|
Cesáreo de Arlés, Santo |
Obispo
Martirologio Romano: En Arlés, de la Provenza, san Cesáreo, obispo,
que, después de haber llevado vida monástica en la isla
de Lérins, recibió ese episcopado en contra de sus deseos.
Preparó y reunió sermones apropiados para las festividades que los
presbíteros debían leer con objeto de instruir al pueblo y
escribió también reglas de vida, tanto para hombres como para
religiosas, para dirigir la vida monástica (542).
Fecha de canonización: Información
no disponible, la antigüedad de los documentos y de las
técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en
muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos
esta concreta información el día de hoy. Si sabemos
que fue canonizado antes de la creación de la Congregación
para la causa de los Santos, y que su culto
fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.
San Cesáreo nació el año 470, cerca
de Chalon-sur-Saone. Pertenecía a una familia galo-romana. A los dieciocho
años, cuando ya había adquirido un respetable cúmulo de ciencia,
determinó abrazar la carrera sacerdotal. Dos años más tarde se
retiró a la abadía de Lérins, que había dado ya
a la Iglesia muchos varones santos y sabios. El abad
le nombró bodeguero. Pero, como las pasiones humanas alcanzan aún
los sitios más alejados de los incentivos del vicio, algunos
monjes tomaron a mal la administración escrupulosa de Cesáreo, y
el abad se vio obligado a relevarle del oficio. Cesáreo
quedó encantado de poder disponer de más tiempo para la
contemplación y la penitencia; pero, como su salud se empezaba
a resentir, fue enviado a reponerse a Arlés. El santo
era pariente de Enoo, el obispo del lugar, a quién
llamó la atención el cuidado con que el monje les
evitaba la lectura de los autores paganos a los jóvenes
que se preparaban al sacerdocio, y lo quiere para cumplir
funciones en su Diócesis. Así pues, escribió al abad de
Cesáreo suplicándole que le cediese al religioso. Una vez que
Cesáreo recibió la ordenación sacerdotal, Enoo le puso al frente
de un monasterio en el que la disciplina estaba muy
relajada. El santo redactó una regla, gobernó el monasterio durante
tres años y consiguió convertirlo en un modelo, a pesar
de su propia juventud e inexperiencia. En su lecho de
muerte, el obispo de Arlés propuso que le sucediese Cesáreo.
Este huyó a ocultarse en el cementerio, pero fue descubierto,
y el pueblo y el clero le obligaron a aceptar
la elección.
Contaba solamente treinta años, e
iba a gobernar la diócesis durante cuarenta más. San Cesáreo
no tenía el hábito de suntuosidad y el espíritu de
orden que movían a tantos obispos de la época a
exagerar la importancia de su cargo para asegurar su la
estabilidad. Pero poseía en cambio un profundo espíritu religioso, que
hizo de él el principal prelado de las Galias. Una
de sus primeras empresas fue regularizar el canto del oficio
divino. Hasta entonces, en Arlés, sólo se cantaba en público
los sábados, los domingos y los días de fiesta,
pero San Cesáreo lo impuso diariamente, como se acostumbraba en
otros sitios y no tuvo reparos en modificarlo para conseguir
que las cristianas acudiesen más regularmente. Por otra parte, enseñó
a su grey a orar de verdad, a elevar a
Dios los deseos de su corazón y no simplemente a
mover los labios en vano y aún con riesgo de
cometer sacrilegio, ya que la verdadera oración consiste en levantar
el corazón hasta Dios. Solía decir: "El hombre adora aquello
en lo que tiene puesta la mente cuando reza. El
que al orar piensa en los asuntos políticos o en
la construcción de sus casa, no adora a Dios sino
a su casa o a los asuntos políticos". San Cesáreo
predicaba siempre los domingos y días de fiesta, mañana y
tarde y, con frecuencia, lo hacía también entre semana. Si
por alguna razón se hallaba impedido, hacía que los sacerdotes
y diáconos leyesen al pueblo alguna homilía de los Padres.
También mandó que se leyesen esas homilías
después de los maitines y vísperas para que el pueblo
nunca saliese de la iglesia sin haber aprendido algo. El
estilo del santo, que detestaba los disgustos complicados, era sencillo,
natural, y agradable. Solía descender a detalles y clamaba contra
los vicios más extendidos, en particular, contra la costumbre de
dejar el arrepentimiento para el día de mañana. Con frecuencia,
hablaba de las penas, del purgatorio por los pecados veniales
y de la necesidad de repararlos con las frecuentes penitencias.
Sobre todo, predicaba acerca de la oración, el ayuno, la
limosna, el perdón de las injurias, la castidad y la
práctica de las buenas obras. En resumen, fue el primer
predicador "popular" cuyos sermones han llegado hasta nosotros; están llenos
de comparaciones familiares y rara vez duran más de un
cuarto de hora. Al mismo tiempo, el santo inculcaba a
sus oyentes el valor de la oración litúrgica, que tanto
se esforzó por popularizar. "Que vuestras acciones correspondan a vuestras
palabras -repetía-. Que vuestras almas sean tan puras como lo
exige el texto: Beati inmmaculati in via".
Uno de sus primeros biógrafos llama a San
Cesáreo "otro Noe que construyó un arca para proteger a
sus hijos contra los peligros de su tiempo". Se trata
de una alusión al monasterio que abrió como refugio para
las doncellas y viudas del sur de las Galias que
querían consagrarse a Dios. El monasterio se hallaba, al principio,
en Aliscamps, entre las tumbas romanas; más tarde, fue trasladado
al interior de las murallas de la ciudad. Su primer
nombre fue San Juan; después tomó el nombre de San
Cesáreo. Este confió al gobierno del convento a su hermana
Santa Cesária, redactó personalmente la regla y siempre consideró
aquella obra como una de las principales empresas de su
vida. En sus reglas, insistía en la inviolabilidad absoluta de
la clausura. Reglamenta las normas del claustro y de la
vida en el monasterio También redactó otras parecidas para los
monasterios masculinos y la impuso a todos los de su
diócesis. La costumbre de la clausura que fue extendiéndose, poco
a poco, a otras regiones, tras haber defendido con éxito
su extensa jurisdicción, sede de Arlés, que tenía como sufragáneas
a varias diócesis.
En calidad de
primado, el santo presidió varios sínodos, de los que
el más importante fue el de Orange en el año
529. Comienza a echar por tierra argumentos equivocados. Dicho sínodo
se pronunció contra los que afirmaban que Dios predestina a
ciertas almas a la condenación; también declaró que a la
gracia de Dios, debemos el primer movimiento hacia Él de
nuestras almas, de suerte que Dios es el autor de
toda conversión, contra lo que sostenían los semipelagianos.
Junto con esta actividad eclesiástica, San Cesáreo participó
también en los principales acontecimientos sociales y políticos de su
tiempo. La ciudad de Arlés estaba entonces bajo el dominio
del rey visigodo Alarico II. Las malas lenguas dijeron al
monarca que San Cesáreo, que había nacido en Borgoña, estaba
tratando de anexar el territorio de Arlés a los dominios
del rey de Borgoña. La acusación era falsa; pero Alarico
desterró al santo a Burdeos en el año 505. Cuando
el monarca se dio cuenta de la injusticia que había
cometido, llamó a San Cesáreo del destierro y condenó a
su calumniador a morir apedreado, aunque acabó por perdonarle, a
ruegos del santo.
Después
de la muerte del monarca visigodo, el ostrogodo Teodorico, rey
de Italia, se apoderó de los dominios del Lenguedoc .
Habiendo concebido ciertas sospechas contra San Cesáreo, mandó arrestarle y
conducirle a Ravena. Al llegar a la presencia de Teodorico,
el santo lo saludó, y el rey, al ver el
aspecto venerable e intrépido del anciano, se levantó y le
saludó también. En seguida hablaron ambos amigablemente acerca del Estado
de Arlés. Después de despedir al santo, Teodorico dijo a
los presentes: "Quiera Dios castigar a los que son responsables
de que este santo haya tenido que hacer un viaje
tan largo e inútil. Cuando quedó en mi presencia, me
estremecí al ver su rostro de ángel. No puedo creer
que un hombre así sea capaz de cometer los crímenes
de los que se le acusan". El rey envió a
San Cesáreo una bandeja de plata con trescientas monedas de
oro y un mensaje que decía: "Aceptad este regalo del
rey, tu hijo, como una prueba de mi amistad". El
santo vendió la bandeja y empleó el dinero en rescatar
cautivos. Después continuó el viaje hacia Roma, donde el Papa
San Símaco confirmó los derechos primaciales de la sede de
Arlés, nombró a San Cesáreo delegado apostólico en las Galias
y le confirió el palio. Según se dice, San Cesáreo
fue el primer obispo de Europa occidental que recibió el
palio.
En el año 514, retornó a
Arlés, y siguió en el gobierno y la instrucción de
su grey durante muchos años. Cuando los francos tomaron la
ciudad, el año 536, se retiró un tanto de la
vida pública al convento de San Juan. A los setenta
y tres años, sintiendo que la muerte se acercaba, hizo
su testamento a favor de las religiosas del convento y
empezó a prepararse para la muerte. Poco antes de la
fiesta de San Agustín, preguntó si la fecha estaba aún
lejana, y añadió: "espero que para entonces ya habré muerto,
pues bien sabéis la predilección que he tenido siempre por
la doctrina tan católica de este santo".
Haciéndose transportar en una silla de brazos al monasterio que
había fundado, exhortó a las religiosas a soportar con paciencia
la pena que iba a causarles su muerte. La superiora
del monasterio, que había sucedido a la hermana del santo,
se llamaba también Cesaria, y había más de doscientas religiosas.
San Cesáreo, "verdadero maestro de la Galia franca", murió en
la víspera de la fiesta de San Agustín, el año
543.
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario