domingo, 29 de julio de 2012

Pedro Crisólogo, Santo (Doctor de la Iglesia)


Doctor de la Iglesia, 30 de julio
 
Pedro Crisólogo, Santo
Pedro Crisólogo, Santo

Obispo de Rávena
Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: San Pedro, “Crisólogo” de sobrenombre, obispo de Ravena y doctor de la Iglesia, que, habiendo recibido el nombre del santo apóstol, desempeñó su oficio tan perfectamente que consiguió capturar a multitudes en la red de su celestial doctrina, saciándolas con la dulzura de su palabra. Su tránsito tuvo lugar el día treinta y uno de este mes en Imola, en la región de la Emilia Romagna (c. 450).

San Pedro, quien fue uno de los oradores más famosos de la Iglesia Católica, nació en Imola, Italia y fue formado por el Obispo de esa ciudad Cornelio, por el cual conservó siempre una gran veneración. El Obispo Cornelio convenció a San Pedro de que en el dominio de las propias pasiones y en el rechazar los malos deseos reside la verdadera grandeza, y que este es un medio seguro para conseguir las bendiciones de Dios.

San Pedro gozó de la amistad del emperador Valentiniano y de la madre de éste, Plácida, y por recomendación de los dos, fue nombrado Arzobispo de Ravena. También gozó de la amistad del Papa San León Magno.

Cuando empezó a ser arzobispo de Ravena, había en esta ciudad un gran número de paganos. Y trabajó con tanto entusiasmo por convertirlos, que cuando él murió ya eran poquísimos los paganos o no creyentes en este lugar.

A la gente le agradaba mucho sus sermones, y por eso le pusieron el sobrenombre de crisólogo, que quiere decir, el que habla muy bien. Su modo de hablar era conciso, sencillo y práctico. La gente se admiraba de que en predicaciones bastante breves, era capaz de resumir las verdades más importantes de la fe. Se conservan de él, 176 sermones, muy bien preparados y cuidadosamente redactados. Por su gran sabiduría al predicar y escribir, fue nombrado Doctor de la Iglesia, por el Papa Benedicto XIII.

Recomendaba mucho la comunión frecuente y exhortaba a sus oyentes a convertir la Sagrada Eucaristía en su alimento de todas las semanas. 
 
San Pedro Crisólogo

Pedro crisologo01.jpg
Crisólogo: Habla como el Oro
Proclamado Doctor de la Iglesia el 1729 por el papa Benedicto XIII
Apodo Crisólogo
Nacimiento 380]]
Italia
Fallecimiento 450
Italia
Venerado en Iglesia Católica,
Festividad 30 de julio
Atributos Obispo , con tosuda y a veces dando un sermón
Patronazgo Oradores y Predicadores
Pedro, llamado Crisólogo (que significa 'palabra de oro'), (380 o 406-450) sacerdote italiano, arzobispo de Rávena (433-450), santo, Padre de la Iglesia y proclamado Doctor de la Iglesia por el papa Benedicto XIII en 1729. Nació en la ciudad de Imola, en la Emilia, en una fecha indeterminada, entre 380 y 406. Su padre había sido obispo de su ciudad y, tras su muerte, fue bautizado y educado por el nuevo obispo, Cornelio de Imola. Su educación concluye con su ordenación como diácono hacia el 430.
Su vida cambió, según el Liber pontificalis ecclessi ravennatis, del historiador eclesiástico Agnellus (siglo IX) en 433, cuando murió Juan, el metropolitano (arzobispo) de Rávena, y el pueblo y el clero de la ciudad imperial (Rávena era la residencia del emperador de Occidente, Valentiniano III y de su madre, Gala Placidia), pidieron a Cornelio de Imola que encabezara una delegación ante el papa Sixto III para que este confirmara al candidato elegido. La noche anterior a la llegada de Pedro y Cornelio a Roma el Papa había tenido un sueño en el que los santos Pedro y Apolinar (primeros obispos de Roma y Rávena, respectivamente) le pidieron que no confirmara al obispo electo. Sixto III nombró entonces al joven acompañante de Cornelio como nuevo arzobispo, lo ordenó y consagró. El trasfondo de esta leyenda hay que buscarlo en las relaciones personales del joven Pedro -estimado por Valentiniano III, confidente de Gala Placidia y amigo del futuro papa León I Magno- y de la precaria situación de la diócesis de Rávena, que necesitaba un pastor capaz y de confianza para que pusiera freno a las disputas doctrinales, a la superstición y a las malas costumbres.
Fue recibido con indiferencia por el pueblo y con recelo por el clero de su diócesis. Pero esta situación cambió al poco tiempo, en la que Pedro comenzó a ser conocido por su vida recta, su clara doctrina y su fidelidad al Papa y a la Iglesia. De hecho, su fama superó rápidamente los límites de su diócesis y comienza a ser conocido en todo el orbe cristiano con el apelativo de Crisólogo (de la misma manera como en Oriente se conocía a Juan Crisóstomo (que significa 'Boca de Oro'), y sus sermones y epístolas comenzaron a difundirse por todo el Imperio.
Se le atribuyen 725 sermones, algunos de ellos de autenticidad discutible, aunque en los dos últimos siglos se han descubierto otros inéditos o perdidos. La mayor parte tienen contenido apologético y moral; esta cuestión es curiosa, ya que el santo vivió inmerso en las querellas cristológicas, y sólo algunos de sus textos tratan el tema de la Encarnación del Verbo, en los que presenta la postura ortodoxa y refuta las diversas herejías de la época: el arrianismo, el nestorianismo y el monofisismo. Se sabe que Eutiques, en sus primeros enfrentamientos con el Patriarcado de Constantinopla (499), consultó a Pedro Crisólogo, y su respuesta ortodoxa se encuentra en el epistolario de León I Magno. El grupo más importante de sermones está orientado a la formación de los catecúmenos, antes de recibir el Bautismo: así, siete de ellos son explicaciones del Símbolo (Sermones 56-62) y otros tantos son comentarios de la oración dominical (Sermones 77-82). El resto son homilías breves para el comentario de la Sagradas Escrituras leídas durante los oficios litúrgicos, con contenido fundamentalmente moral.
Murió en su ciudad natal, en Imola, cercana a Rávena, en 450, y su fama de santidad se fijó al poco tiempo, siendo reconocidas sus virtudes por el propio papa León I.

Obras editadas en español

Bibliografía

  • Olivar Daydí, Alexandre: Los sermones de San Pedro Crisólogo, Publicacions Abadía Montserrat, SA, Barcelona, 1962. ISBN 84-7202-110-6 (10).

Enlaces externos

 San Pedro Crisólogo
(400-450)Crisólogo: "orador áureo, excelente".
Fiesta: 30 de julio
Arzobispo de Ravenna, Italia.
Doctor de la Iglesia
Famoso por su prédica ungida.
Nació alrededor del año 380 en Imola, en la Emilia, y entró a formar parte del clero de aquella población. El año 424 fue elegido obispo de Ravena, e instruyó a su grey, de la que era pastor celosísimo, con abundantes sermones y escritos. Murió hacia el año 450.
Ver sus sermones:Misterio de la Encarnación
Se tu mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios #108
Dichosos los que trabajan por la paz
El Verbo, sabiduría de Dios, se hizo hombre #117
El amor desea ver a Dios #147
 


Vida de San Pedro Crisólogo


SAN PEDRO nació en Imola, en la Emilia oriental. Estudió las ciencias sagradas, y recibió el diaconado de manos de Cornelio, obispo de Imola, de quien habla con la mayor veneración y gratitud.  Cornelio formó a Pedro en la virtud desde sus primeros años y le hizo comprender que en el dominio de las pasiones y de sí mismo residía la verdadera grandeza y que era éste el único medio de alcanzar el espíritu de Cristo.
Elegido Obispo de Ravena - 433 AD.
Según la leyenda, San Pedro Crisólog fue elevado a la dignidad episcopal de la manera siguiente: Juan, el arzobispo de Ravena, murió hacia el año 433. El clero y el pueblo de la ciudad eligieron a su sucesor y pidieron a Cornelio de Imola que encabezase la embajada que iba a Roma a pedir al Papa San Sixto III que confirmase la elección. Cornelio llevó consigo a su diácono Pedro. Según se cuenta, el Papa había tenido la noche anterior una visión de San Pedro y San Apolinar (primer obispo de Ravena, que había muerto por la fe), quienes le ordenaron que no confirmase la elección. Así pues, Sixto III propuso para el cargo a San Pedro Crisólogo, siguiendo las instrucciones del cielo. Los embajadores acabaron por doblegarse. El nuevo obispo recibió la consagración y se trasladó a Ravena, donde el pueblo le recibió con cierta frialdad.  Es muy poco probable que San Pedro haya sido elegido en esta forma ya que el emperador Valentiniano III y su madre, Gala Placidia, residían entonces en Ravena y San Pedro gozaba de su estima y confianza, así como de las del sucesor de Sixto III, San León Magno.
Cuando San Pedro llegó a Ravena, aún había muchos paganos en su diócesis y abundaban los abusos entre los fieles. El celo infatigable del santo consiguió extirpar el paganismo y corregir los abusos. Se distinguió por la inmensa caridad e incansable vigilancia con que atendió a su grey, exponiéndoles con suma claridad doctrinal la palabra de Dios. Escuchaba con igual condescendencia y caridad tanto a los humildes como a los poderosos. 
En la ciudad de Clasis, que era entonces el puerto de Ravena, San Pedro construyó un bautisterio y una iglesia dedicada a San Andrés.  
Sermones
En el siglo IX, se escribió una biografía de San Pedro que da muy pocos datos sobre él. Alban Butler llenó esa laguna con citas de los sermones del santo.
 Se conservan 176 homilías de estilo popular y muy expresivas. Son todas muy cortas, pues temía fatigar a sus oyentes. Explican el Evangelio, el Credo, el Padre Nuestro y citas de santos para imitación y exaltación de las virtudes del verdadero cristiano.  En una homilía define al avaro como "esclavo del dinero",  mientras que para el misericordioso el dinero es "siervo". 
Sus sermones, al lector moderno, no le parecerán modelos de elocuencia. Pero la vehemencia y la emoción con que predicaba a veces le impedía seguir hablando. Aunque el estilo oratorio de San Pedro no sea perfecto si es, según Butler "exacto, sencillo y natural". Una vez mas se demuestra que la capacidad persuasiva de los santos no depende de elocuencia natural sino en la fuerza del Espíritu Santo que toca, por medio de ellos, a los corazones.  
San Pablo: "Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios." (I Corintios 2:3-5)
San Pedro predicó en favor de la comunión frecuente y exhortó a los cristianos a convertir la Eucaristía en su alimento cotidiano. Sus sermones le valieron el apelativo "crisólogo" (hombres de palabras de oro") y  movieron a Benedicto XIII a declarar al santo doctor de la Iglesia, en 1729.   
Sumisión a la fe
Eutiques, archimandrita de un monasterio de Constantinopla escribió una circular a los prelados más influyentes, entre ellos a San Pedro Crisólogo.  Les hacía una apología sobre la doctrina monofisita (una sola naturaleza en Cristo) en la víspera del Concilio de Calcedonia.  Pedro le contestó que había leído su carta con la pena más profunda, porque así como la pacífica unión de la Iglesia alegra a los cielos, así las divisiones los entristecen. Y añade que, por inexplicable que sea el misterio de la Encarnación, nos ha sido revelado por Dios y debemos creerlo con sencillez.  Exhorta a Eutiques a dirigirse al Papa León, puesto que "en el interés de la paz y de la fe no podemos discutir sobre cuestiones relativas a la fe sin el consentimiento del obispo de Roma". Eutiques fue condenado por San Flavio el año 448.
Final de su vidaEse mismo año, San Pedro Crisólogo recibió con grandes honores en Ravena a San Germán de Auxerre; el 31 de julio, ofició en los funerales del santo francés, y conservó como reliquias su capucha y su camisa de pelo. San Pedro Crisólogo no sobrevivió largo tiempo a San Germán. Habiendo tenido una revelación sobre su muerte próxima, volvió a su ciudad natal de Imola, donde regaló a la Iglesia de San Casiano varios cálices preciosos.  Después de aconsejar que se procediese con diligencia a elegir a su sucesor, murió en Imola, el 31 de julio del 451 (otras fuentes: el 3 de diciembre del 450), y fue sepultado en la iglesia de San Casiano.
San Pedro Crisólogo, ruega por nosotros para que, como tú, amemos la verdad y la demos a conocer.
 
 
San Pedro Crisólogo, obispo y doctor de la Iglesia
fecha: 30 de julio
fecha en el calendario anterior: 4 de diciembre
n.: c. 380 - †: c. 450 - país: Italia
canonización: pre-congregación
San Pedro, «Crisólogo» de sobrenombre, obispo de Rávena y doctor de la Iglesia, que, habiendo recibido el nombre del santo apóstol , desempeñó su ministerio tan perfectamente que consiguió captar a multitudes en la red de su celestial doctrina y las sació con la dulzura de su palabra. Su tránsito tuvo lugar el día treinta y uno de este mes en Imola, en la región de Emilia Romagna.
patronazgo: protector contra la fiebre y la rabia.
refieren a este santo: San Apolinar de Rávena
oración:
Señor Dios, que hiciste de tu obispo san Pedro Crisólogo un insigne predicador de la Palabra encarnada, concédenos, por su intercesión, guardar y meditar en nuestros corazones los misterios de la salvación y vivirlos en la práctica con fidelidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

La vida de Pedro, arzobispo de Rávena, llamado «Crisólogo» (es decir: de palabra áurea, de excelente predicación) desde el siglo IX, es mal conocida. De él habla el Liber Pontificalis y una biografía poco de fiar, obra de Agnello de Ravena (siglo IX). Por estas fuentes y por lo que de su obra se deduce, sabemos que Pedro nació en Imola hacia el 380, fue nombrado metropolita de Rávena entre el 425 y el 429 (ciertamente, antes del 431, fecha de una carta que le escribe Teodoreto), estuvo presente el 445 al fallecimiento de san Germán de Auxerre y tres o cuatro años después escribió a Eutiques, presbítero de Constantinopla, que había recurrido a él después de su condenación por obra de Flaviano, invitándolo a someterse a las decisiones de León, obispo de Roma, «quoniam beatus Petrus, qui in propia sede et vivit et praesidet, praestat quarentibus fidei vertiatem» (Ep ad Eutychen: PL 54,743: «Porque el bienaventurado Pedro, que en su sede vive y preside, otorga la verdad de la fe a los que buscan.»). Falleció entre el 449 y el 458 (fecha de una carta de León a su sucesor Neón), probablemente, el 3 de diciembre del 450, quizás en Imola [aunque en al actualidad se tiende a considerar como fecha más probable el 31 de julio].
Gracias a las pacientes investigaciones de A. Olivar, hoy es posible conocer con exactitud la producción auténtica de Pedro Crisólogo, que comprende una carta (ya mencionada), 168 sermones de la Collectio Feliciana (siglo VIII) y 15 «extravagantes» (escritos no clasificados). Otros escritos, como el célebre Rollo de Rávena, colección de oraciones de preparación a la Navidad (s. VII), no pueden ser tenidos por auténticos. Los sermones, a los que Pedro debe su celebridad, se distinguen por la esmerada preparación de un orador dotado de una cultura discreta y por el calor humano y el fervor divino de un santo varón. La condición peculiar de Rávena, sede de la corte imperial y ciudad marinera, explica la frecuencia de ejemplos tomados de la vida de la corte y de la vida militar y marinera, aunque no faltan ejemplos de la vida rural. «Entre los escritores del siglo V, pocos superan a Pedro Crisólogo en elegancia», en sus sermones nos ha legado «páginas de genuina elocuencia, enérgica y eficaz» (Moricca).
El contenido de los sermones es variado, muchos son homilías sobre textos evangélicos, otros, sobre San Pablo, los Salmos, el símbolo bautismal, el padrenuestro o en conmemoración de santos y exhortaciones a la penitencia. Pedro Crisólogo, comentando la Biblia o exponiendo los temas que le sugerían las celebraciones litúrgicas, documenta ampliamente las inquietudes teológicas de su época. Su predicación, en efecto, no refleja sólo la doctrina latina sobre la encarnación como se profesaba entre Éfeso y Calcedonia, sino que es, asimismo, testimonio de la postura católica en las cuestiones sobre la gracia y la vida cristiana. Cuando reconoce claramente el primado del obispo de Roma (además de la carta a Eutiques, cf Serm 78), Pedro es, sin duda, portavoz del sentir común de los obispos de Italia. Su considerable actividad como predicador nos ha legado una documentación inestimable sobre la liturgia de Rávena y sobre la cultura de esa ciudad, etapa obligada entre Roma y el norte de Italia. Ningún obispo de su tiempo nos ha facilitado un cuadro tan completo de la celebración del año litúrgico. Por su actitud contra la resistencia que aún oponía el paganismo en su agonía y por su polémica contra la comunidad judia de su ciudad, Pedro Crisólogo representa la actitud pastoral del episcopado de la Iglesia imperial de su tiempo. Fue declarado Doctro de la Iglesia por SS. Benedicto XIII en 1729.
Artículo, con muy pocos cambios, tomado del tomo III del Curso de Patrología de Quasten-Di Berardino, BAC, 1981, pág 701-2; ver amplia bibliografía allí mismo. En el Oficio de Lecturas, a lo largo del año, se utilizan muchos textos del santo, sirvan estos tres como muestra de su pensamiento y estilo: Martes de la IV de Pascua, Sábado, XXIX semana del Tiempo Ordinario, en la celebración de su memoria.


 De los sermones de san Pedro Crisólogo, obispo (Sermón 160: PI, 52, 620-622).


1
El que por nosotros quiso nacer no quiso ser ignorado por nosotros
Aunque en el mismo misterio del nacimiento del Señor se dieron insignes testimonios de su divinidad, sin embargo, la solemnidad que celebramos manifiesta y revela de diversas formas que Dios ha asumido un cuerpo humano, para que nuestra inteligencia, ofuscada por tantas obscuridades, no pierda por su ignorancia lo que por gracia ha merecido recibir y poseer.
Pues el que por nosotros quiso nacer no quiso ser ignorado por nosotros; y por esto se manifestó de tal forma que el gran misterio de su bondad no fuera ocasión de un gran error.
Hoy el mago encuentra llorando en la cuna a aquel que, resplandeciente, buscaba en las estrellas. Hoy el mago contempla claramente entre pañales a aquel que, encubierto, buscaba pacientemente en los astros.
Hoy él mago discierne con profundo asombro lo que allí contempla: el cielo en la tierra, la tierra en el cielo; el hombre en Dios, y Dios en el hombre; y a aquel que no puede ser encerrado en todo el universo incluido en un cuerpo de niño. Y, viendo, cree y no duda; y lo proclama con sus dones místicos: el incienso para Dios, el oto para el Rey, y la mirra para el que morirá.
Hoy el gentil, que era el último, ha pasado a ser el primero, pues entonces la fe de los magos consagró la creencia de las naciones.
Hoy Cristo ha entrado en el cauce del Jordán para lavar el pecado del mundo. El mismo Juan atestigua que Cristo ha venido para esto: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Hoy el siervo recibe al Señor, el hombre a Dios, Juan a Cristo; el que no puede dar el perdón recibe a quien se lo concederá.
Hoy, como afirma el profeta, la voz del Señor sobre las aguas. ¿Qué voz? Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
Hoy el Espíritu Santo se cierne sobre las aguas en forma de paloma, para que, así como la paloma de Noé anunció el fin del diluvio, de la misma forma ésta fuera signo de que ha terminado el perpetuo naufragio del mundo. Pero a diferencia de aquélla, que sólo llevaba un ramo de olivo caduco,, ésta derramará la enjundia completa del nuevo crisma -en la cabeza del Autor de la nueva progenie, para que se cumpliera aquello que predijo el profeta: Por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.
Hoy Cristo, al convertir el agua en vino, comienza los signos celestes. Pero el agua había de convertirse en el misterio de la sangre, para que Cristo ofreciese a los que tienen sed la pura bebída del vaso de su cuerpo, y se cumpliese lo que dice el profeta: Y mí copa rebosa.

 Oración, ayuno y misericordia son inseparablesDe los sermones de San Pedro Crisólogo, obispo y Padre de la Iglesia.
(Sermón 43: PL
52, 320. 322)
Ver también:
ayuno
 
La oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe
Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante, y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente.
El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros, no posee ninguno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica.
Que el que ayuna entienda bien lo que es el ayuno; que preste atención al hambriento quien quiere que Dios preste atención a su hambre; que se compadezca quien espera misericordia; que tenga piedad quien la busca; que responda quien desea que Dios le responda a é1. Es un indigno suplicante quien pide para si lo que niega a otro.
Díctate a ti mismo la norma de la misericordia, de acuerdo con la manera, la cantidad y la rapidez con que quieres que tengan misericordia contigo. Compadécete tan pronto como quisieras que los otros se compadezcan de ti.
En consecuencia, la oración, la misericordia y el ayuno deben ser como un único intercesor en favor nuestro ante Dios, una única llamada, una única y triple petición.
Recobremos con ayunos lo que perdimos por el desprecio; inmolemos nuestras almas con ayunos, porque no hay nada mejor que podamos ofrecer a Dios, de acuerdo con lo que el profeta dice: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. Hombre, ofrece a Dios tu alma, y ofrece la oblación del ayuno, para que sea una hostia pura, un sacrificio santo, una víctima viviente, provechosa para ti y acepta a Dios. Quien no dé esto a Dios no tendrá excusa, porque no hay nadie que no se posea a si mismo para darse.
Mas, para que estas ofrendas sean aceptadas, tiene que venir después la misericordia; el ayuno no germina si la misericordia no lo riega, el ayuno se torna infructuoso si la misericordia no lo fecundiza: lo que es la lluvia para la tierra, eso mismo es la misericordia para el ayuno. Por más que perfeccione su corazón, purifique su carne, desarraigue los vicios y siembre las virtudes, como no produzca caudales de misericordia, el que ayuna no cosechará fruto alguno.
Tú que ayunas, piensa que tu campo queda en ayunas si ayuna tu misericordia; lo que siembras en misericordia, eso mismo rebosará en tu granero. Para que no pierdas a fuerza de guardar, recoge a fuerza de repartir; al dar al pobre, te haces limosna a ti mismo: porque lo que dejes de dar a otro no lo tendrás tampoco para ti.
-Del Oficio de Lectura, Martes III de Cuaresma.

 
SAN PEDRO CRISÓLOGO

(405 - 450)

VIDA


Nació en Imola, en Emilia. El mismo nos dice que su padre había llegado a ser Obispo de esa ciudad (Sermón l65). Bautizado e instruido en la religión cristiana desde muy joven, pronto se ordenó de diácono. Bajo el pontificado de Sixto lll, entre 432 y 440, fue nombrado obispo de Revena. Como si hubiera sido designado por el propio apóstol Pedro, pues el Papa lo escogió en lugar del candidato que le presentaba el pueblo.

Rápidamente conocio del mundo católico por sus virtudes, su ciencia y su elocuencia, fue consultado por el heresiarca Eutiques cuando sus primeras disputas con el arzobispo de Constantinopla (449). Su respuesta, conservada en la colección de las cartas de San León, está enla línea de política de este gran Papa, puesto que declara que el juicio definitivo, tanto en materia doctrinal como disciplinaria, le corresponde al Romano Pontífice, porque “en su persona es siempre el Apóstol Pedro quien sebrevive y preside para ofrecer la Verdad de la Fe a cuantos la busquen”.

De los 725 sermones que se le atribuyen, varios son de una autenticidad discutible, y por el contratrio se les podrían agregar otros inéditos o perdidos. Sólo algunos tienen un contenido dogmático, y tratan sobre de la Encarnación, refutando las herejías corrientes sobre esta materia: arrianismo, nestorianismo, eutiquismo. Siete son explicaciones del Símbolo (Sermones 56-62). Y siete son comentarios de la oración dominical (77-82), destinados verosímilmente a los catecúmenos para la víspera del baautismo. Los otros discursos, de ordinario muy breves, son homilías, cuyo tema está sacado de textos escriturarios leídos durante los oficios litúrgicos: son ante todo exhortaciones morales que de paso propercionan una descripción de las costumbres cristianas en la primera mitad del siglo V, recriminando su grosera depraavación. Una de sus sentencias se ha hecho célebre: “El que quiera holgarse con el diablo no podrá regocijarse con Cristo”.

Un día que predicaba él sobre el episodio evangélico de la hemorroísa, habló con tal vehemencia que pronto le faltó la voz. El auditorio se conmovió por ello de tan manera que estalló en sollozos, clamores y suplicaciones que reemplazaron la palabra del orador. El Santo dio gracias a Dios de que su desfallecimiento hubiese dado lugar a un ímpetu de arrepentimiento y de caridad.

La tradición que le ha puesto el nombre de “Crisólogo” ---palabra de oro--- lo hace así un émulo de San Juan “Crisóstomo” ----boca de oro----. No tiene sin embargo la misma envergadura que el Patriarca de Constantinopla, al menos en el dominio de la teología. Fue proclamado Doctor de la Igleisa por el Papa Benedicto Xlll en l729.
 


A mediados del siglo V, el Imperio Romano de Occidente se
hallaba ya en franca decadencia. En Rávena, su capital, la
tercera parte de los habitantes profesaban aún el paganismo o
la religión judía; el resto eran cristianos, aunque no faltaban
entre ellos los que habían sido engañados por las herejías
nestoriana y monofisita, que entonces se hallaban en auge.

En estas circunstancias, San Pedro Crisólogo fue consagrado
Arzobispo de Rávena, bajo el pontificado de Sixto lIl (en torno al
año 430). Había nacido en la actual Imola (Italia) hacia el año
380. Pocos datos más se conservan de su vida: en el 445
asistió a la muerte de San Germano de Auxerre y, tres o cuatro
años después, escribió a Eutiques, presbítero de
Constantinopla, que negaba que Cristo fuera perfecto hombre
(que tuviera una naturaleza humana completa), invitándole a
que se sometiera a las decisiones del Romano Pontífice. Murió
en su ciudad natal, probablemente el 3 de diciembre del año
450.

Actualmente se consideran como obras auténticas, además
de la carta a Eutiques, una colección de más de ciento ochenta
sermones. Este elevado número testimonia la intensa labor
pastoral del Crisólogo (apelativo que significa «palabra de oro»,
con el que es conocido). La mayor parte se centran en la
explicación de los textos de la Sagrada Escritura leídos durante
la Misa; otros—en número muy inferior—son directamente
dogmáticos, y se refieren sobre todo a la Encarnación, a la
gracia, a la vida cristiana y al reconocimiento del primado del
Papa. Un tercer grupo recoge su predicación a los catecúmenos
que se preparaban para ser bautizados, con explicaciones del
Credo y del Padrenuestro. 
LOARTE
* * * * *
SAN PEDRO CRISÓLOGO fue obispo de Rávena y murió hacia el 450; se conservan muchos sermones suyos. ARNOBIO EL JOVEN murió después del 451, y vivía en Roma desde que escapó de la invasión de los vándalos en África, donde tal vez había sido monje; fue semipelagiano y discrepó de las doctrinas de San Agustín. SAN QUODVULTDEUS, obispo de Cartago, desterrado por los vándalos, murió en Campania hacia el 453.

La oración dominical
(Sermón 67)

Hermanos queridísimos, habéis oído el objeto de la fe;
escuchad ahora la oración dominical. Cristo nos enseñó a rezar
brevemente, porque desea concedernos enseguida lo que
pedimos. ¿Qué no dará a quien le ruega, si se nos ha dado Él
mismo sin ser pedido? ¿Cómo vacilará en responder, si se ha
adelantado a nuestros deseos al enseñarnos esta plegaria?

Lo que hoy vais a oír causa estupor a los ángeles, admiración
al cielo y turbación a la tierra. Supera tanto las fuerzas
humanas, que no me atrevo a decirlo. Y, sin embargo, no puedo
callarme. Que Dios os conceda escucharlo y a mí exponerlo.

¿Qué es más asombroso, que Dios se dé a la tierra o que
nos dé el cielo?, ¿que se una a nuestra carne o que nos
introduzca en la comunión de su divinidad?, ¿que asuma Él la
muerte o que a nosotros nos llame de la muerte?, ¿que nazca
en forma de siervo o que nos engendre en calidad de hijos
suyos?, ¿que adopte nuestra pobreza o que nos haga
herederos suyos, coherederos de su único Hijo? Sí, lo que
causa más maravilla es ver la tierra convertida en cielo, el
hombre transformado por la divinidad, el siervo con derecho a
la herencia de su señor. Y, sin embargo, esto es precisamente
lo que sucede. Mas como el tema de hoy no se refiere al que
enseña sino a quien manda, pasemos al argumento que
debemos tratar.

Sienta el corazón que Dios es Padre, lo confiese la lengua,
proclámelo el espíritu y todo nuestro ser responda a la gracia
sin ningún temor, porque quien se ha mudado de Juez en Padre
desea ser amado y no temido.

Padre nuestro, que estás en los cielos. Cuando digas esto no
pienses que Dios no se encuentra en la tierra ni en algún lugar
determinado; medita más bien que eres de estirpe celeste, que
tienes un Padre en el cielo y, viviendo santamente, corresponde
a un Padre tan santo. Demuestra que eres hijo de Dios, que no
se mancha de vicios humanos, sino que resplandece con las
virtudes divinas.

Sea santificado tu nombre. Si somos de tal estirpe, llevamos
también su nombre. Por tanto, este nombre que en sí mismo y
por sí mismo ya es santo, debe ser santificado en nosotros. El
nombre de Dios es honrado o blasfemado según sean nuestras
acciones, pues escribe el Apóstol: es blasfemado el nombre de
Dios por vuestra causa entre las naciones (Rm 2, 24).

Venga tu reino. ¿Es que acaso no reina? Aquí pedimos que,
reinando siempre de su parte, reine en nosotros de modo que
podamos reinar en Él. Hasta ahora ha imperado el diablo, el
pecado, la muerte, y la mortalidad fue esclava durante largo
tiempo. Pidamos, pues, que reinando Dios, perezca el demonio,
desaparezca el pecado, muera la muerte, sea hecha prisionera
la cautividad, y nosotros podamos reinar libres en la vida
eterna.

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Éste es
el reinado de Dios: cuando en el cielo y en la tierra impere la
Voluntad divina, cuando sólo el Señor esté en todos los
hombres, entonces Dios vive, Dios obra, Dios reina, Dios es
todo, para que, como dice el Apóstol, Dios sea todo en todas
las cosas (1 Cor 15, 28).

El pan nuestro de cada día, dánosle hoy. Quien se dio a
nosotros como Padre, quien nos adoptó por hijos, quien nos
hizo herederos, quien nos transmitió su nombre, su dignidad y
su reino, nos manda pedir el alimento cotidiano. ¿Qué busca la
humana pobreza en el reino de Dios, entre los dones divinos?
Un padre tan bueno, tan piadoso, tan generoso, ¿no dará el
pan a los hijos si no se lo pedimos? Si así fuera, ¿por qué dice:
no os preocupéis por la comida, la bebida o el vestido? Manda
pedir lo que no nos debe preocupar, porque como Padre
celestial quiere que sus hijos celestiales busquen el pan del
cielo. Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo (Jn 6, 41). Él
es el pan nacido de la Virgen, fermentado en la carne,
confeccionado en la pasión y puesto en los altares para
suministrar cada día a los fieles el alimento celestial.

Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores. Si tú, hombre, no puedes
vivir sin pecado y por eso buscas el perdón, perdona tú
siempre; perdona en la medida y cuantas veces quieras ser
perdonado. Ya que deseas serlo totalmente, perdona todo y
piensa que, perdonando a los demás, a ti mismo te perdonas.

Y no nos dejes caer en la tentación. En el mundo la vida
misma es una prueba, pues asegura el Señor: es una tentación
la vida del hombre (Job 7, I ). Pidamos, pues, que no nos
abandone a nuestro arbitrio, sino que en todo momento nos
guie con piedad paterna y nos confirme en el sendero de la vida
con moderación celestial.

Mas Iíbranos del mal. ¿De qué mal? Del diablo, de quien
procede todo mal. Pidamos que nos guarde del mal, porque si
no, no podremos gozar del bien.
* * * * *
El sacrificio espiritual
(Sermón 108)

¡Oh admirable piedad que, para conceder, ruega que se le
pida! Pues hoy el bienaventurado Apóstol, sin pedir cosas
humanas sino dispensando las divinas, pide así: os ruego por la
misericordia de Dios (Rm 12, 1). El médico, cuando persuade a
los enfermos de que tomen austeros remedios, lo hace con
ruegos, no con mandatos, sabiendo que es la debilidad y no la
voluntad la que rechaza los remedios saludables, siempre que
el enfermo los rehuye. Y el padre, no con fuerza sino con amor,
induce al hijo al rigor de la disciplina, sabiendo cuán áspera es
la disciplina para los sentidos inmaduros. Pues si la enfermedad
corporal es guiada con ruegos a la curación, y si el ánimo
infantil es conducido a la prudencia con algunas caricias, ¡cuán
admirable es que el Apóstol, que en todo momento es médico y
padre, suplique de esta manera para levantar las mentes
humanas, heridas por las enfermedades carnales, hasta los
remedios divinos!

Os ruego por la misericordia de Dios. Introduce un nuevo tipo
de petición. ¿Por qué no por la virtud?, ¿por qué no por la
majestad ni por la gloria de Dios, sino por su misericordia?
Porque sólo por ella Pablo se alejó del crimen de perseguidor y
alcanzó la dignidad de tan gran apostolado, como él mismo
confiesa diciendo: Yo, que antes fui blasfemo, perseguidor y
opresor, sin embargo alcancé misericordia de Dios (1 Tim 1,
13). Y de nuevo: verdad es cierta y digna de todo acatamiento
que Jesucristo vino a este mundo para salvar a los pecadores,
de los cuales el primero soy yo. Mas por eso conseguí
misericordia, afin de que Jesucristo mostrase en mí el primero
su extremada paciencia, para ejemplo y confianza de los que
han de creer en Él, para alcanzar la vida eterna (1 Tim 1,
15-16).

Os ruego por la misericordia de Dios. Ruega Pablo, mejor
dicho, por medio de Pablo ruega Dios, que prefiere ser amado a
ser temido. Ruega Dios, porque no quiere tanto ser señor
cuanto padre. Ruega Dios con su misericordia para no castigar
con rigor. Escucha al Señor mientras ruega: todo el día extendí
mis manos (Is 65, 2). Y quien extiende sus manos, ¿acaso no
muestra que está rogando? Extendí mis manos. ¿A quién? Al
pueblo. ¿A qué pueblo? No sólo al que no cree, sino al que se
le opone. Extendí mis manos. Distiende los miembros, dilata sus
vísceras, saca el pecho, ofrece el seno, abre su regazo, para
mostrarse como padre con el afecto de tan gran petición.

Escucha también a Dios que ruega en otro lugar: pueblo mío,
¿qué te he hecho o en qué te he contristado? (Mic 6, 3).
¿Acaso no dice: si la divinidad es desconocida, sea al menos
conocida la humanidad? Ved, ved en mí vuestro cuerpo,
vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos,
vuestra sangre. Y si teméis lo divino, ¿por qué no amáis al
menos lo humano? Si huís del Señor, ¿por qué no acudís
corriendo al padre? Pero quizá os confunde la grandeza de la
Pasión que me hicisteis. No temáis. Esta cruz no es mi patíbulo,
sino patíbulo de la muerte. Esos clavos no me infunden dolor,
sino más bien me infunden vuestra caridad. Estas heridas no
producen mis llantos, sino más bien os introducen en mis
entrañas. La dislocación de mi cuerpo dilata más mi regazo para
acogeros a vosotros, y no acrecienta mi dolor. Mi sangre no se
malogra, sino que sirve para vuestro rescate. Venid, pues,
regresad y probad al menos al padre, viendo que devuelve
bondad a cambio de maldad, amor a cambio de ofensas, tan
gran caridad a cambio de tan grandes heridas.

SCDO-COMUN: Pero oigamos ya qué pide el Apóstol: os
ruego que ofrezcáis vuestros cuerpos. El Apóstol, rogando de
este modo, arrastró a todos los hombres hasta la cumbre
sacerdotal: que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva. Ah
inaudito oficio del pontificado cristiano, en el que el hombre es a
la vez hostia y sacerdote, porque el hombre no busca fuera de
sí lo que va a inmolar a Dios; porque el hombre, cuando está
dispuesto a ofrecer sacrificios a Dios, aporta como ofrenda lo
que es por sí mismo, en sí mismo y consigo mismo; porque
permanece la misma hostia y permanece el mismo sacerdote;
porque la víctima se inmola y continúa viviendo, el sacerdote
que sacrifica no es capaz de matar! Admirable sacrificio, donde
se ofrece un cuerpo sin cuerpo y sangre sin sangre.

Os ruego por la misericordia de Dios que ofrezcáis vuestros
cuerpos como hostia viva. Hermanos, este sacrificio proviene del
ejemplo de Cristo, que inmoló vitalmente su cuerpo para la vida
del mundo, y lo hizo en verdad hostia viva, ya que habiendo
muerto vive. Por tanto, en tal víctima la muerte es aplastada, la
hostia permanece, vive la hostia, la muerte es castigada. De
aquí que los mártires por la muerte nacen, con el fin comienzan,
por la matanza viven, y brillan en los cielos, mientras que en la
tierra se consideraban extinguidos.

Os ruego por la misericordia de Dios que ofrezcáis vuestros
cuerpos como hostia viva y santa. Esto es lo que cantó el
profeta: no quisiste sacrificio ni oblación, y por eso me diste un
cuerpo (Sal 39, 7). Hombre, sé sacrificio y sacerdote de Dios;
no pierdas lo que te dio y concedió la autoridad divina; vístete
con la estola de la santidad; cíñete el cíngulo de la castidad;
esté Cristo en el velo de tu cabeza; continúe la cruz como
protección de tu frente; pon sobre tu pecho el sello de la ciencia
divina; enciende el incensario en aroma de oración; toma la
espada del Espíritu; haz de tu corazón un altar; y así, con
seguridad, mueve tu cuerpo como víctima de Dios. El Señor
busca la fe, no la muerte; está sediento de deseos, no de
sangre; se aplaca con la voluntad, no con la muerte. Lo
demostró, cuando pidió a Abraham que le ofreciera a su hijo
como víctima. Pues, ¿qué otra cosa sino su propio cuerpo
inmolaba Abraham en el hijo?, ¿qué otra cosa pedía Dios sino
la fe al padre cuando ordenó que ofreciera al hijo, pero no le
permitió matarlo? Confirmado, por tanto, con tal ejemplo, ofrece
tu cuerpo y no sólo lo sacrifiques, sino hazlo también
instrumento de virtud. 262

Porque cuantas veces mueren las artimañas de tus vicios,
tantas otras has inmolado a Dios vísceras de virtud. Ofrece la fe
para castigar la perfidia; inmola el ayuno para que cese la
voracidad; sacrifica la castidad para que muera la impureza;
impon la piedad para que se deponga la impiedad; excita la
misericordia para que se destruya la avaricia; y, para que
desaparezca la insensatez, conviene inmolar siempre la
santidad: así tu cuerpo se convertirá en hostia, si no ha sido
manchado con ningún dardo de pecado.

Tu cuerpo vive, hombre, vive cada vez que con la muerte de
los vicios inmolas a Dios una vida virtuosa. No puede morir
quien merece ser atravesado por la espada de vida. Nuestro
mismo Dios, que es el Camino, la Verdad y la Vida, nos libre de
la muerte y nos conduzca a la Vida. 
* * * * *
Tocar a Cristo con fe
(Sermón 34)

Todas las lecturas evangélicas nos ofrecen grandes
beneficios tanto para la vida presente como para la futura. La
lectura de hoy recoge, por un lado, lo que es propio de la
esperanza y excluye, por otro, cualquier cosa que se refiera a la
desesperación.

Tenemos una condición dura y digna de ser llorada: la innata
fragilidad nos incita a pecar y la vergüenza, pariente del
pecado, nos prohibe confesarlo. No nos avergüenza obrar lo
que es malo, pero sí confesarlo. Tememos decir lo que no
tenemos miedo de hacer.

Pero hoy una mujer, al buscar un tácito remedio a un mal
vergonzoso, encuentra el silencio, mediante el cual el pecador
puede alcanzar el perdón.

La primera felicidad consiste en no avergonzarnos de los
pecados; la segunda, en obtener el perdón de los pecados,
dejándolos escondidos. Así lo entendió el profeta, cuando dijo:
Bienaventurados aquellos cuyos pecados han sido perdonados
y cuyas culpas han sido sepultadas (Sal 31, 1 ).

En esto—narra el evangelista—, una mujer, que padecía un
flujo de sangre hacía doce años, acercándose por detrás, le
tocó el borde de su manto (Mt 9, 20). La mujer recurre
instintivamente a la fe, después de una larga e inútil cura. Se
avergüenza de pedir una medicina: desea recobrar la salud,
pero prefiere permanecer desconocida ante Aquél de quien
cree que ha de alcanzar la salvación.

De modo semejante a como el aire es agitado por un
torbellino de vientos, esta mujer era turbada por una tempestad
de pensamientos. Luchaban fe contra razón, esperanza contra
temor, necesidad contra pudor. El hielo del miedo apagaba el
ardor de la fe y la constricción del pudor oscurecía su luz; el
inevitable recato debilitaba la confianza de la esperanza. De ahí
que aquella mujer se encontrase agitada como por las olas
tempestuosas de un océano.

Estudiaba la forma de actuar a escondidas de la gente,
apartada de la muchedumbre. Se abría paso de manera que le
fuera posible recobrar la salud sin forzar, a la vez, el propio
pudor. Se preocupaba de que su curación no redundara en
ofensa del médico. Se esforzaba porque la salvase, salvando la
reverencia debida al Salvador.

Con un estado de ánimo semejante, aquella mujer mereció
tocar, desde un extremo de la orla, la plenitud de la divinidad.
Se acercó—cuenta— por detrás (Ibid.). Pero ¿detrás de
dónde? Y tocó el borde de su manto (Ibid.). Se aproximó por
detrás, porque la timidez no le permitía hacerlo por delante,
cara a cara. Se acercó por detrás, y, aunque detrás no hubiese
nada, encontró allí la presencia que intentaba esquivar. En
Cristo había un cuerpo compuesto, pero la divinidad era simple:
era todo ojos, cuando veía tras de sí una mujer que suplicaba
de este modo.

J/HUMANIDAD-SVRA: Acercándose por detrás, le tocó el
borde de su manto (Ibid.). ¡Qué debió de ver escondido en la
intimidad de Cristo, la que en el borde de su manto descubrió
todo el poder de la divinidad! ¡Cómo enseñó lo que vale el
cuerpo de Cristo, la que mostró que en el borde de su manto
hay algo de tanta grandeza!

Ponderen los cristianos, que cada día tocan el Cuerpo de
Cristo, qué medicina pueden recibir de ese mismo cuerpo, si
una mujer recobró completamente la salud con sólo tocar la orla
del manto de Cristo. Pero lo que debemos llorar es que,
mientras la mujer se curó de esa llaga, para nosotros la misma
curación se torna en llaga. Por eso, el Apóstol amonesta y
deplora a los que tocan indignamente el cuerpo de Cristo: pues
el que toca indignamente el cuerpo de Cristo, recibe su propia
condenación (/1Co/11/29) (...).

Pedro y Pablo, Príncipes de la fe cristiana, difundieron por el
mundo el conocimiento del nombre de Cristo; pero fue
primeramente una mujer la que enseñó el modo de acercarnos
a Cristo. Por primera vez una mujer demostró cómo el pecador,
con una confesión tácita, borra sin vergüenza el pecado; cómo
el culpable, conocido sólo por Dios en relación a su culpa, no
está obligado a revelar a los hombres las vergüenzas de la
conciencia, y cómo el hombre puede, con el perdón, prevenir el
juicio.

Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: ten confianza, hija,
tu fe te ha salvado (Mt 9, 22). Pero Jesús volviéndose: no con el
movimiento del cuerpo, sino con la mirada de la divinidad. Cristo
se dirige a la mujer para que ella se dirija a Cristo, para que
reciba la curación del mismo de quien ha recibido la vida y sepa
que para ella la causa de la actual enfermedad es ocasión de
perpetua salvación.

Volviéndose y mirándola (Ibid.). La ve con ojos divinos, no
humanos para devolverle la salud, no para reconocerla, pues
ya sabía quien era. La ve: es recompensado con bienes,
liberado de males, quien es visto por Dios. Es lo que
reconocemos todos habitualmente cuando, refiriéndonos a las
personas afortunadas, decimos: la ha visto Dios. A esa mujer
también la vio Dios y la hizo feliz curándola.
Sermones
Os exhorto por la misericordia de Dios. Pablo, o, mejor dicho, Dios por boca de Pablo, nos exhorta porque prefiere ser amado antes que temido. Nos exhorta porque prefiere ser padre antes que señor. Nos exhorta Dios, por su misericordia, para que no tenga que castigarnos por su rigor.
Oye lo que dice el Señor: «Ved, ved en mí vuestro propio cuerpo, vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos, vuestra sangre. Y si teméis lo que es de Dios, ¿por qué no amáis lo que es también vuestro? Si rehuís al que es Señor, ¿por qué no recurrís al que es padre?
»Quizá os avergüence la magnitud de mis sufrimientos, de los que vosotros habéis sido la causa. No temáis. La cruz, más que herirme a mí, hirió a la muerte. Estos clavos, más que infligirme dolor, fijan en mí un amor más grande hacia vosotros. Estas heridas, más que hacerme gemir, os introducen más profundamente en mi interior. La extensión de mi cuerpo en la cruz, más que aumentar mi sufrimiento, sirve para prepararos un regazo más amplio. La efusión de mi sangre, más que una pérdida para mí, es el precio de vuestra redención.
»Venid, pues, volved a mí, y comprobaréis que soy padre, al ver cómo devuelvo bien por mal, amor por injurias, tan gran caridad por tan graves heridas».
Pero oigamos ya qué es lo que nos pide el Apóstol: Os exhorto -dice-, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos. Este ruego del Apóstol promueve a todos los hombres a la altísima dignidad del sacerdocio. A presentar vuestros cuerpos como hostia viva.
Inaudito ministerio del sacerdocio cristiano: el hombre es a la vez víctima y sacerdote: el hombre no ha de buscar fuera de sí qué ofrecer a Dios, sino que aporta consigo, en su misma persona, lo que ha de sacrificar a Dios; la víctima y el sacerdote permanecen inalterados; la víctima es inmolada y continúa viva, y el sacerdote oficiante no puede matarla.
Admirable sacrificio, en el que se ofrece el cuerpo sin que sea destruido, y la sangre sin que sea derramada. Os exhorto -dice-, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva.
Este sacrificio, hermanos, es semejante al de Cristo, quien inmoló su cuerpo vivo por la vida del mundo: él hizo realmente de su cuerpo una hostia viva, ya que fue muerto y ahora vive. Esta víctima admirable pagó su tributo a la muerte, pero permanece viva, después de haber castigado a la muerte. Por esta razón, los mártires nacen al morir, su fin significa el principio, al matarlos se les dio la vida, y ahora brillan en el cielo, cuando se pensaba haberlos suprimido en la tierra.
Os exhorto -dice-, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa. Es lo que había cantado el profeta: No quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo.
Sé, pues, oh hombre, sacrificio y sacerdote para Dios, no pierdas lo que te ha sido dado por el poder de Dios, revístete de la vestidura de la santidad, cíñete el cíngulo de la castidad; sea Cristo el casco de protección para tu cabeza; que la cruz se mantenga en tu frente como una defensa; pon sobre tu pecho el misterio del conocimiento de Dios; haz que arda continuamente el incienso aromático de tu oración; empuña la espada del Espíritu: haz de tu corazón un altar; y así, puesta en Dios tu confianza, lleva tu cuerpo al sacrificio.
Lo que pide Dios es la fe, no la muerte; tiene sed de tu buena intención, no de sangre; se satisface con la buena voluntad, no con matanzas.
(108; Liturgia de las Horas)



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