Entrevista al Padre Gabriel Bunge
P. Gabriel Bunge
Nosotros, queridos jóvenes, estamos habituados a vivir en una sociedad de masas. Esto significa que estamos siempre inmersos entre la gente. Es difícil concebir nuestra existencia fuera de este esquema. Si bien, hay algunas personas que logran vivir muy bien fuera de este modo de vida. La persona que mejor representa esta categoría de gente es sin duda el eremita. En esta edición, he pensado hablarles de uno de ellos... Obviamente para estar mejor informado sobre el tema de los eremitas me fue necesario encontrarme con uno y escuchar de él las razones de su elección. Encontrar a un eremita ha sido para mí fácil porque en un país no lejano del mío, se encuentran nada menos que dos, el padre Gabriel y el padre Rafael. Y me he dicho: “al menos he encontrado al eremita para entrevistar” pero, permanecía, sin embargo, con un cierto temor: “¿qué decir? ¿qué preguntas le haré?” En definitiva, pensaba que él sería una persona distinta a nosotros. Pero apenas conocí al padre Gabriel, él me ha hecho rápidamente cambiar de idea. Él mismo me ha dicho: “¡Soy un hombre como todos los otros!”
Entonces mi temor rápidamente desapareció y se despertó en mí una gran curiosidad. Conocía muy poco de la vida de un eremita. Cuando pensaba sobre ellos se me venía a la mente una persona vestida de negro y que vivía, quien sabe cómo, en un lugar apartado de todos. Para mí lo más importante era entender el por qué de semejante elección tan extraña para nosotros. Antes que nada, el padre Gabriel me explicó:
“No es pues una elección tan extraña o anormal. En la larga historia de la Iglesia han habido siempre eremitas, basta pensar en los primeros precursores como Elías, Juan el Bautista y San Antonio abad. También aquí en Tesino, la presencia de los eremitas ha estado siempre: los éramos de San Bernardo y el de San Zeno y el del bienaventurado de Riva, san Vitale, son un claro ejemplo”.
Pero, le pregunto: “¿es necesario retirarse y vivir lejos de la gente?”
Él me responde: “el nombre mismo del eremita, que proviene del término griego éremos (= desierto) significa aquel que vive en el desierto. La elección de vivir aislados está dada por el hecho de que se busca encontrar la paz. El objetivo de nuestra vida de monjes, de personas que viven aisladas, está explicado muy bien en una frase de uno de nuestros padres precursores, Macario el grande, quien dijo: “el monje es aquel que noche y día conversa con Dios y piensa sólo en las cosas de él, justamente por no tener posesiones en la tierra”. Nosotros, los monjes, seguimos la figura de Antonio abad. No vivimos en medio de la gente y nos esforzamos en pensar en las cosas de Dios, pero no estamos desconectados de todo. Nuestra elección de vivir aislados no quiere decir que nos retiremos a las periferias de la Iglesia sino que, por el contrario, estamos en su corazón. Nosotros, no huimos de las personas, sino que tenemos siempre por ellas un gran amor y una gran caridad cristiana. Nosotros, no olvidamos a la gente, sino que tomamos distancia de la sociedad moderna que no nos permite permanecer solos con nosotros mismos. La existencia del monje es por tanto lo opuesto a la de las personas que viven en la sociedad.”
“Un Padre de la Iglesia decía que sólo encerrándose en la propia habitación se puede encontrar completamente con uno mismo y, por consecuencia, se puede encontrar uno con Dios. ¿Cómo puede hablar con Dios un hombre que no está en paz consigo mismo?”
“Nosotros aquí seguimos la regla de San Benito que nos exhorta a orar y a trabajar (Ora et labora). De esto resulta que mi jornada está dividida en dos momentos bien distintos: uno dedicado a la oración y otro dedicado al trabajo. Tengo siete momentos de oración al día, dos largos, a la mañana y a la tarde, y cinco más breves durante la jornada. El trabajo consiste, en cambio, en trabajar en el huerto, cortar leña, traducir libros, etc. Otro trabajo importante que desarrollo es el de encontrarme con las personas que me vienen a buscar. ¿Ves cómo no estoy ni espiritualmente, ni incluso, a veces, físicamente lejos de las personas? Yo no me olvido jamás de la gente, sólo tomo distancia de ellas”
He pues descubierto que el eremita no tiene tiempo para aburrirse: su jornada está siempre llena de actividad. Luego mis preguntas fueron acerca del padre Rafael, el eremita tesinese. Con respecto a él el padre Gabriel me dijo:
“Es necesario aprender a ser eremita. Rafael está aquí desde hace siete años bajo mi guía. Los jóvenes tienen siempre, en todas las dimensiones, necesidad de alguien que les ayude en su crecimiento espiritual. Si tú ves a un joven subir por sí solo al cielo, tíralo hacia abajo por los pies, decía un viejo Padre de la Iglesia. Es necesario evitar el riesgo de hacer una religión a nuestra medida y por esto es necesario dejarse someter por un guía.”
El Padre Gabriel no baja casi nunca a la ciudad, sólo cuando debe hacer algún trámite importante y esto se da en muy pocas ocasiones.
“Mi intención es la de permanecer siempre aquí -me dijo- si bien un eremita no debe apegarse a las cosas terrenas. Por lo cual, debo estar siempre dispuesto a dejar mi éramo en cualquier momento. Sobre todo si este comienza a encontrarse muy cerca de la civilización.”
Ciertamente, se puede entender que sería triste para él dejar aquel oasis de paz. Incluso con respecto a la infraestructura el éramo es muy bonito. Están las pequeñas cabañas de los dos monjes, una capilla y otra cabaña en reconstrucción. Todo el lugar ha sido hecho de nuevo recientemente.
Después de este encuentro me parece tener un panorama bastante claro de lo que quiere decir ser un eremita. Sólo un pequeño detalle me queda oscuro y sobre esto me dejo iluminar por las explicaciones del padre Gabriel. Me interesa saber qué hacía antes de retirarse al éramo:
“Estudié filosofía por dos años y luego, a los 22 años, entré en un convento benedictino. En este período realicé los cursos de teología en la universidad. Permanecí en el convento por dieciocho años y desde hace doce años vivo aquí…”
Conocer al padre Gabriel ha sido para mí un bellísimo descubrimiento. Antes de saludarme, él me dijo una última cosa: “no tengas temor de escribir cosas demasiados difíciles en tu artículo. Los jóvenes, incluso si no lo llegaran a entender todo, recibirán una primera información sobre la vida de un eremita.”
En ese momento dejé su bello éramo y volví a mi casa, lleno de energía y de entusiasmo, para escribir mi artículo. Concluyendo, agradezco al padre Gabriel por su gentil disponibilidad y le deseo que pueda gozar por siempre de la paz que ha encontrado en aquel delicioso lugar sobre el Roveredo.
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