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Kinga (Cunegunda), Santa |
Virgen
Martirologio Romano: En Stary Sacz, de Tarnow, en Polonia, santa
Kinga o Cunegunda, hija del rey de Hungría y casada
con el príncipe Boleslao, la cual, de acuerdo con su
esposo, conservó su virginidad y, muerto éste, profesó la vida
religiosa bajo la Regla de Santa Clara, en el monasterio
fundado por ella misma (1293).Virgen
y religiosa de la Segunda Orden (1224‑1292). Aprobó su culto
Alejandro VIII el 11 de junio de 1690. Canonizada por
Juan Pablo II en 1999.
Cunegunda (Kinga) nació en 1224 hija
de Bela IV rey de Hungría y de Teodora Laskarysa,
y fue hermana de las Beatas Yolanda y Margarita. En
1238 fue dada como esposa al príncipe de Cracovia, Boleslao
el Púdico, a quien indujo a hacer voto de castidad
junto con ella. En la corte Cunegunda llevó una vida
mortificada dedicando el tiempo libre de las oraciones y ocupaciones
domésticas a la asistencia a los enfermos y a los
pobres. Con el marido promovió la canonización de San Estanislao,
Obispo de Cracovia, asesinado en 1079, lo cual obtuvo en
1253.
La muerte del rey Boleslao en 1279 rompió el único
lazo que la unía al mundo y, rechazadas todas las
propuestas de dirigir los destinos del Estado, ingresó en el
monasterio de las Clarisas en Stary Sacz, fundado por ella
con los bienes de su dote. Allí sus virtudes brillaron
en todo su esplendor. Cediendo a los insistentes ruegos de
las hermanas, asumió, aunque contra su deseo, las funciones de
abadesa y, sin embargo, se comportaba como si fuera inferior
a todas, dando ejemplo de profunda humildad. El descubrimiento del
agua dentro del monasterio, que de otra manera debían traer
de lejos, se atribuyó a sus oraciones. A ella se
debe también el prodigioso descubrimiento de sal gema en Bochnia.
Su permanencia en el monasterio duró trece años. Dulce y
afable con las cohermanas, obedecía como si fuera la última
de ellas, escogía para sí los trabajos más humildes, como
lavar la vajilla, asear la casa y asistir a los
enfermos. Cuando entró en el monasterio había dicho a las
religiosas: “Vengo a ustedes para ser sierva suya: olviden lo
que he sido en el pasado; y ténganme como una
humilde religiosa más”. La oración y una rigurosa penitencia eran
su continua aspiración. La meditación de la Pasión del Salvador
la hacía derramar abundantes lágrimas y las llagas de Jesús
eran objeto de su especial devoción.
Como abadesa, Cunegunda dirigió la
comunidad con prudencia y caridad verdaderamente maternales, impulsando a las
cohermanas a la perfección más con el ejemplo que con
las palabras.
Cuando en 1287 Polonia fue invadida por los tártaros,
Cunegunda y sus 70 cohermanas debieron abandonar el monasterio y
refugiarse en el castillo de Pyiemin. Los tártaros llegaron también
al nuevo refugio. Las hermanas, espantadas se arrojaron a los
pies de su Madre y se repitió el milagro de
Santa Clara de Asís. También aquí los agresores fueron detenidos
por una fuerza invisible. Y así, un tiempo más tarde
pudieron las hermanas volver a su monasterio. Después de un
año de enfermedad, confortada con una aparición de San Francisco,
Cunegunda murió a los 68 años el 25 de julio
de 1292.
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