente sobre la necesidad de un sacerdote que lo
asistiera. La congregación comenzó de esa manera a clamar por la
ordenación de San Agustín. Sus plegarias pronto fueron escuchadas. A
pesar de las lágrimas de San Agustín, de su resistencia y de sus ruegos
en oposición a dicho pedido, el vio en todo esto la voluntad de Dios.
Luego dio lugar a su ordenación. Cinco años después fue nombrado Obispo,
y durante 34 años dirigió esta diócesis. San Agustín brindó
generosamente su tiempo y su talento para las necesidades espirituales y
temporales de su rebaño, muchos de los cuales eran gente sencilla e
ignorante. El mismo escribió constantemente para refutar las enseñanzas
de ese entonces, acudió a varios consejos de obispos en Africa y viajó
mucho a fin de predicar el Evangelio. Pronto surgió como una figura
destacada del Cristianismo.
El amor de San Agustín hacia
la verdad a menudo lo llevo a controversias con diversas herejías. Por
ejemplo, las principales herejías contra las cuales habló y escribió
fueron las de los Maniqueos, de cuya secta había pertenecido
anteriormente; de los cismáticos Donatistas
que se habían apartado de la iglesia; y, durante los veinte años
restantes de su vida, contra los Pelagianos, que exageraban la función
del libre albedrío para hacer caso omiso a la función de la gracia en la
salvación de la humanidad. San Agustín escribió mucho acerca de la
función de la gracia en nuestra salvación, y más adelante obtuvo el
título de doctor de la Iglesia especialmente debido a sus intervenciones
con los Pelagianos. En esta línea, el mismo escribió mucho también
acerca del pecado original y sus efectos, del bautismo de niños pequeños
y de la predestinación.
Escritos
San Agustín fue un escritor
prolífico, que escribió más de cien títulos separados. Según lo
mencionado anteriormente, San Agustín escribió su famosa autobiografía
titulada Confesiones. El mismo escribió además un gran tratado
durante un período de 16 años titulado Sobre la Trinidad,
meditando sobre este gran misterio de Dios casi diariamente. San Agustín
escribió además la Ciudad de Dios, que comenzaba como una simple
y breve respuesta a la acusación de los paganos de que el Cristianismo
era el responsable de la caída de Roma.
Dicha obra fue escrita entre
los años 413-426, y es una de las mejores obras de apologética con
respecto a las verdades de la fe Católica. En ella, la ‘ciudad de Dios’
es la Iglesia Católica. La premisa es que los planes de Dios tendrán
resultado en la historia en la medida en que las fuerzas organizadas del
bien en esta ciudad derroten gradualmente a las fuerzas del orden
temporal que hacen la guerra a la voluntad de Dios. Una línea de este
libro se puede apreciar a continuación: “Por tanto dos ciudades han sido
construidas por dos amores: la ciudad terrenal por el amor del ego hasta
la exclusión de Dios; la ciudad celestial por el amor de Dios hasta la
exclusión del ego. Una se vanagloria en si mismo, la otra se gloría en
el Señor. Una busca la gloria del hombre, la otra encuentra su mayor
gloria en el testimonio de la conciencia de Dios” (Ciudad de Dios,
Libro 14).
Conclusión de su
vida
En 430 San Agustín se enfermó
y falleció el 28 de agosto de ese mismo año. Su cuerpo fue enterrado en
Hipona, y fue trasladado posteriormente a Pavia, Italia. San Agustín ha
sido uno de los más grandes colaboradores de las nuevas ideas en la
historia de la Iglesia Católica. El es un ejemplo para todos nosotros –
un pecador que se hizo santo y que nos da esperanza a todos. San Agustín
es actualmente uno de los treinta y tres doctores de la Iglesia. Su
fiesta se celebra el 28 de agosto.
Basilica de San Pietro en el Ciel d’Oro
(donde se encuentran los restos de
San Agustín)
San Pietro en el Ciel d'Oro
("San Pedro en el cielo de oro” en italiano) es una basílica católica
romana de los Agustinos en Pavía, Italia. El Papa Benedicto XVI la
visito en abril del año 2007. Las primeras novedades que tenemos acerca
de esta Basílica datan del año 604. La Basílica no es el edificio
original. Sigue a otro que era del estilo cristiano de los principios,
con columnas simples y techo de madera. La Basílica actual, de forma
Románica-Lombarda, data del siglo doce. La misma fue consagrada por el
Papa Inocente II en 1132. Dicha Basílica heredó el nombre de “ciel
d’oro” (cielo de oro) debido a que el techo de Madera de la iglesia
Cristiana de los principios era decorada con pintura de color dorado. El
exterior es simplemente de ladrillos. La Basílica es mencionada por
Dante, Petrarca y Boccaccio.
La Basílica cuenta con tres
naves. Al final de la nave derecha, el piso del ábside muestra los
restos de un mosaico del siglo doce. En la nave izquierda, que aún
constituye la construcción original, existen rastros de frescos de los
siglos quince y diez y seis. La bóveda majestuosa de la nave central fue
reconstruida en 1487 por el arquitecto Giacomo Da Candia de Pavia.
La Iglesia es el lugar de
reposo para los restos de San Agustín de Hipona. El presbiterio es
dominado por el Arco de mármol de San Agustín, erigido sobre una cripta.
Esta es una obra de arte de la escultura Lombarda del siglo catorce. La
misma se encuentra decorada con 95 estatuas. En el año 1327, el Papa
Juan XXII expidió la bula papal Veneranda Santorum Patrum, en la
cual nombra a los Agustinos custodios de la tumba de San Agustín, que
fue erigida nuevamente en 1362 y tallada de manera elaborada con escenas
de la vida de San Agustín. Dichas escenas incluyen la conversión de San
Agustín, su bautismo, los milagros luego de su muerte y el traslado de
sus reliquias a Pavia.
Existe además una cripta en la
cual se encuentra enterrado Severino Boezio. El alma de su gran cónsul,
senador y filósofo es mencionado por Dante en el décimo canto de “il
Paradiso.” A la derecha de la cripta yace el cuerpo de Liutprando, rey
de los Lombardos. Se lo considero por siempre merecedor del esplendor
que aseguró a esta Basílica por transferir las santas reliquias de San
Agustín desde Sardinia en el año 724.
Estas reliquias, descubiertas
en la cripta en el año 1695, actualmente yacen en una urna de plata al
pie del Arco de mármol.
La sacristía de la Basílica es
imponente. Con una bóveda acanalada, la misma es rica en decoraciones
“grotescas”, atribuidas al siglo diez y seis. Existe también un lienzo
del siglo diez y seis que ilustra a San Agustín conversando con San
Jerónimo. Los dos altares de mármol son obras del escultor Giovanni
Scapolla, oriundo de Pavia. Uno de ellos esta dedicado a Santa Rita, y
data del año 1940. El otro, esta dedicado al Sagrado Corazón, y data del
año 1963.
El Arca de San Agustín
Se trata de una pequeña descripción enciclopédica de la fe de las
virtudes teologales, cardinales y monásticas. Se encuentran
representados también algunos episodios
de la vida de S. Agustín, el Gran
Doctor de la Iglesia: su conversión, bautismo por S. Ambrosio, los
milagros, muerte.. 430 d. C. – y el traslado de sus reliquias a Pavía.
Detrás del Arca, aparece una porción de mosaico octagonal, de la
Catedral de la antigua Hipona, donde Agustín fue Obispo - 395 / 430 d.
C. El fresco que cubre la bóveda del ábside remonta al año 1900. En un
fondo de falso mosaico dorado domina la figura del Redentor sentado en
trono y flanqueado por el Apóstol San Pedro y S. Agustín con su madre
Mónica.
PENSAMIENTOS
DE SAN AGUSTÍN
“Ama a Dios, y haz lo que
quieras.” –Sermón acerca de Juan 1, 7:8.
“Nada conquista excepto la
verdad y la victoria de la verdad es el amor.” -Sermones 358, 1.
“Victoria veritatis est caritas.”
“El amor es la belleza del
alma.”
“Tarde te amé, Oh Belleza
siempre antigua, siempre nueva. Tarde te amé. Tú me has llamado, y me
has llamado insistentemente, y has suprimido mi sordera. Tu has brillado
con luz y has puesto mi ceguera a volar! Tu has emanado fragancia, y me
he quedado sin aliento, y he suspirado por ti. Te he conocido, y he
tenido hambre y sed de Ti. Tú me has tocado, y he sido encendido por tu
paz.” -Confesiones,
Capítulo 1.
"¡Oh verdad, verdad, cómo suspiraba ya
entonces por ti desde las fibras más íntimas de mi corazón!".
¡Pobre de mí, que me creí apto para el
vuelo, abandoné el nido y caí antes de poder volar!".
"La medida del amor es el amor sin medida"
"¿Los hombres salen a hacer turismo para admirar las crestas de los
montes, el oleaje de los mares, el copioso curso de los ríos, los
movimientos de los astros.Y, sin embargo, pasan de largo de sí mismos".
"No busques que dar. Date a ti mismo".
"Conocerse de verdad a uno mismo no es otra cosa que oir de Dios lo que
el piensa de nosotros".
"El hombre bueno es libre, incluso cuando es esclavo".
"Si queréis recibir la vida del Espíritu Santo, conservad la caridad,
amad la verdad y desead la unidad para llegar a la eternidad".
Sobre la Ciudad de Dios
En todo lugar ofrecerán incienso a mi nombre y una ofrenda pura
Sobre los mártires
Administró la
sangre sagrada de Cristo (Sobre S. Lorenzo)
Estos
mártires, en su predicación, daban testimonio de lo que habían visto (San
Pedro y San Pablo)
Preciosa
es la muerte de los mártires, comprada con el precio de la muerte de Cristo
A los pastores:
Somos cristianos y somos obispos
Los pastores que se apacientan a sí mismos
El ejemplo de Pablo
Que nadie busque su interés, sino el de Jesucristo
Prepárate para las pruebas
Ofrece el alivio de la consolación
Los cristianos débiles
Insiste a tiempo y a destiempo
Soy
obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros
De
sus comentarios sobre los salmos:
Cantad
a Dios con maestría y con júbilo Salmo 32
En
Cristo
fuimos tentados, en Él vencimos al diablo
Salmo 60
Los de fuera, lo quieran o no,
son hermanos nuestros (sobre los
cristianos separados)
El Señor es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía
Salmo 47
No pongamos resistencia a su primera venida, y no temeremos la segunda Salmo
95,14.15
Las
promesas de Dios se nos conceden por su Hijo Salmo 109
El Señor Jesucristo es el verdadero Salomón
Salmo 126
Comentario sobre Gálatas:
Entendamos la
gracia de Dios.
Hasta ver a
Cristo formado en vosotros
Sobre el Evangelio de Juan:
Llega una mujer de Samaria a sacar agua #15
El doble
precepto de la caridad
#17
Cristo es el camino hacia la luz, la verdad y la vida
#34
Llegarás a la fuente, verás la luz
#35
El
mandamiento nuevo #65
Que la
fuerza del amor supere el pesar por la muerte
#123
Dos
vidas #124
La Iglesia
está fundada sobre la piedra que confesó Pedro
#124,5
Otras obras:
La misma vida se ha
manifestado en la carne Tratado sobre la 1 carta
de S. Juan
Creer en
las Escrituras por la autoridad de la Iglesia Católica
En su libro
De Doctrina Christiana expone los
principios para la interpretación Bíblica.
Jesucristo es del linaje de David según la carne.
Sobre la predestinación
Damos
culto a los mártires con un culto de amor y participación
Vicente venció
en aquel por quien había sido vencido el mundo
Queridos
hermanos y hermanas:
Después de las
grandes festividades navideñas, quiero volver a las meditaciones sobre
los Padres de la Iglesia y hablar hoy del Padre más grande de la Iglesia
latina, san Agustín: hombre de pasión y de fe, de altísima inteligencia
y de incansable solicitud pastoral. Este gran santo y doctor de la
Iglesia a menudo es conocido, al menos de fama, incluso por quienes
ignoran el cristianismo o no tienen familiaridad con él, porque dejó una
huella profundísima en la vida cultural de Occidente y de todo el mundo.
Por su
singular relevancia, san Agustín ejerció una influencia enorme y podría
afirmarse, por una parte, que todos los caminos de la literatura latina
cristiana llevan a Hipona (hoy Anaba, en la costa de Argelia), lugar
donde era obispo; y, por otra, que de esta ciudad del África romana, de
la que san Agustín fue obispo desde el año 395 hasta su muerte, en el
año 430, parten muchas otras sendas del cristianismo sucesivo y de la
misma cultura occidental.
Pocas veces
una civilización ha encontrado un espíritu tan grande, capaz de acoger
sus valores y de exaltar su riqueza intrínseca, inventando ideas y
formas de las que se alimentarían las generaciones posteriores, como
subrayó también Pablo VI: «Se puede afirmar que todo el pensamiento de
la antigüedad confluye en su obra y que de ella derivan corrientes de
pensamiento que empapan toda la tradición doctrinal de los siglos
posteriores» (AAS, 62, 1970, p. 426: L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 31 de mayo de 1970, p. 10).
San Agustín
es, además, el Padre de la Iglesia que ha dejado el mayor número de
obras. Su biógrafo, Posidio, dice: parecía imposible que un hombre
pudiera escribir tanto durante su vida. En un próximo encuentro
hablaremos de estas diversas obras. Hoy nuestra atención se centrará en
su vida, que puede reconstruirse a través de sus escritos, y en
particular de las Confesiones, su extraordinaria autobiografía
espiritual, escrita para alabanza de Dios, que es su obra más famosa.
Las Confesiones, precisamente por su atención a la interioridad y
a la psicología, constituyen un modelo único en la literatura
occidental, y no sólo occidental, incluida la no religiosa, hasta la
modernidad. Esta atención a la vida espiritual, al misterio del yo, al
misterio de Dios que se esconde en el yo, es algo extraordinario, sin
precedentes, y permanece para siempre, por decirlo así, como una
"cumbre" espiritual.
Pero, volvamos
a su vida. San Agustín nació en Tagaste, en la provincia de Numidia, en
el África romana, el 13 de noviembre del año 354. Era hijo de Patricio,
un pagano que después fue catecúmeno, y de Mónica, cristiana fervorosa.
Esta mujer apasionada, venerada como santa, ejerció en su hijo una
enorme influencia y lo educó en la fe cristiana. San Agustín había
recibido también la sal, como signo de la acogida en el catecumenado. Y
siempre quedó fascinado por la figura de Jesucristo; más aún, dice que
siempre amó a Jesús, pero que se alejó cada vez más de la fe eclesial,
de la práctica eclesial, como sucede también hoy a muchos jóvenes.
San Agustín
tenía también un hermano, Navigio, y una hermana, cuyo nombre
desconocemos, la cual, tras quedar viuda, fue superiora de un monasterio
femenino. El muchacho, de agudísima inteligencia, recibió una buena
educación, aunque no siempre fue un estudiante ejemplar. En cualquier
caso, estudió bien la gramática, primero en su ciudad natal y después en
Madaura y, a partir del año 370, retórica en Cartago, capital del África
romana: llegó a dominar perfectamente el latín, pero no alcanzó el
mismo dominio en griego, ni aprendió el púnico, la lengua de sus
paisanos.
Precisamente
en Cartago san Agustín leyó por primera vez el Hortensius, obra
de Cicerón que después se perdió y que se sitúa en el inicio de su
camino hacia la conversión. Ese texto ciceroniano despertó en él el amor
por la sabiduría, como escribirá, siendo ya obispo, en las Confesiones: «Aquel libro cambió mis aficiones» hasta el punto de
que «de repente me pareció vil toda vana esperanza, y con increíble
ardor de corazón deseaba la inmortalidad de la sabiduría» (III, 4, 7).
Pero, dado que
estaba convencido de que sin Jesús no puede decirse que se ha encontrado
efectivamente la verdad, y dado que en ese libro apasionante faltaba ese
nombre, al acabar de leerlo comenzó a leer la Escritura, la Biblia. Pero
quedó decepcionado, no sólo porque el estilo latino de la traducción de
la sagrada Escritura era deficiente, sino también porque el mismo
contenido no le pareció satisfactorio. En las narraciones de la
Escritura sobre guerras y otras vicisitudes humanas no encontraba la
altura de la filosofía, el esplendor de la búsqueda de la verdad, propio
de la filosofía. Sin embargo, no quería vivir sin Dios; buscaba una
religión que respondiera a su deseo de verdad y también a su deseo de
acercarse a Jesús.
De esta
manera, cayó en la red de los maniqueos, que se presentaban como
cristianos y prometían una religión totalmente racional. Afirmaban que
el mundo se divide en dos principios: el bien y el mal. Así se
explicaría toda la complejidad de la historia humana. También la moral
dualista atraía a san Agustín, pues implicaba una moral muy elevada para
los elegidos; quienes, como él, se adherían a esa moral podían llevar
una vida mucho más adecuada a la situación de la época, especialmente
los jóvenes.
Por tanto, se
hizo maniqueo, convencido en ese momento de que había encontrado la
síntesis entre racionalidad, búsqueda de la verdad y amor a Jesucristo.
Y sacó también una ventaja concreta para su vida: la adhesión a los
maniqueos abría fáciles perspectivas de carrera. Adherirse a esa
religión, que contaba con muchas personalidades influyentes, le permitía
seguir su relación con una mujer y progresar en su carrera. De esa mujer
tuvo un hijo, Adeodato, al que quería mucho, muy inteligente, que
después estaría presente en su preparación para el bautismo junto al
lago de Como, participando en los Diálogos que san Agustín nos
dejó. Por desgracia, el muchacho falleció prematuramente.
Cuando tenía
alrededor de veinte años, fue profesor de gramática en su ciudad natal,
pero pronto regresó a Cartago, donde se convirtió en un brillante y
famoso maestro de retórica. Con el paso del tiempo, sin embargo, comenzó
a alejarse de la fe de los maniqueos, que le decepcionaron precisamente
desde el punto de vista intelectual, pues eran incapaces de resolver sus
dudas; se trasladó a Roma y después a Milán, donde residía entonces la
corte imperial y donde había obtenido un puesto de prestigio, por
recomendación del prefecto de Roma, el pagano Simaco, que era hostil al
obispo de Milán, san Ambrosio.
En Milán, san
Agustín adquirió la costumbre de escuchar, al inicio con el fin de
enriquecer su bagaje retórico, las bellísimas predicaciones del obispo
san Ambrosio, que había sido representante del emperador para el norte
de Italia. El retórico africano quedó fascinado por la palabra del gran
prelado milanés; y no sólo por su retórica. Sobre todo el contenido fue
tocando cada vez más su corazón.
El gran
problema del Antiguo Testamento, de la falta de belleza retórica y de
altura filosófica, se resolvió con las predicaciones de san Ambrosio,
gracias a la interpretación tipológica del Antiguo Testamento: san
Agustín comprendió que todo el Antiguo Testamento es un camino hacia
Jesucristo. De este modo, encontró la clave para comprender la belleza,
la profundidad, incluso filosófica, del Antiguo Testamento; y comprendió
toda la unidad del misterio de Cristo en la historia, así como la
síntesis entre filosofía, racionalidad y fe en el Logos, en
Cristo, Verbo eterno, que se hizo carne.
Pronto san
Agustín se dio cuenta de que la interpretación alegórica de la Escritura
y la filosofía neoplatónica del obispo de Milán le permitían resolver
las dificultades intelectuales que, cuando era más joven, en su primer
contacto con los textos bíblicos, le habían parecido insuperables.
Así, tras la
lectura de los escritos de los filósofos, san Agustín se dedicó a hacer
una nueva lectura de la Escritura y sobre todo de las cartas de san
Pablo. Por tanto, la conversión al cristianismo, el 15 de agosto del año
386, llegó al final de un largo y agitado camino interior, del que
hablaremos en otra catequesis. Se trasladó al campo, al norte de Milán,
junto al lago de Como, con su madre Mónica, su hijo Adeodato y un
pequeño grupo de amigos, para prepararse al bautismo. Así, a los 32
años, san Agustín fue bautizado por san Ambrosio el 24 de abril del año
387, durante la Vigilia pascual, en la catedral de Milán.
Después del
bautismo, san Agustín decidió regresar a África con sus amigos, con la
idea de llevar vida en común, al estilo monástico, al servicio de Dios.
Pero en Ostia, mientras esperaba para embarcarse, su madre
repentinamente se enfermó y poco más tarde murió, destrozando el corazón
de su hijo.
Tras regresar
finalmente a su patria, el convertido se estableció en Hipona para
fundar allí un monasterio. En esa ciudad de la costa africana, a pesar
de resistirse, fue ordenado presbítero en el año 391 y comenzó con
algunos compañeros la vida monástica en la que pensaba desde hacía
bastante tiempo, repartiendo su tiempo entre la oración, el estudio y la
predicación. Quería dedicarse sólo al servicio de la verdad; no se
sentía llamado a la vida pastoral, pero después comprendió que la
llamada de Dios significaba ser pastor entre los demás y así ofrecerles
el don de la verdad. En Hipona, cuatro años después, en el año 395, fue
consagrado obispo.
Al seguir
profundizando en el estudio de las Escrituras y de los textos de la
tradición cristiana, san Agustín se convirtió en un obispo ejemplar por
su incansable compromiso pastoral: predicaba varias veces a la semana a
sus fieles, ayudaba a los pobres y a los huérfanos, cuidaba la formación
del clero y la organización de monasterios femeninos y masculinos.
En poco
tiempo, el antiguo retórico se convirtió en uno de los exponentes más
importantes del cristianismo de esa época: muy activo en el gobierno de
su diócesis, también con notables implicaciones civiles, en sus más de
35 años de episcopado, el obispo de Hipona influyó notablemente en la
dirección de la Iglesia católica del África romana y, más en general, en
el cristianismo de su tiempo, afrontando tendencias religiosas y
herejías tenaces y disgregadoras, como el maniqueísmo, el donatismo y el
pelagianismo, que ponían en peligro la fe cristiana en el Dios único y
rico en misericordia.
Y san Agustín
se encomendó a Dios cada día, hasta el final de su vida: afectado por
la fiebre mientras la ciudad de Hipona se encontraba asediada desde
hacía casi tres meses por los vándalos invasores, como cuenta su amigo
Posidio en la Vita Augustini, el obispo pidió que le
transcribieran con letras grandes los salmos penitenciales "y pidió que
colgaran las hojas en la pared de enfrente, de manera que desde la cama,
durante su enfermedad, los podía ver y leer, y lloraba intensamente sin
interrupción" (31, 2). Así pasaron los últimos días de la vida de san
Agustín, que falleció el 28 de agosto del año 430, sin haber cumplido
los 76 años. A sus obras, a su mensaje y a su experiencia interior
dedicaremos los próximos encuentros.
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL Miércoles 16 de enero de 2008
San
Agustín (2)
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy, al igual que el miércoles pasado, quiero hablar del gran obispo de
Hipona, san Agustín. Cuatro años antes de morir, quiso nombrar a su
sucesor. Por eso, el 26 de septiembre del año 426, reunió al pueblo en
la basílica de la Paz, en Hipona, para presentar a los fieles a quien
había designado para esa misión. Dijo: «En esta vida todos somos
mortales, pero para cada persona el último día de esta vida es siempre
incierto. Sin embargo, en la infancia se espera llegar a la
adolescencia; en la adolescencia, a la juventud; en la juventud, a la
edad adulta; en la edad adulta, a la edad madura; en la edad madura, a
la vejez. Nadie está seguro de que llegará, pero lo espera. La vejez,
por el contrario, no tiene ante sí otro período en el que poder esperar;
su misma duración es incierta... Yo, por voluntad de Dios, llegué a esta
ciudad en el vigor de mi vida; pero ahora mi juventud ha pasado y ya soy
viejo» (Ep. 213, 1).
En ese
momento, san Agustín dio el nombre de su sucesor designado, el sacerdote
Heraclio. La asamblea estalló en un aplauso de aprobación repitiendo
veintitrés veces: «¡Demos gracias a Dios! ¡Alabemos a Cristo!». Con
otras aclamaciones, los fieles aprobaron, además, lo que después dijo
san Agustín sobre sus propósitos para su futuro: quería dedicar los años
que le quedaban a un estudio más intenso de las sagradas Escrituras (cf.
Ep. 213, 6).
De hecho, en
los cuatro años siguientes llevó a cabo una extraordinaria actividad
intelectual: escribió obras importantes, emprendió otras no menos
relevantes, mantuvo debates públicos con los herejes —siempre buscaba el
diálogo—, promovió la paz en las provincias africanas amenazadas por las
tribus bárbaras del sur.
En este
sentido escribió al conde Darío, que había ido a África para tratar de
solucionar la disputa entre el conde Bonifacio y la corte imperial, de
la que se estaban aprovechando las tribus de los moros para sus
correrías: «Acabar con la guerra mediante la palabra, y buscar o
mantener la paz con la paz y no con la guerra, es un título de gloria
mucho mayor que matar a los hombres con la espada. Ciertamente, incluso
quienes combaten, si son buenos, buscan sin duda la paz, pero a costa de
derramar sangre. Tú, por el contrario, has sido enviado precisamente
para impedir que haya derramamiento de sangre» (Ep. 229, 2).
Por desgracia,
la esperanza de una pacificación de los territorios africanos quedó
defraudada: en mayo del año 429 los vándalos, invitados a África como
venganza por el mismo Bonifacio, pasaron el estrecho de Gibraltar y
penetraron en Mauritania. La invasión se extendió rápidamente por las
otras ricas provincias africanas. En mayo o junio del año 430, «los
destructores del imperio romano», como califica Posidio a esos bárbaros
(Vida, 30, 1), ya rodeaban Hipona, asediándola.
En la ciudad
se había refugiado también Bonifacio, el cual, habiéndose reconciliado
demasiado tarde con la corte, trataba en vano de bloquear el paso a los
invasores. El biógrafo Posidio describe el dolor de san Agustín: «Las
lágrimas eran, más que de costumbre, su pan día y noche y, habiendo
llegado ya al final de su vida, vivía su vejez en la amargura y en el
luto más que los demás» (Vida, 28, 6). Y explica: «Ese hombre de
Dios veía las matanzas y las destrucciones de las ciudades; las casas
destruidas en los campos y a los habitantes asesinados por los enemigos
o desplazados; las iglesias sin sacerdotes y ministros; las vírgenes
consagradas y los religiosos dispersos por doquier; entre ellos, algunos
habían desfallecido en las torturas, otros habían sido asesinados con la
espada, otros habían sido hechos prisioneros, perdida la integridad del
alma y del cuerpo e incluso la fe, reducidos a una dolorosa y larga
esclavitud por los enemigos» (ib., 28, 8).
Aunque era
anciano y estaba cansado, san Agustín permaneció en la brecha,
confortándose a sí mismo y a los demás con la oración y con la
meditación de los misteriosos designios de la Providencia. Al respecto,
hablaba de la "vejez del mundo" —y en realidad ese mundo romano era
viejo—; hablaba de esta vejez como lo había hecho ya algunos años antes
para consolar a los refugiados procedentes de Italia, cuando en el año
410 los godos de Alarico invadieron la ciudad de Roma.
En la vejez
—decía— abundan los achaques: tos, catarro, legañas, ansiedad,
agotamiento. Pero si el mundo envejece, Cristo es siempre joven. Por
eso, hacía la invitación: «No rechaces rejuvenecer con Cristo, incluso
en un mundo envejecido. Él te dice: "No temas, tu juventud se renovará
como la del águila"» (cf. Serm. 81, 8). Por eso el cristiano no
debe abatirse, incluso en situaciones difíciles, sino que ha de
esforzarse por ayudar a los necesitados.
Es lo que el
gran doctor sugiere respondiendo al obispo de Tiabe, Honorato, el cual
le había preguntado si, ante la amenaza de las invasiones bárbaras, un
obispo o un sacerdote o cualquier hombre de Iglesia podía huir para
salvar la vida: «Cuando el peligro es común a todos, es decir, para
obispos, clérigos y laicos, quienes tienen necesidad de los demás no
deben ser abandonados por aquellos de quienes tienen necesidad. En este
caso, todos deben refugiarse en lugares seguros; pero si algunos
necesitan quedarse, no los han de abandonar quienes tienen el deber de
asistirles con el ministerio sagrado, de manera que o se salven juntos o
juntos soporten las calamidades que el Padre de familia quiera que
sufran» (Ep. 228, 2). Y concluía: «Esta es la prueba suprema de
la caridad» (ib., 3). ¿Cómo no reconocer en estas palabras el
heroico mensaje que tantos sacerdotes, a lo largo de los siglos, han
acogido y hecho propio?
Mientras tanto
la ciudad de Hipona resistía. La casa-monasterio de san Agustín había
abierto sus puertas para acoger a sus hermanos en el episcopado que
pedían hospitalidad. Entre estos se encontraba también Posidio, que
había sido su discípulo, el cual de este modo pudo dejarnos el
testimonio directo de aquellos últimos y dramáticos días.
«En el tercer
mes de aquel asedio —narra— se acostó con fiebre: era su última
enfermedad» (Vida, 29, 3). El santo anciano aprovechó aquel
momento, finalmente libre, para dedicarse con más intensidad a la
oración. Solía decir que nadie, obispo, religioso o laico, por más
irreprensible que pudiera parecer su conducta, puede afrontar la muerte
sin una adecuada penitencia. Por este motivo, repetía continuamente
entre lágrimas los salmos penitenciales, que tantas veces había recitado
con el pueblo (cf. ib., 31, 2).
Cuanto más se
agravaba su enfermedad, más necesidad sentía el obispo moribundo de
soledad y de oración: «Para que nadie le molestara en su recogimiento,
unos diez días antes de abandonar el cuerpo nos pidió a los presentes
que no dejáramos entrar a nadie en su habitación, a excepción de los
momentos en los que los médicos iban a visitarlo o cuando le llevaban la
comida. Su voluntad se cumplió escrupulosamente y durante todo ese
tiempo él se dedicaba a la oración» (ib., 31, 3). Murió el 28 de
agosto del año 430: su gran corazón finalmente pudo descansar en Dios.
«Para la
inhumación de su cuerpo —informa Posidio— se ofreció a Dios el
sacrificio, al que asistimos, y después fue sepultado» (Vida, 31,
5). Su cuerpo, en fecha incierta, fue trasladado a Cerdeña y, hacia el
año 725, a Pavía, a la basílica de San Pedro en el Cielo de Oro, donde
descansa en la actualidad. Su primer biógrafo da de él este juicio
conclusivo: «Dejó a la Iglesia un clero muy numeroso, así como
monasterios de hombres y de mujeres llenos de personas con voto de
continencia bajo la obediencia de sus superiores, además de bibliotecas
que contenían los libros y discursos suyos y de otros santos, gracias a
los cuales se conoce cuál ha sido por gracia de Dios su mérito y su
grandeza en la Iglesia, y en los cuales los fieles siempre lo encuentran
vivo» (Posidio, Vida, 31, 8).
Es un juicio
que podemos compartir: en sus escritos también nosotros lo «encontramos
vivo». Cuando leo los escritos de san Agustín no tengo la impresión de
que se trate de un hombre que murió hace más o menos mil seiscientos
años, sino que lo siento como un hombre de hoy: un amigo, un
contemporáneo que me habla, que nos habla con su fe lozana y actual.
En san
Agustín, que nos habla, que me habla a mí en sus escritos, vemos la
actualidad permanente de su fe, de la fe que viene de Cristo, Verbo
eterno encarnado, Hijo de Dios e Hijo del hombre. Y podemos ver que esta
fe no es de ayer, aunque haya sido predicada ayer; es siempre actual,
porque Cristo es realmente ayer, hoy y para siempre. Él es el camino, la
verdad y la vida. De este modo san Agustín nos impulsa a confiar en este
Cristo siempre vivo y a encontrar así el camino de la vida.
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL Miércoles 30 de enero de 2008
San
Agustín Armonía entre fe y razón
Queridos
amigos:
Después de la Semana de oración por la unidad de los cristianos volvemos
hoy a hablar de la gran figura de san Agustín. Mi querido
predecesor Juan Pablo II le dedicó, en 1986, es decir, en el decimosexto
centenario de su conversión, un largo y denso documento, la carta
apostólica
Augustinum Hipponensem
(cf. L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 14 de septiembre
de 1986, pp. 15-21). El mismo Papa definió ese texto como «una acción de
gracias a Dios por el don que hizo a la Iglesia, y mediante ella a la
humanidad entera, gracias a aquella admirable conversión» (n. 1).
Sobre el tema
de la conversión hablaré en una próxima audiencia. Es un tema
fundamental, no sólo para su vida personal, sino también para la
nuestra. En el evangelio del domingo pasado el Señor mismo resumió su
predicación con la palabra: "Convertíos". Siguiendo el camino de san
Agustín, podríamos meditar en lo que significa esta conversión: es algo
definitivo, decisivo, pero la decisión fundamental debe desarrollarse,
debe realizarse en toda nuestra vida.
La catequesis
de hoy está dedicada, en cambio, al tema de la fe y la razón, un tema
determinante, o mejor, el tema determinante de la biografía de san
Agustín. De niño había aprendido de su madre, santa Mónica, la fe
católica. Pero siendo adolescente había abandonado esta fe porque ya no
lograba ver su racionalidad y no quería una religión que no fuera
también para él expresión de la razón, es decir, de la verdad. Su sed de
verdad era radical y lo llevó a alejarse de la fe católica. Pero era tan
radical que no podía contentarse con filosofías que no llegaran a la
verdad misma, que no llegaran hasta Dios. Y a un Dios que no fuera sólo
una hipótesis cosmológica última, sino que fuera el verdadero Dios, el
Dios que da la vida y que entra en nuestra misma vida. De este modo,
todo el itinerario intelectual y espiritual de san Agustín constituye un
modelo válido también hoy en la relación entre fe y razón, tema no sólo
para hombres creyentes, sino también para todo hombre que busca la
verdad, tema central para el equilibrio y el destino de todo ser humano.
Estas dos
dimensiones, fe y razón, no deben separarse ni contraponerse, sino que
deben estar siempre unidas. Como escribió san Agustín tras su
conversión, fe y razón son "las dos fuerzas que nos llevan a conocer" (Contra
academicos, III, 20, 43). A este respecto, son justamente célebres
sus dos fórmulas (cf. Sermones, 43, 9) con las que expresa esta
síntesis coherente entre fe y razón: crede ut intelligas ("cree
para comprender") —creer abre el camino para cruzar la puerta de la
verdad—, pero también y de manera inseparable, intellige ut credas
("comprende para creer"), escruta la verdad para poder encontrar a
Dios y creer.
Las dos
afirmaciones de san Agustín expresan con gran eficacia y profundidad la
síntesis de este problema, en la que la Iglesia católica ve manifestado
su camino. Históricamente esta síntesis se fue formando, ya antes de la
venida de Cristo, en el encuentro entre la fe judía y el pensamiento
griego en el judaísmo helenístico. Sucesivamente, en la historia, esta
síntesis fue retomada y desarrollada por muchos pensadores cristianos.
La armonía entre fe y razón significa sobre todo que Dios no está
lejos: no está lejos de nuestra razón y de nuestra vida; está cerca de
todo ser humano, cerca de nuestro corazón y de nuestra razón, si
realmente nos ponemos en camino.
San Agustín
experimentó con extraordinaria intensidad esta cercanía de Dios al
hombre. La presencia de Dios en el hombre es profunda y al mismo tiempo
misteriosa, pero puede reconocerse y descubrirse en la propia
intimidad: no hay que salir fuera —afirma el convertido—; "vuelve a ti
mismo. La verdad habita en lo más íntimo del hombre. Y si encuentras que
tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo. Pero, al hacerlo,
recuerda que trasciendes un alma que razona. Así pues, dirígete adonde
se enciende la luz misma de la razón" (De vera religione, 39,
72). Con una afirmación famosísima del inicio de las Confesiones, autobiografía espiritual escrita en alabanza de Dios, él mismo subraya:
"Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que
descanse en ti" (I, 1, 1).
La lejanía de
Dios equivale, por tanto, a la lejanía de sí mismos. "Porque tú
—reconoce san Agustín (Confesiones, III, 6, 11)— estabas más
dentro de mí que lo más íntimo de mí, y más alto que lo supremo de mi
ser" ("interior intimo meo et superior summo meo"), hasta el
punto de que, como añade en otro pasaje recordando el tiempo precedente
a su conversión, "tú estabas, ciertamente, delante de mí, mas yo me
había alejado también de mí, y no acertaba a hallarme, ¡cuánto menos a
ti!" (Confesiones, V, 2, 2).
Precisamente
porque san Agustín vivió a fondo este itinerario intelectual y
espiritual, supo presentarlo en sus obras con tanta claridad,
profundidad y sabiduría, reconociendo en otros dos famosos pasajes de
las Confesiones (IV, 4, 9 y 14, 22) que el hombre es "un gran
enigma" (magna quaestio) y "un gran abismo" (grande profundum),
enigma y abismo que sólo Cristo ilumina y colma. Esto es importante:
quien está lejos de Dios también está lejos de sí mismo, alienado de sí
mismo, y sólo puede encontrarse a sí mismo si se encuentra con Dios. De
este modo logra llegar a sí mismo, a su verdadero yo, a su verdadera
identidad.
El ser humano
—subraya después san Agustín en el De civitate Dei (XII, 27)— es
sociable por naturaleza pero antisocial por vicio, y quien lo salva es
Cristo, único mediador entre Dios y la humanidad, y "camino universal de
la libertad y de la salvación", como repitió mi predecesor Juan Pablo II
(Augustinum
Hipponensem,
21). Fuera de este camino, que nunca le ha faltado al género humano
—afirma también san Agustín en esa misma obra— "nadie ha sido liberado
nunca, nadie es liberado y nadie será liberado" (De civitate Dei
X, 32, 2). Como único mediador de la salvación, Cristo es cabeza de la
Iglesia y está unido místicamente a ella, hasta el punto de que san
Agustín puede afirmar: "Nos hemos convertido en Cristo. En efecto, si
él es la cabeza, nosotros somos sus miembros; el hombre total es él y
nosotros" (In Iohannis evangelium tractatus, 21, 8).
Según la
concepción de san Agustín, la Iglesia, pueblo de Dios y casa de Dios,
está por tanto íntimamente vinculada al concepto de Cuerpo de Cristo,
fundamentada en la relectura cristológica del Antiguo Testamento y en la
vida sacramental centrada en la Eucaristía, en la que el Señor nos da su
Cuerpo y nos transforma en su Cuerpo. Por tanto, es fundamental que la
Iglesia, pueblo de Dios, en sentido cristológico y no en sentido
sociológico, esté verdaderamente insertada en Cristo, el cual, como
afirma san Agustín en una página hermosísima, "ora por nosotros, ora en
nosotros; nosotros oramos a él; él ora por nosotros como sacerdote; ora
en nosotros como nuestra cabeza; y nosotros oramos a él como a nuestro
Dios; por tanto, reconocemos en él nuestra voz y la suya en nosotros" (Enarrationes
in Psalmos, 85, 1).
En la
conclusión de la carta apostólica
Augustinum Hipponensem,
Juan Pablo II pregunta al mismo santo qué quería decir a los hombres de
hoy y responde, ante todo, con las palabras que san Agustín escribió en
una carta dictada poco después de su conversión: "A mí me parece que
hay que conducir de nuevo a los hombres... a la esperanza de encontrar
la verdad" (Ep., 1, 1), la verdad que es Cristo mismo, Dios
verdadero, a quien se dirige una de las oraciones más hermosas y famosas
de las Confesiones (X, 27, 38): "Tarde te amé, hermosura tan
antigua, y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro de
mí, y yo fuera, y fuera te buscaba yo, y me arrojaba sobre esas
hermosuras que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo.
Me mantenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no
existirían. Llamaste y gritaste, y rompiste mi sordera; brillaste y
resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia, la
respiré y suspiro por ti; te gusté y tengo hambre y sed de ti; me
tocaste y me abrasé en tu paz".
San Agustín
encontró a Dios y durante toda su vida lo experimentó hasta el punto de
que esta realidad —que es ante todo el encuentro con una Persona, Jesús—
cambió su vida, como cambia la de cuantos, hombres y mujeres, en
cualquier tiempo, tienen la gracia de encontrarse con él. Pidamos al
Señor que nos dé esta gracia y nos haga encontrar así su paz.
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL Miércoles 20 de febrero de 2008
San
Agustín (4)
Las Obras de san Agustín
Queridos
hermanos y hermanas:
Tras la pausa
de los ejercicios espirituales de la semana pasada, hoy volvemos a
presentar la gran figura de san Agustín, sobre el que ya he hablado
varias veces en las catequesis del miércoles. Es el Padre de la Iglesia
que ha dejado el mayor número de obras, y de ellas quiero hablar hoy
brevemente. Algunos de los escritos de san Agustín son de fundamental
importancia, no sólo para la historia del cristianismo, sino también
para la formación de toda la cultura occidental: el ejemplo más claro
son las Confesiones, sin duda uno de los libros de la antigüedad
cristiana más leídos todavía hoy. Al igual que varios Padres de la
Iglesia de los primeros siglos, aunque en una medida incomparablemente
más amplia, también el obispo de Hipona ejerció una influencia amplia y
persistente, como lo demuestra la sobreabundante tradición manuscrita de
sus obras, que son realmente numerosas.
Él mismo las
revisó algunos años antes de morir en las Retractationes y poco
después de su muerte fueron cuidadosamente registradas en el Indiculus ("índice") añadido por su fiel amigo Posidio a la
biografía de san Agustín, Vita Augustini. La lista de las obras
de san Agustín fue realizada con el objetivo explícito de salvaguardar
su memoria mientras la invasión de los vándalos se extendía por toda el
África romana y contabiliza mil treinta escritos numerados por su autor,
junto con otros "que no pueden numerarse porque no les puso ningún
número".
Posidio,
obispo de una ciudad cercana, dictaba estas palabras precisamente en
Hipona, donde se había refugiado y donde había asistido a la muerte de
su amigo, y casi seguramente se basaba en el catálogo de la biblioteca
personal de san Agustín. Hoy han sobrevivido más de trescientas cartas
del obispo de Hipona, y casi seiscientas homilías, pero estas
originalmente eran muchas más, quizá entre tres mil y cuatro mil, fruto
de cuatro décadas de predicación del antiguo retórico, que había
decidido seguir a Jesús, dejando de hablar a los grandes de la corte
imperial para dirigirse a la población sencilla de Hipona.
En años
recientes, el descubrimiento de un grupo de cartas y de algunas homilías
ha enriquecido nuestro conocimiento de este gran Padre de la Iglesia.
"Muchos libros —escribe Posidio— fueron redactados y publicados por él,
muchas predicaciones fueron pronunciadas en la iglesia, transcritas y
corregidas, ya sea para confutar a herejes ya sea para interpretar las
sagradas Escrituras para edificación de los santos hijos de la Iglesia.
Estas obras —subraya el obispo amigo— son tan numerosas que a duras
penas un estudioso tiene la posibilidad de leerlas y aprender a
conocerlas" (Vita Augustini, 18, 9).
Entre la
producción literaria de san Agustín —por tanto, más de mil publicaciones
subdivididas en escritos filosóficos, apologéticos, doctrinales,
morales, monásticos, exegéticos y contra los herejes, además de las
cartas y homilías— destacan algunas obras excepcionales de gran
importancia teológica y filosófica. Ante todo, hay que recordar las Confesiones, antes mencionadas, escritas en trece libros entre los
años 397 y 400 para alabanza de Dios. Son una especie de autobiografía
en forma de diálogo con Dios. Este género literario refleja precisamente
la vida de san Agustín, que no estaba cerrada en sí misma, dispersa en
muchas cosas, sino vivida esencialmente como un diálogo con Dios y, de
este modo, una vida con los demás.
El título Confesiones indica ya lo específico de esta autobiografía. En el
latín cristiano desarrollado por la tradición de los Salmos, la palabra
confessiones tiene dos significados, que se entrecruzan. Confessiones indica, en primer lugar, la confesión de las propias
debilidades, de la miseria de los pecados; pero al mismo tiempo, confessiones significa alabanza a Dios, reconocimiento de Dios. Ver
la propia miseria a la luz de Dios se convierte en alabanza a Dios y en
acción de gracias porque Dios nos ama y nos acepta, nos transforma y nos
eleva hacia sí mismo.
Sobre estas Confesiones, que tuvieron gran éxito ya en vida de san Agustín,
escribió él mismo: "Han ejercido sobre mí un gran influjo mientras las
escribía y lo siguen ejerciendo todavía cuando las vuelvo a leer. Hay
muchos hermanos a quienes gustan estas obras" (Retractationes,
II, 6): y tengo que reconocer que yo también soy uno de estos
"hermanos". Gracias a las Confesiones podemos seguir, paso a
paso, el camino interior de este hombre extraordinario y apasionado por
Dios.
Menos
difundidas, aunque igualmente originales y muy importantes son, también,
las Retractationes, redactadas en dos libros en torno al año 427,
en las que san Agustín, ya anciano, realiza una labor de "revisión" (retractatio)
de toda su obra escrita, dejando así un documento literario singular y
sumamente precioso, pero también una enseñanza de sinceridad y de
humildad intelectual.
De civitate
Dei,
obra imponente y decisiva para el desarrollo del pensamiento político
occidental y para la teología cristiana de la historia, fue escrita
entre los años 413 y 426 en veintidós libros. La ocasión fue el saqueo
de Roma por parte de los godos en el año 410. Muchos paganos de
entonces, y también muchos cristianos, habían dicho: Roma ha caído,
ahora el Dios cristiano y los apóstoles ya no pueden proteger la ciudad.
Durante la presencia de las divinidades paganas, Roma era caput mundi,
la gran capital, y nadie podía imaginar que caería en manos de los
enemigos. Ahora, con el Dios cristiano, esta gran ciudad ya no parecía
segura. Por tanto, el Dios de los cristianos no protegía, no podía ser
el Dios a quien convenía encomendarse. A esta objeción, que también
tocaba profundamente el corazón de los cristianos, responde san Agustín
con esta grandiosa obra, De civitate Dei, aclarando qué es lo que
debían esperarse de Dios y qué es lo que no podían esperar de él, cuál
es la relación entre la esfera política y la esfera de la fe, de la
Iglesia. Este libro sigue siendo una fuente para definir bien la
auténtica laicidad y la competencia de la Iglesia, la grande y verdadera
esperanza que nos da la fe.
Este gran
libro es una presentación de la historia de la humanidad gobernada por
la divina Providencia, pero actualmente dividida en dos amores. Y este
es el designio fundamental, su interpretación de la historia, la lucha
entre dos amores: el amor a sí mismo "hasta el desprecio de Dios" y el
amor a Dios "hasta el desprecio de sí mismo", (De civitate Dei,
XIV, 28), hasta la plena libertad de sí mismo para los demás a la luz de
Dios. Este es, tal vez, el mayor libro de san Agustín, de una
importancia permanente.
Igualmente
importante es el De Trinitate, obra en quince libros sobre el
núcleo principal de la fe cristiana, la fe en el Dios trino, escrita en
dos tiempos: entre los años 399 y 412 los primeros doce libros,
publicados sin saberlo san Agustín, el cual hacia el año 420 los
completó y revisó toda la obra. En ella reflexiona sobre el rostro de
Dios y trata de comprender este misterio de Dios, que es único, el único
creador del mundo, de todos nosotros: precisamente este Dios único es
trinitario, un círculo de amor. Trata de comprender el misterio
insondable: precisamente su ser trinitario, en tres Personas, es la
unidad más real y profunda del único Dios.
El libro De
doctrina christiana es, en cambio, una auténtica introducción
cultural a la interpretación de la Biblia y, en definitiva, al
cristianismo mismo, y tuvo una importancia decisiva en la formación de
la cultura occidental.
Con gran
humildad, san Agustín fue ciertamente consciente de su propia talla
intelectual. Pero para él era más importante llevar el mensaje cristiano
a los sencillos que redactar grandes obras de elevado nivel teológico.
Esta intención profunda, que le guió durante toda su vida, se manifiesta
en una carta escrita a su colega Evodio, en la que le comunica la
decisión de dejar de dictar por el momento los libros del De
Trinitate, "pues son demasiado densos y creo que son pocos los que
los pueden entender; urgen más textos que esperamos sean útiles a
muchos" (Epistulae, 169, 1, 1). Por tanto, para él era más útil
comunicar la fe de manera comprensible para todos, que escribir grandes
obras teológicas.
La gran
responsabilidad que sentía por la divulgación del mensaje cristiano se
encuentra en el origen de escritos como el De catechizandis rudibus,
una teoría y también una práctica de la catequesis, o el Psalmus
contra partem Donati. Los donatistas eran el gran problema del
África de san Agustín, un cisma específicamente africano. Los donatistas
afirmaban: la auténtica cristiandad es la africana. Se oponían a la
unidad de la Iglesia. Contra este cisma el gran obispo luchó durante
toda su vida, tratando de convencer a los donatistas de que incluso la
africanidad sólo puede ser verdadera en la unidad. Y para que le
entendieran los sencillos, los que no podían comprender el gran latín
del retórico, dijo: tengo que escribir incluso con errores
gramaticales, en un latín muy simplificado. Y lo hizo, sobre todo en
este Psalmus, una especie de poesía sencilla contra los
donatistas para ayudar a toda la gente a comprender que sólo en la
unidad de la Iglesia se realiza realmente para todos nuestra relación
con Dios y crece la paz en el mundo.
En esta
producción destinada a un público más amplio reviste particular
importancia su gran número de homilías, con frecuencia improvisadas,
transcritas por taquígrafos durante la predicación e inmediatamente
puestas en circulación. Entre estas destacan las bellísimas Enarrationes in Psalmos, muy leídas en la Edad Media. La publicación
de las miles de homilías de san Agustín —con frecuencia sin el control
del autor— explica su amplia difusión y su dispersión sucesiva, así como
su vitalidad. Inmediatamente las predicaciones del obispo de Hipona, por
la fama del autor, se convirtieron en textos sumamente requeridos. Para
los demás obispos y sacerdotes servían también de modelos, adaptados a
contextos siempre nuevos.
En la
tradición iconográfica, un fresco de Letrán que se remonta al siglo VI,
representa a san Agustín con un libro en la mano (véase la foto), no
sólo para expresar su producción literaria, que tanta influencia ejerció
en la mentalidad y en el pensamiento cristianos, sino también para
expresar su amor por los libros, por la lectura y el conocimiento de la
gran cultura precedente. A su muerte, cuenta Posidio, no dejó nada, pero
"recomendaba siempre que se conservara diligentemente para las futuras
generaciones la biblioteca de la iglesia con todos sus códices", sobre
todo los de sus obras. En estas, subraya Posidio, san Agustín está
"siempre vivo" y es muy útil para quien lee sus escritos, aunque
—concluye— "creo que pudieron sacar más provecho de su contacto los que
lo pudieron ver y escuchar cuando hablaba personalmente en la iglesia, y
sobre todo los que fueron testigos de su vida cotidiana entre la gente"
(Vita Augustini, 31).
Sí, también a
nosotros nos hubiera gustado poderlo escuchar vivo. Pero sigue realmente
vivo en sus escritos, está presente en nosotros y de este modo vemos
también la permanente vitalidad de la fe por la que dio toda su vida.
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL Miércoles 27 de febrero de 2008
Las
conversiones de san Agustín (5)
Queridos
hermanos y hermanas:
Con el
encuentro de hoy quiero concluir la presentación de la figura de san
Agustín. Después de comentar su vida, sus obras, y algunos aspectos de
su pensamiento, hoy quiero volver a hablar de su experiencia interior,
que hizo de él uno de los más grandes convertidos de la historia
cristiana. A esta experiencia dediqué en particular mi reflexión durante
la
peregrinación que realicé a Pavía,
el año pasado, para venerar los restos mortales de este Padre de la
Iglesia. De ese modo le expresé el homenaje de toda la Iglesia católica,
y al mismo tiempo manifesté mi personal devoción y reconocimiento con
respecto a una figura a la que me siento muy unido por el influjo que ha
tenido en mi vida de teólogo, de sacerdote y de pastor.
Todavía hoy es
posible revivir la historia de san Agustín sobre todo gracias a las Confesiones, escritas para alabanza de Dios, que constituyen el
origen de una de las formas literarias más específicas de Occidente, la
autobiografía, es decir, la expresión personal de la propia conciencia.
Pues bien, cualquiera que se acerque a este extraordinario y fascinante
libro, muy leído todavía hoy, fácilmente se da cuenta de que la
conversión de san Agustín no fue repentina ni se realizó plenamente
desde el inicio, sino que puede definirse más bien como un auténtico
camino, que sigue siendo un modelo para cada uno de nosotros.
Ciertamente,
este itinerario culminó con la conversión y después con el bautismo,
pero no se concluyó en aquella Vigilia pascual del año 387, cuando en
Milán el retórico africano fue bautizado por el obispo san Ambrosio. El
camino de conversión de san Agustín continuó humildemente hasta el final
de su vida, y se puede decir con verdad que sus diferentes etapas —se
pueden distinguir fácilmente tres— son una única y gran conversión.
San Agustín
buscó apasionadamente la verdad: lo hizo desde el inicio y después
durante toda su vida. La primera etapa en su camino de conversión se
realizó precisamente en el acercamiento progresivo al cristianismo. En
realidad, había recibido de su madre, santa Mónica, a la que siempre
estuvo muy unido, una educación cristiana y, a pesar de que en su
juventud había llevado una vida desordenada, siempre sintió una profunda
atracción por Cristo, habiendo bebido con la leche materna, como él
mismo subraya (cf. Confesiones, III, 4, 8), el amor al nombre del
Señor.
Pero también
la filosofía, sobre todo la platónica, había contribuido a acercarlo más
a Cristo, manifestándole la existencia del Logos, la razón
creadora. Los libros de los filósofos le indicaban que existe la razón,
de la que procede todo el mundo, pero no le decían cómo alcanzar este Logos, que parecía tan lejano. Sólo la lectura de las cartas de san
Pablo, en la fe de la Iglesia católica, le reveló plenamente la verdad.
San Agustín sintetizó esta experiencia en una de las páginas más famosas
de las Confesiones: cuenta que, en el tormento de sus
reflexiones, habiéndose retirado a un jardín, escuchó de repente una voz
infantil que repetía una cantilena que nunca antes había escuchado:
«tolle, lege; tolle, lege», «toma, lee; toma, lee» (VIII, 12, 29).
Entonces se acordó de la conversión de san Antonio, padre del
monaquismo, y solícitamente volvió a tomar el códice de san Pablo que
poco antes tenía en sus manos: lo abrió y la mirada se fijó en el pasaje
de la carta a los Romanos donde el Apóstol exhorta a abandonar las obras
de la carne y a revestirse de Cristo (Rm 13, 13-14).
Había
comprendido que esas palabras, en aquel momento, se dirigían
personalmente a él, procedían de Dios a través del Apóstol y le
indicaban qué debía hacer en ese momento. Así sintió cómo se disipaban
las tinieblas de la duda y quedaba libre para entregarse totalmente a
Cristo: «Habías convertido a ti mi ser», comenta (Confesiones,
VIII, 12, 30). Esta fue la conversión primera y decisiva.
El retórico
africano llegó a esta etapa fundamental de su largo camino gracias a su
pasión por el hombre y por la verdad, pasión que lo llevó a buscar a
Dios, grande e inaccesible. La fe en Cristo le hizo comprender que en
realidad Dios no estaba tan lejos como parecía. Se había hecho cercano a
nosotros, convirtiéndose en uno de nosotros. En este sentido, la fe en
Cristo llevó a cumplimiento la larga búsqueda de san Agustín en el
camino de la verdad. Sólo un Dios que se ha hecho «tocable», uno de
nosotros, era realmente un Dios al que se podía rezar, por el cual y en
el cual se podía vivir.
Es un camino
que hay que recorrer con valentía y al mismo tiempo con humildad,
abiertos a una purificación permanente, que todos necesitamos siempre.
Pero, como hemos dicho, el camino de san Agustín no había concluido con
aquella Vigilia pascual del año 387. Al regresar a África, fundó un
pequeño monasterio y se retiró a él, junto a unos pocos amigos, para
dedicarse a la vida contemplativa y al estudio. Este era el sueño de su
vida. Ahora estaba llamado a vivir totalmente para la verdad, con la
verdad, en la amistad de Cristo, que es la verdad. Un hermoso sueño que
duró tres años, hasta que, contra su voluntad, fue consagrado sacerdote
en Hipona y destinado a servir a los fieles. Ciertamente siguió viviendo
con Cristo y por Cristo, pero al servicio de todos. Esto le resultaba
muy difícil, pero desde el inicio comprendió que sólo podía realmente
vivir con Cristo y por Cristo viviendo para los demás, y no simplemente
para su contemplación privada.
Así,
renunciando a una vida consagrada sólo a la meditación, san Agustín
aprendió, a menudo con dificultad, a poner a disposición el fruto de su
inteligencia para beneficio de los demás. Aprendió a comunicar su fe a
la gente sencilla y a vivir así para ella en aquella ciudad que se
convirtió en su ciudad, desempeñando incansablemente una actividad
generosa y pesada, que describe con estas palabras en uno de sus
bellísimos sermones: «Continuamente predicar, discutir, reprender,
edificar, estar a disposición de todos, es una gran carga y un gran
peso, una enorme fatiga» (Serm. 339, 4). Pero cargó con este
peso, comprendiendo que precisamente así podía estar más cerca de
Cristo. Su segunda conversión consistió en comprender que se llega a los
demás con sencillez y humildad.
Pero hay una
última etapa en el camino de san Agustín, una tercera conversión: la que
lo llevó a pedir perdón a Dios cada día de su vida. Al inicio, había
pensado que una vez bautizado, en la vida de comunión con Cristo, en los
sacramentos, en la celebración de la Eucaristía, iba a llegar a la vida
propuesta en el Sermón de la montaña: a la perfección donada en el
bautismo y reconfirmada en la Eucaristía. En la última parte de su vida
comprendió que no era verdad lo que había dicho en sus primeras
predicaciones sobre el Sermón de la montaña: es decir, que nosotros,
como cristianos, vivimos ahora permanentemente este ideal. Sólo Cristo
mismo realiza verdadera y completamente el Sermón de la montaña.
Nosotros siempre tenemos necesidad de ser lavados por Cristo, que nos
lava los pies, y de ser renovados por él. Tenemos necesidad de una
conversión permanente. Hasta el final necesitamos esta humildad que
reconoce que somos pecadores en camino, hasta que el Señor nos da la
mano definitivamente y nos introduce en la vida eterna. San Agustín
murió con esta última actitud de humildad, vivida día tras día.
Esta actitud
de humildad profunda ante el único Señor Jesús lo introdujo en la
experiencia de una humildad también intelectual. San Agustín, que es una
de las figuras más grandes en la historia del pensamiento, en los
últimos años de su vida quiso someter a un lúcido examen crítico sus
numerosísimas obras. Surgieron así las Retractationes
(«Revisiones»), que de este modo introducen su pensamiento teológico,
verdaderamente grande, en la fe humilde y santa de aquella a la que
llama sencillamente con el nombre de Catholica, es decir, la
Iglesia. «He comprendido —escribe precisamente en este originalísimo
libro (I, 19, 1-3)— que uno sólo es verdaderamente perfecto y que las
palabras del Sermón de la montaña sólo se realizan totalmente en uno
solo: en Jesucristo mismo. Toda la Iglesia, por el contrario —todos
nosotros, incluidos los Apóstoles—, debemos rezar cada día: Perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden».
San Agustín,
convertido a Cristo, que es verdad y amor, lo siguió durante toda la
vida y se transformó en un modelo para todo ser humano, para todos
nosotros, en la búsqueda de Dios. Por eso quise concluir mi
peregrinación a Pavía volviendo a entregar espiritualmente a la Iglesia
y al mundo, ante la tumba de este gran enamorado de Dios, mi primera
encíclica,
Deus caritas est,
la cual, en efecto, debe mucho, sobre todo en su primera parte, al
pensamiento de san Agustín.
También hoy,
como en su época, la humanidad necesita conocer y sobre todo vivir esta
realidad fundamental: Dios es amor y el encuentro con él es la única
respuesta a las inquietudes del corazón humano, un corazón en el que
vive la esperanza —quizá todavía oscura e inconsciente en muchos de
nuestros contemporáneos—, pero que para nosotros los cristianos abre ya
hoy al futuro, hasta el punto de que san Pablo escribió que «en
esperanza fuimos salvados» (Rm 8, 24). A la esperanza he dedicado
mi segunda encíclica,
Spe salvi,
la
cual también debe mucho a san Agustín y a su encuentro con Dios.
En un escrito
sumamente hermoso, san Agustín define la oración como expresión del
deseo y afirma que Dios responde ensanchando hacia él nuestro corazón.
Por nuestra parte, debemos purificar nuestros deseos y nuestras
esperanzas para acoger la dulzura de Dios (cf. In I Ioannis, 4,
6). Sólo ella nos salva, abriéndonos también a los demás. Pidamos, por
tanto, para que en nuestra vida se nos conceda cada día seguir el
ejemplo de este gran convertido, encontrando como él en cada momento de
nuestra vida al Señor Jesús, el único que nos salva, nos purifica y nos
da la verdadera alegría, la verdadera vida.
VISITA PASTORAL A VIGÉVANO Y PAVÍA
CELEBRACIÓN DE VÍSPERAS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
Pavía, domingo 22 de abril de 2007
“El Amor es el alma de la Vida de la Iglesia”
Queridos hermanos y hermanas: En su momento conclusivo, mi visita a
Pavía toma la forma de una peregrinación. Es la forma en que yo la había
concebido al inicio, pues deseaba venir
a venerar los
restos mortales de san Agustín, para rendir el homenaje de toda la
Iglesia católica a uno de sus "padres" más destacados, así como para
manifestar mi devoción y mi gratitud personal hacia quien ha desempeñado
un papel tan importante en mi vida de teólogo y pastor, pero antes aún
de hombre y sacerdote.
Con afecto
renuevo mi saludo al obispo Giovanni Giudici y lo extiendo en particular
al prior general de los agustinos, padre Robert Francis Prevost, al
padre provincial y a toda la comunidad agustina. Con alegría os saludo a
todos vosotros, queridos sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos
consagrados y seminaristas. La Providencia ha querido que mi viaje
asumiera el carácter de una auténtica visita pastoral; por eso, en esta
etapa de oración quisiera recoger aquí, junto al sepulcro del Doctor
gratiae, un mensaje significativo para el camino de la Iglesia. Este
mensaje nos viene del encuentro entre la palabra de Dios y la
experiencia personal del gran obispo de Hipona.
Hemos escuchado la breve lectura bíblica de las segundas Vísperas del
tercer domingo de Pascua (Hb 10, 12-14): la carta a los Hebreos nos ha
presentado a Cristo, sumo y eterno sacerdote, exaltado a la gloria del
Padre después de haberse ofrecido a sí mismo como único y perfecto
sacrificio de la nueva alianza, con el que se llevó a cabo la obra de la
Redención. San Agustín fijó su mirada en este misterio y en él encontró
la Verdad que tanto buscaba: Jesucristo, el Verbo encarnado, el Cordero
inmolado y resucitado, es la revelación del rostro de Dios Amor a todo
ser humano en camino por las sendas del tiempo hacia la eternidad.
En un pasaje que se puede considerar paralelo al que se acaba de
proclamar de la carta a los Hebreos, el apóstol san Juan escribe: "En
esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en
que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros
pecados" (1 Jn 4, 10). Aquí radica el corazón del Evangelio, el núcleo
central del cristianismo. La luz de este amor abrió los ojos de san
Agustín, le hizo encontrar la "belleza antigua y siempre nueva" (Las
Confesiones, X, 27), en la cual únicamente encuentra paz el corazón del
hombre.
Queridos hermanos y hermanas, aquí, ante la tumba de san Agustín,
quisiera volver a entregar idealmente a la Iglesia y al mundo mi primera
encíclica, que contiene precisamente este mensaje central del Evangelio:
Deus caritas est, "Dios es amor" (1 Jn 4, 8. 16). Esta encíclica, y
sobre todo su primera parte, debe mucho al pensamiento de san Agustín,
que fue un enamorado del amor de Dios, y lo cantó, meditó, predicó en
todos sus escritos, y sobre todo lo testimonió en su ministerio
pastoral.
Siguiendo las enseñanzas del concilio Vaticano II y de mis venerados
predecesores Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, estoy
convencido de que la humanidad contemporánea necesita este mensaje
esencial, encarnado en Cristo Jesús: Dios es amor. Todo debe partir de
esto y todo debe llevar a esto: toda actividad pastoral, todo tratado
teológico. Como dice san Pablo: "Si no tengo caridad, nada me aprovecha"
(cf. 1 Co 13, 3). Todos los carismas carecen de sentido y de valor sin
el amor; en cambio, gracias al amor todos ellos contribuyen a edificar
el Cuerpo místico de Cristo.
El mensaje que repite también hoy san Agustín a toda la Iglesia, y en
particular a esta comunidad diocesana que con tanta veneración conserva
sus reliquias, es el siguiente: el Amor es el alma de la vida de la
Iglesia y de su actividad pastoral. Lo hemos escuchado esta mañana en el
diálogo entre Jesús y Simón Pedro: "¿Me amas?... Apacienta mis ovejas"
(cf. Jn 21, 15-17). Sólo quien vive en la experiencia personal del amor
del Señor es capaz de cumplir la tarea de guiar y acompañar a los demás
en el camino del seguimiento de Cristo. Al igual que san Agustín, os
repito esta verdad a vosotros como Obispo de Roma, mientras con alegría
siempre nueva la acojo juntamente con vosotros como cristiano.
Servir a Cristo es ante todo una cuestión de amor. Queridos hermanos y
hermanas, vuestra pertenencia a la Iglesia y vuestro apostolado deben
brillar siempre por la ausencia de cualquier interés individual y por la
adhesión sin reservas al amor de Cristo. Los jóvenes, en especial,
necesitan recibir el anuncio de la libertad y la alegría, cuyo secreto
radica en Cristo. Él es la respuesta más verdadera a las expectativas de
sus corazones inquietos por los numerosos interrogantes que llevan en su
interior. Sólo en él, Palabra pronunciada por el Padre para nosotros, se
encuentra la unión entre la verdad y el amor, en la que se encuentra el
sentido pleno de la vida. San Agustín vivió personalmente y analizó a
fondo los interrogantes que el hombre alberga en su corazón y sondeó la
capacidad que tiene de abrirse al infinito de Dios.
Siguiendo las huellas de san Agustín, también vosotros debéis ser una
Iglesia que anuncie con valentía la "buena nueva" de Cristo, su
propuesta de vida, su mensaje de reconciliación y perdón. He visto que
vuestro primer objetivo pastoral consiste en llevar a las personas a la
madurez cristiana. Aprecio esta prioridad que otorgáis a la formación
personal, porque la Iglesia no es una simple organización de
manifestaciones colectivas, ni lo opuesto, la suma de individuos que
viven una religiosidad privada. La Iglesia es una comunidad de personas
que creen en el Dios de Jesucristo y se comprometen a vivir en el mundo
el mandamiento de la caridad que él nos dejó. Por tanto, es una
comunidad en la que se nos educa en el amor, y esta educación se lleva a
cabo no a pesar de los acontecimientos de la vida, sino a través de
ellos. Así fue para san Pedro, para san Agustín y para todos los santos.
Y así es también para nosotros.
La maduración personal, animada por la caridad eclesial, permite también
crecer en el discernimiento comunitario, es decir, en la capacidad de
leer e interpretar el tiempo presente a la luz del Evangelio, para
responder a la llamada del Señor. Os exhorto a progresar en el
testimonio personal y comunitario del amor con obras. El servicio de la
caridad, que con razón concebís siempre unido al anuncio de la Palabra y
a la celebración de los sacramentos, os llama y a la vez os estimula a
estar atentos a las necesidades materiales y espirituales de los
hermanos.
Os aliento a tratar de alcanzar el "alto grado" de la vida cristiana,
que encuentra en la caridad el vínculo de la perfección y que debe
traducirse también en un estilo de vida moral inspirado en el Evangelio,
inevitablemente contra corriente con respecto a los criterios del mundo,
pero que es preciso testimoniar siempre de modo humilde, respetuoso y
cordial.
Queridos hermanos y hermanas, para mí ha sido un don, realmente un don,
compartir con vosotros esta visita a la tumba de san Agustín; vuestra
presencia ha dado a mi peregrinación un sentido eclesial más concreto.
Recomencemos desde aquí llevando en nuestro corazón la alegría de ser
discípulos del Amor.
Que nos acompañe siempre la Virgen María, a cuya maternal protección os
encomiendo a cada uno de vosotros y a vuestros seres queridos, a la vez
que con gran afecto os imparto la bendición apostólica.
Tarde te amé, belleza infinita tarde te amé,
Tarde te ame belleza siempre antigua y siempre nueva!
Y supe, Señor que estabas en mi alma y yo estaba fuera, así te buscaba
mirando la belleza de lo creado.
¡Tarde te amé belleza infinita, tarde te ame, tarde te ame, belleza
siempre antigua y siempre nueva!.
Señor tu me llamaste, tu voz a mi llegó, curando mi sordera con tu luz
brillaste cambiando mi ceguera en un resplandor,
¡Tarde te amé belleza infinita,
tarde te ame, tarde te ame, belleza siempre antigua y siempre nueva!.
Tu estabas conmigo, mas yo buscaba fuera y no te encontraba, era un
prisionero de tus criaturas, lejos de Ti.
¡Tarde te amé belleza infinita, tarde te ame, tarde te ame, belleza
siempre antigua y siempre nueva!.
Hasta mí, ha llegado el aroma de tu gracia, por fin respiré, Señor yo te
he buscado, siento hambre y sed, ansío tu paz.
¡Tarde te amé belleza infinita, tarde te ame, tarde te ame, belleza
siempre antigua y siempre nueva!.
1650°
ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE SAN AGUSTÍN, OBISPO DE HIPONA
ORACIÓN
A SAN AGUSTÍN COMPUESTA POR JUAN PABLO II
¡Oh gran Agustín,
nuestro padre y maestro!, conocedor de los luminosos caminos de Dios,
y también de las tortuosas sendas de los hombres, admiramos las maravillas que la gracia divina
obró en ti, convirtiéndote en testigo apasionado de la verdad y del bien,
al servicio de los hermanos.
Al inicio de un nuevo milenio,
marcado por la cruz de Cristo, enséñanos a leer la historia a la luz de la Providencia divina,
que guía los acontecimientos hacia el encuentro definitivo con el Padre.
Oriéntanos hacia metas de paz, alimentando en nuestro corazón
tu mismo anhelo por aquellos valores sobre los que es posible construir,
con la fuerza que viene de Dios, la "ciudad" a medida del hombre.
La profunda doctrina que con estudio amoroso y paciente sacaste de los manantiales
siempre vivos de la Escritura ilumine a los que hoy sufren la tentación
de espejismos alienantes.
Obtén para ellos la valentía de emprender el camino
hacia el "hombre interior", en el que los espera el único que puede dar paz
a nuestro corazón inquieto.
Muchos de
nuestros contemporáneos parecen haber perdido la esperanza de poder encontrar,
entre las numerosas ideologías opuestas, la verdad, de la que, a pesar de todo,
sienten una profunda nostalgia en lo más íntimo de su ser.
Enséñales a no dejar nunca de buscarla con la certeza de que, al final,
su esfuerzo obtendrá como premio el encuentro, que los saciará,
con la Verdad suprema, fuente de toda verdad creada.
Por último, ¡oh san Agustín!,
transmítenos también a nosotros una chispa de aquel ardiente amor a la Iglesia,
la Catholica madre de los santos, que sostuvo y animó los trabajos de tu largo ministerio.
Haz que, caminando juntos bajo la guía de los pastores legítimos,
lleguemos a la gloria de la patria celestial donde, con todos los bienaventurados,
podremos unirnos al cántico nuevo del aleluya sin fin.
Amén.
San Agustín
Obispo, Confesor
y Doctor de la Iglesia
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"Doctor
de la Gracia"
"La Gran Lumbrera de Occidente"
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"Si
queréis recibir la vida del Espíritu Santo,
conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad
para llegar a la eternidad" .
"Tarde
te amé, hermosura tan antigua y tan nueva...¡Tarde te amé!
Tú estabas dentro de mí y yo fuera..., y por fuera te buscaba...".
"Nos
hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón
estará insatisfecho hasta que descanse en Tí...".
"La
medida del amor es el amor sin medida...".
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San Agustín de Hipona (354-430),
es el más grande de los Padres de la Iglesia y uno de los más eminentes
doctores de la Iglesia occidental, nació en el año 354 en Tagaste (Argelia
actual).
Sus padre, Patricio, un pagano de
cierta estación social acomodada, que luego de una larga y virulenta
resistencia a la fe, hacia el final de su vida se convierte al cristianismo.
Mónica, su madre, natural de África, era una devota cristiana, nacida a
padres cristianos. Al enviudar, se consagró totalmente a la conversión de
su hijo Agustín. Lo primero que enseñó a su hijo Agustín fue a orar,
pero luego de verle gozar de esas santas lecciones sufrió al ver como iba
apartándose de la Verdad hasta que su espíritu se infectó con los errores
maniqueos y, su corazón, con las costumbres de la disoluta Roma."Noche
y día oraba y gemía con más lágrimas que las que otras madres
derramarían junto al féretro de sus hijos", escribiría después
Agustín en sus admirables Confesiones. Pero Dios no podía consentir se
perdiese para siempre un hijo de tantas lágrimas. Mónica murió en Ostia,
puerto de Roma, el año de 387, asistida por su hijo.
Juventud y estudios
Agustín se educó como retórico en las ciudades
norteafricanas de Tagaste, Madaura y Cartago. Entre los 15 y los 30 años
vivió con una mujer cartaginesa cuyo nombre se desconoce, con quien tuvo un
hijo en el año 372, llamado Adeodatus, que en latín significa regalo de
Dios.
Contienda intelectual
Inspirado por el tratado Hortensius de
Cicerón, Agustín se convirtió en un ardiente buscador de la verdad, que
le llevó a estudiar varias corrientes filosóficas. Durante nueve años,
del 373 al 382, se adhirió al maniqueísmo, filosofía dualista persa, muy
extendida en aquella época por el imperio romano. Su principio fundamental
es el conflicto entre el bien y el mal, y a Agustín el maniqueísmo le
pareció una doctrina que parecía explicar la experiencia y daba respuestas
adecuadas sobre las cuales construir un sistema filosófico y ético.
Además, su código moral no era muy estricto; Agustín recordaría
posteriormente en sus Confesiones: "Concédeme castidad y continencia,
pero no ahora mismo". Desilusionado por la imposibilidad de reconciliar
ciertos principios maniqueístas contradictorios, Agustín, abandona la
doctrina y decide por el escepticismo. En el año 383 se traslada de Cartago
a Roma, y un año más tarde se va a Milán como profesor de retórica.
Allí se mueve en círculos neoplatónicos. Allí también conoce al obispo
de la ciudad, al gran Ambrosio, la figura eclesial de mayor renombre por
santidad y conocimiento de aquel momento en Italia. Ambrosio le recibió con
bondad y le ilustró en las ciencias divinas. Y así, poco a poco, renace en
Agustín un nuevo interés por el cristianismo. Su mente, tan prodigiosa,
inquita y curiolsa, va descubriendo la Verdad que hasta ahora le había
eludido, sin embargo, vacilaba en su compromiso por debilidades de la carne,
temía comprometerse porque sabía que tendría que reformar su vida
disoluta, y dejar atrás muchos gustos y placeres que tanto le atraían.
Rezaba a menudo, "Señor, dame castidad, pero no ahora. "Pero un día, según su propio relato,
escuchó una voz, como la de
un niño, que le decía: Tolle et legge (toma y lee). Pero, al
darse cuenta que estaba completamente solo,
le pareció
inspiración del cielo y una exhortación divina a leer las Santas
Escrituras. Abrió y leyó el primer pasaje que apareció al azar: "…no
deis vuestros miembros, como armas de iniquidad al pecado, sino ofreceos
más bien a Dios como quienes, muertos, han vuelto a la vida, y dad vuestros
miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no tendrá
ya dominio sobre vosotros, pues que no estaís bajo la Ley, sino bajo la
gracia" (Rom 13, 13-14). Es entonces cuando Agústín se decide,
y sin reserva, se entrega en alma y cuerpo a Dios, siguiendo su ley y
explicandola a otros. A los 33 años de edad recibe el santo bautismo en la Pascua del año 387.
Su madre que se había trasladado a Italia para estar cerca de él, se
llenó de gran gozo.
Agustín, ya convertido, se dispuso
volver con su madre a su tierra en África, y juntos se fueron al puerto de
Ostia a esperar el barco. Pero Mónica ya había obtenido de Dios lo que
más anhelaba en esta vida y podía morir tranquila. Sucedió que estando
ahí en una casa junto al mar, por la noche, mientras ambos platicaban
debajo de un cielo estrellado de las alegrías que esperaban en el cielo,
Mónica exclamó entusiasmada : "¿Y a mí que más me puede amarrar a
la tierra ? Ya he obtenido mi gran deseo, el verte cristiano católico. Todo
lo que deseaba lo he conseguido de Dios". Poco días después le
invadió una fiebre y murió. Murió pidiendo a su hijo "que se
acordara de ella en el altar del Señor". Murió en el año 387, a los
55 años de edad.
Obispo y teólogo
Agustín regresó al norte de África y fue
ordenado sacerdote el año 391, y consagrado obispo de Hipona (ahora Annaba,
Argelia) en el 395, a los 41 años, cargo que ocuparía hasta su muerte. Fue
un periodo de gran agitación política y teológica; los bárbaros
amenazaban el imperio romano llegando incluso a saquear a Roma en el 410, y
el cisma y la herejía amenazaban internamente la unidad de la Iglesia.
Agustín emprendió con entusiasmo la batalla teológica y refutó
brillantemente los argumentos paganos que culpaban al cristianismo por los
males que afectaban a Roma. Combatió la herejía maniqueísta y participó
en dos grandes conflictos religiosos, el uno contra los donatistas, secta
que sostenía que eran inválidos los sacramentos administrados por
eclesiásticos en pecado. El otro, contra las creencias pelagianos,
seguidores de un monje británico de la época que negaba la doctrina del
pecado original. Durante este conflicto, que duró por mucho tiempo,
Agustín desarrolla sus doctrinas sobre el pecado original y la gracia
divina, soberanía divina y predestinación. Sus argumentos sobre la gracia
divina, le ganaron el título por el cual también se le conoce, Doctor de
la Gracia. La doctrina agustiniana se situaba entre los extremos del
pelagianismo y el maniqueísmo. Contra la doctrina de Pelagio mantenía que
la desobediencia espiritual del hombre se
había producido en un estado de pecado que la naturaleza humana era incapaz
de cambiar. En su teología, los hombres y las mujeres son salvos por el Don
de la Gracia Divina. Contra el maniqueísmo defendió con energía el papel
del libre albedrío en unión con la gracia.
Agustín murió en Hipona el 28 de
agosto del año 430.
Obras
La importancia de San Agustín entre los
Padres y Doctores de la Iglesia es comparable a la de San Pablo entre los
Apóstoles. Como prolífico escritor, apologista y brillante estilista. Su
obra más conocida es su autobiografía Confesiones (400), donde narra sus
primeros años y su conversión. En su gran obra apologética La Ciudad de
Dios (413-426), formula una filosofía teológica de la historia, y compara
en ella la ciudad de Dios con la ciudad del hombre. De los veintidós libros
de esta obra diez están dedicados a polemizar sobre el panteísmo. Los doce
libros restantes se ocupan del origen, destino y progreso de la Iglesia, a
la que considera como oportuna sucesora del paganismo. Sus otros escritos
incluyen las Epístolas, de las que 270 se encuentran en la edición
benedictina, fechadas entre el año 386 y el 429; sus tratados De libero
arbitrio (389-395), De doctrina Christiana (397-428), De Baptismo,
Contra
Donatistas (400-401), De Trinitate (400-416), De natura et gratia (415),
Retracciones (428) y homilías sobre diversos libros de la Biblia.
(información recopilada de varias fuentes)
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San Agustín y el niño
La historia de San
Agustín con el niño es por muchos conocida. La misma surge del mucho
tiempo que dedicó este gran santo y teólogo a reflexionar sobre el
misterio de la Santísima Trinidad, de cómo tres personas diferentes
podían constituir un único Dios.
Cuenta la historia que mientras Agustín paseaba un
día por la playa, pensando en el misterio de la Trinidad, se encontró a un
niño que había hecho un hoyo en la arena y con una concha llenaba el
agujero con agua de mar. El niño corría hasta la orilla, llenaba la concha
con agua de mar y depositaba el agua en el hoyo que había hecho en la
arena. Viendo esto, San Agustín se detuvo y preguntó al niño por qué lo
hacía, a lo que el pequeño le dijo que intentaba vaciar toda el agua del
mar en el agujero en la arena. Al escucharlo, San Agustín le dijo al niño
que eso era imposible, a lo que el niño respondió que si aquello era
imposible hacer, más imposible aún era el tratar de decifrar el misterio de la Santísima Trinidad. |
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Oración
Renueva,
Señor, en tu Iglesia el espíritu que infundiste en San Agustín para que,
penetrados de ese mismo espíritu, tengamos sed de Tí, fuente de sabiduría,
te busquemos como el único amor verdadero y sigamos los pasos de tan gran
santo. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
Oración por las Vocaciones
Glorioso
Padre San Agustín, que abriste un camino de entrega a Dios
al descubrir la hermosura de la vida religiosa; concédeme a mí, que me
creo también llamado por Él, a ver claramente mi camino; ayúdame a
ser fiel a esa vocación divina; que la estime en todo su valor,
que huya de las personas y cosas que me la pueden arrebatar; que sea desde
hoy muy generoso para decir sí el día de mi total entrega. Amén. |
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SAN AGUSTÍN DE
HIPONA
354-430
ORACIONES
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- Festividad:
28 de agosto
- Obispo y doctor
de la Iglesia
- Patrón:
cerveceros, impresores, de los ojos, teólogos, Maguncia,
Palermo y Pavía.
Alza a Dios nuestras almas,
¡oh inmortal triunfador! Y enciende en los que te aman
tu amor de serafín. ¡Oh luz, la fe te implora! ¡Oh
amor, salva el amor! Oye nuestras plegarias, ¡oh gran Padre
Agustín!
|
ORACIÓN
I
Oh glorioso San Agustín,
tu fuiste un hombre sensual atormentado frecuentemente por los
apetitos y deseos naturales. Pero supiste encontrar tu camino
hacia Dios por medio del fuerte deseo de vivir una rica vida
espiritual y plena de sentido. Ayúdame a ver las cosas
como tu enseñaste, que Dios esta presente en todos aquellos
que con buena voluntad le buscan y en todos los que le aman como
El nos ama. Ayúdame a ver a través de mis deseos
de Dios y ayúdame a ver el amor de Dios en todos mis deseos.
Te pido San Agustín, que me ayudes a encontrar a Dios
en todo lo que veo. Infunde en mi espíritu con el deseo
de conocer y amar a Dios con todo mi corazón. Amén
__________
ORACIÓN
II
Amado santo, tu primeramente
estuviste centrado en el hombre y te adheriste a las enseñanzas
falsas. Finalmente te convertiste por la gracia de Dios y llegaste
a ser un teólogo orante, centrado en Dios, en su amor
y en su predicación. Ayuda a los teólogos en sus
estudios de la verdad revelada. Ayudales a seguir siempre el
magisterio de la Iglesia en su esfuerzo por comunicar las enseñanzas
de la tradición en una forma que resulte atractiva al
mundo de hoy. Amén.
__________
SÚPLICAS
El Señor Jesús
ha enviado su Espíritu al corazón de los hombres.
A El nos dirigimos:
- Asiste a los predicadores
y a los teólogos para que expongan convincentemente la
fe de la Iglesia.
- Penetra con tu luz el corazón
de los hombres que buscan la verdad.
- Deshad con la fuerza de tu
gracia el enredo del pecado y de la culpa.
- Inquieta los corazones indiferentes
para que te busquen, y buscándote, te encuentren.
Tu, que "nos has hecho,
Señor, para ti y nuestro corazón no halla sosiego
hasta que descanse en Ti", concédenos un corazón
ardiente y una mente penetrante como la de San Agustín.
Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor.
1. "Vete al Señor
mismo, al mismo con quien la familia descansa, y llama con tu
oración a su puerta, y pide, y vuelve a pedir. No será
El como el amigo de la parábola: se levantará y
te socorrerá; no por aburrido de ti: está deseando
dar; si ya llamaste a su puerta y no recibiste nada, sigue llamando
que está deseando dar. Difiere darte lo que quiere darte
para que más apetezcas lo diferido; que suele no apreciarse
lo aprisa concedido". (Sermón 105).
2. "Vergüenza
para la desidia humana. Tiene El más ganas de dar que
nosotros de recibir; tiene más ganas El de hacernos misericordia
que nosotros de vernos libres de nuestras miserias". (Sermón 105).
3. "La oración
que sale con toda pureza de lo intimo de la fe se eleva como
el incienso desde el altar sagrado. Ningún otro aroma
es más agradable a Dios que éste; este aroma debe
ser ofrecido a él por los creyentes". (Coment. sobre el Salmo
140).
4. "Si la fe falta,
la oración es imposible. Luego, cuando oremos, creamos
y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración,
y la oración produce a su vez la firmeza de la fe".
(Catena
Aurea).
5. "Cuando nuestra
oración no es escuchada es porque pedimos aut mali, aut
male, aut mala. Mali, porque somos malos y no estamos bien dispuestos
para la petición. Male, porque pedimos mal, con poca fe
o sin perseverancia, o con poca humildad. Mala, porque pedimos
cosas malas, o van a resultar, por alguna razón, no convenientes
para nosotros". (La
ciudad de Dios, 20, 22).
6. "Puede resultar
extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras
necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos
que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos
nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos,
sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra
capacidad de desear, para que así nos hagamos más
capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto,
son muy grandes y nuestra capacidad de recibir es pequeña
e insignificante. Por eso, se nos dice: Dilatad vuestro corazón".
(Carta
130, a Proba).
7. "Con objeto de
mantener vivo este deseo de Dios, debemos, en ciertos momentos,
apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que
de algún modo nos distraen de él, y amonestarnos
a nosotros mismos con la oración vocal; no vaya a ocurrir
que nuestro deseo comience a entibiarse y llegase a quedar totalmente
frío, y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabe
por extinguirse del todo". (Carta 130, a Proba).
8. "Lejos de la oración
las muchas palabras; pero no falte la oración continuada,
si la intención persevera fervorosa. Hablar mucho en la
oración es tratar una cosa necesaria con palabras superfluas:
orar mucho es mover, con ejercicio continuado del corazón,
a aquel a quien suplicamos, pues, de ordinario, este negocio
se trata mejor con gemidos que con discursos, mejor con lágrimas
que con palabras." (Carta 121 a Proba).
9."Haz tú
lo que puedas, pide lo que no puedes, y Dios te dará para
que puedas". (Sermón
43, sobre la naturaleza y la gracia).
10. "Si vas discurriendo
por todas las plegarias de la santa Escritura, creo que nada
hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración
dominical (Padrenuestro)". (Carta 130, a Proba).
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Políptico
de San Agustín
(detalle) 1460-1470, de
Piero della Francesca
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San
Agustín nació en Tagaste en el año 354.
Pese al esfuerzo de su madre Santa Mónica en educarlo
en la fe cristiana San Agustín pronto se inclinó
por llevar una vida licenciosa. Abandonó Cartago para
marchar a Roma y más tarde a Milán en donde ejerció
como maestro de retórica. Su desconsolada madre no cesaba
de rezar por él siguiéndole a todas partes. En
su búsqueda de la verdad cayó en el maniqueísmo
que más tarde combatirá. En Milán conoció
a su obispo, San Ambrosio, famoso por su elocuencia y santidad
el cual le recibió con bondad e instruyó en la
ciencia divina. Pero el paso definitivo a la conversión
lo da cuando cierto día estando en el jardín oye
una voz de un niño que le dice "tolle, lege"
( toma y lee). Abriendo al azar un libro de las epístolas
de San Pablo leyó el pasaje: "no os revolquéis
en el vicio y en la impureza, sino revestíos de Nuestro
Señor Jesucristo" (Rom. 13,13). Con 33 años
de edad, en la Pascua del año 387, recibe finalmente el
bautismo. Siete meses más tarde murió su madre.
Fue nombrado obispo de Hipona a los 41 años, lugar donde
murió en el 430. Es uno de los doctores más sobresalientes
de la Iglesia. Su fiesta se celebra el 28 de agosto.
*****
Oración
¡Oh
lumbrera refulgente de la Iglesia de Dios! Pide para nosotros
algo de esa luz esplendorosa que te sacó de la sima del
error y del vicio, para que también nosotros veamos la
antigua hermosura de Dios , siempre nueva, y viéndola,
la amemos, y amándola, gocemos de ella sin fin. Ruega
sobre todo por la orden ilustre que te llama su padre, y que
es como tu prolongación en la tierra.
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