La oración pertenece al ámbito de lo que nosotros comúnmente llamamos “espiritualidad”. La oración es en efecto la más distinguida expresión de la “vida espiritual” (vita spiritualis). Vale pues la pena preguntarnos qué entendemos propiamente aquí por “espiritual”.
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Con el término “espiritualidad”, derivado de spiritus, se entiende, en el común uso lingüístico actual, lo que tiene que ver con la “parte inmaterial de la persona humana”, con la “vida interior”, con la “naturaleza espiritual”, a diferencia, de lo que pertenece al ámbito material o corporal. En el lenguaje teológico, “espiritualidad” está simplemente relacionado a “piedad”. Se puede por tanto hablar de diversas “espiritualidades”, según las diferentes formas de piedad o “místicas” de las órdenes particulares, por ejemplo. Desde algún tiempo hasta ahora, se habla también de la espiritualidad propia de los laicos. Pero también fuera del cristianismo se habla de diferentes “espiritualidades” en las grandes religiones del mundo.
Esta interpretación, en el fondo muy vaga, del concepto de “espiritualidad” influye bastante negativamente sobre el modo de entender cristianamente la “vida espiritual”, ya que nos aparecen como “espirituales” muchas cosas que, en realidad, pertenecen a otro ámbito muy distinto. Esto se vuelve inmediatamente claro si nos dirigimos a la Escritura y más aún a los padres. En efecto, para ellos el adjetivo “espiritual” (peumatikós), en el contexto que a nosotros nos interesa, se refiere unívocamente a la persona del Espíritu Santo.
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El “Espíritu Santo”, en el Antiguo Testamento todavía “fuerza” impersonal de Dios, se manifiesta en el Nuevo Testamento como aquel “otro Paráclito” que el Hijo, nuestro verdadero y propio Paráclito (intercesor) ante el Padre (1Juan 2,1), ha mandado del Padre a sus discípulos después de su glorificación (Juan 15, 26; 20,22), para que “permanezca para siempre con ellos” (Juan 14, 26) después de su retorno al Padre, “les enseñe a ellos todo” (Juan 14,26) y les “guía a la verdad completa” (Juan 16,13).
“Lleno de Espíritu” (pneumatikós) es pues aquel que, gracias al Espíritu Santo, “instruido por el Espíritu”, es capaz de juzgar y reconocer “las cosas espirituales” (tà penumatiká) “de modo espiritual” (pneumatikós): al contrario del hombre carnal, del “hombre natural” (psychikós), que no es capaz ni de acoger ni de reconocer las “cosas del Espíritu de Dios”, justamente porque no posee el Espíritu de Dios, y considera la “sabiduría de Dios” como “estupidez” (1 Cor 2,6-16).
“Espiritual” significa por tanto, siempre, aquí y en otros textos de Pablo, “lleno del Espíritu”, engendrado o vivificado por el Espíritu Santo, ¡y esto no es en absoluto un simple atributo decorativo!
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Los padres han asumido la distinción paulina entre “espiritual” (pneumático) y “natural” (psíquico) y la han aplicado a la “vida espiritual”. Pero volveremos después sobre esto. Cuando Evagrio, que sabe elegir siempre bien sus palabras, define algo “espiritual”, piensa normalmente en algo “producido por el Espíritu” o, mejor, “animado por el Espíritu”. Así, por ejemplo, “la contemplación espiritual” [1], que tiene por objeto las “razones espirituales” (lógoi) de las cosas [2], es llamada “espiritual” porque el revelador de las cosas divinas es el Espíritu Santo [3]. Igualmente, las virtudes [4], y la primera de todas el amor [5], son llamadas “espirituales” porque son “frutos del Espíritu Santo” [6] que obran en los bautizados. El “maestro espiritual” [7] es llamado así porque, en cuanto “padre espiritual”, ha recibido el “carisma del Espíritu” [8], por esto, en el sentido paulino, está “lleno del Espíritu”.
Aquel que “se une al Señor, forma un solo espíritu [con él]” (1 Cor 6,17), David que [según la palabra del salmo] “se unía al Señor”, formaba pues un solo espíritu [con él]. Él llama, sin embargo, “espíritu” al que “está lleno del Espíritu” (Cf. 1 Cor 2,15 y passim), así como el “amor que no se ensalza” (1 Cor 13,4), designa a aquel que posee el amor [9].
En este sentido, también la oración, que es ciertamente la quintaesencia de la “vida espiritual”, muy a menudo es llamada “espiritual” (pneumatiké) [10]. Ya que ella se da “en espíritu y en verdad” (Juan 4,23), es decir “en el Espíritu Santo y en el Hijo Unigénito” [11], es llamada por esto a menudo también “oración verdadera” [12]. Al Espíritu Santo le incumbe la tarea de preparar el camino a este don del Padre [13]: en efecto, nosotros no sabemos ni siquiera cómo orar (cf. Rom 8, 26), si el Espíritu Santo no nos visita a nosotros que somos “ignorantes” [14].
El Espíritu Santo, “que viene en ayuda de nuestra debilidad” (Rom 8,26), nos visita también aunque no seamos todavía puros. Y cuando encuentra el intelecto que lo invoca, lleno solo de amor por la verdad, viene sobre él y destruye totalmente la falange de los pensamientos y de las imaginaciones que lo asedian, y lo estimula a un intenso deseo de amor por la oración espiritual [15].
En el culmen de la “vida espiritual” este Espíritu Santo determina, entonces, los eventos – que pueden definirse ahora como “místicos”- de modo tal que un padre siríaco puede hablar, justamente, del grado de “pneumaticidad”, es decir, si este concepto no hubiese perdido todo su contenido, del grado de “espiritualidad”.
Como el blanco detiene contra sí las flechas, así sucede al intelecto en el lugar de la “pneumaticidad”, al recibir las visiones de las contemplaciones. En efecto, como no depende del blanco [decidir] que tipo de flecha recibirá, sino al arquero que tira sobre él, del mismo modo no depende del intelecto, cuando ha entrado en el lugar de la “pneumaticidad”, qué contemplaciones mirar, sino al Espíritu Santo que lo conduce. En efecto, el intelecto no tiene más ningún dominio sobre sí mismo, no sólo ha tenido acceso al lugar de la “pneumaticidad”, sino a toda contemplación que se le manifiesta, él la mira, hasta que recibe otra; entonces, él la abandona y aleja su mirada de la que le precedía [16].
Por cuanto, nosotros hablamos mucho de “espiritualidad” y utilizamos de buen grado el atributo “espiritual”, sin bien es la persona del Espíritu Santo el gran ausente en la “espiritualidad” del occidente, como ya a menudo ha sido lamentado. Sucede que nosotros consideramos “espirituales” muchas cosas que en realidad pertenecen plenamente al ámbito del “hombre psíquico”, al cual le falta propiamente el “don del Espíritu”. Nosotros nos referimos en este caso a todo lo que cae en el ámbito de los “sentimientos” y de las “sensaciones”, que pertenecen sin excepción a la naturaleza racional y no son absolutamente “espirituales”, es decir, producidas por el Espíritu.
En realidad, Evagrio, como también otros padres, distingue en el “alma” una parte “racional”, dotada de logos (loghistikón), y una “irracional” (álogon méros) [17]. Esta última está compuesta a su vez de una “concupiscible” (epithymetikón) y de una “irascible” (thymikón), que son también conjuntamente designadas como la “parte pasional” (pathetikòn méros) del alma [18], porque a través de estas dos “fuerzas”, mediante las cuales estamos en relación con el mundo sensible, penetran en el alma las pasiones “irracionales”, que luego turban y ciegan a la “parte racional”.
La oración pertenece, absolutamente, a esta “parte lógica” del alma: en efecto, ¡ella es “el ejercicio más excelente y más puro del intelecto”[19]! La oración no es cuestión de “sentimientos” y menos de “sentimentalismos”. Lo cual no significa, sin embargo, que se trate de un puro “acto intelectual” en sentido moderno de la palabra. En efecto, “intelecto” (noûs) no es lo mismo que “inteligencia”, sino más bien se podría traducir con “núcleo esencial”, “persona” o, bíblicamente, “hombre interior” [20]. Por otro lado, Evagrio conoce muy bien también un “sentimiento de la oración” [21], como veremos después.
Aquí a nosotros puede bastarnos la constatación que hacemos bien, con los padres, en distinguir con cuidado entre lo que es verdaderamente “espiritual”, es decir producido por el Espíritu, y todo lo que pertenece al ámbito del “hombre psíquico”, a nuestros deseos irracionales y a nuestras concupiscencias. Éstas últimas son neutrales, en cuanto al valor, en el mejor de los casos, pero generalmente son expresión de nuestro “amor propio” (philautía), que es exactamente lo contrario de “aquella amistad con Dios” (prós theòn philía), es decir de aquel “amor perfecto y espiritual en el cual se realiza la oración en espíritu y verdad” [22].
[1] Evagrio, Mal. Cog. 40 r.l.
[2] Ibid. 7.
[3] Evagrio, In Ps. 118, 131.
[4] Evagrio, Or. 132.
[5] Ibid. 77.
[6] Gal 5,22 s; Evagrio, In Ps. 51,10 y passim.
[7] Evagrio, Or. 139.
[8] Evagrio, Ep. 52,7.
[9] Evagrio, In Ps. 62, 9.
[10] Evagrio, Or. 28.50.63.72.101.
[11] Evagrio, Or. 59.
[12] Ibid. 41.65.76.113.
[13] Ibid. 59.
[14] Evagrio, Or. 70
[15] Evagrio, Or. 63.
[16] Hazzaya 144, p. 421.
[17] Evagrio, Pr. 66.89.
[18] Evagrio, In Ps. 25, 2.
[19] Evagrio, Or. 84.
[20] Cf. Nuestro artículo: “Nach dem Intellekt leven”, en “Simandron – Der Wachklopfer”. Gedenkschrift Gamber, Köln 1989, pp. 95-109.
[21] Evagrio, Or. 43.
[34] Ibid. 77.
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