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Lucio Martínez Mancebo y 7 compañeros |
Mártires
Martirogio Romano: En Calanda, población cercana a Teruel, en España,
beatos Lucio Martínez Mancebo, presbítero de la Orden de Predicadores,
y compañeros, mártires, que, apoyándose en la fortaleza de Cristo,
dieron su vida durante la misma persecución (1936). Cuyos nombres
son: Antonio López Couceiro, Felicísimo Díez González, Saturio Rey Robles, Tirso Manrique Melero, presbíteros; Gumersindo
Soto Barros y Lamberto de Navascués y de Juan,
religiosos, de la Orden de Predicadores; y Manuel Albert
Ginés, presbítero diocesano.
Lucio Martínez Mancebo
Fraile sencillo pero de personalidad recia
y temperamento vigoroso, que demostró al hacer frente a los
estudios eclesiásticos, que le costaron mucho. Su tenacidad y espíritu
religioso le permitieron alcanzar el grado de Lector. Ejerció como
profesor, y en 1936 era Maestro de Novicios y Subprior
en el Convento de Calanda (Teruel).
Alejado el Convento de grandes
ciudades, era peligroso en caso de conflicto. Al llegar la
persecución, el P. Lucio se preocupó de que los jóvenes
saliesen del Convento y buscasen acogida fuera de Calanda, mirando
a Zaragoza. Al despedirlos con su bendición les aconsejó que
de llegar el caso de dar la vida por la
fe, lo asumiesen con valentía.
Él con algunos religiosos quedaron en
el Convento que al ser asaltado, tuvieron que refugiarse en
casas particulares. Al amenazar de muerte a los que tenían
frailes en la casa, salieron a la calle donde fueron
apresados, y dos días después fusilados. Subidos al camión que
los llevaba al lugar del martirio, inició con voz poderosa
el rezo del Rosario hasta el lugar del suplicio, en
el que manifestaron su perdón a todos, consumando el sacrificio
de su vida al grito de ¡Viva Cristo Rey!
Antonio
López Couceiro
Perseveró fiel en los caminos de justicia (Eco 9,11)
Varón
de hondo espíritu religioso y elevado sentido de austeridad, sus
penitencias eran proverbiales y notorias, físicas y morales. De plena
obediencia ejerció ministerios varios y diversos destinos. Carácter duro que
compensaba y dominaba con seria humildad y reconocimiento de sus
limitaciones. Alguien dijo de él que para la cima de
la santidad sólo le faltaba el martirio. El Señor se
lo concedió en julio de 1936, a sus 66 años
de edad.
Dispuesto y bien
preparado para el martirio, sirvió de ejemplo y estímulo para
los demás en las horas trágicas que precedieron al sacrificio
de su vida. Recordóles la conveniencia de la confesión sacramental
en aquellos momentos, y la absoluta necesidad de perdonar evangélicamente.
Por querer ayudar al religioso mayor del grupo, que se
desplazaba con dificultad, ambos fueron apresados y fusilados con todo
el grupo de dominicos que había quedado en el pueblo.
Malherido,
caído en tierra, juntó las manos, miró al Cielo, y
le oyeron musitar: «¡Señor, perdónalos, porque no saben lo que
hacen!». Fueron sus últimas palabras.
Tirso Manrique Melero
En todas sus
empresas dio gracias a Dios (Eco 47,9)
Humanamente se le podía
considerar buen pedagogo, pastoralmente fue un predicador apóstol de la
doctrina social de la Iglesia. Excelente compañero en la vida
comunitaria, dotado de gracia especial para la convivencia. Espiritualmente era
de profunda piedad y vigoroso sentido ascético.
Se le veía a
veces un tanto abatido ante el futuro que intuía conflictivo.
Era un fondo de humildad y conciencia de pequeñez que
le hacía sentirse poca cosa en momentos difíciles. No le
importaba morir, pero le preocupaba el no estar a la
altura de las circunstancias.
Sin embargo hizo frente a momentos duros.
Fue rechazado en varias casas, ya que la presencia de
un fraile resultaba peligrosa. Saboreó la amargura de quienes se
lo habían ofrecido todo y a la hora de la
verdad, se lo negaron todo. No le quedó más refugio
que sentarse en un banco de la plaza de Calanda
y esperar. Poco después era apresado y conducido donde estaban
los demás. Aquella misma noche fueron fusilados.
Felicísimo Díez González
De bendita memoria (Eco 45,1)
Estaba en sus primeros años de
vida sacerdotal, que ejercía como profesor de los aspirantes al
hábito en la Orden. Formaba parte de la Comunidad de
Calanda. De carácter severo, lo era con todos pero más
consigo mismo. Aunque resultase un tanto duro, supo moldearlo hasta
el punto de forjar un comportamiento jovial y muy agradable.
Parece ser que era de los que veían con mayor
claridad la conflictiva situación social. Entre bromas y veras se
despedía a veces aludiendo a la eternidad.
Al llegar la persecución
fue de los primeros en ser detenido, junto con otros
dos miembros de la Comunidad. Fueron llevado a Alcañiz donde
los milicianos quisieron matarles ya. De momento los liberó la
energía del comandante militar que exigió fuesen devueltos y juzgados
en Calanda, de donde procedían. Fueron los tres primeros frailes
que entraron en la cárcel. Después les fueron agregados los
demás, a medida que los apresaban, hasta completar el número
de siete dominicos que habían quedado en el pueblo. Recibieron
la palma del martirio comunitariamente, como habían vivido durante años.
Era el 29 de julio y tenía 29 años. Gumersindo Soto Barrios
Con todo su corazón amó a su Hacedor
(Eco 47,10)
Piadoso Hermano de Obediencia, ejemplo de religiosidad sencilla y
profunda. Gran trabajador, con dotes de organizador y muy dado
a las Matemáticas, lo que le valió el haber sido
profesor de los aspirantes al ingreso en la Orden. Hizo
honor a su nombre, no sólo siendo obediente hasta la
muerte, sino obedeciendo lo mejor que podía.
Al llegar la persecución
contaba 67 años de edad y 37 de vida religiosa,
pero por sus achaques no estaba en condiciones de largas
caminatas. Al ver que su presencia en casas particulares comprometía
y él no podían andar, optó por dejarse en manos
de la Providencia y quedó sentado en un banco de
la plaza del pueblo. Apresado fue conducido a Alcañiz, pero
devuelto a Calanda para ser juzgado. En la cárcel encontró
los otros miembros de la Comunidad y todos se prepararon
para la hora final. Juntos recibieron la palma del martirio
el 29 de julio del mismo 1936.
Saturio Rey Robles
Por
gracia de Dios soy lo que soy (2 Co 15,10)
Amigo
inseparable del P. Felicísimo, y de su misma edad, lo
fueron hasta el martirio. Temperamento nervioso tuvo que hacer grandes
esfuerzos para aclimatarse a la vida religiosa. Con todo, dio
muestras de sólida vocación religiosa, en especial en la caridad
para con enfermos.
La noche en que se consumó el sacrificio,
los nervios le motivaron una crisis, que unas palabras del
P. Antonio L. Couceiro calmaron inmediatamente. Así continuó a la
altura de los demás. El ejemplo, fortaleza y oportunas palabras
del P. Antonio fueron el aliento definitivo que necesitaba el
P. Saturio. En cambio, el P. Couceiro, traspasado de Cristo,
pudo decir: «Él nos alienta en nuestras luchas hasta el
punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier
lucha compartiendo con ellos el mismo ánimo que recibimos de
Dios» (2 Co 1,4). El P. Saturio fue el gran
beneficiario en este caso.
Lamberto de Nasvascués y de Juan
Donde
hay humildad, allí hay sabiduría (Prov 11 ,2)
De familia noble,
educación exquisita, formación humana completa y gran poder de captación.
A punto de terminar la carrera de Derecho, renunció a
todo y solicitó ser religioso en calidad Hermano Cooperador. Tuvo
que luchar mucho pues la mayoría consideraron un desacierto su
decisión. Veían en él un prometedor candidato para el sacerdocio.
Pero Lamberto se mantuvo fiel a su carisma personal.
A mediados
del 1936 era novicio-cooperador en el Convento dominicano de Calanda
(Teruel). Al llegar la persecución la Comunidad tuvo que desperdigarse,
pero fray Lamberto quiso quedarse con los religiosos mayores en
el Convento y sufrir la suerte de los mayores. Con
ellos fue detenido el 28 de julio y conducido a
la cárcel.
Sometido con los demás a un simulacro de juicio,
se les decretó condena de muerte. Después de muchos malos
tratos de palabra y de obra, fueron cargados en un
camión y conducidos al lugar del martirio. Rezando el Rosario
en voz alta y perdonando de corazón a sus verdugos,
fueron fusilados a unos seis kilómetros del pueblo, mientras ellos
proclamaban «¡Viva Cristo Rey!». Era media noche del 29 de
julio.
Fray Lamberto tenía 25 años de edad y Llevaba dos
meses y algunas semanas de novicio en la Orden.
Manuel
Albert Ginés
Al que me sirva, mi Padre le honrará (Jn
12,26)
Iba a cumplir 70 años y llevaba 45 de plena
dedicación sacerdotal en Calanda, primero como capellán del santuario local
del Pilar y después también como coadjutor de aquella Parroquia.
Era tenido en gran consideración y estima por su ejemplaridad
y obras de caridad con atención a los enfermos. Al
llegar la persecución, se mantuvo sereno en su casa, que
fue la primera que asaltaron los revolucionarios, por lo que
mostró un gran contento dando gracias a Dios por haberle
permitido participar de sus persecuciones. Detenido hicieron un simulacro de
juicio y fue condenado por ser sacerdote. Pidió le uniesen
al grupo de dominicos encarcelados y se lo concedieron. Dos
días estuvieron en la cárcel.
Juntos se prepararon para el martirio
que veían seguro. Se reconciliaron mutuamente, rezaron el Rosario con
frecuencia y se animaban unos a otros, distinguiéndose Mosén Albert
y el P. Couceiro insistiendo en la necesidad de perdonar.
La noche del 29 de julio entre insultos, burlas y
blasfemias los subieron a un camión que los llevaría al
suplicio. Con palabras de perdón y vivas a Cristo Rey,
ráfagas de ametralladora segaron sus vidas.
En este vínculo puedes ver
más sobre los 233 mártires en España beatificados
por S.S. Juan Pablo II el 11 de marzo de
2001.
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