martes, 24 de julio de 2012

Sobre los ocho vicios malvados

Evagrio Póntico, (¿345?-399).

Capítulo I

El origen del fruto es la flor y el origen de la vida activa[ii] es la templanza[iii]; quien domina el propio estómago hace disminuir las pasiones, al contrario, quien es subyugado por la comida incrementa los placeres.
Como Amalec es el origen de los pueblos, así la gula lo es de las pasiones. Como la leña es alimento del fuego así la comida es alimento del estómago. La mucha leña alienta una gran llama y la abundancia de comida nutre la concupiscencia. La llama se extingue cuando hay menos leña y la penuria en la comida apaga la concupiscencia.
Aquel que tiene dominio sobre la mandíbula desbarata a los extranjeros y disuelve fácilmente las ataduras de sus manos. De la mandíbula arrojada fuera brota una fuente de agua y la liberación de la gula genera la práctica de la contemplación.
El palo de la tienda, irrumpiendo, mató la mandíbula enemiga y la sabiduría de la templanza mata la pasión[iv].
El deseo de comida engendra desobediencia y una deleitosa degustación arroja del paraíso. Sacian la garganta las comidas fastuosas y nutren el gusano de la intemperancia que nunca duerme.
Un vientre indigente prepara para una oración vigilante, al contrario un vientre bien lleno invita a un sueño largo.
Una mente sobria se alcanza con una dieta muy magra, mientras que una vida llena de delicadezas arroja la mente al abismo.
La oración del ayunante es como el pollito que vuela más alto que un águila mientras que la del glotón está envuelta en las tinieblas. La nube esconde los rayos del sol y la digestión pesada de los alimentos ofusca la mente.
Capítulo II
Un espejo sucio no refleja claramente la forma que se le pone al frente y el intelecto, obtuso por la saciedad, no acoge el conocimiento de Dios.
Una tierra sin cultivar genera espinas y de una mente corrompida por la gula germinan pensamientos malignos.
Como el fango no puede emanar fragancia tampoco en el goloso sentimos el suave perfume de la contemplación.
El ojo del goloso escruta con curiosidad los banquetes, mientras que la mirada del temperante observa las enseñanzas de los sabios.
El alma del goloso enumera los recuerdos de los mártires, mientras que la del temperante imita su ejemplo.
El soldado bellaco retiembla al son de la trompeta que preanuncia la batalla, igualmente tiembla el goloso a los llamados de la templanza.
El monje goloso, sometido a las exigencias de su vientre, exige su tributo cotidiano. El caminante que camina con ahínco alcanzará pronto la ciudad y el monje glotón no llegará a la casa de la paz interior[v].
El húmedo vapor del sahumerio perfuma el aire, como la oración del temperante deleita el olfato divino.
Si te abandonas al deseo de la comida ya nada te bastará para satisfacer tu placer: el deseo de la comida, en efecto, es como el fuego que siempre envuelve y siempre se inflama. Una medida suficiente llena el vaso, mientras un vientre desfondado jamás dirá ¡basta!”. La extensión de las manos puso en fuga a Amalec y una vida activa elevada somete las pasiones carnales.
Capítulo III
Extermina todo lo que sea inspirado por los vicios y mortifica fuertemente tu carne. Que de cualquier manera, en efecto, sea matado el enemigo, éste no te producirá más miedo, así un cuerpo mortificado no perturbará al alma. Un cadáver no nota el dolor del fuego y menos aún el temperante siente el placer del deseo extinguido.
Si matas a un egipcio[vi], escóndelo bajo la arena, y no engordes el cuerpo por una pasión vencida: así como en la tierra engordada germina lo que está escondido, así en el cuerpo gordo revive la pasión.
La llama que languidece se reenciende si se le agrega leña seca y el placer que se va atenuando revive con la saciedad de la comida; no compadezcas el cuerpo que se lamenta por la carestía y no lo halagues con comidas suntuosas: si en efecto lo refuerzas se te volverá en contra llevándote a una guerra sin tregua, hasta que esclavice tu alma y te haga siervo de la lujuria.
El cuerpo indigente es como una caballo dócil que jamás desensillará al caballero: éste, en efecto, dominado por el freno, se somete y obedece a la mano de quien sujeta las riendas, mientras el cuerpo, domado por el hambre y las vigilias, no reacciona por un pensamiento malo que lo cabalga, ni relincha excitado por el ímpetu de las pasiones.

La Lujuria

Capítulo IV

La temperancia genera la mesura, mientras la gula es la madre del desenfreno; el aceite alimenta la luz de la lámpara y el frecuentar mujeres atiza la llamarada del placer.
La violencia del oleaje se desencadena contra el mercader mal anclado como el pensamiento de la lujuria sobre la mente intemperante. La lujuria acogerá como aliada a la saciedad, le dará licencia, se juntará a los adversarios y combatirá finalmente del lado de los enemigos.
Permanece invulnerable a las flechas enemigas aquel que ama la tranquilidad[vii], quien en cambio se mezcla con la multitud recibe golpes continuamente.
Mirar a una mujer es como un dardo venenoso, hiere el alma, nos inocula el veneno y cuanto más perdura, tanto más arraiga la infección. El que busca defenderse de estas flechas se mantiene lejos de las multitudinarias reuniones públicas y no divaga con la boca abierta en los días de fiesta; es mucho mejor quedarse en casa pasando el tiempo orando en vez de hacer la obra del enemigo creyendo que se honra las fiestas.
Evita la intimidad con las mujeres si deseas ser sabio y no les des la libertad de hablarte ni confianza. En efecto, al inicio tienen o simulan una cierta cautela, pero seguidamente osan hacerlo todo descaradamente: en el primer acercamiento tienen la mirada baja, pían dulcemente, lloran conmovidas, el trato es serio, suspiran con amargura, plantean preguntas sobre la castidad y escuchan atentamente; las ves una segunda vez y levanta un poco más la cabeza; la tercera vez se acercan sin mucho pudor; tú has sonreído y ellas se han puesto a reír desaforadamente; seguidamente se embellecen y se te muestran con ostentación, su mirada cambia anunciando el ardor, levantan las cejas y rotan los ojos, desnudan el cuello y abandonan todo el cuerpo a la languidez, pronuncian frases ablandadas por la pasión y te dirigen una voz fascinante al oído hasta que se apoderan completamente el alma.
Sucede que estas trampas te encaminan a la muerte y estas redes entretejidas te arrastran a la perdición; por tanto no te dejes ni siquiera engañar de aquellas que se sirven de discursos discretos: en éstas, en efecto, se oculta el maligno veneno de las serpientes.
Capítulo V
Acércate al fuego ardiente antes que a una mujer joven, sobre todo si tú también eres joven: en efecto, cuando te acercas a la llama y sientes una buena quemazón, te alejas rápidamente, mientras que cuando eres seducido por las charlas femeninas, difícilmente logras darte a la fuga.
La hierba crece cuando está cerca al agua, como germina la intemperancia frecuentando a las mujeres.
Aquel que repleta el vientre y hace profesión de sabiduría se parece a quien afirma que frena la fuerza del fuego con paja. Como efectivamente es imposible apagar el mutable agitarse del fuego con la paja, así es imposible colmar en la saciedad el ímpetu inflamado de la intemperancia.
Una columna se apoya en una base y la pasión de la lujuria tiene sus cimientos en la saciedad.
La nave presa de las tempestades se apresura en llegar al puerto y el alma del sabio busca la soledad: una huye de las amenazadoras olas del mar, la otra de las formas femeninas que traen dolor y ruina.
Un semblante embellecido de mujer hunde más que un oleaje marino: aún así, éste te da la posibilidad de nadar si quieres salvar la vida, mientras que la belleza femenina, tras el engaño, te persuade de despreciar incluso la vida misma.
La zarza solitaria se sustrae intacta a la llama y el sabio que sabe mantenerse alejado de las mujeres no se enciende en la intemperancia: como el recuerdo del fuego no quema la mente, así ni siquiera la pasión tiene vigor si falta la materia.
Capítulo VI
Si tienes piedad para con el enemigo éste será siempre tu enemigo, y si concedes a la pasión ésta se te revelará.
La vista de las mujeres excita al intemperante, mientras empuja al sabio a glorificar a Dios; pero si en medio de las mujeres la pasión está tranquila no le des crédito a quien te anuncia que has alcanzado la paz interior[viii].
El perro justamente menea la cola cuando se lo deja en medio de la multitud, pero cuando se aleja, muestra su maldad. Sólo cuando el recuerdo de la mujer surja en ti privado de pasión, entonces considérate cerca de los confines de la sabiduría. Cuando en cambio su imagen te empuja a verla y sus dardos cercan tu alma, entonces considérate fuera de la virtud.
Pero no debes mantenerte así en esos pensamientos ni tu mente debe familiarizarse mucho con las formas femeninas, la pasión es en efecto reincidente y tiene al peligro junto a sí.
Como sucede efectivamente que una apropiada fundición purifica la plata pero si se prolonga la destruye fácilmente, así una insistente fantasía de mujeres destruye la sabiduría adquirida: no tengas, por tanto, familiaridad prolongada con un rostro imaginado para que no se te adhieran las llamas del placer y no queme la aureola que circunda tu alma: así como la chispa, si permanece en medio de la paja, desencadena las llamas, así el recuerdo de la mujer, persistiendo, enciende el deseo.

La Avaricia[ix]
Capítulo VII
La avaricia es la raíz de todos los males y nutre como malignos arbustos a las demás pasiones y no permite que se sequen aquellas que florecen de ésta.
Quien desea hacer retroceder a las pasiones, que extirpe la raíz; si efectivamente podas para el bien las ramas pero la avaricia permanece, no te servirá de nada, porque éstas, a pesar de que se hayan reducido, rápidamente florecen.
El monje rico es como una nave demasiado cargada que es hundida por el ímpetu de una tempestad: tal como una nave que deja entrar el agua es puesta a prueba por cada ola, así el rico se ve sumergido por las preocupaciones.
El monje que no posee nada es en cambio un viajero ágil que encuentra refugio en todos lados. Es como el águila que vuela por lo alto y que baja a buscar su alimento cuando lo necesita. Está por encima de cualquier prueba, se ríe del presente y se eleva a las alturas alejándose de las cosas terrenas y juntándose a las celestes: tiene efectivamente alas ligeras, jamás apesadumbradas por las preocupaciones. Sobrepasa la opresión y deja el lugar sin dolor; la muerte llega y se va con ánimo sereno: el alma, en efecto, no ha estado amarrada por ningún tipo de atadura.
Quien en cambio mucho posee se somete a las preocupaciones y, como el perro, está amarrado a la cadena, y, si es obligado a irse, se lleva consigo, como un grave peso y una inútil aflicción, los recuerdos de sus riquezas, es vencido por la tristeza y, cuando lo piensa, sufre mucho, ha perdido las riquezas y se atormenta en el desaliento.
Y si llega la muerte abandona miserablemente sus tenencias, entrega el alma, mientras el ojo no abandona los negocios; de mala gana es arrastrado como un esclavo fugitivo, se separa del cuerpo y no se separa de sus intereses: porque la pasión lo aferra más que lo que lo arrastra.
Capítulo VIII
El mar jamás se llena del todo a pesar de recibir la gran masa de agua de los ríos, de la misma manera el deseo de riquezas del avaro jamás se sacia, él las duplica e inmediatamente desea cuadruplicarlas y no cesa jamás esta multiplicación, hasta que la muerte no pone fin a tal interminable premura.
El monje juicioso tendrá cuidado de las necesidades del cuerpo y proveerá con pan y agua el estómago indigente, no adulará a los ricos por el placer del vientre, ni someterá su mente libre a muchos amos: en efecto, las manos son siempre suficientes para satisfacer las necesidades naturales.
El monje que no posee nada es un púgil que no puede ser golpeado de lleno y un atleta veloz que alcanza rápidamente el premio de la invitación celeste.
El monje rico se regocija en las muchas rentas, mientras que el que no tiene nada se goza con los premios que le vienen de las cosas bien obtenidas.
El monje avaro trabaja duramente mientras que el que no posee nada usa el tiempo para la oración y la lectura.
El monje avaro llena de oro los agujeros, mientras que el que nada posee atesora en el cielo.
Sea maldito aquel que forja el ídolo y lo esconde, al igual que aquel que es afecto a la avaricia: el primero en efecto se postra frente a lo falso e inútil, el otro lleva en sí la imagen[x] de la riqueza, como un simulacro.
La Ira
Capítulo IX
La ira es una pasión furiosa que con frecuencia hacer perder el juicio a quienes tienen el conocimiento, embrutece el alma y degrada todo el conjunto humano.
Un viento impetuoso no quebrará una torre y la animosidad no arrastra al alma mansa.
El agua se mueve por la violencia de los vientos y el iracundo se agita por los pensamientos alocados. El monje iracundo ve a uno y rechina los dientes.
La difusión de la neblina condensa el aire y el movimiento de la ira nubla la mente del iracundo.
La nube que avanza ofusca el sol y así el pensamiento rencoroso embota la mente.
El león en la jaula sacude continuamente la puerta como el violento en su celda cuando es asaltado por el pensamiento de la ira.
Es deliciosa la vista de un mar tranquilo, pero ciertamente no es más agradable que un estado de paz: en efecto, los delfines nadan en el mar en estado de bonanza, y los pensamientos vueltos a Dios emergen en un estado de serenidad.
El monje magnánimo es una fuente tranquila, una bebida agradable ofrecida a todos, mientras la mente del iracundo se ve continuamente agitada y no dará agua al sediento y, si se la da, será turbia y nociva; los ojos del animoso están descompuestos e inyectados de sangre y anuncian un corazón en conflicto. El rostro del magnánimo muestra cordura y los ojos benignos están vueltos hacia abajo.
Capítulo X
La mansedumbre del hombre es recordada por Dios y el alma apacible se convierte en templo del Espíritu Santo.
Cristo recuesta su cabeza en los espíritus mansos y sólo la mente pacífica se convierte en morada de la Santa Trinidad.
Los zorros hacen guarida en el alma rencorosa y las fieras se agazapan en el corazón rebelde.
El hombre honesto huye de las casas de mal vivir y Dios de un corazón rencoroso.
Una piedra que cae en el agua la agita, como un discurso malvado el corazón del hombre.
Aleja de tu alma los pensamientos de la ira y no alientes la animosidad en el recinto de tu corazón y no lo turbes en el momento de la oración: efectivamente, como el humo de la paja ofusca la vista así la mente se ve turbada por el rencor durante la oración.
Los pensamientos del iracundo son descendencia de víboras y devoran el corazón que los ha engendrado. Su oración es un incienso abominable y su salmodia emite un sonido desagradable.
El regalo del rencoroso es como una ofrenda que bulle de hormigas y ciertamente no tendrá lugar en los altares asperjados de agua bendita.
El animoso tendrá sueños turbados y el iracundo se imaginará asaltos de fieras. El hombre magnánimo que no guarda rencor se ejercita con discursos espirituales y en la noche recibe la solución de los misterios.
La Tristeza
Capítulo XI
El monje afectado por la tristeza no conoce el placer espiritual: la tristeza es un abatimiento del alma y se forma de los pensamientos de la ira.
El deseo de venganza, en efecto, es propio de la ira, el fracaso de la venganza genera la tristeza; la tristeza es la boca del león y fácilmente devora a aquel que se entristece.
La tristeza es un gusano del corazón y se come a la madre que lo ha generado.
Sufre la madre cuando da a luz al hijo, pero, una vez alumbrado se ve libre del dolor; la tristeza, en cambio, mientras es generada, provoca largos dolores y sobreviviendo, después del esfuerzo, no trae sufrimientos menores.
El monje triste no conoce la alegría espiritual, como aquel que tiene una fuerte fiebre no reconoce el sabor de la miel.
El monje triste no sabrá cómo mover la mente hacia la contemplación ni brota de él una oración pura: la tristeza es un impedimento para todo bien.
Tener los pies amarrados es un impedimento para la carrera, así la tristeza es un obstáculo para la contemplación.
El prisionero de los bárbaros está atado con cadenas y la tristeza ata a aquel que es prisionero[xi] de las pasiones.
En ausencia de otras pasiones la tristeza no tiene fuerza como no la tiene una atadura si falta quien ate.
Aquel que está atado por la tristeza es vencido por las pasiones y como prueba de su derrota viene añadida la atadura.
Efectivamente la tristeza deriva de la falta de éxito del deseo carnal porque el deseo es connatural a todas las pasiones. Quien vence el deseo vencerá las pasiones y el vencedor de las pasiones no será sometido por la tristeza.
El temperante no se entristece por la falta de alimentos, ni el sabio cuando lo ataca una disolución desquiciada, ni el manso que renuncia a la venganza, ni el humilde si se ve privado del honor de los hombres, ni el generoso cuando incurre en un pérdida financiera: ellos evitaron con fuerza, en efecto, el deseo de estas cosas: como efectivamente aquel que está bien acorazado rechaza los golpes, así el hombre carente de pasiones no es herido por la tristeza.
Capítulo XII
El escudo es la seguridad del soldado y los muros lo son de la ciudad: más segura que ambos es para el monje la paz interior[xii].
De hecho, frecuentemente un flecha lanzada por un brazo fuerte traspasa el escudo y la multitud de enemigos abate los muros, mientras que la tristeza no puede prevalecer sobre la paz interior.
Aquel que domina las pasiones se enseñoreará sobre la tristeza, mientras que quien es vencido por el placer no fugará de sus ataduras.
Aquel que se entristece fácilmente y simula una ausencia de pasiones es como el enfermo que finge estar sano; como la enfermedad se revela por la rojez, la presencia de una pasión se demuestra por la tristeza.
Aquel que ama el mundo se verá muy afligido mientras que aquellos que desprecian lo que hay en él serán alegrados por siempre.
El avaro, al recibir un daño, se verá atrozmente entristecido, mientras que aquel que desprecia las riquezas estará siempre libre de la tristeza.
Quien busca la gloria, al llegar el deshonor, se verá adolorido, mientras el humilde lo acogerá como a un compañero.
El horno purifica la plata de baja ley y la tristeza frente a Dios libra el corazón del error; la continua fusión empobrece el plomo y la tristeza por las cosas del mundo disminuye el intelecto.
La niebla diminuye la fuerza de los ojos y la tristeza embrutece la mente dedicada a la contemplación; la luz del sol no llega a los abismos marinos y la visión de la luz no alumbra el corazón entristecido; dulce es para todos los hombres la salida del sol, pero incluso de esto se desagrada el alma triste; la picazón elimina el sentido del gusto como la tristeza sustrae al alma la capacidad de percibir. Pero aquel que desprecia los placeres del mundo no se verá turbado por los malos pensamientos de la tristeza.

La Acedia


Capítulo XIII


La acedia es la debilidad del alma que irrumpe cuando no se vive según la naturaleza ni se enfrenta noblemente la tentación. En efecto, la tentación es para un alma noble lo que el alimento es para un cuerpo vigoroso.
El viento del norte nutre los brotes y las tentaciones consolidan la firmeza del alma.
La nube pobre de agua es alejada por el viento como la mente que no tiene perseverancia del espíritu de la acedia.
El rocío primaveral incrementa el fruto del campo y la palabra espiritual exalta la firmeza del alma.
El flujo de la acedia arroja al monje de su morada, mientras que aquel que es perseverante está siempre tranquilo.
El acedioso aduce como pretexto la visita a los enfermos[xiii], cosa que garantiza su propio objetivo.
El monje acedioso es rápido en terminar su oficio y considera un precepto su propia satisfacción; la planta débil es doblada por una leve brisa e imaginar la salida distrae al acedioso.
Un árbol bien plantado no es sacudido por la violencia de los vientos y la acedia no doblega al alma bien apuntalada.
El monje giróvago, como seca brizna de la soledad, está poco tranquilo, y sin quererlo, es suspendido acá y allá cada cierto tiempo.
Un árbol transplantado no fructifica y el monje vagabundo no da fruto de virtud. El enfermo no se satisface con un solo alimento y el monje acedioso no lo es de una sola ocupación.
No basta una sola mujer para satisfacer al voluptuoso y no basta una sola celda para el acedioso.

Capítulo XIV

El ojo del acedioso se fija en las ventanas continuamente y su mente imagina que llegan visitas: la puerta gira y éste salta fuera, escucha una voz y se asoma por la ventana y no se aleja de allí hasta que, sentado, se entumece.
Cuando lee, el acedioso bosteza mucho, se deja llevar fácilmente por el sueño, se refriega los ojos, se estira y, quitando la mirada del libro, la fija en la pared y, vuelto de nuevo a leer un poco, repitiendo el final de la palabra se fatiga inútilmente, cuenta las páginas, calcula los párrafos, desprecia las letras y los ornamentos y finalmente, cerrando el libro, lo pone debajo de la cabeza y cae en un sueño no muy profundo, y luego, poco después, el hambre le despierta el alma con sus preocupaciones.
El monje acedioso es flojo para la oración y ciertamente jamás pronunciará las palabras de la oración; como efectivamente el enfermo jamás llega a cargar un peso excesivo así también el acedioso seguramente no se ocupará con diligencia de los deberes hacia Dios: a uno le falta, efectivamente, la fuerza física, el otro extraña el vigor del alma.
La paciencia, el hacer todo con mucha constancia y el temor de Dios curan la acedia.
Dispón para ti mismo una justa medida en cada actividad y no desistas antes de haberla concluido, y reza prudentemente y con fuerza y el espíritu de la acedia huirá de ti.

La Vanagloria[xiv]
Capítulo XV
La vanagloria es una pasión irracional que fácilmente se enreda con todas las obras virtuosas.
Un dibujo trazado en el agua se desvanece, como la fatiga de la virtud en el alma vanagloriosa.
La mano escondida en el seno se vuelve inocente y la acción que permanece oculta resplandece con una luz más resplandeciente.
La hiedra se adhiere al árbol y, cuando llega a lo más alto, seca la raíz, así la vanagloria se origina en las virtudes y no se aleja hasta que no les haya consumido su fuerza.
El racimo de uva arrojado por tierra se marchita fácilmente y la virtud , si se apoya en la vanagloria, perece.
El monje vanaglorioso es un trabajador sin salario: se esfuerza en el trabajo pero no recibe ninguna paga; el bolso agujereado no custodia lo que se guarda en él y la vanagloria destruye la recompensa de las virtudes.
La continencia del vanaglorioso es como el humo del camino, ambos se difuminarán en el aire.
El viento borra la huella del hombre como la limosna del vanaglorioso. La piedra lanzada arriba no llega al cielo y la oración de quien desea complacer a los hombres no llegará hasta Dios.
Capítulo XVI
La vanagloria es un escollo sumergido: si chocas con ella corres el riesgo de perder la carga.
El hombre prudente esconde su tesoro tanto como el monje sabio las fatigas de su virtud.
La vanagloria aconseja rezar en las plazas, mientras que el que la combate reza en su pequeña habitación.
El hombre poco prudente hace evidente su riqueza y empuja a muchos a tenderle insidias. Tu en cambio esconde tus cosas: durante el camino te cruzarás con asaltantes mientras no llegues a la ciudad de la paz y puedas usar tus bienes tranquilamente.
La virtud del vanaglorioso es un sacrificio agotado que no se ofrece en el altar de Dios.
La acedia consume el vigor del alma, mientras la vanagloria fortalece la mente del que se olvida de Dios, hace robusto al asténico y hace al viejo más fuerte que el joven, solamente mientras sean muchos los testigos que asisten a esto: entonces serán inútiles el ayuno, la vigilia o la oración, porque es la aprobación pública la que excita el celo.
No pongas en venta tus fatigas a cambio de la fama, ni renuncies a la gloria futura por ser aclamado. En efecto, la gloria humana habita en la tierra y en la tierra se extingue su fama, mientras que la gloria de las virtudes permanecen para siempre.
La Soberbia[xv]
Capítulo XVII
La soberbia es un tumor del alma lleno de pus. Si madura, explotará, emanando un horrible hedor
El resplandor del relámpago anuncia el fragor del trueno y la presencia de la vanagloria anuncia la soberbia.
El alma del soberbio alcanza grandes alturas y desde allí cae al abismo.
Se enferma de soberbia el apóstata de Dios cuando adjudica a sus propias capacidades las cosas bien logradas.
Como aquel que trepa en una telaraña se precipita, así cae aquel que se apoya en sus propias capacidades.
Una abundancia de frutos doblega las ramas del árbol y una abundancia de virtudes humilla la mente del hombre.
El fruto marchito es inútil para el labrador y la virtud del soberbia no es acepta a Dios.
El palo sostiene el ramo cargado de frutos y el temor de Dios el alma virtuosa. Como el peso de los frutos parte el ramo, así la soberbia abate al alma virtuosa.
No entregues tu alma a la soberbia y no tendrás fantasías terribles. El alma del soberbio es abandonada por Dios y se convierte en objeto de maligna alegría de los demonios. De noche se imagina manadas de bestias que lo asaltan y de día se ve alterado por pensamientos de vileza. Cuando duerme, fácilmente se sobresalta y cuando vela los asusta la sombra de un pájaro. El susurrar de las copas de los árboles aterroriza al soberbio y el sonido del agua destroza su alma. Aquel que efectivamente se ha opuesto a Dios rechazando su ayuda, se ve después asustado por vulgares fantasmas.
Capítulo XVIII
La soberbia precipitó al arcángel del cielo y como un rayo los hizo estrellarse sobre la tierra.
La humildad en cambio conduce al hombre hacia el cielo y lo prepara para formar parte del coro de los ángeles.
¿De qué te enorgulleces oh hombre, cuando por naturaleza eres barro y podredumbre y por qué te elevas sobre las nubes?
Contempla tu naturaleza porque eres tierra y ceniza y dentro de poco volverás al polvo, ahora soberbio y dentro de poco gusano.
¿Para qué elevas la cabeza que dentro de poco se marchitará?
Grande es el hombre socorrido por Dios; una vez abandonado reconoció la debilidad de la naturaleza. No posees nada que no hayas recibido de Dios, no desprecies, por tanto, al Creador.
Dios te socorre, no rechaces al benefactor. Haz llegado a la cumbre de tu condición, pero él te ha guiado; haz actuado rectamente según la virtud y él te ha conducido. Glorifica a quien te ha elevado para permanecer seguro en las alturas; reconoce a aquel que tiene tus mismos orígenes porque la sustancia es la misma y no rechaces por jactancia esta parentela.
Capítulo XIX
Humilde y moderado es aquel que reconoce esta parentela; pero el creador[xvi] lo creó tanto a él como al soberbio.
No desprecies al humilde: efectivamente él está más al seguro que tú: camina sobre la tierra y no se precipita; pero aquel que se eleva más alto, si cae, se destrozará.
El monje soberbio es como un árbol sin raíces y no soporta el ímpetu del viento.
Una mente sin jactancia es como una ciudadela bien fortificada y quien la habita será incapturable.
Un soplo revuelve la pelusa y el insulto lleva al soberbio a la locura.
Una burbuja reventada desaparece y la memoria del soberbio perece.
La palabra del humilde endulza el alma, mientras que la del soberbio está llena de jactancia.
Dios se dobla ante la oración del humilde, en cambio se exaspera con la súplica del soberbio.
La humildad es la corona de la casa y mantiene seguro al que entra.
Cuando te eleves a la cumbre de la virtud tendrás necesidad de mucha seguridad. Aquel que efectivamente cae al pavimento rápidamente se reincorpora, pero quien se precipita de grandes alturas, corre riesgo de muerte.
La piedra preciosa se luce en el brazalete de oro y la humildad humana resplandece de muchas virtudes.


[i]Lo que hoy llamamos gula, Evagrio llamaba gastrimargía, literalmente “locura del vientre”.
[ii] ”Vida activa” es la traducción más cercana a “praktiké”, la disciplina espiritual que según Evagrio se encuentra al principio del proceso de conformación con el Señor Jesús y que tiene como fin purificar las pasiones del alma humana. A esto dedica Evagrio su “Tratado Práctico“.
[iii] Enkráteia, es un concepto mucho más rico que el término “templanza” si por éste se entiende solamente la virtud contraria a la gula. Por la raíz krat, que significa “fuerza” o “poder”, esta virtud implica “dominio de sí” o “señorío de sí”.
[iv] Se trata de una comparación oscura, pero el mensaje es claro.
[v] El término que usa Evagrio es Apátheia, que en su espiritualidad equivale al estado de plenitud espiritual, alcanzado mediante el dominio de las pasiones y el silenciamiento del interior.
[vi] El “egipcio” es el nombre que los padres del desierto daban a un demonio especialmente feroz en la tentación.
[vii] Se refiere a la paz interior, la tranquilidad del recogimiento o la soledad, en el caso del monje.
[viii] Otra vez se trata del término Apátheia. Ver nota 5.
[ix] Philargyria, o amor al oro, al dinero. Evagrio le da especial importancia a este vicio, y presenta su demonio como particularmente astuto, pues presenta al monje una serie de razonamientos que hacen aparecer la acumulación de bienes como un acto de sensatez y prudencia.
[x] Para Evagrio, el apasionado posee en el corazón la imagen del objeto que lo domina.
[xi]Evagrio utiliza el término Aikhmálotos, que significa “prisionero de guerra”, pero al mismo tiempo hace referencia a la aikhmálosia, que en su teoría espiritual es el estadio final de esclavitud del alma a los demonios, que llega como consecuencia de dejarse vencer sistemáticamente por ellos.
[xii] Otra vez , la Apátheia.
[xiii] En la tradición de los monjes del desierto, el abandonar la celda era una de las principales tentaciones de la acedia. Visitar enfermos era, por tanto, la manera de encubrir bajo el manto de la caridad el deseo de huir de la soledad.
[xiv] El término Kenodoxía deriva de kenós ”vacío, vano” y dóxa, “opinión”: una imagen de sí que se proyecta a los demás en base a valores inexistentes o insignificantes por su trivialidad.
[xv] El término Hyperephanía proviene del superlativo hypér y phaíno, “lo que aparece”: aquello que aparece como más de lo que es, arrogancia, altanería.
[xvi] Evagrio utiliza el término Demioyrgós, que en la tradición griega equivalía al trabajador manual o a la divinidad que creaba el mundo a partir de una materia preexistente. Parece ser que acá lo quiere utilizar en el sentido de Dios creador, aunque esta acepción no queda totalmente clara.
*** *** ***

Evagrio Póntico


Evagrio Póntico.
Evagrio Póntico, o Evagrio el Monje, también apodado El solitario (345-399) fue un monje y asceta cristiano. Era muy conocido por sus cualidades de pensador, escritor y orador.
Nació en una familia cristiana en el pequeño pueblo de Ibora, en la provincia romana del Ponto. Comenzó su carrera en la Iglesia, al ser nombrado lector por Basilio el Grande. Posteriormente, el hermano de éste, Gregorio de Nisa, lo ordenó diácono.
La vida mundana de Constantinopla y sus atracciones fueron una tentación para Evagrio. Un sueño premonitorio impulsó su partida hacia Jerusalén. Allí vivió un tiempo en casa de una ilustre romana conocida como "Melania la Anciana".
Muchas dudas asaltaron a Evagrio durante ese tiempo. Una grave enfermedad, que significó una señal divina para él, lo hizo decidir partir a Egipto, estableciéndose un tiempo en el desierto de Nitria y posteriormente en Kellia ("Las Celdas"), donde vivió hasta su muerte.
Divulgó el hesicasmo, tradición inicialmente eremítica de plegaria que se mantiene dentro del rito bizantino practicada para mantener la quietud. La práctica del hesicasmo se mantiene aún en el Monte Athos y otros monasterios ortodoxos. La mayor parte de los textos atribuidos a Evagrio Póntico se encuentran en la recopilación canónica llamada Filocalia.
Fue el autor de la primera lista de pecados capitales que se conoce, denominados por él vicios malvados. En lugar de siete, como varios siglos después instauró San Gregorio Magno, los pecados nombrados por Evagrio Póntico eran ocho: gula o gastrimargia, lujuria o fornicatio, avaricia o philargyria, tristeza o tristitia, vanagloria o cenodoxia, ira, orgullo o superbia y apatía o acedia.


Pecados capitales

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Los siete pecados capitales son una clasificación de los vicios mencionados en las primeras enseñanzas del cristianismo para educar a sus seguidores acerca de la moral cristiana. La Iglesia católica romana divide los pecados en dos categorías principales.
El término «capital» no se refiere a la magnitud del pecado sino a que da origen a muchos otros pecados. De acuerdo a santo Tomás de Aquino (II-II:153:4).
Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal. […] Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana caída está principalmente inclinada.
Tomás de Aquino1
Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser referidos a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a san Juan Casiano y a san Gregorio Magno (Mor. 31, 45). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza.
Catecismo de la Iglesia Católica, n.º 1866,
artículo 8, «El pecado» (V: La proliferación del pecado).2

Lista de los pecados capitales

La identificación y definición de los pecados capitales a través de su historia ha sido un proceso fluido y ―como es común con muchos aspectos de la religión― con el tiempo ha evolucionado la idea de lo que envuelve cada uno de estos pecados. Ha contribuido a estas variaciones el hecho de que no se hace referencia a ellos de una manera coherente o codificada en la Biblia y por tanto se han consultado otros trabajos tradicionales (literarios o eclesiásticos) para conseguir definiciones precisas de los pecados capitales.
Al principio del cristianismo, todos los escritores religiosos ―Cipriano de Cartago, Juan Casiano, Columbano de Lexehuil, Alcuino de York― enumeraban ocho pecados capitales.
El número siete fue dado por el papa Gregorio Magno y se mantuvo por la mayoría de los teólogos de la Edad Media.

Ocho pecados capitales

Se sabe que el santo africano Cipriano de Cartago (f. 258) ―en De Mort. (IV)― escribió acerca de ocho pecados principales.
El monje Evagrio Póntico (345-399) escribió en griego Sobre los ocho vicios malvados, una lista de ocho vicios o pasiones malvadas (logismoi en griego) fuentes de toda palabra, pensamiento o acto impropio, contra los que sus compañeros monjes debían guardarse en especial. Dividió los ocho vicios en dos categorías:3
  • Cuatro vicios concupiscibles o deseos de posesión:
  • Cuatro vicios irascibles, que ―al contrario que los concupiscibles―, no son deseos sino carencias, privaciones, frustraciones.
    • ira (orgè: cólera irreflexiva, crueldad, violencia).
    • tristeza (lupè)
    • pereza (acedia: depresión profunda, desesperanza).
    • orgullo (uperèphania)
En el siglo V, san Juan Casiano (ca. 360-435) ―en su De instit. cænob. (V, coll. 5, «de octo principalibus vitiis»)― actualizó y difundió la lista de Evagrio.
  • gula y ebriedad (que Casiano dejó en griego gastrimargia, porque no encontró una palabra acomodada en latín que significara simultáneamente gula y ebriedad);
  • avaricia (philarguria: ‘amor hacia el oro’).
  • lujuria (fornicatio)
  • vanagloria (cenodoxia)
  • ira (ira: cólera irreflexiva, crueldad, violencia).
  • tristeza (tristia)
  • pereza (acedia: depresión profunda, desesperanza).
  • soberbia (superbia)
Columbano de Lexehuil (540-615) ―en su «Instr. de octo vitiis princip.» en Bibl. max. vet. patr. (XII, 23)― y Alcuino de York (735-804) ―en su De virtut. et vitiis, XXVII y siguientes)― continuaron la idea de ocho pecados capitales.

Siete pecados capitales

En el siglo VI, el papa romano san Gregorio Magno (circa 540-604) ―en su Lib. mor. en Job (XXXI, XVII)― revisó los trabajos de Evagrio y Casiano para confeccionar una lista propia definitiva con distinto orden y reduciendo los vicios a siete (consideró que la tristeza era una forma de pereza).
  1. lujuria
  2. pereza
  3. gula
  4. ira
  5. envidia
  6. avaricia
  7. soberbia
San Buenaventura de Fidanza (1218-1274) enumeró los mismos.4
Santo Tomás de Aquino (1225-1274) respetó esa misma lista, con otro orden:5
  • vanagloria (orgullo, soberbia).
  • avaricia
  • glotonería
  • lujuria
  • pereza
  • envidia
  • ira.
El poeta Dante Alighieri (1265-1321) utilizó el mismo orden del papa Gregorio Magno en «El Purgatorio», la segunda parte del poema La Divina Comedia (c. 1308-1321). La teología de La Divina Comedia, casi ha sido la mejor fuente conocida desde el Renacimiento (siglos XV y XVI).
Muchas interpretaciones y versiones posteriores, especialmente derivaciones conservadoras del protestantismo y del movimiento cristiano pentecostal han postulado temibles consecuencias para aquellos que cometan estos pecados como un tormento eterno en el infierno, en vez de la posible absolución a través de la penitencia en el purgatorio.

Pecados capitales

Lujuria

Detalle de la lujuria, en el cuadro El jardín de las delicias, de Hieronymus Bosch. En esta tabla aparecen todo tipo de placeres carnales, que Bosch consideraba pecaminosos.
La lujuria (en latín, luxus, ‘abundancia’, ‘exuberancia’) es usualmente considerada como el pecado producido por los pensamientos excesivos de naturaleza sexual, o un deseo sexual desordenado e incontrolable.
En la actualidad se considera lujuria a la compulsión sexual o adicción al sexo. También entran dentro de esa categoría el adulterio y la violación.
A lo largo de la historia, diversas religiones han condenado o desalentado en mayor o menor medida la lujuria.
Dante Alighieri consideraba que lujuria era el amor hacia cualquier persona, lo que pondría a Dios en segundo lugar. Según otro autor[cita requerida] la lujuria son los pensamientos posesivos sobre otra persona.

Gula

La gula representada por Pieter Brueghel en su obra Los siete pecados mortales o los siete vicios.
Actualmente la gula (en latín, gula) se identifica con la glotonería, el consumo excesivo de comida y bebida. En cambio en el pasado cualquier forma de exceso podía caer bajo la definición de este pecado. Marcado por el consumo excesivo de manera irracional o innecesaria, la gula también incluye ciertas formas de comportamiento destructivo. De esta manera el abuso de substancias o las borracheras pueden ser vistos como ejemplos de gula. En La Divina Comedia de Alighieri, los penitentes en el Purgatorio eran obligados a pararse entre dos árboles, incapaces de alcanzar y comer las frutas que colgaban de las ramas de estos y por consecuencia se les describía como personas hambrientas.

Avaricia

Avaricia representada por Pieter Brueghel
La avaricia (en latín, avaritia) es —como la lujuria y la gula—, un pecado de exceso. Sin embargo, la avaricia (vista por la Iglesia) aplica sólo a la adquisición de riquezas en particular. Tomás de Aquino escribió que la avaricia es «un pecado contra Dios, al igual que todos los pecados mortales, en lo que el hombre condena las cosas eternas por las cosas temporales». En el Purgatorio de Dante, los penitentes eran obligados a arrodillarse en una piedra y recitar los ejemplos de avaricia y sus virtudes opuestas. «Avaricia» es un término que describe muchos otros ejemplos de pecados. Estos incluyen deslealtad, traición deliberada, especialmente para el beneficio personal, como en el caso de dejarse sobornar. Búsqueda y acumulación de objetos, robo y asalto, especialmente con violencia, los engaños o la manipulación de la autoridad son todas acciones que pueden ser inspiradas por la avaricia. Tales actos pueden incluir la simonía.

Pereza

Pereza por Jacob Matham
La pereza (en latín, acidia) es el más «metafísico» de los pecados capitales, en cuanto está referido a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia de uno mismo. Es también el que más problemas causa en su denominación. La simple «pereza», más aún el «ocio», no parecen constituir una falta. Hemos preferido, por esto, el concepto de «acidia» o «acedía». Tomado en sentido propio es una «tristeza de ánimo» que aparta al creyente de las obligaciones espirituales o divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran. Bajo el nombre de cosas espirituales y divinas se entiende todo lo que Dios nos prescribe para la consecución de la eterna salud (la salvación), como la práctica de las virtudes cristianas, la observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada uno, los ejercicios de piedad y de religión. Concebir pues tristeza por tales cosas, abrigar voluntariamente, en el corazón, desgano, aversión y disgusto por ellas, es pecado capital. Tomada en sentido estricto es pecado mortal en cuanto se opone directamente a la caridad que nos debemos a nosotros mismos y al amor que debemos a Dios. De esta manera, si deliberadamente y con pleno consentimiento de la voluntad, nos entristecemos o sentimos desgano de las cosas a las que estamos obligados; por ejemplo, al perdón de las injurias, a la privación de los placeres carnales, entre otras; la acidia es pecado grave porque se opone directamente a la caridad de Dios y de nosotros mismos. Considerada en orden a los efectos que produce, si la acidia es tal que hace olvidar el bien necesario e indispensable a la salud eterna, descuidar notablemente las obligaciones y deberes o si llega a hacernos desear que no haya otra vida para vivir entregados impunemente a las pasiones, es sin duda pecado mortal.

Ira

Ira (enojo). Miniatura de Tacuinum sanitatis
La ira (en latín, ira) puede ser descrita como un sentimiento no ordenado, ni controlado, de odio y enfado. Estos sentimientos se pueden manifestar como una negación vehemente de la verdad, tanto hacia los demás y hacia uno mismo, impaciencia con los procedimientos de la ley y el deseo de venganza fuera del trabajo del sistema judicial (llevando a hacer justicia por sus propias manos), fanatismo en creencias políticas y religiosas, generalmente deseando hacer mal a otros. Una definición moderna también incluiría odio e intolerancia hacia otros por razones como raza o religión, llevando a la discriminación. Las transgresiones derivadas de la ira están entre las más serias, incluyendo homicidio, asalto, discriminación y en casos extremos, genocidio.
La ira es el único pecado que no necesariamente se relaciona con el egoísmo y el interés personal (aunque uno puede tener ira por egoísmo). Dante describe a la ira como «amor por la justicia pervertido a venganza y resentimiento».

Envidia

Envidia representada por Jacques Callot
Como la avaricia, la envidia (en latín, invidia) se caracteriza por un deseo insaciable, sin embargo, difieren por dos grandes razones: Primero, la avaricia está más asociada con bienes materiales, mientras que la envidia puede ser más general; segundo, aquellos que cometen el pecado de la envidia desean algo que alguien más tiene, y que perciben que a ellos les hace falta, y a consiguiente desean el mal al prójimo, y se sienten bien con el mal ajeno.
La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come.
Dante Alighieri define esto como «amor por los propios bienes pervertido al deseo de privar a otros de los suyos». En el purgatorio de Dante, el castigo para los envidiosos era el de cerrar sus ojos y coserlos, porque habían recibido placer al ver a otros caer.

Soberbia

Todo es vanidad por Charles Allan Gilbert (1873-1929).
En casi todas las listas de pecados, la soberbia (en latín, superbia) es considerado el original y más serio de los pecados capitales, y de hecho, es también la principal fuente de la que derivan los otros. Es identificado como un deseo por ser más importante o atractivo que los demás, fallando en halagar a los otros.
En El Paraíso Perdido de John Milton, dice que este pecado es cometido por Lucifer al querer ser igual que Dios.
Genéricamente se define como la sobrevaloración del Yo respecto de otros por superar, alcanzar o superponerse a un obstáculo, situación o bien en alcanzar un estatus elevado y subvalorizar al contexto. También se puede definir la soberbia como la creencia de que todo lo que uno hace o dice es superior, y que se es capaz de superar todo lo que digan o hagan los demás. También se puede tomar la soberbia en cosas vanas y vacías (vanidad) y en la opinión de uno mismo exaltada a un nivel crítico y desmesurado (prepotencia).
Soberbia (del latín superbia) y orgullo (del francés orgueil), son propiamente sinónimos aun cuando coloquialmente se les atribuye connotaciones particulares cuyos matices las diferencian. Otros sinónimos son: altivez, arrogancia, vanidad, etc. Como antónimos tenemos: humildad, modestia, sencillez, etc. El principal matiz que las distingue está en que el orgullo es disimulable, e incluso apreciado, cuando surge de causas nobles o virtudes, mientras que a la soberbia se la concreta con el deseo de ser preferido a otros, basándose en la satisfacción de la propia vanidad, del Yo o ego. Por ejemplo, una persona Soberbia jamás se "rebajaría" a pedir perdón, o ayuda, etc.
Existen muchos tipos de soberbia, como la vanagloria o cenodoxia, también denominada en las traducciones de la Biblia como vanidad, que consiste en el engreimiento de gloriarse de bienes materiales o espirituales que se poseen o creen poseer, deseando ser visto, considerado, admirado, estimado, honrado, alabado e incluso halagado por los demás hombres, cuando la consideración y la gloria que se buscan son humanas exclusivamente. La cenodoxia engendra además otros pecados, como la filargiria o amor al dinero (codicia) y la filargía o amor al poder.

Arte y literatura

El poeta hispanolatino Aurelio Prudencio (348-410) ya utilizó personificaciones alegóricas de los vicios y virtudes en combate en su poema Psychomachia. Muchos sermones se inspiraron en los pecados capitales durante la Edad Media, así como no pocos poemas alegóricos. En el siglo XIV pueden encontrarse en el Libro de Buen Amor de Juan Ruiz, el arcipreste de Hita (1284-1351) y, también, dentro del Rimado de Palacio del canciller de Castilla Pero López de Ayala, en forma de exposición previa o examen de conciencia de la confesión católica de los mismos. Ya en el siglo XV, la Mesa de los pecados capitales (1485, pintura al óleo sobre tabla), del pintor Hieronymus Bosch, refleja una consolidada iconografía de los mismos.
Hieronymus Bosch- The Seven Deadly Sins and the Four Last Things.JPG Los siete pecados capitales se representan con originalidad, con un realismo impecable.
En el centro del cuadro se ve una imagen tradicional de Cristo como varón de dolores, saliendo de su tumba. Se dice que representa el ojo de Dios, y la imagen de Cristo es su pupila. Bajo esta imagen hay una inscripción en latín: Cave, cave, Deus vídet? (‘cuidado, cuidado, Dios lo ve’). Es una referencia clara a la idea de que Dios lo ve todo.
Alrededor, hay un círculo más grande dividido en siete partes, mostrando cada uno de los siete pecados capitales, que pueden ser identificados por sus inscripciones en latín. Véase:Análisis de la obra
Posteriormente, el género literario teatral del auto sacramental (siglos XVI, XVII y primera mitad del siglo XVIII) llevado a su perfección por Pedro Calderón de la Barca, testimonia la popularidad de estas alegorías hasta pasada la mitad del siglo XVIII, cuando se prohibió en España representar este tipo de piezas teatrales (1765).

Virtudes que contempla la iglesia católica

La Iglesia católica romana reconoce siete virtudes que forman parte del catecismo; (que corresponden a cada pecado capital).
Pecado Virtud Descripción
Soberbia Humildad
(en latín, humilitas)
Es la característica que define a una persona modesta, alguien que no se cree mejor o más importante que los demás en ningún aspecto; es la ausencia de soberbia.
Avaricia Generosidad
(en latín, generositas)
Hábito de dar y entender a los demás. En momentos de desastres naturales, los esfuerzos de la ayuda son con frecuencia proporcionados, voluntariamente, por los individuos o los grupos que actúan de manera unilateral en su entrega de tiempo, de recursos, de mercancías, dinero, etc. La generosidad es una forma de altruismo y rasgo de la filantropía, como puede verse en las personas anónimas que prestan servicios en una Organización sin ánimo de lucro.
Lujuria Castidad
(en latín, castitas)
Comportamiento voluntario a la moderación y adecuada regulación de placeres y/o relaciones sexuales, ya sea por motivos de religión o social. No es lo mismo que abstinencia sexual.
Ira Paciencia
(en latín, patientia)
Actitud para sobrellevar cualquier contratiempo y dificultad.
Gula Templanza
(en latín, temperantia)
Moderación en la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad.
Envidia Caridad
(en latín, caritas)
Empatía, amistad.
Pereza Diligencia
(en latín, diligentia)
Es el esmero y el cuidado en ejecutar algo. Como toda virtud se trabaja, netamente, poniéndola en práctica; significa cumplir con los compromisos, no ser inactivo, no caer en la pereza, proponerse metas fijas y cumplirlas en su tiempo, poner entusiasmo en las acciones que se realizan.

Relación de cada pecado con un demonio particular

En 1589, Peter Binsfeld, basándose libremente en fuentes anteriores, asoció cada pecado con un demonio que tentaba a la gente por medios asociados al pecado. Su clasificación de los demonios es la siguiente:
Según Binsfeld, también existían otros demonios que incitaban a pecar, como los íncubos (fantasmas masculinos que tenían relaciones sexuales con mujeres durmientes) y los súcubos (fantasmas femeninos que tenían relaciones sexuales con varones durmientes), que incitaban a la lujuria.

Actualización de los pecados capitales

El 10 de marzo de 2008, el regente del Tribunal de la Penitenciaría Apostólica del Vaticano, cardenal Gianfranco Girotti, presentó la siguiente lista, que ha sido divulgada ampliamente por los medios de comunicación, con la denominación de pecado social o nuevos pecados capitales:6
  • Realizar manipulaciones genéticas.
  • Llevar a cabo experimentos sobre seres humanos, incluidos embriones.
  • Contaminar el medio ambiente.
  • Provocar injusticia social.
  • Causar pobreza.
  • Enriquecerse hasta límites obscenos a expensas del bien común.
  • Consumir drogas.
La lujuria, la gula, la avaricia, la pereza, la ira, la envidia y la soberbia, los tradicionales siete pecados capitales enumerados por el papa Gregorio I hace 1500 años y recogidos después por Dante Alighieri en La Divina Comedia, se habían quedado obsoletos para el mundo globalizado de hoy.
Así que el Vaticano ha decidido modernizar la lista exhibiendo una atención especial hacia los llamados «pecados sociales», aquellos cuya comisión va en contra de la justicia en las relaciones entre persona y persona, entre la persona y la comunidad, y entre la comunidad y la persona.
El resultado son siete nuevos pecados capitales, que condenan como ofensas a Dios acciones tales como enriquecerse a costa de los demás o algunas investigaciones científicas con implicaciones bioéticas.

Referencias

  1. Corazones.org («Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana caída está principalmente inclinada»).
  2. Vatican.va (Catecismo de la Iglesia Católica, n.º 1866, artículo 8, «El pecado», V: La proliferación del pecado).
  3. «Sobre los ocho vicios malvados», artículo de Evagrio Póntico en el sitio web Mercaba.org.
  4. Buenaventura de Fidanza (1218-1274): Breviloquium (III, IX).
  5. Tomás de Aquino (1225-1274): obra desconocida, I-II, 84, 4.
  6. «Quien no recicle basura irá al infierno», en el periódico El Mundo, 11 de marzo de 2008; «Los mandamientos pasan de diez», en el periódico El País, misma fecha. Desde una perspectiva laica, incluso crítica con la Iglesia, el filósofo Rafael Argullol «Hybris», El País, 26 de abril de 2008) habla de lo destructivos que son los pecados capitales, identificados con la Hibris de la cultura clásica, para una sociedad democrática.

Véase también

Enlaces externos


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