Concilio Vaticano II
El Concilio constó de cuatro sesiones: la primera de ellas fue presidida por el mismo Papa en el otoño de 1962. Él no pudo concluir este Concilio ya que falleció un año después, (el 3 de junio de 1963). Las otras tres etapas fueron convocadas y presididas por su sucesor, el papa Pablo VI, hasta su clausura en 1965. La lengua oficial del Concilio fue el latín. Comparativamente, fue el Concilio que contó con mayor y más diversa representación de lenguas y razas, con una media de asistencia de unos dos mil padres conciliares procedentes de todas las partes del mundo. Asistieron además miembros de otras confesiones religiosas cristianas. ObjetivoEl Concilio se convocó con los fines principales de:
Pretendió proporcionar una apertura dialogante con el mundo moderno, actualizando la vida de la Iglesia sin definir ningún dogma, incluso con nuevo lenguaje conciliatorio frente a problemas actuales y antiguos. El Concilio Vaticano I (1869-1870) no había terminado debido a la suspensión impuesta por el estallido de la guerra franco-prusiana. Algunos querían que se continuara este concilio pero no fue así. Los sectores más liberales o modernistas dentro de la Iglesia lo consideran uno de los cinco concilios más importantes (Niceno I, Calcedonense, Lateranense IV, Tridentino y Vaticano II). Trató de la Iglesia, la revelación, la liturgia, la libertad religiosa, etc. siendo sus características más importantes la renovación y la tradición. En cambio, los sectores más conservadores aplican un término llamado la hermenéutica de la continuidad para leer los textos conciliares a la luz de la Tradición y del Magisterio bimilenario para que no entre en contradicción. Por su parte, los sectores tradicionalistas minoritarios, como la Hermandad San Pío X, denuncian que el Concilio enseña errores y que hay puntos que deben ser condenados porque contradicen abiertamente la Tradición, el Magisterio Papal y de los anteriores Concilios de la Iglesia católica. AntecedentesA lo largo de los años 1950, la investigación teológica y bíblica católica había empezado a apartarse del neoescolasticismo y el literalismo bíblico que la reacción al modernismo había impuesto desde el Concilio Vaticano I. Esta evolución puede apreciarse en teólogos como los jesuitas Karl Rahner o John Courtney Murray, que se habían venido esforzando por integrar la experiencia humana moderna con el dogma cristiano, así como en otros: el dominico Yves Congar, Joseph Ratzinger (ahora Papa con el nombre Benedicto XVI), Henri de Lubac y Hans Küng que buscaban lo que veían como una comprensión más ajustada de la Escritura y de los Santos Padres, un retorno a las fuentes (ressourcement) y una actualización (aggiornamento).Al mismo tiempo los obispos de todo el mundo venían afrontando tremendos desafíos asociados al cambio político, social, económico y tecnológico. Algunos de ellos aspiraban a formas nuevas de responder a esos cambios. El Concilio Vaticano I, desarrollado casi un siglo antes, había sido interrumpido cuando el ejército italiano entró en Roma en los momentos finales de la unificación italiana. Sólo habían concluido las deliberaciones relativas al papel del papado, dejando sin resolver los aspectos pastorales y dogmáticos concernientes al conjunto de la Iglesia. PreparaciónDesde febrero de 1959 a noviembre de 1962 tuvo lugar la etapa de preparación del Concilio, bajo la responsabilidad de la Curia Romana.Primer anuncioDurante la celebración de la fiesta de la Conversión de san Pablo el 25 de enero de 1959, en un consistorio que el Papa Juan XXIII tuvo con los cardenales tras la celebración en la basílica de san Pablo Extramuros, anunció1 su intención de convocar un concilio ecuménico.2El secretario del papa Juan describió así la situación en que el pontífice brindó el «discorsetto» (discursito) que, con una simplicidad llamativa, modificó el rumbo pastoral de la Iglesia Católica, al anunciar la intención de realización del Concilio: Fue un día como los demás. Se levantó el pontífice como de costumbre a las cuatro, hizo sus devociones, celebró la misa y asistió después a la mía. Se retiró a continuación a la salita de comer para la primera colación, dio una ojeada a los periódicos y quiso revisar el borrador de los discursos que había preparado. A las diez partimos para la Basílica de San Pablo Extramuros. La primera parte de la ceremonia duró de las 10.30 hasta las 13. Entonces entramos en la sala de los monjes benedictinos, nos retiramos todos y quedó el papa con los cardenales. Leyó el discursito que había preparado, digo «discorsetto» porque así lo definió él mismo, y en un cuarto de hora estaba todo terminado. Pocos minutos después se difundía por el mundo la noticia del Concilio ecuménico.Juan XXIII presentó la iniciativa como algo absolutamente personal: Pronuncio ante ustedes, cierto, temblando un poco de conmoción, pero al mismo tiempo con humilde resolución de propósito, el nombre y la propuesta de la doble celebración de un sínodo diocesano para la Urbe y de un concilio ecuménico para la iglesia universal.3Los cardenales reaccionaron con un «impresionante y devoto silencio».4 El anuncio causó una gran sorpresa en todos: todavía no pasaban tres meses desde la elección de Juan XXIII,5 en el cónclave de octubre de 1958, que lo había elegido como un Papa considerado extraoficialmente "de transición",6 a continuación del papado de Pío XII. Los medios de comunicación, a excepción de L'Osservatore romano,7 dieron gran eco a la noticia subrayando diversos elementos del discurso del Papa. En sus discursos posteriores, el Papa fue poco a poco delineando los objetivos del concilio y recalcando especialmente que se trata de un concilio pastoral y ecuménico.8 Aunque el propósito de Juan XXIII encontró muchas formas de manifestarse durante los tres años siguientes, una de sus expresiones más conocidas fue aquella que, preguntado por los motivos, presentó al tiempo que abría una ventana: «Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior». Invitó a otras iglesias a enviar observadores al concilio, aceptándolo tanto iglesias protestantes como ortodoxas. La Iglesia Ortodoxa Rusa, por temor al gobierno soviético comunista, sólo aceptó tras recibir seguridades de que el concilio sería apolítico (es decir, de que no se reiteraría la condena al comunismo). Etapa antepreparatoriaEl 17 de mayo de 1959, Juan XXIII anunció la creación de la comisión antepreparatoria: encargó la presidencia de la comisión al Cardenal Domenico Tardini y la secretaría a mons. Pericle Felici. Los secretarios de varios dicasterios de la curia fueron los demás miembros de la comisión. El 26 de mayo se reunió por primera vez y se decidió dar luz verde a dos cartas: una a los organismos de la curia para que prepararan comisiones de estudio sobre los temas a tratar en el Concilio y otra a todos los obispos para que antes del 30 de octubre indicaran sus sugerencias para el Concilio. A estas dos consultas se añadió luego una tercera a las facultades de teología y de derecho canónico que tenían plazo hasta el 30 de abril de 1960 para enviar sus propuestas.El 15 de julio de 1959, el Papa Juan XXIII comunicó a Tardini que el concilio se llamaría «Vaticano II» y que, por lo tanto, no debía considerarse como una continuación del Vaticano I (que había quedado suspendido). Para el 30 de octubre siguiente se habían recibido ya 1600 respuestas de obispos, superiores generales y facultades de teología o de derecho canónico. En la fecha límite, 30 de abril de 1960, se contó con 2109 respuestas, a cuya catalogación y ordenamiento se procedió de manera que fuera posible su síntesis. El documento final se llamó Analyticus conspectus consiliorum et votorum quae ab episcopis et praelatis data sunt.9 Fase preparatoriaLa fase preparatoria propiamente dicha se inició el 5 de junio de 1960 con la publicación del motu proprio Superno Dei nutu10 que fue redactado por el Cardenal Tardini. Este documento fijó las comisiones preparatorias por temas en 10 con una comisión central que supervisaba y coordinaba los trabajos de todas. Pericle Felici fue nombrado secretario general de esta comisión central. Los presidentes de las comisiones temáticas preparatorias eran los prefectos de los dicasterios correspondientes de la curia.A estos organismos se añadió, para cubrir el deseo del Papa de que las demás iglesias cristianas participaran en el concilio, un «Secretariado para la promoción de la unidad de los cristianos» presidido por el cardenal Augustin Bea, quien solicitó a Mons. Johannes Willebrands que le ayudara como secretario del nuevo ente.11 También se creó un Secretariado para los medios de comunicación. El 14 de octubre de 1960, el Papa constituyó un secretariado administrativo del Concilio al que le encargó tratar los asuntos de financiamiento y desarrollo material del mismo. El 7 de noviembre se creó la comisión para el ceremonial que trataría los temas relacionados con la liturgia y los lugares a ocupar en la Basílica de San Pedro por parte de los padres conciliares. El presidente de esta última comisión fue el cardenal Eugène Tisserant. Los trabajos de las comisiones comenzaron oficialmente el 14 de noviembre de 1960, tras un discurso de Juan XXIII.12 La principal misión de estas comisiones era elaborar los documentos que, tras pasar por el visto bueno del Papa, serían presentados para la discusión en aula. Las temáticas eran tan variadas que fue necesario incluso crear subcomisiones. Tras un año y medio de trabajos, las comisiones y el Secretariado para la unión de los cristianos produjeron un total de 75 esquemas. Estos esquemas fueron revisados luego por la comisión central que incluyó diversas modificaciones y recortes. El 25 de diciembre de 1961, el papa Juan XXIII convocó la celebración del concilio para 1962 con la bula Humanae salutis y el 2 de febrero siguiente, por medio del motu proprio Consilium diu fijó la fecha de apertura para el 11 de octubre. El reglamentoUna novedad del Concilio Vaticano I fue que el reglamento a seguirse durante las sesiones no fue votado por los mismos padres conciliares. Dado este precedente y tras el código de derecho canónico de 1917 que daba muchos más poderes en relación con el concilio al Papa, no se contempló que en este nuevo concilio el reglamento fuera sometido al parecer de sus participantes. Así, en marzo de 1961 mons. Felici solicitó a la comisión preparatoria central que se manifestara sobre algunos temas relacionados con el reglamento. En junio siguiente el Cardenal Arcadio Larraona solicitó la formación de una subcomisión para la redacción del reglamento. El 7 de noviembre la subcomisión fue creada y trabajó desde el 11 de noviembre hasta el 27 de junio. Dos días después el texto fue entregado al P. Felici quien a su vez lo hizo ver al papa Juan XXIII. Tras integrar algunos cambios solicitados por el mismo pontífice, el reglamento fue oficializado el 6 de agosto de 1962 mediante motu proprio titulado Ordo Concilii oecumenici Vaticani II celebrandi.13El texto estaba dividido en tres partes: participantes, normas y procedimientos. ParticipantesAdemás de los obispos diocesanos, se contempló que los obispos titulares tuvieran voto deliberativo así como los superiores generales de congregaciones de derecho pontificio con más de 3000 miembros. Los expertos y teólogos invitados por el Papa podrían participar en las congregaciones generales e incluso, si se les solicitaba, intervenir en el aula o en la redacción de esquemas para las diversas comisiones. Los observadores podrían participar solo en las congregaciones generales y sesiones públicas, que gozarían de traducción simultánea. Los peritos invitados por cada obispo no podrían participar en las congregaciones generales.NormasSe mantendría el secreto sobre lo discutido en el Concilio. La lengua oficial sería el latín, aunque en las comisiones podían emplearse otras lenguas. El derecho a hablar se daba en orden eclesiástico: los cardenales primero, luego los patriarcas, a continuación los arzobispos, obispos, etc.Se creaba una «presidencia del concilio» formada por 10 cardenales y una secretaría general. Existirían además 10 comisiones (según las 10 comisiones preparatorias aunque con alguna variante) con 24 miembros cada una: 16 elegidos por la asamblea y 8 nombrados por el Papa (entre los cuales el presidente de cada comisión). A estas comisiones se añadió un secretariado para asuntos extraordinarios. ProcedimientosLos textos preparados por las comisiones preparatorias, tras el visto bueno del Papa se enviarían a los padres conciliares para su conocimiento antes de tratarse en las congregaciones generales. En la sesión correspondiente, un relator -normalmente el secretario de la comisión preparatoria respectiva- presentaría el esquema a la asamblea. Cada padre conciliar podría, a continuación y durante 10 minutos, intervenir para admitir, rechazar o solicitar enmiendas generales del esquema presentado. Sin embargo, tales intervenciones deberían ser indicadas con tres días de antelación a la secretaría del concilio. Luego se votarían los cambios propuestos y se analizarían los resultados de la votación. Finalmente, se daría una votación del esquema completo y, si este obtenía la mayoría necesaria, se dejaría pendiente su aprobación solemne para la siguiente sesión pública con la presencia del Papa.El texto del reglamento no preveía con claridad los pasos a seguir en caso de que un esquema fuera rechazado, pero sí los pasos para incluir las enmiendas propuestas. Participantes del concilio
SesionesLa primera sesión (1962)La primera sesión partió con la inauguración solemne en la Basílica de san Pedro el 11 de octubre de 1962. Juan XXIII presidió la Misa y ofreció un discurso programático, el Gaudet Mater Ecclesia, donde habló del puesto de los concilios en la historia de la Iglesia, de la situación del mundo y de algunos aspectos generales que debían tenerse en cuenta durante el concilio: se trata de custodiar el depósito de la fe católica enseñarlo de una manera adecuada a los tiempos empleando para ello los métodos más eficaces. También recordó que no era una actitud de condena de los errores sino de misericordia, lo que se esperaba del concilio. Alude al tema del ecumenismo que era uno de los que habían causado mayor expectativa en los medios de comunicación.Para el 13 de octubre se tenía programada la elección del porcentaje de miembros de las comisiones que correspondía nombrar a la asamblea conciliar. La secretaría general del concilio entregó entonces una lista con los nombres de todos los padres conciliares y otra lista con los nombres de los miembros de las respectivas comisiones preparatorias. Sin embargo, el cardenal Achille Liénart, tras recibir una solicitud de un grupo de obispos franceses y alemanes, solicitó al consejo de presidencia más tiempo de manera que los participantes pudieran conocerse y hacer una votación concienzuda. Por tanto, la elección fue pospuesta para el 16 de octubre y tras los recuentos de votos e intervenciones sobre cuál mayoría sería tomada en cuenta, se eligieron los miembros respectivos de las comisiones. El 20 de octubre, tomando en cuenta el interés mostrado por algunos padres conciliares de ofrecer un mensaje de parte del concilio al mundo, se votó rápidamente una propuesta que obtuvo la mayoría necesaria y fue asumida como Mensaje de los padres conciliares a todos los hombres. Luego comenzó la discusión del esquema sobre la liturgia (De sacra liturgia que luego se llamará Sacrosanctum concilium). Las discusiones, con diversos puntos de vista enfrentados, se prolongaron hasta el 14 de noviembre en que se hizo una primera votación exploratoria. El texto fue ampliamente aprobado (2162 placet contra 46 non placet) Ese mismo día, se presentó en aula el esquema De fontibus revelationis (que luego será el Dei Verbum). Las diferencias dentro del concilio se hicieron todavía más claras durante las discusiones sobre este esquema de manera tal que parecía que el documento sería rechazado completamente. Esta posibilidad no estaba contemplada en el reglamento lo cual hacía más tensas las discusiones de esos días. Tras una votación exploratoria, no se alcanzó la cuota necesaria para que el texto volviera a la comisión y el mismo papa Juan XXIII intervino el 21 de noviembre, creando una comisión mixta que reharía el texto de la constitución dogmática. El 23 de noviembre se entregó a los padres conciliares dos esquemas para su estudio antes de la discusión en aula: era el De Ecclesia (luego la constitución dogmática Lumen Gentium) y un apéndice con un esquema sobre la Virgen María (De beata Maria Virgine). Ese mismo día se comienza a discutir la constitución sobre los medios de comunicación social (que luego será el decreto Inter mirifica). El texto fue aprobado en sus grandes rasgos aunque se solicitó que fuera reducido considerablemente y que se tratase más ampliamente del rol de los laicos en los medios de comunicación. La votación exploratoria dejó 2138 placet y 15 non placet. Para el 27 de noviembre inició la discusión del esquema sobre la unidad de los cristianos, Ut omnes sint. El texto causó desilusión14 ya que, dado que había sido preparado por la comisión preparatoria para las Iglesias orientales, trataba únicamente de esas iglesias sin hablar, por ejemplo, de los protestantes. El patriarca Maximos de los melquitas criticó el esquema que consideraba mediocre. Dado que la comisión preparatoria teológica y el secretariado para la unidad habían preparado otros esquemas sobre los mismos temas, los padres conciliares solicitaron que fueran fundidos en un solo documento reelaborado por una comisión mixta. Ese fue el resultado de la votación que a propósito se realizó: 2068 placet y 36 non placet. El 1 de diciembre se comenzó a discutir el esquema De ecclesia. El cardenal Ottaviani había intentado en días anteriores que la discusión en aula del esquema se retrasase a la siguiente sesión, pero el consejo de presidencia prefirió mantener el orden del día como había sido propuesto inicialmente. La discusión fue menos acalorada que la de las fuentes de la revelación. Pero de todas maneras a medida que proseguía el debate las críticas de aspectos generales del esquema se hacían más populares. Así, por ejemplo, mons. Emil de Smedt que consideraba que el esquema era triunfalista, clericalista y juridicista. Sin embargo, era el tema del episcopado el que más discusión generaba. El debate no llega a puerto y las discusiones se concluyen el 7 de diciembre, víspera de la clausura de la primera sesión conciliar. Unos días antes, tanto el cardenal belga Leo Jozef Suenens como el cardenal italiano Giovanni Montini habían intervenido en aula solicitando una dirección más clara para el concilio y proponiendo para ello una visión eclesiológica: se trataría de la Iglesia ad intra y ad extra y esta temática podría dar unidad y finalidad a los trabajos. Esto dejaba al documento De ecclesia como el más importante y programático del concilio. El 5 de diciembre la secretaría general comunicó que los 75 esquemas serían reducidos a 20. Asimismo se dieron a conocer los modos de trabajo de las comisiones durante el período de intersesión. Se elaborarían nuevos esquemas de acuerdo con el sentir manifestado por la mayoría de los obispos durante el concilio y se pasarían a aprobación del Papa. Este los haría llegar a los padres conciliares para que estos indicaran las enmiendas consideradas oportunas a la comisión antes del inicio de la segunda sesión. Para organizar todo este trabajo, Juan XXIII creó una comisión de coordinación a cargo de la Secretaría de Estado. El 8 de diciembre se concluye oficialmente la primera sesión con un discurso del Papa. Primera intersesiónLas comisiones continuaron el trabajo de elaboración y agrupamiento de esquemas. El Papa envió una carta, la Mirabilis ille (6 de enero de 1963) donde recordaba a los padres conciliares que el concilio continuaba durante el período entre sesiones.La comisión de coordinación comenzó sus trabajos el 21 de enero. El 22 de abril, Juan XXIII aprobó 12 de los 17 esquemas que la comisión le había hecho llegar. Estos fueron enviados a los obispos en mayo y se iniciaron reuniones de grupos de obispos en todo el mundo para discutir juntos los esquemas y llegar así a la segunda sesión con propuestas conjuntas de enmiendas. El 3 de junio, el papa Juan XXIII falleció. El 21 de junio siguiente fue elegido el cardenal Montini, que tomó el nombre de Pablo VI. Al día siguiente, en su primer radiomensaje, aseguró que el concilio continuaría y el 27 anunció la fecha de apertura de la segunda sesión: el 29 de septiembre de 1963. En el período inmediatamente anterior al inicio de la segunda sesión, Pablo VI introdujo algunas modificaciones en el reglamento. Se amplió el número de observadores integrando incluso laicos que fueron llamados a participar aunque sin voto deliberativo. La comisión de coordinación quedaba como organismo permanente del concilio. Y, dada la ineficacia mostrada por el consejo de presidencia, se nombraba un grupo de cuatro delegados o moderadores que agilizarían y dirigirían los debates. La segunda sesión (1963)El 29 de septiembre, tras una sencilla ceremonia inaugural y un discurso de Pablo VI, los trabajos recomenzaron en San Pedro. Al día siguiente se reinició la discusión en aula del esquema De ecclesia. El nuevo texto fue presentado por el cardenal Ottaviani y atrajo mayor consenso que el anterior. El texto a modo de base para la discusión fue votado y obtuvo 2231 placet contra 43 non placet.Entonces, de acuerdo con el reglamento, comenzó la discusión de cada capítulo. Para cada capítulo fueron declarándose las objeciones de los padres o los aspectos que convenía añadir. El tema de la naturaleza sacramental del episcopado ya había obtenido la casi unanimidad de los consensos pero el de la colegialidad episcopal permanecía discutido (debido a que algunos lo consideraban un atentado contra el primado pontificio) y se dieron intervenciones a favor y en contra durante las sesiones. Lo mismo en relación con la posibilidad de reactivar el diaconado permanente. Las discusiones continuaron hasta el 15 de octubre sin llegar a un acuerdo. Ese día el cardenal Leo Jozef Suenens propuso verificar el apoyo que las diversas posturas tuvieran en la asamblea por medio de una votación de algunos puntos discutidos. Indicó incluso que al día siguiente se tendría tal votación, pero mons. Felici obtuvo que el Papa permitiera impedir esa votación. Suenens también acudió a Pablo VI, quien mandó reunir a la comisión de coordinación, al consejo de presidencia y al secretariado general para tratar el asunto. Era ya el 23 de octubre. En esos días se fijó el texto de las preguntas y el Papa aprobó que se hiciera la consulta para el 30 de octubre. La idea era que de la votación se saliera con una indicación clara para la comisión teológica sobre los contenidos discutidos del esquema. La gran mayoría de los padres se manifestó a favor de la definición de la colegialidad y, aunque menos, también de la reactivación del diaconado permanente.15 A continuación se discutieron los demás capítulos del De Ecclesia y se trató sobre la posibilidad de integrar el esquema sobre la Virgen María al final de este. La asamblea se dividió completamente (la votación explorativa dio 1114 placet y 1074 non placet). El 2 de noviembre se comenzó a tratar el esquema sobre el episcopado. Era evidente que no podía ser discutido sin haber decidido lo concerniente a la colegialidad en el esquema De Ecclesia: de hecho, las discusiones sobre ese punto continuaron ya que el cardenal Ottaviani buscaba minimizar los resultados de la votación del 30 de octubre. Se produjeron discusiones de tono más elevado y el cardenal Josef Frings incluso cuestionó durante una sesión en aula, el modo de actuar del Santo Oficio, provocando una áspera respuesta del cardenal Ottaviani.16 La discusión del esquema se prolongó hasta el 15 de noviembre. Un nuevo esquema sobre el ecumenismo se presentó para la discusión. El nuevo texto tenía cinco capítulos e incluía también el tema de los no cristianos especialmente los judíos. También se incluyó en este esquema el texto sobre la libertad religiosa. Aun cuando la discusión inicial fue difícil, finalmente se aprobó en línea de principio el texto aunque se solicitó a la comisión mixta que mejor separase lo aplicable a las denominaciones cristianas de los no cristianos. Durante los debates de estos esquemas se realizaban también las votaciones de los capítulos de los esquemas sobre la liturgia y sobre los medios de comunicación. Ambos obtuvieron finalmente el consenso requerido y fueron oficialmente promulgados en la sesión pública del 4 de diciembre. Antes de la ceremonia conclusiva de la segunda sesión, Pablo VI anunció que se aumentaría el número de participantes en las comisiones. En el discurso conclusivo resumió los resultados, que consideraba positivos, de la sesión y anunció su intención de visitar Tierra Santa. Segunda intersesiónAl concluir los trabajos de la segunda sesión, el papa Pablo VI había mencionado su interés en reducir el tiempo requerido para concluir el concilio por medio de la reducción de los esquemas o de la elaboración de textos que siguieran las directivas ya consideradas mayoritarias. Por ello encargó al cardenal Julius August Döpfner que elaborara una propuesta en ese sentido. La idea indicada por él era reducir a seis los esquemas más amplios a discutirse y dejar los demás en una serie de proposiciones que ya no se discutirían sino solo votarían. La comisión de coordinación analizó la propuesta del 28 de diciembre al 15 de enero, la aprobó e indicó a las demás comisiones que procedieran de ese modo. El Papa en los meses siguientes tuvo que tranquilizar a los obispos que consideraban que esto era una medida para concluir «expeditivamente» el concilio.17Ya en abril se enviaron los primeros textos (de los esquemas más importantes: De Ecclesia, De fontibus revelationis y sobre la Iglesia en el mundo actual, llamado Esquema XIII) a los obispos para que prepararan su análisis durante el concilio. Por su parte, los cardenales Larraona, Micara y Ruffini enviaron cartas a Pablo VI para que reservara al magisterio pontificio el tema de la colegialidad y mandara retirar el capítulo correspondiente del esquema De Ecclesia. Tercera sesión (1964)La tercera sesión del concilio se inauguró el 14 de septiembre de 1964. La misa, ya aplicando la constitución Sacrosanctum concilium fue concelebrada por 24 padres conciliares con el Papa. El discurso de Pablo VI resultó esclarecedor de su posición dado que empleó la expresión colegio episcopal apoyando así la posición de la mayoría conciliar.Al día siguiente se inició la discusión de los últimos capítulos del esquema De Ecclesia. El capítulo sobre la escatología fue rápido y sin problemas. En cambio el de la Virgen María aunque fue también breve mantuvo las diferencias de concepto entre los padres conciliares que se habían manifestado en la segunda sesión y en la última intersesión dentro de la comisión teológica.18 Se optó por una solución de compromiso con un texto que pudiera complacer a ambas partes. El 16 de septiembre comenzaron las votaciones por capítulo del esquema aunque el capítulo tercero (sobre la jerarquía), que era el más discutido, fue votado número por número (38 votaciones). El 18 de septiembre se retomó el esquema sobre los obispos que pasó las votaciones casi sin problemas. El 23 de septiembre se presentó un esquema nuevo sobre la libertad religiosa. Aunque todos estaban de acuerdo en el principio, el texto dividía a la asamblea conciliar por la forma de presentar la doctrina y las consecuencias que podía tener (por ejemplo, en los países donde por concordato la Iglesia católica tenía privilegios). El 9 de octubre, mons. Felici indicó de parte del Papa, que el texto debía ser reformulado por una comisión mixta donde se incluyó al mayor opositor del texto, el arzobispo Marcel Lefebvre. A continuación se examinó el esquema sobre los hebreos que había sido rehecho y ampliado tomando en consideración las religiones no cristianas. Las posiciones encontradas (por motivos de oportunidad pastoral)19 hicieron que el texto volviera al secretariado para ser reescrito. En el secretariado se rehizo el texto sobre los hebreos y se añadieron párrafos relacionados con las demás religiones (hindúes y budistas). El nuevo texto fue votado el 20 de noviembre y obtuvo la mayoría necesaria para aprobarse definitivamente. El texto del esquema sobre la Revelación fue representado y tras cinco sesiones fue aprobado aunque quedaban varios elementos discutidos y que debían tratarse en sede de la comisión teológica. Esta terminó las enmiendas a mediados de noviembre, ya demasiado tarde para que se pudiera discutir de nuevo en aula. Mientras, y ya desde el 7 de octubre, se había comenzado a estudiar el documento sobre el apostolado de los laicos. Las opiniones eran variadas y las críticas al texto venían de todas las sensibilidades. El 20 de octubre otro texto complejo, el llamado esquema XIII fue presentado en aula. La mayoría de las críticas lo consideraban un esquema aceptable pero poco fundado teológicamente. Las discusiones sobre los problemas particulares tratados en el esquema (el ateísmo, la guerra, la familia, el matrimonio) fueron más ásperos. Ese mes de octubre se trataron los esquemas más breves que habían sido reducidos a proposiciones a votar. Así, por ejemplo, los que trataban de los presbíteros, la formación sacerdotal, las iglesias de rito oriental, las misiones, los religiosos, la educación cristiana y el matrimonio. Este último fue convertido en una serie de observaciones que se hicieron llegar al Papa para que él decidiera qué hacer. El mes de noviembre vio el renacer del problema de la colegialidad. Las discusiones en la comisión no llegaban a puerto por lo que se encargó a Mons. Gérard Philips que redactara una nota explicativa que aclarara los elementos empleados en la redacción propuesta, que era una solución que buscaba contentar a todas las partes. El Papa pensaba introducir esta nota como explicación del capítulo III de la Lumen Gentium y tras hacer algunas modificaciones al texto la mandó al concilio. Esta se presentó el 14 de noviembre y causó perplejidad por lo que implicaba de intervención pontificia en el concilio. Tras la lectura del texto y las votaciones el texto de la Lumen gentium se aprobó. Sin embargo, el 19 de noviembre se presentaba el texto de la declaración sobre la libertad religiosa que en vez de ser corregido según las intervenciones anteriores, había sido casi completamente rehecho. Se solicitó entonces que fuera votado de nuevo pero la presidencia del concilio anunció que no se votaría el nuevo texto hasta la siguiente sesión. Esto causó molestia en varios padres conciliares (por ejemplo, los cardenales Meyer, Ritter, Léger, Suenens y Frings), quienes intentaron por todos los medios persuadir a Pablo VI de que se procediese a la votación, pero el Sumo Pontífice no cedió. El descontento de éstos creció cuando se informó a la asamblea que Pablo VI había introducido 19 modificaciones al esquema sobre el ecumenismo (que había sido votado favorablemente por los padres conciliares, aunque todavía no había sido promulgado). Estos hechos –aunque a la luz de la historia posterior no se manifestaron tan importantes (el texto de la nota explicativa realmente no cambia lo indicado en el texto final de la Lumen gentium, el mayor tiempo de elaboración del esquema sobre la libertad religiosa permitió perfilarlo mejor y las modificaciones incluidas en el esquema sobre el ecumenismo eran de mera forma)– crearon un clima de descontento y desilusión en los obispos y expertos de la así llamada «mayoría» conciliar.20 La sesión pública conclusiva vio la aprobación de nuevos documentos (la Lumen gentium, los dos decretos sobre el ecumenismo y el de las Iglesias orientales). Además el Papa proclamó a María como Madre de la Iglesia. Tercera intersesiónAl concluir la tercera sesión conciliar, las comisiones quedaban con 11 esquemas sobre los que trabajar para la cuarta, según las orientaciones recibidas de parte de la asamblea conciliar. Algunos textos como el que trataba de la revelación, requerían retoques más o menos importantes; otros, como el que hablaba de los presbíteros debía ser rehecho a partir de las proposiciones que se habían votado.Los textos elaborados fueron enviados a mediados de junio a los obispos para que prepararan sus intervenciones o hicieran llegar directamente sus comentarios a las comisiones. La cuarta sesión (1965)El 14 de septiembre de 1965 se reanudaron los trabajos en San Pedro. En el discurso de apertura, Pablo VI anunció la creación del sínodo de los obispos (que algunos inicialmente consideraron la aplicación de la colegialidad) y que visitaría la sede de la ONU para el XX aniversario de su creación.Al día siguiente el Papa participó en la congregación general donde firmó el decreto de creación del sínodo. Después que Pablo VI se retirara de la basílica, se inició la discusión del esquema sobre la libertad religiosa. El debate fue tenso y tras cinco días no se llegaba al consenso. La comisión de coordinación se reunió para discutir si se podía hacer la votación del esquema como base y el resultado fue no hacer la votación. Pero el Papa intervino e indicó que se votaría de todos modos. El esquema recibió luz verde (1997 a favor y 224 en contra) para ser usado como base aunque debía «ser perfeccionado según la doctrina católica sobre la verdadera religión y en base a los cambios propuestos durante el debate» según indicaba la pregunta. El 21 de septiembre se llega a la discusión sobre el esquema XIII, debate que se prolongó durante dos semanas. La votación sobre el esquema en cuanto tal (antes de pasar a los capítulos) fue positivo (2100 placet y 44 non placet). El debate sobre el capítulo del matrimonio fue más breve debido a que el Papa había reservado a sí el tema del control de la natalidad. Los demás capítulos pasaron sin mayores dificultades. Desde el 7 de octubre se discutió el esquema sobre las misiones. El texto fue bien acogido y se sugirieron una serie de mejoras. Sin embargo, un texto del documento que hablaba de cómo universalizar el dicasterio de Propaganda fidei fue modificado por la comisión debido a que la reforma de la curia era competencia exclusiva del Papa según había indicado la Comisión pontificia para la reforma de la Curia romana. Alrededor de 300 padres firmaron un manifiesto de protesta por este cambio en un documento aprobado con 2070 placet. Luego se discutió el documento sobre los presbíteros. Volvió a discutirse el tema del celibato o al menos de la posibilidad de ordenar sacerdotes a hombres casados. El 11 de octubre, Pablo VI mandó leer un comunicado por el que solicitaba que no se discutiera públicamente el argumento y que las propuestas le fueran enviadas a través del consejo de presidencia. Los días siguientes se dedicaron solo a votaciones de esquemas o de capítulos de estos sin debates. El 28 de octubre se tuvo una sesión pública de promulgación solemne de la Christus Dominus, la Perfectae caritatis, la Optatam totius, la Gravissimum educationis y la Nostra aetate. El 29 de octubre se reiniciaron las votaciones, esta vez del documento sobre la revelación, Dei Verbum. Nuevamente se llegó a un punto muerto por las enmiendas que consentía el sistema de votación iuxta modum. Entonces Pablo VI envió una serie de propuestas de redacción (teológicamente aceptables) para que la comisión teológica, con la ayuda del cardenal Augustin Bea, escogiera la más apropiada. Así, a pesar todavía del disenso de unos pocos padres (55 en la votación preliminar) se logró pasar la constitución. Desde el 9 de noviembre se votó el esquema sobre el apostolado de los laicos. El documento sobre las misiones fue nuevamente propuesto y recibió 712 placet iuxta modum que obligaba a la comisión a enmendar el texto. El 18 de noviembre se tuvo otra sesión pública donde se promulgaron la Dei Verbum y la Apostolicam actuositatem. El Papa, en la homilía, anunció la apertura de los procesos de beatificación de Pío XII y de Juan XXIII. En los días siguientes se continuaron las agotadoras votaciones. La declaración sobre la libertad religiosa pero no fue posible vencer la oposición de un grupo de 250 padres. La votación de la constitución Gaudium et spes fue todavía sufrida debido a las peticiones de incluir una condena expresa del comunismo y por una nueva intervención del Papa en el capítulo sobre el matrimonio. Pero finalmente lograron el consenso sobre el texto. Los últimos días del concilio se desarrollaron entre agradecimientos. El 7 de diciembre fue la última sesión pública solemne: se promulgó la constitución pastoral Gaudium et spes, los decretos Ad gentes y Presbyterorum ordinis, la declaración Dignitatis humanae. Asimismo se leyó la declaración común que retiraba las excomuniones recíprocas con la Iglesia ortodoxa. El concilio concluyó con una misa presidida por Pablo VI el 8 de diciembre. Documentación y nivel de aceptación por los Padres ConciliaresEl Concilio Vaticano II dio lugar a un total de 4 constituciones (2 de ellas dogmáticas y 1 pastoral), 9 decretos conciliares y 3 declaraciones conciliares, a los que se pueden sumar la Constitución apostólica Humanae salutis por la cual Juan XXIII convocó el concilio, el mensaje Ad omnes de los Padres del concilio a todos los hombres, los mensajes del concilio a la humanidad, y otros breves (In Spiritu Sancto y Ambulate in dilectione). Los documentos se pueden ver en «Le fonti ufficiali» que se conservadan en un archivo dividido en:
Referencias
Bibliografía
Enlaces externos
Concilio Vaticano II
50
años de luz
En
unos meses, el próximo 10 de octubre,
conmemoraremos el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, cuyas huellas imborrables seguimos viendo en la vida cristiana actual. ¡Cuánta alegría despertó, cuánta esperanza, cuánta luz! Aún hoy, a medio siglo, nos maravillamos del arrojo de los Padres Conciliares, que tuvieron la valentía de soltar amarras para dejar que la Iglesia saliera de su inmovilismo y navegara con menos seguridades y más fe en el mar de la modernidad. |
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Mucho está aún por hacer: la libertad
y el diálogo interno entre hermanos que
se llaman cristianos, un
nuevo modelo de
jerarquía no-patriarcal, el dar a la mujer
su puesto en una comunidad de discipulado
de iguales, la inculturación de la
liturgia, la reforma de
la formación
sacerdotal, el sacerdocio de los casados,
la opción preferencial por los pobres
y pequeños, la renuncia a los privilegios
obtenidos a lo largo de 2000
años,
el testimonio de cuidado de la Naturaleza
manifestado en un estilo de vida más
sencillo, el seguimiento de Jesús, que
no tenía donde reclinar la
cabeza y nos
invita en el Evangelio a confiar en el
Padre como las aves y los lirios del campo...
¡Gracias, Señor, por estos cincuenta años! Danos la fuerza para seguir el
camino que el Espíritu
marcó
a esta comunidad que peregrina por un mundo
lleno
de luces, pero también de
sombras, escuchando "los gozos y las
esperanzas, las tristezas y las
angustias de los hombres de nuestro tiempo,
sobre todo de los pobres y
de cuantos
sufren"
(Proemio de la Constitución "Gaudium et Spes").
DOCE
PALABRAS CLAVES DEL CONCILIO QUE
PUEDEN AYUDARNOS A VIVIR ESTE TIEMPO DE GRACIA
1.
"AGGIORNAMENTO". La Palabra expresa
el esfuerzo de toda la Iglesia para mirar
positivamente al mundo buscando estar al día en la
lectura de los "signos
de los tiempos"
que se presentan en la realidad.
2.
COLEGIALIDAD. Es la
revalorización del "colegio"
de los obispos presidido por el obispo
de Roma, el Papa.
Los obispos no son subalternos del Papa sino que son
responsables
pastorales de su Iglesia local.
La colegialidad se expresa por medio de
algunos
organismos a nivel mundial,
como el Sínodo de los obispos,
y a nivel nacional,
como las Conferencias Episcopales.
3.
DIÁLOGO. El
Concilio ha promovido un diálogo
hacia todas las direcciones siguiendo la
propuesta
de la Encíclica programática de Pablo VI,
Ecclesiam suam,
del 6 de agosto de 1964.
De aquí en más el diálogo será herramienta
fundamental
del anuncio y de la misión de la Iglesia.
4.
COMUNIÓN. El proyecto
de Dios es un
proyecto de comunión. La Iglesia Católica se
define como una
comunión de Iglesias locales.
A nivel más profundo, la Iglesia es comunión
con
Dios y entre los hombres. La pluralidad y
la diversidad son entendidas como
elemento positivo.
5.
LIBERTAD RELIGIOSA. Una de las más
grandes innovaciones del Vaticano II con
respecto
a la historia del catolicismo es la afirmación de
la libertad
religiosa, que va asociada a la libertad
de conciencia. El papa Gregorio XVI la
consideraba en el siglo XIX como un "delirio".
Por primera vez, la
expresión "libertad religiosa"
figura en un texto oficial católico y
el subtítulo
del documento precisa:
"El derecho de la persona y de la
comunidad
a la libertad social y civil en materia religiosa".
6.
LITURGIA. Un deseo
de los 2.500 obispos
presentes en el Concilio era llegar pronto a una
reforma
litúrgica cercana al pueblo que permitiera
su participación. Redescubriendo las
antiguas
tradiciones litúrgicas, el pueblo vuelve a ser
protagonista de las
celebraciones y de la vida eclesial.
7.
ECUMENISMO. No sin
encontrar algunas
dificultades, la palabra ecumenismo adquiere
legitimidad
plena en la Iglesia Católica.
La Iglesia de Cristo no se reduce a la Iglesia
Católica romana. Las diferentes Iglesias que
están en comunión imperfecta pero
real con la
Iglesia Católica, forman parte de la única Iglesia
de Cristo. La
finalidad del camino ecuménico
no es la incorporación de los demás sino la
búsqueda de un diálogo serio y exigente para
favorecer el encuentro.
8. PALABRA
DE DIOS. El
Vaticano II ha
restaurado el lugar de la Palabra de Dios
como fundamento de
toda la vida cristiana.
El Magisterio no está por encima de la Palabra
de Dios,
sino a su servicio. Todo el Pueblo
de Dios puede y debe acercarse a la Biblia
para que ésta ilumine su vida.
9. PUEBLO
DE DIOS. Esta
definición de la
Iglesia valoriza la condición cristiana de todos
los
integrantes de la Iglesia, laicos y ministros.
Propone también una nueva
inserción en la
historia y en el mundo, y una nueva
configuración de relaciones
en el interior
de la Iglesia.
10.
PRESENCIA. La
Iglesia se percibe
como "cuerpo de Cristo", presencia frente
a Dios y
frente a los hombres. En el mundo
esta presencia es una presencia de servicio.
La Iglesia centrada en el Evangelio se abre
al mundo.
11. SANTIDAD. Para todos,
especialmente entre los laicos.
12. MARÍA MADRE DE LA IGLESIA. María no
aparece en un documento propio ni tiene un espacio
singular
pero está como tema transversal a lo largo
de todo el Concilio. Hay un título especial
que le da
Pablo VI y que figura en uno de los documentos
clave del concilio,
LG, "María, Madre de la Iglesia".
En el Perú, en 1962, además de lo dispuesto por
cada
Prelado, la Asamblea Episcopal acordó dirigir al Santo
Padre en forma
colectiva pareces especiales, pidiendo
la Consagración del mundo al Espíritu
Santo,
y subrayando de esta manera la necesidad
primordial de la oración, de la
invocación
solemne al Espíritu Santo, a fin de que la
celebración del concilio
sea para toda la
Iglesias un verdadero Pentecostés,
por la abundancia de
las luces y gracias
especiales derramadas sobre la Jerarquía y
sobre todos los
fieles, y por los copiosos frutos
de fervor en la caridad, de unidad fraterna
en
Cristo, de paz permanente entre los hombres
y los pueblos. En su Declaración
pastoral
del episcopado peruano[2] manifiesta las
enseñanzas del concilio: El
Concilio Vaticano
II ha surgido en nuestra generación como
un faro portento que
ha de iluminar toda
la vida del cristianismo. Maravillosos
don de Dios a
su Iglesia y al mundo que
ha de dar profundos cambios de todo
orden y será el
punto de referencia
obligatoria para orientas consciencias
e impulsar a la
acción".
Sus palabras, 50 años después,
son más actuales y
urgentes que nunca.
Concilio ecuménico Vaticano II
A 50 años del Vaticano II: verdaderas luces y urgentes desafíosPreparando el cincuenta aniversario del acontecimiento
conciliar
(2012/2015), presentamos este artículo,
Celebrando como en toda familia…
Cuando las familias se reúnen en torno a la celebración de las “Bodas de Oro” o 50 años de matrimonio de los padres, todo es gozo y alegría.Aunque es bueno reconocer que no todo fue tan glorioso como se pretende mostrar en ese momento, prima más el deseo de afirmación de la vida, de la posibilidad de haber compartido tantos años, de los logros alcanzados, del legado dejado a las generaciones actuales. Pues bien, en la familia cristiana, estamos a puertas de la celebración de los 50 años del Concilio Vaticano II y a manera de analogía con el ejemplo anterior, podemos afirmar que hay deseos de celebrar y de recordar ese momento de luz y gracia que se experimentó en la Iglesia universal. No se puede negar que desde entonces la Iglesia no es la misma. Como lo expresaba el teólogo colombiano Ignacio Madera en un artículo publicado a propósito de los 40 años del Concilio Vaticano II: “El asunto importante para mí, en esta hora del continente, no está en hacer consideraciones acerca de sus logros mayores o menores (…) sino en verificar lo que se ha inaugurado como búsqueda de respuesta al tiempo presente. Por ello he dado el título a esta reflexión ‘una mirada irreversible’ (…) las anclas han sido elevadas; no importa si en el mar todavía existen corrientes resistentes o remolinos peligros. Ella sigue en marcha” (I. Madera, “Una mirada irreversible”: Theologica Xaveriana 148 [2003] 461). En efecto, la Iglesia no es la misma y no puede seguir siéndolo porque los “signos de los tiempos” tan valorados por el Vaticano II (Gaudium et spes, 4) siguen interpelando la vida cristiana con la misma o mayor fuerza que antes y exigen una respuesta más rápida y efectiva.
Motivos para celebrar
ese acontecimiento eclesial? Una mirada global nos permite “hacer memoria” –tan importante para no perder la identidad ni el camino que tenemos por delante– de muchos hechos positivos que trajo la celebración del Concilio. Comenzamos señalando una realidad fundamental: el Vaticano II nos situó en un “nuevo paradigma eclesial y teológico”. Y como todo nuevo paradigma trajo la necesidad de moverse, cambiar, situarse de otra manera. Trajo también el miedo, la incapacidad de dejar lo conocido para probar lo distinto y, sin duda, la perplejidad, el asombro, los excesos, la incontrolable pasión de lanzarse a lo nuevo sin medir los riesgos ni asumir las consecuencias. Pero el cambio se dio y las personas que vivieron ese acontecimiento son testigos de que “en su tiempo” la Iglesia tenía otra manera de ser y presentarse ante el mundo. El Vaticano II hizo cambiar la mirada eclesial. De una Iglesia preocupada por definirse a sí misma y afirmar su ser y esencia, se pasó a una Iglesia capaz de mirar al mundo y preguntarse por sus desafíos. Una Iglesia capaz de valorar la actividad humana (Gaudium et spes, Iª Parte, cap. 3), respetar su autonomía y valorar sus logros. Una Iglesia capaz de dar nombre a las realidades del mundo y comprender que sólo desde ellas podría realizar su tarea evangelizadora. La economía, la política, la educación, lo social, los problemas humanos, entre otras realidades, comenzaron a ser objeto de reflexión mediante diferentes mediaciones sin las cuales el Reino de Dios no podría visibilizarse y concretarse. La centralidad de la historia y el considerarla como lugar de revelación divina “en hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí” (Dei Verbum, 2) cambió el horizonte epistemológico de la teología y la pastoral. No se podía seguir apelando solamente a la autoridad como garante de la verdad. Fue necesario aceptar con decisión y coraje una visión encarnada de la revelación necesitada de mediaciones para hablar con sentido de las realidades divinas. Por eso una teología histórica y una pastoral que parte del “ver” la realidad fueron consecuencias lógicas de tal cambio epistemológico. La consideración de la Iglesia como “misterio” (Lumen gentium, cap. 1) y todo el Pueblo de Dios como primer depositario (Lumen gentium, cap. 2) de este misterio, permitió soñar con un modelo de Iglesia-comunión con diferentes ministerios y carismas, ejercidos todos ellos para edificación de la comunidad. Desde allí se generaron muchos cambios y renovaciones en la vida eclesial. La toma de conciencia del protagonismo y misión evangelizadora del laicado no se hizo esperar. No faltaron verdaderas tareas eclesiales ejercidas con propiedad y responsabilidad por los laicos/as. Se sintió la necesidad de formación, y la teología dejó de ser exclusiva del ministerio ordenado. La dinamización de comunidades eclesiales y una participación activa en la liturgia fueron señales claras de una Iglesia más parecida a la de los orígenes, con más vigor y fuerza que la que se había tenido en los años precedentes. La vida religiosa sufrió una rápida transformación. Hubo un deseo sincero de “volver a los orígenes” y se intentó recuperar la frescura, sencillez y compromiso con los más pobres, a ejemplo de la Iglesia de Jesús formada por los excluidos de la sociedad, perseguida y peligrosamente cuestionadora del judaísmo de esa época. Aunque esa renovación supuso divisiones internas y radicalización de posturas, no se puede negar que imprimió profecía y testimonio, y las muchas deserciones que se dieron no pudieron opacar ese momento particularmente renovador e inspirador. El compromiso con la realidad humana no supuso una mirada en una sola dirección. Por el contrario, la justa autonomía de las realidades terrestres abrió el camino para una fecundación recíproca que continúa siendo un desafío hasta hoy. No podía ser de otra manera al proclamar la autonomía de la conciencia rectamente formada, el respecto por sus libres decisiones y la urgente necesidad de proclamar los derechos humanos de manera que se garantizara la dignidad de toda persona (Gaudium et spes, 41). Menos aún, ya que ellas también contribuyen a la construcción de los valores sublimes “de la verdad, bondad, belleza y juicios de valor universal” (Gaudium et spes, 57). En ese sentido se legitimó la autonomía de la cultura, de las ciencias y de sus propios métodos (Gaudium et spes, 59). Y en el campo intraeclesial, el Concilio reconoció la autonomía de los métodos teológicos, la necesidad de enriquecer la teología con el aporte de las ciencias humanas y sociales, la justa libertad de investigación, la libertad de pensar y de expresar los logros de los desarrollos teológicos. Más aún invitó a los laicos/as a tener una formación adecuada para que contribuyeran con sus respuestas a los desafíos del momento presente (Gaudium et spes, 62). En lo que respecta al compromiso político, el Vaticano II afirmó la legítima diversidad y pluralidad de opciones políticas y promovió su aceptación y tolerancia, buscando que se garantizara el bien común (Gaudium et spes,75) (ver A. Parra, “Gaudium et Spes" y el Concilio de la modernidad. Memoria y prospección “: Theologica Xaveriana 148, [2003] 480-481). Es particularmente importante la referencia a la liturgia porque, “como cara pública de la Iglesia”, fue la que más consiguió y expresó los cambios propiciados por el Vaticano II (T. Albarracín, “Perspectivas de la reforma litúrgica”: Theologica Xaveriana 148, [2003] 514). No sin dificultades pero sí con bastantes logros que hoy todavía se pueden constatar y celebrar. De hecho en el primer número de la Constitución Sacrosanctum Concilium se expresan los propósitos del Concilio afirmando que en el deseo de “acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia, (la Iglesia) juzga que le corresponde de un modo particular proveer a la reforma y al fomento de la liturgia”. Y en efecto así fue.Se marcó la centralidad cristológica de la liturgia (5), la importancia de la formación y la participación activa de los sacerdotes y fieles en ella (14-19), la adaptación de la liturgia a la mentalidad y tradiciones de los pueblos (37-40), la importancia del signo y la necesidad de simplificarlo para que fuera entendible con facilidad (7, 50) y permitiera que el pueblo de Dios realmente participara de la vida eclesial mediante su vivencia y expresión en la liturgia. (Símbolo de la resistencia a estos cambios es la Fraternidad Sacerdotal Pío X, fundada por Monseñor Lefebvre, quien no aceptó los cambios propuestos por el Vaticano II, incluido lo referido a la liturgia. El 21 de enero de 2009 Benedicto XVI levantó la excomunión contra los tres obispos de esa Fraternidad ordenados por Lefebvre y permitió la celebración de la misa en latín cuando los fieles laicos así lo soliciten). Pero fue la centralidad de los pobres señalada en el Vaticano II (Lumen gentium, 8, 38, 41; Ad gentes, 5, 12; Presbiterorum ordinis, 6; Gaudium et spes, 1, 63, 66, 69, 88, 90; Perfectae caritatis, 13) la que impulsó de manera decisiva el caminar de la Iglesia latinoamericana y caribeña manifestado en las Conferencias Episcopales celebradas en el Continente, especialmente Medellín y Puebla, conferencias proféticas y comprometidas con la realidad socioeconómica que mantiene a las mayorías en situación de pobreza y marginación, hoy vivida con más dramatismo como exclusión de las condiciones mínimas, necesarias para vivir. Es de anotar que este impulso fue respaldado en la última Conferencia, la de Aparecida celebrada en 2007, donde se afirmó que “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica” (392). Muchos otros aspectos positivos podríamos enumerar aquí para celebrar el paso del Espíritu por la vida de la Iglesia, porque el Vaticano II fue un nuevo Pentecostés – así algunos pretendan ignorarlo o rebajar su importancia–, Pentecostés que generó ilusiones y esperanzas, realizaciones y avances pero que también encontró resistencias y críticas, y no faltaron los que afirmaron y tal vez todavía hoy afirman que ese acontecimiento no fue presencia del Espíritu, sino como quienes en el primer Pentecostés al oírlos hablar en sus propias lenguas: “algunos se maravillaban pero otros burlándose decían: están borrachos” (Hch 2,8-13). Urgentes desafíos La constante tentación en la vida personal y eclesial es pretender llegar a las realizaciones definitivas. Todo avance parece que nos permite “tocar el cielo con las manos” y surge la misma tentación de los apóstoles en la experiencia de la transfiguración del Señor: “¡Qué bueno que estemos aquí! Hagamos tres tiendas” (Lc 9,33). Pero la vida continúa y el dinamismo humano no se detiene. Menos, cuando han pasado 50 años y nos encontramos en un “cambio de época” como señaló la Conferencia de Aparecida (44). Por eso conviene preguntarse cómo celebrar de la mejor manera estos 50 años del Vaticano II. Y la respuesta más adecuada ha de ser: continuar caminando hacia adelante. Eso quiere decir: continuar abiertos a la presencia del “espíritu” –ese mismo que haacompañado el caminar eclesial a lo largo de la historia y se ha manifestado claramente en momentos privilegiados como el Vaticano II– para responder hoy a los desafíos presentes. Porque la historia no se detuvo con los cambios vividos en estos 50 años. Los desafíos continúan, nuevos y sorprendentes, extraños e imprevisibles, pero urgentes y necesitados de respuestas adecuadas desde la experiencia de fe. En efecto, hoy son evidentes realidades que hace 50 años apenas se vislumbraban o que no éramos capaces de reconocer. La cuestión de la mujer con sus desenvolvimientos entre la reflexión feminista y el uso de la categoría de análisis “género”, el reconocimiento mucho más efectivo de la multiculturalidad y multietnicidad aportada por los pueblos indígenas y afroamericanos en la mayoría de los países, la preocupación ecológica, el resquebrajamiento de los grandes relatos, la vuelta al sujeto, el valor de lo particular y cotidiano, el diálogo interreligioso...entre otras situaciones que podríamos nombrar, son los signos de los tiempos que hoy es urgente interpretar y a los que hemos de responder para mantener vivos esos aires nuevos surgidos del Vaticano II. Ahora bien, la tarea no se vislumbra fácil. Vientos de involución se levantan por doquier. Y toman fuerza y hasta nos hacen creer que nos equivocamos. No es de extrañar que la tentación continuamente golpee nuestra puerta valorando tal vez excesivamente aquellas experiencias que tienen aceptación, despiertan seguidores, son apoyadas por la mayoría.Todo eso puede ser un peligro efectivo. Hace falta mucho valor, como tuvo Jesús en el desierto (Lc 4,1-13), para rechazar lo que bajo capa de “más éxito” sustenta una involución eclesial. En este espíritu de lo pequeño perono por eso menos audaz, de lo frágil pero no por eso menos valiente, de lo complejo pero no por eso menos eficaz, podemos señalar algunos caminos por donde la tarea eclesial podría seguir plasmando el espíritu del Vaticano II: - El camino de la conversión constante.De nada valdría hacer memoria de las luces traídas por el Vaticano II si en el hoy de nuestra historia no se reconoce la urgencia de mantener una actitud de conversión.Si el Vaticano II fue capaz de mirar el mundo para responder a los “gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias del ser humano en ese presente” (Gaudium et spes, 1), hoy sigue siendo necesario mirarlo para descubrir la actual situación. Quien mira es capaz de abrirse a la conversión. Pero mirar sin temor y sin la seguridad de quien se cree con todo resuelto. Es don del Espíritu mirar con ojos dispuestos a dejarse impactar, interpelar, convertir. Esa actitud haría mucho bien a la Iglesia hoy. - El camino de los excluidos del Continente. La situación de pobreza estructural que golpea al Continente y que se está extendiendo al llamado “primer mundo” ha de ser un camino que no puede abandonar la Iglesia actual si quiere permanecer fiel a la utopía del Reino. Tiene que liberarse definitivamente de las ataduras de la falta de profetismo frente al sistema económico imperante que provoca y mantiene en la exclusión a millares de hermanos y acompañar otros caminos que garanticen la vida de los más pobres. El reino no es un sistema económico, pero no puede ser ajeno a todo aquello que promueva la liberación integral de los pueblos. - El camino de la igualdad fundamental dentro de una diversidad funcional. En sociedades acostumbradas a la estratificación social, a la subordinación de unos frente a otros por motivos de género, raciales, económicos o culturales, la Iglesia ha de identificarse más como una Iglesia-comunión en la que la dignidad de todos sea un hecho y la diferencia se viva solamente como colaboración efectiva con el bien común: “Pero ustedes no se dejen llamar Rabí, porque uno es su Maestro y todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8). Una Iglesia sacramento de la comunión, de la diversidad de miembros en el reconocimiento de la unidad e igualdad fundamental es una respuesta eficaz a la urgencia de un mundo inclusivo “donde quepan todos y todas”. Especialmente, la participación plena de las mujeres en la comunidad eclesial exige una respuesta rápida y contundente, si no se quiere traicionar el “discipulado de iguales” vivido en los orígenes del cristianismo (ver E. Schüssler Fiorenza, En memoria de ella. Una reconstrucción teológico-feminista en los orígenes del cristianismo, Bilbao 1989). - El camino de un laicado formado, comprometido y consciente del discipulado- misionero que está llamado a vivir. En muchos ambientes se está hablando del siglo del laicado y de su responsabilidad histórica en cambiar definitivamente el rostro de la Iglesia piramidal que ha marcado la experiencia cristiana, por el rostro de una Iglesia-comunión a imagen de la Trinidad. Estamos en mora de un laicado que ejerza su mayoría de edad, que sepa llevar responsablemente la misión evangelizadora de la Iglesia y, todo esto, no por una usurpación de la misión del ministerio ordenado, sino por una responsabilidad histórica de vivir la vocación cristiana como seguimiento y la misión evangelizadora como respuesta efectiva a ese llamado. - El camino del diálogo ecuménico e interreligioso. El Vaticano II reconoció la urgencia del diálogo ecuménico porque no es posible que el seguimiento cristiano muestre un abismo tan grande entre quienes deberían ser hermanos y compañeros de camino. Más aún cuando la hegemonía católica se ve debilitada por la existencia real y mucho más fuerte de otras tradiciones, y no sólo cristianas sino de las otras religiones del mundo. Todas ellas van ganando ciudadanía y representatividad en un Continente que se reconocía católico y que hoy se erige como multireligioso. Hay grandes pasos a nivel de praxis y de colaboración en aspectos que tocan al bien común. Pero falta ese diálogo profundo en cuestiones de fe que reconozca la diversidad y riqueza de las “semillas del Verbo” presentes en las diversas confesiones religiosas. - El camino del diálogo intercultural y la valoración de las diversas tradiciones culturales. Si las constituciones de los países van reconociendo la pluriculturalidad con sus efectos civiles y legales, hoy no puede ser menos la Iglesia si quiere llegar a todos y todas. Históricamente la Iglesia se ha configurado en un solo modelo cultural que ofreció la posibilidad de vehicular el mensaje e impulsar su expansión geográfica. Pero esas luces no son las mismas en este tiempo. La riqueza cultural que se está valorando hoy y la recuperación de las propias identidades y tradiciones exige una Iglesia con rostros diversos, con liturgias que incorporen los lenguajes, con la riqueza cultural que encierran, de todos los pueblos. Esa es una deuda que aún está vigente y supone grandes esfuerzos. Pero es el camino para garantizar la vigencia de una fe que en el mandato misionero de Jesús está pensada para llegar “hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). - El camino de la llamada “postmodernidad”. Puede resultar ambiguo proponer que la Iglesia ha de caminar por los senderos de la posmodernidad cuando ésta ha relativizado los grandes relatos y ha iniciado búsquedas espirituales que poco se tocan con la experiencia eclesial vigente. Sin embargo otros aspectos tales como la recuperación del sujeto, la armonía con el cosmos, la valoración de lo cotidiano, del cuerpo, de los sentimientos, de la narrativa, de la sexualidad e inclusive la búsqueda de interioridad, espiritualidad y crecimiento interior, entre otros aspectos, son caminos que la experiencia eclesial puede y debe recorrer si quiere ser reconocida por los hombres y las mujeres de hoy. No se concibe ya una religión sin una antropología que valore a todo el ser humano y tenga en cuenta sus diferentes dimensiones, acogiéndolas positivamente sin considerarlas negativas de antemano, sino necesarias para constituir la experiencia religiosa de una manera mucho más integral e integradora. - El camino del desarrollo científico, de la interdisciplinariedad, de la colaboración entre todos los estamentos sociales. En este aspecto la Iglesia ha de dar un gran paso para ser capaz de situarse en el mundo plural y renunciar definitivamente a usurpar el poder civil del que ha gozado en tantos contextos. Es evangélico entender que se vive en un paradigma pluralista donde es indispensable buscar los mínimos éticos que permitan garantizar la vida de todos y todas en cada sociedad determinada. Eso no la priva “de formar cristianamente a sus fieles por ella misma, sin el recurso al poder civil” (X. Alegre, J. Giménez, J. I. González Faus y J. M. Rambla, “¿Qué pasa en la Iglesia?”: Cuadernos Cristianisme i Justícia 153 [2008] 21). - El camino del Evangelio de Jesús. Parecería una contradicción proponer seguir el camino de Jesús cuando todos los ítems anteriores han tenido esta misma intención. Pero a lo que nos referimos aquí es a recuperar la frescura del Evangelio, la audacia del mandato misionero, la profecía de los primeros seguidores y la capacidad de impregnar de Reino de Dios las estructuras humanas. No por la fuerza del poder y la imposición, que nada tiene que ver con el Evangelio de Jesucristo, sino a la manera de la semilla que crece sin que lo notemos (Mc 4,27) o la levadura que fermenta toda la masa (Mt 13,33). A modo de conclusión No son tiempos de pensar que el Vaticano II se ocupó más de la Iglesia que de Dios –como lo llegó a expresar el cardenal W. Kasper: Teología e Iglesia, Barcelona 1989, 414– o que la teología de la liberación se ocupó más de los pobres que de Cristo –ver C. Boff, “Teología de la liberación y vuelta al fundamento”: http:// www.sicsal.net/reflexiones/ClodovisBoffTL. html, agosto 2007, consultado 25 de octubre de 2010–. Personalmente pienso que siempre se pueden precisar afirmaciones o descubrir aspectos que en otro momento no se tuvieron en cuenta. Pero me parece mejor pensar que los logros de cada momento son enriquecidos con las visiones nuevas, y lo importante es continuar el camino. Y ésta es la exigencia de una celebración: mirar al pasado pero para tomar más impulso hacia el futuro. Y las luces del Vaticano II, por mucho que desde una visión crítica puedan tener ambigüedades o algunas estén tan lejos de haber sido puestas en marcha, pueden animarnos y comprometernos a seguir respondiendo a los desafíos presentes. Precisamente mirando al Jesús de los evangelios y conscientes del discipulado- misionero al que estamos llamados, es hora de impulsar una Iglesia verdaderamente profética, no sólo para denunciar las estructuras del mundo sino también para denunciarse a sí misma. Es la única manera de mantener la vitalidad, vigencia y pertinencia de una Iglesia que no existe para sí misma sino para hacer presente el Reino de Dios en la realidad histórica. La comunidad eclesial que surge de la experiencia del Dios de Jesús exige “echar el vino nuevo en odres nuevos” (Lc 5,38). Esto no significa una ruptura. Me refiero a ser capaces de situarnos en este cambio de época y atrevernos a transitar caminos que nunca antes habíamos recorrido. Cultivar la “experiencia de fe” y estrenar todos los lenguajes posibles: la significación lingüística a la que de ninguna manera hemos de renunciar, pero también la palabra simbólica, corporal, artística, relacional, ecológica, erótica, entre otras, para seguir empujando la vivencia de una comunidad eclesia inclusiva, profética, evangélica, solidaria, evangelizada y evangelizadora. No sabemos si necesitamos un Vaticano III. Con seguridad que sí. Pero sobretodo constatamos que urge una Iglesia fiel y audaz. Fiel a la experiencia más genuina del Evangelio y audaz para responder a los desafíos presentes. |
*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
domingo, 29 de julio de 2012
Tiempo de agradecer, tiempo de volver al espíritu del Concilio Vat II
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