Fue un momento sumamente emotivo. Los médicos, las
enfermeras y el personal de la clínica se hallaban conmovidos. Richard
Livingstone, de veintisiete años, estaba donando uno de sus riñones a
Jane, su joven esposa, de veintiuno. La operación fue un éxito, y a Jane
la salvaron. Algún tiempo después, hubo otro momento conmovedor. Tras
siete años de matrimonio, Richard y Jane se estaban divorciando. ¿La
causa? Infidelidad de la esposa. El juez, los abogados y los miembros
del tribunal estaban asombrados. Richard le estaba reclamando a Jane la
devolución de todas las cosas que él tenía desde antes del matrimonio,
incluso el riñón que le donó. «Es un caso difícil, que no tiene
precedentes», dijo el juez.
Siempre es muy triste la disolución de un matrimonio.
Siempre se parece a un naufragio, a un incendio, a un huracán, a un
accidente. Un accidente en que se pierden vidas. Siempre es penoso ver
cómo esposo y esposa, que una vez se juraron amor eterno, pelean ahora
por los bienes materiales: la casa, el automóvil, los muebles, el
dinero. Y ahora resulta el caso del hombre que le exige a su ex esposa
la devolución de su riñón. Esto nunca se había visto. Bien dice el
proverbio cervantino: «Cosas verás, Sancho, que no las creerás.»
¿Por qué tantos matrimonios terminan en divorcio? La
historia siempre se parece. No hay comprensión entre ellos. Hay egoísmo;
hay mal humor, ira y violencia. Lo raro es que hasta cierto punto todo
matrimonio tiene esos elementos. ¿Por qué es entonces que algunos
sobreviven y otros no? Por una parte, las expectativas que los recién
casados tienen de su cónyuge son ilusorias. Siguiendo esa misma línea,
los cónyuges que se acepten mutuamente tal cual son habrán aprendido uno
de los secretos fundamentales del matrimonio feliz.
Si se añade a eso la realidad de la presencia de Dios
en los dos corazones y en el matrimonio, se habrá encontrado la fórmula
eficaz que hace del matrimonio un organismo fuerte, duradero, digno y
feliz.
Nuestro matrimonio, nuestro hogar y nuestra familia
son los tesoros más grandes que tenemos. No los destruyamos. Cambiando
el egoísmo por humildad y la rebelión por comprensión, nuestro
matrimonio será feliz. Y eso puede hacerlo solamente Jesucristo reinando
en el corazón de los cónyuges, que es el centro mismo del hogar.
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