20.9.1919 – 8.6.2006
El cristiano debe siempre pasar “de la fe basada sobre lo que hemos entendido a la fe que viene de la experiencia”. Así comienza una de las catequesis más densas y más profunda de esta antología de Matta el Meskin, y esta frase nos puede ayudar a comprender lo que nosotros vamos a encontrar en las páginas que siguen. Nosotros no estamos delante de palabras, sino delante de una experiencia de fe, una vida en el Espíritu, que luego se encarna en palabras: palabras que exhortan o advierten, palabras que consuelan o dan esperanza.
Si nosotros abordamos con un corazón atento la experiencia de fe que está detrás de las palabras de este libro, percibimos verdaderamente que “la boca habla de la abundancia del corazón”. Es un corazón lleno de Dios el que late en estas páginas, un corazón curvado por el arrepentimiento, un corazón capaz de acoger a todo hombre y de dirigirlo hacia el Señor, un corazón unificado, dispuesto en todo instante a vaciarse de sí mismo para poner a Cristo, y Cristo solo, en el centro de su vida.
Para ayudar al lector a penetrar en esta aventura espiritual, estas páginas quieren ser un testimonio, pues, a nosotros nos parece necesario decir algunas palabras de la vida de Matta el Meskin. Es posible, que así sea más fácil darse cuenta que esto que se ha reunido aquí no es el fruto de consideraciones teológicas o de discusiones académicas, sino la comunicación, la tradición de una existencia vivida en Cristo y con los hermanos, de una respuesta cotidiana a los llamados del Evangelio, de un esfuerzo constante de transformar en acontecimientos concretos la fuerza espiritual que emana de la Palabra hecha Acontecimiento, del Verbo hecho carne.
“El Señor me pedía todo”
Youssef Scandar nació en Egipto en 1919. De joven estudió farmacología en la Universidad del Cairo, y participó por entonces de un movimiento de jóvenes coptos decididos a suscitar una renovación evangélica en la vida de la Iglesia en Egipto. Obtenidos sus diplomas y comenzada su carrera profesional, Youssef, a la edad de 29 años, siente –como él mismo lo cuenta- “el llamado del Señor que me pedía todo”. Entonces, él abandona todo y entra al monasterio más pobre y más aislado de Egipto, Deir Amba Samuil, donde vivía un pequeño número de monjes ancianos y enfermos. Allí, él toma el nombre de Matta el Maskine (Mateo el Pobre). Luego de esto, él vivirá en algunas grutas del desierto de Wadi el Rayan, al sur de El Fayoum, para llevar una vida aún más solitaria y más pobre: una vida eremítica. Pero la luz no puede quedar oculta, y Matta es encontrado por unos jóvenes monjes que lo elijen como padre espiritual… Así nace un pequeño grupo que hará, durante 10 años, un auténtico aprendizaje de la vida monástica. Esta experiencia será determinante para los acontecimientos asombrosos que seguirán.
En un estilo de vida que recuerda inmediatamente el de los primeros padres del desierto, este pequeño grupo de monjes vive con la misma simplicidad, con el mismo despojo de todos los bienes y preocupaciones del mundo, con la misma experiencia profunda del amor divino, la misma confianza total en Dios que ha caracterizado los primero siglos del monaquismo egipcio. Para estos doce monjes los años pasados en Wadi el Rayan han representado la posibilidad de sus vidas para ver sus existencias fundirse en el crisol del amor divino y unirse a Cristo según el espíritu del Evangelio.
A un periodista de Radio –Vaticana que preguntaba a Matta el Maskine cómo había nacido su camino en la vida monástica, él le respondió: “Verdaderamente mi vida es una relación profunda entre Dios y yo. Comencé solo. El ha sido sin ninguna duda ofrecer mi vida al Señor: esto lo he comprendido y decidido en una lectura continua de la Biblia. La Biblia, el Antiguo como el Nuevo Testamento, me han permitido construir mi vida sobre un fundamento sólido. Yo me preguntaba: ¿cómo podría dar toda mi vida en estos pocos años que tengo para vivir? ¿Cómo podría realizar en mi existencia esto que han vivido estos personajes de la Biblia? Pensé que mi vida sería muy breve para poder asimilar este Libro. Entonces intenté en la oración y con muchas lágrimas, comprender a estos hombres del Antiguo Testamento y, poco a poco, ellos se me volvieron familiares. De este modo yo me adapté a ellos, y ahora ellos viven en mí y yo en ellos. La manera en que ellos vivieron sus relaciones con Dios, es también la mía hoy. En los libros del Antiguo Testamento yo experimenté el amor de Dios, su severidad, su pedagogía, su bondad. Día y noche yo leía la Biblia, a fin de que ella se convirtiera en mi carne y mi sangre. Después pasé al Nuevo Testamento, el cual fue para mí un libro luminoso. Comprendí que el Señor es la Luz del día, Cristo, la Estrella de la paz. En Antiguo y el Nuevo Testamento me unieron a Dios. Mi vida, mi pensamiento, mi filosofía, mi amor no son otra cosa que la Santa Escritura. El resto no me interesa nada.”
“Y el desierto florecerá”
La pequeña comunidad deja Wadi el Rayan en 1969, para responder a la invitación del patriarca de entonces Cyrille VI, quien pidió a Matta el Maskine y sus compañeros instalarse en el Monasterio de San Macario, en Wadi el Natroun, en el desierto de Escete, para darle un nuevo impulso. El Patriarca le bendice, le asegura su oración y pide para Matta el Maskine la gracia de hacer florecer el desierto poblándolo con nuevos monjes. En San Macario vivían entonces solamente seis monjes ancianos, y la construcción amenazaba con caerse y quedar en ruinas o con ser sepultada bajo las tormentas de arena. El nuevo grupo fue acogido como una bendición para el superior del monasterio, el obispo Amba Michail, quien, por su discernimiento y su humildad, garantizó a los nuevos monjes un clima muy favorable para la renovación deseada. En algunos años, el monasterio San Macario –habitado sin interrupción por monjes desde el siglo IV hasta nuestros días- conoció un asombroso renacimiento espiritual, y por consecuencia también material. Enteramente reconstruido y notablemente agrandado, el Monasterio acoge desde entonces un centenar de monjes que el carisma de paternidad espiritual de Matta el Maskine ha engendrado en Cristo en la vida monástica.
La Palabra de Dios y los Padres
Esta vida tiene como fundamento primordial la Palabra de Dios, alimento de cada día, alimento que renueva las fuerzas para el combate, consuelo para quien tiene la esperanza de llegar al objetivo: el Reino de Dios. A un discípulo que le pedía a Matta el Maskine que le enseñara a orar, él le responde:”Dame tu Biblia”. Él la abre, busca el comienzo de la carta a los Efesios, eleva los ojos al cielo y dice: “Ora así”. Lee en alta voz el primer versículo, luego se calla, repite cada palabra dos veces, y relee todo desde el comienzo; después, pasa al versículo siguiente, él eleva la voz, lee ese mismo versículo repitiendo las palabras numerosas veces, eleva las manos, llora… y así hace con todo el capítulo. Durante este tiempo, él había olvidado totalmente la presencia del discípulo sentado cerca de él…
Pero la Escritura nos llega a través de una tradición, y por esto, al lado de ella, el ejemplo de los Padres del desierto y los escritos de los Padres de la Iglesia, son para los monjes de Escete un alimento cotidiano para la lectura, el estudio o la contemplación. Matta el Maskine da al respecto esta advertencia: “Cuando nosotros leemos un apotegma de los padres, he aquí lo que debe pasar: en primer lugar, el Espíritu nos convence que esta experiencia es verdadera; luego, debemos luchar para hacer nuestra esta experiencia, y perseverar en la lucha hasta la muerte, es decir, estar dispuestos a morir para permanecer fieles al mandamiento que el Espíritu nos ha dado. Morir para poner en práctica en el Espíritu un mandamiento del Señor, aquí está el verdadero martirio. Pero quien está dispuesto a morir será salvado por el Señor y él no morirá, ya que el Señor mismo ha muerto por nosotros. Si el monje antes de recibir el hábito, está dispuesto a permanecer fiel sin ninguna condición, hasta la muerte, si él no tiene miedo a la muerte, entonces su vida monástica será un triunfo espiritual. Pero si él teme por su cuerpo, si rehúsa correr el riesgo, entonces su vida monástica será muy penosa. Peor aún, a él le será muy difícil ser transformado por el Espíritu en un hombre nuevo y gustar verdaderamente la vida eterna.”
El Padre espiritual
Al lado de la Palabra de Dios y de la tradición de los padres del desierto, en una fidelidad que se refuerza y se renueva día a día, está la figura del padre espiritual. El padre enseña tanto a toda la comunidad como a cada individuo. Cuando él juzga oportuno, frecuentemente en ocasión a una fiesta litúrgica, él reúne a todos los monjes en la iglesia, después de sus ocupaciones y habla una o dos horas. Pero los monjes quieren también pedirle consejos a solas: y así se lo puede ver, al caer la tarde, sentado sobre el umbral de su celda, mientras que un discípulo está sentado a sus pies, y tres o cuatro más esperan a distancias.
La única regla para los monjes, en efecto, es el amor a Jesús crucificado y es este espíritu de amor el que anima todo. La función del padre espiritual es la de discernir atentamente como cada uno de sus hijos debe ponerlo en práctica de manera concreta. Él es la regla viviente, que se adapta a cada vocación, que se renueva constantemente y que recorre con cada uno de sus hijos el camino hacia Dios. Es por esto, que el padre espiritual se retira seguido a la soledad: él mismo debe vivir en el Espíritu y renovarse en el Espíritu, a fin de que el Espíritu pueda trabajar a través de él. Ya que no es el padre espiritual quien introduce a sus hijos en la intimidad de Dios sino es el Espíritu solamente.
Nuestro querido Waddi, el monje que desde la primera visita a San Macario nos recibió con alegría y que, desde entonces, hemos quedado ligados por la intimidad y el afecto fraterno, nos decía: “El Padre Matta se confía al Señor, porque él transmite a sus hijos la experiencia interior de sus padres. Ellos también deben vivir en la libertad del Espíritu, porque allí donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2 Co 3,17). Es esta libertad de los hijos de Dios la que guía nuestra vida, y no un cierto número de reglas fijas o de principios preestablecidos. La experiencia nos ha enseñado que esta vida interior bajo el impulso del Espíritu es siempre conforme a la doctrina de los padres del desierto y a la tradición patrística y monástica.”
De esta manera, la función del padre espiritual es a la vez discreta y de una importancia vital, ya que es guiado por el Espíritu. Lleno de su experiencia de más de cuarenta años en el desierto, el Padre Matta ayuda a cada uno de sus hijos a discernir cuál es la voluntad de Dios sobre ellos. Él está muy atento a no imponer a los otros su propia personalidad, y al mismo tiempo se preocupa de que cada uno pueda crecer según su vocación personal, de manera de ser guiado únicamente por la luz interior del Espíritu. Esta diversidad favorece una unidad profunda: la condición de esta unidad es la apertura y la confianza de cada uno de los miembros de la comunidad hacia su padre espiritual. Esta supone que el hijo abre su corazón al padre, pero también que el padre habla a los hijos con franqueza. Así solamente puede transmitirse una experiencia espiritual.
El padre pone una sola condición a quien entra al monasterio: “que haya sentido su corazón latir por amor a Dios al menos una vez”; o, como lo dice él mismo: “yo no pongo ninguna condición a quien quiere entrar en el monasterio, yo simplemente le pregunto: ¿Amas al Señor? Y si él me responde: Sí, yo le hago otra pregunta más importante: y ¿has sentido que Jesús te ama? Si, a esta pregunta también responde sí, entonces puede entrar. En efecto, es el amor del Señor que nos ha reunido y quien conduce día a día nuestra vida: el único objetivo de nuestra vida es el de someternos a la voluntad de Dios por amor a él. La voluntad de Dios la conocemos a través de la santa Escritura. Nuestra ocupación principal es pues alimentarnos de la Palabra de Dios, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.” Este es el camino que él mismo ha recorrido, el llamado de Dios al cual él ha respondido con un “sí” incondicional, y su hambre del Pan viviente de Dios.
LA LUZ DE CRISTO SOBRE EL ROSTRO DE SUS SANTOS
A pesar de la inmensa popularidad que hace que lo elijan para formar el grupo de los tres candidatos a la elección del patriarcado de Alejandría en 1971, Matta el Maskine continúa su vida de búsqueda de Dios en la humildad. Actualmente el pasa períodos más y más largos de vida eremítica en una gruta del desierto, a algunos kilómetros del monasterio, en las cercanías de la gruta habitada, hace dieciséis siglos, por san Macario el Grande.
Vivir trabajando y orando con los monjes de San Macario, dialogar con algunos de ellos, como leer las catequesis dadas en las grandes fiestas por Matta el Maskine, conmueve nuestra vida espiritual de cristianos occidentales, tan habituado a creer con la inteligencia y no con el corazón. En Escete, los monjes viven aún como los padres, los ancianos del desierto: ellos no buscan reproducir sus gestos, ya que si los imitaran serían traidores. Ellos buscan hoy, como los Padres antes, discernir la voluntad del Señor y ponerla en práctica día a día, renunciando a la propia voluntad. Así, el trenzar juncos a dejado lugar a imprimir libros, la fabricación de esteras en la cultura del desierto y la cría de ganado, lo mismo que las construcciones en cemento han remplazado en parte a las grutas, y las obras de caridad siguen hoy en la gestión de un dispensario moderno. El espíritu que anima a los monjes es el mismo que animaba a los padres. Nosotros que hemos escuchado cantar las melodías tan antiguas como los muros de sus maravillosas iglesias, que le hemos visto trabajar con la alegría en los ojos y en el corazón, que hemos conocidos a Jeremías, Wadid, Hilarión, Longin, Jean, Cyrille…, nosotros hemos tenido la percepción casi física de que este mundo no está muerto y no puede morir ya que está firmemente aferrado al Señor de la vida, a Cristo resucitado y vivo por siempre. Somos nosotros quienes estamos muertos, nosotros quienes antes de obrar, queremos comprender, nosotros quienes antes de dar un paso, queremos tener todas las garantías, nosotros quienes antes de amar debemos calcular, nosotros quienes antes de vivir debemos programar.
Basta con tan poco para dejarse arrastrar por este río de vida que brota de un sepulcro vacío y que, sostenido por las energías del Resucitado, pasa a través de toda la historia. Basta con reconocernos pobres, con reconocer que tenemos necesidad de la misericordia de Dios que viene a nosotros en los hermanos. “¡Padre, dime una palabra!” La respuesta puede ser el silencio, o bien el envío a la única Palabra de vida, pero mucha más frecuente es un gesto, un conjunto de gestos, la plenitud de una vida que vale la pena ser vivida porque se ha aceptado perderla para seguir a Cristo, el amigo de los hombres que dio su vida por nosotros, pecadores.
“Desde el día de la Transfiguración, Cristo no ha cesado de derramar su luz sobre los cuerpos y los rostros de sus santos. El desierto de Escete testimonia esta realidad y ha obtenido el don de una gran participación en esta luz celeste.” Así escribía Matta el Maskine a propósito de los santos que le han precedido en este monasterio y nos complace escribir sobre él, y dar gracias al Señor que no cesa de darnos testigos resplandecientes de su luz.
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