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María Vicenta de Santa Dorotea, Beata |
Fundadora del Instituto de las Siervas de la Santísima Trinidad y
de los Pobres
Martirologio Romano: En la ciudad de Guadalajara, en
México, beata María Vicenta de Santa Dorotea Chávez Orozco, virgen,
fundadora del Instituto de las Siervas de la Santísima Trinidad
y de los Pobres, que confiando sólo en Dios y
en la ayuda de la Providencia, dio pruebas elocuentes de
delicadeza y diligencia para con los desamparados y los pobres
(1949).
María Vicenta de Santa Dorotea Chávez Orozco nació el 6
de febrero de 1867 en Cotija (Michoacán, México). Era la
menor de los cuatro hijos de Luis Chávez y Benigna
de Jesús Orozco. Recibió los sacramentos de la iniciación cristiana
en la parroquia de su pueblo natal. Su familia se
estableció en el barrio de Mexicaltzingo, que en esa época
estaba poblado por gente necesitada y de clase media baja.
Durante su infancia se destacó por su devoción al Niño
Jesús; hacía altarcitos e invitaba a otros niños a rezar.
El p. Agustín Beas ejerció su ministerio en aquella parroquia
con gran celo apostólico; se preocupaba de modo especial de
los enfermos pobres, para los cuales fundó un sencillo hospital
en la misma casa parroquial, con seis camas, dedicándolo a
la Santísima Trinidad. Atendían a los enfermos las señoras de
la Conferencia de San Vicente de Paúl.
El 20 de
febrero de 1892 Vicenta tuvo que ingresar en el hospital
a causa de una pleuresía, y allí recibió la inspiración
de consagrar su vida a Dios en la persona de
los pobres y enfermos. El 10 de julio del mismo
año, recuperada su salud, regresó al hospital de la Santísima
Trinidad para servir definitivamente a los enfermos y a los
pobres, demostrando una extraordinaria caridad para con ellos.
Emitió votos
privados el 25 de diciembre de 1895 con otras dos
jóvenes. El 12 de mayo de 1905 fundó la congregación
de Siervas de los Pobres, nombre que posteriormente cambió por
el de Siervas de la Santísima Trinidad y de los
Pobres. Profesó canónicamente el 3 de diciembre de 1911 y
fue elegida superiora general de la congregación el 8 de
septiembre de 1913, cargo que ejerció durante treinta años, siendo
el alma y guía de su instituto. Por su indiscutible
autoridad moral y su auténtica caridad fue un verdadero modelo
de superiora y supo guiar a sus hijas a poner
su vida en manos del Señor.
Era muy devota y
fervorosa. Presentaba la obediencia como el camino más corto para
llegar a la perfección y estaba convencida de que era
el holocausto mayor que se podía ofrecer al Señor: obedecía
con prontitud, sin replicar y sin hacer juicios. Vivió constante
y plenamente su castidad consagrada, practicó heroicamente las virtudes teologales
y morales, sobresaliendo por su humildad, sencillez y caridad. La
frase paulina: «la caridad de Cristo nos urge », constituyó
el ideal de su vida, haciendo presente al Señor Jesús
en donde servía.
Sufrió mucho durante las dos persecuciones religiosas
que se desencadenaron en México: en 1914 las tropas revolucionarias
de Carranza ocuparon Guadalajara y se instalaron en la catedral,
capturando a religiosos y sacerdotes; y en 1926 el hospital
de San Vicente de Zapotlán fue transformado en cuartel general
militar. Las religiosas siguieron atendiendo con dedicación a los heridos,
sin amedrentarse ante el peligro. En cierta ocasión, en que
las religiosas de su comunidad tuvieron que refugiarse en casas
de personas amigas, que las protegían, la madre Vicenta se
quedó sola con una postulante asistiendo a los heridos, soportando
ultrajes y amenazas de muerte. El comandante, que llegó al
puesto más tarde, reprendió a los soldados su indigna conducta,
y exaltó implícitamente la grandeza de la intrépida religiosa. La
mayoría de los enfermos atendidos en los hospitales de las
Siervas de la Santísima Trinidad y de los Pobres recibían
los sacramentos.
El Señor bendijo al instituto con abundantes vocaciones
y durante los años en que lo gobernó la madre
Vicenta, se fundaron 17 casas en toda la República Mexicana:
hospitales, clínicas y asilos.
A los 75 años comenzó a
padecer de la vista, con intensos dolores. Todo lo aceptó
de manos del Señor, lo sufrió con admirable paciencia y
le sirvió de purificación; su semblante era siempre amable, lleno
de dulzura y paz, y nunca se le oyó una
queja.
El 29 de julio de 1949 su salud empeoró.
El capellán don Roberto López le administró la extremaunción. Al
día siguiente, mons. José Garibi Rivera, primer cardenal de México,
al ver su gravedad, la confesó y mientras celebraba la
eucaristía, en el momento de la elevación, la madre Vicenta
entregó su alma a Dios en el hospital de la
Santísima Trinidad de Guadalajara (Jalisco, México).
Fue beatificada por S.S.
Juan Pablo II el 9 de noviembre de 1997.
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