martes, 29 de octubre de 2013

Dichos y gestos de la enseñanza del Padre Cleofás de Sihastria


Historias y apotegmas de los grandes padres espirituales del monaquismo rumano.


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“Cuando tú dices: ‘Señor Jesús…’ todo el infierno tiembla, sólo lo tienes que decir con el corazón.”

“Debes tener en la mano derecha el temor de Dios, en la mano izquierda la meditación de la muerte, y en la mente y en el corazón la oración de Jesús. Así, hermano mío, te volverás santo.”

“Tened un corazón de hijo hacia Dios, hacia vuestro prójimo el corazón de una madre y la mente de un juez hacia ti mismo.”

“¿Qué es la oración pura?
Decirla con la boca, comprenderla con la mente y sentirla con el corazón.”

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El Padre Cleofás tenía una gran devoción por la Madre de Dios, la reina de los querubines y de los serafines, nuestra patrona. Por esto no pasaba nunca un día sin haberle rezado el acatisto de la Anunciación y algunos cánones en honor a ella.

 El Padre Cleofás decía: “¿Sabes quién es la Madre de Dios? Es la reina de la creación, la morada donde la Palabra de Dios encarnada ha permanecido y a través de la cual la Luz ha venido al mundo. Es la puerta de la Luz, porque Cristo, la Luz, ha entrado en el mundo a través de ella. Es la puerta de la Vida, porque Cristo, la Vida, ha entrado en el mundo a través de ella. Es la puerta cerrada a través de la cual nadie ha pasado sino sólo el Señor, como ha dicho el profeta Ezequiel.”

 Decía también: “La Madre de Dios es la escalera al cielo, la paloma que ha puesto fin al diluvio del pecado, así como la paloma cerró el diluvio de Noé. Es el turíbulo de Dios, porque ha recibido el Fuego divino. La Madre de Dios es la esposa del Padre, la madre de la Palabra y el templo del Santísimo Espíritu.”

También decía: “Cuando ves el ícono de la Madre de Dios con Cristo niño en sus brazos, ¿sabes qué ves? ¡El cielo y la tierra! El cielo es Cristo, él que es mayor que los cielos, el creador de los cielos y de la tierra. Y la Madre de Dios representa a la tierra, porque es de nuestra estirpe. Es de una familia real y sacerdotal.”

 Decía también el anciano: “Los brazos de la Madre de Dios son más fuertes que las espadas de los querubines y que los tronos de los santos. Pues, ¿a quién tiene la Virgen María entre los brazos? ¿lo sabéis? A aquel que hizo el cielo y la tierra y todas las cosas visibles e invisibles.”

“¿Sabéis quién es la Madre de Dios y cuánto honor, cuánto poder y cuánta misericordia tiene? Es nuestra Madre, y tiene piedad para con los pobres, las viudas y todos los cristianos. Ora continuamente a Cristo Salvador por todos nosotros.”

 “Si queréis tomarla como vuestra Protectora, a la mañana rezad el acatisto con una lámpara encendida y a la tarde, la  Paraklitikós. Tendréis ayuda durante vuestra vida, al momento de la muerte y en el día del Juicio. ¿Sabéis que puede hacer la Madre de Dios delante del trono de la Santísima Trinidad? Si no fuese por ella, creo que este mundo estaría ya perdido desde hace tiempo.”

A quien le pedía que orara por ellos en la iglesia, les decía: “Hemos celebrado grandes oficios aquí, pero si la persona no hace nada, se cumple lo que dice la Escritura: “Cuando uno ora y el otro no, uno construye y el otro destruye.” Esto es lo que te digo: después de orar por la mañana, rezad el acatisto con la lámpara encendida. ¡Verás que la Madre de Dios es una ayuda veloz!”

A menudo el padre Cleofás decía: “¿Qué somos nosotros? Un puñado de tierra en una tumba. Estamos hechos de una buena tierra, pero la hemos ensuciado. ¡Andamos por la tierra y también a esta ensuciamos! ¿Qué somos nosotros? Somos suciedad y alimento para los gusanos.”

 El Padre Cleofás repetía constantemente: “¡Mañana o pasado mañana me voy con Cristo! ¡Mañana el viejo parte! ¡Mañana no me veréis más, veréis sólo una cruz en el cementerio! Eterna memoria de este viejo. [..] Mañana me voy con mis hermanos. Me están llamando: “¡Ven, hermano! ¡Deja de hablar con la gente!”

 Cuando alguien quería sacarse una foto con el anciano, padre Cleofás les decía: “Busquen a un burro y sáquenle una foto y escriban: “Cleofás”.

Padre Cleofás decía: “San Basilio el Grande a menudo decía que la más grande sabiduría que protege al hombre de todo pecado y lo conduce al paraíso, a la felicidad eterna, es la muerte y la meditación sobre la muerte. Y él agregaba, y tener siempre en la mente y en el corazón la oración de Jesús.”

En otra oportunidad decía: “Este cuerpo nos arrastra hacia la tierra, tal como decía san Juan Damasceno: ‘La tierra atrae a la tierra`. Pero nosotros no debemos seguir a este cadáver.”

 A los jóvenes que querían casarse, les aconsejaba, los bendecía, escribía sus nombres para nombrarlos en el santo oficio, y decía: “Orad a la Madre de Dios con ayuno y metanías y rezad el acatisto a la Anunciación.”

Cuando algunos se lamentaban del tiempo presente y le preguntaban. “¿Qué sucederá, padre?”, el anciano respondía: “El Padre ha puesto los años y los tiempos con su poder. ¡Como el Padre quiera, así será!”. Y si algún le decía: “Estos tiempos son malos”, el padre le respondía: “¿Todo lo que el Señor da es bueno!”

A los monjes y a los hermanos que querían hacerse ermitaños, les decía: “¿has pasado veinte años en el monasterio, trabajando en la obediencia más humilde? ¡Sólo entonces podrás ser eremita! “Cualquiera que quiera hacerse anacoreta”, decía san Basilio el Grande, “debe tener la bendición del superior, tomar uno o dos hermanos con él, y tener la experiencia de la obediencia y de la renuncia de la voluntad propia en el monasterio”. “¿Creed que ser eremita es un juego para niños? ¡Si tú fueses atado en un árbol ubicado en la ermita, durante la primera noche volverías derecho al monasterio con el árbol sobre tus espaldas! ¡Así de grande son las tentaciones que te manda el diablo!”

Decía también: “El padre espiritual del monje debe tener al menos cincuenta años y veinte años de obediencia en un monasterio.”

El Padre Cleofás hasta cuando bebía agua pedía la bendición de su discípulo de celda o de un hermano.

 A veces, cuando entraba en la celda y no podía hacer la oración porque lo acompañaban algunos peregrinos, decía: “he entrado en la celda y no he hecho aún la oración. He entrado como un ladrón y un bandido”. Se levantaba y hacía tres metanías hasta el piso diciendo: “Santísima Trinidad, nuestro Dios, gloria a Ti”. Luego hacía una metanía a la Madre de Dios y a san Juan Bautista y a veces recordaba también a los santos del día.

Hablaba a menudo de la enfermedad diciendo de sí: “Esta vieja carne podrida, que tiene 86 años, ha sido intervenida quirúrgicamente, tiene una mano y una costilla rota…” A cada uno que venía a verlo, le ordenaba a su discípulo que le dijera lo mismo. Y las personas respondían al discípulo: “Pero, ¿por qué nos dice estas cosas? Nosotros venimos a ver al padre Cleofás porque lo consideramos un santo. ¿por qué nos cuentas tantas enfermedades e impotencias?”
  
 Cada noche el anciano salía afuera, especialmente después de la medianoche. Incluso en invierno permanecía afuera al menos una hora. Rezaba la oración de Jesús, escuchaba los pájaros nocturnos, miraba las estrellas y gozaba del silencio. Salía en el tiempo en que todos dormían, para no distraerse. Sin embargo, a menudo los hermanos venían e interrumpían su quietud. Pues, viendo que no podía escaparse, hablaban con él y, después de hablar con ellos, volvía a la tranquilidad de su celda.

Cuando los fieles le preguntaban si estaba bien leer el salterio, el padre Cleofás respondía: “San Basilio el Grande dice: “Es mejor que el sol se apague antes que el salterio no sea leído en las casas de los cristianos”. Imaginémonos el salterio como un rico dulce. Cuando tienes hambre, sacas un pedazo de dulce y comes un poco, del mismo modo, haces cuando llegas del trabajo, así pues lee un salmo, o dos o tres, o cuantos puedas.”

El anciano decía a menudo también estas palabras: “¿qué debo hacer, porque los santos Padres dicen: “¡Huid de esto mundo, huid de este mundo!” Y Citaba las palabras del Salvador: “¡Hay de ustedes cuando todos los hombres hablen bien de ustedes!”(Lc 6,26) y agregaba: “O cuando la alabanza que les hacen sobrepasen vuestras obras.”

 “Padre Cleofás”, dijo un discípulo, “dinos cómo estuviste durante los diez años en que viviste en el bosque, en soledad. ¿Qué tipo de tentaciones tuviste? ¡Escuché que combatiste con el enemigo! ¿Cuánto y con qué cosas fuiste tentado?” El anciano respondió: “Si quieres saber cómo es vivir en el bosque, en soledad, ve y permanece por un año, y te aseguro que lo verás.”

Un hermano preguntó al padre Cleofás: “¿Qué tengo que hacer para salvarme?” “Debes tener en la mano derecha el temor de Dios y en la mano izquierda la meditación de la muerte. Y en la mente y en el corazón la oración de Jesús. Así te volverás santo, hermano mío”.

Una vez el padre Cleofás dijo a un discípulo: “¡Sabéis cuánto oro durante la noche con lágrimas para que haya amor entre vosotros!”

Otro hermano dijo al anciano: “Padre, ora por mí que soy un pecador y, si vas con Dios, no te olvides de mí”. “Sí, entretanto tú comes y duermes hasta saciarte y ¿quieres que yo ore por ti?”

 Un día un hermano iba con un rostro triste hacia la celda del padre Cleofás. Un discípulo del anciano, viéndolo, le preguntó: “¿Qué te sucede, hermano, para que estés tan triste?” “Voy a ver al Padre porque tengo graves tentaciones que no puedo soportar”. Luego de un tiempo el hermano, esta vez con un rostro lleno de luz, descendía de la celda del padre. El discípulo lo vio y le dijo: “¿Encontraste al padre?”. “Sí, con la ayuda de Dios, y ahora me parece volar de alegría!” Este es el don del padre Cleofás, es decir, darnos la salvación contra las tentaciones.

Un padre pregunta al anciano cómo orar y el anciano le dijo: “Primero ora con la boca, porque de la boca la oración pasa a la mente y luego al corazón. Para esto nos es necesario mucho trabajo, muchas lágrimas y la gracia del Espíritu Santo”.
  
“Padre Cleofás, dime una palabra útil”, le dijo un padre. “No te olvides de la muerte. La muerte, la muerte, la muerte. El temor de la muerte nos salva de todo pecado.”

A un hermano le dijo: “Prepárate para sufrir, y ser golpeado, y tener hambre y sed. Y, si te echan afuera, ¡no te vayas! Quédate a la entrada del monasterio y, si la policía te lleva, vuelve y muere en el monasterio.”

 Un creyente le preguntó: “¿Cuál es el modo de prepararme para entrar en el monasterio?” “Cuando vengas al monasterio, debes hacerlo de este modo: debes estar determinado a recibir la muerte por parte de todos”.

 Un hermano dijo al anciano: “Padre, yo no puedo orar mucho, ¿qué debo hacer?”.
“¿No escuchaste qué dijo el Apóstol orad incesantemente? Por esto, ora también tú lo más posible, día y noche, y sentirás la gracia del Espíritu Santo dentro de tu corazón.”

 Otro hermano preguntó al anciano: “Padre, si somos encarcelados por nuestra fe y alteran nuestra mente con la hipnosis, ¿somos culpables?
El anciano le dijo: “No es posible cambiar a nadie si estos tienen en su corazón la oración de Jesús… Cuando tú dices: “Señor Jesús…” todo el infierno tiembla, si lo dices de corazón.”

 Un discípulo preguntó al padre Cleofás cómo podía salvarse. El Padre le respondió: “Paciencia, paciencia, paciencia…”
El hermano le pregunta: “¿Qué debo soportar pacientemente?” y el padre le dijo: “¡Soporta pacientemente los insultos y el deshonor por amor a Cristo!”.

 “¿Cuántos vestidos debe tener un monje?”, le dijo uno. “Dos. ¿por qué? Quieres volverte un anacoreta con una carretera de vestidos. Y cuando se rompan, ponle un parche amarillo, o rojo o verde!…”

 A los que eran muy perezosos el padre les decía: “Pon la carcasa, es decir, el cuerpo a trabajar y pon la mente a los pies del Señor, es decir, a orar…”

Una vez un hermano vino a ver al padre Cleofás, después de haberlo escuchado ya muchas veces, y le preguntó: “Padre, ¿qué debo hacer para salvarme?” Y el padre, que conocía su corazón, le dio una respuesta según su medida: “¡Has lo que sabes y encontrarás tu salvación!” El hermano entendió que ya sabía lo que preguntaba y que lo único que le faltaba era poner en práctica las palabras de los santos Padres sobre la vida espiritual.

Acerca de la paciencia el anciano una vez dijo a uno  de sus discípulos. “Cuando hayas estado en el monasterio por nueve años y hayas recibido siete bastonazos por día y hayas comido una vez cada tres días, entonces serás un buen monje.

Un padre preguntó: ¿Cuándo se puede uno convertir en un loco de Cristo? Él respondió: ¡Después de 40 años de monaquismo!”

Los hermanos le decían: “Padre Cleofás, tus hermanos hacen una dura ascesis, pero nosotros no podemos hacerla!” “¿por qué será esto? ¡No queréis, no queréis, no queréis! Tomad a la Madre de Dios como ayuda. Recitad el Acatisto de la Anunciación durante la mañana con una pequeña vela encendida y por la tarde la Paraklitikós y después podrás hacerla!”

 Un cristiano le dijo al anciano: “Padre, no creo que exista el diablo.” El anciano, después de enseñarle suficientemente del tema con la sagrada Escritura, le dijo: “ Si no crees todavía que el diablo existe, ve al bosque, comienza a ayunar y a orar y verás cómo te rasguña!”

Un monje de Sihiastra preguntó al anciano: “¿Qué debo hacer, padre Cleofás, para encontrar la salvación?” “Debes tener siempre ante tus ojos la muerte y la oración de Jesús en tu mente y en el corazón. Y no tener temor de nada. ¡Has la penitencia del ladrón sobre la cruz.!”

Decía a los hermanos: “¡Todo pasa! Cuidad el alma, confesaos, tomad la santa comunión, llevad una vida pura, haced limosnas de misericordia, haced todo aquello que podáis y vivid en el amor recíproco, porque el amor no muera jamás.”

A algunos de los padres les decía: “Del infierno no te puede sacar nadie, a excepción de la misericordia de Dios y de las buenas obras.”

Les decía también: “Tened un corazón de hijo hacia Dios, hacia vuestro prójimo el corazón de una madres y la mente de un juez hacia ti mismo.”

El Padre Cleofás manifestaba una gran piedad hacia los santos. A veces, al final del oficio de la santa Unción, recordaba centenas de nombres de santos. Además el padre sabía de memoria tantísimos nombres de santos del calendario y del sinaxario.

 Un discípulo preguntó al anciano: “¿Qué es la oración pura?” “Decirla con la boca, comprenderla con la mente y sentirla con el corazón”, replicó el anciano.

En otra oportunidad dijo: “En la oración no debes acoger ni pensamientos, ni imaginaciones, porque a la puerta del corazón dos aduanas: la aduana de la imaginación y la aduana de la razón.
La aduana de la imaginación significa la primera etapa. La ley más corta, más breve de la oración es la de no imaginar nada mientras se está orando. Porque, en el caso que te encierres en la imaginación no podrás entrar con la mente en el corazón durante la oración. Por esto durante el tiempo de la oración está prohibido imaginarse algo. Ni tampoco imaginaciones santas, ni Cristo mismo en la cruz o en el trono del juicio. Verdaderamente nada. Porque todas las visiones se encuentran fuera del corazón y en el caso en que tú te quedes venerando estas cosas, entonces no venerarás a Cristo.”

Los otros dichos y enseñanzas del Padre Cleofás se encuentran en el libre de Iaonichie Balan: Mi padre espiritual. Vida y enseñanzas de Cleofás de Sihastria (1912-1998). Ed. Lipa.

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