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Pedro del Sagrado Corazón Redondo y compañeros, Beatos |
Mártires Pasionistas
Martirologio Romano: En Urda, pueblo de la provincia española
de Toledo, beatos mártires Pedro del Sagrado Corazón Redondo, presbítero,
Félix de las Cinco Llagas Ugalde Irurzun y Benito de
la Virgen del Villar Solano Ruiz, religiosos de la Congregación
de la Pasión, que consiguieron la gloriosa palma del martirio
al ser fusilados por su fe cristiana, durante la persecución
religiosa desencadenada en la guerra (1936). BEATOS MÁRTIRES PASIONISTAS DE DAIMIELLa noche del 21 al 22
de julio de 1936, el convento pasionista de Daimiel, Ciudad
Real, descansaba en la más profunda calma. La oscuridad era
como un manto protector, que envolvía la casa e iglesia
del Santo Cristo de la Luz. Parecía como si nadie
pudiera perturbar ese ambiente de paz y de silencio.
Serían
las once y media de la noche. El sonido metálico
de la campana de la puerta vino a romper inesperadamente
y con insistencia este silencio claustral de la media noche
estrenada. Era un sonar agitado y nervioso, que hizo saltar
del lecho en que dormía tranquilamente al hermano portero de
la comunidad. ¿Quién sería a tan altas horas de la
noche? ¿Qué estaría sucediendo?
¿Qué se pediría de ellos?
El
buen hermano Pablo María destacaba precisamente por su tranquilidad y
su paz. Sin embargo, al oír ese sonar fuerte e
insistente de la campaña a horas tan intempestivas, no pudo
menos de asustarse y quedar desconcertado y sin saber qué
hacer. ¿Acudiría a la puerta? ¿Esperaría un poco más a
ver lo que pasaba? De ir, ¿lo haría solo?, ¿o
despertaría a algún otro religioso para que le acompañase?
Pronto
recobra la calma y, con gran valentía y serenidad, decide
ir solo. ¿Cuál no sería su sorpresa. ..y miedo, al
abrir la puerta y encontrarse allí nada menos que con
una multitud de hombres fuertemente armados, envueltos en la oscuridad?
Con ademanes amenazadores y sin más dilación, éstos mandan al
hermano que se desaloje inmediatamente el convento.
"GETSEMANÍ, ÉSTE ES
NUESTRO GETSEMANÍ... "
Pasos silenciosos, sombras y siluetas moviéndose a lo
largo del corredor en penumbra. Cada noche, algo más tarde,
solían levantarse para cantar las alabanzas del Señor en el
coro. Ahora, estos hombres de Dios querían coronar el canto
de alabanza de sus vidas con el "amén" festivo de
su fidelidad a Cristo.
Entraron en la iglesia. Delante del
altar les estaba ya esperando el provincial, el P. Nicéforo,
cuya mirada suave y cariñosa se iba posando sobre cada
uno de esos religiosos, en su mayor parte tan jóvenes.
Ya en el presbiterio y de rodillas ante el altar,
el Padre les dirigió unas palabras que no parecían de
él, sino inspiradas directamente por el Espíritu de Dios. Los
pocos que lograron sobrevivir, después de la tragedia de la
guerra, todavía las recordaban textualmente. De tal manera se les
habían grabado en la memoria y en el corazón:
"Getsemaní":
Les
dijo con la mayor emoción-, éste es nuestro Getsemaní. Conturbada
ante la fatídica perspectiva del Calvario, como la de Jesucristo,
también nuestra naturaleza, en su parte débil, en su parte
flaca, desfallece, se acobarda... Pero Jesús está con nosotros. Yo
os voy a dar al que es la fortaleza de
los débiles... A Jesús le confortó un ángel, a nosotros
es el mismo Jesús el que nos conforta y nos
sostiene... Dentro de pocos momentos, estaremos con Cristo...
Moradores del
Calvario, ¡ánimo!, ¡a morir por Cristo! A mí me toca
animaros y yo mismo me estimulo con vuestro ejemplo ".
A continuación, el P. Nicéforo dio a todos la absolución
general y él mismo la recibió del P . Germán,
el superior de la comunidad. Luego, se revistió el roquete
y la estola y dio a cada religioso la sagrada
comunión. De esta comunión escribiría, años más tarde, uno de
los supervivientes: "¡Qué comunión aquella tan fervorosa!"
Después de unos
momentos de acción de gracias, el P. Provincial animó todavía
a sus religiosos al martirio, recordándoles que ahora debían probar
con su vida que eran seguidores de Cristo Crucificado, que
eran ¡pasionistas!
Con solemnidad y misterio, desde el altar el
Padre se dirigió a las puertas de la iglesia, acompañado
de sus religiosos. Las abrió de par en par. Fuera
y envueltos en la oscuridad de la noche, le esperaban
unos doscientos milicianos fuertemente armados y apiñados hacia la entrada.
Entonces uno de ellos, destacándose de los demás y con
el arma en la mano, se dirigió a los religiosos
y les exigió, amenazador, que abandonasen el convento y la
iglesia.
El P. Nicéforo le contestó sencillamente: "Si quieren matarnos,
háganlo aquí, en la iglesia ". El miliciano no había
contado con esta actitud tan pacífica y valiente. No poco
confuso, se dirigió todavía al P. Nicéforo con estas palabras:
"¿Quién ha dicho que queremos mataros? Lo que queremos es
que os vayáis de aquí".
Escoltados como si fueran malhechores,
los religiosos pasionistas salieron de la iglesia y se internaron
en la oscuridad y en lo desconocido. Ninguno intentó huir
ante la muerte. Todos permanecieron fieles al Señor. Después de
haber recibido la eucaristía y de la oración, los Pasionistas
de Daimiel, a ejemplo de Jesús y de los primeros
mártires de la Iglesia, se sintieron ya fuertes y preparados
para enfrentarse con su pasión y beber hasta las heces
el cáliz que el Padre celestial les preparaba.
Pero, ¿adónde
los llevaría ahora su camino, en medio de la oscuridad,
tan avanzada la noche y rodeados de enemigos?
CAMINO DEL
CEMENTERIO
Primero se les dio orden de dirigirse hacia la
estación. Algunos pensaron que allí les dejarían tomar el tren
y alejarse. ¡Vana ilusión! La comitiva cambió pronto de rumbo
y tomó otra dirección, esta vez la del cementerio cercano.
Todos estaban convencidos de que allí serían fusilados.
En filas
de dos en dos, escoltados por hombres armados, caminaban envueltos
en la oscuridad de la noche. ¡Silencio! Pero cuanto mayor
era el silencio, tanto más vivo se hacía en ellos
el mundo de sus pensamientos. En aquellos momentos y en
la oscuridad de la noche, no podían ser más siniestros.
Uno de los cinco supervivientes describiría así, después de terminada
la guerra, los sentimientos que les embargaban en aquellos trágicos
momentos: "Nuestra excitada fantasía veía ya cavada la tumba. ¿Nos
enterrarían vivos?, ¿o muertos? La muerte nos causaba espanto, pero
el pensamiento de que nos enterrasen vivos era todavía mucho
más terrible ".
Pero no, al llegar al cementerio, los
hombres del "frente popular" les dejaron en libertad con la
orden de seguir adelante y de no dejarse ver más
por Daimiel y sus cercanías. De no hacerlo así, su
vida correría el mayor peligro.
Después de haber visto tan
de cerca la muerte, los religiosos dieron un profundo respiro
y tuvieron una gran sensación de alivio. Al llegar a
la bifurcación de la carretera de Ciudad Real a Bolaños,
se detuvieron para deliberar. Como no era posible que treinta
y un hombres juntos pasaran desapercibidos las líneas del frente
rojo, decidieron dividirse en grupos. El superior repartió el poco
dinero de que disponían y los grupos se despidieron tomando
diferentes caminos. Si todo salía bien, se encontrarían de nuevo
en Madrid; en caso contrario..., en el cielo.
Con palabras
consoladoras, con la mayor emoción se abrazaron fuertemente y se
despidieron como para un largo viaje, muy probablemente hasta la
eternidad, como así les sucedió a todos menos a cinco
de esos religiosos.
Aunque dejados en libertad, los religiosos eran
seguidos por el "frente popular", que iba informando de sus
posibles itinerarios hacia la capital de España, a veces con
consignas como ésta: "Van a pasar por ahí los pasionistas
de Daimiel. ¡Carne fresca! No la dejéis escapar..."
Al día
siguiente, 23 de julio de 1936, serían ya fusilados en
la cercana población de Manzanares los primeros mártires. Cinco, entre
ellos el P. Nicéforo, murieron allí, otros siete podrían todavía
sobrevivir, pero, tres meses más tarde y después de mucho
sufrimiento por las heridas de ese fusilamiento, morirían también fusilados
de nuevo. Todos los demás, en distintos lugares y en
diferentes fechas, morirían igualmente fusilados en Carabanchel Bajo (Madrid), en
Carrión de Calatrava (Ciudad Real) y en Urda (Toledo ).
Todos murieron perdonando, como lo hizo Jesús en la cruz.
"Si alguno nos saca para fusilarnos, diría el P. Juan
Pedro. os pedimos que a nadie tengáis odio ni rencor
por mal que nos hagan ". Testigos presenciales cuentan también
que el P. Nicéforo, después de haber sido fusilado y
ya próximo a morir, levantó sus ojos al cielo, volvió
su rostro hacia sus asesinos y les ofreció una sonrisa,
lo que les desconcertó hasta el punto de que uno
de ellos, todavía más enfurecido, le recriminó: "Cómo, ¿todavía sonríes?"
Y le disparó a bocajarro otro tiro, que acabó con
su vida acá en la tierra.
Los 26 religiosos pasionistas
del convento del Santo Cristo de la Luz, Daimiel, que
dieron su vida por su fidelidad a Cristo y a
la Iglesia son:
Nicéforo Díez Tejerina, superior provincial y que
había sufrido ya persecución y destierro en México, Germán Pérez
Jiménez, superior de la comunidad, Juan Pedro Bengoa Aranguren, que
había sufrido también persecución por la fe en México, Felipe
Valcobado Granado, Ildefonso García Nozal, Pedro Largo Redondo y Justiniano
Cuesta Redondo, sacerdotes; Pablo María Leoz Portillo, Benito Solana Ruiz,
Anacario Benito Lozal y Felipe Ruiz Fraile, hermanos coadjutores; Eufrasio
de Celis Santos, Maurilio Macho Rodríguez, Tomás Cuartero Gascón y
su hermano José María, José Estalayo García, José Osés Sáinz,
Julio Mediavilla Concejero, Félix Ugalde Ururzun, José María Ruiz Martínez,
Fulgencio Calvo Sánchez, Honorino Carracedo Ramos, Laurino Proaño Cuesta, Epifanio
Sierra Conde, Abilio Ramos Ramos y Zacarías Fernández Crespo, estudiantes
de filosofía que, después del noviciado, se estaban preparando para
el sacerdocio.
Pero los vencidos habían sido los vencedores. Según
confesaron más tarde los mismos asesinos, el P. Juan Pedro
y el Hno. Pablo María murieron con el crucifijo en
las manos y gritando: "¡ Cristo Rey!"
Otra cosa que
llama la atención es el gran número de religiosos jóvenes.
Dieciséis de estos Mártires Pasionistas de Daimiel estaban en edades
comprendidas entre los 18 y los 21 años. Ojalá que
su ejemplo despierte en nuestros días la conciencia y el
entusiasmo de tantos jóvenes todavía indecisos y les lleve a
orientar su vida hacia ideales altos y nobles, tal vez
incluso a consagrarse como ellos a Dios en la vida
religiosa o el sacerdocio.
Estos 26 Mártires Pasionistas de Daimiel
fueron beatificados por el papa Juan Pablo II el día
1 de octubre de 1989. Sus reliquias se conservan y
veneran en la cripta del convento pasionista de Daimiel, convertido
en casa de ejercicios y centro de espiritualidad. La fiesta
litúrgica se celebra el día 24 de julio.
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