El nacimiento.
Al final del Ochocientos, la Iglesia griega se encontraba en una crisis profunda desgastada por la extenuante turcocracia [1] y por el creciente influjo del iluminismo propagado por el Occidente. Se hizo camino la convicción, llevada adelante ante todo por el movimiento de los Kollyvàdes [2], que el renacimiento podría darse sólo si la ortodoxia volviera a las fuentes mismas de la vida espiritual. Impulsados por estas instancias, dos monjes griegos, Nicodemo el Hagiorita y Macario de Corinto [3] se esforzaron por hacer accesibles, ante todo, los textos sobre la oración. La investigación los condujo al Monte Athos, a las bibliotecas de los monasterios, donde recogieron gran parte del material que luego llegó a componer la Filocalia, una antología de textos que cubrirá más de diez siglos de espiritualidad (desde el IV al XV), representados por treinta y seis Padres [4]. Por primera vez la Filocalia es publicada en el 1782, en lengua griega, en Venecia [5].
El título Filocalia –literalmente amor de lo bello [6]- parece prestarse a consideraciones estéticas. Esto parece confirmado por el mismo editor, Nicodemo Hagiorita, cuando, en el proemio, se dirige a Dios como a la “Naturaleza bendita, perfección más allá de lo perfecto, principio creador de lo que es bueno y bello, bueno más allá de lo bueno y bello más allá de lo bello, que en su infinita bondad creó al hombre como un ícono” [7]. […] Los textos filocálicos, en efecto, están impregnados por la mentalidad hesicasta, una antigua tendencia monástica que buscaba la soledad para ver a Dios en la propia interioridad [9]. En el renacimiento del hesicasmo, ocurrido en el siglo XIV sobre el Monte Athos, tal tendencia asume –como advierte el historiador de la liturgia oriental R. Taft [10]- incluso un carácter de protesta espiritual contra el exhibicionismo exterior del cristianismo bizantino. Nicodemo Hagiorita y Macario de Corinto, dadas las circunstancias históricas, cuatro siglos después, encuentran en el hesicasmo el medio a proponer para profundizar la fe.
Sin embargo, los criterios que han guiado a los dos editores de la Filocalia en la selección de los textos no son muy claros [11]. Autores que uno esperaría encontrar en una antología representativa de la espiritualidad oriental, no aparecen en absoluto. Son omitidos no solo los tres Capadocios (Basilio Magno, Gregorio de Nacianzo, Gregorio de Nisa), sino también Juan Crisóstomo y el Pseudo-Dionisio el Aeropagita, mientras a un escritor de importancia secundaria, como Pedro Damasceno, le es concedido más espacio que a cualquier otro, a excepción de Máximo el Confesor. La recolección, además, carece de un sistema orgánico y no está desprovista de repeticiones. Todo esto hace pesada su lectura: “Separada de su función, la Filocalia es la más pesada de las bibliotecas. Insertada en su contexto vital, en cambio, tomo un sabor diverso. Se la puede abrir al azar y encontrar siempre “la palabra que salva”” [12]. Pero el “contexto vital”, ¿es quizás una línea orientadora que une los textos a menudo más dispares de la Filocalia?
La espiritualidad
En el Oriente cristiano no existen diversas escuelas de espiritualidad ligadas a las órdenes religiosas particulares, como en Occidente (la espiritualidad franciscana, dominicana, ignaciana, etc) [13]. En el interior del único fenómeno monástico oriental se pueden, sin embargo, individualizar varias “corrientes espirituales” [14], es decir diversos caminos orientados hacia la unión con Dios. Uno de estos, alimentado por el deseo de “ver” a Dios, se remonta a Evagrio, el principal representante de la tendencia contemplativa griega. Excluyendo una visión divina directa, Evagrio considera, sin embargo, posible una percepción intuitiva. Esto sucede por medio de la llamada oración “pura”, que se realiza cuando la mente se ha liberado de toda imaginación propia. De aquí la invitación a “no des forma, en ti, a la divinidad cuando ores, ni permitas que tu mente reciba impresiones de cualquier forma, sino acércate inmaterialmente al inmaterial y comprenderás” [15]. Según la antigua tradición filosófica griega, retomada por Evagrio, el órgano de esta visión es el intelecto (noûs). Iluminado por la luz del Espíritu Santo, el intelecto se vuelve él mismo en imagen, templo o lugar de Dios. Alcanzando tal “estado de oración”, el hombre alcanza un conocimiento sin fin: no es más el resultado de su esfuerzo intelectivo, sino don superior de la gracia [16].
En la Filocalia, esta corriente intelectualista está fuertemente presente, equilibrada, sin embargo, por otra, que postula la experiencia sensible, es decir, la de la conciencia de la gracia. Esta “escuela del sentimiento”, que se remonta a Macario, ha ejercido, sobre la espiritualidad oriental una influencia parecida a la de Evagrio, sin por otro lado contraponerse a esta necesariamente. La intuición del intelecto iluminado por el Espíritu Santo, exaltada por Evagrio, equivale, en el lenguaje de Macario, al sentimiento espiritual del corazón.
Así la mentalidad intelectualista griega de Evagrio y la semítica, más concreta, de Macario se integran y se complementan: para Evagrio la unión con Dios sucede en el intelecto, mientras que para Macario el hombre entero, a través de su corazón, participa de la gracia divina. No obstante, la Filocalia que recoge tendencias y mentalidades aparentemente tan diversas, en su lectura revela una línea teológica-espiritual unitaria, que hace legítimo hablar de una “espiritualidad filocálica” de la obra en su conjunto. Esto que une a todos los autores allí contenidos es el ideal de la deificación o divinización, entendida como unión transfigurante con Dios.
El objetivo
Al presentar el ascenso del hombre a Dios, la Filocalia retoma la tradicional distinción entre la vida activa (praxis) y la vida contemplativa (theoria). Esta última debe necesariamente ser precedida por la primera, insisten los Padres filocálicos, convencidos que no hay contemplación sin acción. Dios no se deja ver sino por quien se ha preparado con la fatiga de una vida evangélica, llamada también ascesis. Esta, a su vez, se subdivide en exterior (ascesis corporal), e interior (ascesis mental). Si bien en la Filocalia no faltan los aspectos de la primera, no se concentra, sin embargo, en detalladas normas exteriores de la vida monástica, como las reglas sobre los ayunos, sobre las horas de sueño, sobre el número de las inclinaciones y de las postraciones; no se centra ni siquiera sobre la vida eclesial, sobre la liturgia y los sacramentos, a pesar de ser sus autores, Macario y Nicodemo, sostenedores, por ejemplo, de la comunión frecuente. La Filocalia, en definitiva, no propone un orden externo de la vida ascética, sino que recoge el objetivo y el efecto espiritual que corresponde a la hesiquía, entendida como el “silencio interior”, presupuesto necesario para unirse a Dios contemplado en el propio corazón.
Centrada sobre el valor de la hesiquía, la condición en la cual el alma reposa en la unión profunda con Dios, la Filocalia se ubica en la corriente de espiritualidad monástica oriental representada por el hesicasmo, sin, no obstante, restringir este ideal a la elaboración específica realizada por Gregorio Palamas en el siglo XIV [17]. No menor a esto, nos es posible observar que la compilación de la Filocalia sigue, como guía, a la tradición de la teología apofática [18] que en el palamismo ha encontrado su síntesis más explícita: Dios es trascendente, inefable e incognoscible. Su misterio sobrepasa todo conocimiento que sea fruto de la sola ciencia humana. Sin embargo, Dios mismo desciende hacia el hombre para elevarlo y hacerlo capaz de la unión con él, divinizándolo [19]. En este sentido, la Filocalia no hace más que reproponer la antigua máxima patrística: Dios se hace hombre para que el hombre se vuelva Dios [20].
Como camino para disponerse a recibir este don, la Filocalia indica un continuo “combate espiritual” contra todo lo que obstaculiza, en primer lugar contra los malos pensamientos, considerados raíz de todo mal [21]. Purificarse de estos “demonios” que sublevan en el hombre las pasiones, haciéndolo impuro, es fundamental para que se pueda llegar a la contemplación espiritual: solo los puros de corazón verán a Dios (cfr. Mt 5,8). Es por esto que la Filocalia insiste mucho sobre la vigilancia espiritual (nepsis), un estado de sobriedad de la mente y del corazón predispuestos a captar la presencia de Dios [22]. No es exagerado decir que los conceptos de hesiquía y nepsis sintetizan el mensaje de la Filocalia en su conjunto como, por lo demás, es anticipado por el mismo título del libro: Filocalia de los Padres népticos (vigilantes) [23].
Los medios
Si la Filocalia presenta como su finalidad la divinización del hombre, en la “oración de Jesús” se indica el medio más eficaz para alcanzarla. Con su fórmula más habitual – “Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí (pecador)” [24] – es una breve invocación que, constantemente repetida, debe penetrar siempre más en la profundidad del orante, hasta el corazón. Es por esto que, en su máximo cumplimiento, la “oración de Jesús” coincide con la “oración del corazón”. Esta no es más un simple sucederse de actos particulares, sino un “estado” de oración, una constante disposición para acoger la voz del Espíritu que habla desde lo profundo del corazón. Para llegar lo antes posible a este estado de recogimiento interior, esta puede estar unida a algunos “métodos” psico-físicos, ordenados a “hacer descender” la mente en el corazón [25].
Los métodos citados no son, sin embargo, indispensables, más bien se deben usar con cautela. Indispensable es, en cambio, todo lo que arriba ha sido descripto como “ascesis interior”: la custodia del corazón, la vigilancia espiritual, la lucha contra los pensamientos malvados, la lucha por la pureza de la oración, prohibiendo en ella todo pensamiento extraño a Dios. Nicodemo asegura que el ejercicio constante de la oración de Jesús, hecho según estos criterios y acompañado por el ejercicio de caridad evangélica hacia el prójimo, alcanza con seguridad su objetivo: quemará las pasiones y nos hará “volver en poco tiempo a la perfecta gracia del Espíritu que nos ha sido dada, desde el principio, en el bautismo” [26].
La tradición llama a esta libertad de las pasiones “impasibilidad” (apatheia), la serenidad interior de quien resiste a los ataques “demoníacos” con facilidad, estando todo impregnado por el amor de Dios [27]. Es el estado de la reencontrada libertad de los hijos de Dios, de la divinización de la naturaleza humana, desde la cual brota la oración del Espíritu de Dios que llama: ¡Abba, Padre! (Gal 4,6). El mismo Nicodemo el Hagiorita sintetiza esta finalidad última de la vida cristiana hacia la cual la Filocalia quiere sernos de guía, con estas palabras: “Por tanto, haciéndose hombre con el beneplácito del Padre y la sinergía del Espíritu Santo, [el Verbo] asumiendo nuestra naturaleza humana, la deificó: y, después de habernos hecho el don de sus mandamientos salvíficos y deificantes, y de haber sembrado en nuestros corazones mediante el bautismo la perfecta gracia de su Espíritu Santo –cual semilla divina- nos ha dado, según el divino evangelista, el poder –viviendo según sus vivificantes mandamientos, en modo conforme a las distintas edades espirituales y custodiando en nosotros mismos, sin apagarla, la gracia mediante su actuación- de obtener el fruto final y de volvernos, por medio de esta misma gracia, hijos de Dios (Juan 1,12) y ser deificados, llegando al hombre perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo (Ef 4, 13). Este en efecto era, en resumen, todo el fin y el cumplimiento de la economía entera de la Palabra.
[1] El período de la caída de Constantinopla, en el 1453, hasta el 1821.
[2] Una controversia, surge sobre el Athos hacia finales del siglo XVIII, sobre la fecha del día de la bendición de la Kollyva (una torta comida, en la tradición bizantina, en memoria de un santo o de un difunto), da origen al movimiento de los kollyvàdes, sostenedores de una profundización de la teología litúrgica y sacramental, y además de un consciente retorno a la tradición de loa Padres que, en el mundo griego, tuvo un prolongado efecto por todo el siglo XIX hasta hoy; cfr. E. Morini, Il movimiento dei “kollyvadhes”. Riletttuta dei contesti più significativi in ordine alla rinascita spirituale greco-ortodossa dei secoli XVIII-XIX, en Amore del bello. Studi sulla Filocalia, Magnano 1991, 137-177; M. J. Le Guillou, La renaissance spirituelle du XVIII siècle, en Istina 1 (1960) 95-128.
[3] Cfr. D. Stiernon, Macaire de Corinthe (saint), DSp X, 10-11; Nicodemo l’Aghiorita e la Filocalia, Magnano (BI) 2003; D. Stiernon, Nicodèmo l’ Hagiorite (saint), DSp XI, 234-250.
[4] Mientras la patrística moderna considera concluida en el siglo VII la edad de los “Padres de la Iglesia”, la tradición oriental extiende el título de “Padre” a todos los autores –hasta el alto medioevo- incorporados como maestros de fe y de vida cristiana. Hablamos sumariamente de Padres orientales si bien la precisión requeriría distinguir entre los Padres griegos y los Padres propiamente orientales (por ejemplo, los sirios) ya que, históricamente, Bizancio es considerado “oriente” respecto a Roma.
[5] Durante la dominación turca, el libro griego no podía ser publicado sino en Venecia.
[6] Ya que la expresión griega kalós significa bueno, el título Dobrotoljubie que, en el veteroeslavo, quiere decir amor de lo bueno, recibe quizás de un modo mejor el significado original del término. En esta línea el título Dobrotoljubie fue traducido en alemán como Tugendliebe (amor de la virtud).
[7] Filocalia I, 45. Que no se deba sobrevalorar el significado estético del término Filocalia resulta también del hecho que, como título, es utilizado ya anteriormente con el sentido de antología o florilegio, elegida de los mejores textos de uno o más autores, por ejemplo la colección de textos de Orígenes realizada por Basilio el Grande y Gregorio Nacianceno.
[8] El término “iconoclasmo” (desprecio por los íconos) es utilizado en un sentido figurado y no en un sentido histórico de un rechazo militante de la posibilidad y de la legitimidad teológica de las representaciones sagradas, una herejía que sacude al Imperio bizantino entre el siglo VIII y el IX.
[9] En la espiritualidad bizantina, el término hesicasmo (de hesiquía, recogimiento, silencio, paz) podrá ser referido a las condiciones externas (la soledad) que favorecen la paz, o solo al aspecto interior o a ambos. El programa de vida de los hesicastas está contenido en las instrucciones celestiales recibidas por el monje Arsenio ceca del año 394: ¡Huye, calla y practica la soledad! Cfr. Vita e detti dei Padri del deserto, a cargo de L. Mortari, 2 voll., Roma 1986, Arsenio 1; cfr. P. Adnés, Hésychasme, DSp VI/I, 381-399; P. Miquel, Lessico del deserto. Le parole della spiritualitá, Magnano (BI) 1998, 183-230.
[10] R. Taft, Liturgy and Eucharist, I, East, en Christian Spirituality, High Middle Ages and Reformation, a cargo de J. Raitt, New York 1988, 415-426, aquí 424.
[11] En la siguiente exposición de la cuestión nos atenemos sustancialmente al estudio de K. Ware, Possiamo parlare di spiritualità della Filocalia?, en Amore del Bello, 27-52.
[12] J. Gouillard, Introduzione a Piccola Filocalia della preghiera del cuore, Milano 1990, 12.
[13] Cfr. W. de Vries, Ortodossia e cattolicesimo, Brescia 1983.
[14] Cfr. I. Hausherr, Les grands courents de la spiritualité orientale, en OCP 1 (1935) 114-138. A. Rigo ha ofrecido recientemente un examen crítico de la teoría de las “grandes corrientes” de la espiritualidad oriental en su estudio, La spiritualità bizantina e le sue scuole nell’ opera di Irénée Hausherr, en OCP 70 (2004) 197-216.
[15] Evagrio, La preghiera 66, a cargo de V. Messana, Roma 1994, 105; cfr. Nilo Asceta, Discorso sulla preghiera 67, Filocalia, I, 280.
[16] Es por esta convicción que el intelecto, iluminado por la luz intelectual, es capaz de ver a Dios que es la luz misma y de la cual se habla cuando se hace referencia a la mística de la luz evagriana. Cfr. A. Blasucci, Images et contemplation chez les Pères de l’ Eglise, DSp VII/2, 1472-1490, aquí: 1476-1477; J. Lemaître (= seudónimo de I. Hausherr) y otro, Contemplation chez les grecs et autres orientaux chrétiens, DS II/2, 1762-1787, aquí 1775-1783; T. Spidlík, La spiritualità del Oriente cristiano. Manuale sistematico, Roma 1985, 297-312.
[17] Cfr. Gregorio Palamas, L’uomo, misterio di luce increate. Pagine scelte, a cargo de M. Tenace, Milano 2005. Históricamente, en la evolución del hesicasmo se pueden distinguir cinco fases: 1) los eremitas egipcianos; 2) los monjes del Monte Sinaí; 3) Simeón el Nuevo Teólogo; 4) los hesicastas del Monte Athos y Gregorio Palamas; 5) el neohesicasmo del movimiento filocálico.
[18] La apófasis (literalmente: vía ascendente) es el método de pensamiento teológico que- respetando el misterio de la existencia personal de Dios- rechaza todas las afirmaciones positivas, las imágenes y todos los conceptos que el intelecto humano pueda hacerse de Dios, para sugerir una visión mística e inobjetivable de la Trinidad.
[19] “La obra de Gregorio Palamas es el verdadero y propio telaio sobre el cual Nicodemo construye la propia doctrina espiritual”: A. Rigo, Nicodemo l’Aghiorita, la “Filocalia” e Gregorio Palamas, en Nicodemo l’ Aghiorita e la Filocalia, Magnano (BI) 2003, 151-174, aquí 173.
[20] Atanasio de Alejandría, La encarnación del Verbo 54.
[21] “Pensamiento malo” (loghismos) indica una imagen o una insinuación del pecado que turba la mente, distrayéndola del recuerdo de Dios y inclinándola al pecado. Según la tradición patrística los malos pensamientos son sugestiones del demonio, por tanto independientes de la libre voluntad que, sin embargo, puede consentirlos más o menos, lo que requiere un continuo combate espiritual. En la terminología ascética oriental, los términos “malos pensamientos” y “demonios” coinciden. Los principales son: gula, lujuria, avaricia, tristeza, ira, acedia, vanagloria y soberbia; cfr. Evagrio Póntico, Contro i pensieri malvagi, Magnano (BI) 2005.
[22] Miquel, Lessio del deserto, 247-257.
[23] El título complete sería: Filocalia de los Santos Népticos, colección de los Santos Padres teóforos, donde se ve cómo, a través de la filosofía de la vida active y de la contemplación, el espíritu se purifica, es iluminado y hecho perfecto a través de una filosofía moral a nivel de la acción y de la contemplación.
[24] El agregado tardío de “pecador” se ha afirmado particularmente en el ambiente ruso. Para las diversas formulas de la invocación a Jesús cfr. R. Cemus, La preghiera nel cristianesimo orientale, en M. Piantelli ( a cargo de), Le preghiere del mondo. Un’ antologia delle più belle invocazioni a Dio, dai popoli privy di scrittura fino ai nostril giorni, Torino 1998, 385-420, aquí 394.
[25] Filocalia, Proemio, I, 49. Por ejemplo: la disminución de la respiración; la pronunciación ritmada; el estar sentado sobre un banquillo bajo; curvados, con la cabeza inclinada sobre el pecho; la exploración interior fijando la mirada sobre el ombligo, etc.; cfr. R. Cemus, La preghiera di Gesù, il Rosario orientale, en Communio 189 (2003) 42-53, aquí 47.
[26] Filocalia, Proemio, I, 48.
[27] Cfr. Miquel, Lessio del deserto, 143-181.
[28] Filocalia, Proemio, 46. Con el término “economía” la teología patrística entiende el complejo de las divinas disposiciones de la Providencia en orden a la salvación del hombre y sobre cómo ésta es realizada en la obra redentora de Cristo y desarrollada a lo largo de la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario