domingo, 27 de octubre de 2013

Salmodia – Oración - Meditación



 



No es raro, hoy, encontrar personas, incluso religiosas, que declaren abiertamente que no “rezan” más, sino que ahora solamente “meditan”. Una abundante literatura sobre el tema “meditación” y toda una serie de cursos para aprenderla a hacer, indica que entre los cristianos la “oración” está abiertamente en crisis. Las cosas están un poco mejor en lo que respecta a la salmodia o, mejor, a “orar con los salmos”, como se gusta decir, que todavía es cultivada de modo particular por las comunidades religiosas, y que constituye también la parte esencial de la “liturgia de las horas” de toda la Iglesia, tanto para fieles como para el clero.

Salmodia, oración y meditación son, desde los tiempos antiguos, elementos estables y constitutivos de la vida espiritual del “hombre bíblico”. ¿Pero qué piensa la tradición al respecto? Empecemos con la salmodia y la oración.

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¡Si aún no has recibido el carisma de la oración o de la salmodia, entonces [pídelo] insistentemente y lo recibirás! [1]

La distinción entre salmodia y oración, que aquí está abiertamente presupuesta y que en los escritos de los primeros padres es del todo obvia, a los hombres modernos les parece una cosa extraña. Salmodia y oración, ¿no son pues la misma cosa, tanto que se puede hablar correctamente de “oración sálmica” o de “orar con los salmos”? Y el Salterio ¿no es pues el “libro de oración de la Iglesia”, que ella ha adoptado de la sinagoga? Los padres habrían respondido: Sí y no, “salmodiar no es aún orar”, ya que las dos cosas pertenecen a categorías distintas (¡no separadas!):

La salmodia pertenece [al ámbito] de la “multiforme sabiduría” [2], la oración en cambio es el preludio al inmaterial y no multiforme conocimiento [3].

¿Qué significa esta afirmación? Examinemos en primer lugar qué dice la Escritura, especialmente el Salterio mismo, con respecto a la salmodia y a la oración.

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Un salmo es un “cántico”, que como tal puede tener los más diversos contenidos. Por esto, la ciencia bíblica ha atribuido a los cientos cincuentas salmos a diversos géneros literarios.  Como se puede todavía reconocer por los muchos títulos de los salmos, en el Antiguo Testamento tales “canticos” fueron ejecutados a menudo con acompañamiento musical, por ejemplo utilizando el psaltérion a doce cuerdas. Esta ejecución es llamada “salmodiar” y al ejecutor mismo un psaltodós o psáltes, es decir, un cantor de salmos. La iglesia primitiva ha adoptado estos “cánticos de Israel”, reunidos en los libros del  pueblo del Antiguo Testamento y en el curso del tiempo los ha convertido en una parte integrante del propio “oficio divino”. Ella tenía, sin embargo, un modo propio de leer este “libro de los salmos”.

No por casualidad el Salterio ha sido llamado una “summa” en forma hímnica de toda la Escritura del Antiguo Testamento. Desde los inicios, por este motivo, la Iglesia los ha leído como a todos los libros del Antiguo Testamento, como palabra profética del Espíritu Santo destinada a realizarse en Cristo [4]. Esto explica ya en parte el pensamiento de Evagrio, cuando asigna a la salmodia al ámbito de la “multiforme sabiduría de Dios”: él la considera, pues, testimonio de aquella “sabiduría” que se refleja en la creación y en la historia de la salvación, de las cuales da testimonio la Escritura del Antiguo Testamento en su conjunto.

El Salterio es, por tanto, para los cristianos en primer lugar Escritura, y su autor, David, un profeta. Más que todo otro libro del Antiguo Testamento, es continuamente citado en el Nuevo Testamento como manifiesta y profética palabra de Dios a los hombres, en referencia a Cristo y a su Iglesia.

“Oración”, en cambio, y también “himno” y “alabanza” (doxología) es un hablar del hombre a Dios, o, según la definición de Clemente de Alejandría, un “coloquio con Dios” [5].

Para este “hablar a Dios”, y también por el “himno” y la “alabanza”, el Salterio ofrece no pocos modelos ejemplares, de los cuales el orante cristiano puede apropiarse inmediatamente. Sin embargo, amplias partes del Salterio, desde el punto de vista formal, no tienen en sí nada de “oración”. Junto a largas consideraciones sobre la movida historia de Israel se encuentran incluso en no pocos salmos, o en parte de ellos, imprecaciones contra los “enemigos que para el lector moderno aparecen justamente como lo opuesto a la oración cristiana. Para poderse apropiar enteramente del Salterio y transformarlo en un verdadero orar cristiano incluso en aquellos pasajes poco amados, es necesario el asiduo ejercicio en la “meditación”.

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Con el término “meditación” (meléte) los padres entienden como también el salmista mismo, un constante repetir en voz baja [6] determinados versículos o perícopas enteras de la sagrada Escritura, con el objetivo de comprender el sentido espiritual escondido. Por esto Evagrio en una oportunidad traduce “meditación” simplemente como “contemplación” (theoría) [7]. También en la Escritura, en vez de “meditar”, se habla de “reflexionar” o “recordar”. Evagrio llama a tal “meditar” contemplativo de los salmos, basándose en el Salmo 137, 1, un “cantar delante de los ángeles”, dado que la más eminente actividad de los ángeles consiste justamente en la contemplación de Dios y de sus obras [8].

“Quiero cantarte a ti delante de los ángeles”:
Cantar delante de los ángeles significa cantar sin distracciones, mientras nuestro intelecto o es impresionado solo por las cosas indicadas por el salmo o no es impresionado en absoluto. O bien, canta “ante los ángeles” aquel que comprende el significado de los salmos [9],

sin dejarse “distraer” por la multiplicidad de sus imágenes, ni tampoco por la multiformidad de los temas del conocimiento. Esto no es en absoluto fácil. Por esto, en efecto, Evagrio considera la “salmodia sin distracciones” incluso algo más grande que el “orar sin distracciones” [10], si bien, como hemos visto arriba, la oración es el “preludio del inmaterial y no multiforme conocimiento” del único Dios.

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El objeto de esta “meditación” es Dios [11], tal como él, en sus múltiples “obras” [12], se ha revelado desde la eternidad [13]. Estas obras testimonian su “sabiduría” [14], su “justicia” [15], sus “rectas sentencias” [16] y sus “juicios” [17], que son todas expresiones de aquella “multiforme sabiduría” de las cual hablaba Evagrio.

El orante encuentra este “testimonio” [18] depositado en las “palabras” de Dios [19], es decir en su “ley” [20] y en sus “mandamientos” [21], en los escritos del Antiguo Testamento, los cuales dan testimonio de sus “prodigios” [22].

El sentido escondido de la Escritura se abre al orante cristiano, sin embargo, sólo cuando el Señor mismo –e imitándolo a Él, los apóstoles y los padres- les abre los ojos sobre ellos.

[El Señor resucitado] les dijo:
“Son estas las palabras que les dije cuanto aún estaba con ustedes: es necesario que se cumplan todas las cosas escritas sobre mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos”. Entonces abrió sus mentes a la inteligencia de las Escrituras y les dijo: “Así está escrito: el Cristo deberá padecer y resucitar de los muertos al tercer día y en su nombre serán predicados a todas las naciones la conversión y el perdón de sus pecados, comenzando desde Jerusalén. De esto ustedes son testigos” [23]

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La “meditación” bíblica tiene que hacerse sobre todo con los datos objetivos de la historia de la salvación, en los cuales Dios se revela a sí mismo y a su “Nombre” [24]. El “reflexionar” sobre la misteriosa historia del pueblo elegido [25] o también sobre sus vicisitudes, en la cual se repite esta historia, no es, por consiguiente, jamás un fin en sí mismo, sino que quiere siempre conducir a la “memoria de Dios” [26] y, a la vez, también a la “oración” en sentido propio, porque en la oración el hombre responde a este actuar salvífico de Dios, sea que esta respuesta sea hecha en forma de súplica, de himno o de alabanza.

“Mis labios se abren en un himno, cuando tú me enseñas tus rectas sentencias”:
Como a quien está alegre le corresponde salmodiar –“quien entre ustedes esté alegre, salmodie”, se ha dicho [27]-, así el cantar himnos es propio de aquellos que contemplan las razones de las “rectas sentencias”.
Mientras sin embargo el salmodiar le corresponde a los hombres, el cantar himnos, en cambio, a los ángeles o a aquellos que poseen un estado casi angélico. Así, como los pastores que pasaban la noche al cielo abierto no oyeron a los ángeles salmodiar, sino cantar himnos y decir: “¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que él ama!” [28].
Un “ánimo alegre” consiste en la impasibilidad del alma, que se obtiene a través de [la custodia] de los mandamientos de Dios y de la verdadera doctrina; un “himno”, en cambio, es alabanza, ligada a la asombrosa maravilla frente a las visiones de las cosas creadas por Dios [29].

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Por esto, para los santos padres “salmodia”, “oración” y “meditación” eran, absolutamente, cosas distintas, si bien estrechamente interdependientes.

Contaban que abba Juan Colobos, cuando regresaba de la cosecha o de la visitas a los ancianos, se dedicaba a la oración, a la meditación y a la salmodia, hasta que su pensamiento no recobrara su estado primitivo [30].

Si se valorase nuevamente esta distinción, que representa ciertamente una riqueza, se volverían inconsistentes muchos problemas que algunos hoy tienen especialmente con la salmodia, la cual constituye aún el núcleo esencial de la “liturgia de las horas”. Salmodia es, ante todo, lectura de la Escritura, si bien aquí “Escritura” y “lectura” son de naturaleza del todo particular. El salmo es palabra de Dios – veterotestamentaria- que debe ser ante todo aceptada como tal, es decir: completamente y no falsificada, incluida todas aquellas partes que provocan escándalo a la sensibilidad actual.

No se puede “espiritualizar”, es decir abrir en el Espíritu Santo en referencia a Cristo y a su Iglesia esta palabra de Dios veterotestamentaria, ni mediante traducciones atenuantes ni, mucho menos, como se ha hecho usual hoy en día, mediante omisiones. Solo una iluminada “meditación” es capaz de realizar esta “espiritualización”, por otro lado necesaria para toda la Escritura del Antiguo Testamento. El cristiano encuentra la llave para esta apertura en referencia a Cristo y a su Iglesia en el modo en el cual el Nuevo Testamento – y posteriormente los santos padres- lee la palabra de Dios del Antiguo Testamento: de modo “tipológico”.

En la “oración” personal, que originariamente se hacía a continuación de cada salmo de la “liturgia de las horas”, se cierra por tanto el círculo: el hombre, en un diálogo pleno de confianza, se dirige a aquel que en Cristo ha conducido al definitivo cumplimiento su obra de salvación, a través de innumerables generaciones y las distintas vicisitudes de la historia, a pesar de las tragedias humanas y el fracaso del pecado.


 


[1] Evagrio, Or. 87.

[2] Ef. 3, 10

[3] Evagrio, Or. 85.

[4] Cf. Lc 24, 44.

[5] Clemente de Alejandría, Strom. VII, 39, 6.

[6] Cf. Sal 34, 38; 36, 30; 70, 24.

[7] Evagrio, In Ps. 118, 92.

[8] Evagrio, KG III, 4.

[9] Evagrio, In Ps. 137,1.

[10] Evagrio, Pr. 69.

[11] Sal 62, 7.

[12] Sal 67,12 s; 142,5.

[13] Sal 76,6.

[14] Sal 36, 30.

[15] Sal 70,16.24.

[16] Sal118, 16.23-48.117.

[17] Sal 118, 52.

[18] Sal 118, 24.99.

[19] Sal 118, 148.

[20] Sal 1,2; 118, 70.77.92.97.

[21] Sal 118,15.47.78.143.

[22] Sal 104, 5; 118, 27.

[23] Lc 24, 44-48.

[24] Sal 118, 55.

[25] Sal 77

[26] Sal 62, 7; 76, 4.

[27] Jueces 5, 13.

[28] Lc 2, 14.

[29] Evagrio, In Ps. 118, 171.

[30] Juan Colobos 35.

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