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Francisco de Santa María y catorce compañeros, Beatos |
Mártires
Martirologio Romano: En Nagasaki, en Japón, beatos Francisco de Santa
María, presbítero de la orden de los Hermanos Menores, y
sus catorce compañeros, mártires, que por orden del gobernador de
la ciudad sufrieron el martirio en odio al nombre cristiano
(1627).
Integran el grupo: Beatos Bartolomé Laurel y Antonio de San
Francisco, religiosos de la Orden de los Hermanos Menores; Gaspar
Vaz y María, esposos; Magdalena Kiyota, viuda; Cayo Jiyemon, Francisca,
Francisco Kurobioye, Luis Matsuo Soyemon, Martín Gómez, Tomás Wo Jinyemon,
Lucas Kiyemon y Miguel Kizayemon.
Fecha de beatificación: El 7 de
julio de 1867 fueron beatificados por Pío IX.
Después de la persecución de 1597, que dio
al Japón el selecto grupo de 23 mártires guiados por
San Pedro Bautista (6 de febrero), la Iglesia pudo disfrutar
de un período de gran fervor bajo el emperador Cubosama
y pudo difundirse ampliamente.
Una de las características del apostolado de
los misioneros en tierras del Japón era el rodearse de
activos colaboradores para el apostolado y las diversas necesidades. Los
japoneses, al poseer perfectamente la lengua, conociendo las instituciones y
las costumbres de los diversos lugares, eran una preciosa vanguardia
de los misioneros. La catequesis de niños y de adultos
en el período del catecumenado como preparación para el bautismo
generalmente era confiada a catequistas japoneses. La asistencia a los
enfermos en los hospitales o en las casas privadas, la
ayuda a los pobres, los orfanatos para acoger a los
niños abandonados o sin padres, eran encomendados a estos maravillosos
cristianos, que repetían en el Japón los prodigios de los
cristianos de la primitiva Iglesia.
Los mejores catequistas, los más formados
espiritualmente, los que mostraban indicios de vocación, eran admitidos a
la Tercera Orden o, inclusive, a la Primera Orden. Y
así más ligados al apostolado misionero e imbuidos del espíritu
franciscano trabajaban con mayor diligencia. Muchos de ellos fueron mártires
por su fe.
Por otra parte, la obra de los franciscanos
y de los jesuitas en el Japón se amplió con
la apertura de esta misión a otras órdenes religiosas, entre
ellas la de los agustinos y la de los dominicos.
La rabia de los bonzos logró todavía influir, con amenazas
y engañosos motivos políticos y económicos, en el corazón del
emperador, que en 1614 publicó un edicto con el cual
proscribía la religión católica, expulsaba a todos los misioneros, ordenaba
derribar las iglesias y condenaba a muerte a cuantos persistieran
en su fe.
Fue un inmenso incendio de fuego y sangre
que se abatió sobre la floreciente Iglesia, que contaba entonces
con más de dos millones de fieles. Se ensayaron suplicios
de toda clase en el lapso de unos 18 años,
sin respetar ninguna edad ni clase social.
Entre estos innumerables héroes
de la fe se pudieron recoger las actas de los
205 mártires que fueron beatificados por Pío IX en 1867,
pertenecientes a las órdenes de Santo Domingo, San Francisco, San
Agustín y San Ignacio.
A la Orden de San Francisco pertenecen
45, de los cuales 18 a la Primera Orden, 15
a la Tercera, y los demás son familiares y amigos
de ellos. A continuación nos referimos a los martirizados en
Nagasaki el mes de agosto de 1627.
Beato Francisco de Santa
María. Franciscano de la Primera Orden, sacerdote y mártir en
Japón. Es nativo de Montalbanejo, provincia de Cuenca, España. Siendo
joven fue admitido en la Orden de los Hermanos Menores,
donde fue admirado por sus hermanos en religión a causa
de sus virtudes y su inteligencia. El amor de Dios
y de las almas lo movió a ofrecerse como misionero
para dedicar su vida a la conversión de los infieles.
En 1623, junto con el franciscano mejicano Bartolomé Laurel, llegó
a Japón, donde desarrolló una dinámica actividad apostólica. Tuvo la
fortuna de encontrar un óptimo catequista a quien en la
cárcel podría luego recibir en la Orden de los Hermanos
Menores en calidad de hermano, y que luego también lo
acompañaría en el martirio: el Beato Antonio de San Francisco.
Francisco
de Santa Marta pudo realizar un inmenso trabajo con su
valeroso catequista, siempre lleno de celo, de valor y de
espléndidas iniciativas, asiduo en la asistencia a los enfermos. Con
otros terciarios bien formados espiritualmente tuvo la alegría de bautizar
a muchos paganos.
Un día en Nagasaki era huésped del terciario
Gaspar Vaz junto con Fray Bartolomé Laurel y algunos terciarios,
cuando un grupo de guardias irrumpió en la casa y
arrestaron a los dos religiosos y a ocho terciarios, incluidos
Gaspar Vaz y María su mujer.
Mientras eran conducidos a la
prisión encadenados, un joven japonés se enfrentó con valor al
gobernador para reprocharle su crueldad y ofrecerse a morir con
su maestro, fue recibido por éste en la Primera Orden
y alcanzó da gracia del martirio: Fray Antonio de San
Francisco.
El Beato Francisco, después de indecibles sufrimientos, sostenido e iluminado
por la fe y la esperanza del cielo, fue quemado
vivo el 16 de agosto de 1627 en Nagasaki, en
la Santa Colina.
Beato Bartolomé Laurel. Religioso profeso de la Primera
Orden franciscana y mártir en el Japón. Era nativo de
México. Siendo joven vistió el hábito y profesó la Regla
de San Francisco en calidad de religioso no clérigo. Se
hizo compañero y amigo inseparable del Beato Francisco de Santa
María, con quien en 1609 llegó a Manila (Filipinas), y
de allí en 1622 arribó a las costas del Japón,
donde trabajó intensamente como catequista.
Atendió a la asistencia de los
enfermos en los hospitales, trabajó también como médico; preparaba a
los fieles a recibir los últimos sacramentos y a los
paganos a abrazar la fe cristiana. Dio continuos ejemplos de
humildad, mortificación, modestia y celo apostólico.
Un día en Nagasaki era
huésped de la familia de Gaspar Vaz junto con el
Beato Francisco de Santa María y otros terciarios. La policía
irrumpió en la casa y los arrestó; encadenados, fueron conducidos
a la prisión.
Bartolomé Laurel, después de indecibles sufrimientos iluminados por
la fe y el amor a Cristo, fue quemado vivo
el 16 de agosto de 1627 en Nagasaki, en la
Santa Colina.
Beato Antonio de San Francisco. Religioso profeso de la
Primera Orden franciscana y mártir en Japón. Era japonés de
nacimiento y de nacionalidad. Fue catequista del Padre Francisco de
Santa María y terciario franciscano. Desarrolló incesantes obras de caridad
entre los cristianos y los paganos de Nagasaki, los visitaba
y asistía al Padre Francisco en su laborioso ministerio apostólico.
No
estaba presente cuando fue apresado el misionero en la casa
del Beato Gaspar Vaz, pero, avisado, corrió a donde el
gobernador para enfrentarlo, gritándole: "Tú tienes una multitud de espías
y verdugos. Considerables son las recompensas prometidas a los delatores.
Pues bien, aquí delante de ti tienes un delator que
viene a denunciar a un adorador de Cristo. Ese adorador
soy yo, que hace muchos años me ocupo sin descanso
en apoyar a los fieles y convertir a los paganos,
muchos de los cuales han sido conducidos a la fe.
Quiero que me des la recompensa por mi delación; quiero
ser asociado a mi querido padre y maestro y a
mis queridos hermanos en la prisión, en los padecimientos y
en la muerte".
Antonio fue escuchado de inmediato, y en la
prisión vio realizado otro ardentísimo deseo suyo, el de ser
recibido en la Orden de los Hermanos Menores. Con vivísima
alegría fue admitido al noviciado, cumplido el cual hizo la
profesión en manos de su "padre y maestro de novicios",
el P. Francisco de Santa María, en calidad de religioso
no clérigo. En la historia de la Orden Franciscana quizás
es de los pocos casos de una admisión, un año
de noviciado y una profesión cumplidos en la cárcel.
Este valeroso
cristiano, fiel catequista y ardiente franciscano, junto con otros dos
religiosos y quien lo hospedaba, el Beato Gaspar Vaz, consumó
su martirio en el fuego, mientras María Vaz y otros
terciarios fueron decapitados. La constancia de estos intrépidos atletas dio
un solemne testimonio de la fe y dejó pasmados a
los mismos paganos.
En esta misma ocasión fueron muertos por odio
a la fe algunos niños de tres y de cinco
años, hijos de Gaspar y María Vaz. Sus nombres no
aparecen en el decreto de beatificación. Su martirio tuvo lugar
en Nagasaki en la Santa Colina o Monte de los
Mártires, consagrado ya con la sangre de una multitud de
mártires. Antonio de San Francisco sufrió el martirio el 17
de agosto de 1627.
Beatos Gaspar Vaz, María Vaz y Juan
Romano. Mártires, japoneses nativos, de la Tercera Orden de San
Francisco ( 1627-1628). Los esposos Gaspar y María Vaz habían
dedicado su vida a la mayor gloria de Dios y
a la evangelización de los fieles. Su casa se había
convertido en otra casa de Betania, donde los tres hermanos,
Lázaro, Marta y María, acogieron muchas veces a Jesús y
a los apóstoles, con gran cordialidad. También la casa de
Gaspar y María acogía a menudo a los misioneros y
a los cristianos para alojamiento, comida, reuniones de fieles, celebración
de la Eucaristía, etc. Así como en Roma las catacumbas
acogieron a los primeros cristianos perseguidos, así durante la persecución
del Japón los fieles se recogían en la casa de
esta familia. Pero un día un traidor los denunció ante
las autoridades. Fueron arrestados junto con sacerdotes y fieles, encerrados
en una dura prisión y luego condenados a muerte. También
ellos subieron a la Santa Colina, Calvario de su inmolación.
Por Cristo y su fe sufrieron el martirio: Gaspar fue
quemado vivo, María fue decapitada. Así juntos los dos heroicos
esposos de la Betania de esta tierra, alcanzaron la Betania
del cielo, ejemplo sobre todo para los esposos en un
plan de vida dedicado a la caridad y a la
hospitalidad.
Juan Romano (Luis Matsuo Soyemon), también japonés perteneciente a la
Orden Franciscana Seglar, era fervoroso colaborador de los misioneros franciscanos.
Los acompañaba en sus desplazamientos como catequista, asistente en las
obras de caridad que florecían al lado de la misión.
Los hospedaba en su casa y ponía a su disposición
su propia barca para trasladarlos a las diversas islas. Junto
con otros fieles, fue arrestado, maniatado y llevado a la
cárcel de Omura, donde permaneció varios meses. La mañana del
8 de septiembre de 1628 fue sacado de la prisión,
conducido a Nagasaki, donde en el Calvario japonés, la Santa
Colina, nuevamente fue invitado a apostatar: "Estoy dispuesto a morir
mil veces antes que traicionar mi fe y a Cristo
a quien amo intensamente. Jamás me separaré de él". Junto
con otros compañeros de martirio fue decapitado. De la tierra
llegó al cielo, donde vive en la gloria de Dios.
Beato
Martín Gómez. Terciario franciscano y mártir en Japón. Japonés de
nacimiento y de nacionalidad, estaba inscrito en la Tercera Orden
de San Francisco. Su padre era portugués, su madre japonesa.
Había dado hospedaje a los misioneros cristianos, por lo cual
fue arrestado y condenado a muerte, pues las disposiciones del
gobierno prohibían absolutamente esta actividad. Invitado a renegar de su
fe, rehusó enérgicamente hacerlo, afirmando que ni la muerte lo
podría apartar de aquella fe tan profundamente arraigada en su
corazón. El 17 de agosto de 1627 Martín Gómez fue
llevado de la cárcel a la santa colina, donde junto
con otros compañeros fue todavía invitado a renegar de su
fe, pero todos permanecieron inconmovibles en la profesión de su
religión. Fue decapitado y su alma coronada por la aureola
del martirio voló a la gloria del cielo.
Beatos Miguel Kizaemon
y Lucas Kiiemon. Japoneses, mártires, de la Tercera Orden Franciscana.
Miguel nació en Conga, de padres japoneses, los cuales desde
pequeño lo abandonaron. Fue acogido por los cristianos y confiado
a la Santa Infancia, donde recibió el bautismo y una
educación cristiana. De joven, fue entregado a un mercader español.
Más tarde, pasó a la misión y fue acogido por
el franciscano padre Rojas, quien lo inició en los estudios,
lo hizo su catequista, y, a petición suya, lo inscribió
en la Tercera Orden Franciscana. De Boniba, a donde había
ido por motivos catequísticos, regresó a Nagasaki junto con su
queridísimo amigo, también él activo catequista, Lucas Kiiemon, con quien
trabajó para la gloria de Dios y el bien de
las almas de 1618 a 1627. En tiempos de la
furiosa persecución religiosa, dada la pericia que tenían como carpinteros,
trabajaron en la construcción de refugios para esconder y salvar
a los misioneros. Por estas múltiples actividades suyas, fueron reconocidos
como cristianos, arrestados y llevados a la cárcel, donde pasaron
varios meses. El 16 de agosto de 1627 fueron sacados
de la cárcel, llevados a Nagasaki y conducidos hasta la
colina santa o monte de los mártires. Allí fueron decapitados
y así, con la palma del martirio, alcanzaron la gloria
del cielo.
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