|
Lupo de Troyes, Santo |
Obispo
Martirologio Romano: En Troyes, ciudad de la Galia Lugdunense, san
Lupo, obispo, que con san Germán de Auxerre fue a
Bretaña para luchar contra la herejía de los pelagianos, defendió
después con la oración a su ciudad del furor de
Atila y, habiendo ejercido de modo admirable el sacerdocio durante
cincuenta años, descansó en paz (c. 478).San Lupo nació en Toul (Francia) hacia el año
383. Después de seis años de matrimonio con la hermana
de San Hilario de Arles, ambos esposos se separaron de
común acuerdo para consagrarse al servicio de Dios. Lupo vendió
sus posesiones y repartió el producto entre los pobres. Después
se retiró a la famosa abadía de Lérins, gobernada entonces
por San Honorato. Pero algo más tarde, hacia el año
426, fue elegido obispo de Troyes. En su cargo se
mostró tan humilde y mortificado como antes y siguió practicando
la pobreza como si se hallase en el monasterio. Sus
vestidos eran sencillísimos, dormía en un lecho de tablas, pasaba
largas horas en oración y ayunaba con mucha frecuencia. Así
vivió cincuenta años, cumpliendo celosamente sus deberes pastorales.
El año 429,
cuando San Germán de Auxerre pasó por Troyes de camino
a Inglaterra, a donde iba a combatir la herejía pelagiana,
San Lupo fue elegido para acompañarle. Los dos obispos aceptaron
esa misión con tanto mayor entusiasmo cuanto que prometía ser
difícil y laboriosa. Con sus oraciones, predicación y milagros lograron
extirpar la herejía, cuando menos por algún tiempo. A su
vuelta a Francia, San Lupo se entregó con renovado vigor
a la reforma de su grey. La prudencia y piedad
que desplegó fueron tan grandes que San Sidonio Apolinar le
llama "padre de padres, obispo de obispos, cabeza de los
prelados de las Galias, norma de conducta, columna de verdad,
amigo de Dios e intercesor de los hombres ante El."
San Lupo no vacilaba en arrostrar lo peor por salvar
la oveja perdida, y su apostolado tenía un éxito que
rayaba frecuentemente en lo milagroso. Entre otros ejemplos, se cuenta
que un hombre de su diócesis había abandonado a su
esposa y se había ido a vivir a Clermont. San
Lupo escribió a San Sidonio, el obispo de esa ciudad,
una carta muy firme, pero al mismo tiempo de un
tono tan suave y comedido que, cuando el desertor la
leyó, se arrepintió y regresó a su casa. A ese
propósito comenta San Sidonio: "¿Qué milagro mayor puede darse que
una reprimenda que mueve al pecador al arrepentimiento y le
hace amar a quien le reprende?"
Por aquella época, Atila, a
la cabeza de un innumerable ejército de hunos, invadió la
Galia. La invasión fue tan bárbara, que las gentes consideraban
a Atila como "el azote de Dios" que venía a
castigar los pecados del pueblo. Reims, Cambrai, Besangon, Auxerre y
Langres habían sufrido ya la cólera del invasor. La amenaza
se cernía, pues, sobre Troyes. El obispo, después de haber
encomendado fervorosamente su grey a Dios, salió al encuentro de
Atila y consiguió que no entrase a la provincia, pero
en cambio, el rey de los hunos se llevó consigo
a San Lupo como rehén. Después de la derrota de
los bárbaros en la llanura de Chálons, se acusó a
San Lupo de haber ayudado a Atila a escapar y
el santo tuvo que salir de su diócesis y abandonarla
durante dos años, víctima de lo que podríamos llamar "histeria
anticolaboracionista." En el exilio vivió como ermitaño en un bosque,
con gran austeridad, entregado a la contemplación. Cuando la malicia
de sus enemigos cedió finalmente ante la caridad y paciencia
del obispo, volvió éste a su diócesis y la gobernó
con el mismo entusiasmo de siempre, hasta su muerte, ocurrida
el año 478.
Dado que acompañó a San Germán a Inglaterra,
antiguamente se veneraba a San Lupo en ese país. Se
ha puesto en duda la historicidad de la resistencia que
el santo opuso a Atila y las consecuencias que se
derivaron de ello. En todo caso, lo cierto es que
los hombres de Dios se santifican por la oración y
son capaces de obrar maravillas. Por la oración obtuvo Elías
que bajase fuego del cielo, alcanzó misericordia Manases en la
prisión, vio Ezequías restablecida su salud; la oración salvó a
los ninivitas de la catástrofe, con la oración preservaron Judit
y Ester al pueblo de Dios y, finalmente, la oración
libró a Daniel de los leones y a San Pedro
de sus cadenas.
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario