Oración y agradecimiento al Señor, nuestro Dios,
por dadme la gracia del arrepentimiento,
el reconocimiento y la confesión de mis pecados y pasiones
Dios grande y tremendo, Dios fuerte que todo lo puedes, tú no tienes ni principio ni fin, inefable, incognoscible, insondable, Rey de todos los reyes y Señor de todos los señores, has creado, custodiado, conservado todas las cosas visibles e invisibles.
Tú que eres único, admirable y sapientísimo en todas tus obras; tú que estás en los cielos y al mismo tiempo invisible en medio nuestro, no sólo mediante tus obras, tu voluntad, tu poder sino también por medio de tu esencia y de tu naturaleza; tú estás en todas partes y todo escuchas y ves y comprendes.
No te son ocultas las obras del hombre, las palabras, los pensamientos, los más pequeños movimientos del corazón. Todo conoces y todo lo sabes.
No hay en la tierra otro pecador excepto yo, ni nunca ha habido pecador semejante a mí desde el tiempo de Adán hasta hoy.
Por esto temo y tiemblo al acercarse la hora de mi amarga muerte y de tu justo juicio y ante los severos y amargos castigos que esperan los pecadores de los cuales el más grande soy yo, perro maldito y rabioso, perro impuro y roñoso. Temo que al momento de la muerte tú no soportes mi tremenda impiedad, y me entregues como presa de intolerables tentaciones y yo termine entonces perdido para alegría del Enemigo y para vergüenza de los hombres porque siempre, en todo instante, sumo pecado a pecado. Estos pensamientos son cultivados por el temor y ya casi caigo en la desesperación.
No sé qué hacer, qué decir, como suplicar e invocar el perdón por mis innumerables y graves pecados.
Tú, Señor Dios, santísimo, magnánimo y misericordioso, lento a la ira y grande en amor. Tú has dicho por boca del profeta: “No quiero la muerte del pecador sino que se convierta y viva” en tu grande e indecible misericordia has instituidos para los pecadores la penitencia para el perdón de los pecados, la salvación y la justificación.
Tú dices: “confiesa tus pecados y yo te justificaré”. Así instruyes y confortas a los pecadores diciendo:
“Confesad al Señor porque es bueno. Eterna es su misericordia.” Inspirados por tu Espíritu bueno dijeron nuestros santos Padres que no hay pecado que tu amor por los hombre no pueda vencer, con tal que haya arrepentimiento. Por esto espero en ti, hago penitencia y a ti confieso mis pecados, mi Creador y mi Dios. Ante Ti, con ánimo contrito, no me atrevo a hablar por el gran peso de mis malas obras. Temo contaminar el aire con mis palabras. No sé qué decir, tantos son mis pecados.
Un pecado es peor que otro… sin medida he pecado, no hay en la vida mal que yo no haya hecho. Tú, Señor de gloria, a tu imagen y semejanza, me has creado, dándome la gracia inmortal, y me has dado la vida, la posibilidad de moverme y de hablar. Concédeme dirigirme a ti, con confianza, enséñame a hablar y a actuar, para que yo pueda suplicar tu misericordia, invocar el perdón de mis malas obras. Despreciable e inútil yo soy. ¿Qué mal no he hecho? ¿Qué pecado no he grabado en mi alma y en mi cuerpo? He cometido fornicación, lujuria, vicios y acciones vergonzosas.
Todas las formas de fornicación las he cometido en mi corazón, todo delito, todo mal pensamiento me han hecho culpable, prisionero de las cadenas de Satanás: pensamientos de orgullo, arrogancia, desprecio de los hermanos, amor al poder, vanagloria, ostentación, amor al mundo, mentira, maldición y falso juramento, perjurio, blasfemia, sacrilegios, latrocinios, robo, profanación de las cosas santas, torturas, homicidios, magia, hechizos y herejías, excesos de alimentos y de bebida tomados sin medida y a cualquier hora, deseos desenfrenados de alimentos buscados, esclavo del vientre y de la gula, borracheras y orgías, rebeldías contra los padres hasta provocar la cólera, palabras vanas, chistes, bromas, propósitos ociosos e incitaciones al pecado, calumnia y juicio temerario, palabras duras y contestaciones, palabas superfluas, malvadas, indecorosas, actitudes irritantes, risas hasta las lágrimas, odio, envidia, celos mezquinos, amor al oro y a la plata, apego a las cosas, avaricia y usura. Y también: egoísmo, ofensas, violencias, venganza, rebeldía, cólera, insolencia, furor y resentimiento, engaño sutil, adulación y devoción hipócrita, aridez y dureza de corazón.
Y también: sueño desmedido, pereza y negligencia, toda suerte de acciones, sin número, en hechos y palabras, pensamientos vergonzosos, impíos ante Dios y muchos cometidos en mi locura. Heme aquí sujeto a todo juicio, a toda condena, porque soy esclavo del pecado.
¡Cuántas veces he entrado indignamente en el santuario y en el coro! Yo, indigno, osaba participar de los sacramentos, recibir y tocar los vasos sagrados. Todavía hoy tengo este ardor y lo tendré en el futuro, hasta la muerte. Siempre indigno y culpable comunico los santos misterios, mi propia condena. No oso alzar los ojos, ni los párpados, tanta es mi vergüenza. ¡No oso mirar al cielo, ensucio la tierra con mis pasos, yo indigno del don de la vida!
Sé, Señor, que no merezco recibir el perdón de mis pecados. Muy pesada es la carga de mis culpas para que obtenga el perdón. ¿Dónde encontraré culpas humanas comparables a mis pecados? Más grande que los de mis progenitores fueron mis pecados, más grande que el de ellos fue mi pecado de gula. Me he convertido en un fratricida más odioso que Caín, con mis pecados he asesinado a mi alma y a mi cuerpo. Con homicidios peores que los de Lamec, he golpeado mi espíritu con pensamientos de ignominia que lo han herido mortalmente.
Mi lengua está toda doblada por haber dicho tantas palabras malvadas. Con homicidios más infames que los de los hermanos de Abimelec he asesinado a golpes de piedra a mi alma y a los miembros de mi cuerpo con pasiones impuras. He cometido más transgresiones de cuantos vivieron en el tiempo del diluvio, me he manchado más brutalmente que los habitantes de Sodoma. Se ha endurecido mi corazón ante tus palabras y tus obras más que el del Faraón y más que de cuanto murmuraron en el desierto, porque es incesante mi murmuración
Comparándola con mi iniquidad, nada es la de los malvados Ninivitas. Nada es la insensata blasfemia de Rapsaqui por orden de Sennaquerib ante mis blasfemias, en nada los pecados de Manases comparados a mis pecados. He pecado más que otros hombres y peores que toda otra creatura. Aquellos eran malvados según la naturaleza, mi iniquidad es contra la naturaleza, más allá de toda medida. Soy más impuro que las fieras y que las bestias privadas de razón. Más que los que han cometido actos insensatos, soy más vil que los demonios, soy esclavo de ellos, y como ningún otro hago su voluntad. Lleno de asombro por tu gran, indulgente y benévola paciencia, veo que la tierra no se abre para tragarme como en un tiempo lo hizo con Datan y Abiram, ya que más que ellos he pecado.
Veo que ningún fuego me consume como en un tiempo consumía a los pecadores, ya que más que ellos he pecado. Veo aún que no soy entregado a Satanás, a mi definitiva perdición, yo, insensato, yo imprudente que he seguido la voluntad de Satanás. Pero tú, misericordioso Salvador, hasta hoy con paciencia soportas mis maldades esperando mi conversión y mi arrepentimiento. ¡Y yo! Yo no me he arrepentido verdaderamente. ¡Oh desdichado! ¿Qué remedio pondré a mi perversidad? “¿Quién hará de mi cabeza una fuente y dará a mis ojos una corriente de lágrimas?” Para que yo me arrepienta y llore y lave la inmundicia de mis pecados. Pero, pero, tendré que hacerlas puras, y nada bueno he hecho.
Limosna y fe lavan los pecados, pero yo nunca he practicado la caridad. Muerta está mi fe, estéril, porque estoy privado de obras. Mi corazón no conoce la contrición ni la compunción, ¿cómo esperaré no ser reducido a la nada delante de ti? Si no hubiese condenado a mi hermano, tendría esperanza de no ser condenado, desde siempre juzgo a quien peca, con palabras y pensamientos, ¡si bien mucho peor es mi pecado! Escruto en los otros el más mínima culpa, y de las mías disimulo la gravedad. Para mi prójimo exijo obediencia más yo todo lo rechazo. En apariencia soy pío y devoto y mi corazón está habitado de todo desorden e inconsciencia.
Si a veces, por casualidad, he hecho algo que tenga apariencia de bien, ante ti, Señor, no fue más que ignominia. Era hecha debido al orgullo, vanagloria y deseo de complacer a los hombres.
En la inconsciencia ha transcurrido mi vida, con mi cuerpo he servido a la vanidad del mundo, con mis acciones no convenientes he conducido a mi alma a la insensibilidad. Inicuo a tal punto, mi Dios, mi Creador, de no reconocerte a Ti. A ti toda alabanza, Señor, todo esto has soportado, y hasta ahora me has mostrado tu misericordia y tu gracia inmensa.
Pero cuán grande fuese mi culpa, sobre mí siempre se ha extendido tu grandeza. Me has dado la conversión y el consuelo. Me has hecho digno de innumerables bienes, me has arrancado del mundo, me has elevado a la dignidad de este santo estado, me has puesto bajo una regla a tu servicio a causa de tu misericordia, por tu designio de salvación y de gracia. Pero yo fui insensato e ingrato, desde el principio necio y negligente. ¡Cuántas veces he traicionado los votos a ti hechos!
¡Con innumerables pecados he ensuciado y manchado mi estado! Omnipotente, heme aquí sin palabras y sin voz. ¡Cuántas veces, pensando mi pecado, he prometido renunciar a mis delitos! Sin embargo caigo y de nuevo caigo en esas mismas culpas, y en otras más infames todavía.
Cuántas veces he prometido recomenzar a trabajar en tu obra, vivir según tu voluntad, y cada día me encuentro en la misma mentira. Mi espíritu se apresura a lo que es malo e impuro, vencido por cada pasión y no resisto.
Si tú, Señor, no vienes en mi ayuda, toda esperanza está perdida para mí. Se debilita mi cuerpo, los días de mi vida llegan al término, el tiempo de la muerte se acerca, el hacha está en la raíz del árbol y ya se prepara a cortar a mi alma estéril. La mies está lista, la guadaña afilada, los segadores se preparan a arrancar mi alma invadida por la cizaña de mis pecados y tirarla al fuego eterno…. ¿Qué hacer? Me refugio en Ti, insondable e infinito Amor. Me confío a tu inconmensurable bondad, espero en tu inextinguible misericordia. Maestro grande, has por mí un milagro de misericordia, tu gracia ha soportado mi juventud privada de guía, mis fechorías dignas de provocar tu cólera, soporta también los crímenes de los días de mi ancianidad. No me castigues, Señor, por tu cólera, no me castigues según tu indignación, que yo no sea confundido por mis culpas. No recuerdes los pecados de mi juventud, no recuerdes mi inconsciencia, Omnipotente, porque si tú consideras las culpas, Señor ¿quién podrá subsistir? ¿Qué haré yo cargado de tantos pecados? Un siervo malvado he sido para ti, mi Señor, ten piedad de mi por amor de tu gracia, piedad de mí, indigno de tu piedad.
Lavadme mis culpas que son numerosas, te invoco desde lo profundo de mi angustia. ¡Sálvame, Señor, sálvame! Perdona los pecados que he hecho, conscientes e inconscientes, los pecados que conozco y los pecados que no conozco.
Libérame también de aquellos que habría querido cometer. Tiende hacia mí tu mano, socórreme, levánteme. A duras penas todavía en vida estoy caído en el umbral de la muerte, heridas incurables llagan mi cuerpo. Nadie puede curarme fuera de ti, tú médico lleno de amor por las alma y los cuerpos. Cúrame, Señor, rechaza lejos de mí los asaltos del enemigo que arroja mi alma en una gran turbación. Dadme inteligencia y sobriedad, la fuerza para trabajar en tu obrar santa. Nada bueno podré hacer sin Ti. Hazme digno de morir a los deseos vanos de este mundo. Tú sabes de qué cosas soy capaz, has que yo no me pierda para siempre.
¡Aunque yo quiera o aunque yo no quiera, sálvame! No me mandes, Señor, tentaciones más allá de mis fuerzas, no me envíes dolores y enfermedades, sino salud y fuerza, que todo yo lo pueda soportar con acción de gracias. No me cortes con el hacha mortal como a un árbol que no da frutos, yo, privado del fruto de las buenas obras. Concédeme terminar mis días en la penitencia, en la obediencia a tus mandamientos, en el cumplimiento de tu voluntad, llena de gracia y salud. Hazme el don de la oración incesante en la humildad del corazón. Has firme a mi mente, no la alejes del camino del bien. Concédeme, Señor, la compunción del corazón y el don de las lágrimas para llorar mis pecados. Mi Señor, Dios de ternura y bondad, dadme lágrimas para que mi corazón se inflame con las lágrimas de mi amor por Ti. Consuela mi alma afligida, dadme la audacia para hablarte, concédeme tu gracia ante la muerte.
Acógeme al final de mis días y ten piedad de mi alma que ha pecado mucho. Libérala del dolor y de la inexpresable angustia, de todo tormento y pena que le espera. No la dejes en poder de los demonios tenebrosos, expúlsalos para que yo no los vea. Mándame un ángel de paz y de luz, que tome mi alma y dulcemente la separe de mi cuerpo impuro. Acógela purificada por el arrepentimiento y la confesión. En el día de tu justo juicio no descubras mis obras malvadas ante los ángeles y hombres, rompe el documento escrito con mis pecados. ¡Que sea desconocido para todos! Sálvame del eterno tormento, hazme digno de la suerte de los justos por la oración de nuestra purísima Madre de Dios, por intercesión de las santas y espirituales potencias celestes, por las súplicas de todos los santos.
Tú, Dios único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, glorificado en la santa Trinidad, te agradezco, a ti oro, te adoro, te venero, te glorifico con los labios, con el corazón, con la mente, con cada pensamiento, sentimiento y exulto con el alma y el cuerpo ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
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