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Cucufate, Santo |
Mártir
Martirologio Romano: En Barcelona, ciudad de la Hispania Tarraconense, san
Cucufate, mártir, que, herido con espada durante la persecución desencadenada
por el emperador Diocleciano, subió victorioso al cielo (s. IV). San Cucufate era
de origen africano, y nació de padres nobles y cristianos
en la población de Scila. Enviado, con su hermano Félix,
a Cesarea de la Mauritania para aprender las letras humanas,
hizo allí grandes progresos, no sólo en el estudio, sino
más aún en el espíritu. Mas, como ambos se sintieran
animados de un intenso deseo del martirio, teniendo noticias de
que había estallado una sangrienta persecución contra los cristianos, partieron
para España y desembarcaron en Barcelona.
Al
entender, pues, que el prefecto Daciano, atravesando las Galias, se
dirigía a España, mientras Félix se dirigió a Gerona, Cucufate
decidió esperarlo en Barcelona, mientras se preparaba con especiales oraciones
para el martirio. Al mismo tiempo se dedicó al oficio
de mercader, procurando ejercitar la caridad con los hermanos cristianos.
Llegado, pues, Daciano a Barcelona, como entretanto se había dado
a conocer Cucufate por su eximia caridad con los pobres
y necesitados y por sus obras de celo, fue bien
pronto delatado.
Preso, pues, por orden del juez,
fue encerrado en un calabozo, donde se trató primero por
todos los medios posibles de inducirle a que sacrificara a
los ídolos. Más, como persistiera con la mayor firmeza en
la confesión de la fe, fue entregado en manos del
prefecto Galerio para ser torturado. Este, en efecto, presa de
una fiera rabia contra los cristianos, lo entregó a doce
robustos soldados, con la orden de que por turno le
azotaran y con las uñas de hierro y con los
escorpiones lo despedazaran hasta que le quitaran la vida. Aplicáronle
al punto tan inhumano tormento, y ya estaba el cuerpo
del mártir completamente dilacerado cuando, por justo castigo de Dios,
los verdugos se sienten heridos de ceguera y el prefecto
cae herido de muerte, mientras Cucufate es milagrosamente sanado de
sus heridas.
Ante tan estupendos milagros gran multitud
del pueblo abandona la superstición pagana y abraza la fe
de Cristo; pero, entretanto, el nuevo prefecto Maximiano, sucesor de
Galerio, ordena a los verdugos asar cruelmente al mártir en
las parrillas y, para aumentar la tortura, untar el cuerpo
asado con vinagre y pimienta. El mártir, por su parte,
puesto en medio del tormento, entona salmos al Señor, y
con un nuevo milagro es sanado repentinamente, mientras los verdugos
perecen en el fuego. Ciego de rabia el prefecto, y
atribuyendo todas estas maravillas a arte diabólica, manda inmediatamente que
se encienda un gran fuego y en él se queme
el mártir; mas, puesto Cucufate en medio de la ingente
llama, sumido en oración al Señor, permanece enteramente ileso, mientras
la llama se extingue por completo.
Desconcertado y
confuso el prefecto Maximiano, ordena volver al mártir a la
cárcel, para decidir él durante la noche lo que se
deberá hacer. Mas, durante aquella noche, es recreado el mártir
con un resplandor celeste en su prisión, con el cual,
ilustrados los carceleros, penetraron en la verdadera luz interior y
creyeron en Cristo. Al tener, pues, noticia de todo esto,
ciego de ira Maximiano, manda flagelar al mártir con azotes
de hierro hasta quitarle la vida; pero, mientras se le
aplicaba tan inhumano tormento, por efecto de la oración del
mártir arde en llamas la carroza del prefecto Maximiano, y,
mientras se dirigía al templo para sacrificar a los ídolos,
muere presa de las llamas, al mismo tiempo que los
ídolos caen al suelo hechos pedazos.
Finalmente, el
nuevo prefecto Rufo, escarmentado en sus predecesores, no se atrevió
a aplicar ningún tormento al mártir, sino que, pronunciando la
sentencia contra Cucufate, ordena que lo pasen por la espada.
Así, pues, habiendo superado la crueldad del fuego, del hierro
y de todos los tormentos, herido por la espada obtuvo
la palma del martirio el 25 de julio. El martirio
tuvo lugar en las afueras de la ciudad, en el
campamento militar denominado Castrum Octavianum, que es la actual población
de San Cugat del Vallés, junto a Barcelona.
La memoria de San Cucufate se mantuvo fresca en Barcelona
y en toda la Península, según se manifiesta claramente en
las palabras de Prudencio, y en los breves elogios de
los martirologios. Desde el siglo VIII existió en el Castro
Octaviano, un monasterio dedicado a San Cucufate (o San Cugat),
de quien se suponía que se conservaban las reliquias. Sin
embargo, conforme a una tradición, la cabeza había sido llevada
a Francia. Este monasterio de San Cugat recibió su forma
definitiva en los siglos XII y XIII y se conservó
hasta la supresión general de 1835. El edificio se puede
admirar todavía en nuestros días.
Son curiosas, por
otra parte, las noticias que sabemos sobre los recuerdos de
San Cucufate en Francia. En efecto, consta que Fulrado, abad
del monasterio de San Dionisio, se procuró algunas reliquias de
San Cucufate y las depositó en un monasterio fundado por
él en Alsacia. Su nombre antiguo era La Celle-de-FuIrad; pero
se cambió entonces con el de San Cucufate. Pero el
año 835 el abad Hildnin hizo llevar estas reliquias a
San Dionisio, de París. De hecho, consta que desde el
siglo IX la devoción a San Cucufate se extendió por
los alrededores de París. En las proximidades de Rucil, en
medio del bosque, hay un pequeño lago que ostenta el
nombre de Saint Cucufat. Según algunos investigadores, hubo allí en
otros tiempos una capilla dedicada al Santo, de la que
todavía en el siglo XVIII se conservaba la memoria, acudiendo
el pueblo para ciertas peregrinaciones. Se le designaba con el
nombre transformado de Saint Quiquenfat. Otros nombres vecinos de Guinelat,
Conat y Coplian son interpretados como recuerdos de San Cugat.
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