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Ayudar a los hijos sin estorbar |
Nace del corazón paterno el deseo de ayudar a sus
hijos: cuando son pequeños, cuando entran en la adolescencia, cuando
estudian la carrera, cuando empiezan a trabajar, cuando se casan.
A
veces surge la pregunta: ¿hasta dónde ayudar? Existe el peligro
de que un exceso de ayudas ahogue al hijo, o
lo haga perezoso o irresponsable. En el otro extremo, si
los padres cortan de modo rápido y radical la ayuda
a los hijos, pueden hacer que se sientan abandonados, especialmente
si se producen situaciones difíciles que podrían ser solucionadas en
parte si hubiera apoyo paterno.
En esta temática no pensemos sólo
en lo económico: a veces los hijos no necesitan dinero,
sino apoyos más profundos de cariño, de tiempo, de consejo.
Por ejemplo, resulta sumamente hermoso ver cómo tantos padres condescienden,
sin excesos, cuando los hijos les piden que se queden
con los nietos por unos días.
Conseguir en este campo el
justo medio resulta a veces difícil. Pueden ser útiles algunos
criterios generales que vamos a hacer presentes en estas líneas.
Uno
consiste simplemente en recordar que el cariño paterno dura siempre.
Ese cariño necesita madurar conforme crecen los hijos, para así
poder discernir hasta cuándo ayudar y en qué momento llega
la hora de “dar carrete” y dejar un justo espacio
a la autonomía a quienes ya cuentan con edad y
fuerzas para emprender su propio camino.
Un segundo criterio surge del
anterior: es necesario reconocer que cada hijo está llamado a
asumir responsabilidades en el camino de la propia vida, lo
cual implica en algún momento romper con cordones umbilicales que
pueden llevarle a la pereza. Sólo con una adecuada “ruptura”
el hijo será capaz (al menos en principio) de volar
por su cuenta, de tomar las redes de la propia
vida y, si ya se ha casado, de la nueva
familia a la que ha unido a través del matrimonio.
Los
dos criterios anteriores no cierran el paso a un tercer
criterio: se dan muchas situaciones en las que una ayuda
oportuna de los padres para con sus hijos puede ser
no sólo necesaria, sino incluso urgente. Si se produce una
grave crisis económica, si el hijo ha perdido por un
tiempo el empleo, si surge alguna enfermedad en el mismo
hijo o en los nietos, encontrar en los padres un
acompañamiento cercano sirve para afrontar la prueba con mayor serenidad
y, en ocasiones, para sobrevivir ante imprevistos dolorosos.
Encontrar en este
tema, como en tantos otros, el equilibro, el “justo medio”,
no será ciertamente fácil. La vida no funciona desde fórmulas
que, aplicadas como en matemáticas, ofrecen en seguida la respuesta.
Por eso en algunos casos se caerá en el hiperintervencionismo,
que provocará en los hijos un complejo de dependencia y
una falta de responsabilidad que daña a todos: a los
hijos, porque no terminan de madurar; a los padres, porque
los recursos son limitados: un buen día se darán cuenta
de que el dinero no es flexible y que el
hijo les estaba pidiendo más de lo que podían ofrecer
de modo razonable.
El otro extremo consiste en un corte radical.
A veces tal corte brota desde un válido deseo de
dejar espacios a la responsabilidad del hijo; otras (tristemente) desde
una actitud solapada de egoísmo por parte de los padres
que creen que les ha llegado la hora de disfrutar
sus bienes el tiempo restante de vida porque ya los
hijos son mayores y deben afrontar la vida por su
cuenta.
El secreto consiste en aprender a ayudar sin estorbar. Lo
cual se consigue sobre la marcha, incluso a base de
corregir decisiones erróneas. Si hay cariño y responsabilidad por las
dos partes, será posible encontrar caminos concretos para que las
respectivas familias mantengan lazos de unión no invasiva que sean
provechosos para todos.
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