jueves, 23 de agosto de 2012

Melquisedec, Santo


Rey y Sacerdote del A.T., 26 de agosto
 
Melquisedec, Santo
Melquisedec, Santo

Rey de Salem y Sacerdote

Martirologio Romano: Conmemoración de san Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios altísimo, que saludó y bendijo a Abrahán cuando volvía victorioso, ofreciendo al Señor un sacrificio santo, una hostia inmaculada. Como figura típica de Cristo, ha sido interpretado rey de la paz y de la justicia y sacerdote eterno, aun falto de genealogía.

Etimología: Melquisedec = rey de justicia, viene del hebreo
El Antiguo Testamento, es un notable sumo sacerdote, profeta y líder que vivió después del Diluvio y durante los tiempos de Abraham. Se le llamó rey de Salem (Jerusalén), Rey de paz, Rey de justicia (el significado hebreo del vocablo Melquisedec) y sacerdote del Dios Altísimo. Esta referencia, con muy escasos detalles, se encuentra en Génesis 14:17-20.

Cuando Abraham volvía de derrotar a Quedorlaomer y a los reyes que lo acompañaban, el rey de Sodoma salió a saludarlo en el valle de Savé, o sea el valle del Rey. Y Melquisedec, rey de Salém, que era sacerdote de Dios, el Altísimo, hizo traer pan y vino, y bendijo a Abrám, diciendo: "¡Bendito sea Abraham de parte de Dios, el Altísimo, creador del cielo y de la tierra!¡Bendito sea Dios, el Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos!". Y Abraham le dio el diezmo de todo.

La Iglesia considera a Melquisedec como figura de Cristo. En el canon de la Misa se lo menciona cuando el celebrante pide al Padre que acepte las ofrendas “como aceptaste...la oblación santa e inmaculada de tu sumo sacerdote Melquisedec”.
 
 
 
Melquisedec
Meeting of abraham and melchizadek.jpg
Melquisedec con Abraham por Dirk Bouts
Rey y sacerdote
Venerado en Iglesia católica, Iglesia ortodoxa, antiguas iglesias orientales, Judaísmo
Festividad 26 de agosto (romano)
Atributos pan, el vino, atributos de rey y sacerdote
Melquisedec (מַלְכִּי־צֶדֶק / מַלְכִּי־צָדֶק, hebreo estándar Malki-ẓédeq / Malki-ẓádeq, hebreo tiberiano Malkî-ṣéḏeq / Malkî-ṣāḏeq) Rey de paz, Rey de justicia, Rey del Mundo (Según Rene Guenon) (el significado hebreo del vocablo Melquisedec). En el Antiguo Testamento, es un notable sumo sacerdote, profeta y líder que vivió después del Diluvio y durante los tiempos de Abraham. Es considerado señor de la Paz y la Justicia.

Sacerdote y Rey

Según nos cuenta el Génesis:
"[...] y Melquisedec, rey de Salem, sacando pan y vino, como era sacerdote del Dios Altísimo, bendijo a Abram, diciendo: -Bendito Abram del Dios Altísimo, el dueño de cielos y tierra. Y bendito el Dios Altísimo, que ha puesto a tus enemigos en tus manos. Y le dio Abram el diezmo de todo."
Génesis 14, 18-20, traducción Nácar-Colunga, 1978 BAC
Los Santos Padres de la Iglesia, la tradición judía y el Salmo 76 (Vg 75), 3 identifican a la ciudad de Salem con Jerusalén. En el relato este sacerdote-rey hace una breve aparición siendo sacerdote de Dios, y rey de Jerusalén, lugar donde en el futuro Dios tomará morada. Como sacerdote, antes de la institución del sacerdocio levítico, es quien recibe el diezmo debido a Dios.
Como sacerdote-rey, es una prefiguración del mismo Jesús que además de ser Profeta, también es Sacerdote y Rey. Y con la presentación del pan y el vino, marca lo que después será el sacerdocio instituido por Cristo y que sustituirá al sacerdocio levítico.
Melquisedec es el sacerdote receptor del primer diezmo registrado en la Biblia, dado por Abraham y el primer sacerdote-rey.

Textos gnósticos

Melquisédec es el título del primer escrito del códice IX de Nag Hammadi (NH IX 1-27). Es un texto copto que presenta notables lagunas, escrito originalmente en griego, probablemente en Egipto durante el siglo III.
El texto refleja una mezcla de las costumbres judías, cristianas y gnósticas. Su presentación de Melquisedec es un buen ejemplo de ello: no es sólo el anciano "Sacerdote de Dios Altísimo", como en el Antiguo Testamento, sino que también aparece como "sumo sacerdote" escatológico y guerrero "sagrado".
Por sus muchas referencias cristológicas, su oposición al docetismo, y su exégesis sorprendente de la carta a los hebreos, este tratado representa una muestra extrema de la cristianización de los setitas gnósticos. Su contenido es coherente, y a pesar de su apariencia apocalíptica, es esencialmente litúrgico y orientado a la comunidad.
Melquisedec se presenta tan eterno como su sacerdocio. Ha estado en el mundo desde el principio del tiempo, y se quedará hasta el final. Es el primer peldaño en la escala que ascieden las almas iluminadas.

Melquisedec en el Libro de Urantia

En el Libro de Urantia, Melquisedec se presenta como un ser espiritual elevado que encarna en un cuerpo físico material para "Mantener viva en la tierra la verdad del Dios único y preparar el camino para el autootorgamiento en forma mortal subsiguiente de un Hijo Paradisiaco de ese Padre Universal." Según el Libro, su misión la desempeño en la comunidad de Salem, futura Jerusalem, y tuvo a Abraham entre sus alumnos.
El texto del Libro narra así su aparición: "1.973 años antes del nacimiento de Jesús, Maquiventa se otorgó a las razas humanas de Urantia(Tierra). Su advenimiento no fue espectacular; su materialización no fue presenciada por ojos humanos. Él fue visto por primera vez por el hombre mortal en ese día pletórico en que entró a la tienda de Amdón, un pastor caldeo de origen sumerio. Y la proclamación de su misión estuvo comprendida en la simple declaración que le hiciera a este pastor: «Soy Melquisedek, sacerdote de El Elyón, el Altísimo, el único Dios». Cuando el pastor se recobró de su sorpresa, y después de doblegar a este extraño con muchas preguntas, invitó a Melquisedek a cenar con él, y fue ésta la primera vez en su larga carrera universal que Maquiventa compartía el alimento material, el alimento que habría de sostenerle a lo largo de sus noventa y cuatro años de vida como ser material. " (Libro de Urantia Cap.93)

Enlaces externos


EL SACERDOCIO

Las palabras sacerdote y sacrificio están relacionadas, de tal manera, que no podemos definir una de ellas sin referirnos a la otra. El sacerdote es la persona que efectúa un sacrificio; y sacrificio, es toda ofrenda a Dios para expiación del pecado.
Antes que el hombre pecara no existía sacerdocio ni sacrificio, ya que Adán y Eva tenían una relación directa y personal con Dios, y no necesitaban ningún mediador. Sin embargo, al cometer el pecado original, la humanidad se da cuenta de que la consecuencia del pecado, o desobediencia al Creador, es la muerte. Este juicio de Dios, o muerte del pecador, solo puede ser revocado sustituyendo el sujeto que va a morir, pecador, por otro, inocente, que se sacrifica, muere, en su lugar.
El término sacrificio es, por tanto, utilizado como sinónimo de dar muerte. Sacerdote es la persona que sacrifica, da muerte, a una víctima inocente, para comprar a Dios el decreto por el que un pecador es condenado a muerte. Pero, ¿quién tiene autoridad para realizar este sacerdocio?. No la tuvo Adán, el primer hombre, puesto que es expulsado del paraíso y de la presencia de Dios y ningún condenado a muerte puede ejercer de intermediario entre el reo, el mismo, y el Juez, Dios.
La humanidad habría desaparecido en ese instante, si Dios hubiera ejecutado totalmente la pena de muerte a Adán y Eva, puesto que al morir no habrían tenido descendencia.
El pecado había roto la conexión entre el hombre y el Creador, y había introducido la muerte en el mundo. Muerte entendida en su doble vertiente: física y espiritual. Física, ya que Dios dice a Adán: "con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás" (Génesis 3.19). Por lo tanto, Dios aplaza la muerte física de Adán y Eva unos años, para que tengan descendientes y continúe la vida en la tierra. Espiritual, ya que el árbol de la vida, el que da la vida para siempre, por la eternidad, queda en el paraíso, fuera del alcance del hombre: "echó pues, fuera al hombre, y puso querubines al oriente del huerto de Edén, y una espada encendida que se revolvía por todos lados para guardar el camino del árbol de la vida." (Génesis 3.24). "Luego dijo YHWH Dios: el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, conocedor del bien y el mal; ahora, pues, no alargue su mano, tome también del árbol de la vida, coma y viva para siempre" (Génesis 3.22).
¿Cómo resuelve Dios este problema?. Tiene que encontrar un sacerdote y una víctima para poder condonar la pena impuesta a Adán, Eva y todos sus descendientes, la humanidad, que a partir de entonces habitan fuera del paraíso, en un mundo errado, en pecado. ¿Hay algún hombre que pueda oficiar como víctima?. Ninguno, puesto que al no poder comer del árbol de la vida, están muertos espiritualmente y contaminados de pecado.
¿Puede ejercer algún hombre como sacerdote y mediador entre Dios y los hombres ejecutando a una víctima inocente?. No, ya que no hay ningún hombre que tenga relación directa con Dios. Por tanto, a Dios solo le queda una opción: ofrecerse voluntariamente Él como víctima para el perdón de nuestros pecados. Ser Él el Sacerdote y el Sacrificio.
Dios promete a la humanidad una esperanza; un Sacerdote que se sacrificará a sí mismo para abrirnos las puertas del paraíso y que entremos a comer del árbol de la vida, obteniendo así la salvación eterna. Un enviado de Dios que es el mismo Dios, Jesucristo.
Así lo anuncia un ángel del Señor a José, cuando le dice: "José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados....... y le pondrás por nombre Emanuel que significa: Dios con nosotros" (Mateo 1.20-23).
El Antiguo Testamento es la promesa de la Salvación y el Nuevo Testamento, la realización y cumplimiento de la palabra de Dios. En el Antiguo Testamento había sacerdotes, constituidos según la Ley levítica como señal de la salvación que había de llegar, pero que quedan destituidos con la llegada del Mesías: "porque los otros ciertamente sin juramento fueron hechos sacerdotes" (Hebreos 7.21), "queda, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia" (Hebreos 7.18), "pues cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de Ley" (Hebreos 7.12), "y esto es aún más evidente si a semejanza de Melquisedec se levanta un sacerdote distinto, no constituido conforme a la Ley meramente humana, sino según el poder de una vida indestructible, pues se da testimonio de Él: tu eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec" (Hebreos 7.25).
En este texto de la carta a los hebreos, si leemos con atención todo el capítulo 7, el apóstol nos describe varios tipos de sacerdocio:
  • Sacerdocio levítico: según la Ley son los sacerdotes litúrgicos que hacen de intermediarios entre el pueblo y Dios. Su sacerdocio queda invalidado con la llegada de Cristo.
  • Sacerdocio Según el orden de Melquisedec: 2000 años antes de la venida de Cristo a la tierra, Abraham encontró a Melquisedec, hombre sin genealogía, Rey de Paz y Sacerdote del Dios altísimo: "Entonces Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo, y le bendijo diciendo: ¡Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de cielos y tierra, y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos! Y diole Abram el diezmo de todo" (Génesis 14.18-20).
En la carta a los hebreos se nos explica quién es Melquisedec: "Melquisedec significa primeramente Rey de Justicia, y también Rey de Salem, esto es, Rey de Paz. Nada se sabe de su padre ni de su madre ni de sus antepasados; ni tampoco del principio y fin de su vida. Y así, a semejanza del hijo de Dios permanece sacerdote para siempre..... aquel cuya genealogía no es contada de entre ellos (los hijos de Leví, sacerdotes del Antiguo Testamento) tomó de Abraham, los diezmos y bendijo al que tenía las promesas. Y, sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor. Y aquí ciertamente reciben los diezmos los hombres mortales; pero allí, uno de quien se da testimonio de que vive." (Hebreos 7.2-8). Melquisedec, por tanto, es el Hijo de Dios, es decir, Jesucristo, a quien Abraham recibe como Sacerdote y de quien toma la Salvación, en forma de pan y vino, por Fe, 2000 años antes de que se hiciera realidad a través de la entrega de Jesucristo en la cruz. Por lo tanto el Sacerdocio que vemos en Melquisedec, es el mismo Sacerdocio eterno de Cristo. Abraham no tiene como sacerdote a un hombre, sino a Dios y él mismo es hecho sacerdote por Dios igual que nosotros somos hechos sacerdotes por Cristo.
Existe otra simbología importante a la hora de ver y entender este nuevo sacerdocio que rompe con el antiguo sentido sacerdotal levítico; el Velo. Como habrás leído en muchas ocasiones el velo del templo se rasgó en dos cuando murió Cristo en la cruz: "entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo" (Marcos 15.38). ¿Qué significado tiene este velo?, ¿para qué servía?, ¿por qué lo rasgó Dios en el momento de la muerte de su Hijo?. El velo en el Antiguo Testamento, servía para separar la parte del Templo o del tabernáculo (antes de que se construyera el templo en Jerusalén), en la que podían estar todos los israelitas, de la parte santísima, santuario de YHWH, a la que sólo podían acceder los sacerdotes descendientes de la tribu de Leví. "Puso también el altar de oro en el tabernáculo del testimonio, delante del velo" (Éxodo 40.26), "Y pondrás en él el arca del testimonio, y la cubrirás con el velo" (Éxodo 40.3), "Y la cámara que mira hacia el norte es de los sacerdotes que tienen la guarda del altar: estos son los hijos de Sadoc, los cuales son llamados de los hijos de Leví al Señor, para ministrarle" (Ezequiel 40.46), "Y díjome: Las cámaras del norte y las del mediodía, que están delante de la lonja, son cámaras santas, en las cuales los sacerdotes que se acercan a YHWH comerán las santas ofrendas: allí pondrán las ofrendas santas, y el presente, y la expiación, y el sacrificio por el pecado: porque el lugar es santo" (Ezequiel 42.13), "... Allí estará el santuario y el lugar santísimo. Lo consagrado de esta tierra será para los sacerdotes, ministros del santuario, que se acercan para ministrar a YHWH. Y servirá de lugar para sus casas y como recinto sagrado del santuario" (Ezequiel 45.4-5).
Cristo rompe el Velo para que todo el pueblo pueda ver lo que hay en el lugar santísimo y ya no haya personas que tengan más derecho a estar en la presencia de Dios que otras: "Así que, hermanos tenemos libertad para entrar en el Lugar santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne" (Hebreos 10.19-20). Todo el que se convierte a Dios puede entrar en el lugar santísimo como cualquier sacerdote, ya que Cristo ha roto ese velo que impedía el paso a los que no lo fueran según la Ley. Pero ya hemos leído antes que ese sacerdocio queda invalidado, por lo tanto todo aquel que se entrega a Él, por Fe y creencia en que Él es Dios y que con la entrega de su vida por nosotros alcanzaremos la salvación, es decir, la vida eterna, éste es sacerdote. "Acercándoos a Él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, pero para Dios escogida y preciosa, vosotros también como piedras vivas ser edificadas como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo." (1ª carta de Pedro 2.4-5), "pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anuncies las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable." (1ª carta de Pedro 2.9).
Por tanto, si una persona, que hace lo que nos pide el Señor, es sacerdote, ¿para qué va a querer intermediarios entre Dios y él si ya tenemos un sacerdote que es Cristo, sacerdote eterno, Rey de Paz, igual que lo tenía Abraham con Melquisedec? "también tenemos un gran sacerdote sobre la casa de Dios. Acerquémonos, pues, con corazón sincero, en plena certidumbre de Fe, purificados los corazones de mala conciencia y lavados los cuerpos con agua pura. Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza porque fiel es el que prometió" (Hebreos 10.22-23). Ya nos dijo Jesucristo: " Y aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará" (Juan 16.23).
La misión de un Sacerdote de Dios es hacer que otros se conviertan a Él, pero en el momento en que esas personas ya han recibido el Espíritu de Dios debe dejarlas libres, respetándolas como sacerdotes de Él, pues el Evangelio, es decir, su Palabra y Sabiduría se recibe por revelación de Él: "pero os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mi no es invención humana, pues yo no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno sino por revelación de Jesucristo" (Gálatas 1.11-12), "y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, conforte vuestros corazones y os confirme en toda buena palabra y obra" (2ª a los Tesalonicenses 2.16-17).
Nos unimos en la oración de Juan clamando: "al que nos ama, nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre, a Él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amen" (Apocalipsis 1.5-6).



La ofrenda de Melquisedec y la Eucaristía: Pascua, la Encarnación, la Trinidad
Homilía de la Solemnidad de Corpus Christi.


El pasaje del libro del Génesis que hemos escuchado como primera lectura presenta la figura misteriosa de Melquisedec. En el contexto de esos pocos versículos se relata una batalla entre reyezuelos del Medio Oriente a comienzos del segundo milenio antes de Cristo, en la cual se ve mezclado Abraham, que resulta vencedor. Melquisedec le sale al encuentro para homenajearlo y lo bendice en nombre de El-Elyón, el Dios Altísimo; ofrece en acción de gracias un sacrificio de pan y vino del cual participan los vencedores y recibe del patriarca, como reconocimiento, el diezmo del botín. Se nos dice que Melquisedec era rey y sacerdote en la Jerusalén de aquella época, dominada por los jebuseos; podemos pensar que representaba la religión natural, la alianza cósmica entre Dios, conocido a través de la creación, y los hombres, que reconocen su soberano dominio sobre todas las cosas. Daniélou lo enumera entre los santos paganos del Antiguo Testamento. Su nombre aparece solamente en el pasaje leído del Génesis y en el salmo que hemos cantado respondiendo a esa lectura (Gén. 14, 18; Sal. 109 (110), 4).

El salmo alude al enigmático episodio narrado en el primer libro de la Biblia y atribuye al rey de Israel, ungido del Señor, la función sacerdotal; lo presenta como un sucesor de Melquisedec. La Iglesia, desde sus orígenes, interpretó este salmo como mesiánico, es decir, como referido a Nuestro Señor Jesucristo, sacerdote y rey. La Carta a los Hebreos aplica al sacerdocio de Jesús el versículo que dice Tú eres sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec. Se manifiesta así, en el Nuevo Testamento, la exaltación triunfal de Cristo en su resurrección y ascensión al cielo, su dignidad suprema como mediador universal, su sacerdocio de validez perpetua, que no proviene de la institución sacerdotal judía sino de la decisión de Dios que establece la alianza nueva y eterna en su Hijo único, en su sacrificio redentor. La grandeza mayor de Melquisedec reside en ser imagen profética de Cristo; su ofrenda de pan y vino es figura de la Eucaristía. Por eso al celebrar en la misa el memorial de la muerte y resurrección del Señor ofrecemos a Dios ese sacrificio y le pedimos, según el Canon Romano, que lo acepte como aceptó la oblación pura del sumo sacerdote Melquisedec.

Tal como hemos escuchado en la segunda lectura (1 Cor. 11, 23-26), San Pablo les recuerda a los corintios la tradición eucarística de la Iglesia, recibida del Señor, que reproduce lo ocurrido en la UltimaCena, la noche en que fue entregado: el contenido de esa tradición consiste en la orden de celebrar los misterios del culto divino como memorial de la muerte redentora. La intención del Apóstol no es inculcarles de nuevo a aquellos cristianos una verdad de la fe que conocían cabalmente, sino moverlos a obrar de una manera conforme a ella; por eso ha reprobado los abusos que se cometían en aquella comunidad y enseguida impondrá las condiciones espirituales que corresponden a una digna celebración de tan grande misterio. Dos veces se repite el mandato: hagan esto en memoria mía y además se destaca que el memorial no es un simple recuerdo, una evocación simbólica, sino el anuncio de la muerte del Señor, como si ella se produjera en el momento de la celebración. Las expresiones que emplea el Apóstol valen para afirmar el carácter sacrificial de la Eucaristía; en el rito de la Cena del Señor, de la fracción del pan, se torna presente, se actualiza ante los ojos de los fieles, bajo los velos del sacramento, el único sacrificio de la cruz y su eficacia redentora. San Juan Crisóstomo, comentando la primera Carta a los Corintios, subraya esa identificación: Pablo une las cosas presentes a las de entonces (se refiere a la Última Cena) para que suceda ahora como si, en aquella tarde y sentados a la misma mesa, recibiésemos del propio Cristo aquella víctima sacrificial. En otra ocasión el Crisóstomo escribe: Mira cómo el Señor inmolado yace (sobre el altar) y cómo el sacerdote ora de pie junto a la víctima y cómo todos son incorporados por aquella sangre preciosa… La mesa mística está preparada y el Cordero de Dios es degollado por ti. Lo que el Apóstol deseaba suscitar en los cristianos de Corinto –y en nosotros que recibimos su enseñanza– son las actitudes que corresponden a la participación en el sacrificio del Señor, sobre todo la ofrenda de nuestro corazón, según el modelo de la inmensa caridad de Cristo que se entregó por nosotros con tanto fuego de amor. En la participación eucarística el amor con amor se paga, un amor sostenido por sentimientos de profunda humildad, de arrepentimiento sincero, de temor reverente y a la vez de una desbordante alegría por el don que somos llamados a recibir, que compartimos fraternalmente para la edificación de la comunidad cristiana. La Eucaristía nos religa a Cristo y nos exige permanecer fijos en él con una intención pura, haciéndolo centro de nuestros pensamientos, deseos y proyectos. Hagan esto en memoria mía, ha dicho el Señor; San Basilio, refiriéndose a esa memoria eucarística, indica: debemos estar continuamente suspendidos de la memoria de él, como los niños están aferrados a sus madres.

El sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor hace presente de continuo en la Iglesia el misterio pascual; son el Cuerpo y la Sangre de la víctima entregada en el sacrificio de la Pascua. Cito nuevamente a San Juan Crisóstomo: la Pascua se celebra tres veces cada semana, en algún caso hasta cuatro; es más, siempre que queremos. Pascua, en efecto, es la ofrenda y el sacrificio que se realiza en cada asamblea litúrgica. Pero además, la Eucaristía se refiere igualmente al misterio de la Encarnación del Verbo; es la misma Encarnación perpetuada, su reliquia. Podemos pensar que es el sacramento de la condescendencia divina, por el cual nos unimos a la humanidad santísima de nuestro Salvador, que se abajó hasta nosotros para hacernos compartir su divinidad. En el contacto eucarístico se alimenta y despliega nuestra relación personal con Jesús, nuestro amor a Él. El desarrollo del culto eucarístico, a lo largo de los siglos, está estrechamente vinculado al acento puesto por la teología y por la devoción del pueblo cristiano en los misterios de la vida del Señor y en la adoración dirigida a su humanidad, sustancialmente unida a la persona divina del Verbo. En tal contexto nació, precisamente, la fiesta de Corpus Christi. Ese acento puesto en la humanidad del Señor se registra no sólo en la piedad y en la mística, sino en bellísimas expresiones de la literatura, el teatro religioso y otras formas artísticas. El trato personal con Jesús en la Eucaristía busca experimentar su bondad, para que él, como lo hacía con la multitud que lo seguía y a la que alimentó multiplicando el pan, nos hable íntimamente del Reino de Dios y nos devuelva la salud a los que tenemos necesidad de ser sanados (cf. Lc. 9, 11 b). El himno Jesu dulcis memoria, durante mucho tiempo atribuido a San Bernardo, es un modelo notable de esa “devoción a Jesús” –si puede llamarse así– marcada por las características de la espiritualidad medieval pero que habla con elocuencia a los hombres de hoy, necesitados de una nueva comprensión afectiva de la relación con Dios. El himno dice así, según la inspirada traducción de un poeta argentino y católico, Francisco Luis Bernárdez:

Oh Jesús de dulcísima memoria,
Que nos das la alegría verdadera:
Más dulce que la miel y toda cosa
Es para nuestras almas tu presencia.

Nada tan suave para ser cantado,
Nada tan grato para ser oído,
Nada tan dulce para ser pensado,
Como Jesús, el Hijo del Altísimo.

Tú que eres esperanza del que sufre,
Tú que eres tierno con el que te ruega,
Tú que eres bueno con el que te busca:
¿Qué no serás con el que al fin te encuentra?

No hay lengua que en verdad pueda decirlo
Ni letra que en verdad pueda expresarlo:
Tan sólo quien su amor experimenta
Es capaz de saber lo que es amarlo.

Sé nuestro regocijo en este día,
Tú que serás nuestro futuro premio,
Y haz que sólo se cifre nuestra gloria
En la tuya sin límite y sin tiempo.

Desde este ángulo es inevitable asociar a la Santísima Virgen con la Eucaristía, ya que cuando comulgamos nos nutrimos de la Carne y la Sangre del Hijo de Dios, formadas de la carne y la sangre de su Madre. Entramos también, por tanto, en una misteriosa relación con ella. A propósito, Raimundo Jordán ha usado, hablándole a María, estas sugestivas comparaciones: Tú eres la nave que de lejanas tierras trajo el Pan de la vida, porque del cielo vino ese pan, siendo amasado con la harina de tus entrañas y cocido y abrazado en el horno de tu amor con el fuego del Espíritu divino. Tal es el pan propio de los navegantes humanos. Desde la misma perspectiva, hay que asociar a la Eucaristía con la Iglesia, puesto que existe una relación esencial entre el Cuerpo físico y el Cuerpo místico del Señor. Por la Eucaristía y por la gracia de la caridad que el sacramento difunde, crece Cristo y su Cuerpo eclesial se consolida en la unidad.

La Eucaristía no sólo nos remite al misterio pascual y a la Encarnación del Verbo. La fuente de la realidad eucarística se encuentra en la Santísima Trinidad. La revelación suprema de Dios en el Nuevo Testamento, que se resume en la expresión joánica Dios es Amor (1 Jn. 4, 8) se comprende plenamente cuando se contempla la comunión de las tres personas divinas. En el amor trinitario tiene su origen la Eucaristía porque el amor de Dios, el agápe que es Dios, es eucarístico: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, cada uno se entrega a los otros dos en la generosidad total de un círculo silencioso y eterno. El círculo se abre en la creación y en la redención, en el envío del Hijo por el Padre y del Espíritu Santo por el Padre y el Hijo. Estamos dichosamente destinados hacia Dios, ya que participamos de su misma vida; nuestra meta es contemplar el rostro del Padre gracias a las misiones del Hijo y del Espíritu, porque hemos sido hechos hijos en el Hijo y porque por el don del Espíritu reconocemos a Cristo como Señor y nos atrevemos a llamar Padre al Padre de nuestro Señor Jesucristo. Este destino se cumple anticipadamente en la comunión eucarística. En la Última Cena, al prometerles el envío del Paráclito, Jesús dijo a sus discípulos: aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes (Jn. 14, 20). Aquel día allí mencionado se refiere a la gloria de la resurrección y a la efusión del Espíritu que desde Pentecostés permanece en la Iglesia. Jesús está en el Padre por su divinidad, porque es uno con él; nosotros estamos en Cristo porque él ha asumido nuestra humanidad en su encarnación y nos ha comprado al precio de su Sangre, haciéndonos así miembros de su Cuerpo; y él está en nosotros por el misterio de la Eucaristía, mesa y copa que rebosan de su Espíritu. Por la comunión eucarística nos iniciamos en la comunión de la Trinidad y eso es un anticipo del cielo. Nuestra patria está en la belleza del Espíritu para la alegría del Padre por la Eucaristía del Hijo bienamado. Hacia este misterio múltiple y altísimo apuntaba como figura profética la ofrenda de Melquisedec, el sacerdote de El-Elyón.

Esta tarde, providencialmente primaveral, hemos acompañado a Cristo por las calles de nuestra ciudad. El himno compuesto para el Congreso Eucarístico Internacional de 1934 rezaba: Pasearon el Corpus por nuestros solares los hombres que luego fundaban ciudades… El que ha paseado por las calles de La Plata es el Señor, inmolado y viviente, triunfador del pecado y de la muerte, el que aniquila el reinado injusto, tiránico, del príncipe de este mundo y de sus secuaces. Ha sido el de hoy, como el de cada fiesta de Corpus Christi, un signo cuyo alcance eficaz nos resulta incognoscible. Confiamos, sin embargo, en el poder de su gracia para convertir los corazones, para insinuar en ellos las disposiciones que los abran a la fe, la esperanza y la caridad. Nosotros paseamos el Corpus por una ciudad indiferente, ajena, tácitamente hostil. Nuestro compromiso, como herederos de aquellos que luego fundaban ciudades, es refundar espiritualmente la nuestra con el aporte de la Verdad cristiana profesada y vivida mediante el testimonio de un amor laborioso y sacrificado capaz de renovar a fondo la sociedad. El objetivo irrenunciable es el rescate de una cultura que se encuentra en trance de acelerada deshumanización, que de salvaje debe tornarse humana y luego divina, conforme al Corazón de Dios. Este milagro de transformación es posible –no nos es lícito dudar de ello– es posible por la gracia de la Eucaristía.

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