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Martirio Juan el Bautista, Santo |
Mártir
Martirologio Romano: Memoria del martirio de san Juan Bautista, al
que Herodes Antipas retuvo encarcelado en la fortaleza de Maqueronte
y a quien, en el día de su cumpleaños, mandó
decapitar a petición de la hija de Herodías. De esta
suerte, el Precursor del Señor, como lámpara encendida y resplandeciente,
tanto en la muerte como en la vida dio testimonio
de la verdad (s. I).
El evangelio de San Marcos nos
narra de la siguiente manera la muerte del gran precursor,
San Juan Bautista: "Herodes había mandado poner preso a Juan
Bautista, y lo había llevado encadenado a la prisión, por
causa de Herodías, esposa de su hermano Filipos, con la
cual Herodes se había ido a vivir en unión libre.
Porque Juan le decía a Herodes: "No le está permitido
irse a vivir con la mujer de su hermano". Herodías
le tenía un gran odio por esto a Juan Bautista
y quería hacerlo matar, pero no podía porque Herodes le
tenía un profundo respeto a Juan y lo consideraba un
hombre santo, y lo protegía y al oírlo hablar se
quedaba pensativo y temeroso, y lo escuchaba con gusto". "Pero
llegó el día oportuno, cuando Herodes en su cumpleaños dio
un gran banquete a todos los principales de la ciudad.
Entró a la fiesta la hija de Herodías y bailó,
el baile le gustó mucho a Herodes, y le prometió
con juramento: "Pídeme lo que quieras y te lo daré,
aunque sea la mitad de mi reino".
La muchacha fue donde
su madre y le preguntó: "¿Qué debo pedir?". Ella le
dijo: "Pida la cabeza de Juan Bautista". Ella entró corriendo
a donde estaba el rey y le dijo: "Quiero que
ahora mismo me des en una bandeja, la cabeza de
Juan Bautista".
El rey se llenó de tristeza, pero para no
contrariar a la muchacha y porque se imaginaba que debía
cumplir ese vano juramento, mandó a uno de su guardia
a que fuera a la cárcel y le trajera la
cabeza de Juan. El otro fue a la prisión, le
cortó la cabeza y la trajo en una bandeja y
se la dio a la muchacha y la muchacha se
la dio a su madre. Al enterarse los discípulos de
Juan vinieron y le dieron sepultura (S. Marcos 6,17).
Herodes Antipas
había cometido un pecado que escandalizaba a los judíos porque
esta muy prohibido por la Santa Biblia y por la
ley moral. Se había ido a vivir con la esposa
de su hermano. Juan Bautista lo denunció públicamente. Se necesitaba
mucho valor para hacer una denuncia como esta porque esos
reyes de oriente eran muy déspotas y mandaban matar sin
más ni más a quien se atrevía a echarles en
cara sus errores.
Herodes al principio se contentó solamente con poner
preso a Juan, porque sentía un gran respeto por él.
Pero la adúltera Herodías estaba alerta para mandar matar en
la primera ocasión que se le presentara, al que le
decía a su concubino que era pecado esa vida que
estaban llevando.
Cuando pidieron la cabeza de Juan Bautista el rey
sintió enorme tristeza porque estimaba mucho a Juan y estaba
convencido de que era un santo y cada vez que
le oía hablar de Dios y del alma se sentía
profundamente conmovido. Pero por no quedar mal con sus compinches
que le habían oído su tonto juramento (que en verdad
no le podía obligar, porque al que jura hacer algo
malo, nunca le obliga a cumplir eso que ha jurado)
y por no disgustar a esa malvada, mandó matar al
santo precursor.
Este es un caso típico de cómo un pecado
lleva a cometer otro pecado. Herodes y Herodías empezaron siendo
adúlteros y terminaron siendo asesinos. El pecado del adulterio los
llevó al crimen, al asesinato de un santo.
Juan murió mártir
de su deber, porque él había leído la recomendación que
el profeta Isaías hace a los predicadores: "Cuidado: no vayan
a ser perros mudos que no ladran cuando llegan los
ladrones a robar". El Bautista vio que llegaban los enemigos
del alma a robarse la salvación de Herodes y de
su concubina y habló fuertemente. Ese era su deber. Y
tuvo la enorme dicha de morir por proclamar que es
necesario cumplir las leyes de Dios y de la moral.
Fue un verdadero mártir.
Una antigua tradición cuenta que Herodías años
más tarde estaba caminando sobre un río congelado y el
hielo se abrió y ella se consumió hasta el cuello
y el hielo se cerró y la mató. Puede haber
sido así o no. Pero lo que sí es histórico
es que Herodes Antipas fue desterrado después a un país
lejano, con su concubina. Y que el padre de su
primera esposa (a la cual él había alejado para quedarse
con Herodías) invadió con sus Nabateos el territorio de Antipas
y le hizo enormes daños. Es que no hay pecado
que se quede sin su respectivo castigo.
Juan el Bautista
Juan Bautista |
Juan bautiza a Jesús en el Jordán, por Piero della Francesca |
Profeta y Mártir |
Apodo |
"El Precursor de Cristo" |
Nacimiento |
5 AC |
Fallecimiento |
36 DC |
Venerado en |
Iglesia católica, Iglesia asiria del Oriente, Iglesia Ortodoxa Oriental, Iglesias Católicas Orientales, Iglesias ortodoxas orientales, Anglicanismo, Luteranismo, Baha'i, Islam, Mandeanismo |
Festividad |
24 de junio (Natividad de San Juan), 29 de agosto (Martirio de San Juan) |
Atributos |
Cruz, cordero, abrigo de piel de camello |
Patronazgo |
Jordania; Puerto Rico, Chitré, Terranova, Florencia, Génova, Oporto, Turín, Caballeros Hospitalarios de Jerusalén, Cesena, Xewkija entre otros muchos |
Juan el Bautista, o simplemente el Bautista o San Juan, fue un predicador y asceta judío, considerado como uno de sus profetas por tres religiones: Cristianismo, Islam y la Fe Bahá'í. Considerado mesías por el Mandeísmo.
Juan el Bautista en el cristianismo
Hijo del sacerdote Zacarías y de su esposa Isabel ( Lucas 1:5), Juan el Bautista es considerado el precursor de Jesucristo.
Según Lucas 3:1-3, Juan comenzó a predicar y a bautizar en el desierto « el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba Judea, cuando Herodes era tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, en tiempo de los sumos sacerdotes Anás y Caifás».
Tiberio sucedió a Augusto el 19 de agosto del año 767 (año 13 d. C.) de la fundación de Roma. Lucas pudo contabilizar los años siguiendo el calendario sirio, que inicia el año 1 de octubre,
o bien el calendario romano, que comienza en marzo, por lo cual no
sabemos si tuvo en cuenta el primer año de la sucesión. Así, la fecha
aproximada del inicio de la actividad del Bautista estaría en torno al
año 28 de nuestra era.
Juan Bautista se definió a sí mismo como « voz que clama en el desierto: "rectificad los caminos del Señor"» ( Juan 1:23), con lo cual cumplía expresamente una profecía de Isaías ( Mateo 3:1-4, Lucas 3:4-6, Isaías 40:3-5). Marcos 1:1-4 une a ésta el cumplimiento de otra profecía, de Malaquias 3:1. Esta misma misión general, cumplir unidas ambas profecías, vista como una, fue definida en general por los esenios para ellos mismos, según la Regla de la Comunidad (1QS VIII 13-14; 4Q259 III 3-6), encontrada entre los Manuscritos del Mar Muerto y datada entre los años 100 y 75 a. C. También la liturgia bautismal esenia (4Q14) pudo haber servido de inspiración a Juan.
La diferencia entre el ministerio general de los esenios y el de Juan estriba en que aquellos enfatizaban en el estudio de la Ley, y en general de las Escrituras, y Juan en la predicación y bautismo para la conversión del pueblo. Según los Evangelios, bautizó también a Jesús en el río Jordán ( Lucas 3:21-22, Marcos 1:9-11)y lo reconoció como Mesías ( Juan 1:25-34, Mateo 3:13-17). Ese momento supuso el inicio de la actividad mesiánica de Jesús. Algunos autores señalan que sería más bien el arresto de Juan por parte de Herodes Antipas el comienzo de la vida pública de Jesús ( Marcos 1:14).
Poco después (antes de la muerte de Jesús hacia el 30), fue encarcelado y decapitado por orden de Herodes Antipas en la fortaleza de Maqueronte. Este dato es mencionado tanto por Flavio Josefo (Ant., XVIII, v, 2) como por los Evangelios de Marcos 6:16-29 y Mateo 14:3-12.
Juan dudó de Jesucristo a pesar de haberlo reconocido como el Cordero
de Dios, pero estando en la cárcel envió mensajeros para asegurarse de
que Jesús era realmente el Mesías esperado, Mateo 11:2-4 "Y al
oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo, le envió dos de sus
discípulos, para preguntarle: ¿Eres tú aquel que había de venir, o
esperaremos a otro? Respondiendo Jesús, les dijo: Id, y haced saber a
Juan las cosas que oís y veis". Juan el Bautista es considerado por
Jesús como el más grande entre los hombres, aunque el más chico en el
reino de los cielos es mayor que él, Mateo 11:11 "De cierto os
digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que
Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor
es que él".
La Iglesia católica celebra su fiesta principal el 24 de junio
(seis meses antes de Navidad, ya que el Evangelio cuenta que su madre
Isabel estaba de seis meses cuando el ángel anunció a la prima de ésta, María, que sería madre del Mesías). El 29 de agosto se conmemora su decapitación ( Degollación de san Juan Bautista).
San Juan Bautista es uno de los santos más celebrados de Europa, siendo patrón de Florencia, Badajoz, Chiclana de la Frontera, Albacete, Telde y Arucas en Gran Canaria y Puerto Rico, además de serlo de los monjes Cartujos y de la Orden de Malta. La noche del 23 de junio (víspera del día de su fiesta) se realizan las famosas hogueras de san Juan, entre las que destacan las de Alicante, declarada de Interés Turístico Internacional, y las de La Coruña, declarada ésta de Interés Turístico Nacional.
Según Lucas (1:59-60) Isabel y Zacarías circuncidaron a su hijo a los
ocho días siguiendo el precepto que Yavé mandara a Abrahán (Gén 17,
11-12). Los sacerdotes católicos practicarían el rito del bautismo
siguiendo el prototipo de Juan el Bautista, aunque sin aplicar la
circuncisión. También, según Mateo (3:6), las gentes confesaban a Juan
sus pecados y Juan las bautizaba mientras en el rito católico el
bautismo y la confesión son independientes.
Juan el Bautista en el islam
Juan el Bautista recibe en el Corán, donde es citado una quincena de veces, el nombre de Yahya ibn Zakariya o simplemente Yahya (يحيى). Según la tradición, María (Mariam مريم), al quedarse embarazada de Jesús
se retiró a un oratorio, donde vivía sola bajo la tutela del profeta
Zacarías (Zakariya زكريا), que la visitaba para cuidar de ella y
llevarle alimento. Sin embargo, María no necesitaba que le llevasen
alimentos pues el propio Dios la aprovisionaba. Maravillado por el
milagro, Zacarías rogó a Dios que hiciera también por él un milagro,
dándole un hijo, y Dios accedió a sus ruegos. De este modo, nació Juan.
En agradecimiento, Zacarías ayunó y se mantuvo en silencio durante tres
días, y Dios dio a Juan sabiduría y conocimiento, haciéndole profeta.
El Corán presenta a Juan como un hombre lleno de cualidades y
virtudes, entre las cuales un inmenso respeto por sus padres y una gran
sinceridad. Fue uno de los profetas con los que se encontró Mahoma en el Isra, su legendario viaje nocturno a Jerusalén.
La tradición afirma que está enterrado en la gran Mezquita de los Omeyas, en Damasco.
Véase también
Enlaces externos
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Nacimiento de San Juan
Bautista
Este
es el único santo al cual se le celebra la fiesta el día de su
nacimiento.
San Juan Bautista nació seis meses antes de
Jesucristo (de hoy en seis meses - el 24 de diciembre - estaremos
celebrando el nacimiento de nuestro Redentor, Jesús).
El capítulo primero del evangelio de San Lucas
nos cuenta de la siguiente manera el nacimiento de Juan: Zacarías era
un sacerdote judío que estaba casado con Santa Isabel, y no tenían
hijos porque ella era estéril. Siendo ya viejos, un día cuando estaba
él en el Templo, se le apareció un ángel de pie a la derecha del
altar.
Al verlo se asustó, mas el ángel le dijo:
"No tengas miedo, Zacarías; pues vengo a decirte que tú verás al
Mesías, y que tu mujer va a tener un hijo, que será su precursor, a
quien pondrás por nombre Juan. No beberá vino ni cosa que pueda
embriagar y ya desde el vientre de su madre será lleno del Espíritu
Santo, y convertirá a muchos para Dios".
Pero Zacarías respondió al ángel: "¿Cómo
podré asegurarme que eso es verdad, pues mi mujer ya es vieja y yo
también?".
El ángel le dijo: "Yo soy Gabriel, que
asisto al trono de Dios, de quien he sido enviado a traerte esta nueva.
Mas por cuanto tú no has dado crédito a mis palabras, quedarás mudo y
no volverás a hablar hasta que todo esto se cumpla".
Seis meses después, el mismo ángel se apareció
a la Santísima Virgen comunicándole que iba a ser Madre del Hijo de
Dios, y también le dio la noticia del embarazo de su prima Isabel.
Llena de gozo corrió a ponerse a disposición de
su prima para ayudarle en aquellos momentos. Y habiendo entrado en su
casa la saludó. En aquel momento, el niño Juan saltó de alegría en
el vientre de su madre, porque acababa de recibir la gracia del
Espíritu Santo al contacto del Hijo de Dios que estaba en el vientre de
la Virgen.
También Santa Isabel se sintió llena del
Espíritu Santo y, con espíritu profético, exclamó: "Bendita tú
eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De
dónde me viene a mí tanta dicha de que la Madre de mi Señor venga a
verme? Pues en ese instante que la voz de tu salutación llegó a mis
oídos, la criatura que hay en mi vientre se puso a dar saltos de
júbilo. ¡Oh, bienaventurada eres Tú que has creído! Porque sin falta
se cumplirán todas las cosas que se te han dicho de parte del
Señor". Y permaneció la Virgen en casa de su prima
aproximadamente tres meses; hasta que nació San Juan.
De la infancia de San Juan nada sabemos. Tal vez,
siendo aún un muchacho y huérfano de padres, huyó al desierto lleno
del Espíritu de Dios porque el contacto con la naturaleza le acercaba
más a Dios. Vivió toda su juventud dedicado nada más a la penitencia
y a la oración.
Como vestido sólo llevaba una piel de camello, y
como alimento, aquello que la Providencia pusiera a su alcance: frutas
silvestres, raíces, y principalmente langostas y miel silvestre.
Solamente le preocupaba el Reino de Dios.
Cuando Juan tenía más o menos treinta años, se
fue a la ribera del Jordán, conducido por el Espíritu Santo, para
predicar un bautismo de penitencia.
Juan no conocía a Jesús; pero el Espíritu Santo
le dijo que le vería en el Jordán, y le dio esta señal para que lo
reconociera: "Aquel sobre quien vieres que me poso en forma de
paloma, Ese es".
Habiendo llegado al Jordán, se puso a predicar a
las gentes diciéndoles: Haced frutos dignos de penitencia y no estéis
confiados diciendo: Tenemos por padre a Abraham, porque yo os aseguro
que Dios es capaz de hacer nacer de estas piedras hijos de Abraham.
Mirad que ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles, y todo
árbol que no dé buen fruto, será cortado y arrojado al fuego".
Y las gentes le preguntaron: "¿Qué es lo
que debemos hacer?". Y contestaba: "El que tenga dos túnicas
que reparta con quien no tenga ninguna; y el que tenga alimentos que
haga lo mismo"…
"Yo a la verdad os bautizo con agua para
moveros a la penitencia; pero el que ha de venir después de mí es más
poderoso que yo, y yo no soy digno ni siquiera de soltar la correa de
sus sandalias. El es el que ha de bautizaros en el Espíritu
Santo…"
Los judíos empezaron a sospechar si el era el
Cristo que tenía que venir y enviaron a unos sacerdotes a preguntarle
"¿Tu quién eres?" El confesó claramente: "Yo no soy el
Cristo" Insistieron: "¿Pues cómo bautizas?" Respondió
Juan, diciendo: "Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros
está Uno a quien vosotros no conocéis. El es el que ha de venir
después de mí…"
Por este tiempo vino Jesús de Galilea al Jordán
en busca de Juan para ser bautizado. Juan se resistía a ello diciendo:
"¡Yo debo ser bautizado por Ti y Tú vienes a mí! A lo cual
respondió Jesús, diciendo: "Déjame hacer esto ahora, así es
como conviene que nosotros cumplamos toda justicia". Entonces Juan
condescendió con El.
Habiendo sido bautizado Jesús, al momento de
salir del agua, y mientras hacía oración, se abrieron los cielos y se
vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y permaneció
sobre El. Y en aquel momento se oyó una voz del cielo que decía:
"Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis
complacencias".
Al día siguiente vio Juan a Jesús que venía a
su encuentro, y al verlo dijo a los que estaban con él: "He aquí
el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquél de
quien yo os dije: Detrás de mí vendrá un varón, que se ha puesto
delante de mí, porque existía antes que yo".
Entonces Juan atestiguó, diciendo: "He visto
al Espíritu en forma de paloma descender del cielo y posarse sobre El.
Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo:
Aquél sobre quien vieres que baja el Espíritu Santo y posa sobre El,
ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo. Yo lo he visto, y
por eso doy testimonio de que El es el Hijo de Dios".
Herodías era la mujer de Filipo, hermano de
Herodes. Herodías se divorció de su esposo y se casó con Herodes, y
entonces Juan fue con él y le recriminó diciendo: "No te es
lícito tener por mujer a la que es de tu hermano"; y le echaba en
cara las cosas malas que había hecho.
Entonces Herodes, instigado por la adúltera,
mandó gente hasta el Jordán para traerlo preso, queriendo matarle, mas
no se atrevió sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía,
pues estaba muy perplejo y preocupado por lo que le decía.
Herodías le odiaba a muerte y sólo deseaba
encontrar la ocasión de quitarlo de en medio, pues tal vez temía que a
Herodes le remordiera la conciencia y la despidiera siguiendo el consejo
de Juan.
Sin comprenderlo, ella iba a ser la ocasión del
primer mártir que murió en defensa de la indisolubilidad del
matrimonio y en contra del divorcio.
Estando Juan en la cárcel y viendo que algunos de
sus discípulos tenían dudas respecto a Jesús, los mandó a El para
que El mismo los fortaleciera en la fe.
Llegando donde El estaba, le preguntaron diciendo:
"Juan el Bautista nos ha enviado a Ti a preguntarte si eres Tú el
que tenía que venir, o esperamos a otro".
En aquel momento curó Jesús a muchos enfermos.
Y, respondiendo, les dijo: "Id y contad a Juan las cosas que
habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen,
los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el
Evangelio…"
Así que fueron los discípulos de Juan, empezó
Jesús a decir: "¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Alguna
caña sacudida por el viento? o ¿Qué salisteis a ver? ¿Algún
profeta? Si, ciertamente, Yo os lo aseguro; y más que un profeta. Pues
de El es de quien está escrito: Mira que yo te envío mi mensajero
delante de Ti para que te prepare el camino. Por tanto os digo: Entre
los nacidos de mujer, nadie ha sido mayor que Juan el Bautista…"
Llegó el cumpleaños de Herodes y celebró un
gran banquete, invitando a muchos personajes importantes. Y al final del
banquete entró la hija de Herodías y bailó en presencia de todos, de
forma que agradó mucho a los invitados y principalmente al propio
Herodes.
Entonces el rey juró a la muchacha: "Pídeme
lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino".
Ella salió fuera y preguntó a su madre:
"¿Qué le pediré?" La adúltera, que vio la ocasión de
conseguir al rey lo que tanto ansiaba, le contestó: "Pídele la
cabeza de Juan el Bautista". La muchacha entró de nuevo y en
seguida dijo al rey: "Quiero que me des ahora mismo en una bandeja
la cabeza de Juan el Bautista".
Entonces se dio cuenta el rey de su error, y se
pudo muy triste porque temía matar al Bautista; pero a causa del
juramento, no quiso desairarla, y, llamando a su guardia personal,
ordenó que fuesen a la cárcel, lo decapitasen y le entregaran a la
muchacha la cabeza de Juan en la forma que ella lo había solicitado.
Juan Bautista: pídele a Jesús que nos envíe
muchos profetas y santos como tú.
San Juan Bautista
Precursor del Mesías. El sobrenombre de
Bautista le proviene de su ministerio. Nacido, según algunos, en Judea,
pueblecito de Judea; según otros, en Hebrón. Sus padres fueron Zacarías y
Elizabeth, prima de la Santísima Virgen. — Fiesta: 24 de junio. Misa
propia.
Es ciertamente una fiesta alegre y popular
la del Bautista. En ella parece cumplirse aún la palabra con la que el
ángel anunció a Zacarías su venida al mundo: «Muchos Se regocijarán en
su nacimiento»; y se regocijaron, en efecto, cuando éste tuvo lugar en
las montañas de Judea, y se regocijan todavía en todo el mundo, veinte
siglos después.
Fue Juan el Precursor de Cristo, el que vino
para preparar y alumbrar los caminos del Señor; por esto la Iglesia
celebra su nacimiento, como celebra el de Jesús, distinguiéndolo en esto
de los demás Santos. Y con este fin, en el día de su festividad, ha
puesto en la Misa esta preciosa perícopa evangélica, que magníficamente
nos muestra su predestinación divina
«A Isabel, se le cumplió el tiempo de su parto y dio a luz un hijo.
»Y se enteraron sus amigos y parientes de que el Señor había usado con ella de gran misericordia, y le daban el parabién.
»Y aconteció que al octavo día vinieron a
circuncidar al niño, y le llamaban con el nombre de su padre, Zacarías;
intervino su madre, diciendo: No, sino que se llamará Juan. Dijéronle:
Nadie hay de tu familia que se llame con ese nombre. Hacían señas a su
padre sobre cómo quería que se llamase. Él, pidiendo una tablilla,
escribió en estos términos: Juan es su nombre. Y se maravillaron todos.
Abrióse su boca de improviso, y su lengua quedó expedita, y hablaba
bendiciendo a Dios. Y se espantaron todos los que vivían en su vecindad,
y en toda la montaña de Judea se divulgaban todas estas cosas, y todos
los que las oían las guardaron en su corazón, diciendo: “¿Qué será,
pues, este niño?”. Porque, a la verdad, la mano del Señor visitó y
rescató a su pueblo..”.
»Y Zacarías, su padre, fue lleno del
Espíritu Santo, y profetizó diciendo: “Bendito sea el Señor, Dios de
Israel, porque visitó y rescató a su pueblo...”».
¡Precursor de Jesús! Precursor es el que
precede, el que va delante de otro para anunciar su inmediata aparición.
Los profetas entretuvieron a la huérfana humanidad, delineando a
grandes rasgos la hermosa figura del Redentor; crecía cada día el ansia
por la llegada del Mesías y avivábase la confianza.
Juan el Bautista anuncia a Cristo no sólo
con palabras, como los otros profetas, sino especialmente con una vida
análoga a la del Salvador. Nace seis meses antes que Él; su nacimiento
es vaticinado y notificado por el ángel Gabriel, como el suyo, y causa
en las montañas de Judea una conmoción y regocijo semejantes a los que
debían tener lugar poco después en las cercanías de Belén.
El nacimiento de San Juan Bautista es un
prodigio, porque no fue obstáculo para él la ancianidad y esterilidad de
Isabel, como no lo fue a María su purísima virginidad. En vida oculta y
escondida consume los treinta primeros años de su existencia; nadie
sabe de él, ni de él nos hablan los evangelistas, como tampoco nos
hablan de Jesús en aquel mismo período, en que quedan ambos como
eclipsados.
A los treinta años salen ambos: uno de su
retiro de Nazaret, otro de sus soledades del Jordán; pero Juan, conforme
a su oficio de Precursor, sale antes que Jesús.
Truena su voz en las márgenes de aquel río,
síguenle las turbas, incrépanle los fariseos... Él habla con libertad a
los pobres y a los poderosos. Hay quien le cree el Mesías. Hay quien
escucha su voz como la Buena Nueva prometida, cuando en realidad no es
más que su prólogo. Bien claro Juan lo afirma: «Está para venir otro más
poderoso que yo, al cual yo no soy digno de desatar la correa de su
calzado».
Pronto se extiende el renombre de su
virtud, y aumenta la veneración del pueblo hacia él; los judíos acuden
para ser bautizados, enfervorizados por sus palabras. Mientras predica y
bautiza anuncia un bautismo perfecto: «Yo bautizo en el agua y por la
penitencia, y el que vendrá, en el Espíritu Santo y el fuego».
Y cuando Jesús se acerca al Jordán para ser
por él bautizado, Juan no se atreve a hacerlo. «¿Tú vienes a mí, cuando
yo debería ser bautizado por Ti?» Mas Jesús insiste, y le bautiza
entonces.
Encarcelado por Herodes Antipas por haberse
atrevido a reprimir y censurar su conducta y vida escandalosa, le llega
la noticia de que Jesús ha empezado su ministerio público. Jesús, por
su parte, en su predicación asegura a los judíos que entre todos los
hombres de la tierra no hay un profeta más grande que Juan.
Se ignora cuánto tiempo pasó en la cárcel.
Aconteció que con motivo de una fiesta en celebración del nacimiento de
Herodes, cuando el vino y los manjares y las danzas exaltaban a todos,
Salomé, hija de Herodías, esposa ilegítima del rey, bailó ante Herodes.
Entusiasmado éste, prometió darle cuanto pidiera, aunque fuese la mitad
de su reino. Instigada por su madre, pidió Salomé la cabeza del
Bautista. Herodes, no osando faltar a su palabra empeñada ante todos,
ordenó fuese traída la cabeza de Juan, la cual en una bandeja fue
presentada, efectivamente, a Herodías por su hija. Sus discípulos
recogieron el cuerpo del Bautista y le dieron sepultura...
Las alegres fogatas que en la noche de la
vigilia de San Juan coronan las montañas y alumbran nuestras calles y
plazas, no parecen sino un reflejo, que pasa a través de los siglos, del
popular alborozo con que fue saludado por los vecinos de Judea el
nacimiento de uno de los santos más populares de la Iglesia.
Bautismo de Jesús por S.Juan Bautista
Salome recibe la cabeza de San Juan Bautista
|
Antes de la venida de Jesús, Juan proclamaba un bautismo de
arrepentimiento [Hechos 13:24]. Juan fue enviado a cumplir la profecía
de Malaquías [Mal. 3:1; Lk. 1:76; Also Lk. 3:15-8; Mk. 1:4; Acts 19:4]
La humildad de Juan hizo posible que Dios hiciera grandes cosas por medio de el, Cf. Hechos 13:25. "Conviene que El (Jesús) crezca, y que yo disminuya" -San Juan Bautista.
Juan, Precursor, Profeta y Bautista -en el Catecismo
717
"Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan
fue "lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15.
41) por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir
del Espíritu Santo. La "visitación" de María a Isabel se convirtió así
en "visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68).
718
Juan es "Elías que debe venir" (Mt 17, 10-13): El fuego del Espíritu lo
habita y le hace correr delante [como "precursor"] del Señor que viene.
En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de "preparar al
Señor un pueblo bien dispuesto" (Lc 1, 17).
719
Juan es "más que un profeta" (Lc 7, 26). En él, el Espíritu Santo
consuma el "hablar por los profetas". Juan termina el ciclo de los
profetas inaugurado por Elías (cf. Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia
de la consolación de Israel, es la "voz" del Consolador que llega (Jn 1,
23; cf. Is 40, 1-3). Como lo hará el Espíritu de Verdad, "vino como
testigo para dar testimonio de la luz" (Jn 1, 7;cf. Jn 15, 26; 5, 33).
Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las "indagaciones de los
profetas" y la ansiedad de los ángeles (1 P 1, 10-12): "Aquél sobre
quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que
bautiza con el Espíritu Santo ... Y yo lo he visto y doy testimonio de
que este es el Hijo de Dios ... He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1,
33-36).
720
En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo,
lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la "semejanza"
divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y
del Espíritu será un nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 5).
Nacimiento de Juan Bautista (B)
Nacimiento de Juan Bautista (B)
Lucas 1,57- 66. 80
1. Oración Inicial: Espíritu Santo de la Verdad,
que procedes del Padre y del Hijo y que hablaste por los profetas:
acude en nuestra ayuda y revélanos el sentido de las Escrituras. Tú, que
eres Espíritu de Vida, haz que el texto bíblico se convierta en Palabra
viva y liberadora, que produzca en nosotros(as) la adhesión y el
seguimiento de Jesús. AMÉN. Cantar «Espíritu Santo Ven, Ven».
2. Lectura: ¿Qué dice el texto?
a. Introducción: El nacimiento de Juan Bautista cumple el mensaje del ángel (Lc 1,20) y el término de la gravidez de Isabel marca en
el Evangelio de Lucas el final del tiempo de la espera de la salvación.
La circuncisión se hacía ocho días después del nacimiento; en esta
ocasión se daba el nombre al niño y se hacía una fiesta con los
parientes y vecinos. La insistencia en el nombre de Juan es para marcar
el tiempo de la gracia y de la misericordia que va a comenzar, pues Juan
significa «Yahvé se compadece». De
hecho, Juan será el heraldo de Jesús. Inmediatamente Zacarías queda
libre de la mudez y de la sordera, y comienza a alabar a Dios. Abramos nuestros corazones a escuchar la Palabra de Dios.
b. Leer el texto: Lucas 1,57- 66. 80: Leemos
este pasaje de Lucas con mucha atención, tratando de descubrir el
mensaje de fe que el evangelista quiso transmitir a su comunidad.
Releerlo una segunda vez.
c. Un momento de silencio orante: Hacemos un tiempo de silencio para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida. Terminar cantando: «Tu Palabra me Da Vida».
d. ¿Qué dice el texto?
1) Cada persona lee en voz alta el versículo o palabra que más le tocó el corazón.
2) ¿Quiénes
eran Zacarías e Isabel? ¿Qué señal da Dios de su presencia en la vida
de Isabel? ¿Cómo reaccionaron los vecinos y parientes al saber del
nacimiento del niño?
3) ¿Qué sucede al momento de ponerle nombre al niño?
4) ¿Qué reacción se repite en la gente que acompaña la escena?
5) ¿Qué se dice de Juan? ¿Cómo fue su proceso de crecimiento?
3. Meditación: ¿Qué nos dice el texto hoy a nuestra vida? No es necesario responder a cada pregunta. Seleccionar las más significativas para el grupo. Lo importante es conocer y profundizar el texto, reflexionarlo y descubrir su sentido para nuestra vida.
- «Para Dios no hay nada imposible» (1,37) ¿Dios
sigue haciendo maravillas hoy parecidas a las que hizo en la vida
de Isabel y Zacarías? Cuentan sus propias experiencias.
- «Pues, ¿qué será de este niño?»
Responder a esa misma pregunta pensando en nuestros propios
hijos(as) y los niños y jóvenes de hoy. ¿Qué esperamos de
ellos(as)?
- «El niño crecía y su espíritu se fortalecía…» ¿Qué es necesario hoy para que los niños(as) crezcan en su espíritu y se fortalezcan en el camino del bien?
- Juan
Bautista preparó el camino del Señor. ¿Qué relevancia tiene hoy
para nuestra comunidad? ¿Qué personas en nuestros días mantienen
vivo el espíritu profético de Juan Bautista?
- ¿Cuál es el mensaje del texto para nuestra vida hoy?
4. Oración: ¿Qué le decimos a Dios después de escuchar y meditar su Palabra?
Hacer oraciones dirigidas directamente al Señor. Dirigirse al Padre, a
Jesús o al Espíritu Santo. Hablar con él, contarle, decirle lo que uno
quiere o siente. «Queremos ser portavoces de esperanza».
5. Contemplar el rostro de Dios encontrado en el texto y Comprometernos con la transformación de la realidad: Compromiso: ¿Cómo puede nuestra comunidad trabajar por la esperanza de los necesitados a nuestro alrededor? Llevamos una “palabra”. Esa palabra o versículo nos va a acompañar. Tratar
de tenerla en cuenta en todo momento y buscando un momento cada día
para recordarla y tener un tiempo de oración cotidiano donde volver a charlarla con el Señor.
6. Oración final:
Padre misericordioso, que quisiste preparar los caminos de tu Hijo con
el envío de Juan Bautista como su “precursor”; haznos portavoces de
esperanza para el pueblo, mensajeros del Dios de la Vida y constructores de fraternidad para que allanemos los caminos y eliminemos los obstáculos al crecimiento de tu Reino de Amor, de justicia y de paz. AMEN. Padre Nuestro, que estás en el cielo…
Para Las Personas Que Quieran Profundizar Más
1. Contexto: Los
dos capítulos 1,5 – 2,52 son propios de Lucas. Es su Evangelio de la
infancia. Se trata principalmente de una presentación paralela entre
Juan Bautista y Jesús: dos anunciaciones, un encuentro de dos niños en
el seno de su madre, dos nacimientos, dos circuncisiones, dos misiones
proclamadas proféticamente, dos breves notas sobre la infancia de cada
uno. El propósito de este paralelismo es el de demostrar la unidad de
la acción divina en Juan y en Jesús y el cumplimiento mesiánico en
ambos personajes. Sin embargo, presentar el misterio de Jesús siempre
queda como el objetivo principal de Lucas, señalando a la vez cómo la
misión de Juan tiene ahí su lugar.
Entonces,
estos dos capítulos presentan en primer término, una proyección
teológica: esto no significa que no tengan relación alguna con los
hechos realmente acaecidos, sino que son escritos para presentar el
significado del plan de Dios. Revelan un poco el mismo género de verdad
profunda sobre Jesús así como los cuentos infantiles sobre la vida y los
seres humanos. Lucas decide narrar una historia religiosa a la manera
bíblica; se inspira de precedentes en el Antiguo Testamento (ver Jue
13, Dn 10; Gen 16; 17; 18; Is 7, 14). Así hace resaltar un significado
de fe. Por ejemplo, la concepción virginal de Jesús es algo más que un
prodigio maravilloso: significa que Jesús es totalmente de Dios,
verdaderamente Hijo de Dios. Al comienzo de su Evangelio, entonces,
Lucas presenta a Jesús en su plenitud: el resto de la obra muestra cómo
este misterio se ha revelado poco a poco a los seres humanos, durante
la vida pública
2.
En el nacimiento de Juan se cumple lo anunciado a Zacarías y se hace
realidad la promesa. La esterilidad de unos padres, vencida por el
nacimiento de un hijo, es fuente de alegría, jubilo y regocijo que
envuelve y contagia a vecinos y parientes, como ya lo había predicho el
mensajero de Dios. En la narración del nacimiento, Lucas matiza dos
aspectos muy importantes: el de la misericordia de Dios que se
manifiesta en favor del pueblo, al quitarle la afrenta de la esterilidad
que pesaba sobre Isabel, precisamente sobre la esposa de un sacerdote
encargado del servicio litúrgico en el templo de Jerusalén, y por otra
parte, el significado del nombre de Juan (“Dios ha mostrado su favor”),
con el cual se subraya la presencia de la misericordia Divina, que recae
no sólo sobre una persona en particular, Isabel en este caso, sino que
alcanza a la totalidad del pueblo.
Al
relato de nacimiento de Juan sigue el de su circuncisión, imposición
del nombre, y su manifestación pública. Por la circuncisión, Juan queda
indeleblemente marcado con la “señal de la alianza”,
signo visible de la incorporación al pueblo de Israel. Esa marca en la
propia carne hace de Juan partícipe de la bendición prometida por el
Señor a su pueblo elegido, le capacita para celebrar la Pascua
como fiesta de la comunidad y confirma sus esperanzas de compartir con
todos sus antepasados la restauración futura y definitiva. El rito de la
circuncisión comportaba igualmente la obligación de una escrupulosa
observancia de la ley de Moisés. La incorporación del precursor del
Mesías al pueblo de Israel es muy importante para Lucas, no sólo porque
prefigura la incorporación del propio Jesús a ese mismo pueblo, sino
también porque Lucas se esfuerza por demostrar que el cristianismo es
una derivación lógica del judaísmo. Por eso tiene que quedar bien claro
que los pilares de ese nuevo modo de vida, son de raíces profundamente
judías.
La imposición de un nombre como el de “Juan”
rompe radicalmente con la tradición familiar. Como era costumbre, los
vecinos y parientes dan por hecho que el niño se llamaría como el padre.
El acuerdo entre la madre y el padre en un nombre que no era familiar
aparece como un signo donde se refleja el favor de Dios. La Misericordia
divina no sólo se manifiesta a un matrimonio anciano, de vida
intachable, sino que alcanza a la totalidad de Israel. De ahí que al
recuperar Zacarías el habla, todos los vecinos se interroguen sobre el
futuro de ese niño.
3. Nacimiento de Juan.
Las promesas de Dios a Zacarías se realizan en medio de la alegría,
signo de que los tiempos del cumplimiento han llegado. El origen del
nombre del niño (Lc 1,13) indica el carácter excepcional de Juan y su
misión en los nuevos tiempos que se inician. Como era costumbre, los
vecinos y parientes dan por hecho que el niño se llamaría como el padre
(Tob 1,9). El acuerdo entre la madre y el padre en un nombre que no era
familiar aparece como divinamente inspirado. De ahí que al recuperar
Zacarías el habla, todos los vecinos se interroguen sobre el futuro del
Bautista.
4. En todo, Juan es el precursor de Cristo. Ya desde su nacimiento e infancia él apunta a Cristo. «¿Qué será este niño» Él es «la voz que grita en el desierto»
(Jn 1,23), animando a todos(as) a preparar los caminos del Señor. No es
él el Mesías (Jn 1,20), pero lo indica con su predicación y sobre todo
con su estilo de vida ascética en el desierto. Él entretanto “crecía y
se fortificaba en el espíritu. Vivió en regiones desérticas hasta el día
de su manifestación a Israel. (Lc 1,80).
El desierto de Juan Bautista bajo el techo de Cristo. Por Dom Esteben Chevevière
Maestro... ¿dónde vives? Venid y lo veréis (Juan 1, 38-39)
Tu pensamiento más familiar ha de ser
la gratuidad y eternidad de tu vocación, con su cortejo de gracias. “No
sois vosotros los que me habéis elegido a mí, sino Yo el que os elegí a
vosotros” (Juan 15, 16). “Antes de haberte formado yo en el seno
materno, te conocía...” (Jeremías 1,5). “Yavé me llamó desde antes de mí
nacimiento, desde el seno de mi madre me llamó por mi nombre” (Isaías
49,1). Cf. Gálatas 1, 15 - San Pablo.
Tan
verdad lo es de ti como de Jeremías, Isaías, Juan Bautista, San Pablo.
Tu convocatoria al desierto es eterna como todo lo que te concierne, y
trae su origen de una preferencia inexplicable del amor de Dios para
contigo. Por toda la eternidad cantarás el privilegio de tamaña
misericordia del Señor.
Cualesquiera
sean las circunstancias y los motivos personales conscientes que
determinaron tu resolución, es el Espíritu Santo el que te ha traído al
desierto, como lo hizo con Jesús (Mateo 4, 1). En realidad, fue el caso
del Precursor. Dios te guardaba a la sombra de su mano (Isaías 49,2),
esa mano de padre que te ha modelado, que levanta en tu derredor un muro
defensivo, que te dispensa su gracia, te estrecha en la ternura de su
abrazo. Esa mano te separa y te consagra. Te separa de lo profano y te
consagra al servicio exclusivo de su amor. Te preserva de la cercanía
indiscreta de las criaturas, te defiende contra ti mismo, tan propenso a
tenderles los brazos. Su contacto te vivifica, purifica y caldea. A El
sólo debes todas tus riquezas naturales y sobrenaturales. El desierto
del ermitaño no es un calabozo enloquecedor donde se le somete a
completa incomunicación. Sea tu fe bastante para vivir la realidad de
que eres “el niño llevado a la cadera y acariciado sobre las rodillas.
Como consuela una madre a su hijo” Dios te consuela (Isaías 66,12-13).
Entonces “latirá de gozo tu corazón y tus huesos reverdecerán como la
hierba” (ib. 14).
Como el
Precursor, tú has sido querido para Cristo, no sólo en el sentido en que
entiende San Pablo que todos los elegidos han sido predestinados
(Efesios 1,4), antes bien para no tener aquí abajo otra razón de ser que
el amor y la glorificación de Jesús. Eres más que el amigo del Esposo.
Tu alma es realmente la Esposa y puedes tomar como propias las efusiones
del epitalamio místico del Cantar de los Cantares: “Yo soy para mi
amado y mi amado es para mí” (6,3).
San
Juan no vivió en la intimidad de Cristo. Más dichoso que él eres tú,
que posees la Eucaristía y conoces todas las maravillas de la gracia.
Puedes
con todo derecho esperar recibir “el beso de la boca”, prometido a
quienes lo dejan todo por seguirle, y el desierto se tornará “en jardín
con macizos de balsameras” donde el Amado “se recrea entre azucenas”
(Cantar de los cantares 6 2-3). En este sentido “el más pequeño en el
reino de los cielos es mayor que él” (Mateo 11, 11).
Ten
buen cuidado de no quitarle al Eremitorio su sello de austeridad. Por
aquello de que la contemplación es el ejercicio más excelente de la
caridad, viene a veces con
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fuerza
la tentación de poner en sordina la rudeza de vida de que todos los
anacoretas han dado ejemplo. Juan Bautista, puro como el que más, no le
daba al cuerpo sino lo estrictamente necesario para no morir.
El
mundo está necesitado de expiación y tú mismo no estás sin pecado, ni
sin tendencias perversas. Si el Precursor hubiera asistido a la Pasión,
habría ardido en deseos de seguir al Esposo hasta el martirio. Le fue
dada, sí, la gracia de derramar su sangre, pero sin el resplandor de la
cruz que a ti te ilumina. Dichoso tú si el Eremitorio te cercena hasta
el máximo ese confort que tanto hambrea el sentido moderno. El ahorro de
tiempo, la superioridad del rendimiento, la liberación del espíritu, no
son con frecuencia sino coartadas.
El
Ermitaño no tiene en absoluto por qué acompasar el ritmo de su vida a
la carrera desbocada de un mundo cuya escala de valores es la inversa de
la suya. ¡Se nutre de eternidad!
En
la esfera de lo temporal no tiene deseos, sólo tiene necesidades;
aprenda a no forjárselos. La incomodidad en todo te debe ser familiar;
el “puedo prescindir” ha de regular tus instalaciones y tus
reclamaciones. Más vale que la obediencia sea para ti freno que no
estímulo. El desierto natural se subleva contra toda sensualidad; por
eso son tan pocos sus amadores. Pero los que se han dejado seducir saben
por experiencia que de un cuerpo tratado con dureza, el espíritu emerge
en la pureza y en la luz. Sin ese gusto por las austeridades ¿ cómo
serías sucesor de los mártires?
Ojalá
puedas merecer el elogio del Bautista hecho por Jesús: “Juan era la
antorcha que arde y luce” (Juan 5,35) (lucerna ardens et lucens). Según
arde y se consume, el Ermitaño ilumina como la lámpara del sagrario.
Se
consume mediante la pureza que sofoca los apetitos carnales, se consume
por la penitencia, que le lleva a renunciar a las fuentes de alegría de
los hombres. Se consume sobre todo por el amor que es un fuego. El
ardor de esa llama, avivada por el Espíritu Santo ha gastado hasta el
cuerpo de los místicos y liberado el alma de la Santísima Virgen de sus
lazos terrenales. Tu pasión ha de ser Jesucristo y el celo de su gloria
en ti y en los demás.
Quizá
obtengas el languidecer tras su venida y apropiarte el gemido de la
Esposa en el Apocalipsis: “¡Ven!” Entonces se te dirá: “El que tenga sed
que venga; el que quiera, que tome gratuitamente el agua de la vida”
(Apocalipsis 22,17). El vacío, la aridez, la austeridad del desierto
activan el paso por la pista que conduce .a la tierra del descanso. En
un instante Juan olvidó las penalidades de los años duros de su
preparación, cuando vio ante sus ojos al “Cordero de Dios”, cuyos
caminos el allanaba (Juan 1,23). Entonces su único anhelo fue: “Es
necesario que El crezca y que yo mengue” (Juan 3,30), no sólo en
renombre sino aun en su ser espiritual, al presentir el sublime ideal
que formulará San Pablo: “Y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”
(Gálatas 2,20). Así acaba por consumirse divinizándose la pequeña
lámpara.
Para ti la venida del
Mesías no es un futuro. Vives bajo el techo de Jesús, cada día te
alimentas de su carne, su vida te anima, su Espíritu te guía y estimula,
con El estás muerto y resucitado. ¿Por qué tu caridad iba a quedar en
un poco de rescoldo? La única explicación de la vida eremítica es ésta:
un gran amor requiere la máxima soledad. Tal será tu programa. En el
Cuerpo Místico de Cristo te corresponde ser el corazón. Si eso no, ¿qué
eres tú, que ni tienes obras, ni predicas, ni administras siquiera los
Sacramentos?
Tu vida escondida
habla al mundo, mas no será luz para él sino, precisamente, en cuanto
brote de un amor concentrado. El Precursor fue un testigo sin igual de
Jesucristo a quien tenía por misión señalar: Ecce, “Helo aquí. También
tú en la Iglesia y de cara al mundo eres su testigo; pero lo que en ti
habla no es lengua, es tu
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estado,
tu mismo ser. Vives superiormente la doctrina, el ejemplo de
Jesucristo, y el ardor de tu fe en acto obliga a pensar en la
trascendencia de Aquel que la inspira: “Brille así vuestra luz delante
de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a
vuestro Padre celestial” (Mateo 5,16). Si, conforme al designio divino,
tu vida reproduce la imagen perfecta del Hijo, por el hecho mismo evoca
el modelo (Romanos 8,29). Haces realidad el dicho de San Pablo:
“Llevamos siempre en nuestros cuerpos los sufrimientos mortales de
Jesús, a fin de que .también la vida de Jesús se manifieste en nuestro
cuerpo” (2 Corintios 4, 10).
Jesús
es Dios, y, por tanto, eres el testigo de Dios que se refleja en ti
como en un espejo (2 Corintios 3,18). Por tu renuncia de las criaturas
proclamas su nada frente al ser de Dios. Por tu sacrificio de los goces
que ellas te procuran, pregonas la suficiencia de Dios, soberana
felicidad. Por tu aplicación exclusiva a la oración, publicas su
infinita Majestad y su Soberanía. Y tu testimonio es de tanto mayor
alcance cuanto tu vida está más oculta y silenciosa en la contemplación
de esta sobrecogedora trascendencia de Dios.
Su
irradiación sobrepuja infinito el conocimiento que de ella alcanzan los
hombres. Al testimonio no le basta ser dado, tiene que ser acogido. No
es cuestión de reportaje, es cuestión de gracia. Sólo .Dios abre los
ojos a la luz. Por brillante que sea, el ciego no la percibe. El Verbo
venido a este mundo “era la luz de los hombres, y la luz ha brillado en
las tinieblas y las tinieblas no han podido alcanzarla” (Juan ,15). Con
oración y sacrificios merecerás a los demás la gracia de ser dóciles al
testimonio. Mucho predicó Jesús; atribuye el fruto de su apostolado a la
oblación muda del Calvario: “Cuando fuere levantado de la tierra,
atraeré a todos a mí” (Juan 12,32).
Eres
verdaderamente un precursor que abre camino. Pero te hace falta una fe
que traslada montes para creer en semejante eficiencia en un contexto
vital tan modesto y descarnado.
Juan
creyó en su misión; cree tú en la tuya. No se buscó a sí mismo; nada
hizo por dejar su soledad y deslizarse en el séquito privilegiado de
Jesús. Amigo del Esposo como era, se regocijó del júbilo del Esposo,
contentándose él con el terrible aislamiento de las mazmorras de
Maqueronte, de donde no salió más que para el cara a cara de la
eternidad. El que Jesús no le haya llamado al Colegio Apostólico, a la
fundación de la Iglesia, a la dicha de su intimidad, no arguye menos
amor. De ninguno de los Apóstoles hizo panegírico mayor que del que
calificó “más que profeta”. “Oseas aseguró que no ha surgido entre los
hijos de mujer uno mayor que Juan el Bautista” (Mateo 11,9-11). Tenía
que ser el modelo alentador de las almas que renunciarían a todo incluso
a la suavidad de los favores divinos, para que sea glorificado en ellas
y por ellas el Dios mismo de toda consolación. No es poco olvidarse
hasta ese extremo y aguantar en el desierto esa suprema austeridad del
silencio de Dios, sin que se cuarteen ni la fe ni la esperanza.
El
Precursor supo comprender la actitud misteriosa de Jesús respecto de
él, y, en la robustez serena de su fe “por Cristo” –tan distante –
“abundaba su consolación” (cf. 2 Corintios 1,5). Su felicidad no fue
otra que la aurora de la salud del mundo (cf. Lucas 2,29-32). Como no ha
recibido ministerio alguno en la nueva economía, se oculta en el
silencio de la contemplación. De hecho, el amigo del Esposo es también
la Esposa, y desde la Visitación no ha salido de la cámara nupcial en
que el Verbo la colma de claridades...
Sea
la luz de tu oscuro sendero la máxima de San Juan de la Cruz: “El amor
no consiste en sentir grandes cosas, sino en tener grande desnudez y
padecer por el Amado?’ (Punto de amor, nº 36).
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