martes, 29 de octubre de 2013


“El intelecto nos exige absolutamente, cuando cerramos todas sus salidas por el recuerdo de Dios, una obra que satisfaga su necesidad de actividad. Hay que darle al Señor Jesús como única ocupación a su fin.
Nadie dice “Jesús es el Señor”, sino en el Espíritu Santo.
Que contemple en todo tiempo sólo estas palabras en sus propias cámaras del tesoro, para no volver a sus imaginaciones.
Todos cuanto meditan incesantemente en la profundidad de su corazón este santo y glorioso Nombre pueden ver entonces también la luz de su intelecto. Pues, dominado por el pensamiento de un estrecho esfuerzo, consume en un sentimiento intenso toda mancha que cubre el alma; pues nuestro Dios es un fuego devorador.
Por eso el Señor invita al alma a un gran amor de su propia gloria. Perseverando en aquel Nombre glorioso y muy deseado en el fervor del corazón por medio de la memoria del intelecto, produce en nosotros el hábito de amar su bondad sin que nada se le oponga en adelante.
Esta es la perla preciosa que se puede adquirir habiendo vendido los propios bienes y cuyo descubrimiento produce un gozo inefable.”

Diádoco de Fótice

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