Introducción
Me parece útil dar algunas palabras introductorias a las cuatro cartas del padre José que trata sobre la oración de Jesús.
“La oración interior es para mí como un arte de cada uno…”, es así como el padre José describe “su relación” con la oración del corazón queriendo de esta manera mostrar que él la ha aprendido al lado de un maestro, como un joven aprendiz se pone en la escuela de un artesano para aprender el arte de su oficio. Sin embargo, después de varios años en la ascesis de la oración del corazón, el padre José se convierte a su vez en un “maestro”. Por “maestro” no queremos decir que él ha adquirido “la maestría” de la oración interior, por el contrario, más bien ella es la que ha logrado amaestrar los movimientos de su espíritu.
El padre José no es un teórico entre muchos autores que han escrito sobre la oración de Jesús. Más allá de que estas cartas sean verdaderos tratados de la oración del corazón, dignas de igualar a la de los Padres népticos, el padre José se revela más bien como un guía, más que como un teólogo, para aquellos que quieren aprender a rezar la oración de Jesús: “Dios –dice en una de las cartas- es el origen y el todo” de la oración interior. Y si alguno le parece que él insiste mucho sobre la técnica, notará a su vez que el padre José ha simplificado la forma y que la intención fundamental no ha cambiado: llegar por la oración de Jesús a un estado donde la gracia desciende al corazón: “Ya que el objetivo de la oración interior es el descenso de la gracia”.
Ahora bien, cuando la gracia toma posesión del corazón, no sólo lo renueva, sino que lo transforma en un Templo viviente donde la Santa Trinidad viene a habitar (Carta 64). Desde entonces nosotros no somos más sumisos a nosotros mismos sino a la oración de Jesús. Bienaventurado aquel en quien reina la oración interior ya que él experimentara una alegría y una paz permanente. “¡Oh alegría! ¡Oh alegría, que llena nuestro ser modelado de tierra!” En un momento dado, advertimos en las cartas la impotencia del padre José al no encontrar las palabras para expresar esta felicidad que para su naturaleza trasciende toda expresión.
El padre José considera –y esto podría sorprender ciertamente- que la oración de Jesús es lo único que asegura sin error la vigilancia del corazón contra la imaginación, mientras que las otras formas de oración, aunque sean buenas, no son del todo impermeables a la distracción del espíritu. “¡Oh cuán tremendo es la distracción del espíritu!” Por esta razón, él pone adelante el valor seguro de la oración interior: “La oración circular del corazón no teme la distracción”
Primera carta.
A un joven que pregunta cómo practicar la oración del corazón
Mi bien amado en Cristo.
Espero que estés bien. Hoy, recibo tu carta y respondo a lo que me escribes. Las informaciones que me preguntas no exigen ni tiempo ni esfuerzo de mi parte para dártelas.
La oración interior es para mí como el arte de cada uno, y yo la vengo ejercitando desde hace más de treinta y seis años. Cuando llegué a la Santa Montaña, sin demora busqué ermitaños que se aplicaran a la oración del corazón. En este tiempo, estos eran numerosos –hace cuarenta años- y estaban llenos de vida. Hombres de virtudes. Padres espirituales experimentados. Nosotros escogimos uno de entre ellos pero hubiéramos querido tener a todos como nuestra guía.
En cuanto a lo que la oración es, su actividad (praxis) consiste en hacerse continuamente violencia para repetirla incansablemente con la boca. Rápidamente, al comienzo, para no dar tiempo al espíritu (noûs) a que forme alguna idea de grandeza. Procura solamente aplicar tu atención a las palabras: “Señor Jesucristo, ten piedad de mí”. Después de un tiempo suficientemente largo en esta actividad, el espíritu terminará acostumbrándose y la recitará [sin esfuerzo]. Encontrará placer en practicarla ya que le gustará como la miel. Y buscará practicarla continuamente. Si la abandona, sentirá dolor.
Cuando el espíritu se acostumbra y se sacia de ella –asimilando bien el método-, la envía al corazón. Ya que el espíritu es el proveedor del corazón y su trabajo principal consiste en hacer descender allí todo lo que encuentra de bueno o de malo. Porque el corazón es el centro de la potencia espiritual y corporal del hombre, el trono del espíritu. Así cuando el que ora, vigila su espíritu, rechazando toda imaginación, y aplica su atención a las palabras de la “oración”, inhalando suavemente con un cierto esfuerzo y con su propia voluntad, empuja su espíritu hacia su corazón, le mantiene dentro, reteniendo su respiración, y pronuncia con ritmo la oración: “Señor Jesucristo, ten piedad de mí”.
Al comienzo, repetirá la oración muchas veces antes de mantener una respiración. Después, cuando el espíritu se acostumbra a mantenerse en el corazón, pronunciarás con cada respiración la oración: “Señor Jesucristo” inhalando y “ten piedad de mí” expirando. Este modo de practicarla durará hasta que la gracia descienda en el alma y se active. Luego, viene la contemplación (théoria).
La “oración” es pues recitada en todos los lugares y en distintas posturas: sentado como acostado, caminando o estando de pie. “Orad sin cesar y dad gracias en toda circunstancia”, dice el apóstol (1 Ts 5,18). No es suficiente rezar acostado en la cama. Tenemos que luchar. De pie-sentado. Cuando te canses, siéntate. Y luego ponte de pie. No cedas al sueño.
Todos estos ejercicios llevan el nombre de praxis. Tú muestras así a Dios tu disposición interior. Ya que el resultado depende de él. De él proviene la fuerza necesaria. Dios es el origen y el fin de la oración del corazón. Su gracia obra todo. Es la fuerza motriz.
Ahora bien, el amor aparece y obra en aquel que cumple los mandamientos: cuando tú te levantas por la noche para rezar, cuando tienes compasión por un enfermo, y cuanto te muestras misericordioso con las viudas, los huérfanos y los ancianos, entonces Dios te ama. Y tú, a su vez, le muestras tu amor. Es él quien te ama primero y te derrama su gracia.
Cuando buscas a Dios solo por la “oración”, no dejes salir una respiración sin asociarla a ella. Procura luego mantener tu espíritu lejos de fantasías. Ya que lo divino es sin forma, sin figuras y sin color. Es más que perfecto. Rechaza toda forma de silogismo. Obra y actúa como una brisa suave sobre nuestro espíritu. En cuanto a la compunción, ella viene cuando meditas sobre las cosas que han entristecido a Dios. Cuando meditas sobre Aquel que es tan bueno, dulce, misericordioso; sobre Aquel que es el bien y la plenitud del amor, y que ha sido crucificado y ha soportado todos los sufrimientos. Si meditas sobre todas estas cosas y sobre muchas otras, tu corazón se llenará de compunción.
Si, tú puedes, aplícate a la oración en voz alta e incesantemente. Tú te habituarás a ella en dos o tres meses. La gracia te cubrirá y te restaurará. Y cuando tu espíritu reciba la oración, ya no la dirás más por la boca. Tú tendrás entonces descanso. Y después, de nuevo, cuando el espíritu la abandone, que la lengua la retome. La violencia hacia uno mismo debe estar en el esfuerzo vocal de decir la oración hasta que el hábito de repetirla se instale en nosotros. Después, tu espíritu pronunciará la oración sin esfuerzo a lo largo de toda tu vida.
Cuando vengas, como tú me avisas, a la Santa Montaña, ven a vernos. Y entonces hablaremos de otras cosas. […] Aquí, cuando visites los monasterios, tu espíritu se ocupará de escuchar y ver.
Yo estoy seguro, sin embargo, que conseguirás formarte en la oración. No lo dudo. Solo golpea a la puerta de la divina misericordia y el Señor te abrirá. Ámalo mucho, para recibir mucho. Ya que es según los grados del amor que nosotros le demostramos, por los que recibiremos más o menos.
Segunda carta.
Al mismo joven, sobre la oración y muchos otros temas.
Estoy feliz de constatar tu ardor que no puede más que aprovechar a tu alma. Y yo, de mi lado, tengo la sed de ser útil a cada hermano que quiere ser salvado. Entonces, mi querido y más que cariñoso hermano, abre bien tus grandes orejas. La predestinación del hombre, desde que ha nacido a esta vida, es la de encontrar a Dios. Y no puede encontrarlo si Dios no lo ha buscado primero. “En él vivimos y morimos”, pero las pasiones nos han cerrado los ojos del alma y nos impiden ver. Cuando el buenísimo Dios vuelve su mirada sobre nosotros, nos despertamos como de un sueño y comenzamos a mendigar por nuestra salvación.
En cuanto a la primera pregunta: Dios ahora te ha visto, te ha iluminado y te guía. Esfuérzate en hacer su voluntad allí donde tú estás. Di sin descanso la oración con la boca y con el espíritu. Cuando tu boca se canse de repetir la oración, que tu espíritu la suplante. Y de nuevo, cuando el espíritu se canse, la boca comenzará nuevamente. Sólo, no la dejes. Haz muchas metanías. Vela por la noche tanto como tus fuerzas te lo permitan. Cuando una llama se encienda en tu corazón y cuando un amor hacia Dios lo abrace, entonces buscarás la hesiquía, como no podrás permanecer más encerrado en el mundo –ya que la oración quemará en tu interior- cuando tú sientas todo esto, escríbeme y te diré que hacer. Si, sin embargo, la gracia no obra de esta manera, a pesar de que tú no has relajado tu celo y practicas los mandamientos del Señor respecto a tu prójimo, entonces encuentra en esto tu descanso, ya que estás bien como estás. No busques recibir más… Sobre el sentido de la diferencia entre los treinta, sesenta y cien denarios, lee el Evergetinos. Allí encontrarás también otras cosas muy útiles.
Respondiendo a tus otras preguntas: la oración en principio debe ser practicada mentalmente. Pero ya que al comienzo el espíritu no está acostumbrado, la olvida. Este es el por qué es necesario alternarla y recitar la oración unas veces con la boca otras con el espíritu hasta que éste sea saciado y la oración se convierta en su actividad [energía].
Llamo actividad a la sensación de alegría y de gozo que tú sentirás en tu interior durante la oración. Cuando pues el espíritu entre “en posesión” de la oración, experimentarás una emoción de alegría, y la dirás continuamente sin esfuerzo de tu parte. Se da a este estado el nombre de sensación –actividad [energía]- porque la gracia obra sin el concurso de la voluntad del hombre. Quien ha experimentado este estado, camine, duerma, se despierte, en su interior tiene la oración incesante. Él está lleno de paz y de alegría.
En cuanto a las horas de oración, ya que vives en el mundo y que tienes muchas preocupaciones, cuando encuentres un tiempo libre, dedícalo a la oración. Hazte violencia para no descuidarla. En cuanto a la contemplación, es algo muy difícil ya que exige que tengas una paz interior absoluta.
La condición espiritual se divide en tres estados según la actividad de la gracia en cada hombre. El primer estado es el de la purificación donde la gracia purifica al hombre. Tú te encuentras en esta etapa. Cada impulso que tú sientas por las cosas espirituales viene de la gracia. Cada iniciativa en este ámbito no te pertenece a ti. La gracia místicamente obra todo. Esta gracia, pues, cuando tú te haces violencia, se instala en ti durante un cierto número de años. Y cuando el hombre progresa en la oración interior, recibe otras formas de gracias muy diferentes a las anteriores.
El primer estado es llamado sensación-energía y es idéntico a la gracia purificadora, ya que el orante experimenta en el interior de él mismo una moción-energía divina.
El segundo estado corresponde al de la iluminación. Ya que se recibe la luz del conocimiento que lleva a la contemplación de Dios. No se debe confundir con “las luces”, las fantasías u otro tipos de representaciones. Sino que la gracia ilumina el espíritu, lo hace limpio y luminoso, ella obra la purificación de los pensamientos, abre la inteligencia a los pensamientos elevados. Para adquirir esta gracia, el orante debe estar en un estado perfecto de paz interior (hesiquía) y tener un guía experimentado.
El tercer estado – en el cual desciende propiamente la gracia al corazón- es el de la gracia que es perfecta y que es un gran don. No te escribo más que esto ya que no es necesario. Si, sin embargo, deseas leer al respecto, escribí, a pesar de mi ignorancia, sobre las energías operantes de la gracia una obra titulada “Trompeta espiritual”. Intenta encontrarla. Compra también los escritos de san Macario en la editorial Schinias, y los de abba Isaac [San Isaac el Sirio] y sacarás mucho provecho. Escríbeme sobre las transformaciones [espirituales] que experimentarás y yo te responderé con mucha diligencia.
Hoy en día, no paro de responder cartas que recibo. Este año, han venido personas de Alemania con el sólo fin de conocer la oración del corazón. Recibo cartas de América, como de Paris, y en todas ellas se manifiesta un deseo: los que escriben se interesan por la oración interior. Pero aquí, entre nosotros, es todo lo contrario. ¿Es una tarea ingrata invocar sin cesar el nombre de Jesús para atraer hacia nosotros su misericordia? […]
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