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Áurea de Córdoba, Santa |
Virgen y Mártir
Martirologio Romano: En Córdoba, en la región
hispánica de Andalucía, santa Áurea, virgen, hermana de los santos
mártires Adulfo y Juan, que, en una de las persecuciones
bajo los musulmanes, llevada ante el juez negó, asustada, la
fe, pero arrepentida de inmediato, se presentó al mismo magistrado
y, repetido el juicio, se mantuvo firme, con lo que
superó al enemigo en un nuevo combate con la efusión
de su sangre. († 856) Santa Áurea nació en Sevilla, en una acomodada y
noble familia en la que la mayor parte eran mahometanos,
pero su madre Artemia, era cristiana de probada virtud, fue
ella quien la educó en las santas verdades de los
Evangelios, más tarde Áurea demostraría con su vida y gloriosa
muerte el ser digna de gozar de la eterna gracia.
Sus hermanos Adulfo y Juan, también alcanzaron el triunfo
del martirio, en aquellos días Áurea vivía en el monasterio
de Cuteclara (Córdoba) dando ejemplo de devoción y caridad.
Su elevada
alcurnia y la dado que muchos de sus parientes seguían
la religión de Mahoma, fueron los motivos por los que
nadie se había atrevido a delatarla; pero habiendo llegado la
noticia de su fe a oídos de sus allegados
en Sevilla, usando como subterfugio su parentesco, fueron a visitarla
para comprobar lo que habían escuchado.
Gobernaba por entonces el Califato
de Occidente, Mahomet, hijo de Abdrrahman, célebre por la terrible
persecución que había emprendido contra los cristianos. Los parientes
Áurea descubrieron que ella no solo era cristiana sino
una ferviente religiosa, y apasionados por la doctrina de sus
creencias, procuraron convencerla de convertirse en seguidora del falso profeta.
Fue
fútil todos sus intentos, sus palabras chocaban contra la inamovible
fe que Áurea tan sinceramente profesaba. Fue tal su
enojo que tomaron la decisión de delatarla al cadi. El
juez ordenó la llevasen al tribunal, y al verla vestida
con el hábito religioso se irritó de tal modo que
la amenazó con los más terribles castigos. Invocó, el
juez, la noble sangre mahometana que circulaba en sus venas
y lo que su familia sufriría por culpa de ella.
Le prometió en cambio que si aceptaba las creencias
familiares borraría la mancha que afectaba su ilustre estirpe y
se salvaría de los duros tormentos que la esperaban si
no aceptaba.
Áurea guardó silencio un momento dejándose llevar tal
vez por el miedo, o bien de la idea de
disimular su fe —lo que no es lícito ni permitido
a los cristianos en caso semejante—, y el juez juzgándola
vencida le concedió la libertad.
Recapacitó Áurea sobre lo que había
acontecido, y avergonzada por su debilidad decidió no regresar al
monasterio prefiriendo quedarse en una casa, posiblemente de alguno de
sus parientes cristianos, donde sumergida en tiernas lágrimas confesó su
pecado. Pidió a sus hermanos intercedieran ante el Señor
a fin de tener una posibilidad de demostrar al
mundo cuan profunda era su fe en Cristo.
No tuvo
que esperar mucho para que su místico anhelo se hiciera
realidad, fue delatada nuevamente, y conducida por segunda vez ante
el cadi, en esta ocasión ella respondió, con un
valor y una fortaleza inspiradas por el Espíritu Santo. La
firmeza de Áurea encendió el colérico corazón de su juez,
ordenando la encerraran en la más lóbrega prisión y que
al día siguiente fuera conducida al suplicio. Áurea fue
decapitada y luego su cuerpo colgado de los pies en
un palo donde, pocos días antes había sido ajusticiado un
reo de homicidio, luego sus restos fueron arrojados, junto con
los de varios malhechores, al Guadalquivir.
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